II - VII
—Ellos tienen su sede en un casino de Agorápolis —dijo Herrero—, está escondido en la calle que está frente a la tienda de artilugios del coronel Tzigger. Ellos deben tener ahí en el sótano a muchos fungitos secuestrados para su tráfico ilegal.
—Entiendo —contestó Aiki—. Bien, entonces iremos hasta allá. Mañana volveremos con alguna prueba de que lo derrotamos y pediremos un poco del néctar.
—¡Muchas gracias! —contestó Herrero—, si lo espantan de ésta región de Dako, me salvan la vida.
—¡No agradezcas! —contestó Aiki.
Los tres galoparon en sus caballos por el camino hasta regresar, unas horas después, a Agorápolis. Era, por un lado, bastante lógico que una organización criminal tuviese su sede ahí, sin embargo, había muchas dudas las cuales le llegaron a Aiki; ¿Tendrán algo que ver con la aparición de arácnidos? era lo más lógico que podía pensar.
Ellos llegaron al hotel dónde se encontraba la tropa, y Aiki entró solo a su habitación para llamar a Koichi, mientras los hermanos esperaban fuera para no tener problemas con las líderes, entonces se lo encontró junto a Hayley.
—Koichi, Hayley, necesito su ayuda —bramó Aiki—. Ya nos dijeron dónde se encuentra Darko y su banda criminal.
De repente, Hayley saltó como si le hubiesen metido un tornillo por la oreja.
—Espera, espera. ¿No nos dijo Sonia que de esto se debe encargar la policía local? —preguntó Hayley.
—Estuvimos hablando con un hombre que nos daría el néctar de fungito, y nos reveló que también trafican con seres de la fauna de Dako. —explicó Aiki.
—¿Y qué pasa con eso? —preguntó Hayley. Ella se había apoyado con la espalda contra una pared, mientras observaba a Aiki con un tono serio.
—Quizás sea el causante de que aparezcan esas arañas gigantes en todo el país. —contestó Aiki a la pregunta de Hayley. Ella parecía convencerse de a poco que era una buena idea ir a buscarlo.
—¡Hayley! —irrumpió Koichi—, quizás sea una buena idea, ya que sí nos importa como ejército saber el origen de esos bichos.
—¿Y no es más fácil decirle a Sonia? —preguntó Hayley.
—Creo que si le decimos nos mata. —repuso Koichi.
—Él tiene razón, comenzará a indagar, nos dirá que estamos intentando meternos en problemas. —repuso Aiki.
—Está bien, iré. —contestó Hayley.
—Vamos, entonces —llamó Aiki—, antes vistámonos de civiles.
Los tres se cambiaron la ropa. Después bajaron las escaleras, y Aiki se reencontró con los hermanos Baum.
—¿Ese es tu ejército? —indagó Cedro
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Hayley.
—Unos amigos —contestó Aiki—, por cierto, ¿Y Samirina?
—Está haciendo unas compras para sus pócimas. —repuso Hayley.
—Ella se gasta todo en ingredientes. —añadió Koichi.
El grupo caminó por las cuadras de dentro, y tardaron una hora en localizar dicho lugar. Un edificio grande se les presentó; no parecía tener pinta de casino, sino que más bien era como un departamento dónde vivían personas.
—¿Estás seguro de que es aquí? —preguntó Hayley.
—Frente a la tienda de artilugios del coronel Tzigger... y allí está la tienda. —señaló Aiki, una tienda pequeña que parecía de antigüedades se encontraba frente a ellos.
—¡Ahí dice algo! —avisó Koichi. Un pequeño letrero estaba pegado a la puerta del edificio, en él se podía leer «Sala de apuestas».
—Entonces es aquí. ¡Koichi, tienes buena vista! —elogió Aiki a Koichi.
Ellos abrieron la puerta, el ambiente se inundó de un embriagante olor a cerveza mezclado con el sucio aroma a tabaco el cual era reconocible para Aiki. A su lado se extendía una mesa de madera la cuál tenía encima botellas de vino, ron y wiski, y a su lado una hilera de sillas, las cuales algunas tenían gente encima bebiendo. Al caminar un poco, con cierta timidez y pesadez, esperando no ser reconocidos, lograron observar un montón de mesas en las cuales las personas hacían sus apuestas. Aiki se detuvo a ver un juego de cartas por unos segundos antes de volver a voltear.
—¡Oh! —exclamó Hayley sorprendida— ¿Y ahora qué hacemos?
A medida que avanzaban, un montón de miradas fulminantes los acechaban, hasta que se acercaron a la mesa de apuestas, dónde un hombre vestido de negro estaba fumando un habano mientras cruzaba sus piernas con cierta calma, pero infundiendo algo de temor en ellos.
—¡Ey!
Aiki volteó...
—¡Ey! —dijo el hombre— ¿Buscan algo?
Aiki se paró erguido frente al hombre, intentando disimular sus nervios, enfrentándose cara a cara con él.
—B-buscamos al dueño del lugar. —dijo Aiki.
—¡Oh! —exclamó el hombre con un tono algo irónico pero serio—, no se encuentra ahora mismo...
Aiki sintió nuevamente una presencia, entonces volteó disimuladamente. Un grupo de hombres vestidos de negro, con lazos alrededor de su ropaje, y vainas para espadas los había rodeado. Eran mayoría, y ellos eran cinco. Las personas que estaban apostando dejaron de hablar de repente, permitiendo el paso a un silencio abrumador que calentaba el ambiente. Vio la cara a uno de los hombres... ¿Una cicatriz? Pensó. En Soka existe el rumor que las personas con cicatrices en la cara habían estado envueltos en muchas peleas.
—Es una lástima —dijo el hombre de la mesa—, si se van, nuestro jefe no podrá tener carne de soldados para su cena...
—Aiki —susurró Cedro—. Nosotros nos encargamos de éstos, ustedes encarguense de los otros y de entrar ahí...
Era evidente que si los gemelos, quienes eran soldados experimentados, se encargaban de los cuatro que estaban tras ellos, entonces el trío podía encargarse de los otro cuatro restantes que se encontraban a su lado, y a su vez parecían custodiar una puerta. El ejército desenvainó espadas, y los hermanos igual. Aiki sintió que de un momento a otro su alrededor se había iluminado; estaba rodeado de ráfagas de fuego y electricidad. Sintió que frente a él se acercaba un rayo amarillo, entonces invocó un escudo de hielo, haciendo que la electricidad sea conducida hacia el suelo debido a que éste lo tocaba.
Aiki lanzó otro rayo, y pareció darle a uno de los hombres, entonces junto a Koichi y Samirina, derrotaron a tres de los cuatro que se habían puesto a su lado, escapando del último. Ellos llegaron a una puerta de madera, y bajaron unas escaleras hasta que llegaron al subsuelo. Otros dos hombres se encontraban frente a él, pero los tres conjuraron ráfagas que los dejó inconscientes. Entraron, algo débiles, a la última puerta.
Poco a poco el hedor al tabaco se fue esfumando, pero sintió algo en el ambiente, como si se hubiese enfriado. Frente a él se alzó una figura desde la oscuridad de la silla en la que se encontraba. Una mirada fría como el cielo sin estrellas contrastaba con su apariencia elegante. Unos pasos más adelante, pudo observar una nariz picuda como su rostro, mientras que dos cicatrices cruzaban su cara.
—¡Bravo, niños! —exclamó el hombre. Tras él habían unas cuantas jaulas, las cuales estaban llenas de aquello que se encontraba en las ilustraciones del libro de Saiyu; eran fungitos—, lograron pasar nuestra vigilancia, y se encontraron al temido Darko Muskov. ¿Cómo se siente?
—¡No te saldrás con la tuya! —dijo Aiki.
En un andar que parecía tranquilo, la tensión del ambiente fue incrementándose. Darko se había acercado a ellos, y levantó su mano derecha. Aiki sintió una presión en el costado de su cuerpo, la cuál terminó por empujarlo y tumbaron al suelo junto a Koichi y Hayley, juntos, en una esquina de la habitación. ¿Unos tentáculos? De la espalda del hombre se asomaron unos tentáculos, los cuales a Aiki les resultó familiar, sin embargo, el dolor no podía hacerlo pensar con claridad.
Darko tumbó la mesa con uno de sus tentáculos, dando un grito rabioso que resonó en todo el cuarto, y se acercó a ellos. La viscosidad de los tentáculos había rodeado el cuello de Aiki, y poco a poco perdía sus fuerzas.
—Hasta aquí llegaron...
Entonces un ruido había bramado, pero esta vez no provenía de Darko, sino de algo tras él, una botella rota. A alguien de arriba se le cayó una botella de ron pensó Aiki de forma débil mientras las imágenes se esfumaban de forma fugaz. Poco a poco el tentáculo que lo presionaba terminó soltándolo, y él inhaló fuertemente intentando recuperar el aliento. Una chica estaba frente a ellos, su pelo desorganizado, su distinguible sonrisa; Samirina.
Aiki se levantó lentamente, y ayudó a sus compañeros a levantarse para terminar observando a Darko, quien se encontraba en el suelo; su cabeza parecía lastimada.
—¡Gracias! —dijo Aiki, tenía muchas dudas, pero comenzó por una en particular— ¿Usaste una pócima para dormirlo?
—No —contestó Samirina—, se supone que la poción haría que le crezca pelos en todo el cuerpo.
Aiki observó nuevamente, ésta vez vio que la herida, tanto como toda su piel, estaban siendo camufladas por una gran capa de pelo
—Ah, ya le creció. —agregó Samirina.
—¿Ahora cómo lo retenemos aquí? —preguntó Koichi.
—Yo le encargo de eso —respondió Hayley—, siempre tengo un par de sogas guardadas por si acaso...
—Una pregunta, Sami —dijo Aiki— ¿Cómo supiste que estábamos en problemas?
—Bueno, usé el espejo. —afirmó Samirina con una gran sonrisa en el rostro.
—¿Acaso nos estabas espiando?
—¡Definitivamente! —contestó Samirina.
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