XII: Viaje hacia el centro de la tierra

1

El sol iluminaba los bosques de Norkele, la naturaleza parecía tener más vida que nunca. Sonia se encontraba sobre Vainilla, y tras ella estaba Aiki.

Sonia se despidió de los minervinos y cabalgó por los bosques llevando al joven tras ella. Ninguno de ellos había emitido ninguna sola palabra hasta el momento, entonces Aiki rompió el silencio.

—¿Por qué a veces no funciona la magia en mi? —inquirió— La otra vez lo había logrado.

Sonia aún se encontraba con cara de pocos amigos, y sin apartar la vista del camino, respondió:

—La otra vez no es está —repuso Sonia—; realmente no sabes del todo manejar tus poderes, y si no aprendes, nunca lo harás.

—¿Y qué me falta? —preguntó Aiki.

—¿No leíste los libros de teoría? —preguntó Sonia— Te decidiste a ir por uno que es superficial y simplifica todo. —agregó.

Aiki se quedó pensando un rato; estaba siendo criticado por la sargento, aquella que solamente parecía intentar boicotear su estadía en el ejército. ¿Acaso valía de algo mantenerse allí, si incluso sus compañeros la detestaban? Quizás ellos estaban siendo sumisos, y quizás la costumbre los obligó a no buscar algo mejor. ¿Debería irme de este lugar? Ella nunca estará feliz con lo que haga, por más que intente.

2

El sol volvía a asomarse por la ventana de la posada. Aiki se levantó de la cama con una fatiga que le pesaba por sobre la espalda. El ánimo le ahogaba por dentro, ya que era probable que él no sirviese para la magia marcial. Todos sus conocidos parecían dominarla bien, pero él solamente había podido una vez. ¿Acaso estaba más decidido? ¿Acaso la banda de Norkele era tan débil? Él se levantó, y salió de su cuarto. Se dirigió hacia la escalera y la bajó.

En el comedor se encontraban sus compañeros de rango. Aiki se sentó en la mesa, mientras que en ese momento aún rumiaba acerca de sus habilidades. Samirina se hallaba acariciando a Luna, mientras que Koichi se llenaba la boca de lo que había por ahí.

—¡Hola, Aiki! —exclamó Hayley— ¡Nos habíamos preocupado! —agregó. Alrededor del joven se hallan las caras alegres de sus compañeros, lo que le hacía pensar si realmente están perdiendo el tiempo con él.

—¿Pasa algo? —preguntó Samirina.

—Sigo teniendo un problema con la magia —explicó Aiki—; me había funcionado antes, pero ahora me está siendo más difícil invocar algún poder marcial.

—Mira, Aiki —explicó Hayley—; antes de poder hacer magia, debes entender que hay algo que tienes hallar—agregó—; eso es la paz. Reflexiona un rato y aprende a controlar tus emociones, porque si dejas que tus pasiones te dominen, entonces nunca lograrás avanzar en las clases.

—¿Pero cómo hago eso? —inquirió Aiki.

Tras ellos irrumpió Sonia, su mal carácter llenaba el ambiente de una abrumadora sensación de asfixia entre los soldados. En su rostro en ese momento se vería reflejada una emoción nula; similar a la de una adolescente malhumorada. Aiki sintió un olor bastante fuerte, como el de una loción, el cual le provocaba un nudo la garganta. Quizás sea una fragancia comprada del mercado de Ciudad Libertad, pero también Aiki barajaba una posibilidad de que ella haya aplastado flores o las haya arrancado desde la raíz con sus colmillos.

La expresión de Sonia se convirtió repentinamente en una sonrisa algo maquiavélica según Aiki, mientras que en sus ojos se podía lograr observar cierto brillo rojizo resplandecer.

—Deberías de averiguarlo por tu propia cuenta —espetó Sonia—; aunque no me espero algún cambio de ti.

Aiki sintió una pizca de furia en su interior, elevándose a la enésima potencia de lo que era anteriormente.

—Espero que tengas suerte con ello —dijo Sonia entre risas—; la necesitarás. —agregó y se marchó emitiendo un ademán maléfico, para juntarse con Akane y Saiyu.

¿Cómo será posible que ellas se lleven bien con Sonia? Pero muchos otros se preguntaban incluso el cómo era que esas dos muchachas se llevarán bien, siendo que una era alegre y torpe, mientras que la otra era sería y perfeccionista.

El desayuno había terminado, Samirina dejo bajar a Luna, quien comenzó a lamerse la pata y poco después se acostó a dormir en el suelo. Ella se preguntaba si la gata entendía de alguna forma lo que hablaba o no; pero parecía que ella seguía su rumbo como lo haría Serif o Vainilla. Días antes, Luna había desaparecido temporalmente, y después de rato buscándola se dieron cuenta que ella se hallaba cabeza abajo entre un mueble de madera de abeto y una pared de estilo rústico. Era algo torpe, así que probablemente no supiese mucho de lo que ocurre en su entorno; eso haría sentir envidia a su tropa, si hubiesen pensado lo mismo.

Aiki se levantó de la silla, y Koichi lo acompañó. Ambos salieron de la posada hacia el centro de Pueblo, dónde el festival culminaría luego de dos días de iniciarse. Aiki tenía que dictar su discurso, pero su ánimo seguía bajo. En ese momento no podía ni pensar, ya que no sabía cómo proseguir. Aún queda un par de horas, pensó, y enseguida corrió hacia las afueras de la ciudad, dónde siguió los caminos de forma aleatoria en busca de algún tipo de ayuda al respecto.

Aiki se detuvo frente a un río, y observó la corriente fluir de un lado al otro, la cual sus pensamientos comenzaron a imitar.

¿Cuál es el sentido de todo, si después de tanto esfuerzo aún no llegué a ningún resultado? Pensó.

Los pájaros cantaban a su alrededor, en especial en tres puntos diferentes: uno delante, otro a su derecha, y el último tras él; un poco la izquierda. Escucharlos calmaba un poco sus pensamientos, casi como si fuesen a darle un mensaje en cualquier momento. Una sensación enérgica golpeó a Aiki. Ésta provenía de la naturaleza, la cual era casi como un hogar enorme del cual parecía nadie estar acostumbrado. Es una lastima que en muchas ocasiones uno tenga tantos problemas en la cabeza, que no pueda darse cuenta de lo bello que se ve todo bajo el manto de la paz. Seguía divagando. Aiki miró al cielo, y también miró al hombre que se le acercaba. Un anciano algo jorobado, el cual andaba vestido con una túnica, y poseía una barba tan larga que le llegaba hasta los dedos del pie (incluyendo su inclinación).

—¡Niño! —dijo el anciano con una voz ronca— ¿Sucede algo?

—Sí...

—¡Déjame adivinar! —interrumpió— ¿Tienes problemas con la magia? Al parecer alguien te exige y sientes que aunque aprendas, aún no llegas a aquello que buscas.

Ehh —dijo Aiki—... Algo así.

El anciano comenzó a acercarse bastante más que antes, tanto así que el joven Aiki comenzó a alejarse lentamente intentando no caer al río. Al no poder más, solamente se limitó a alejar su rostro del señor. La situación se había tornado algo incomoda, pues, su espacio personal estaba siendo invadido.

—¿Sabes? —dijo el anciano— tengo una solución. —agregó susurrando. Aiki estaba confundido al respecto, pues no sabía qué decir, sin embargo, recordó a Sonia, y se la imagino de forma casi vivida «Eres un fracasado, no pareces parte de nosotros ni en el más mínimo pelo de tu cabeza —imaginó a Sonia en su mente». Yo quiero poder tener esos poderes e impresionar a mis amigos. ¿Quizás a Sonia? ¿Acaso me importa lo que ella diga? ¿Acaso ella tiene la palabra de todos? Pero su pensamiento acerca de Sonia fue más fuerte. Ella lo ridiculizaría frente a sus compañeros, quienes se reirían de él.

—Dime —replicó Aiki con cierto interés depresivo. Algo en su mente le decía que cometería un error, pero a su vez otra cosa le decía que era buena idea hacerle caso.

—Sígueme. —ordenó el hombre con una sonrisa algo incomoda que le recorría de oreja a oreja.

3

El escenario estaba preparado. Los carruajes habían llegado desde el puerto de Norkele, hasta la plaza central del pueblo/ciudad Libertad. La primera en aparecer era tirada por un caballo blanco. De esta bajó Edmund Kilecuerf, el coronel, junto a Sareh y Steve. En el segundo bajó un grupo de caballeros con trajes blancos (perteneciente a la Orden de caballería sagrada en el reino de Skirmofe) los que se posaron a la izquierda eran más jóvenes, y abrieron un camino colocando sus espadas en el suelo. Los del lado derecho; más ancianos, la levantaron. El último invitado, y el que más esperaban, paso entre los hombres, y bajo del carruaje: era el rey de Skirmofe, el cual cargaba consigo un bastón dorado con una esfera de cristal en la punta, que en su centro tenía una estrella del mismo color.

Sonia bajo los tres escalones desde el escenario hacia el suelo, y observó a su alrededor en busca de Aiki, pero no había rastro. Ella frunció el ceño, apunto de golpearse la frente con la palma de su mano, pero se resistió a hacerlo. Observó hacia arriba del escenario, y vio que las sillas del público se estaban llenando. Ella tendría que llenar el espacio de Aiki con algo. ¿Alguna idea? Pensó.

La joven, decidida, subió al escenario y encaro al público.

—¡Bien! —dijo Sonia—, todos sabemos que nos trae aquí...

4

El camino fue algo largo, pero llegaron. Aiki se había perdido hace tiempo, pero confiaba que improvisando saldría de ahí; pues era importante, según él, adelantarse más y estar a nivel. Quizás algo de conocimiento le haría mejorar en todo. No podía ser que hasta Sonia se burle de él. Era, quizás, el único que no sabía usar la magia.

El anciano se tambaleaba, pero siempre seguía su rumbo. Aiki presentía que en algún momento iba a darle un patatús; entonces tendría que hacer su funeral en algún cementerio del estado, o solamente enterrarlo en el primer lugar que vean. A veces, en un breve vislumbre, podía observar un cadáver caminar en su lugar, pero aquella imagen se apagaba ante sus ojos cuando volteaba nuevamente.

—Ya casi —dijo el anciano, y luego emitió una tos que parecía ser acompañada de flemas.

Aiki siguió caminando junto al anciano hasta llegar a una cueva un tanto oscura, con una luz tenue al fondo. El anciano volteo un rato, hizo otra nueva, y mantuvo su rumbo; está vez entrando a dicho lugar.

Aiki podía observar como poco a poco la luz iba acercándose hasta que llegaron al lugar. Pudo observar frente a él una caldera hirviendo, aproximadamente del tamaño de una mesa de luz, y a su alrededor caían guijarros.

—Muy bien —dijo el hombre— ¿Cómo te llamas?

Aiki dudó un rato en contestar, quizás era poco confiable, o al menos algo presentía. Al final decidió decirle:

—Me llamo Aiki Hollow.

El hombre sonrió, Aiki pudo notar en su boca varios dientes torcidos, y un par de colmillos. La piel parecía comenzar a colgarle.

—¿Podrías depositar un pelo tuyo en este lugar? —ordenó pasivamente. Aiki así lo hizo. El hombre emitió nuevamente una tos flemosa, y escupió un gargajo de moco marrón en el caldero. El líquido se volvió del mismo color, y más espeso en ese momento.

Aiki apartó la mirada del asco que le dio dicha escena al hombre en la cara, pero lo único que vio es su reflejo. Había una persona similar a él.

—Muy bien —dijo el anciano—; ahora ya no te necesito. —Colocó sus manos en la frente de Aiki, pero este retrocedió, sacando su espada. Un resplandor lo alcanzó, y entonces comenzó a sentir unos mareos hasta que finalmente todo se oscureció.

5

Sonia había terminado con su parte, pero Aiki aún no aparecía. Vio a su alrededor en su búsqueda, pero al no obtener resultado, con algo de nerviosismo volvió a tomar el micrófono.

—Bien —dijo, intentando hacer algo de tiempo—... Hay un problema con uno de los integrantes del grupo, así que mientras se soluciona —hizo otra pausa—... yo haré un baile aquí —agregó, dio un chasquido e hizo aparecer un sombrero de gala. Entonces comenzó a bailar encima del escenario.

La cara de algunas personas en el grupo expresaba más que nada confusión. El show no estaba saliendo justo como lo esperaban, pero Sonia al menos logro distraer a la audiencia hasta que toque el turno de la banda militar.

6

Aiki logró vislumbrar una luz; ¿Acaso era del sol? Un candelabro de hierro con un acabado negro, el cual poseía siete velas de cera blanca, se hallaba encima de él. Observó a su alrededor lo que parecía ser una habitación con muros hechos con tablas de roble y una ventana en el centro de uno de estos. Estaba en una camilla con un acolchado suave, el cual poseía sábanas blancas con un detalle floreado. a su alrededor parecía haber algunas manchas de sangre, las cual observó, sin saber su procedencia. quizás estaba nuevamente en Ciudad libertad, o eso esperaba creer. La puerta a su lado se abrió, dejando mostrar a una persona algo familiar. Era Jellert, el padre de aquella familia minervina que había conocido tiempo antes en una de sus travesías —o travesuras, como diría Sonia—. Su búsqueda de conocimiento e independencia se vio afectada por un hombre del que, algo tarde, Aiki se enteró que no poseía intenciones nobles. Tampoco es que la gente sea toda una santa, pero al menos muchos tenían buenas ideas. ¿Y Sonia? Se preguntó. La muchacha de pelo rojo parecía ayudarlo en ocasiones, pero quizás por interés de quedar bien ante sus superiores, ya que normalmente solía burlarse de él. Sintió que odiaba aquella sonrisa, los colmillos que salían de una muchacha que parecía una flor por fuera, pero por dentro guardaba el mismísimo infierno. Pero probablemente haya personas peores, y en algún futuro se daría cuenta al conocerlas; pero esperaba que no. Jellert, en cambio, parecía un hombre amable, el cual, reconocería sus logros. Aiki pensó en como sería tenerlo de sargento a él.

—Hola —saludó Jellert—; pequeño, no quiero asustarte pero...

El minervino Jellert hizo una pausa, y señaló con su largo, calloso y arrugado dedo índice hacia el brazo izquierdo de Aiki. Él se volteó a ver dicho lugar, y notó que en el lugar donde debería estar, no había nada más que un vendaje envolviendo un muñón. La piel de Aiki paso a volverse pálida de un momento al otro, y un nudo se armó en su garganta.

—Es tu brazo —dijo Jellert—; estaba tan mal que tuvimos que quitártelo. Pero tenemos una prótesis de hierro que puede servirte —agregó—; y es funcional.

Jellert se acercó a Aiki sosteniendo, en su mano, una réplica de un brazo completo, el cual debería de agarrarse de la zona del hombro, conectando automáticamente las zonas de los nervios con este gracias a los poderes de la magia minervina. Su textura era fría como el hielo, y Aiki sintió estar sobre un temprano ese mismo instante. Hacía el esfuerzo para no perder la consciencia debido a lo repentino que fue todo lo ocurrido.

—Quizás te cueste un poco moverlo al inicio, pero te acostumbrarás —dijo Jellert.

Aiki observó su brazo nuevo, algo incómodo, pero sabía que si no resistía, entonces iba a tener problemas. Quizás esas fueron las consecuencias que tuvo el permanecer en la oscura ignorancia, en vez de buscar la luz de la verdad. En ese momento, Aiki se preguntaría, ¿Cómo explicaría eso a sus compañeros? ¿alguien lo ayudaría? Y sobre todo: ¿Podría empeorar la cosa?

7

Habían pasado unas cuantas horas, cuando Sonia dejo que la banda militar haga su acto mientras ella volvería a buscar a Aiki. Su olor era lo que le permitía saber que aún se encontraba vivo. Quizás sea uno de los jóvenes del rango C más problemáticos; aquellos que no saben tanto, y se dejan dominar por cualquier engaño que les surja. Ahí había que entender que ante todo, hay que dudar. Nunca asuman nada había dicho el coronel Ed una vez a Sonia en su etapa viviendo el rango C, sin embargo, ella entendió finalmente, que quizás en su pasado ha sido peor que Aiki, pero una cosa no salva a la otra.

En ese instante, después de salir de ese recinto, fue cuando vio la noticia en manos del periódico local:

Primicia:

Joven militar asalta un banco

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