VIII: Samirina contra La banda de Norkele

1

«Viajes en carreta: Llegué hasta su destino» un negocio hecho con carretas impulsada a caballo, el cual se encontraba en el pueblo Carmesí, y al menos llegarían a una distancia considerable de dónde se encontraba Amanda Nim para pedir un ejemplar. Samirina parecía haberse cansado, y se quedó dormida en los hombros de Hayley, la chica era de una estatura pequeña, pero aún así estaba algo loca, o eso notó la muchacha.

Aiki se acercó al local, dentro de este había olor a una mezcla de tabaco y madera vieja. Un hombre se le acercó con un puro en la mano. La calva de su cabeza era compensada por la larga y poblada barba que tenía.

—¿A dónde planean ir? —preguntó el hombre.

—Al museo de Norkele. —replicó Aiki.

—Bien... —dijo el hombre—, serán diez monedas de oro. —agregó después de un breve silencio.

Hayley tenía el dinero suficiente como para pagar el viaje, así que asintió y ambos subieron a la carreta.

Comenzaron a moverse por un camino, la carreta tambaleaba con los jóvenes dentro, y uno de esos movimientos hizo a Samirina despertar, aunque ni Aiki ni Hayley se dio cuenta.

—¿En serio haces esto por mí? —preguntó Aiki.

—Sí, todo por un amigo.

—¿Por quién? —interrumpió Samirina algo dormida.

Tanto Aiki como Hayley la miraron, se sorprendieron de verla despierta poco después de un sueño muy profundo el cual parecía que duraría horas. Sam oyó al caballo relinchar, el sonido la asustó un poco, pero se mantuvo serena a la fuerza para evitar verse débil ante los desconocidos.

—Que lo ayude a aprender magia marcial. —contestó Hayley.

—¿E...Estoy en una carreta? —preguntó Samirina

—Sí —repuso Hayley—, estamos yendo hacia el museo. Por cierto, ¿cuántos años tienes?

—Casi dieciséis —respondió Samirina—, ¿ustedes?

—Él tiene dieciseis, casi diecisiete —confirmó Hayley—, yo tengo tu edad.

Samirina siguió indagando:

—¿Ustedes son del ejército? —preguntó.

—Sí, del ejército de Skirmofe. —contestó Hayley.

—¿Y qué hacen en Norkele?

—Pues nos trajeron de expedición —replicó—, para defender Norkele de Nukt.

Samirina parecía desconocer el asunto entre los estados, pero cuando oyó nombrar Nukt, supo de qué trataba.

—Yo vivía con mis dos hermanos en Nukt durante la guerra.

—¿Y cómo escapaste? —pregunto Hayley.

—Con los pies —respondió Samirina entre pequeñas risas.

Hayley hizo una mueca y se fijó en el collar que tenía la pequeña chica. Una cadena larga y dorada acompañada de un dije plateado con la figura de un triángulo con un ojo, el cual tenía en el centro algo parecido a una gema color morada, al igual que su capa.

—¿Ese dije qué significa? —preguntó mientras señalaba aquel collar.

—Oh, esto es una piramide —replicó Samirina —, un símbolo que representa al Ente matemático, me da conocimiento para realizar mis pócimas.

Aiki parecía curioso por saber que era un ente matemático, aunque Hayley parecía saberlo, ya que no preguntó nada más.

—¿Qué es el Ente matemático? —preguntó Aiki.

—¿Acaso no lo sabes? —respondió Hayley—, es el que creó la realidad, su mesa de trabajo es algo que le llaman "La gran matriz", y te sería difícil de entender qué es. —agregó.

—Explicame sobre la gran matriz. —contestó Aiki.

—Es que ni yo entendí bien. —replicó Hayley—, supuestamente es la realidad que el cerebro no ve...

La carreta cruzó el cuarto brazo del río Naru, el cual cruzaba por todo Norkele, cuando de repente comenzó a tambalearse, haciendo que el trío se golpee contra sus paredes. La carreta cayó al agua, y su interior se encontraba inundado. Aiki fue el primero en salir a investigar, seguido de Hayley, quien llevaba a Samirina en sus brazos. Lo único que encontraron fuera de esta fue los pies de una persona, un miembro de La banda de Norkele se encontraba frente a ellos.

—Oh, miren quienes están aquí... —dijo el muchacho —a nuestro jefe les gustará saber que logré atraparlos...

(...)

2

Sintiendo la cabeza tan pesada como un yunque, y los ojos pegados como si tuviesen pegamento, Aiki logró abrirlos uno a uno, comenzando por el derecho vagamente, y terminando por el izquierdo. La oscuridad lo rodeaba de punta a punta, y al intentar moverse sintió que algo lo sujetaba. Había otra persona tras él, pero no estaba agarrándolo, sino que lo que lo tomaba era algo más pequeño. Al palpar con su mano logró notar una textura similar a una soga la cual usaban para atar al ganado cuando esté se descontrolaba. Quienes estaban tras él era, no una persona, sino tres, Hayley, Koichi y Samirina.

—A ver si podemos escaparnos —dijo Samirina.

—¡Silencio, te oirán! —susurró Hayley.

—¡¿Quién eres para callarme a mí?! —contestó Samirina.

Aiki observó hacia atrás, sus ojos se toparon con la cabeza de su amigo.

—¿Dónde estamos? —preguntó

—Encerrados en la guarida de los malos —replicó Koichi—, o eso parece, nos capturó un tal Don Guadaña.

Samirina se encontraba moviéndose bastante, incomodaba a Aiki, la espalda de la chics golpeaba con la suya.

—Sam, ¿puedes dejar de moverte tanto?

—¡¿No ves que estoy intentando ayudarles a escapar?!

En ese momento alguien entró por una puerta, un hombre alto, el cual según Koichi era el hombre que vio antes.

—Ustedes se quedarán ahí hasta morir de hambre —dijo Guadaña—, en cortesía de nuestro jefe.

—¡Liberarnos maldito hijo de...! —gritó Samirina, aunque el guardia no parecía prestarle mucha atención, se sentó y comenzó a beber con sus compañeros.

—Sam, necesitamos una poción que nos libere —dijo Koichi.

—Ya sé —contestó la pequeña—, espera que la busco...

En es momento la joven se fijó en la mesa de los criminales, ahí encontró su pequeño bolso de pócimas.

—Bueno, están allá.

—¿Y ahora qué? —contestó Koichi.

—¿Qué tal si nos acercamos a la reja y ahí abrimos la cuerda? —dijo Hayley—, tiene picos en la punta para evitar que si nos salimos de la soga, podamos treparla.

Entonces el grupo comenzó poco a poco a moverse coordinadamente hacia la reja. Aiki podía sentir que a cada tanto se tropezaba con los pies de sus compañeros, pero llegaron a esta, y cortaron la soga con las puas. La soga se desprendió de ellos, cayendo al suelo. Uno de los guardias estuvo alerta y susurró a La guadaña, quién estaba algo dormido, pero este dijo que nunca saldrían de su celda igualmente, entonces sus compañeros lo dejaron dormir.

—Creo que nos salgamos —dijo Aiki.

—¡Mira! —dijo Samirina—, necesito que me alcancen aquella bolsa.

Aiki miró algo extrañado a Samirina, sabía que ella tenía una idea, pero no sabía por qué necesitaba una bolsa.

_¿Para qué la quieres? —preguntó Koichi.

—Es una Bolsa de Minerva —dijo Samirina—, tengo algo útil guardado por ahí.

La pregunta de Koichi, en vez de aclarar sus dudas, les provocaron más tanto a él como a Aiki.

—¿Cómo que guardado? —preguntó Aiki.

—Bien, si tienes en cualquier parte una de esas bolsas, puedes guardar lo que quieras y luego podrás sacarla en cualquier bolsa del mundo, sin importar que sea la misma u otra. —replicó Samirina con una expresión que a Aiki le hacía recordar mucho a Saiyu.

Koichi entonces recordó brevemente las clases de Sonia, e ideó Miles de formas para atraerla. Lanzar energía no serviría, sólo lo repelería. Entonces miró la soga y se le ocurrió una idea, la cual le brotó de la mente como flores en un día de primavera muy despejado. Señaló con el dedo el saco, y disparó un pequeño haz de luz hacia la cuerda que lo tenía colgando de un viejo perchero de madera junto a aquella pared de hormigón duro que daba un ambiente horrible en el lugar. Acto seguido, le pidió a Aiki que lo ayude sosteniendo la cuerda mientras ataba un nudo en una punta formando un lazo.

—Bien, Aiki, hazlo, y ten cuidado.

Entonces Aiki lanzó la cuerda, atrapando justo la bolsa, y tirando lentamente hacia atrás para atarla sin que se suelte. Parecía tener cosas dentro, pero lo que sea, no lo sentiría natural cuando haya tocado la bolsa por primera vez. El saco desprendía un aura que incomodaba un poco a Aiki, y a su vez su tacto le hacía sentir que la forma de su contenido no tenía contextura física alguna que sea posible; Aiki pensó que era algo sacado de otro mundo.

Samirina arrebató la bolsa de las manos de un Aiki algo confundido, abrió la bolsa y comenzó a revolver dentro, hasta hallar un objeto el cual sacó; era una pistola, muy similar a las que Aiki había visto en las pinturas antiguas dónde había hombres a caballo en pueblos rústicos muy diferentes a los de su época, mirando el sol en el atardecer. Samirina observó a Aiki con una sonrisa algo macabra, la cual le recordaba mucho a la que emitía Sonia cuando le hacía tropezar en medio de los entrenamientos intensivos, y le acercó el arma.

—Esta arma no tiene balas, pensé que en algún momento me serviría para intimidar —musitó Samirina aún manteniendo aquella pícara expresión en su cara—, probablemente podamos intimidar a los guardias para que nos den el arma que tienen.

—¿Pero cómo haremos que entren? —preguntó Koichi.

—Bien, si revuelves en la bolsa, quizás piensen que tienes algo útil guardado y entren a quitártela. —repuso Samirina—, tienes suerte que sólo uno tiene arma.

Entonces en ese instante, Koichi tomó la bolsa y comenzó a revolver.

—¡Guardias, el prisionero está buscando algo en la bolsa!

Samirina siguió gritando hasta que uno de los guardias, algo dormido, despegó un ojo...

3

La guadaña se levantó de la silla, dirigiéndose las llaves del calabozo, mientras su compañero sacaba el arma y apuntaba a Koichi.

—¡Deja esa bolsa! —exclamó.

Entonces Koichi la soltó y levantó las manos, mientras el guardia accedía a la celda para quitarles la bolsa.

—¡Detente, y suelta eso! —exclamó Samirina apuntando con su arma al guardia, el cual soltó el arma automáticamente. El otro guardia observaba desde lejos, esperando para atacar, cuando Aiki le apuntó con el dedo como si fuese una pistola. Sabía que si se volteaba se enteraría de su farsa, pero también sabía que mientras no lo haga, el asunto se resolvía.

Koichi agarró el arma del guardia que la dejó caer, y en ese momento comenzó a reírse.

—Cayeron, el arma estaba descargada —expuso Koichi.

Los guardias se miraron al rostro, y luego de una señal, volvieron a ellos.

—Pues, es una coincidencia, mía también —repuso el guardia entre risas, entonces tomó la bolsa y comenzaron a salir de la celda. Koichi miró la culata del arma, y le pegó en la nuca a La Guadaña. Samirina aprovechó esa oportunidad, levantó la mano, y dejó escapar un polvo que hizo que el otro guardia cayese inconsciente.

—Ese era el último gramo de Burundanga que me quedaba—protestó Samirina.

—Podría habernos sido útil si había alguien más en el edificio. —replicó Koichi.

Aiki vio el paso libre en la salida del cuarto, y exclamó: ¡Libertad, por fin!

Entonces Samirina agarró la bolsa, y el grupo caminó hacia la puerta. Para la mala fortuna del trío, el edificio era mucho más largo que eso, y supondría que tendrían que ir en busca de la salida. Aiki llegó a observar un par de latas de cerveza vacías en un mueble, y colillas de cigarros en los suelos; Koichi había estado en abstinencia al tabaco, y esperaba que eso no lo altere demasiado.

El trío siguió caminando habitación tras habitación, la siguiente seguía teniendo similitud con una celda, pero la tercera tenía una ventana. Aiki pensó que estaba muy cerca de salir de ahí, pero estaban en un tercer piso.

—Ven, Aiki —dijo Koichi—, creo que no podremos pasar por esa ventana; a menos que la petiza tenga alguna pócima que nos haga flotar.

—No, aún no existe ninguna pócima o truco conocido que rompa el efecto de la gravedad. —explica Samirina—, aunque hay leyendas en las que se explica que las deudas pueden romper leyes físicas, pero son sólo eso.

Aiki retrocedió dos pasos, y volteó hacia su compinche y la pequeña de las pócimas.

—creo que mejor será que salgamos por otro lado. —propuso Aiki.

El trío regresó a la habitación anterior y entró por la segunda puerta de la izquierda, la cual llevaba a un pasillo. Aiki caminó teniendo mucho cuidado de no alertar a nadie, y más razón tuvo cuando al pasar por una puerta oyó un ruido que sonaba similar a una mezcla entre pasos y golpes algo fuertes y repetitivos en la pared. El ruido de los susurros de tres voces diferentes se podía escuchar. Era, por lógica, gente de la banda de Norkele, quizás tres hombres en una reunión; para Aiki, no sería sobre algo bueno, viniendo de un grupo criminal. El trío se apuró para evitar ser vistos u oídos, y cruzó una puerta muy despacio, la cual parecía no tener a nadie. Al abrirla se dieron cuenta que era un despacho, y que tras él se encontraba una pintura sobre la muerte de Abel.

—¿Eso es...? —intentó preguntar Aiki sin terminar la frase; se había quedado sin palabras.

—Si —contestó Koichi—, creo que es eso.

—¿Qué es qué? —preguntó Samirina mientras se colgaba del hombro de Koichi para ver mientras este le tapaba la puerta sin darse cuenta—, ¡Deja que vea!, ¡Deja que vea! —exclamaba mientras saltaba.

Aiki se acercó lentamente a la obra para contemplarla mejor, un marco hecho de oro con un decorado de tipo floreado la rodeaba, mientras la pintura, aunque algo tétrica, no dejaba de ser interesante. Un chico encima de otro, golpeando con un mazo su cabeza. El ruido, ese no era del cuadro, estos no hacen ruido, alguien se acercaba, y eso lo notaron tanto Aiki como Koichi y Samirina.

Aiki, se ocultó bajo el escritorio de madera de roble viejo que se encontraba en la habitación, mientras que Koichi se escondió tras un armario y Samirina dentro de una caja junto a una estantería de viejos y arrugados manuscritos de la banda.

Un hombre pálido entró al lugar con un traje holgado y un moño, similar a lo que se vería un retrato de la época del renacimiento, sentándose en el escritorio y aplastando la mano de Aiki contra este. Aiki se vio en la necesidad de contener su grito con el fin de que el hombre no se de cuenta de su presencia en el lugar, y Samirina tuvo que contener la risa por el mismo motivo. Más temprano que nada resonó otra voz tras la puerta, la cual repetía «¡Jefe, jefe!». El hombre que estaba sentado en ese escritorio se levantó repentinamente, dejando libre la mano de Aiki.

—¡Jark estaba bebiendo y ahora está temblando en el suelo! —exclamó el soldado de la Banda de Norkele, con desesperación.

—Déjalo que se muera —repuso el lider—, ese hombre nos dejó con deuda.

«¡Ya me recuperé!», se escuchó un grito de fondo, quizás del mismísimo Jark.

Koichi se movió un poco hacia la esquina del armario para presenciar mejor la charla, pero cayó sobre el áspero suelo de piedra, justo al lado de un perchero el cual le cayó encima tanto al jefe como a los soldados. En ese momento tanto Aiki como Samirina se dieron cuenta de que era hora de correr. Samirina tomó el retrato, mientras que Aiki a Koichi como si se tratase de un tronco de madera de roble, y lo usó para despejar el camino mientras escapaban. Cruzaron el pasillo de un tirón y después otros dos cuartos. Casi se topan con un soldado que acababa de salir del baño. Siguieron corriendo hasta otra habitación de un color de tapizado bordó, la cual estaba en el segundo piso; sin salida. El hombre junto a sus soldados se encontraban ahí delante.

—Déjame que me presenté —dijo el hombre—, mi nombre es Vito Corinni, soy el don de esta organización; mi objetivo es que con nuestro poder adquirir poder político, pagándole a la gente de los parlamentos para darnos más libertad. —agregó— Muy bien, ahora mis soldados se encargarán de asesinarlos.

El grupo de tres dio un paso atrás, pero ya no podía retroceder mucho más ya que lo único que había era una pared, en ese entonces vieron su única esperanza llegar.

«¡Tomen!»

Una luz provenía desde la parte trasera de los soldados, Hayley había lanzado un potente ataque de tipo especial, Energía lumínica, encandilando a los oponentes, y a su vez empujándolos hacia los lados.

Aiki sintió un gran alivio momentáneo, seguido de un ligero temblor en los brazos. Hayley pasó instrumentos al grupo, y corrieron lejos, huyendo de la banda, quienes les seguían. Aiki sentía como si sus pulmones fuesen a salirse por su boca repentinamente, y su corazón fuese a estallar por la gran cantidad de ejercicio que hizo ese día. Los pasillos parecían interminables, cosa que se desmintió cuando llegaron a una habitación, la cual solamente tenía una ventana. El regreso era imposible, ya que el pasillo había sido tomado por varios soldados.

—¿Bien, listos? —preguntó Koichi

Esto no tiene buena pinta —opinó, acto seguido, los cuatro saltaron hasta unos arbustos que había en el jardín de esa obra arquitectónica, el grupo se levantó y dio un paso hacia delante, Excepto Hayley, quien comenzó a emitir quejidos de dolor a medida que daba pasos.

—Parece que te rompiste la pierna —inquirió Aiki.

—¡No me digas! —exclamó Hayley sarcásticamente.

Koichi tomó a Hayley y la cargó en su espalda. —¡Vamos! —exclamó Samirina—, esos tipejos vienen por aquel lado. Creo que mejor nos separamos, ustedes dos vayan por ese lado —agregó señalado a Koichi y Hayley—, yo iré con Aiki para ese otro lado; nos encontraremos en el pueblo. Aiki corrió junto a Samirina, dividiéndose de sus otras dos amistades, preocupándose pero a su vez sabiendo que estarían mejor así, ya que con Hayley, como cerebro del equipo, lesionada, y Koichi ayudándola funcionaría. En su caso, que tenía problemas para realizar hechizos, podía ser ayudado por Samirina con sus pócimas exóticas.

No pasó ni cinco minutos cuando llegaron a una pequeña estructura de lo que a lo mejor parecía un establo, y lo confirmaron al llegar. Había muchos caballos, y un par de soldados estaban preparándose para subir a uno de ellos, cuando Samirina tanto como Aiki, de forma casi coordinada como si se hubiesen leído la mente, empujaron a los soldado, montando en un caballo diferente cada uno. Ambos coordinaron en encontrarse en la segunda salida del establo, la cual daba hacia la ruta 11, la cual llevaba al pueblo. Cabalgaron uno al lado del otro, alejándose lentamente del lugar y del montón de soldados que los perseguían a pie. Aiki estuvo a punto de decir «eso ha estado cerca», cuando sabía que poco después diría «Hablé antes de tiempo», al ver una carreta impulsada por dos caballos acercarse, y un grupo de cuatro caballos con soldados encima a su alrededor. Se separaron en la divergencia que dividía la ruta 11 en ruta 12 y ruta 15. La ruta 15 que tomó Aiki lo llevó directamente a una bajada, la cual sorteó estratégicamente para no dañar a su caballo, y luego de alejarse un poco pasó por debajo de un puente, en el cual Samirina pasó con su caballo. La carreta que perseguía a la chica se volcó bajo el puente, cayendo y quedando rota, con sus caballos vivos, pero quizás con un par de huesos rotos, pero otros soldados bajaron de los lados para para perseguir a Aiki.

Aiki siguió cabalgando por los lados del río mientras escapaba de los guardias, cuando uno de ellos cayó del caballo al recibir un golpe de una botella de pócimas. Samirina se encontraba cabalgando en la zona de arriba, y echaba pócimas a los perseguidores. Aiki volvió a juntarse con Samirina al subir nuevamente, y galoparon hasta el pueblo.

Una vez llegaron al pueblo, desmontaron en un parque, amarraron sus caballos a unas vallas, y se sentaron en un banco a esperar tanto a Koichi como a Hayley.

—Sami, ¿Y la obra de arte?

—Aquí la tengo —replicó la chica, mostrando su bolsa—, en lo ancho no tenía mucho tamaño como para costar meterla, pero en lo largo sí.

En ese momento a lo lejos pudieron presenciar unas figuras acompañadas con gritos, Koichi junto a Hayley.

—¡Ey! —gritó Koichi—, ¡creo que los perdimos!

Aiki esbozó una sonrisa agotada por el ejercicio, y dio un respiro; sentía que los pulmones iban a salirse por su boca. Koichi cerró los ojos y se dejó caer al césped, riendo y mirando al despejado cielo que acontecía esa tarde.

—¿Qué pasó con la pintura? —preguntó Koichi.

Samirina giró su cinturón, mostrando la bolsa que tenía atada a él, dentro estaba la pintura; sea donde sea que llevaba las cosas, cabía bastante dentro de esa bolsa. Hayley se sentó en la banca junto a Aiki y dejó reposar las piernas en el césped, mientras oía la conversación.

—Creo que tengo que ser atendida en un hospital —recalcó Hayley. Koichi volvió a levantarla, tanto Aiki como Samirina se levantaron de las bancas, y pidieron a alguna carreta que pasaba por ahí que los lleve hacia el castillo del rey a cambio de un par de monedas, las cuales podría cambiarse por dinero más adelante.

4

Los caballos se detuvieron, la carreta que pasaba atrás de los equinos se encontraba en la zona del castillo, habiendo pasado Pueblo Libertad. Aiki bajó dando tumbos, y Samirina siguió al grupo a lo último, poco después de haber dado las monedas que encontró durante su estadía en el bosque. El cuarteto caminó hasta llegar a las puertas del castillo y después de darle tres golpes con los nudillos les dejaron pasar. El rey Socore se encontraba merendando en ese entonces, pero la sorpresa no tardó en llegar. No esperaba que uno de Los jóvenes de la tropa apareciese de la nada con el cuadro robado, y la explicación fue convincente. El grupo dijo no esperar nada a cambio, pero el rey quiso otorgarles dinero a cambio. Con ese dinero Aiki podía comprar algún ejemplar del libro que buscaba, y preguntando logró dar con su paradero. Una casa de empeño se lo otorgó, y con este regresó a la sala de entrenamiento. Aiki sabía que Sonia iba a enojarse, y definitivamente apenas llegó la encontró, enojada en la puerta, frunciendo el ceño con un rostro casi diabólico.

—Ah, ¿Así que tienes un libro para aprender mejor la magia? —dijo Sonia, y con un chasquido de sus dedos hizo que le aparezcan alas y volase hasta sus manos—, te lo entregaré cuando terminen lo que les había dado como tarea.

Tras Aiki aparecieron Koichi, Hayley y Samirina, quien era la última y daba brincos para ver por encima del hombro del resto del grupo. Sonia observó extrañada, su cara parecía ser la de una persona intentando procesar que algo no estaba como debería, algo nuevo había surgido. La pelirroja caminó entre el grupo, dirigiéndose hacia Samirina, la cual levantaba la cabeza para observarla a los ojos y parecía estar algo nerviosa.

—¿Quién es esta enana? —indagó Sonia de forma severa.

La sonrisa de Samirina comenzó a difuminarse lentamente de su rostro ante las palabras de Sonia, apretó los puños y se llenó de rabia, rabia la cual no le quitaba la apariencia de niña haciendo berrinches que tenía.

—¡No soy enana! —exclamó Samirina—, para tu información, era la más alta de mi comunidad.

—¿De la comunidad de elfos? —preguntó Sonia con una sonrisa en su cara.

Samirina se rabió, pero contuvo su ira ante la imponente imagen de Sonia.

—Sigan su trabajo, y cuando terminen, así, y sólo tal vez así, te devuelva el libro. —ordenó Sonia.

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