☠ 21 ☠

"Sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros; sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad entorará también taludes de rosas debajo de mis cipreses." -Friedrich Nietzsche.

La chica de cabello castaño y ojos diferentes le dio un golpe tras otro al volante, las lágrimas corrían por su rostro. Ella deseaba que todo fuera una mentira o una broma de mal gusto, pero le había tocado toparse con el amargo sabor de la verdad y ahora no sabía qué hacer con tanto.

Siempre había escuchado decir que las personas ignorantes vivían más felices, nunca había llegado a entender esa frase hasta el momento que le tocó ver con sus propios ojos algo que creía irreal.

Presionó sus dientas hasta escucharlos crujir y desvió su mirada hacia la entrada del edificio, hizo rugir aquel motor del auto ya no tan nuevo. Un sentimiento que había sentido con anterioridad se apoderaba nuevamente de ella, cada vez comprendía más la mentalidad del peliblanco y el cambio en ocasiones llegaba a asustarle.

Su padre corrió hasta el borde de la acera, cruzaron miradas y quedó petrificado ante la mirada de su hija, de la única que ahora poseía. Abrió la puerta y entró con todo su cuerpo tembloroso como un flan, estaba en lo correcto al temer.

—Te juro que puedo explicarlo todo princesa —murmuró con su lengua torpe como si estuviera entumecida.

—Vamos a dar un paseo —murmuró con sus manos presionadas al volante.

No esperó su afirmación para salir en aquel auto disparado rumbo a un solo lugar, uno que recordaba por la conversación que había mantenido con George.

Recordó las palabras del peliblanco como si ellas fueran una mochila cargadas de piedras, le pesaba cada una de ellas, porque tenía toda la razón y le era imposible olvidarlo.

—¿¡Qué le dijiste!? —preguntó en un susurro, asegurándose que su padre no estuviera lo suficientemente cerca.

—Un poco de la cruel y cruda verdad —el peliblanco puso las manos en sus bolsillos apoyado en la pared frente a ella— Tu madre cree que yo soy el verdadero monstruo, yo solo cuido a las personas que amo ¿Acaso se ha fijado en el monstruo que duerme todas las noches a su lado?, quizá no somos tan diferentes.

—Geogre, mi madre es una señora de edad, tiene sus problemas de salud —le comenzó a explicar a lo que el chico solo esbozó una media sonrisa.

—¿Esa es razón para mentirle? Mis disculpas si esto suena un tanto crudo, pero este mundo no está hecho para los débiles y si piensas que tu madre es tan débil... —se encogió de hombros sin terminar la frase, no era necesario que dijera algo al respecto, por la mente de la chica de ojos diferentes pasó el resto de la frase.

—No sé que buscas con todo esto George —murmuró tratando de evitar que su garganta quemara ante las evidentes ganas de las lágrimas asomarse.

—Justicia Patty, tu padre carga con pecados los cuales no paga, ¿Yo debo de pagar por pecados que no me pertenecen?

Las palabras se estacaron en su pecho como cuchillas siendo lanzadas a una gran velocidad, entendió, a la perfección que se refería, a la muerte de su hermana. Su padre lo estaba acusando siendo que esta vez no tenía nada que ver en este asunto, no pasaba más de ser más que un simple cómplice.

No estaba segura de confiar en que todo lo que le dijera el peliblanco fuera cierto, a él le convenía deshacerse de su padre, después de todo ese hombre trataba de verlo tras las rejas y eso era algo que George no iba a permitir. Pero más allá de eso, se trataba de su padre, quien la había visto crecer y la había consentido en reiteradas ocasiones.

—Iré al negocio de mi padre, quiero ver con mis propios ojos las pruebas —se atrevió a decir temerosa.

A George no le incomodó, después de todo no estaba diciendo ningún tipo de mentiras, solamente hizo justo lo mismo que el hombre, usó a su favor las pruebas que guardaba bajo la manga.

—Está bien Patty, pero si yo tengo razón y mis palabras son ciertas, llevarás tu misma a tu padre directo a su muerte —soltó en un susurro con una media sonrisa que le causo escalofríos.

Volvió a la realidad en la cual la autopista hacia las afueras de Manhattan se volvió la pista de carreras y ella se volvió una experta conductora que no soltaba el pie del acelerador.

Al llegar a la ubicación que el peliblanco le había enviado estacionó el automóvil, un bosque rodeado de verde y frente a sus ojos una cabaña de madera. Su padre ni siquiera se atrevía a pronunciar palabra alguna, pero cuando el ojigrises pasó la puerta principal, aun con la vista fija al frente, su labio inferior comenzó a temblar.

Por la mente del regordete pasó la imagen de aquel día, sintió nuevamente el pánico y los nervios apoderarse de su cuerpo. Maldijo la hora en que su hija se había topado con aquel asesino y se escabulló debajo de su piel el miedo del futuro que le espera.

—Mi querido Christopher, permíteme ser cortes —dijo abriendo la puerta para permitirle bajar.

—Hija —murmuró en un tono suplicante.

Patty no pronunció palabra alguna, su corazón se había endurecido tras haber visto en las condiciones que vivían aquellas personas por la culpa del hombre. Bajó del automóvil ganándose la mirada de su padre, que tan solo seguía cada uno de sus movimientos.

Dio la vuelta alrededor y depositó un pequeño beso sobre los labios del peliblanco que tan solo la observaba. Se aproximó al automóvil y tomó al hombre de su camisa, obligándolo a baja, logrando que este estuviera perplejo.

Su pequeña niña se había vuelto irreconocible, nunca antes lo había tratado de esa manera y no lograba comprender en que momento su mundo se había desmoronado. Una chica obediente que solamente se dedicaba a estudiar y que ni siquiera le interesaba tener un novio, o eso era lo que pensaba.

El hombre se soltó de su agarre y la empujó, el peliblanco apenas pudo sostenerla a tiempo para que no cayera al piso. Se ganó una mirada de odio de parte del muchacho, si ya tenía razones para acabar con su vida, presenciar esto solamente las aumentaba, no estaba dispuesto a permitir que le hiciera daño estando el presente.

—¿¡Quién crees que eres para tomarme de esas maneras!? —preguntó el hombre inyectado de rabia.

—No vuelva a poner una mano sobre su hija —se apartó de ella y comenzó a caminar alrededor del hombre— Creo que aún no comprende el nivel de gravedad de sus acciones, pero déjeme explicarle.

George lo tomó por su camiseta, lo pegó contra el automóvil y le dio el primer golpe en su rostro. Fue un simple puñetazo, pero eso bastó para que tomara su mejilla como una mujer de telenovela y esto le hizo soltar una carcajada al chico.

—¿Va a acompañarnos por las buenas? ¿O prefiere que sea a base de golpes? Le estoy dando alternativas por ser mi querido suegro —le dio pequeñas bofetadas en el rostro y él bajó la mirada— Tomaré eso como respuesta de que será por las buenas.

Miró los alrededores como si estuviera buscando algo en particular, luego dirigió la mirada a la chica de ojos diferentes y le señaló la entrada con la barbilla.

—Patty, trae la soga que dejé en la entrada —le indica a lo que ella asiente y camina.

—¿¡Qué me harás!? Eres un demonio, un demonio blanco —dijo lleno de odio.

Una sonrisa mostrando todos sus dientes se asomó en el rostro del peliblanco, aquellas palabras y el rencor que denotaban le recordaba a su madre. Al desprecio que salía de su boca cada vez que George estaba cerca, siempre que lo recordaba se regocijaba y deseaba carcajearse.

Patty se aproximó con la soga entre sus manos temblorosas mientras no dejaba de ver al hombre de mediana edad, este se mantenía apoyado en el auto viendo los alrededores, como si alguno de esos lugares fuera perfecto para huir.

Fue demasiado tarde, en cuestión de segundos el peliblanco se paró frente a sus ojos y lo comenzó a amarrar de sus manos. No opuso resistencia, incluso aunque le sobraran las ganas, sabía que si no lograba huir le iría peor tras intentarlo.

Lo arrastró hasta una camioneta que la castaña no logró reconocer, del maletero sacó un tanque de gasolina, un pequeño maletín de mano y unos guantes de cuero, los cuales se colocó enseguida.

Caminaron por un sendero de tierra húmeda, fueron varios minutos en pleno silencio y poco tiempo después se perdió de vista la cabaña. En algún momento la chica se preguntó que tan lejos llegarían, pero la respuesta fue respondida como si hubieran leído su mente cuando se detuvieron, salieron del camino de tierra y se aventuraron en el bosque espeso.

Patty ya no lograba reconocer donde estaba la salida, todos los árboles eran iguales o quizá ella no les prestaba demasiada atención. Pasó por su mente la tensión de que el chico quisiera deshacerse de ella también, pero luego una ráfaga de tranquilidad pasó por su mente al recordar los buenos momentos juntos.

De repente George se detuvo, el hombre de mediana edad chocó contra su espalda y el peliblanco hizo una mueca de disgusto.

—Cuanto deseo cortarte en pedazos, eres una verdadera molestia desde la primera vez que te vi —las palabras brotaron de su boca llenas de recelo y se quedó callado.

Se tomó varios minutos para reflexionar respecto a sus actitudes, respecto a todo lo que estaba sucediendo y todo lo que vendría de ahora en más. Estaba seguro de que aunque este hombre fuera un verdadero canalla lo buscarían, estaba seguro de que la policía llegaría a las conclusiones de que un asesino asechaba la familia, pero mientras no existieran pruebas que pudieran incriminarlo no debía temer absolutamente nada.

George dejó las voces de su cabeza crecer, dejó que aquella vocecita confusa que mantenía en un armario saliera y con un dolor de cabeza intenso que lo obligo a tomarla con dos manos cerró los ojos.

—¿Te encuentras bien Geo? —preguntó la chica de ojos diferentes, pero no obtuvo respuesta alguna.

Pronto su mirada se volvió diferente a todo lo que había visto de George, la chica de ojos diferentes, su mirada derramaba la inocencia de un pequeño niño y miraba los alrededores como si aquello le trajera viejos recuerdos.

Un susurro le murmuró al oído, le dijo que era hora de jugar, que debía de hacerlo con ese hombre frente a sus ojos.

—Vamos a jugar ¿Le gustaría jugar con George? —preguntó casi dando brincos de alegría.

El hombre frente a sus ojos lo miraba incrédulo, como si aquello se tratara de una mala broma y sin entender por qué hablaba de él de esa forma.

—¿Jugar? —repitió con la boca seca como un desierto.

—Mark dice que debemos jugar —soltó el maletín en el suelo y se inclinó para abrirlo.

La castaña se quedó pensando en el nombre antes pronunciado, trató de buscar en su lista de recuerdos si alguna vez el peliblanco había nombrado a alguien llamado de ese modo y no tuvo éxito. Quedó pálida al darse cuenta de que dentro tenía una ruleta y un par de cuchillos de diferente tamaño, ella creía haberse deshecho de todo lo que George utilizaba para hacer arte.

—¡No! —exclamó el peliblanco mirando fijamente la cuchilla— ¡Esta es la cuchilla que papá usa para hacerle el filete favorito de mamá! Si se entera de que está aquí se va a molestar.

Nada de lo que salía de su boca tenía coherencia, era como si George solamente fuera un niño y su madre nunca hubiera perdido la vida. ¿Acaso no recordaba lo sucedido? Aquello despertó la curiosidad de la joven y comenzó a prestar más atención a sus palabras.

Él tomó una ruleta que se encontraba dentro del maletín, se acercó con una sonrisa amable a la chica y la puso sobre sus manos.

—Debes sostenerla para que podamos jugar —volteó a mirar al hombre que se quedó con su boca medio abierta— Las reglas de Mark fueron muy claras, él pone castigos cuando no nos comportamos como deberíamos, giraré ahora la ruleta y si tienes suerte tu castigo será el menor posible.

La ruleta no contenía castigos normales, contenía cosas que a Patty le causaron escalofríos y se quedó pasmada ante ella. Mutilaciones de partes del cuerpo, ese era el menor castigo, de allí en adelante eran muertes que ninguna sonaba agradable.

La menos fuerte que ella encontró a simple vista mientras el chico le explicaba al hombre era rebanarle la cabeza, el simple hecho de imaginarlo le revolvió el estómago e hizo que una lágrima corriera por su pálida mejilla.

George se aproximó y ella con rapidez la limpió, como si aquello fuera un verdadero delito, como si no debería importarle lo que sucediera con su propio padre. El peliblanco fijó sus ojos grises en los suyos, una sonrisa de labios cerrados se fijó sobre su rostro y colocó su mano encima del borde para girarla.

—No debes de tener miedo, chica de ojos bonitos, si te comportas ningún castigo recaerá sobre ti ¿Lo sabes verdad? —pronunció en un tono de voz tierno y la chica se limitó a asentir.

Giró la ruleta y esta que pendía de una soga fina se tambaleó para luego girar como un trompo. El peliblanco miraba con atención esperando a que se detuviera, la chica solo pudo cerrar sus ojos rezando para que fuese lo que fuese su padre recibiera el perdón.

Cuando sintió que la soga dejó de girar sobre sus manos, abrió los ojos, el peliblanco estalló en una carcajada y levantó la vista a la chica que no se atrevía a mirar.

—Para cada pecador llega su hora, no debiste gastar tus plegarias en vano —murmuró de manera que la chica de ojos diferentes fuera la única en escucharlo.

Aquel dolor de cabeza volvió a apoderarse de él, esta vez de manera intensa, aquella mirada que desbordaba ternura desapareció y la frialdad pudo verse reflejada de manera instantánea.

Un tarareo grueso brotó de sus labios sonrientes, le acarició la mejilla húmeda a la castaña y lamió su dedo antes de darse la vuelta para ver al pálido hombre. La resignación se encontraba aflorando en su rostro, la melodía que los labios de George expulsaban le causaron escalofríos y cerró sus ojos, mientras las lágrimas rodaban su cuerpo que chocó contra un árbol, se desplomó.

—¡Oh! Shh.. Shh, mi querido Christopher, no llores —se aproximó a pasos agigantados y se inclinó a su altura— Tu castigo es ser desmembrado, vivo, será doloroso, pero antes con Patty te daremos un obsequio ¿Verdad pequeña?

—¿D-De q-q-que hablas? —musitó con sus labios temblantes, pálida y temerosa.

—Quiero darte los honores de que seas tú quien le cuente la verdad, se merece saberlo como regalo de despedida ¿No crees?

La chica dejó escapar un gemido doloroso, no quería tener que decirle algo como eso minutos antes de su muerte, no quería confesar que había sido capas de llegar tan lejos. Miró al peliblanco con la súplica reflejada en sus ojos, lo miró esperanzada de que se arrepintiera de tal atroz acto y una lágrima le resbaló por la mejilla.

—¿De qué verdad hablas? —preguntó el hombre lleno de curiosidad, borrando por completo el miedo que antes corroía su cuerpo.

—Patty, esto es algo necesario, debes decir la verdad —la presionó y la joven bajó la mirada con resignación.

—Yo fui quien asesinó a Rene —brotó por su boca.

No fueron palabras llenas de arrepentimiento, no fue tampoco con pena, sino con puro resentimiento y casi se podía palpar en sus palabras el veneno del cual venían acompañadas.

—¿¡La estás obligando a decir eso!? ¿¡No te da vergüenza caer tan bajo!? —se movió furioso con sus manos amarradas, como si fuera capas de soltarse con esos movimientos inútiles.

—¡No! —exclamó con la mandíbula tan tensa que sus dientes crujieron— La maté porque su simple existencia era una tortura diaria padre, porque ella me hacía de mi vida un infierno y porque se besó con George. No espero que lo entiendas, sé que luego de esta confesión vas a odiarme, aunque no tendrías que tener moral para juzgarme.

—Era tu hermana —musitó en un hilo de voz.

—¿¡Mi hermana!? Ella me vio feliz al lado de George, vio que fue lo más real que sentí al lado de una persona en mi vida y trató de arrebatármelo, quiso acabar con mi felicidad. ¿¡Acaso eso es una hermana!? Los hermanos no se definen por la misma sangre corriendo por las venas, se definen por acciones y la traición es algo que no puedo permitir.

—Es solamente un chico Patty, en unos meses te olvidarías de él y continuarías con tu vida, pero llevarás la carga en tu mente de que le arrebataste la vida a una parte importante de tu vida.

—¿Importante? —se carcajeó llena de furia— ¡No puedo creer que la sigas defendiendo después de todo!

La respiración de Patty se aceleró, una oleada de rabia pareció crecer desde su estómago y un gruñido se atoró en su garganta. Tomó un impulso tan rápido que a George apenas le dio tiempo de verlo y con la cuchilla en el baúl se aproximó a un paso veloz.

Deseaba clavarla en su cuello, lo deseaba tanto que se lograba visualizar ante la escena y le causaba una sensación gratificante. Sin embargo, cuando estaba a punto de clavarla en su cuello, una mano fuerte y firme la detuvo, miró al peliblanco inexpresiva, pero con la rabia a flor de piel.

No entendía ¿Por qué no le permitía hacer arte con su propio padre? Él mismo se lo había dicho, ese hombre se lo merecía. No comprendía ¿No merecían acaso justifica esos ancianos que había visto en pésimas condiciones?

—Suéltame George, se merece todo esto y más —gruñó e hizo el esfuerzo de continuar lo que estaba a punto de hacer.

—No voy a soltarte Patty —la sostuvo con incluso más intensidad— Esta no es tu causa, es solamente mía y no voy a dejar que sigas matando integrantes de tu familia. Este placer de quitarle la vida a este bastardo es mío, te tocará verlo desde la lejanía.

La arrebató de las manos la cuchilla, el hombre de mediana edad estaba pálido, parecía que su corazón se paralizaría en cualquier momento e incluso en esos momentos permanecía incrédulo ante la situación. Acababa de ver una nueva faceta de su amada princesa, su venda se había resbalado y ahora descansaba sobre el suelo mientras él contemplaba horrorizado el escenario, su amada hija se había enamorado de un criminal.

Con su lengua apenas húmeda mojó sus labios rasposos, secos y agrietados. Exhaló el aire de forma pausada y las lágrimas brotaron de sus ojos, ahora notaba que incluso como padre había fallado, que era el único culpable.

vPerdóname —murmuró en un tono que apenas el peliblanco alcanzaba a escuchar— No quiero morir, por favor perdóname.

—¿No crees que es algo tarde para arrepentirte? No gastes tus palabras lamentando, serás juzgado y pagarás por tus pecados —recitó George como si hubiera armado aquel discurso con anterioridad— Irás a un lugar donde no volverás a dañar a nadie, donde los vulnerables no serán alcanzados por tu maldad.

—Por favor —rogó sumiendo su nariz.

El peliblanco tomó la cuchilla, aquella con la que había arrebatado la vida de su madre y ahora que era mucho más grande, le daría un mejor uso. Levantó el rostro del hombre por el mentón que depositó un gesto de desapruebo y con la cuchilla de un golpe seco le arrancó una de sus orejas.

Los ojos del hombre se cristalizaron, la oreja cayó al suelo como cuando cae una manzana de una árbol, en un golpe seco y conciso. El quejido ahogado del hombre, las lágrimas rodando sin parar y el labio inferior que mordía, una escena que le causó un cosquilleo de placer.

Aproximó sus labios a su otra oreja con una sonrisa sobre los labios, le tarareo levemente una canción tétrica y volvió a fijar sus ojos en él.

—Estás palabras serán las últimas que escucharás, mi voz será la que te acompañe hasta tu último aliento —tras aquellas palabras soltó una carcajada que estremeció al bosque completo.

La boca del hombre se movía en un intento inútil de que sus palabras salieran, el dolor se expandía por su cabeza y no le dejaba pensar con claridad. La sangre se escurría por su cuello y tenía manchada gran parte de la camisa, la chica de ojos diferentes estaba petrificada ante la escena.

En un movimiento rápido, con un gesto de aburrimiento, George le arrancó la otra oreja, esta vez la tomó con sus manos y la sacudió ante su rostro pálido con burla.

-Mira qué monada —balbuceó y la lanzó sobre sus piernas— Es verdad, ahora no puedes escucharme.

Fijo la mirada en las manos del hombre que estaban presionadas y seguía en el inútil intento de desatar la soga, hizo el estúpido intento de ponerse de pie, pero volvió a caer al suelo. Su mundo daba vueltas y en su mente el hombre de mediana edad rezaba para que todo aquello terminara.

Se vio acorralado, su fin había llegado y no había nada que pudiera hacer para remediarlo, por lo que respiró profundo y cerro los ojos.

El peliblanco lamentó no haber traído una máquina de engrapar para obligarlo a mantener sus ojos abiertos mirándolo, hasta que sus parpados no lo soportaran y se rompieran. Quería ver el mayor sufrimiento posible reflejado en aquel asqueroso rostro, así lo sentía cada vez que recordaba la mirada melancólica de su pobre padre.

Sin embargo, aún sentía un poco de consideración por la castaña, después de todo seguía siendo su padre y esto le quedaría grabado para el resto de la vida. Tomo la cuchilla y le rebanó la garganta de un solo movimiento, la sangre comenzó a salir como una cascada.

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