V: La carta para Sonia M Kafek

1

Ya todo el grupo habría salido de entrenar con Sonia, sus caras expresaban el dolor muscular de aquello a lo que ella llamaba "Normal", pero era muy intenso. Aiki sentía que su corazón galopaba, mientras que su cuerpo se encontraba empapado de sudor. Koichi, quien no tenía que envidiar tampoco, se tumbó en el suelo del manantial al que iban después de entrenar, con el agua natural que corría desde la parte más alta del valle hasta abajo, y dio un suspiro lleno de alivio.

Aiki de repente tomó camino, y se lanzó al lado de Koichi, quien comenzó a hundirse, para después ambos salir riendo de ahí. Aiki sólo descansaba sobre el agua mientras miraba el claro cielo de aquel día; podría imaginarse que la noche tendrá un cielo estrellado como de costumbre en los días así. Koichi salió del manantial y se acercó a los líquidos que el grupo había llevado. Aiki salió y lo siguió.

—¡Koi! —exclama Aiki.

—¡Aiki! —replica Koichi—, ¿aún no te ha salido lo del otro día?

Aiki, se sentó en una banca al lado de Koichi, y posó el brazo sobre la mesa.

—No, aún no pude —dijo Aiki—, está espada es dura de usar.

Koichi simplemente meneó la cabeza hacia los lados con gesto de esperar algo en específico; quizás una buena noticia. Aiki miró la funda, y la espada ahí dentro. Podría percibir un brillo rojizo, pero sólo momentáneamente; para él, quizás sea sólo la sugestión mental, la idea de esperar que algo ocurra junto a las ganas de volver a intentarlo, aunque en el fondo sepa que al sacar la espada no verá nada nuevo. Y así fue, esperó tanto que algo ocurra que se lo había imaginado, ya que apenas desefundó un poco su espada y ya esa luz no estaba.

Koichi asegura no haber visto nada tampoco, y la verdad tampoco esperaba que funcione. Entonces llegó Saiyu y se sentó junto a ellos.

—¿Aún esperan que eso funcione? —preguntó Saiyu—, quizás no funcione ahora, pero si lo intentan, algún día eso ocurrirá.

—Es improbable —contestó Aiki.

—Eso es lo que quieres creer —replicó Saiyu—, así te quitas el trabajo de insistir.

Entonces se levantó, una última vuelta para dirigirse a Aiki, y le guiñó el ojo con dulzura antes de marcharse.

Otra vez se encontraban juntos, pero esta vez saliendo del manantial. Se dirigían al parque de Norkele, con una flora y fauna única en Soka, la tierra en la cual vivían. Los comerciantes pasaban de lado a lado vendiendo frutas y líquidos con diferentes minerales, de los cuales Aiki casi se tropieza con uno en la senda que llevaba hacia el centro. En el medio, Koichi se toparía a Minato, la cual dejó caer un pilón de cartas al suelo, de los cuales, nerviosamente se puso a recogerlos.

—De verdad, ¡lo siento mucho! —exclamó Minato.

—No pasa nada. —replicó Aiki.

—¿Tienes mucho trabajo? —preguntó Koichi.

Minato terminó de recoger las cartas, y se levantó con una sonrisa en su rostro.

—¡Por supuesto! —repuso Minato—, una pregunta, ¿han visto a Sonia?

Ambos negaron con la cabeza, y Aiki esperaba que no le dieran la tarea de entregarle nada, ya que no parecía estar de buen humor ese día la pelirroja. Hizo correr a su escuadrón a latigazos dentro de una zona de entrenamientos, dónde todos corrían tal cual caballos de carreras a su alrededor, y fue un alivio tener que olvidarse de su cara por un momento.

—Koichi, necesito una ayuda —dijo Minato—, si encuentras a Sonia entregarle este sobre.

Le entregó un sobre rojo con un sello dorado, pidiéndole que no lo abra debido a que los correos ajenos son confidenciales de esas personas. A su vez, Koichi estaba entusiasmado por qué le encomendaran algo.

—A ti quizás te caiga mejor ella —agregó Minato.

—No creo que a nadie le caiga bien ella —repuso Koichi—, lo siento señorita, pero creo que es así.

—¿Es tan mala?

—Sólo un poco mucho.

Koichi se guardó el sobre en su mochila de la base y se despidió de Minato y Aiki para buscar a Sonia. Aiki mantuvo la conversación.

—¿Y cómo va Serife? —preguntó Minato.

—Muy bien, lo en el establo del rey, en una algo más apartada. Ahora mismo está descansando, pero pronto lo entrenaré.

—Yo conozco a un buen entrenador, se llama Joshy Kojko, fue campeón en carreras ecuestres, quizás te ayude.

—Quizás, muchas gracias.

2

Un lago cerca del muelle en Nakyo

Las tropas llegaron a Nakyo, el señor Anthony Fueck se hallaba bajando de aquel barco junto a toda la tropa; eran unas cien personas y se quedaron acampando cerca de un lago durante esa noche. Anthony se sentó junto a su compañero de tropa, Gilbert Hound, el sonido de la cerveza destapando se y colocándose en un vaso que tenían le generó cierto placer, y luego bebieron a tragos. Gilbert sonrió a Anthony y comenzó a contarle el plan que tenían los jefes. Un grupo llegado desde Adreu quizo tomar la política del lugar, pero ellos defenderían el pueblo a toda costa. Las botellas de cerveza hechas a partir de vidrios y cristales finos se estaban acabando cuando el ejército se durmió.

Al da siguiente todos despertaron con resaca, sin embargo, tuvieron que alistarse y seguir igualmente. El ejército enemigo habría tomado la mitad del estado, y planeaban avanzar en un par de días, o eso estaba plasmado en una carta que un infiltrado escribió y envió con una paloma mensajera. El ejército localizó una cafetería y tomaron ahí; todavía no llegaron a territorio enemigo ni ellos llegaron hasta ese lugar, así que estaban libres de activarse y recuperar energías.

—¿Crees que ellos puedan hacernos una emboscada? —preguntó Anthony.

—Nah... —contestó Gilbert—, ellos no están ni cerca de venir, tendrían que planearlo todo ya que nuestro ejército está vigilando el lugar y el refugio del rey.

—¿Seguro? —preguntó Anthony.

—¡Claro!, ¿por qué no? —replicó Gilbert...

Poco tiempo después, al terminar el café, el ejército salió de la cafetería y se puso a caminar por los prados cercanos. Intentaban evitar que alguien del ejército enemigo se acercase., y a su vez defenderse.

—Vamos sigamos —dijo Dylan, el cabecilla de aquel ejército—, tenemos una base por aquí cerca.

Aquello que estaba al final del camino era una cabaña, en la cual se encontraba toda la artillería del ejército. Los soldados se refugiaron ahí.

—Ustedes aquí tendrán todo lo necesario para luchar —dijo Dylan—, en el caso de ataque o defensa, tienen por allí unas cinco mil inyecciones de estimulantes, las cuales les ayudará a resistir más. —agregó, sabía que podría dañarlos, pero igualmente, la guerra lo haría a largo plazo.

El ejército se mantuvo ahí escondido por un buen tiempo, mientras que Anthony y Gilbert, quienes hicieron equipo, paseaban por los alrededores para defender el lugar en caso de ataque. Sus paseos matutinos solían ser rutinarios, en los cuales ambos reflexionaban sobre la vida mientras esperaban que nadie vaya a hacerles nada, la tensión era proporcional al aburrimiento que tenían. Eso fue así, al menos hasta aquel día, un día el cual sus horas de vigilancia iniciaron con un grito sordo a lo lejos, y cuando se voltearon lograron ver la silueta de una mujer a contra luz del sol. La mujer corría con un vestido largo, y de acercaba a ellos hasta que cayó a sus pies.

—Necesito ayuda, me están persiguiendo —dijo la mujer con desesperación—, ¡ME ESTÁN PERSIGUIENDO!

Rápidamente los soldados actuaron, tomaron a la mujer de los brazos y la arrastraron hasta la cabaña. Después de todo, ella ya estaba ahí, aunque la dejasen fuera los soldados verían la cabaña de igual forma. Eso no le cayó bien a Dylan, quien se enfureció ya que consideraba que eso atraería a los enemigos, pero fue convencido y dejó que se quedasen.

3

Algún lugar de Norkele: Buscando a Sonia

No es que sea una chica que le simpatice mucho, de hecho, a veces suele ser muy fuerte con él, pero, ese favor era para Minato. Caminando por los caminos del viejo Norkele, ahí se encontraròa una vez más el querido Koichi, aquel que tanto se proponía a ayudar. Una misión suicida, quizás, pero algo le orillaba a seguir buscando. Un sobre rojo con sello dorado, y en el dorso se encontraba escrito «Una carta para Sonia M Kafek.», mientras Koichi siempre se preguntaba ¿Qué tipo de persona querría escribirle un correo a aquella muchacha?, y pensó que por el color —y porque para él era la única opción— en una carta de odio.

Continuó directamente por el pueblo otoñal, que a diferencia del resto del estado, el cual las estaciones eran muy variadas, en este pueblo siempre parecía ser otoño, y de ahí volvió al Pueblo libertad. El rey se encontraría en ese momento en su trono, cuando entró Koichi.

—Su majestad, quería preguntarle si usted había visto a la doncella Sonia.

Ni corto ni perezoso, el rey negó con la cabeza; no la habría visto.

—Pero, quizás podrías preguntarle a alguien del rango A —agregó el rey—, quizás deban saber algo más sobre su paradero.

El joven Koichi agradeció y se marchó de ahí. Bajó las escaleras, incluso atropellándose a uno de los guardias accidentalmente, pero pidiendo perdón para que bajen la guardia, y corrió directamente hacia la posada.

Ya en la posada, se encontró con Akane y Saiyu, quienes hablaban juntas al lado de una chimenea apagada. Las chicas se dirigieron automáticamente a ella.

—¡Cuidado dónde pisas! ¿eh? —exclamó Akane—, ¡que mis botas son nuevas! —agregó entre risas.

—¿Qué pasa mijo? —pregumtó Saiyu con curiosidad.

—Estoy buscando a Sonia —dijo Koichi mientras recuperaba el aliento —, me dijo el rey que en el Rango A alguien sabría de su paradero.

Ambas muchachas se miraron entre ellas, y después de compartir unos susurros ambas negaron con la cabeza.

—No sabemos dónde está —dijeron al unísono.

Pero Akane se inclinó un poco.

—Quizás si le preguntas al bastardo de Sang, quizás él te pueda echar una mano. —contestó Akane.

Koichi sabía en ese momento que se le complicaría encontrarla, pero estaba decidido en cumplir con la misión que le dio la querida Minato, y así poder volver a reunirse con Aiki...

En cambio, Aiki se encontraba mirando la costa desde una colina, la cual estaba separada del mar gracias a una valla de madera vieja. El aire soplaba la larga cabellera morena del chico, la cual parecía querer irse hasta el sureste volando con el viento. Además de su cabeza, algo había que evitaría que está siga su rumbo; un grupo de chicos que se atravesaron, y miraban con recelo al joven.

—¿Tú eres Aiki?

Aiki se volteó a ver al chico, un chico moreno y un poco más alto que él. Él agarró a Aiki del cuello, junto a otros dos quienes sostenían de lado.

—Mi nombre es Zeon, Sorom Zeon.

El chico le atinó un golpe en el estómago, y sus secuaces se mantenían firmes para evitar que Aiki escape.

—El chico rubiacho de camisa blanca es Dan, y el de cabello oscuro es Ted.

Aiki pensó que pudieron tener una presentación un poco menos dura que esa, y que se conformaría más con un saludo de mano que con todo ese espectáculo.

—¿Sabes qué le hacemos a los nuevos?, —preguntó Zeon.

Solo desvió la mirada y se negó a contestar, cosa que para Zeon fue considerada una falta de respeto. Entonces se fijaron en algo rojizo que Aiki tenía, ese algo brillaba un color rubí. La espada había llamado la atención de los chicos.

—No creo que esto te sirva —dijo Zeon—, un rubí barato, quizás imitación.

Entonces los secuaces le quitaron la espada y la lanzaron al agua, cosa que hizo que Aiki reaccionarán, empujando a los chicos y saltando hacia ella.

Lo siguiente que veía era la profundidad de tonalidades azules del mar. Aiki comenzó a sentir el cuerpo poco a poco más frío de lo usual, pero a su vez cierta sensación de ser liviano debido al contrapeso del agua. La espada se escondía casi en el fondo de aquel lugar, y lo suficientemente cerca como para que Solo la agarrase y saliera pitando de ahí.

4

Koichi continuaba con su búsqueda, está vez encontró a Sang cerca del jardín de la posada, regando un cultivo de calabazas por ahí.

—Hola, Sang —saludó Koichi—, ¿qué estás haciendo?

Sang no se volteó, simplemente continuaba regando.

—Estoy contribuyendo con la vida.

Koichi se acercó a Sang poco a poco, y observó los cultivos variados, y terminó con susodichas calabazas nuevamente.

—Quería preguntarte si habías visto a Sonia por ahí.

El joven Sang simplemente negó con la cabeza.

—Quizás el rey te pueda ayudar.

—Ya le pregunté al rey.

—Entonces, creo que ya sé, quizás debas dirigirte a...

...

...

Al salir a la superficie intentó agarrarse de las rocas sin soltar la espadaz y a su vez sin dejar que se lo llevaste la corriente, cuando alguien se paró sobre está, frente a él, y le tomó la mano para subirlo. Unas manos femeninas, un vestido negro con toques rojizos góticos, la loca pelirroja, Sonia.

—¡Idiota! —exclamó Sonia—, ¡qué me interrumpes la meditación!

—P-perdón.

—¡¿Qué hacías ahí, si sabes que los soldados no pueden volar sin ayuda de un dragón o alguna pócima?!

—Es que...

En ese momento se escucharon otros pasos, y dos chicos se acercaron poco a poco a ellos. Koichi y Sang. Koichi se acercó a Sonia y la saludó, mientras que Sonia sólo miraba con indiferencia.

—Señorita, creo que esto es suyo. —dijo Koichi mientras mostraba la carta, y Sonia se la tomó de las manos.

—Muy bien, gracias. —contestó aún indiferentemente.

—Por cierto, ¿ustedes qué hacen aquí?

Todos a miraron al mismo tiempo.

—Estaba meditando —dijo Sonia.

—A mí me tiraron por acá la espada, y quise recuperarla.

Sonia volteó a ver a Aiki y se largó a reir a carcajadas.

—¿De verdad crees que eso va a funcionar? —dijo sonriendo—, si aún eres un debilucho, el eslabón más bajo del ejército.

Aiki sin embargo se mordió la lengua, y en ese momento Sang interrumpió:

—¿Qué tal si mejor salimos?, porque estamos en una zona algo peligrosa —dijo—, yo ni sé cómo puedes meditar en este lugar, Sonia...

5

Guerra de Nakyo: estado de Nakyo.

—Anthony, veinticinco años...

—Yo soy Gibert, veinticuatro años...

Los soldados tomaron un sorbo de cerveza, y entonces la muchacha se presentó.

—Emilia Lockgook, cuarenta y tres años.

Los soldados repitieron la susodicha acción, y Gilbert dijo:

—Encantados.

Anthony imitó a Gilbert, mientras ambos sonreían, y en ese entonces Anthony saca otra cerveza de dentro de su mochila.

—¿Quieres una?

—Está bien —replicó Emilia mientras Anthony le servía un poco de la bebida —, muchas gracias.

La oscuridad penetrante oscilaba en todas direcciones, mientras que la única luz que iluminaba sus rostros parecía ser la de la fogata que se armaron. Después de varios días, el ejército decidió expulsarlos para evitar problemas, y ellos se comprometieron en llevar a Emilia hasta el país vecino para que pudiese escapar de la guerra, y así, que su hija la encuentre con vida nuevamente después de separarse.

—Cuéntenos sobre su hija —dijo Gilbert.

—Bien, Kiria es una buena niña, amaba la lectura y la escritura, y hasta que desde Adreu llegaron, no pude volver a escribirle otra carta.

—¿Y ella donde se encuentra exactamente?

—En algún lugar, se unió a la milicia.

Entonces Anthony abrió otra botella de cerveza, y llenó los vasos de vidrio que tenían ahí en ese momento.

—Dijo que quería ayudar a mucha gente, ser salvadora de los abatidos y de los condenados.

—Bueno, el ejército hoy en día no es tanto de eso —respondió Anthony—, hay un poco de corrupción en las altas esferas, mayormente luchando por poder entre los bloques que conforma Adreu y los que conforma el grupo de Zane.

Zane era el gran estado del mundo de Soka, y Adreu una dictadura totalitaria de reyes. No lo gobernaba una sóla persona, sino que un grupo, y las personas que no den del fruto de su trabajo a la realeza, sería deshausiada, viviendo en la calle, o el pero de los casos, asesinada.

—Es una pena que esto haya terminado así —dijo Emilia—, pero si no lucho, no volveré a ver a mi hija nunca más.

—Tranquila señora, nosotros la ayudaremos a regresar —repuso Anthony.

—¿Me lo prometen?

—Lo hacemos por nuestras vidas. —dijo Anthony.

—Por supuesto —dijo Gilbert...

Esa noche habría pasado, y al día siguiente los soldados se despertaron con resaca. Un estimulante robado se inyectaron ambos, y despertaron a Emilia.

Pudieron avanzar unos kilómetros, al menos hasta ver un cuerpo con la cabeza reventada, los sesos se le salían y la sangre de un color rojo carmesí fluía. Decidieron alejarse de este por obvias razones, deseando no acercarse a la zona la cual el asesino estará. Por suerte lograron alejarse y no detectaron nada

6

Aiki había entrado a su habitación, pero el culo gordo de Sang hizo que tuviese que entrar con la puerta a medio abrir. Koichi estaba tumbado en la cama, mientras que Sonia, Saiyu, Akane y Tú se encontraban a su alrededor.

—¡Mierda! —exclamó Sang—, Koi está envenenado.

—¿Alguien lo envenenó? —preguntó Aiki.

—No creo, parece ser un envenenamiento gracias a un insecto de la neofauna —replicó Saiyu—, quizás buscando a Sonia ayer mismo, se haya encontrado con una araña negra voladora, y está le haya mordido sin él saberlo.

Aiki se acercó un poco a Koichi, y notó una pequeña marca en su cuello.

—Sí, efectivamente fue mordido por algo —dijo Aiki—, ¿Alguien sabe si tiene cura?

—Sí, pero uno de sus ingredientes es una flor casi extinta llamada Margarita negra.

—¿Y dónde se halla? —preguntó Aiki...

—Se halla en una aldea alejada por el noreste de Norkele. —replicó Sayiu.

—¿En la aldea?

—Sí.

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