XVII: El mercado central y el traidor.


1

Tan pálida como la nieve era la piel de aquel hombre moribundo que se hallaba al lado de Aiki, en aquella celda que para él, más bien era una catacumba; o una sala de torturas. Se hallaba al pie de una escalera de caracol, de tres peldaños más abajo, y otros siete por encima. Aiki se hallaba unos seis metros bajo tierra, y vivía su estadía ahí bajo una marcada mala impresión de tener que dormir junto a un hombre muerto y casi esquelético, que al igual que él, estaba esposado a la pared. De las paredes de piedra caían guijarros fríos, inundando una pequeña porción del suelo, y también podía observarse musgo crecer. En ese lugar parecía que la esperanza había desaparecido, pero no hacía más que reposar. Las tripas del joven rugían como un león, puesto a que no había comido nada desde que llegó ahí.

—¡Ey! —dijo el hombre moribundo, el cual estaba muy delgado—. Cuando entré hace un mes, había convivido y hablado con ese señor. Que en paz descanse. —agregó refiriéndose al cadáver.

Aiki observó con intriga la situación, pero a su vez con algo de horror.

—Era y siempre será mi buen amigo, aunque un día yo haya despertado y él ya no. Muy pronto me tocará a mi, y en algún momento nos reencontraremos los tres en el más allá.

Su rostro no parecía melancólico en absoluto, sino que más bien parecía haber asumido que su amigo murió, quizás de hambre o de una enfermedad. El hecho de que el hombre haya aceptado y confirmado que en algún momento los tres iban a compartir el destino, le causó a Aiki una sensación incómoda de escalofríos que le recorrió toda la médula espinal desde la cabeza hasta los pies.

—¿Tú por qué estás aquí? —inquirió el hombre—, yo porque abrí un puesto de frutas, el cual para el rey fue un delito muy malo... Según él, yo estaba alimentando la bolsa de monedas de los millonarios.

Aiki se dio cuenta que en el lugar en el que se hallaban, la cosa iba peor a lo que se rumoreaba en Norkele. El rey de ese lugar pensaba que debía quitarle todo indicio de pertenencia de cualquier persona a cualquier objeto material. ¿Acaso creía que de esa forma la humanidad avanzaría y no con el uso de la razón? Solamente provocaba su propio enriquecimiento a costa de su pueblo. Él sabía que pronto iba a desaparecer de la existencia, como si nunca hubiese habido rastro de él, pero valdría la pena solamente quizás haber intentado ayudar, ¿O fue muy brusco lo que hizo? Por su impulsividad terminó dónde está.

—Es una larga historia —replicó Aiki cabizbajo—, déjame que te cuente...

...

...

2

Las gotas de agua caían suavemente, tan relucientes como si de cristales ligeros se tratase. Norkele había probado nuevamente la paz desde que el ejército encerró al demonio. Cómo los altos rangos estaban ocupados, tanto Aiki como Koichi y Hayley habían ido a la mansión dónde residía parte de la familia de la última. Ellos tenían hogares tanto en Norkele cómo en los estados de Zane, Dako y Skirmofe. Era, según Koichi, todo un logro que un solo hombre haya logrado obtener tanto cuando inició tan sólo vendiendo manzanas en las fronteras. Era sabido que en ciertos momentos, en especial durante la gran guerra, su familia fue algo criticada por los defensores de los estados totalitarios de Adreu, debido al hecho de que ellos criticaban el intercambio de materiales, y preferían que se impongan reglas estrictas que limite la cantidad de dinero que uno pudiese tener.

El trío se hallaba en la reja del lugar, sucedida por un camino ondeante cómo una serpiente, el cual llegaba hasta una escalera de tres peldaños y una puerta de madera de roble, que parecía haber sido sacada del bosque oscuro en su parte más superficial, y tallada por artesanos profesionales de Dako. Éste tenía piedras esparcidas por todo el suelo, y suponían que era bastante recomendable llevar algún tipo de calzado al pisarlo.

Hayley golpeó la puerta al llegar a la cima, mientras que Aiki entrenaba su prótesis de brazo mecánico, controlado por energía pura del cerebro. Al cabo de un rato la puerta se abrió, y del otro lado se encontraba un hombre un tanto longevo, bastante alto y delgado. Su voz era gruesa, sus ojos relucían unas gafas circulares, y de su cabeza relucía una calva brillante. Llevaba un traje de gala envidiable que le hacía deducir al grupo que era posiblemente el mayordomo. Nada escueta era la vida que tenían, pero algo que no entendían era el porqué Hayley decidió dedicarse a la milicia.

El hombre invitó a entrar al grupo a la mansión. Por dentro el ambiente tenía un aire rústico y fresco que deleitaba la mirada del trío. Una gran escalera de por medio, con un candelabro con seis velas en el techo, y en el suelo un marcado hexágono siguiendo el trazo de las mismas. Todo parecía ser formado de una madera muy refinada, y con un brillo lustroso, el cual reflejaba el panorama. Las ventanas tenían decorados llamativos y elegantes, y su posición repetía un patrón en el lado norte tanto como el sur.

Al borde de la escalera está se dividía en dos más, las cuales llevaban a un pasillo lleno de puertas cada una. Cada una estaba fabricada a partir de una madera de ébano bastante detallada, y parecían albergar el mismísimo paraíso del otro lado. El mayordomo acercó a un arco sin puerta que llevaba a otra habitación en la planta baja, y les dio asiento.

—¡Este lugar es asombroso! —exclamó Koichi ante semejante deleite visual—, ¡Es verdad!

Los tres se sentaron en las sillas que rodeaban una mesa que parecía hecha de roble. Esperaron un rato hasta que poco después llegó un hombre, era mayor de edad, algo robusto y de aspecto elegante. Éste poseía un cabello corto y rebajado.

—¡Hayley! —exclamó—, ¡Sobrina! No te había visto desde que decidiste seguir en la milicia. ¿Acaso quieres volver a vender con nosotros?

—Hola, tío Xiamon —dijo Hayley, con poco entusiasmo. Cuando ella vivía ahí, hizo como el reemplazo de un vendedor que no había renunciado. Ella había pensado que se había solucionado el problema. Sueldo no tenía, debido a que era la mujer de la familia, y según su tío, solamente estaba para servir. A Aiki le pareció que Xiamon era un nombre muy común de gente que vivía en Dako, y explicaría el hecho de que su familia haya podido mantener el negocio en Norkele, debido a que ese estado lo había dominado durante la gran guerra.

—No se te ve emocionada —agregó Xiamon.

—¿Para reemplazar gratuitamente a alguien más? —agregó Hayley.

—Bueno —contestó Xiamon—, no te enojes. Solamente necesitamos de alguien que haga ese trabajo. Tu madre te debió haber enseñado tu posición aquí.

—¡Ella solamente me encerró en mi cuarto con un montón de libros! —exclamó Hayley—, quiero seguir aprendiendo de magia marcial, y poniéndolo en práctica.

Aiki supo que ese era un momento bueno para actuar.

—¡Señor! —dijo Aiki, quien recibió la atención de Xiamon—, creo que podemos intentar ayudarle a encontrar al empleado que busca...

3

El trío había salido del lugar, y Aiki tuvo la idea de alguien a quien buscar. Ellos caminaron dirigiéndose hasta la posada. Una vez ahí, Aiki se dio cuenta que no sabía dónde empezar.

—¿Alguien de ustedes recuerda a Minato? —inquirió Aiki.

—Sí —dijo Koichi—, la de la oficina de correos; tengo entendido que se quedó desempleada. ¿Acaso piensas en llamarla a ella?

—¡Claro! —replicó Aiki— ¿Sabes dónde ubicarla?

Koichi lo pensó un poco, pero respondió:

—Creo que deberías de preguntarle a uno de rango A —replicó Koichi—... Aunque bueno, te desaconsejo preguntar a Sonia.

Aiki pudo responder un «¡No me digas!», pero al final se limitó a decir «Vamos a preguntarle a Saiyu». La muchacha se hallaba dentro de la posada en ese momento, hablando con la persona que atendía en el mostrador, mientras sacaba cálculos en una hoja de papel pergamino.

—¡Saiyu! —dijo Aiki.

—¿Cómo te va? —inquirió Saiyu.

Aiki observó a su grupo, y luego volvió la mirada a la muchacha.

—Bien —dijo—, quería preguntarte si sabías algo de Minato.

Saiyu pensó un poco, Aiki esperó algo impaciente a que responda algo tranquilizante, sin embargo.

—No —replicó—, pero quizás Sonia sepa; ambas son amigas.

Aiki quedó un tanto perplejo porque no sabía cómo era que ambas se llevaban bien. Minato era muy amable y torpe, mientras que Sonia era gruñona; aunque asumía que al menos no se la había agarrado en su contra.

—¿Y dónde está Sonia? —preguntó

—Se encuentra en el centro, hablando con el jefe de la prefectura.

El grupo agradeció y se marchó. En el camino se toparon con Samirina. A Aiki casi se le sale el corazón del susto. Ella andaba con Luna, la gata, acariciándola n sus manos.

—¡Hola! —inquirió Samirina—, ¿A dónde van?

—Al centro —replicó Aiki—, en busca de Sonia.

Samirina se había preguntado si había un motivo en específico para hacerlo, puesto a que a pesar de todo, seguía siendo algo ruda con ellos.

—¿Acaso me perdí de algo? —preguntó Samirina.

—No —repuso Aiki—; necesitábamos hablar con una chica llamada Minato, y Saiyu nos dijo que ella la conocía. —agregó teniendo en cuenta de que Samirina había vivido por mucho tiempo en el bosque.

—¡Entonces voy con ustedes! —exclamó Samirina. Luna en sus brazos ronroneaba mientras parecía estar durmiéndose.

4

El cuarteto caminó por la ciudad hasta llegar al centro. Ahí se hallaba Sonia hablando con una mujer vestida de uniforme, y a su lado se hallaba un rostro conocido; era Minato. Aiki se apresuró a correr hacia ella.

—¡Minato! —exclamó Aiki en una tonada tan fuerte que hizo a Luna del susto pegar un salto desde los brazos de Samirina, con los ojos como dos ovillos de lana.

—¡Hola! —saludó Minato—, ¡Hace tiempo no te veo! —agregó. A Aiki, por la cara, le pareció que Sonia pensaba «No se ven porque él se estuvo metiendo en problemas», pero simplemente calló.

—¿Cómo estás?

—¡Bien! —dijo Minato— ¿Tu?

—Yo bien —replicó—, estoy buscando a alguien que necesite un trabajo. Es el tío de Hayley, necesita empleados para su mercado.

—Ah, ¿Entonces lo hablo con ella? —preguntó Minato, y Aiki asintió—. Bien, por cierto, Sonia te andaba buscando —hizo una pausa y prosiguió—... es grave, un chico escapó.

—Es Toru —dijo Sonia, refiriéndose al chico albino.


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