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"Todos tenemos una insospechada reserva de fortaleza por dentro, que sale a la superficie cuando la vida nos pone a prueba" -Isabel Allende.
El rizado no esperaba volver a verla, no esperaba ver lágrimas corriendo por sus mejillas y no esperaba ser él quien la consolaría. No luego del día anterior, de haber sentido la frialdad de sus palabras, de haber experimentado el sentimiento de lejanía de ambos.
Él todos estos años se aferró al recuerdo, al de una chica con mirada dulce que siempre sonreía, al recuerdo de la niña que llegó a su casa un día y vestía de negro. Él sabía desde esa primera vez que su sonrisa era una máscara, que camuflaba detrás una enorme tristeza y todos esos años imaginó, se dejó llevar pensando en las posibilidades de que el peliblanco le hubiera hecho daño.
Pero luego ella fue a visitarlo, siempre iba a ese lugar horrible para saber de él, todo sin que el peliblanco lo supiera. Claro que tenían sus aventuras, sus locuras de adolescentes y nada más, ellos sabían que tanto se encontraba detrás de ello.
Eso no era lo verdaderamente importante, sino que poco a poco se dio cuenta de que el daño detrás de esos ojos tristes no era causado por la maldad del chico, sino por algo mayor que, con el paso del tiempo, un día se atrevió a hablar.
Cuando la situación ya no daba para mucho más, por supuesto que el ojiverdes la deseaba de otra manera, las hormonas de la adolescencia no lo dejaban pensar cuando la tenía cerca y entonces fue cuando ella se atrevió a decirle la verdad. Ella no era como George, ella era especial también, pero él creía en que ella podría cambiar.
Tal vez porque así es el amor, quizá porque sus sentimientos le hacían creer que podría ser posible el cambio y es que en el fondo él sabía que ella también hacía arte como George, aunque ella era una artista diferente. Nunca se atrevió a preguntar mucho al respecto, solo sabía que ella no lo dejaba comer lo mismo que ella comía y que en ocasiones pronunciaba palabras en alemán que significaba algo claro "Carne humana".
En ocasiones hablaron al respecto, nunca claramente, porque ninguno de los dos se atrevía a decir las cosas tal cual eran, él le decía que debía de dejarlo y ella guardaba silencio como si no supiera de qué hablaba.
—No entiendo que es lo que te sucedió, no puedo entender por qué estás tan triste —levanta su rostro por las mejillas.
Desde que había llegado no se había dado cuenta, no había notado la marca en su cuello y se quedó pasmado. No sabía si debía preguntar, la última vez que George había salido en el tema lo había amenazado y tocar el tema sería jugar con la llama.
Ella se limpió las mejillas con una sonrisa melancólica, puso sus manos húmedas sobre su rostro y lo acarició con ternura.
—Necesito que me hagas sentir bien —suplicó llevando sus labios hacia los suyos.
—No te entiendo, no puedo entender por qué un día me odias y al otro me amas —susurra en un tono amargo.
—Nunca podré odiarte, solo trato de salvarte, salvarte de la oscuridad que está demasiado cerca —susurra sobre sus labios y una lágrima vuelve a rodar por su mejilla— No te estás dando cuenta Ai, la sombra te está comiendo poco a poco y tú no logras verla. Él lo sabe todo, cada uno de tus movimientos los predice, como si esto fuera un juego de ajedrez y él ya lo tuviera ganado, no hay nada que puedas hacer.
Había llegado a su casa con lágrimas en las mejillas, vestida con una larga camiseta, con los pies descalzos y el cabello mojado pegado a sus mejillas. Ni siquiera lo había pensado del todo bien, solamente se había dejado llevar por el movimiento de sus pies.
Ahora se encontraban sobre su cama, sentados mientras él trataba de consolarla y de arreglar algo que él no había roto. Sus labios rozaron el cuello marcado de la peliblanca, sus ojos grises se cerraron por inercia y dejó que la recorriera con ternura.
Solamente lograba sentirse de esa manera estando cerca de Aiden, solamente su tacto le causaba sensaciones tranquilas y buenas. Unieron sus labios en un beso intenso, en uno que hizo su cuerpo reaccionar y dejarse llevar por el deseo.
Recorrió su cuerpo con ternura como cada vez que la tenía sobre su cama lo hacía, sus respiraciones se mezclaron y él volvió a sentir como si la conexión de ambos se intensificaba.
...
Recostada sobre su pecho, volvió a pensar en las palabras que salieron de la boca del peliblanco la noche anterior, solamente quedaba una cosa que podía hacer si aún quería que su vida no fuera una miseria. Ella tenía en claro que nadie la trataba como Aiden lo hacía, si quería vivir una vida plena junto a él debía de tomar una decisión.
Había dos cosas claras en su mente, George no iba a permitir que nadie interfiriera en sus planes y Aiden no iba a rendirse hasta hacer justicia por la muerte de su hermano. Ocurrieron cosas que el chico de cabello rizado no se enteró, como que fueron George y Charlotte quienes acabaron con la vida de su madre, lo único que sabe es que desapareció para nunca volver.
En su mente siempre estuvo el pensamiento de que su hermano era el favorito, el bien portado y adorable Jayden. Claro que aquello nunca le hizo sentir celos o rencor hacia su difunto hermano, sino hacia su madre, que lo abandonó y le hizo vivir los años más miserables de su vida.
Al principio cuando esas personas se lo llevaron sin darle explicación pensó que se trataba de su madre, que ella lo había enviado a ese lugar, en cambio, luego ese hombre que apareció de la nada en su vida le dijo la verdad. Le confesó que fue su padre junto a su nueva esposa y su pequeña hermana, que fue su familia perfecta, que no pudo aceptar una calamidad, un ser defectuoso como él.
Por supuesto que un hijo ilegítimo no podía formar parte de la familia, no podía mezclarse con la perfecta niña que iba a crecer y ser una influencia negativa. Después de todo nadie sabía aún respuestas sobre lo sucedido con su hermano, no sabían que había ocasionado ese repentino incendio y la desaparición repentina de la mujer solamente dejó más dudas flotando en el aire.
Había sido George quien había arruinado por completo la vida del muchacho, Charlotte se lo debía, le debía la lealtad a Aiden. Lo tuvo claro en el momento que George la tomó por el cuello y estuvo a punto de acabar con ella, no era el mismo niño que trataba de defenderla, tan solo la manipulaba para poder tenerla a su disposición.
¿Quién iba a enterrar sus muertos si no era ella? Nadie lo haría, con sus ausencias de recuerdos podrían descubrirlo y el haz bajo su manga siempre había sido ella.
—Voy a ayudarte —salió de sus labios y fijo sus ojos grises en el verde de los suyos.
—¿Ayudarme? —preguntó él como si no entendiera a lo que se refería.
Por supuesto que comprendía de lo que hablaba, solamente quería asegurarse de que fuera eso, de que realmente lo estuviera diciendo segura, porque una vez que aceptara ayudarlo no habría vuelta atrás y cuando George estuviera a punto de caer no tendría piedad.
—Vamos a quitarle la máscara a George, lo verás caer como tantas veces has soñado —tras esa palabra con una media sonrisa besó sus labios.
Sintió un dolor profundo atravesar su pecho, porque no había seguridad de que estuviera tomando la decisión correcta, solamente se estaba dejando llevar, por lo que su corazón le gritaba.
...
La chica de ojos distintos se dejó caer al piso, llevaba un día sin haber probado bocado alguno y la desesperación comenzaba a apoderarse de ella. Comprobó que George hablaba con completa sinceridad, no había traído nada para que pudiera comer y las galletas mojadas por el café seguían ahí.
Se sentó frente a la bandeja y miró con cierto asco aquello; sin embargo, empezó a comer. Lo hizo lo más rápido que pudo, tanto que a pesar de estar mojadas y blandas, las galletas se atoraron en su garganta.
Le costó recuperarse luego de toser un poco; sin embargo, su estómago se revolvió, no fue mucho el rato que pudo contener sus deseos por sacar todo aquello que había comido.
Al cabo de un par de horas el peliblanco volvió a entrar, la miró pálida y el desastre a su alrededor. Una sonrisa se apoderó de su rostro, llegó a su mente el pensamiento de que al fin ella comenzaba a comprender que, debe de obedecerle.
—George, quiero comer —dijo con las lágrimas al ras— Prometo que no volveré a desobedecerte, por favor sácame de este lugar.
El peliblanco se quedó meditando por un momento la situación, quería comprobar cuan real eran sus palabras, ya una vez le había dado una oportunidad y no le había fallado en eso. Quizá esta vez la lección le había quedado en claro, tal vez podría confiar en que ella sería la indicada para ser su compañera de arte.
Le tendió la mano, la ayudó a ponerse de pie y ella estuvo agradecida de que el peliblanco entrara en razón. Una sola noche en aquella habitación le había bastado para saber que a partir de ahora le tocaría obedecer, lo primero que hizo al salir de ese horrible sitio fue meterse al baño.
El peliblanco decidió demostrarle que todo podría ser bueno siempre y cuando ella cambiara su actitud, le preparó un delicioso desayuno americano digno de una reina. Como lo había decidido el día anterior en la tarde de aquel día, luego de Charlotte haberse ido sin decir ni una sola palabra, puso la casa en condiciones para ser habitada.
Su decisión estaba tomada, su padre volvería a casa, al lugar del que nunca debería haber salido, y sería Patty quien lo ayudaría a hacerse cargo de que todo se mantuviera en orden.
Luego de la chica salir de la ducha, George pudo notar que aún se veía demasiado pálida y tal vez no había dormido en toda la noche, le apartó la silla para que se sentara a lo que ella lo hizo con una sonrisa.
Se sentó a su lado y se deleitó observando como comía, mientras lo hacía la puerta de entrada empezó a sonar. Fueron insistentes los golpes, tanto que no cesaron hasta que el peliblanco llegó hasta ella y al abrirla se topó con un oficial de policía.
—¿Señor George Allen? —preguntó revisando su libreta.
—Con el habla ¿En qué puedo ayudarlo oficial? —pregunta el peliblanco ocultando sus manos detrás de su espalda.
—Tendrá que acompañarme a la delegación, es sospechoso del asesinato de la señorita Rene Davis —dijo en tono serio el hombre.
George volteó medio rostro para mirar a la chica de ojos distintos, estaba parada al final del pasillo y tuvo que apoyarse en la pared. Se descompensó al escuchar las palabras que decía el hombre, con la puerta semi abierta como estaba el peliblanco se aproximó y la tomó por los brazos.
—No puedes desmayarte ahora, demuéstrame que soy el hombre que amas —le susurra al oído—Esto es parte de una trampa, debes sacar de esta casa cualquier cosa que pueda relacionarse con algún crimen y llevarlo a la dirección que está guardada en la agenda de cuero negra, la agenda que está en el tronco del árbol.
Ella asintió, al darse la vuelta hacia el oficial estaba apoyado sobre la puerta y lo miró de pies a cabeza. Este sería el tipo de oficial corrupto, se le notaba en el porte, pero ahora lo importante para George era escaparse de ese problema.
—Patty, ahora iré con el oficial —se limitó a informarle.
—Disculpe, ¿Usted es la hermana de la difunta? —preguntó al escuchar su nombre con curiosidad.
—Así es —apenas logra responder ella frotando su frente.
—Tiene que ir a declarar —le informa.
—¿Debe ser ahora? —pregunta ella y suelta un suspiro— No me encuentro del todo bien como logra ver, toda esta situación está siendo dura para todos.
—Lo lamento señorita, no es necesario que vaya ahora mismo, pero cuanto antes lo haga será mejor para él —señala al peliblanco con el mentón— Tendrán que dejar sus declaraciones de que estaban haciendo en el momento que ocurrió todo y además está acusado por la muerte.
—No entiendo quien podría acusarlo de algo como eso, es decir, ni siquiera conocía a mi hermana —se quejó la chica de ojos diferentes con fastidio— Fuimos ese día a conocer a mi familia, no tiene sentido, sabe.
—Eso podrá afirmarlo cuando vaya a declarar —le cedió paso al peliblanco— Debemos irnos ahora, no me hagan perder más tiempo, por favor.
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