XV

Kai's POV

Como dije antes, en una cita es imposible que todo salga bien. Incluso para mí.

—Que suerte que guardé las servilletas de la comida de Cole ¿Verdad?

—Mmhhhm —asentí con enfado.

Lloyd río nervioso en un intento de llenar el silencio, no era culpa suya que yo me encontrara demasiado frustrado como para causarme gracia.

Al ver que su intento de aligerar el ambiente falló, optó por regresar su atención a su tarea. Miré cómo se acomodó en el suelo polvoriento, sentado sobre sus rodillas que se encontraban a centímetros de mis piernas. Mi cuerpo se tensó al sentir el contacto del papel contra la herida fresca.

Por un rato, Lloyd continuó limpiando la sangre que emanaba de algún lado de mi frente con un par de servilletas que olían misteriosamente a queso y pan. De tanto en tanto, apartaba los mechones castaños de mi frente con sumo cuidado, pequeños toques que apenas pude percibir por su delicadeza. O quizá porque estaba muy ocupado maldiciendo en mi cabeza, no puedo saberlo.

¿Pintar el taller? Al demonio, maldito techo estúpido ¿Por qué no me dijiste que debía repararlo, papá?

Apreté los puños sobre mis rodillas, No hagas un berrinche Kai, contrólate.

Lloyd presionó demasiado fuerte, una punzada de ardor me hizo apartar la cara por instinto. Lloyd lo notó de inmediato, y alejó el papel teñido de rojo.

—Uy, lo siento —se disculpó preocupado —¿Seguro que estás bien?

—He tenido caídas peores.

Pero ninguna estaba siquiera cerca de ser tan humillante como esta, gracias.

Respiré profundamente. Nada de berrinches.

—¿No quieres ir a...?

—¿Un hospital? No por favor. —dije seguro de que ya había tenido suficientes hospitales por un mes.

—Yo iba a decir a casa, ya es algo tarde.

Hora de hacer berrinche.

—¡Oh, vamos! —exclamé poniéndome de pie ante la mirada perpleja del verde —¡Era mi último recurso!

—¿Último recurso?

—La salida al parque, la malteada, venir hasta acá ¡Fue romántico! —agité los brazos efusivamente.

—¿De qué estas...

—¡De verdad que fue perfecto!

—Ni siquiera me compraste la malteada...

Caminé de un lado a otro, evitando los restos del tejado mientras pensaba qué hacer.

—Voy a tener que planear otra cita, —afirmé perdido en mis pensamientos —por qué no hay forma de que te diga cuánto me gustas después de esto.

—Kai, eso ya lo sé.

Detuve mi caminata en seco para dirigir una mirada al ninja verde, quien ya tenía toda su atención en mí.

—¿Lo sabías? ¡¿Y por qué no me lo dijiste?!

—Bueno... No lo sabía desde el inicio. —jugó con la servilleta entre sus dedos —Me confundiste mucho saliendo con otras personas...

No pude evitar notar lo pequeño que lucía Lloyd al centro de la habitación desordenada, sentado como si quisiera ocultarse. Era una pésima imagen que ya había visto antes, algo se rompe y después Lloyd cura las heridas de su, muy imbécil, servidor.

Rompió nuestro contacto visual, apenado.

¡Felicidades usted ha arruinado una cita con Lloyd Garmadon!

—¡Ay, soy un inútil! —me jalé el cabello perdiendo la paciencia.

Desde luego, Lloyd también se vio atrapado por mi desesperación. Infló las mejillas y supe que estaba por hacer un comentario que falló en guardar para sí mismo.

—¡También me gustas, Kai!

Paren todo, paren absolutamente todo en este instante.

—¿Hablas en serio? Digo, sí se me ocurrió, pero...

Asiente con la cabeza levemente.

—¿Por qué otra razón bailaría contigo?

—Para... ¿Encajar?

—¡Eso es ridículo!

Yo le gustaba. Él me gustaba. Ambos nos gustábamos... ¡Nos gustábamos!

Mi frustración se esfumó. Miré el desastre a mi alrededor, maderas apiladas en un rincón de la habitación donde me había criado, pequeños pedacitos de escombro que rechinaban debajo de mis zapatos. Acto seguido, miré a Lloyd, a sus ojos redondos inundados de intriga.

Suspiré derrotado.

—Por una vez quisiera que las cosas me salieran bien para poder pedirte una oportunidad...

El rubio se puso de pie de un salto.

—Te daría cien de ellas.

—Lloyd, no necesito cien. Solo una más y...

—Olvídalo, —se cruzó de brazos frunciendo el ceño —elijo esta. Tómala o déjala.

—Tendremos que bailar de nuevo.

—No, no pienso bailar

—¿Es porque me pisaste? ¡Lo practicaremos!

—¡Ay! —dio largas zancadas en mi dirección —¡¿Por qué hacer todo eso cuando simplemente podemos hacer esto?!

Lloyd me tomó del cuello y me besó.

Arrastró mi cara hacia la suya, de forma torpe, desconsiderada y frenética. Se lanzó contra mí con tanta fuerza que me balanceé sobre los talones.

Jadeé en su boca, sorprendido. Rápidamente, sus manos escalaron hasta mis hombros con astucia, siguiendo las finas líneas de incontables cicatrices y marcas de batalla ocultas bajo la ropa. Tomé valor y aproveché ese espacio para meter mi mano debajo de su mandíbula, moví mi pulgar y lo posicioné sobre su manzana de Adán, que subía y bajaba constantemente.

Me concentré en esa increíble sensación, y cerré los ojos frunciendo el entrecejo.

Él tiró un poco más de mí jadeando de modo demandante, un capricho que le concedí sin pensarlo dos veces. Le regresé aquel beso con mayor fervor, tanto que cuando el puente de su nariz golpeó el mío, una ola punzante de dolor se extendió por todo mi cuerpo.

Me quejé, pero no me alejé.

Era tan real que dolía.

Era perfecto.

Inhalé profundamente al sentir que Lloyd se alejaba.

—Sin citas... ni bailes... ni... —luchó por recuperar el aire —ni malteadas...

—Me gusta tu método.

El rubio me regaló una expresión tan enamorada que habría sido un pecado no sumergirme de nuevo en él.

Los labios de Lloyd estaban agrietados, sin una sola pizca de ese sabor dulce de los cuentos de hadas. Era húmedo, una sensación tibia que iba y venía de boca en boca y que no sabía si compartíamos o luchábamos por ella.

Su aroma a limón se entrometió en mis sentidos, al igual que su cabello. Llevé la mano izquierda hasta su frente y peiné con los dedos esa cabellera rubia que tanto me gustaba, acariciándola hasta que su textura suave se quedó grabada en mi memoria. Mi derecha viajó hasta su cintura como antes, pero esta vez presioné con fuerza.

Por otro lado, mi piel ardía maravillosamente donde quiera que Lloyd tocara. Me sorprendí a mí mismo sonriendo contra sus labios, una incredulidad burbujeante que llenó mi cabeza, volviéndome arrogante y posesivo.

Las manos de alguien en mi rostro nunca se habían sentido tan bien.

Y Lloyd.

Oh, Lloyd. Él estaba flácido y suelto como chocolate derretido, lamiendo cada rincón de mi boca, empujando sus manos en mi cabello, colgando contra mi pecho como pesadas cadenas que me mantenían preso.

Instantáneamente quise más, porque no era suficiente.

Lloyd se relajó completamente entre mis manos, y gimoteó.

—Mierda. —maldecí sin aliento. Ese sonido sería mi fin.

Me bastó con empujarlo con mi peso para estar sobre él.

Caímos sobre el futón, partículas de polvo invadieron el ambiente, pero no pudo importarme menos.

No supe lo que hacían mis manos hasta que la cabeza de Lloyd estaba tan inclinada hacia atrás que probablemente resultaba incómodo. Una en la mejilla, gentil y reconfortante. La otra en su nuca, dedos apretados en el suave cabello ondulado, sosteniéndolo allí mientras Lloyd continuaba besándome.

De su garganta se escapó un sonido agudo y entrecortado que atravesó mi pecho.

El chico rubio se detuvo a sí mismo, con el pecho agitado, jadeando como si hubiera estado peleando. Tomé esa oportunidad para deslizar mis manos debajo de su camisa. Froté mis palmas sobre los músculos gruesos y agrupados que se flexionaban sobre sus hombros.

Levantó los brazos sobre su cabeza, permitiéndome sacarle la camisa que ya comenzaba a estorbar. Me deshice de la prenda, lanzándola tras mi espalda sin el menor cuidado.

Al ver su pecho desnudo recordé que ya conocía el camino.

Mi cabeza ya había estado ahí mil veces, en la curva de su cuello, había deseado recorrer los surcos firmes de su complexión, pero jamás imaginé que su abdomen marcado se sentiría tan suave. Reconocí la sensación de nuestras piernas entrelazadas y me apresuré a tomar sus muslos para mantenerlos en su lugar.

Yo lo conocía. Conocía cada parte de él mejor que nadie, y eso estaba volviéndome loco

Planté un beso detrás de su cuello, y arrastré mis dientes sobre el lóbulo de la oreja de Lloyd sin morder. El ninja verde se estremeció con fuerza y giró la cabeza por reflejo para ocultar su oreja, pero mi mejilla estaba presionada contra la suya, acorralándolo sobre el futón sin permitirle darse vuelta.

Respiré cerca de su oreja con la boca abierta, relamí el filo de mis dientes con un enorme deseo que se acumulaba en mi interior y estaba a punto de dispararse.

Moví mis caderas levemente, deleitándome con el sonido áspero de la mezclilla al frotarse entre sí. Me incliné aún más sobre Lloyd sin recibir reprimenda alguna y me sentí a mí mismo sonreír cuando su espalda se arqueó en un espasmo.

«Sé egoísta», me dije. Deseaba ser el único que lo conociera.

El resto del universo se había esfumado, a excepción de un único sonido que se abrió paso entre la poca conciencia lúcida que quedaba en mí.

Ah, Kai —gimió.

Su voz aguda me paralizó, cuán venado al escuchar el disparo de un rifle a la distancia. Regresé en sí de inmediato, permitiéndome ver a mi alrededor. O más bien, debajo de mí.

Lloyd yacía sobre el viejo futón, sus ojos se cerraron, pestañas rubias revoloteando contra sus mejillas rojas. Estaba respirando tan fuerte e imaginé que debía doler, aferrándose a mi muñeca con una mano temblorosa. La otra estaba en mi muslo, las yemas de sus dedos se clavaron en mis pantalones como garras.

Estaba tenso. Y eso me aterrorizó.

Sabía que era su primera vez.

Alejé mis manos de él, sintiendo un peso en el estómago que me dejó desorientado. Lloyd se relajó.

—No, no... —mascullé agitando la cabeza.

—¿Eh? —logró articular entre jadeos.

Me aparté, pretendiendo darle la espalda para que no pudiera verme. Me senté, encorvado, con los codos sobre las rodillas sumamente avergonzado.

—Lo que siento por ti es más que esto...

Cometí el error de espiar sobre mi hombro, pues nuestras miradas se cruzaron. La expresión de Lloyd denotaba dolor, como si recién lo hubieran apuñalado. Miré a otro lado.

—Si solo hubiera querido meterme en tus pantalones créeme que lo habría hecho desde hace mucho.

Imbécil. Imbécil. Imbécil.

Cubrí mi cara con ambas manos.

—Lo arruiné, perdóname...

Permanecimos en silencio durante un rato. Sentí a Lloyd incorporarse lentamente.

—¿Por qué tienes tanto miedo conmigo? —su voz salió tranquila, una duda genuina.

Me aclaré la garganta, y giré para verlo de reojo. Lloyd se mantenía a mi espalda, sentado sobre sus rodillas.

—¿Y cómo es que tú no tienes miedo?

—¿Ah no? Entonces tiemblo de frío, supongo.

Ambos reímos. Suspiré, sintiendo un pequeño escalofrío recorrer mi cuerpo al encarar al rubio por completo.

—Solo eran hojas en blanco... una mancha ahí o aquí —señalé mi pecho —no era importante. Pero nosotros tenemos historia. No podría mancharla, jamás me perdonaría si redujera todo eso a...

«A sexo.» No fui capaz de decirlo, la palabra por sí sola me provocó náuseas. Se sentía antinatural.

—¿Sentías algo por... las hojas en blanco?

—Nada —respondí de inmediato —Nada además de soledad...

Resaca, tal vez. Náuseas. Culpa.

Vacío.

"Lo hacía por puro placer y para divertirme." Idiota. Lo hacía porque estaba solo y no tenía idea alguna de dónde más buscar llenar ese vacío.

Mentiría si dijera que no tuve deseos de tener a Lloyd entre mis brazos y apoderarme de él, pero, al igual que ahora, siempre fui consciente de que él no merecía ser usado como un juguete.

Era precioso, valioso para mí como ninguna otra cosa en este mundo.

—¿Por qué conmigo sería diferente?

Supe lo que quería decir con esas palabras «Quiero ser diferente.»

Tomé sus manos entre las mías, un pulso tembloroso que delataba mis nervios.

«Sí eres diferente.»

—Porque eres importante para mí. —respondí —Lo que escribas en mí será verdad y... yo dejaré que lo hagas.

Lloyd sonrió enternecido por mis palabras. Sus dedos se deslizaron sobre mi muñeca, un hilo divino que nos unía y me hacía sentir maravillado.

Aplastó mi palma sobre la piel destellante de su pecho. Aquel albo brillo luminoso hizo que mi toque se sintiera como un acto indigno, dedos crispados y cubiertos de heridas que manchaban la pureza de Lloyd.

El latido acelerado de su corazón me susurró todos los secretos que sus palabras no alcanzaron a expresar.

Estaba asustado, tanto como yo. Oculto en el brillo de sus ojos esmeralda se encontraba un profundo temor a ser señalado, aferrándose a la idea de la soledad y de no ser merecedor de vivir a su manera.

De amar a su manera.

Pude ver cómo bajó la voz, las palabras rondaron en su pecho antes de pronunciarlas, y supe lo suaves que sonarían, como miel tibia.

Contuve la respiración.

—Escribiste en mí desde el día en que te conocí, lo que hagas ahora lo llevaré conmigo hasta el día que muera.

Tan dulce y puro que podría pudrirme los dientes.

—Ya no quiero huir.

—Tampoco yo —respondió.

Me moría por besarlo de nuevo. Era gracioso que, cuando nuestros labios se unieron, entendí lo que se sentía estar vivo.

Nos recibimos el uno al otro con esa mezcla perfecta de cariño y fervor que nos quemaba los dedos. Reconociéndonos, repasando todo lo que ya habíamos escrito antes.

Nos besamos como si siempre lo hubiéramos hecho.

—Lloyd —me separé.

—¿Mmhmm? —preguntó rodeando mi cuello con ambos brazos.

—Estamos en la habitación de mi infancia y hay un agujero sobre nuestras cabezas.

Lloyd pareció analizarlo un poco. Era ridículo.

—Al diablo —dijo finalmente.

—Al diablo.

·────── ·𖥸· ──────·

—Hay que intentarlo después.

—¿Qué cosa?

Lloyd estaba acurrucado a mi lado. Su desnudez lucía desconcertantemente vulnerable, aunque yo sabía que él no era nada de eso.

La luz de la luna se coló por el hueco, jugando con el rostro del rubio. Era hermoso.

—Bailar. —dijo despacio mientras repasaba el contorno del tatuaje sobre mis costillas —Me gusta tu método.

Sonreí.

—Un poco de ambos.

·────── ·𖥸· ──────·

—Shhhhh.

—Shhhhh tú.

—No, —volvió a reír —shhh tú.

Reí por lo bajo, apretando los labios en un intento de no hacer ruido.

Lloyd metió la llave en la cerradura y la giró hasta escuchar un click agudo.

—Shhhh, ya... —hizo un intento por mantenerse serio en vano —Nos van a oír.

—No hagas ruido.

—Yo no hago ruido, tú haces ruido.

Pasé la mano por sobre su hombro para girar la perilla y la puerta se abrió enseguida para revelar el interior del apartamento. El peso de Lloyd la empujó por accidente, y yo no hice mucho para detenerla de todos modos.

Ese golpe debió despertar a alguien, esperaba que no, pero de ser así...

Ay, ya a la chinga...

Lloyd se cubrió la boca con una mano, riendo ante mi peculiar insulto. Estaba rojo de tanto reírse.

Che... ¿Cómo?

Reí ante su acento.

Chingada —pronuncié lentamente, acercándome a su rostro.

Ch... Chingu...

Nuestras risas se mezclaron. Pasé palpando en la oscuridad, según yo lo más silencioso posible. Cero, cero era el nivel posible. Escabullirnos así, en nuestra propia casa, a altas horas de la madrugada, me encantaba más de lo que podía callar.

Posé mi dedo índice en los labios del rubio, abusando de esa nueva cercanía que acababa de descubrir.

¿De verdad puedo besarlo cada vez que quiera? Debe ser el paraíso.

Chi...

Chingada —susurré sobre su boca.

De pronto, la luz de la sala se encendió.

¡Chingada! —exclamó Lloyd a todo pulmón, saltando del susto.

Por instinto, pasé un brazo frente a su pecho para defenderlo.

Claro, si hubiera tenido que pelear con Jay, quien estaba de pie en el pasillo de brazos cruzados. Nos miró seriamente, golpeteando el pie derecho contra el suelo.

—Ay, Jay...—suspiró el verde aliviado —solo eres tú.

—¿Qué horas son estas de llegar, jovencitos?

—¿Perdón? No es tan tarde —resoplé despreocupado.

—Son exactamente las tres de la mañana con nueve minutos —la voz de Zane salió de algún lado del pasillo.

Jay se movió para dejar pasar al nindroide.

—Que bueno que ambos llegaron a salvo —comentó con paciencia.

—¡Zane! ¡No les des por su lado! —lo regañó el pelirrojo con un tono de indignación —Uno tiene que ponerlos en su lugar. Afirmar su autoridad.

—¿Cuál autoridad, zopenco? —habló Cole con voz ronca, como adormilado.

—¡La de los padres, zoquete!

Cole asomó la cabeza sobre el respaldo del sofá, y solo entonces ví que estaba ahí acostado.

—¿Es esa la chaqueta de Kai? —preguntó señalando a Lloyd.

Lloyd intentó ocultar su torso, sus brazos. En efecto, traía puesta mi chaqueta.

Jay miró a la chaqueta, luego a mí, a Lloyd y de nuevo a la prenda de un vivo color rojo.

Sus ojos destellaron y su sonrisa se esanchó, como cuando está a punto de encender uno de sus inventos que seguro explotará.

—¡Uyyyyyy! —dió brinquitos en su lugar —¡Ustedes dos...!

—¿Qué demonios hacen despiertos los tres? —me apresuré a interrumpirlo.

—Alguien tenía curiosidad y se quedó a esperar a que regresaran —dijo Zane mirando a Jay.

—¡Nananana! Los tres queríamos saber ¿Okay?

—Yo ya sabía, —Cole elevó los hombros —un gay huele a otro gay.

Zane rió.

—Encuentro tu método particularmente extraño.

—Llámalo como quieras, rosita. Nunca falla.

—¿Un radar gay? —preguntó Jay —¡Úsalo conmigo!

—¿Podemos no hablar de gays? —interrumpió Lloyd con las mejillas coloradas —Por favor.

—Sí, ya cargas con uno muy grande —bromeó el pelinegro.

—¡Hey!

Cole soltó una carcajada ante su propio chiste, en tanto Lloyd se abrazó a sí mismo, nervioso.

—No te preocupes, Lloyd —los ojos cian del nindroide parpadearon, transmitiendo una especie de paz que nunca logré comprender. Miró al rubio con ternura —No necesitas decirnos nada.

—Sí, —apoyó Jay con su característica chispa de entusiasmo —las familias están para apoyarse.

Cole se levantó del sofá y se acercó para palmear a Lloyd sobre el hombro.

—Cuenta con eso máquina verde. Nosotros nunca vamos a dejarte —levantó la vista y cruzó miradas conmigo.

El ninja negro me sonrió con gentileza y yo le regresé el gesto, sintiéndome en casa.

Lloyd atrapó mi mano en la suya, entrelazando sus dedos con los míos en un leve apretón.

—Estoy bien, no tienen que preocuparse por mí —habló con una voz dulce y, por primera vez en mucho tiempo, supe que era verdad.

Cole abrió los brazos.

—¡Viene el tren de los abrazos!

Pasó su brazo musculoso por encima de mi hombro para jalonearme, rodeé su espalda de buena gana. Alcancé a Jay a mi izquierda, y sentí el hombro de Zane golpear el mío. Lloyd soltó una risita mientras todos nos quejamos cuando Cole nos levantó del suelo con su fuerza sobrehumana y nos estrujó con fuerza como una botella de ketchup.

—Ay, ayyyy —pude jurar que algo crujió, quizá mi espalda.

—¡Ay, ya bájanos gorila! —gruñó Jay.

Cole obedeció, caímos tambaleantes.

—Bueno, es tarde. A dormir, equipo —ordenó.

La comitiva en la sala se dispersó, Cole se dio la vuelta sobre sus talones y encabezó el recorrido a las habitaciones. Jay entró a nuestra habitación bostezando, en tanto Zane siguió los pasos del maestro de la tierra.

—Buenas noches a todos.

—Buenas noches, Zane —respondí, seguido de las voces cansadas del resto.

Lloyd se giró para asegurar la puerta de la entrada, me lanzó las llaves que se habían quedado ahí colgadas y, en lugar de ir a guardarlas, las aventé sin fijarme dónde. Eso era problema del Kai del futuro.

Apagué la luz del pasillo, dejándonos en la oscuridad. El ninja verde se acercó a mí, era como aquella vez en el laberinto de Chen. Permanecimos de pie, el uno frente al otro, con nuestras miradas reflejandose entre sí.

Alcancé la mejilla de Lloyd, y él se inclinó sobre mi palma. Increíble.

—¿En qué piensas? —rompí el silencio.

—Nada, es que... —sonrió débilmente —No tengo un padre, pero sí cuatro tontos que me cuidan como uno.

Sonreí para él.

—¿Alguno en especial? —mi mano bajó hasta su barbilla, levantando su rostro.

—Hmmm... sí, hay uno. Pero no se lo digas, o se le subirá a la cabeza.

Su mirada destellante me atrapó, dejándome sin otra opción que besarlo. Despacio, con el cuidado con que se trata algo valioso.

—Será mejor ir a dormir.

—Claro —murmuré acariciando su nariz con la mía.

Lloyd ladeó su cabeza y plantó un beso en mi mejilla. Dejó sus labios ahí por largos segundos.

—Buenas noches, Kai.

—Buenas noches —respondí, atontado.

Entró a su habitación dejando detrás suyo un aura hipnotizante que me hizo querer seguirlo. Antes de cerrar la puerta me dedicó una última mirada que me dejó embobado.

Suspiré llevándome una mano a la mejilla, que de pronto se sentía muy fría.

¿Todo lo que pasó esta noche fue real?

Inmediatamente pellizqué mi brazo.

Auch... ¡Auch!

Salté de alegría.

«¡Gracias por el milagrito, primer maestro!»

Un crujido interrumpió mis plegarias. Miré detrás de mí, a la puerta de la habitación de Cole y Zane. Estiré la mano, abriéndola de súbito para revelar al parecito del otro lado. Cole se tambaleó, echándose atrás para no caer. Zane por su parte, no se movió ni hizo un intento por disimular que estaban espiando.

Atisbé la cabeza de Jay asomándose por la puerta entreabierta a mi derecha.

—Son unas viejas chismosas, de veras.

—Solo queremos lo mejor para el niño —se excusó Cole sonriendo tanto que se le marcaron un par de hoyuelos.

—Velamos por su felicidad, no nos puedes culpar —agregó el ninja del rayo.

Me llevé las manos a la cintura y miré a Zane, el único en esta casa que no podía mentir.

—Apostamos a ver cuánto se tardaban en estar juntos.

—¡Oh viejo!

—¿Quién ganó?

—Yo, desde luego, —sonrió orgulloso —empiezo a sospechar que también tengo un radar gay.

Solté una carcajada. Extendí la mano y chocamos los cinco.

Jay se hizo a un lado, dejándome entrar. Al pasar a su lado el pelirrojo me detuvo.

—Entonces... —me dedicó una mirada pícara.

—¿Qué?

—Ustedes dos... ¿Son sólidos?

—¿Sólidos?

Jay parpadeó varias veces, con una sonrisa pilla dibujada en su rostro.

—Lo que Jay quiere saber es si ambos tuvieron un encuentro íntimo.

Me sonrojé de pies a cabeza.

—¡Romeo!

—¡Jay! —rugí.

Le di su merecido a Walker por meterse en mis asuntos, aunque no estaba tan errado.

Sí, algo de sólidos teníamos.

·────── ·𖥸· ──────·

Pretty boy
No puedo dormir

Don parches
Ni yo

¿Cereal en vaso?

Pretty boy
Te veo en la cocina













·────── ·𖥸· ──────·

Algunos finales también deben celebrarse ¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo! (つ≧▽≦)つ♡

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