CAPÍTULO 21: Melancolías

Grettel

—Ya, ya, tranquilla —decía a Diana mientras la consolaba y abrazaba.

Ella sorbía su nariz calmándose de a poco, pero tenía el semblante muy triste. Sus lágrimas amenazaban con seguir saliendo, mas Diana intentaba retenerlas, aunque sin mucho éxito.

—Es que… no puedo evitar sentirme así. ¿Te confieso algo? Yo... estoy enamorada de Emiliano. Es un sentimiento… que solo fluyó y que nunca... jamás lo sentí por nadie con esta intensità, siquiera por Alonzo y eso que él... fue mi primer enamorado. Lo que me duele es la incertidumbre que para Emiliano yo haya sido una mera aventura, una conquista más. —Diana sollozó, hablando entre pausas.

—¿Qué pasó? —pregunté suavemente, mirándola y refiriéndome a qué había sucedido para que se contristara así.

¿Qué podría haber hecho Emiliano?

Diana y Emiliano habían estado saliendo días atrás. Esa mañana de domingo especialmente mi hermana se alborozó, pues Emiliano la había citado en una cafetería; ella me preguntaba a cada momento si se veía bonita, qué atuendo le quedaba mejor… Hacía comentarios sobre lo lindo y radiante que estaba el día, de cuando en cuando se ensimismaba en sonrisas de ensueño, con la expresión distraída, como flotando en una nube o como Cenicienta recordando su baile; deteniéndose en su quehacer o haciendo las cosas con una muy relativa parsimonia.

Yo todos esos días la había estado observando detenidamente, o mencionaba a Emiliano a propósito para ver cuál era su reacción, la cual era muy obvia: se ponía nerviosa, se sonrojaba o cambiaba de tema con prontitud. Por lo tanto deduje que estaba enamorada, aunque no lo confesara o dijera en voz alta, puesto que ni con Alonzo —quien fue su primer y último novio— se comportó así tan… ¿Ensimismada? ¿Como si fuera muy dichosa? ¿Un poco cándida, tal vez? ¿Con un cuidadoso esmero a la hora de arreglarse?

Si bien no era mala, tampoco era muy buena expresando las emociones o el sentir ajeno. ¿Era así como se sentía el amor? ¿O ese todavía no era amor? No lo sabía, pero no podía parar de preguntarme cómo se experimentaba ese sentimiento que hacía perder a uno la noción de la realidad, que lo llevaba a dimensiones lejanas, que hasta lo volvía limerentemente melifluo y donairoso. ¿Yo sentiría eso alguna vez?, me preguntaba.

Asimismo, ¿sería un sentimiento efímero y caduco? ¿Lastimaba mucho si así era? ¿Dejaría secuelas? No era una curiosidad imperiosa la que tenía al respecto, empero, era medio latente. Tendía a volverme una aficionada a la lectura, pues los libros solían ser una óptima o aceptable compañía ante la soledad; bueno, «aficionada» no es la palabra correcta, mejor dicho: comenzaba a interesarme por la lectura.

Aunque solo tenía a disponibilidad los libros —la mayoría de romance— de Diana, los cuales si bien no eran pocos, tampoco muchos. Eran de Jane Austen, Emily Brontë, Benito Pérez u autores similares, clásicos; también poesías y poemas de Pablo Neruda, Mario Benedetti… y ahí descubrí en lo que podría consistir el romance. Pero no lo comprendía muy bien porque no lo conocía por experiencia propia, era prácticamente una niña, mas aún así el tema me intrigaba.

¿Acaso Emiliano no correspondía los sentimientos de mi hermana, para que ella llorara de ese modo?

—S-su novia, creo, nos vio besándonos y tuvo un ataque de ira en plena cita… Te giuro que casi me arranca el cabello — Diana intentó bromear, mas no le salió—. Me soltó un montón de improperios, me dijo que Emiliano era de su propiedad, aunque es un mujeriego según ella y yo no soy más que una aventurilla para él. Emiliano le pedía que se tranquilizara, le hacía recordatorios de que ella fue quien terminó con él, y a pesar de que lo intentaron él no consiguió enamorarse de ella. Yo le exigía que se fuera, pues estaba siendo muy agresiva y vulgar en su vocabulario. Y en una de esas quiso volver a atacarme, pero se desmayó repentinamente.

—¿Desmayarse? —interrumpí su relato—. ¿Así, de la nada?

—Sí, ni yo misma me lo explico. Creo que le subió la pressione o algo parecido.

—¿Luego qué sucedió? —inquirí con tono de voz suave.

—La gente se involucró, Emiliano hizo llamar a una ambulanza y cuando esta llegó y empezó a asistir a Valeria, creo que así se llama, él me condujo a un rinconcito y se disculpó conmigo. Yo estaba muy contrariada, anonadada, sentía mi mente obnubilada… Así que casi sin pensar le confesé a Emiliano que estoy enamorada de él, le afirmé que si nada hubiese sucedido yo no me habría arrepentido del beso que nos dimos.

—¿Cómo tuviste el valor de confesárselo? —cuestioné admirada.

¿No tuvo temor de enterarse posiblemente que no era correspondida? ¿Y más con todo lo sucedido? ¿Qué tal si era Emiliano quien mentía? Aunque si había un mérito que debía darle a mi hermana era lo intrépida y arriesgada que era, al contrario de mí, que tenía un miedo irracional al rechazo de las personas, en todo ámbito.

—No sé, solo me encontré ya hablando, sin embargo ponía mio cuore en mis palabras. Él me ratificó que ya no tiene nada con Valeria, me contó lo posesiva que es, que fue ella quien prácticamente le terminó y así. Quiso añadir algo más, pero un paramédico nos interrumpió; Emiliano tuvo la intenzione de hacer caso omiso y continuar lo que quería decirme, mas yo le pedí que fuera con ella. No sabía y todavía sé en qué creer, así que le solicité que no me buscase más hasta que ponga mis pensamientos y emociones en orden. —Narró, mientras una lágrima rodaba silenciosamente por su mejilla derecha.

—Siento tanto verte así —admití compartiendo su dolor.

Diana era una de las personas más lindas, felices, carismáticas, radiantes y nobles que conocía sobre la faz de la tierra; por eso dolía mucho verla así: quebrándose. No concebía que su corazón —ese que tenía tanto que dar— estuviera fragmentándose. Ella merecía a alguien que la valorara como a cual perla preciosa, alguien que también supiera darle lo mejor de sí, alguien con quien sintiera que era su perfecto complemento.

No merecía que nadie la hiciese sufrir, en ningún sentido.

Era tal mi admiración por mi hermana.

Non è tua colpa —ella me sonrió efímeramente—. Fui yo la que se ilusionó, di nuovo. Es que, parecía un chico tan atento, jovial, de tan lindos sentimientos y era además muy caballero y romántico. Además con él me sentía complementada —confesó con una melancólica sonrisa—. No me parece que sea un gilipollas o alguien con malas intenciones, pero las apariencias suelen engañar, así que momentáneamente le di el beneficio de la duda.

No quería ver a mi hermana triste, mas tampoco deseaba que jugaran con sus sentimientos; que entregara su corazón y para la otra persona ella fuese un trofeo pasajero. Al menos yo según lo relatado no sabía qué creer de Emiliano, no lo conocía. ¿Y si estaba mintiendo? Aunque Manasés me decía que él era una persona de gran corazón, honesta y de principios. Pero nunca se termina de conocer a las personas y a la mayoría que admiramos las tenemos estereoripadas como si no tuvieran defecto alguno.

Algo similar me sucedía con Diana, me costaba ver más allá de sus virtudes. Ella era sinónimo de virtudes y yo de defectos, bueno, yo radicalmente lo consideraba así. Solía compararme frecuentemente con mi hermana sin que ella lo supiera.

—Te entiendo, yo... sé como te sientes en este momento —confesé—. Pero este dolor no te va a durar para sempre. Pudiste superar a Alonzo, así que estoy segura de que también lograrás superar a Emiliano si confirmas que él mintió, la ventaja es que no tienes mucho tempo de conocerlo —le aseguré intentando sonar lo más comprensiva posible.

Alonzo fue el tercer amor de Diana. El primero era Dios, ella aunque no fuese «cristiana» en todo el sentido de la palabra creía firmemente en la bondad divina, empatizaba mucho con todos sus ideales, mas no le gustaba ser radical; aún así afirmaba que Dios era su primer amor por toda la misericordia que representaba para cualquier ser humano que lo buscara de corazón. Ella también decía que el segundo amor de alguien era uno mismo, que sin llegar a los extremos del egocentrismo y la vanidad era muy importante velar por el bienestar del cuerpo y del alma.

Aunque yo no sabía si mi alma tenía reparo alguno. Estaba rota. Mi autoestima hecha polvo. Pensaba en la metáfora de la vasija rota, que por más que alguien una los pedazos el recipiente no vuelve a verse ni a funcionar igual, inevitablemente está deteriorado. Asimismo no importaba que yo pretendiera estar bien, mis cicatrices marcaban mi alma de una manera que dolía, lastimaba.

Ya no quería más.

—Tienes razón, no obstante lo que te diré es algo subjetivo, pero en sus ojos leía que no me mentía, Grettie; era como si su mirada constatara sua sincerità. Mas la esperienza que tuve con Alonzo… me hace desconfiar —se sinceró.

—Entiendo —enuncié en concordancia. Era complicado, era una situación en la que no se podía saber a ciencia cierta qué era mentira y qué era verdad.

Lo comprendía, empero, mi mente se detuvo en una palabra en específico y empezó a divagar, recordando.

Flashback

—Grettel, ¿pero te puedo decir Grettie? —Manasés quiso saber. Y me lo preguntó de una forma que me pareció tan dulce y tierna que un leve rubor cubrió mis mejillas.

Mas el hecho de que alguien que no fuese Diana empleara ternura conmigo se me hizo tan… extraño.

—Como quieras. ¿Pero cómo sabes mi nombre?

¿Se lo habría oído pronunciar a papá? Tal vez. No obstante lo que me tenía maravillada era la perspicacia que Manasés parecía tener.

—Soy adivino, es que con mia bambinaia aprendí a leer las cartas, las manos y a ver el futuro —aseveraba ante mi pasmo total.

Fin flashback

Sin embargo en ese momento en que dialogaba con Diana, al recordar de manera inesperada el tercer encuentro que tuvimos Manasés y yo, me sentí fugazmente enternecida. Diana, de cariño en ocasiones me llamaba «Grettie», pero en Manasés se oyó diferente, como si fuera un término que definiera que yo era especial. Y escucharlo de los labios de mi hermana sin quererlo intencionalmente me recordó a él, y de modo inconsciente me trasladó a lo sucedido semanas atrás.

¿Por qué no pudimos conservar nuestra amistad?

Estando en esas, negué levemente con la cabeza para despejarla. No era hora de pensar en eso. La prioridad era Diana en ese rato.

Empero, la tristeza y añoranza me aturdieron tanto que de un momento a otro sentí una pequeña punzada en el corazón que poco a poco incrementó.

***

Manasés

Al ingresar a casa no reparé en absolutamente nada de mi alrededor y solo me dirigí a mi cuarto. Y al entrar allí me encerré. Quise llorar, pero no podía, era como si me sintiese neutral sin estarlo, las lágrimas nunca salían. Así que lo único a lo que atiné fue a apoyarme contra la puerta, aún de pie; mas el cúmulo de emociones no paraban de hacer mella en mí.

Me sentía un poco decepcionado de mi hermano. Él era un ser humano imperfecto como todos, cometía errores como todo el mundo, pero la cuestión estaba en aprender de ellos, cosa que dudaba que Emiliano estuviese haciendo. Él era totalmente libre para tomar las decisiones que creyese más convenientes, no obstante, su ruleta tóxica con Valeria solo hacía daño a ambos. Sí había explicado lo realmente sucedido con ella en esa habitación de hospital, empero, se sentía compadecido por ella y no entendía porqué; puesto que lo que Valeria sentía por él era una obsesión insana.

¿O sentía culpabilidad? Era lo más probable. Emiliano tenía un muy buen corazón, eso admiraba de mi hermano, pero aquello también era motivo para que se aprovecharan de la candidez que ni él mismo sabía que poseía. Y por el contrario Valeria era astuta y sagaz, manipuladora e influenciadora.

No era un capricho mío, solo no quería ver a mi hermano sufrir o que fuera nuevamente una víctima de un discreto y descarado a la vez maltrato psicológico y emocional, por los celos posesivos, enfermizos y psicóticos de Valeria; por lo excesivamente controladora y extrovertida que era. No deseaba que llevase a Emiliano por caminos malos y nocivos para sí.

Una cosa era que trivialmente hablando no me agradase del todo Liliana —puesto que mi concepción negativa sobre ella poco a poco cambiaba—, y otra muy diferente la psicosis y la perniciosa (en todo el sentido de la palabra) forma de ser de Valeria.

En un inicio me enojé con Emiliano mayormente por esta cuestión, porque estaba malinterpretando mis intenciones y haciéndome quedar como un entrometido, mas tras analizar lo dicho y sucedido a profundidad, caí en cuenta de que él y yo no éramos muy diferentes. Él me juzgó precipitadamente, y yo hice eso mismo con Grettel. Ambos nos solíamos expresar sin pensar verdaderamente. Mi hermano también tenía razón y descubrí que había sido un poco exagerado de mi parte enfadarme tan radicalmente.

Y mientras cavilaba en eso de repente sentí una ligera punzada en mi corazón, mas la ignoré, a la par que me deslizaba hasta quedar involuntariamente sentado en el suelo, estando aún apoyado contra la puerta. Quizá llorando me sentiría un poco mejor, pero me sentía incapaz de hacerlo.

Emiliano contaba con el mérito de la razón. Yo no persistí para hacer las paces con Grettel, ni para pedirle disculpas, con el pretexto de mis exámenes me rendí rápido; y si realmente valoraba su amistad debería haber sido perseverante. El verdadero egoísta era yo. Sin embargo tan solamente tenía doce años y me faltaba tanto por aprender y conocer; por experimentar, por sufrir. Y ni imaginaba lo que me esperaba por delante.

Contaba con fuerza de voluntad, no obstante, me faltaba reafirmarla. Además, a veces era necesario que me dijesen las cosas de frente, y mi hermano me lo había dicho.

No bastaba solo la intención, por más noble que esta fuera. Se precisaba de una toma real de decisiones y de un accionar inmediato, sin perder ni un segundo, pues mayormente la gente aprende la importancia y el valor del tiempo ante una catástrofe, o cuando sucede una tragedia.

Y yo lo aprendería muy bien. Mas sería doloroso.

Entretanto, el dolor en mi pecho que al principio era leve y podía pasar por imperceptible, se acentuaba poco a poco; y a su vez se transformaba en pesadumbre. Dolía, física y emocionalmente, empero, no pasó a mayores. Me quedé ahí, estático, preguntándome por enésima vez por el estado de ánimo de Grettel; y por fin una casi parsimoniosa lágrima resbaló por mi mejilla derecha.

***

Narrador omnisciente

—Ya me siento mejor, no entiendo perché no puedo irme ya. Le están dando demasiada importanza a un desmayo que ya pasó. Detesto estar internada en un ospedale, y peor en uno… así. Debiste llevarme a una clínica, Emiliano —protestaba Valeria murmurando, empero, animosamente.

Ya se sentía hastiada de estar allí, y no quería siquiera imaginar en pasar la noche ahí.

—Vale, entiende que en ese momento no tuve cabeza para nada. ¿Además qué más da si es ospedale o clínica? Aparte, el que ve si es conveniente darte de alta o non es mi tío Leopoldo, que fue il dottore que te atendió —le recordó Emiliano con cierto fastidio ante las absurdas querellas de Valeria.

—Es que mia sorella tiene razón, Em; este ospedale si bene no está mal nada que ver con ella, o sea, equis —intervino Liliana—. Yo misma empiezo a sofocarme de estar aquí con tanto olor a medicamento. ¿Andiamo, sí? Pídele al dottore que ella termine de descansar en casa, yo cuidaré muy bene de ella, lo prometo —sonrió, mas añadió—: Además tú podrías ayudarme —le sugirió pícaramente, con un doble sentido que Emiliano percibió.

—No quiero que hablen así de este ospedale, recuerden que mi tío es el dueño y quien lo fundó con un muy noble propósito.

—Sí, lo sé Emiliano, pero este ospedale lo fundó para personas pobres y de escasos recursos. ¿A mí cuándo se me acabó el dinero? —Valeria defendió también lo que pensaba de manera majadera, y Liliana dióle la razón.

—Ya entiendo por dónde vas... —Adujo Emiliano, a punto de exasperarse, no obstante la mejor opción para dar fin a los reclamos era acceder; mas para constatar su disconformidad dio un largo suspiro y prosiguió—: Okay, iré a hablar con mi tío Leopoldo para consultarle tu decisione. Con permesso.

Y entonces salió sintiendo que como bien decía Liliana, el aire lo abrumaba, lo asfixiaba metafóricamente hablando. Solo que no era gracias al aroma que desprendían los medicamentos. Si Valeria poseía un increíble don era el de crear fácilmente una tensión pesada en el ambiente.

Addio —Diego se despidió también y fue tras su mejor amigo—. Emiliano, debes calmarte, solo mira cómo estás —le recomendó cuando ya estaban en el pasillo.

—Lo sé, lo sé, pero es que me siento tan culpable —confesó Emiliano, desvelando en su mirada la tristeza que sentía—. En ningún momento tuve la intenzione de hacer sentir mal a mio fratello, es solo… Ni sé en qué realmente pensaba.

Odiaba pelear en serio con Manasés, aunque fuera por una trivialidad. Ansiaba salir rápidamente de ese hospital e ir con su hermano a aclararle las cosas, quería decirle que no había tenido la intención de lastimarlo; sin embargo, ante la ausencia de Sabrina él tomó la decisión de hacerse cargo de los papeleos de Valeria y momentáneamente no podía irse.

—Además no puedo parar de pensar en Diana —añadió Emiliano—. En qué concepto tendrá de mí en este momento y si ya estará menos consternada. Aparte, ya siento que la extraño —afirmó sonriendo con nostalgia.

—Te entiendo, pero lo hecho hecho está —acotó Diego—. Solo te recomiendo que tengas un poco di pazienza, podrás hablar con tuo fratello llegando a tu casa y sé que podrán entenderse, confío en ello. Respecto a Diana, la única forma de solucionar las cosas es hablando de frente con ella, poniendo toda tua sincerità y cuore en tus palabras. Luego prosigue a conquistarla con detalles que la enternezcan y le hagan sentir que es importante para ti, dale a entender que correspondes sus sentimientos.

—Sí… algo similar me aconsejó mi tío Leopoldo y eso he de hacer, no obstante tengo que esperar un poco, puesto que Diana me pidió tempo y estoy sicuro de que lo necesita; appena está asimilando lo sucedido, así que tendré que esperar unos dos días al menos.

—¿Quién diría que Emiliano Coppola sufriría por estar enamorado? —osó bromear Diego, mas su amigo rió brevemente.

—Admito que fue un giro de ciento ochenta grados a mia vita. Chiaro que, secondario a lo sucedido con mis padres. Sinceramente, nunca siquiera pensé en alguna situazione en la que yo estuviera enamorado, ni me pasaba por la mente.

—En cambio, mio cuore sigue con la misma ocupante —aseveró Diego con cierta melancolía, bajando por unos instantes la mirada.

—Y asimismo continúa pareciéndome extraño que alguien lleno de buenas cualidades y valores como tú esté precisamente enamorado de alguien como ella. —Adujo Emiliano, quien ya sabía de memoria la situación amorosa de su mejor amigo.

—Créeme, no es que yo sea la mejor persona, pero también sigo sin entenderlo; y eso que estoy muy consciente de cómo son realmente las cosas, de que ella no me corresponde ni por asomo. Son las raras peculiaridades di la vita, por ejemplo, il perché mio cuore la eligió precisamente a ella, teniendo a tantas ragazze lindas por delante —puntuó Diego, sonriendo con una relativa tristeza.

—La superarás, tengo fe en ello —Emiliano esbozó una empática sonrisa—; es solo que aún no conoces a la indicada.

—Tienes razón. Aunque a veces me paso de iluso y sé que sonará asquerosamente cursi y cliché, sin embargo en esas ocasiones quisiera hasta incluso bajarle tutto el firmamento de estrellas, para solo hacerla felice.

A eso me refería, tú tienes tanto que dar y ella está cero dispuesta a recibir, ya la conocemos —ante esa afirmación Diego solo asintió, pues no tenía nada que refutar o añadir; al contrario de Emiliano, quien recordó la noticia que a pesar de todo sabía que interesaría a su amigo, de la cual no había tenido oportunidad de comentársela; puesto que no se habían frecuentado mucho por el aumento de trabajo de Diego—. Hablando de ella, debo contarte algo, pero te pido lo tomes con calma, va bene? —lo previno.

No sería algo grato lo que le contaría, y presentía que tal vez Diego actuaría impulsivamente al enterarse. Empero, era mejor que lo hiciera por medio suyo que por terceros.

—¿Ahora qué pasó? —indagó Diego, frunciendo el ceño.

—Armando y Estefany la despidieron hace unos días —le comunicó por fin.

Mas Diego no reaccionó como lo había tenido previsto. Si bien no articuló palabra alguna debido a la pequeña sorpresa, soltó un suspiro resignado.

—Tenía que pasar tarde o temprano —fue lo que pronunció, con expresión impertérrita—. Pero ¿qué hizo esta vez? —aún así quiso saber.

—Armando nos dijo que Penny agredió verbalmente a Estefany, y que toda la noche se embriagó en su despacho, entonces al amanecer la encontró totalmente ebria y semi inconsciente, aún bebiendo. Por eso decidieron despedirla, además que como bene sabemos todos ella no trabajaba como debía, y Armando y Estefany sobretodo no estaban contentos. —Explicó Emiliano con comprensión, mirando compungido a su amigo, pues le apenaba el tener que informarle aquello.

—¿La corrieron de immediato? ¿O esperaron a que se le pasara? Pues aunque Penny tiene culpabilidad por lo acontecido, habría sido poco delicado y profesional de su parte el correrla en ese stato —inquirió y alegó Diego, arrugando nuevamente el entrecejo y casi sin meditar en lo que había formulado.

—Esperaron hasta el día siguiente para hacerlo, Penny desocupó la casa esa mañana, pero se la veía de mejor semblante.

—Dio mio, esta ragazza no deja de meterse en problemas —rezongó Diego—. Supongo que Rosita debe estar aún devastata con esta notizie, así que hoy he de acompañarte a tu casa, puesto que sería una descortesía de mi parte el no visitarla en estas condizioni. Y los amigos deben estar presentes in tutto momento. Además de que tengo que averiguar en dónde está Penny, para hacerla entrar en razón. No puede continuar haciendo este despelote di sua vita —determinó con cierta indignación.

Entonces Emiliano suspiró, al fin y al cabo había augurado bien. Diego actuaría impulsivamente otra vez.

—Solo no quiero verte sufrir por otro desplante, sabes que mientras más lejos estés de ella, mejor —adujo, mas Diego lo miró suplicante, y a su vez admitiendo su culpabilidad. No perdía las esperanzas y Emiliano lo sabía—. Y vaya que Rosita está devastata, no obstante entre casi todos intentamos consolarla y animarla, Respecto a lo otro ella agradecerá mucho tu apoyo, sabes cómo te aprecia.

—Y yo a ella —aseguró Diego, sonriendo—. Esa signora es un pane di Dio.

—En tutto sentido —concordó Emiliano, mas se percató repentinamente que se habían demorado demasiado en su plática—. Se nos hizo tarde. Mejor vayamos a buscar a mi tío para preguntarle si la signorina Valeria ya puede salir de aquí y luego vamos a mi casa —ironizó y determinó Emiliano.

—Pues andiamo —aceptó Diego y entonces se dirigieron a buscarlo.

***

Grettel

Ti senti bene? —me preguntó Diana abruptamente—. Estás muy pálida.

No, no me sentía bien. Pero no imaginaba que fuese tan evidente.

—Sí —logré articular—, es solo que tengo dolore de cabeza, non ti preoccupare. —La tranquilicé intentando serenarme, o al menos pretender estar calma.

Aunque no era dolor de cabeza lo que tenía.

Mi dispiace, Grettie, yo… Te solté tutto de sopetón estando tú en ese stato. Debí primero verificar cómo estabas —se disculpó Diana, apenada.

—Tranquilla, no te sientas culpable. Tienes tutto el derecho de sentirte así después de lo que pasó, y es obvio que quieras desahogarte con alguien. Más bene siento yo el tener que incomodarte con esto —mascullé, intentando hacer caso omiso a la punzada que se había acentuado, mientras volteaba mi rostro a un lado para que Diana no se preocupara más, por si se me escapaba alguna expresión de dolor.

Estaba un poco molesta conmigo misma. Mi hermana me necesitaba y yo le salía con eso. Y a la vez hallábame extrañada, ¿pues a qué se debía esa punzada? ¿Por qué había aparecido así, repentinamente? No tenía explicación lógica alguna, pero lo que sí tenía por seguro era que el dolor comenzó después de recordar aquel día donde Manasés y yo nos presentamos.

—No digas eso, mi deber como tua sorella maggiore es cuidarte, no es ninguna molestia para mí. —Diana me sonrió, mas percibí en ella cierta culpabilidad. Yo solo permanecí en silencio.

Mentía, claro que sí. O eso creí. Puesto que estaba firmemente convencida que yo era una molestia para todos, empleando términos más drásticos un estorbo, alguien que estaba por demás. Así como Nela creía aquello en el libro de Marianela, ella también contaba con la absoluta certeza de que no servía para nada, que inspiraba una cruel compasión, que era la rara. Al leer ese clásico de la literatura me sentí tan identificada con su protagonista, pues ese complejo de inferioridad también lo portaba muy arraigado.

Mas como su autor expresaba en uno de los primeros capítulos, Marianela era solo una criatura que mínimamente —aunque fuese de vez en cuando— necesitaba de palabras cariñosas, optimistas para el crecimiento de su alma, la cual había que cultivar con esmero; que su inteligencia quizá estaba a un paso de explotar su potencial y su lumbre bienhechora si tan solo le hubiesen dado un impulso. Motivación era el término faltante, y asimismo como la Nela yo ya encontrábame resignada a todo.

Nos faltaba el mismo impulso motivador, y yo era inconsciente de ese aspecto.

A diferencia de Marianela yo contaba con una hermana maravillosa en todos los sentidos, con muchas cualidades que la hacían brillar como persona, virtudes que procuraron óptimamente que ella fuera la madre —queriendo abarcar todo su significado— que siempre me faltó. Nos faltó. También tenía un padre que si bien no era el mejor ser humano del planeta, se podía otorgarle sus méritos.

El mayor objetivo, la más importante meta, la más relevante finalidad en la vida de mi padre era que Diana y yo tuviéramos un vivir que fuese lo más óptimo posible, que fuéramos felices y sin quedarnos pobres. Su lema era: «Pobres nacieron, brillando crezcan y ricas mueran». Era su manera de decirnos que sin importar nada mi hermana y yo saliésemos esplendorosamente adelante.

Aunque, irónicamente, a veces con frecuencia solían escapársele comentarios de este estilo: «Ni modo, así es la vida de injusta y pendeja». «Al parecer unos nacieron con estrella y yo estrellado, y bien estrellado». «La mala suerte me persigue como el FBI a un terrorista». «No soy yo, sino lo miserable e insípida que es la gente». «Lo único que me queda ya es echarme a ver el sol y morirme de una buena vez». Y más dichos negativos similares, desprendiendo su negatividad hasta por los poros, y al menos a mí conseguía contagiarme sus malas vibras.

Inconscientemente me las creía todas. Y ese era mi error, ser tan influenciable en lo que a negativo se refiere. Desechaba lo bueno, retenía lo malo y sin pretenderlo con una real intención hería más mi alma.

Tampoco tomé en cuenta que mi padre era otra persona herida, alguien con el ego que casi tocaba —metafóricamente hablando— la cúspide de los cielos y a su vez con la autoestima tan baja como las profundidades del mar. Nunca había superado a mi progenitora. Solía definirse a sí mismo como un don nadie. Si se daba la oportunidad se refugiaba en el alcohol. Era el reflejo de una intensa dicotomía entre luchar y perseverar por salir esplendorosamente adelante, y entre rendirse, resignarse y esperar cualquier fatalidad.

Siempre en medio de ese dilema.

Así que el pilar más sólido de nuestra pequeña familia era Diana. La más optimista, quien nos hacía recuerdo de nuestro propósito en común, la que inundaba la casa con su mayormente inmaculada alegría, con un talento natural que rendía al máximo; vulgarmente hablando, sacándole todo el jugo. Y la más bonita y encantadora, con un carisma innato.

¿Cuál era mi problema con ella? No era envidia, puesto que lo que menos deseaba era competir con mi propia hermana, más bien contaba con mi total admiración, aunque lo cierto era que sí me sentía como su sombra; por instantes anhelaba ser tan espontánea como ella, pero sin sentirme capaz. Era semejante a un fans que admira ciegamente a su ícono, sin envidiarlo para mal.

El problema radicaba en el egoísmo que teníamos ambas, lo individualistas que éramos, las dos enfrascadas en su propio mundo, aunque el mío fuese gris. En eso Manasés sin saberlo acertó totalmente: yo era una egoísta y me negaba a admitirlo. Diana estaba siempre afanada por el éxito de cada función que proporcionábamos, por qué cosa se podría innovar; y yo inmersa en el corrosivo pensamiento de que no servía para nada, que estaba destinada a vivir siendo invisible e imperceptible.

Para conmigo Diana no era persistente, era como un segundo plano; y yo no me abría fácilmente, asimismo ignorando que ella también tenía nostalgias, problemas y pesares. Fueron los errores de ambas. El hecho de nunca hablar detenidamente sobre nuestro verdadero sentir. Ella cuidaba de mí, no obstante se asemejaba más a una mejor amiga que a una madre.

Y yo no podía ser exigente para con ella, pues tampoco contó en la mayor parte de su vida con una figura materna.

Con Manasés, en cambio, esa vez fue diferente. No sabría cómo explicar con los términos más adecuados aquella necesidad imperiosa que sentí de hablar, de soltarlo todo, de liberarme. Es que él había pronunciado las palabras mágicas para mi corazón, fueron como un bálsamo inesperado, como un impacto que produce una maravillosa noticia; lo que inconscientemente necesitaba oír. Llorando liberaría emociones negativas, dejaría de retenerlas en mi corazón; y asimismo presentí que hablando de una buena vez también.

Y por esa tarde fui la persona más feliz de la tierra. Dejé de ocultarme tras las máscaras de indiferencia y tristeza, y solo fui yo. Viviendo dichosa por ese hermoso atardecer, el presente que me ofrecía la vida, junto al responsable de dar un giro de ciento ochenta grados a mis días de ahí en adelante.

Ojalá hubiera podido congelar ese momento, o detener el sol, y conventirlo en un para siempre. Junto a él. Pero en esos instantes hablando con Diana no quería divagar en obsoletas fantasías, sino tener los pies firmes en la realidad.

La intensidad de esa extraña punzada se mantenía, mas tendía a menguar.

—Lo sé —enuncié sonriendo débilmente, tomándola de las manos, mirándola a su vez a los ojos y añadiendo—: Pero los problemas y pesares de uno sempre pesarán más, Diana.

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