X: Pueblo Nevado

1

Una mesa decoraba el húmedo y vivo césped en la plaza de Pueblo Libertad, capital de Norkele; era tan grande como para hacer una cena de diez veces el personal completo del rey. Ese día de verano estaba despejado a comparación de lo que Aiki había pensado. La noche anterior había sido muy loca, sin embargo, Aiki tuvo que soportar las riñas de su sargento durante media hora hasta que se fue a dormir. Para Aiki, eso ya no tenía importancia, ya que era un nuevo día, y tenía planeado seguir con sus paseos diarios, quizás aprovechando sus poderes para defender otros pueblos de la banda de Norkele, o descubrir nuevos pueblos de por ahí.

—¡Niño! —llamó Sonia—, necesito que vengas.

Aiki se dirigió hacia su sargento, La cual se encontraba firme en el centro del lugar; estaba esperándolo.

—Tú prepararás un discurso—ordenó Sonia—; eso hará que te salves de marchar junto a la tropa en el festival militar que haremos —agregó—. Más vale que no me defraudes con lo que traigas, si es que no quieres verme fruncir el ceño.

Aiki se quedó en babia por unos instantes, pero despertó inmediatamente, asintiendo con la cabeza; Sonia, poco después se marchó a trabajar en el festival.

La inspiración para un discurso podía provenir de cualquier parte, sin embargo, Aiki no tenía una clara idea de lo que decir; Sonia no le había dado a entender de lo que debía tratar el discurso, y no sé atrevía a preguntarle por lo obvio que quizás podría ser, aunque no lo capte. Aiki regresó corriendo y dando tumbos hacia la posada, dónde se encontraba Hayley limpiando junto a algunos más de la tropa.

—¡Hayley! —exclamó Aiki—, necesito tu ayuda.

—Estoy ocupada —dijo Hayley—, pero podría responderte, ¿Necesitas algo urgente?

—Sonia me mandó a escribir un discurso —masculló Aiki—, ¡Un maldito discurso!, no sé de qué debería tratar, ni sé bien cómo hacerlo.

Hayley dejó el plato que sostenía en la mesa, y cerró brevemente los ojos para concentrarse en el asunto.

—Bien —dijo Hayley—; creo que tengo un conocido que podría ayudarte, pero este vive en el monte nevado, al sur del estado. Mientras, creo que puedes alojarte en el pueblo Nevado, zona sur.

Aiki, a penas oye la recomendación, se dirigió hacia la puerta, tomó el picaporte con su mano derecha y volteó.

—¡Gracias, Hayley!, Yo sabía que podía confiar en ti —vociferó Aiki con mucho júbilo—; siempre conoces a alguien. —agregó y se marchó, siendo la sonrisa de Hayley lo último que vio en ese lugar.

Montó a Serif, tomo las bridas, y comenzó a cabalgar por la ruta que llevaba a la salida de Pueblo Libertad. Recorrió la ruta hasta llegar al río, el cual pasó y siguió avanzando. Cuando llegó a Pueblo Sombra decidió descansar un rato en un bar. Pasó aproximadamente media hora, cuando volvió a marchar hasta la zona sur.

2

Poco a poco el frío se iba volviendo más notorio para Aiki, tanto así, que casi ni sentía sus manos en ese momento, sin embargo, él se había preparado mucho antes para ello, y llevó vestuario de invierno. Un tapado de piel, unos guantes, y una manta oscura para Serif; todo eso fue suficiente para continuar la travesía. Recorrió un par de kilómetros para llegar a un pequeño bosque nevado, el cual lo introdujo al lugar. Los árboles estaban cubierto de una manta blanca de nieve, la cual hacía sentir a Aiki que estaba recorriendo un paisaje de un retrato de alguno de los mejores pintores del estado.

Poco a poco el bosque iba quedando atrás, y Aiki encontró un camino nevado, el cual siguió hasta ver a la distancia un pequeño pueblo. Aiki se acercó a este, la arquitectura era similar a la de Nueva Hinkip —como determinados pueblos alemanes y franceses— , y la gente iba con tapados de piel, los cuales parecían cazados en bosques de la zona. Aiki desmontó y amarro a su caballo; él quería explorar un poco el pueblo.

Recorrió un rato el lugar a pie, dando ligeros tropezones en la nieve de vez en cuando. Él pudo ver aquello que parecía un puesto de venta de tapados y otro tipo de abrigos dirigido por cazadores minervinos, en la puerta de una cabaña de madera de roble, la cual tenía un letrero que indicaba «Cafetería invernal: Lo mejor para pasar el frío». Aiki fue atraído por el olor al café que provenía de la instalación, así que decidió entrar.

Aiki tomó un asiento, y leyó el periódico mientras esperaba a ser atendido.

«La banda de Norkele; Un peligro latente

actualmente se han visto a miembros merodeando por la zona sur»

Tan sólo leer el encabezado, a Aiki le dio una idea de que algo malo ocurriría en la zona, así que comenzó a tomar notas mentales sobre un plan, el cual ejecutaría en el hipotético caso de encontrarse a alguno de esos rufianes. Poco a poco se apaciguaron los pensamientos del tipo «¿Qué querrán aquí?», hasta que llegó una camarera, con un traje elegante de tipo renacentista, y unos guantes, le dejó el menú a su lado, del cual Aiki solamente pidió un capuchino caliente.

Aiki dejó de tiritar del frío cuando el café llegó, y él dio su primer sorbo; la tranquilidad de estar tomando bebidas calientes junto al reconfortante calor del fuego que rebozaba en una chimenea, provocaba que Aiki se relaje lo suficiente como para acomodar sus pensamientos, aquellos los cuales él tenía dificultades para controlar y ordenar. Miró a través de una ventana la cual se encontraba al lado de los asientos vecinos al suyo, quizás de un metro y algo —no tan grande—, y observó la naturaleza del lugar. Aiki se sentía como aquellas noches de invierno, en su casa de Skirmofe, cuando su padre aún estaba vivo, antes de que su tío lo expulsará del hogar, y de que entrara al ejército. Los inviernos de Skirmofe eran muy fríos, Aiki de vez en cuando se consideraba un suertudo de haber caído en la milicia; a pesar de tener que soportar a Sonia, a Zorom, o a otros pesados por ahí, conoció a muy buena gente.

La tranquilidad de Aiki paso repentinamente a un sobresalto, cuando escuchó un ruido a golpe seco, seguido de varios grito, que lo ensordecían. Al ver a su alrededor notó que la gente estaba alerta, y algo curiosa de saber de lo ocurrido. Aiki tomó el último sorbo de café, y salió a ver qué pasaba. Para su sorpresa, se topó con uno de los minervinos que se encontraban junto al puesto de tapados, el cual gritaba «¡Ladrones!», y otro algo inconsciente en el suelo; quizás de un golpe. Aiki logró notar que al hombre le faltaba la gema que aquellos solían llevar.

—¿Hay un médico por aquí cerca? —preguntó Aiki.

Un hombre de aspecto robusto y canoso se acercó, proclamando ser un médico. Aiki se dirigió a una mujer minervina en el grupo.

—¿Se llevaron el collar? —indagó Aiki

La mujer asintió con la cabeza, y Aiki se dirigió hacia Serif para perseguir a la banda. Recorrió una de las rutas que salía del pueblo, hasta llegar a una cabaña, donde encontró a dos soldados de la banda descansar; los cuales al parecer reconocieron a Aiki y decidieron huir galopando. Aiki sin dudarlo los persiguió por la larga ruta, hasta que llegó a una montaña. Los hombres habían entrado a una cueva bajo esta. Aiki se entró tras ellos, y lo que vio es algo que nunca antes había presenciado; la cueva estaba llena de cristales colgantes.

Los hombres habían entrado, no podían estar en otro lado; aunque Aiki no pudiese verlos, él sabía que debían estar en ese lugar escondidos. Bajó de Serif, lo amarró cerca de la entrada camino por la zona con su espada desenfundada. El suelo se sentía algo resbaladizo, como si alguien hubiese hecho una limpieza y lo hubiese encerado. Aiki oyó a la distancia unos susurros, los cuales sabía que lo dirigirían a la banda.

—¿Lo hemos perdido? —susurró uno de los hombres, aunque poco después el segundo vería al joven acercarse, y negaría con la cabeza.

—¿Dónde está la gema? —preguntó Aiki.

Los hombres desenfundaron sus espadas, y la apuntaron hacia Aiki, en posición de ataque.

—¿Las quieres? —dijo el soldado 'A' de la banda—, entonces, antes debes enfrentarnos.

Un leve temblor anuncio algo inesperado, una de las salidas había sido bloqueada por un derrumbe de nieve, justamente la que Aiki uso para entrar. Aiki, prediciendo un ataque de uno de los rufianes, bloqueó con su espada, mientras que colocó la mano en el estómago del segundo —el cual se encontraba por atacarlo—, y disparo una bola eléctrica, el cual hizo que este retrocediera, y caiga al suelo.

—Dame lo que robaste —ordenó Aiki—; ¡Ahora! —aseveró.

El soldado A le entregó en la mano un collar, el cual contenía la gema en el centro.

—Ahora, me iré de aquí—agregó el soldado, levantándose junto a su amigo—, pero te deseo suerte, porque hemos oído que una bestia vive en esta cueva —agregó y ambos marcharon.

Aiki enfundó su espada, y se dirigió hacia Serif. Colocó la gema dentro de una bolsa de las tantas que su caballo cargaba en el lomo, y lo tomo de la brida para recorrer la cueva. Los caminos del lugar eran muy laberínticos, mucho más que las rutas de Norkele. El frío había hecho que sus temblores regresen, y en vez de ver la salida, sentía como si estuviese bajando cada vez más profundo en un abismo interminable.

«Tac, tac, tac»

Aiki sintió algo que parecía ser unas pisadas húmedas, las cuales se acercaban poco a poco hacia su lugar. Aiki preferiría huir ante esa situación, aunque no temería en enfrentarse a aquello que lo buscaba.

«Tac, Tac, Tac»

Las pisadas se hacían aún más fuertes. Aiki se topó con una gema algo enterrada en el suelo, al centro de lo que parecía ser una cámara circular, y volteó a su alrededor para ver si alguien le seguía. Una silueta gigante se acercó a él, un monstruo humanoide cubierto de cabellos teñidos un blanco resplandeciente lo acorraló; aproximadamente media unos dos metros y medio. Parecía un yeti de monte, según la guía de neofauna que le otorgó Saiyu durante sus cursos militares en Skirmofe. Aiki desenfundó nuevamente la espada, apuntando hacia él, y golpeó; pero los golpes no hicieron nada al respecto, ganándose un tumbó por parte del puño del gigante. Aiki cayó a un lado, y apuntó con la mano hacia el gigante, disparando su bola eléctrica, aún sin efecto alguno. Se levantó y corrió hacia uno de los cristales, en el cual se subió, y saltó hasta un segundo piso. El gigante al parecer sabía subir en ellos, así que lo persiguió incluso ahí arriba, pero al menos había logrado alejarlo de Serif.

Aiki resbaló en uno de los pedazos de hielo, cayendo nuevamente al primer piso, y el gigante fue tras él. Acorralado, Aiki no sabía cómo podría derrotarlo, pero tenía una última idea, un plan algo peligroso, pero quizás funcional. Levantó la mano y disparo una ráfaga hacia uno de los cristales colgantes, el cual se desprendió del techo y cayó sobre el yeti. Eso no detuvo al monstruo, pero le dio tiempo a Aiki para levantarse y poder alejarse un poco.

El Yeti se levantó, al parecer algo confundido, y tras sacudir la cabeza, decidió seguir buscando a Aiki. El joven Tomo su caballo y siguió buscando la salida, sin embargo, se topó con el gigante nuevamente. Aiki estaba sintiendo que se perdía, quizás en algo que le parecía totalmente imposible de creer, ya que solamente tuvo la intención de ayudar. El Yeti fue lanzado en el aire por una ráfaga de luz que provenía desde sus espaldas, y tras este, se presentó la figura de un anciano, el cual Aiki hubiese confundido con un dios sacándolo del mundo después de que el yeti lo hubiese devorado.

—Te diría que nos vayamos antes de que vuelva a despertar —dijo el anciano refiriéndose al yeti—, el efecto aturdidor solamente dura unos minutos.

3

Aiki y Serif siguieron al anciano a través de la cueva, recorriendo cámara tras cámara hasta llegar a la salida; aquello que duró unos minutos, para Aiki fue casi una eternidad. Tras la cueva había una ruta que parecía seguir hasta la cima de la montaña, y otra que parecía ir cuesta abajo, y cortaba en un acantilado. El anciano continuaba subiéndola, a lo que Aiki solamente lo siguió. En momentos los caminos llegaban a divergir, mientras que en otros estos solían converger, formando una ruta única. Habrán caminado cuesta arriba aproximadamente unos quince minutos, hasta que se detuvieron en una cabaña circular, la cual llevaba piedra en las paredes, y un tejado hecho de madera; el hombre invito a Aiki a entrar.

Aiki sintió que el olor a humedad se le iba a impregnar cuando entró a la cabaña del hombre. Las paredes de piedra le daban un toque clásico, mientras que la chimenea otorgaba el calor perfecto al lugar. Serif se encontraba amarrado en una de las vallas que daban hacia el patio de la cabaña, a lo que Aiki sabía que no debía preocuparse mucho por ello. Los pensamientos de Aiki rumiaron por el lado del yeti, mientras que se había olvidado un instante de Hayley, y la tarea que le dejó Sonia a realizar. El anciano se peinó la barba con los dedos, mientras que con la otra mano sostenía una vieja tetera de hojalata con agua hirviendo dentro, y la vertió en una taza, la cual contenía un saco dentro.

—Es té de hierba —dijo el hombre—; es ideal para el frío, y perfecto para relajar tu mente.

Aiki agarró la taza que el hombre le había señalado que era la suya, y bebió un poco; le gustó el sabor que tenía. El hombre se sentó en otra silla a beber también.

—¿Qué te trajo a pelear con un yeti? —preguntó el hombre—; es difícil derrotarlo con magia. —agregó. Esa última acotación hizo aliviar a Aiki, quien supo que no era él el que fallaba con los hechizos.

—Bien —replicó Aiki—, es una larga historia; he parado en la cueva buscando a unos vándalos que le robaron a una familia de minervinos.

—¡Oh, vaya! —exclamó el hombre en voz baja—, he tenido un compañero de trabajo que era minervino; ¡Viejos tiempos!, antes de retirarme.

Aiki le dio otro sorbo al café, algo pensativo, pero curioso.

—No tuve contacto con él desde entonces —dijo el hombre—, mi compañero también se había retirado, o eso me dijeron, y creo que falleció hace un año; la vejez le ha hecho lo suyo, espero que descanse en paz. —agregó—, a todo esto, ¿cómo te llamas?

—Yo me llamo Aiki —contestó Aiki sosteniendo la taza entre sus manos.

—Yo me llamo Humbert —replicó el hombre—, me conocen en el pueblo como el sabio de las montañas, pero el diablo sabe más por viejo que por diablo, ¿Eh?, cada una de mis canas representa una lección de vida. —agregó.

En ese momento Aiki recordó lo que Hayley le dijo, «Tengo un conocido que puede ayudarte»

—Señor —interrogó Aiki—, ¿Usted conoce a una chica llamada Hayley?

—Sí, claro —repuso Humbert—, una chica muy inteligente, más o menos de tu edad; había venido para llevarse lágrima de espíritus, para algún tipo de magia que le dieron como tarea.

—Quería contactarte porque... —Comenzó a explicar Aiki—: verás, mi sargento me ordeno el realizar un discurso; pero por algún motivo, tengo un bloqueo creativo.

Humbert puso la palma en alto mientras intentaba tragar un poco de té; dando a entender que iba a hablar.

—Espera, joven Aiki —dijo Humbert casi atragantándose—, eso es algo de lo cual tienes que sacar inspiración por tu cuenta; pero te puedo ayudar. —agregó— Tan sólo mira por la ventana

Aiki obedeció a la orden, y vio el paisaje, se podía observar Pueblo Nevado a lo lejos, muy a lo lejos. Aiki logró, de cierta forma, notar la pequeñez que él representaba, y quizás toda su especie.

—¿Te llegó algo? —preguntó el hombre.

—Creo que sí —repuso Aiki.

Volví a dar un breve vistazo por la ventana, y pensó: «Después de lo pequeños que somos, hemos logrado grandes cosas, ¿No?, esto se nos ofreció como especie, está realidad, la cual no sé si es real.» y unos segundos más tarde siguió «Quizás todo, la montaña, el agua, los árboles, todo aquí, me es una alucinación» Aiki decidió dejar de mirar la ventana, no necesitaba más que la frase «Hemos logrado», para un simple discurso militar.

Aiki despertó de aquellos pensamientos, los cuales le giraron en la cabeza durante un buen rato. Humbert caminó por su cabaña hasta llegar a una ventana, y observó.

—Sí... —dijo Humbert—; efectivamente, este universo se nos otorgó para que lo exploremos, y a su vez, este es indiferente a nuestros caprichos. Probablemente no seamos conscientes de la existencia de nada, más que la nuestra propia.

—¿Tampoco del universo? —preguntó Aiki.

—Somos quizás, solamente materia con consciencia —explicó Humbert—, parte del universo, por ende, una parte que conoce su propia consciencia, y puede dar lugar al universo como tal, bajo nuestra propia realidad.

4

Humberto había sacado una lata de arvejas de una caja, la cual desprendía un visceral olor a cartón podrido.

—Están viejas, pero aún se conserva.

—He comido cosas peores —replicó Aiki—, en el ejército, cuando estaba aún en Skirmofe.

El anciano vertió suavemente las arvejas en una sartén, y la colocó en una hornalla —el gas funcionaba en Soka—, la cual encendió frotando un par de piedras.

—Un amigo que fue al ejército me dijo que los primeros meses no puedes salir a ningún lado.

—Es parte del entrenamiento —contestó Aiki—; tampoco es que en Norkele te ofrezcan una comida la cual puedas decir que es una de las maravillas de Soka, pero mientras puedas comer, te conformarás.

En ese momento, un ave voló por encima de la cabeza de Aiki, y se posó en un perchero viejo que se encontraba al lado de la puerta.

—Ella es Tara —presentó Humbert—, es mi ave; un fénix dorado de Norkele. —agregó.

El ave estaba comiendo, Aiki percibió el olor a las arvejas, las cuales iban tomando mejor aspecto; su color paso de ser un verde apagado a uno más vivo. Humbert sacó una cubeta llena de tomates aplastados, y la echo a la mezcla.

—Ya casi está.

—¿Dónde aprendiste a cocinar? —pregunto Aiki.

—Es un platillo de los que les gusta a los dioses —repuso Humbert—; me lo enseñó un monje en un templo.

Aiki pensó: «A los dioses les gusta comer arvejas, y tomates pisados». Humbert sacó la mezcla del recipiente y lo colocó en dos cuencos de madera. Ambos comenzaron a saborear la comida; Aiki devoró todo en unos diez minutos.

(...)

—Muy bien —dijo Aiki—, creo que debo irme; mi sargento me espera.

—¿Te dirijo hasta el pueblo? —preguntó Humbert.

—Si así deseas —respondió Aiki.

Humbert abrió la puerta. El viento helado del exterior resopló hacia dentro, pero Aiki estaba ya cómodo; aún así, se esperaba que el cambio de temperatura repentino lo haga temblar un poco.

Al salir, Aiki desató a Serif, y tomó su brida para llevarlo a pie. Humbert caminó cuesta abajo por la montaña, y Aiki lo siguió.

—Veo que hay un camino que sube aún más —acotó Aiki

—Sí, lo hay —replicó Humbert.

—Lo hay —dijo Aiki—, ¿Y qué hay más arriba?

—Arriba hay un—dijo Humbert—... un ser mítico, cuando despierta, aparece.

Aiki siguió el mismo camino que Humbert, dando tumbos por la nieve, mientras resistía al resoplido del viento.

—¿Dices que hay un ser que despierta y aparece de vez en cuando? —preguntó Aiki.

—Precisamente eso —asintió Humbert—; un ser mitológico; hay repartidos en todo Soka, y muchos de ellos suelen elegir un lugar para quedarse ahí por años.

—¿Hace cuánto está ese ser ahí?—inquirió Aiki.

—Hace años... Ese ser está hace años ahí —dijo Humbert—; quizás unos... cincuenta, aproximadamente —agregó.

—Eso es bastante.

—Los seres mitológicos suelen quedarse incluso tres o cuatro siglos enteros. —replicó Humbert.

Una suave y fresca brisa resopló hacia la cara de Aiki, un leve temor sentía hacia aquella bestia, pero a su vez tenía curiosidad del como sería. Aiki sintió otra brisa provenir del sudeste, pero algo más cálida con respecto a la anterior; su olor podría describirlo a uno similar al de un cadáver putrefacto. Tras esas circunstancias, Aiki aún pesaba seguir su camino, a pesar de que su yo del pasado hubiese salido pitando, tapándose la nariz. Aún así, él tampoco se consideraba un maestro de la magia, puesto a qué sus compañeros de la milicia estaban un poco más avanzados que él en ello, pero ya ha sobrevivido a un par de inconvenientes que se le presentaron. Otra brisa, aún más cálida, resopló fuertemente; está vez desde el sudoeste. Aiki se dio cuenta de que el aire que provenía de allí, difícilmente iba a llegar con tal calidez, tanto así, que parte de la nieve en el suelo, estaba derritiéndose arriba de esa montaña.

¡Cuidado! —gritó Humbert, y empujó a Aiki hacia un lado. Una bestia blanca, muy similar a un dragón con alas enormes (mediría aproximadamente unos tres metros y medio), se había presentado. Esta se acercó a cierta velocidad hacia Humbert, quien logró esquivarlo y sacar una vara gigante, aproximadamente de su altura—. ¡ATRÁS! —agregó Humbert, mientras balanceaba la vara de un lado al otro, apuntando hacia el dragón.

Aiki se levantó, estiró su brazo lo suficiente como para alcanzar su espada, y apuntarla hasta el dragón, el cual volaba alrededor la montaña.

¡Atrás! —gritó Humbert, y luego volteó a ver a Aiki—; ¡Joven!, ¡Le recomiendo que corra cuesta abajo!

Hmmffff —resopló Aiki, montó en Serif y galopó cuesta abajo, intentando alejarse del ser.

«Pummm»

El ser dio un cabezazo en una parte de la montaña, muy cerca de Aiki, quien lo esquivó. El estruendo se escuchó nuevamente, pero proveniente del suelo; el ser dio otro cabezazo, pero está vez en la parte baja de la montaña. Aiki siguió marchando, buscando el final a través del camino largo, sin embargo, «Pummm», Aiki cayó de Serif, y cayó por un lado de la montaña, al vacío mismo.

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