☠ 5 ☠
"Cada noche el diablo se sienta a la orilla de mi cama, enciende un cigarro, se voltea para echarme el humo en el rostro.
—¿Ya lo pensaste? —siempre me pregunta...
Yo muevo la cabeza de izquierda a derecha y caigo en un sueño profundo, aún no sé qué quiere de mí". —Charles Bukowski.
Los gritos se escucharon en toda la habitación, George caminaba por el pasillo con las manos en su espalda con un gesto de irritación.
—No me dejas pensar con calma mi querida tía —al decir la última palabra sonrió y miró al suelo— ¿Cuál es la parte que menos te gusta de estar ahí? ¿Será el lodo constante recorriendo tus delicados pies? O no, no, no, ya lo sé definitivamente es las ratas que no te permiten ni siquiera dormir porque te caminan hasta por el cabello.
—Eres un maldito bastardo, mocoso, cuando logre salir de aquí vas a pagar cada una de las cosas que me están pasa...
La mujer no puedo terminar lo que estaba diciendo, por qué volvió a los gritos constantes. Los mismos variaron entre irritación, molestia y tristeza, logrando unos distintos tonos que eran como música para los oídos del muchacho.
—Todo es tu culpa, tía, me hubieras dejado en el lugar que me encontraba —golpeó un poco el suelo— En vez de gritar deberías de pensar cómo vas a comer sin que esas ratas rabiosas se te vengan encima, se acerca la hora de la cena.
El muchacho canturreó caminando y alejándose del sitio.
Cuando llegó a la sala lo invadió un delicioso olor a carne asada y casi inconsciente caminó a la cocina donde estaba Charlotte. Parecía solo estar un cuerpo vacío, ni siquiera pestañeaba, tan solo se dedicaba a mirar un punto fijo apoyada en la mesada frente al lavabo.
—Charlotte, vuelve al planeta tierra —chasqueó los dedos frente a los ojos de la muchacha y esta parpadeó volviendo en sí.
—Estás aquí —le regaló una sonrisa de labios cerrados y se dirigió al sartén donde se encontraba una chuleta algo pasada— Mierda, está quemada.
—¿Qué es lo que te pasa? No vas a decirme ahora qué tantos días metida en aquel sitio te volvieron más loca de lo que ya estas —bromeó en tono burlesco.
—No estoy loca —rodeó los ojos dando vuelta la chuleta— Solo que sé que esa mujer no aguantará ahí abajo, se volverá loca o incluso peor, morirá de un ataque al corazón de tanta rata que le caminará por encima.
—¿Acaso se te olvida lo que nos ha hecho? Porque a mí no se me olvida que ella no tendría piedad, que nos pensaba dar de comer entre ratas y que nos dejaría por tiempo indefinido en ese infierno solo por mi dinero.
—No se me olvida George —levantó el tono de la voz y clavó el tenedor en la chuleta que aún estaba en el sartén— Solo que no puedo ser como ella.
Las lágrimas le corrían por las mejillas, George soltó un gran suspiro y la rodeó con sus finos brazos.
—Lo siento Charlotte, pero en este mundo solamente sobreviven los fuertes, si eres débil no vas a vivir mucho —susurró.
—Estoy cansada de ser fuerte Geo, estoy cansada de que me hagan daño y siempre ser buena —las lágrimas mancharon la camiseta que alguna vez fue blanca de George.
—Te prometo que a partir de ahora nadie te hará daño porque estas conmigo, yo voy a enseñar a ser fuerte y esta solamente es la primera prueba Charlotte —se separó de la muchacha y la tomó por las mejillas obligándola a mirarlo— No importa cuanto grite o te suplique no vas a sacarla de ese lugar porque si lo haces vas a tener un gran castigo.
—Lo entendí —asintió secándose las mejillas.
—Cuando termines de cocinar, llévale su cena y no se te ocurra extender tu mano, solamente tírala.
Cuando terminó de hablar, el timbre sonó, George miró la hora en el reloj de la cocina y casi eran las ocho de la noche. Se preguntaba si Amanda habría invitado a alguien para la cena o si tal vez se trataba de alguna de sus engreídas amigas que hizo en los viajes para aquí.
Asomó sus ojos grises por una rendija de la cortina y se encontró con la señora Adams que llevaba un pequeño bolso de mano. Dudó si debía o no abrir la puerta, si la abria corría riesgos de que Amanda gritara y arruinara todo lo que habían logrado hasta el momento, incluso aunque la señora Adams sabía que aquella mujer los trataba mal, no dudaría en sacarla. Si no abría la puerta la mujer se preocuparía y al final terminaría llamando a la policía luego de venir varias veces y estaba el último punto, la casa estaba repleta de olor a chuleta que seguramente se sentía desde las afueras.
Corrió hasta el pasillo y levantó un tanto la puerta del sótano.
—Amanda ¿Qué crees? Tenemos la hermosa visita de la señora Adams —canturreo haciendo un leve puchero— Si llegas a gritar o hacer algún tipo de sonido mientras está aquí, tendré la dicha de decir que nos metiste aquí y por eso me encuentro con la ropa en estas condiciones, no creo que eso sea de tu conveniencia ¿Cuántos años en la cárcel crees que te den por maltrato infantil?
—Púdrete maldito bastardo, la cárcel o este lugar no hay diferencia, pero no abriré la boca porque voy a salir de aquí y cuando lo haga te juro que voy a acabar con tu mísera existencia.
El timbre volvió a sonar y escuchó a Charlotte que se asomaba por el pasillo.
—La señora Adams —susurró con un gesto de preocupación.
—Lo sé —dijo cerrando la puerta del sótano— Tú sigue en la cocina de ella, me encargo yo.
Ella asintió y él corrió a la puerta, cuando la abrió la señora Adams casi se estaba yendo.
Medio sonrió al ver su rostro, pero luego cuando lo miró con aquellas pintas en las que andaba, con la ropa llena de barro y más a detalle, las marcas en sus brazos borró la sonrisa.
—¿Qué te hizo aquella mujer? —se inclinó a su altura y le revisó los brazos, a lo que George se maldijo.
—No fue nada en verdad, solo estuve jugando en el jardín y me he caído —sonrió de labios cerrados.
—¿Dónde está? Vamos a tener una seria plática y tú vendrás conmigo ahora mismo George, no te pienso dejar ni un momento más en este infierno.
—No está, tuvo que salir a una cena de negocios, Charlotte está cocinando, ¿Gustas quedarte a cenar con nosotros? —tomó parte de la regordeta y grande mano de la mujer y puso un gesto suplicante.
—¿Cómo es que salió y los dejó solos? Esto no es posible —presionó su frente con irritación— George no puedo demorarme, deje a Aiden con la vecina para venir a traerte algo de ropa, pero ahora deseo quedarme hasta que llegue esa mujer y hablar con ella.
—Entra conmigo, cenaremos juntos y luego regresas a casa más tranquila, me encuentro bien —la jaló con su pequeña mano.
La mujer entró y dejó el bolso de mano en el recibidor, cuando llegaron a la sala analizaba a detalle el pintoresco lugar. Era una casa lujosa, la madera de los suelos brillaba como si la casa fuera recién comprada y las paredes de un beige claro intactas.
Ni siquiera parecía que vivía una niña allí con ella, sobre todo porque no le permitía a Charlotte actuar como una.
—Señora Adams, que gusto tenerla en mi casa —dijo al asomarse Charlotte— Mi mamá no se encuentra en estos momentos ¿Nos acompaña a cenar?
—Claro cariño, ¿Tienes idea a qué hora llegará? Me gustaría hablar con ella antes de irme a casa.
—No lo sé, cuando mi madre sale por negocios puede volver a cualquier hora o incluso no volver hasta el siguiente día —hizo una mueca y bajó la mirada— Pero no se preocupe Ritita la vecina viene de a ratos a echarnos un vistazo y por si necesitamos alguna cosa.
—En cualquier caso sabes mi número George, puedes llamarme —sonrió levemente.
—Bien, vengan a la mesa, ya está todo listo.
La muchacha llevó a la mesa una cacerola y luego las chuletas que tenían una pinta deliciosa.
—Menschliches Fleischkotelett (chuleta de carne humana) —se relamió los labios ante George mientras miraba a la mujer comer ingenua ante lo que probaba.
—¿Qué dijo? —preguntó la mujer con la boca llena— ¿Dónde compras la carne? Es deliciosa, me gustaría hacerle unas chuletas así a Aiden.
—Dijo que espera que te gusten —la fulminó con la mirada.
—Es carne exportada, puedo darte un poco, si deseas llevarle a Aiden le dices que es un obsequio de mi parte —sonrió colocándose el cabello detrás de la oreja.
—Seguro se pondrá muy feliz.
Cuando terminaron de comer, Charlotte fue la primera en levantarse de la mesa y juntar los platos, el peliblanco la miraba en silencio. En un descuido de la señora Adams con sus ojos le indicó la puerta del pasillo.
—Oh, si le iré a dar las sobras al perro ya debe tener hambre —se rio de manera robótica, algo nerviosa.
—Mientras tanto, señora Adams, ¿le molestaría ayudarme a acomodar mi ropa en mi habitación antes de irse? —juntó sus manos en un gesto de súplica.
—Cariño lo haré con gusto —le alborotó el cabello.
Tomaron el bolso de mano y caminaron por el pasillo hasta la última puerta que era la de su habitación. Cuando entraron se dirigieron al closet, la señora Adams comenzó a desempacar y ordenar las prendas, mientras que George no hacía más que mirar la puerta fijamente.
Charlotte levantó la puerta con ambas manos, todo el cuerpo le temblaba de los nervios, pero aun así asomó el farol solo un poco.
—¿Ahora me temes? Cuando por años fui yo quien te alimentó y te cuidó —soltó una risa sarcástica— Cría cuervos y te arrancarán los ojos, decían mis abuelos.
—Tú me metiste en ese lugar, me dejaste sintiendo el miedo y sufriendo sin importar lo que me pasara —puso el farol a un lado y tomó el plato con ambas manos tambaleándose.
—¡No! No se te ocurra darme esa comida —soltó en un chirrido.
—Si no comes te morirás de hambre —presionó los labios e hizo nuevamente el intento de bajarlo.
—¡Te dije que no! No me importa morir de hambre, lo haré y tú cargarás con ese peso en tu pequeña y delictiva conciencia —acotó llena de rabia.
La discusión se empezó a escuchar desde la habitación en donde la señora Adams se encontraba junto a George.
—¿Charlotte está hablando con una mujer? —frunció el ceño— ¿Será que ya llegó su madre? Necesito hablar con ella.
Se puso de pie tan rápido que no le dio tiempo de detenerla, justo en esos momentos George maldijo a Amanda. Charlotte pagaría por esto, tendría que enfrentarse a las consecuencias de que por su culpa ahora tendría que acabar con la única mujer que lo había tratado como un niño normal.
Caminó tras ella y vio a la niña de ojos grises levantar la mirada con lágrimas al ras de los ojos.
—Geo, perdóname, no pude ser fuerte —las lágrimas cayeron sobre su vestido negro y se perdieron en él— No pude verla sufrir de ese modo y dejarla en ese lugar.
—George, ¿De qué está hablando? —la señora Adams cubrió su boca con ambas manos cuando vio el rostro del pequeño peliblanco.
Nunca antes sintió tanto terror al ver un rostro sombrío, pero aquel pequeño al que alguna vez consideró un pobre ángel en esos momentos le aterraba.
En total silencio caminó a la cocina y la peliblanca pegó su cuerpo a la pared viendo un punto fijo, estaba en un completo shock.
—Geo —caminó tras él la mujer— George Allen te estoy hablando jovencito, no puedes ignorarme de esas maneras.
—Usted no es mi madre, no pasa de ser una simple mujer abandonada y que perdió un hijo ¿Ahora lo quiere reemplazar conmigo? —esbozó una macabra sonrisa que mostraba sus pequeños y parejos dientes.
—No sé por qué estás actuando de esas maneras, no eres el dulce niño que suele buscarme por las noches para que lo lleve a dormir —presionó sus labios y empuñó las manos— Puedo no ser tu madre, pero te he dado el lugar de un hijo en mi casa, te acogí y te alimenté al igual que a mis hijos.
—Alimentaste al cuerpo que comió de tus retoños, alimentaste al cuervo que te arrancará los ojos, señora Adams —canturreo relamiendo sus labios— El lobo siempre se viste de oveja y se mezcla entre el rebaño. Tú te volviste esa oveja inocente que logró encontrarlo demasiado tarde.
Del gabinete tomó una cuchilla, la mujer retrocedió a pasos lentos con la quijada temblante. Daba manotazos sin ver lo que detrás se encontraban, algunas de las finas estatuillas de Amanda caían al suelo, incluso los torpes pies de la señora Adams le impedían correr.
Tropezó con la fina alfombra aterciopelada que de algún modo se había doblado, cayó sentada y aun así tomó impulso con sus manos y pies para seguir retrocediendo. Cada paso que el pequeño rufián daba era un paso más cerca de su muerte y como dicen "El instinto humano es luchar por sobrevivir hasta el último momento".
—¿Terminaste? —preguntó una voz suave detrás del peliblanco.
—No se me quitó la molestia, te dije que tendrías tu castigo Charlotte y no mentía —giró medio rostro mientras pronunciaba esas palabras en un tono frío y tenue.
—¿Q-Que me tocará hacer para enmendar mi error? —susurró con la voz cortada y sus labios semiabiertos.
La tomó de la mano y ambos siguieron el rastro de sangre, el cuerpo de la señora Adams yacía sobre la alfombra. Su tórax estaba abierto, era como un guisado de sangre y órganos que a Charlotte le hicieron querer vomitar.
—Comerás y beberás de ella, cometiste un error y por tu error ella murió. Cuando hayas terminado cortaras los restos en partes y los llevaras a mi antigua casa —sonrió con sus ojos brillosos— Cuando estés allí vas a llamarme y te daré las nuevas instrucciones, mi querida Charlotte.
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