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"¿Por qué? ¿Por qué lo que fue hermoso, cuando miramos atrás, se nos vuelve quebradizo al saber que ocultaba verdades amargas?" - Bernhard Schlink.

Al pequeño de cabellera blanca le temblaban las manos húmedas por las lágrimas que secaba de sus mejillas.

—Mamá —articulaba en un susurro que apenas él podía escuchar.

Yaneth tenía la mirada perdida en el negro de aquellas cuatro horribles paredes, sus ojos estaban hinchados y su cabello alguna vez fue una alta coleta.

«Los negocios son más importantes que lo que tú quieres» George recordó las palabras de su padre la noche anterior al viaje, su madre se negaba a acompañarlo, pero fue arrastrada a Alemania. El pequeño ojigrises quería pasar tiempo con su padre, por esa misma razón el hombre la trajo de arrastras a Alemania, por el absurdo capricho del peliblanco.

—Me quiero ir de este puto infierno —sollozaba la mujer.

Estaba sobre el viejo colchón envuelta en una sábana que aún tenía rastros de sangre, el labial rojo que alguna vez estuvo en su boca se le corrió aparte de las mejillas y sus ojos parecían los de un panda, puesto que el maquillaje que llevaba se había corrido también.

No era la primera vez que visitaban a sus tíos Alfred Allen, hermano de su padre, y su joven esposa Amanda, que por supuesto utilizaba el prestigioso apellido de su esposo. Usualmente, el que viajaba era el padre de George, Frank ,quien solía quedarse semanas o incluso meses de ser necesario. Ambos tenían una empresa en común y sus propias empresas individuales, pero cuando se reunían con interesados en invertir o tenían discusiones importantes de la empresa, su padre debía de viajar a Alemania.

Eran contadas las veces en las que Amanda y Alfred iban a Estados Unidos, casi siempre por la excusa de que Charlotte no lleva bien los viajes en avión. Pero de las veces en que viajaban para Alemania George no recordaba que se la pasaran tan mal, Charlotte se ponía muy alegre al tener visitas, aunque en este último viaje el pequeño notó algo distinto en ella.

Charlotte era una niña muy alegre que amaba vestir de un hermoso rosa pastel, ella siempre decía que se veía como las hermosas rosas del jardín que su madre tanto amaba. Sin embargo, el día en que llegaron la encontró vestida con un bello vestido acampanado, pero esta vez era uno negro, al principio el peliblanco creyó que algo malo había sucedido, pero no era así.

«No murió nadie si es lo que te interesa, la única que está muerta es mi alma Geo» aquellas eran las palabras que la peliblanca le había dicho. Claro que George se echó a reír, puesto que Charlotte siempre fue una niña muy bromista que nunca le faltaba el sentido del humor, aunque aquella vez no estuviera hablando más que con la verdad.

Flash Back

Los gritos le hicieron abrir los ojos y su corazón latía con rapidez. Salió de la habitación aun tambaleándose por el sueño y frotaba sus ojos mientras chocaba contra la pared del pasillo.

George siguió las voces hasta que se dio cuenta de que venían del sótano, se detuvo en la puerta que estaba semiabierta y cubrió su boca para no ser descubierto.

—Esto no puede continuar, eres un monstruo Alfred —le gritaba Yaneth sollozando— Es tu hija.

—¿¡Que vas a hacer para detenerme!? Eres una cobarde, si no fuera así remplazarías a Charlotte —esbozó una sonrisa y soltó una carcajada.

Charlotte estaba sobre la cama cubierta con una sábana, mientras que el hombre se acomodaba el cinturón y la mujer se quedó en silencio porque nada de lo que dijera justificaba que no hacía nada para defenderla. George presionó sus labios con fuerza mientras miraba al hombre tomar la copa de vino y darle un sorbo mientras caminaba de un lado a otro con la camisa abierta.

—Tranquila mi querida Yaneth, la carne fresca no va a sustituir tu lugar —se colocó tras ella y la tomó por la cintura colocando sus labios en su oreja— Tú me sigues provocando las mismas ganas.

Todo el rostro de la mujer se frunció y algunas lágrimas se le escaparon, George ya no soportaba aquella escena asquerosa. No solo le estaba haciendo daño a su prima, sino que también ambos estaban traicionando a su padre en sus propias narices.

Un fuerte dolor de cabeza se apoderó de él, obligándolo a ponerse de rodillas, tomó su cabeza con ambas manos mientras se meneaba y cerraba sus ojos con fuerza. No solamente era el dolor de cabeza, de pronto todo era borroso y las voces se escuchaban distorsionadas.

Sus pies lo habían guiado a la cocina, una voz le había dicho al oído que tomara la cuchilla, el arte más bella estaba formada por el rojo intenso que podría conseguir con ella. Casi podía bailar de la emoción que se apoderó de su cuerpo, sus pies descalzos emitieron pequeños sonidos al pasar corriendo por el suelo de mármol de la sala y una vez caminando por el pasillo colocó una sonrisa ancha sobre sus labios.

—Alfred, te mereces tener el honor de ser la primera obra de este artista —susurró mientras lamía una cara de la cuchilla y cortó levemente su lengua.

»Sintió ese delicioso gusto a metal y dejó caer algunas gotas de su sangre sobre sus labios, con sus dedos la esparció por los mismos sin dejar de avanzar.

Entonces volvió a escuchar esa voz ronca, ese tono borracho, y sintió cómo su estómago se contraía. Quería vomitar cada vez que lo escuchaba pronunciar una palabra morbosa y la ira se apoderaba de hasta su última célula cuando escuchaba a su madre guardar silencio ante él.

«Cobarde, ¿le permitirás seguir con sus asquerosidades? Yo no lo haré. Tú puedes seguir aguantando esto, pero Charlotte no debe vivir este infierno nunca más, no le voy a permitir tocarle nunca más en la vida» pensó mientras tomaba la cuchilla con más fuerza y bajaba las escaleras.

Esa noche algo en George cambió por completo cuando entró a esa sala, vio al hombre de espaldas y sintió la satisfacción de que después de ese día nada volvería a dañar una bella familia. Pero las cosas no fueron como esperaba, Yaneth le tomó la mano en el último minuto y le arrancó la cuchilla.

Cayó al suelo y el hombre volteó con aquella sonrisa de sus dientes de plata, lo miró como si estuviera de lo más entretenido con la situación.

—Yo sabía que en el fondo siempre me amaste y que disfrutabas de lo nuestro —se acercó a su madre y le plantó un beso en sus labios.

George la miró limpiarse, sus ojos se llenaron de odio y la risa que retumbaba en aquellas cuatro paredes se repetía en su cabeza. Nunca iba a olvidar como las manos anchas y rasposas de aquel ser había recorrido su cuerpo esa noche, no olvidaría como su madre cerró los ojos y le dejó gritar mientras se divertía con él y la peliblanca.

Fin del Flash Back

Ese era el último día antes de volver a Estados Unidos y lo único que pensaba el peliblanco era en cómo iba a dejar a Charlotte en manos de ese hombre que se hacía llamar un padre.

Se había quedado mirando en el armario como su madre se dejaba tocar por otro hombre que no era su padre y su odio por ella solo podía aumentar, porque sabía que si se lo decía a su padre él le hubiera creído sin dudarlo ¿O no?

—¿Dónde está el maldito espécimen de tu hijo? —abrió la puerta Alfred con una copa en la mano como de costumbre.

—No lo sé, seguramente está en algún lugar donde no le puedas encontrar —lanzó la copa a la pared y ella cubrió su boca— Déjale en paz, es su último día aquí.

—Solamente le quiero dar una despedida —empezó a reír y a George se le revolvió el estómago.

—Papá déjale, yo tomaré su lugar —vio la triste mirada de Charlotte y como bajó la mirada.

—Parece que las mujeres de esta familia no se pueden resistir a mí —esbozó una amplia sonrisa— Pero ninguna de las dos, lo quiero a él y si no lo encuentro las voy a golpear hasta que no puedan moverse, si fuera una de ustedes movería el culo y lo buscaría.

Salió sin esperar una respuesta y la mujer se puso de pie, entonces George estuvo seguro de que iría a por él hasta el fin del mundo si fuera necesario.

—¿Vas a entregarlo? —le tomó del brazo la pequeña.

—¿Acaso no le has escuchado? George aquí en esta casa no tiene ninguna especie de corona Charlotte, cumplirá con su parte porque esto es su culpa —levantó el tono de su voz con desprecio— Si él no hubiera querido venir aún estaríamos en casa tranquilos, él jugaría con los Adams y yo estaría con mis amigas tomando el té.

—Lo entiendo de él porque siempre me ha mirado con morbo, ¿pero de ti? Te creía una mujer distinta, una buena madre —presionó sus labios y Yaneth soltó su cabello acomodándose— Tú sabes que él no tenía ni idea de lo que pasa en esta casa, siempre te quedas callada y no buscas la manera de ayudarnos.

—No soy tu hada madrina, si es lo que esperas, esta es la realidad que te espera hasta que te cases y salgas de aquí —le levantó la voz apuntándole con el dedo.

—Hasta George es más valiente de lo que eres tú, no sé cómo aún te llama madre —no fue necesaria ni una palabra más, la rubia le dejó la mano marcada en la mejilla pálida de la peliblanca.

—No te atrevas a volver a levantarle la mano, además de cobarde, eres golpeadora —el pequeño peliblanco salió del armario y se cruzó de brazos— Me voy a encargar de hacer tu vida un infierno y que mi padre te odie mientras existas, eres un asco de ser humano.

—¿En verdad crees que tu padre te dará el gusto? —sonrió ampliamente.

—Solo piensa en la última vez —elevó una ceja con una sonrisa burlona.

—Geo deberías esconderte —dijo la muchacha detrás de él.

—No se va a esconder de nada, va a enfrentar sus propios errores como el hombrecito que se supone que es —caminó hacia la salida de la habitación— Espera aquí, no se te ocurra moverte o ya verás.

Ambos miraron como se iba envuelta en una bata de seda y se miraron entre sí. Charlotte le tomó las manos, George se soltó de su agarre y la rodeó con un cálido abrazo para reconfortarla.

—Todo estará bien, no tienes que preocuparte por mí —el cuerpo de la chica soltaba leves temblequeos— Tienes que irte antes de que vuelva, no quiero que te vuelva a tocar por hoy.

—Lo haré si hacemos una promesa —le extendió el meñique.

—Primero dime de qué se trata —le saco la lengua con gesto burlón— No puedo prometer nada sin saber antes de que va.

—Prométeme que vas a usar toda esa valentía de aquella noche y te vas a deshacer de esa bruja —las miradas de ambos ojigrises se cruzaron— Yo te prometo que me voy a deshacer de Alfred y el día que menos lo pienses me iré a encontrarte.

Ver la sonrisa de Charlotte le hizo imposible negarse a lo que le estaba pidiendo, esa era la única manera de hacer que se llenara de valor y se librara de ese infierno que llevaba ya tiempo atormentándola. Enlazo el dedo con el de la pequeña, las manos de ambos estaban sudorosas, pero con sonrisas en sus rostros contaron hasta tres y el gancho de meñiques se deshizo en el aire.

—Más pronto de lo que te imaginas vas a tener noticias y sabrás que me libré de esa mujer que dice ser mi madre —suspiró— Ahora vete.

La chica caminó lentamente hacia la puerta y cuando estaba a punto de salir giró sobre sus pies, le sonrió tanto como pudo y pronunció las palabras que le dieron fuerzas para aguantar la noche.

—No te pareces en nada a ella, eres más bien como un superhéroe ¡Super George al rescate de Charlotte! —salió corriendo.

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