1. La leyenda.
CAPÍTULO 1
LA LEYENDA
A lo largo de la vida se han creado millones de leyendas y cada una de ellas tiene su esencia en un rincón de nuestro planeta. Estas aguardan una serie de relato y anécdotas contadas por los padres de la civilización, cuyas historias contienen algunas características un poco distorsionadas, y magnificadas, estableciendo una línea borrosa entre lo que es real y lo que es fantástico.
Como la mayor parte del mundo, la ciudad de Sharville también escondía una grandiosa leyenda sobre su origen. El primer alcalde del pueblo ayudó a los más necesitados, dándole un hogar en ese lugar, creando de esa forma una pequeña aldea llamada Sharville. Se dice que ese hombre era una persona con mucha fortaleza poderosa, como si fuera inhumano. Lo consideraban como un Dios.
Los habitantes de Sharville siempre hablaban de él, pues era un señor que nunca abandonaba su mansión, la cual estaba sobre una pequeña colina. Solo salía un día en específico en el año y era por la celebración del aniversario de la aldea, aunque también abandonaba su fuerte cuando había algún peligro en la zona.
Una vez salió antes de tiempo, algo que extrañó a los aldeanos e incluso los alarmó. Solón, que era como se llamaba, comunicó que se encontraba enfermo y que tenía que marchar para encontrar una cura en algún lugar remoto. El pueblo se alteró ante la noticia, pero el alcalde les prometió protegerlos desde donde estuviera y que pronto volvería.
A pesar de su ida, el pueblo siguió creciendo y floreciendo, sin dejar atrás la felicidad de los aldeanos, hasta que un día una nube gris se colocó delante del sol, apagando su brillo. Los habitantes de Sharville nunca conocieron la lluvia, ni los truenos, y, desde ese momento, la villa fue contagiada por un virus terrorífico. La lluvia nunca paraba y los aldeanos lloraban. Sharville se convirtió en una aldea triste y todo eso se debió a la muerte de su alcalde, quien nunca volvió.
Sharville era un lugar oculto sobre unas colinas rodeadas por un bosque de robles blancos. Era un lugar bastante antiguo y pocas personas conocía su existencia, solo aquellas que la descubrieron por accidente, las cuales se vieron atraídas por su esencia, hasta el punto de querer vivir en sus laberintos. No obstante, todo aquel que cruzase la frontera era bienvenido, pero si deseaba abandonar su nuevo hábitat, ya no podría volver nunca más. Solo había una oportunidad para vivir en Sharville.
El bosque de robles blanco también escondía un tenebrosos internado. Este estaba oculto cruzando un gran arroyo con un puente destrozado. De esa forma nadie sabía tampoco de su existencia, ni siquiera el propio pueblo, siendo un lugar ideal para que nadie descubriera las intenciones malignas de Vangh, el creador de Quercus alba, un internado construido sobre unas minas que contienen ricos tesoros.
En el internado habitaban una gran cantidad de niños que trabajan para Vangh, el superior. Algunos de ellos pensaban que sus padres les enviaron ahí por su mal comportamiento, pero otros creían que no tenían familia y que por eso residían en ese lugar. Sin embargo, la verdad era mucho más tenebrosa.
Entre esos niños se encontraba Caitlyn Falls, una chica rebelde que se alzaba ante cualquier injusticia y que no perdía ni un minuto en defender a los suyos. A Caitlyn le encantaba desobedecer y adentrarse a la aventura, sea cual sea. Era una chica con unos ideales bastantes marcados y una fuerza interior que nadie podía destruir, aunque sí debilitar, porque, como todo el mundo, era una persona con sentimientos en un mundo que no la aceptaban por ser tal como es.
Caitlyn se encontraba en su cama durmiendo plácidamente. El sueño que navegaba por su mente le permitía respirar la libertad de estar afuera de ese internado y poder tener una vida normal como cualquier otro niño, pero la realidad siempre llamaba a la puerta.
Un fuerte ruido hizo que sus ojos se abrieran de par en par. Refunfuñó y se giró en la cama, mirando esta vez a la pared e intentando conciliar el sueño de nuevo. Se acomodó en el colchón, buscando con sus pies una zona calentita en el rincón de las sábanas, para así espantar el proceso de congelación que estaba sufriendo sus dedos, y colocó su mano izquierda debajo de la almohada. Su única intención era seguir durmiendo.
Sin embargo, otro golpe recibió la puerta seguido de muchos más. Echó fuertemente aire por su nariz y, con la mano que tenía libre, dobló la almohada, colocándola alrededor de su cabeza, para así taparse los oídos e ignorar el ruido. Aún tenía los ojos cerrados, y no tenía intenciones de abrirlos. Quería seguir soñando con... eso que se llama libertad y que, por desgracia, no conocía.
De pronto, sintió algo tocando su brazo y se sobresaltó del susto, quedando sentada en la cama con las manos posadas en el colchón, una a cada lado de ella.
—Mica, te mato —susurró entre dientes.
—Como no te levantes ya, te van a matar a ti, imbécil —me informó con tono enfadado y preocupado—. Tenemos que irnos.
—¿Y por qué? —cuestionó, rodando los ojos.
—¿Es en serio, Cait? —inquirió Mica con el semblante confuso y amenazador—. Tenemos que bajar a las minas.
—Mi sueño es mucho más sagrado que esa estúpida piedra —refunfuñó y pasó su lengua por sus dientes.
Otro golpe se sintió en la puerta y esta vez parecía mucho más desesperado y agresivo.
—Como no nos alistemos ya, estamos...
—Muertas —Caitlyn terminó la frase por Mica y puso los ojos en blanco—. Lo sé.
Caitlyn quitó las mantas que tapaban su frío cuerpo y se levantó antes de que Mica volviera a abrir la boca para rechistar. Con aspecto de zombie, caminó por la habitación hasta abrir su armario y mirar la ropa que se iba a poner.
«Imbécil, no tienes ropa», se recordó a ella misma y resopló fuertemente.
Tomó el único conjunto de vestimenta que tenía en el armario. Bueno, no, mentira. En realidad, tenía dos conjuntos. Uno era el uniforme del internado, el cual ahora no era necesario, por lo que vamos a ignorarlo por el momento y centrarnos en la otra vestimenta. Caitlyn miró con cara de asco a la ropa de la mina. Consistía en un mono gris de trabajo y unas botas resistentes para proteger los tobillos de posibles accidentes.
Poco convencida y adormilada, empezó a quitarse la ropa ahí, en la habitación, y sí, delante de Mica. Podría ir perfectamente a los vestuarios, pero había dos grandes inconvenientes: en primer lugar, hacía muchísimo frío como para deambular por los pasillos a estas horas y, en segundo lugar, los guardias no tenían la paciencia suficiente como para esperar tanto.
De todos modos, Mica y Caitlyn eran como dos gotas de agua. Desde que Caitlyn entró en el internado había sido amiga de Mica y más cuando siempre habían tenido que convivir juntas en la misma habitación. Podría decir que eran hermanas de diferente madre y sangre. En esta misma estancia habían vivido de todo juntas: rupturas amorosas, resacas desastrosas, depresiones por eso llamado estudio, frustración por trabajar tanto en las minas, peleas tontas por la majestuosa rebeldía de Caitlyn...
Sí, a Caitlyn le encantaba revelarse contra los guardias. No le gustaba que le dieran órdenes. Según Caitlyn, ella no era esclava de nadie. No obstante, si no obedeces, los queridos y preciosos guardias se encargarán de que tiembles y corrijas tu comportamiento, cosa que a Caitlyn la mayoría de las veces no le importaba nada. Mas Mica se preocupaba por su mejor amiga y prefería no ver cómo esos hombres se encargaban de seguir creando moretones y heridas en el cuerpo de Caitlyn.
Una vez que Caitlyn estaba vestida con la horrorosa vestimenta de trabajo, se giró un poco para mirarse en el espejo que había en la puerta abierta del armario. Aún observándose, alargó el brazo para tomar el peine de una de las estanterías del interior del mueble y comenzó a cepillarme. Las facciones de su cara se arrugaron un poco al sentir los pequeños enredos de su cabello castaño, el cual no era rizado pero tenía ligeras ondulaciones que se lo embellecían. Se retocó también un poco el flequillo, el cual era estilo cortina, que lograba resaltar la zona de sus pómulos y se encontraba ligeramente abierto en el centro, teniendo una forma de "V" invertida.
Se miró fijamente a los ojos, a esas mismas pupilas azulinas que trasmitían cansancio mental, entre otros problemas mucho más fuertes que era mejor omitir ahora.
—Rápido, Cait —le ordenó Mica, yendo de un lado para el otro, buscando su peine.
Caitlyn volvió a rodar los ojos, típico de ella durante todo el día, y le extendió su cepillo a Mica tras terminar de peinar su cabello. Mica se acercó a ella y esbozó una pequeña sonrisa.
—Tranquila, ¿vale? —intentó animarla al ver la tristeza de sus ojos y agarró el cepillo—. Ya mismo estaremos fuera de las minas y tendremos la tarde libre para nosotras.
Mica era una chica de tez morena, con unos preciosos ojos casi negros, una nariz bastante perfilada, unos labios gruesos y firmes, y unas cejas gruesas pero curvadas e increíbles. Su cabello castaño era mi parte favorita de su rostro, pues tenía unas grandes y bien marcadas ondulaciones, —no como las de Caitlyn—, y mucho volumen de pelo.
—¿A estudiar le llamas tener la tarde libre? —cuestionó Caitlyn con una ceja enarcada.
―Bueno... Tú solo contrólate y no la líes. Así saldremos antes de esa tortura.
―Lo intentaré ―Caitlyn esbozó una pequeña sonrisa pillina y Mica le dio un ligero empujón en el hombro para luego comenzar a peinarse.
Caitlyn volvió a meter su brazo en el interior del armario para abrir la bolsa de aseo que había en la estantería y agarrar una goma del pelo. De nuevo se miró fijamente en el espejo y procedió a recogerse el cabello a modo de trenza. Las minas apestaban y no aseguraría salir de ahí limpia, ni mucho menos su pelo, por lo que es preferible recogérselo para no llorar luego.
Otro golpe se escuchó en la puerta y esta vez vino acompañado de un guardia, quien la abrió y se asomó para comprobar si estábamos listas, además de ordenar a las chicas que salgan cuanto antes.
Y eso..., señores y señoras, se llama privacidad. Sí, más de una vez las dos chicas se han sobresaltado al ver cómo un guardia entra en su habitación y la han pillado cambiándose. Por suerte, esta vez no ocurrió eso.
—Un minuto —decretó el guardia con tono firme.
No hizo falta que dijera más, pues con tan solo esas dos palabras Mica tragó saliva. En el internado eran muy estrictos con el tiempo y si alguien rompía las normas, un buen castigo se le impondría.
Mica le comunicó al guardia que enseguida estarían allí y seguidamente tomó del brazo a Caitlyn para sacarla de la habitación. Caitlyn refunfuñó porque no le había dado tiempo a lavarse los dientes o incluso a perfumar un poco su cuerpo para que no oliera a basura. No obstante, iba directa a las minas y cuando saliera de ahí le haría falta una buena ducha.
Empezaron a correr por los pasillos hasta llegar a una sala enorme, donde decenas de niños se encontraban esperando la señal. Nada más pisar el suelo de la estancia y cruzar la línea que había dibujada, el cronometro del reloj marcó cero.
—Son las cinco, señoritas —ladró uno de los guardias con un cronometro en su mano.
—Exacto, las cinco —Caitlyn le contestó y esbozó una sonrisa falsa—. Y que yo sepa todo mi cuerpo está aquí. A no ser que me haya dejado la cabeza —vaciló, agrandando su sonrisa—. Espera si quiere voy a recogerla —hizo el amago de girarse para salir de la sala, pero el superior le agarró fuertemente de la muñeca.
—¿Hoy también te levantaste graciosita, señorita Falls? —gruñó Vangh, apretando la intensidad del agarre y doblándole la muñeca a Caitlyn.
La sonrisa se borró de la cara de Caitlyn, pero sus ojos no mostraron ninguna señal de arrepentimiento ni de dolor. Es más, seguía desafiándolo con la mirada. Ni siquiera impidió que siguiera haciéndome daño, pues no se iba a mostrar vulnerable ante él.
Sin embargo, su muñeca crujió, haciendo que de su boca saliera un pequeño gemido. Intentó mantener su compostura y no delatarse con las facciones de su cara. Quería mostrarse segura y valiente ante ese cretino.
—Por favor, señor, pare —le rogó Mica al lado de Caitlyn mientras que la sostenía de la otra mano—. La próxima vez intentaremos llegar antes.
El superior giró la cabeza para mirar a Mica, aunque aún ejercía fuerza en la muñeca de Caitlyn. Este esbozó una sonrisa macabra y volvió a mirar a la chica de las trenzas.
—Mañana os quiero a las cuatro de la madrugada aquí —ordenó, haciendo enfurecer a Caitlyn—. Tendréis trabajo extra.
—Pero... —intentó replicar Mica y él la interrumpió.
—La próxima vez controla la boca de tu querida amiga, señorita Stone—manifestó y soltó a Caitlyn por fin.
Vangh se dio la vuelta y ordenó a los niños que empezaran a entrar uno por uno a la mina. Siempre era así ya que, en la entrada de la mina, se dedicaban a registrar los bolsillos de los atuendos para comprobar que no llegaban nada peligroso consigo.
—Gracias, ¿eh? —se quejó Mica.
Caitlyn tenía su mano acariciando su muñeca para aliviar el dolor. Al escuchar a Mica hablar, la miró e hizo una sonrisa forzada —porque estaba dolorida— pero a la vez burlona.
—De nada, mi niña —vaciló.
—Cait siempre tan desafiante como siempre —se burló Jabes y soltó una carcajada que hizo eco en los oídos de la chica—. A ver si algún día te castigan de verdad y te bajan todos esos humitos, ¿no?
—Oh, mira, Jabes tan gilipollas y hetero básico como siempre —Caitlyn le siguió el juego mientras que seguía acariciándose la muñeca pero a la vez lo miraba con vacile y enfado—. Qué sorpresa.
—La lesbiana habló, chicos —dijo en tono de burla y miró a sus amigos para comenzar a reírse.
—¿Algún problema? —Caitlyn alzó la ceja y dejó la muñeca herida a un lado, pues justo en ese momento dejó de importarle el dolor—. ¿Acaso tu cerebro es tan pequeño que utilizas la orientación sexual como insulto? —cuestionó mientras que se acercaba a él—. Cada día me sorprendes más, Jaby.
—A ti lo que te hace falta es un buen...
—¿Cómo? —le interrumpió antes de que dijera esa absurdez tan básica e inadecuada y actuó como si estuviera sorprendida—. ¿Me estás diciendo que ya lo has probado, Raeken? —sonreí.
Tras el comentario de Caitlyn, se escuchó las risas de los amigos de Jabes Raeken detrás de él. No obstante, él giró su cabeza para mandarlos a callar con la mirada y volvió a observar a Caitlyn, pero esta vez con más odio.
—Además, tu novia no decía lo mismo cuando le... —esta vez fue él quien la interrumpió.
—Cállate, Falls —espetó con rabia.
—¿Qué pasó ahora, Jaby? —siguió vacilándole.
—No te vuelvas a acerca a Gaia —ordenó refiriéndose a su novia.
—¿Por qué? —cuestionó y alzó una ceja de nuevo—. ¿Acaso el gran Raeken tiene miedo de que la lesbiana del internado vuelva a enamorar a su chica?
Jabes se limitó a soltar una carcajada.
—¿En serio eres tan patética como para pensar que ella alguna vez estuvo enamorada de ti? —preguntó con una gran sonrisa en su cara mientras que la de Caitlyn se volvió seria—. Recuerda quien ganó en la batalla, Falls —le guiñó el ojo.
—Gaia no es un estúpido juguete, imbécil —gruñó y apretó los puños a cada lado de mis cadenas.
Caitlyn sintió una mano sujetarla del brazo y con tan solo notar los finos dedos que rodeaban su traje, pudo saber que era Mica, quien quería detener una posible pelea para no volver a estar castigada en los calabozos, o algo mucho peor. Sin embargo, Caitlyn pasó de su amiga y dio un paso hacia adelante, colocándose muy cerca de Jabes.
—Uy, la gata sacó sus garras —Jabes se burló con una sonrisa vacilona—. ¿Qué me vas a hacer? ¿Me tirarás de los pelos? ¿Una pelea de chicas, my lady?
—Además de homófobo eres un maldito machista de mierda —Caitlyn espetó con ira—. Bravo, cada día te superas más.
—Estoy esperando, Falls —se mofó y ella apretó aún más los puños mientras que su respiración se aceleraba a causa de la rabia—. Pelea como el buen marimacho que eres.
No hizo falta que dijera nada más para que Caitlyn se abalanzara sobre él. No obstante, apenas llegó a hacerle nada. Es más, ni siquiera logró moverme del sitio, ya que Mica tiró de su brazo con fuerzas hacia atrás para apartarla de Jabes.
Por otro lado, Gaia apareció en la escena para alejar a su novio de la pelea. Esta se encontraba anteriormente sentada en una de las bancas, a la espera de su turno y siendo espectadora de la discusión. Ella, como siempre, nunca decía nada al respecto. Gaia siempre se mantenía callada ante los comentarios de Jabes para no meterse en problemas. Sin embargo, tuvo que intervenir para que no saliera nadie herido y menos aún delante de los guardias.
—¡Déjame, Mica! ¡Ese desgraciado merece...! —Caitlyn estaba gritando hasta que Gaia la interrumpió.
—Caitlyn, ya —ordenó.
Caitlyn abrió la boca un poco, sorprendida por su actitud. Desde que Gaia salía con el desgraciado de Jabes Raeken y se había unido a su grupo, ella había cambiado completamente. No era la Gaia de la que Caitlyn se enamoró hace un año.
Caitlyn se limitó a morderse el labio con ira e impotencia.
—¿En serio, Gaia? —cuestionó y ella solo le dedicó una mirada. Jabes, en cambio, miró a Caitlyn triunfante.
Justo en ese momento, se presentó a mi lado un guardia. Este tenía el semblante bastante serio y nos miraba a Jabes y a mí con enfado, aunque sus ojos se clavaron más en Caitlyn.
—¡¿Se puede saber que está pasando aquí?! —gritó, poniendo orden en la sala—. ¡Caitlyn Falls! —se dirigió a ella—. ¡Cuántas veces te voy a pillar en una maldita pelea!
Mica, asustada, bajo su mano por el brazo de su amiga y entrecruzó sus dedos con los de ella, para así tranquilizarla y mostrarle apoyo.
—¿Acaso quieres ir a los calabozos de nuevo? —cuestionó.
—La verdad es que no me importaría —manifestó Caitlyn con una sonrisa en su cara y Mica le dio un pequeño golpe en el brazo con su mano libre.
—Lamento decirte que el día de hoy es muy importante que no falte ningún niño —decretó Vangh llegando al lado de las chicas—. Cada vez estamos más cerca de la piedra y no puedo tener ninguna baja.
—Qué pena —Caitlyn vaciló—. Pero los calabozos me llaman, señor.
—Caitlyn y su sarcasmo —dijo Vangh con tono enfadado y se acercó a ella—. Quizá necesite un buen castigo que le haga reflexionar.
—Mejor que las minas será ―Caitlyn sonrió.
Vangh rio. Enseñó una de sus manos, la cual tenía un pico para la mina, y se lo entregó bruscamente, dándole en el pecho.
—A trabajar —le ordenó—. Y solo te voy a advertir de una cosa Falls: como hoy hagas una de las tuyas en la mina, date por muerta.
Vangh la observó con rabia y ella le devolvió la misma mirada. Caitlyn agarró el pico que Vangh tenía aún sostenido en el aire y caminó hacia la entrada de la mina. No obstante, un pie se interpuso en su camino e hizo que tropezara, aunque tuvo reflejos y por suerte no me cayó.
Caitlyn, enfadada, buscó con las pupilas al culpable y se encontró a Jabes detrás de ella, riéndose. Inconscientemente y llevada por la ira, hizo amago de darle con el pico, pero justo en ese instante Vangh le sujetó del cuello y le hizo retroceder.
—¡Caitlyn! —gritó muy enfadado—. ¡No te lo voy a repetir otra vez, niñata! ¡A la mina!
Le agarró esta vez del cuello del traje de trabajo y, mientras que se escuchaba la risa de Jabes y sus amigos, la llevó bruscamente hasta la entrada de la mina, donde le dio un fuerte empujón para que se adentrara.
Caitlyn sujetó con tanta fuerza el palo del pico que podría jurar que lo iba a partir como siguiera. Apretó los dientes en el interior de su boca y cerró los ojos, con intención de intentar tranquilizarse. No obstante, Vangh se dio cuenta de que no trabajaba y le volvió a gritar.
Alguien agarró del brazo de Caitlyn y tiró de él para que siguiera sus pasos. Caitlyn intentó identificar a la persona y el gran cabello de Mica predominaba en su campo de visión. Ella la estuvo guiando por los túneles, hasta que llegaron a una de las galerías.
Mica se puso a trabajar sin decir ninguna palabra y Caitlyn fruncí el ceño ante su actitud tan rara. Por un segundo, ella giró su cabeza para mirar a su amiga y decirle:
—¿Vas a trabajar o qué?
—¿Qué te pasa? —Caitlyn preguntó sin aún moverse de su sitio.
—¿Qué te pasa? —repitió con el semblante mostrando incredulidad—. ¡Qué te pasa a ti! —gritó y Caitlyn frunció el ceño aún más—. ¿Cuándo más a dejar de comportarte como una inmadura y aprenderás a callarte la boca y a respetar a esos hombres?
—¿Comportarme como inmadura es rebelarme ante una dictadura que me explota día y noche? —cuestionó, mostrándose ofendida ante los hechos—. ¿Ser inmadura es defenderme ante personas que me hacen mierda días tras día, como Jabes?
—Primero, si no quieres acabar mal, es preferible no defenderte ante personas como Jabes y... —Mica intentó seguir hablando, pero Caitlyn la interrumpió.
—Claro, y dejo que me pisoteen, ¿no? —soltó una carcajada sarcástica—. ¿Sabes lo duro que es vivir en una sociedad en la que no aceptan tu orientación sexual? —cuestionó, dolorida—. Oh, está enferma. Oh, necesita un psicólogo —empezó a imitar a la gente.
Caitlyn cada día recibía insultos por formar parte de ese colectivo, entre otras cosas, y ya llegaba a un punto en el que le cansaba. Además, ella no iba a dejar que ningún "sin neuronas" jugara con ese asunto. Tener una orientación sexual diferente a la de las demás no significa que estés enfermo. Quizá quien necesita un psicólogo era aquella persona que no era capaz de comprenderlo.
Caitlyn Falls era chica bisexual. Le atraían tanto chicas como chicos y estaba bastante orgullosa de sí misma. Nadie le iba a hacer cambiar de opinión, porque gracias a "salir del armario" pudo sentir la liberación dentro de sí, podía ser ella misma sin tener que fingir.
—Ahí tienes razón —manifestó Mica con el tono más calmado
Mica nunca juzgó a su amiga por su orientación sexual. Al contrario, ella siempre la apoyó y estuvo ahí con ella cuando las personas debilitaban su fortaleza con los comentarios hirientes.
—El problema es que si te defiendes, te meterás en problemas, como siempre —Mica volvió a hablar.
—Prefiero rebelarme por mis derechos antes que dejar que me gobiernen, Mica —le dejó saber, apretando con fuerzas el palo del pico.
—Pero puedes acabar muy mal, Cait, y no quiero —murmuró con cierto tono dolorido—. Rebelarte ante esa supuesta dictadura puede llevarte a acabar muerta, como... —se detuvo.
—¿Cómo quién? —inquirió, aunque ya sabía la respuesta, y ella negó con la cabeza—. Dilo, Mica, dilo.
—Nadie —decretó con tono firme.
—Yo también lo extraño, ¿sabes? —manifestó y se acercó a ella—. Era mi hermano, Mica —susurró con la voz rota.
Mica se calló; no dijo más nada. Ella simplemente se acercó aún más a su mejor amiga y la rodeó con sus brazos, mostrándome apoyo.
Drake era exactamente igual que Caitlyn. Ambos eran bastante rebeldes y les encantaba liarla. Aún más les gustaba defender sus intereses y no dejarse pisotear por los demás. Los dos tenían claro que eran personas libres y que nadie podía mandar en ellos como lo hacían los guardias del internado.
Sin embargo, él no acabó muy bien por su actitud. Desapareció durante muchísimo tiempo, hasta que Caitlyn y Mica empezaron a investigar y descubrieron que ellos lo habían matado como castigo. Y fue duro para ellas, muy duro. Fue tan doloroso que ambas estuvimos destrozadas durante mucho tiempo.
Drake era el hermano mellizo de Caitlyn; él era el amor de Mica.
Caitlyn y Mica armaron un plan para desvelar los secretos del internado, tales como los asesinatos hacia alumnos del propio centro. No obstante, los guardias se enteraron de que ellas descubrieron la muerte de Drake y de sus intenciones y les amenazaron bajo la pena de muerte. Por ello, Mica cambió su actitud y empezó a obedecer a esos hombres para no acabar mal o para evitar que su amiga sufriera. En cambio, Caitlyn se volvió mucho más rebelde.
¡Hola! Aquí os presento el primer capítulo de la entrega de "Geoda. La piedra del diablo". Habrá primero algunos capítulos dedicados solo a Caitlyn para explicar su situación y ya luego aparecerán los demás protagonistas.
Espero que os haya gustado el capítulo :3 y perdón si tardo en subir, tengo vida más allá de los libros, aunque en este lugar es donde más cómoda y viva me siento <3
Atte: Nezla
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