9. Robo De Vidas

La sangre se pegaba a su cuerpo, pero sólo la motivación le permitía seguir moviendolo. Ignoró todas las voces que, en otras circunstancias, lo habían hecho dudar.

Defendió al que pudo durante su trayectoria, apoyado con los guardias. Pronto detectó el patrón de los atacantes.

Sus filas se mantenían semi-intactas, no porque no atacarán, porque utilizaban la simetría y los ángulos del gran salón. Había sido tan premeditado que el espacio no les resultaba extraño.

Analizó rápido a los guardias, cuyas líneas se enfocaban en líneas paralelas. Por eso fallaban. Por eso flaqueaban, la clave eran los ángulos.

–¡Nymeria!– Gritó Arsène.

Dos mujeres la mantenían ocupada mientras se defendía con una espada y una katana robada.

Arsène enterró su arma en una mujer de capucha oscura al tiempo que dos hombres ingresaban a su dirección. Se balanceó en el espacio apreciando cada detalle entre cuerpos de nobles y de invasores.

–¡A los extremos, ahora!– Gritó Arsène.

Nore captó su mensaje.

Los extremos... ¡Los extremos!

Aprovechaban los ángulos para su movilidad rápida. Por eso no salían de uno cuando empezaban a enfrentar al otro.

La mujer casi le encesta un golpe final antes de que Fielle llegara con un vestido ensangrentado a cortarle el brazo y defenderla de la segunda. La sangre salpicó su rostro ante la falta de importancia que tenía Fielle a la vida de ellas.

–¿Tu daga?– La ayudó a moverse.

La pierna la estaba matando.

–Ya no es mía– atacó a tres hombres antes de que ellos lo hicieran–. Cúbreme y dile a los que vinieron del equipo que los quiero repartidos bloqueando cada ángulo formado por estos imbéciles.

La pequeña mujer asintió.

El estilo de lucha de ella era como una danza. Una danza majestuosa con movimientos finos y letales.

–¡Nymeria!– Escuchó un jadeo.

Su madre la miraba, había tenido la misma delicadeza que ella al destrozar sus ropas.

–Fielle, yo acompaño a mi hija.– Una orden de retiro silenciosa.

Las espadas rugieron.

–¡Muevanse!– Exclamó Arsène moviendo su espada para proteger a una mujer pelinegra al lado de un cuerpo.

–¡Obedezcan al jóven Brangwen!– Exclamó el rey con una linea de sangre proviniente de sus sienes.

Arsène volvió a escanear el espacio cuando su mirada se encontró con Darius dando puños a una mujer alta que le propicio una golpiza después y, acto seguido, perdió el equilibrio al ser lastimada al interior del muslo por un guardia. No por uno cualquiera, por su padrastro.

Darius se dirigió a Asher. Por primera vez en su vida su presencia resultaba en un alivio.

El gesto de Asher indicó movimiento para el resto de guardias enfocados en los desconocidos.

–¿Qué quiere tu amigo?– Espetó el comandante.

–¡Pregúntale!– Se defendió de otro ataque. O no.

La sangre brotó cerca de su cadera, a lo que Asher intervinó.

Cruzó miradas con una figura masculina. Un objetivo.

–Dile que se dirija a las puntas para atacar con más fuerza– Cortó una cabeza y enterró su arma en el vientre de alguien en tres movimientos–. Que controle tanto el movimiento como la intensidad del ataque acorde al rival. Las puntas tienen a los comandantes. Si escoges una víctima con influencia, al momento de su derrota sus seguidores van a vacilar.

Rowan ofreció a la marina, Asher a los guerreros y Mallory a sus guardias para que quedarán en disposición de Darius, Nymeria y cuatro líderes bajo las órdenes de Arsène.

Nymeria tenía el entrenamiento. Poseía la cordinación, el físico y técnicas de batalla.

Darius tenía la mente. Compensaba si físico con análisis y movimientos rápidos básicos de esgrima y boxeo.

Y Arsène, era vidente de todos los ángulos. No tenía el entrenamiento complejo de Nymeria ni la mente ágil de Darius para responder. Pero era el sensor del grupo.

Recibía la información de su entorno, Darius era su procesador, la analizaba y Nymeria, como actuador, ejecutaba la acción.

–Leanne– jadeó Nore con la espalda junta a la de Darius y Arsène defendiendose mutuamente.

–¿Crees que no lo sé?– Arsène enterró la espada en un corazón y robó la katana de su contrincante.

Sólo eran unos metros y parte de la multitud quien lo separaban del ventanal destrozado. Darius miró a Nore, entre los dos se encargarían.

–¡Ve!– Gritó Darius–. ¡Ve!

No se permitió dudar.

Los guardias lo acompañaron para abrirse paso entre la multitud hasta la terraza. La hierba de esta, usualmente verde, brillaba con un rojo carmesí bajo la noche.

No cayó en la trampa de creer que eran idiotas, antes de salir supo que buscaban algo y que Leanne no era más que la carnada para atraer a quien o lo que sea que buscaban.

El grupo tenía una línea de defensa rodeándolos mientras ellos estaban amontonados haciendo quién sabe qué en el centro. Fue la línea la que atacó de primero.

Y se detuvieron después de unos minutos. No hizo falta la intervención de ninguno para que se quitarán las capuchas.

Hombres y mujeres de diversas edades con símbolos triangulares parecidos a los reportados hace un mes en sus frentes llevaron sus katanas a sus gargantas con una sonrisa. No tenían ojos que acompañaran la sonrisa, sólo cicatrices que cosían sus ojos o el simple vacío de su ausencia.

El grupo al que cubría se dispersó cuando una sangre negra cayó al suelo junto con los cuerpos de su equipo, también sin capuchas y símbolos en la frente, pero con ojos brillantes como piedras preciosas.

–Admirable, Lord Brangwen– hablaron todos con la misma voz y al mismo tiempo. A Arsène se le heló la sangre–. Un gran general, en verdad. Nos vemos en la revolución.

Sus cabezas salieron de sus cuerpos como si de un cohete se tratara salpicando sangre negra en todas partes. Y en medio de los cuerpos estaban Leanne y Verena.

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Se desplomaron. Todos

Dejaron de luchar de la nada y cayeron desmayados, después no había pulso en ninguno.

Nore, sus amigos, los guardias y el resto miraron a su alrededor con respiraciones agitadas y nervios.

Unos brazos la rodearon y reconoció el aroma de su madre.

–¿Estás bien?– Le preguntó. Asintió demasiado rápido para ser cierto.

Había muertos ahí. Demasiados para ser contados y con los que se había criado.

–¿Y la abuela?– Preguntó con voz temblorosa.

–Logró escapar con Cateline y algunas personas. Hija..., mi vida, ¿De verdad estás bien?– Agarró su rostro para mirarla a los ojos.

–Lo estaré– susurró deseando creer sus palabras.

Matar o ser matado, era el eterno debate de su amigo mientras la multitud se abría para darle paso a Arsène y a un guardia con Leanne y Verena en brazos.

Nore jadeó y se acercó junto con Darius, pero la madre de este los detuvo.

–Denle su espacio niños– les dijo.

–Achlys– le pidió su hijo.

Nore evitó mirarlos, la tensión madre e hijo que los rodeaba siempre que se veían era mejor evitarla. Miró a las chicas, y fue lo necesario para que las primeras lágrimas cayeran por su rostro.

Ambas tenían sus ropas destrozadas, marcas en los brazos y cuello, probablemente también en otras partes cubiertas por las telas, y manchas oscuras en todas partes.

Pero Verena... Ella tenía lágrimas de sangre en las mejillas.

Hael y el rey fueron los únicos en poder acercarse a sus hijas, las acompañaron hasta los hospitales cercanos y esperaron por horas los resultados.

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–¿Cuándo te volveré a ver?– Preguntó la jóven Leanne.

–En mucho tiempo, mi niña.

–¿Por qué?– La niña se alejó un poco para visualizar su rostro.

Había jugado, comido dulces y platillos caseros y contado mis historias hasta el cansancio. A ese punto, ya estaba acurrucada en una cama rosa palo hermosa con sábana de flores acompañada de sus peluches y recién bañada y vestida con un conjunto suave como pijama.

–Porque aún no es tu momento. Llegará, pero no aún.

–¿Y mientras qué hago?

–Vive, mi niña. Vive. Hazte feliz a cada minuto.

–Pero ya soy grande... Cuando vuelva volveré a serlo y no quiero.

–Nunca es tarde para ser jóven.

–¿Y si me olvido de todo? ¿De esto? ¿De cómo ser niña? No quiero ser adulta. No quiero ser grande. Crecer...

–Crecer es inevitable. Pero no es sinónimo de abandonar tu escencia infante. Es hacerla madurar sin dejar que viva ni se apague.

Acarició su cabello mientras ella reprimía sus lágrimas.

–¿Te olvidarás de mí?– Preguntó la niña parpadeando para evitar llorar.

–Jamás. Jamás olvido a quienes se van.

–¿En serio?

–En serio. Ven– la atrajo a su pecho–, descansa.

–No quiero irme... Es como el paraíso.

–Es tu propio paraíso, mi amor. Puedes visitarlo cuando quieras.

–¿Cómo?– Sus párpados empezaron a hacerse pesados.

–Soñando. Y no dejando morir a esa parte dulce e infantil tuya. No es nadie quien la pierde.

Fueron sus últimas palabras antes de que él sueño le ganara a Leanne.

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–¿Leanne?– Un ruido sordo se escuchó al fondo–. ¿Leanne? ¿Señorita Leanne?

La vista se volvió borrosa y una luz apareció en su campo de visión.

–Esta reaccionando– escuchó la voz de su madre.

–¿Señorita? ¿Puede oírme?

Sus ojos se volvieron a cerrar.

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Estaba ardiendo.

Todo estaba ardiendo.

Había una energía constante atravesando sus venas, algo vital que hacía parte de su cuerpo y se deslizaba como un susurro o un suave aullido de poder bajo sus sentidos y su piel.

El panorama era aterrador, escalofriante.

Un cielo nuboso rojo con un eclipse bajo un reino en ruinas.

Una gran montaña se alzaba al norte, la única firmeza entre el agiteo del aire salvaje. Un huracán que había arrasado con todo a su paso dejando un camino de destrucción hasta la cordillera que unía la montaña superior en el medio con otras menores.

El otro lado estaba inundado de aguas oscuras y sucias llenas de residuos con animales infectados paseando entre las zonas rurales y urbanas. Más abajo, ardía fuego.

Fuego puro quemaba las entrañas y reducía a cenizas lo que una vez había sido vida mientras el humo gris oscuro se alzaba en las nubes.

Y al lado del fuego, bajo el huracán, temblores destruían la superficie terrestre, abrían grietas y hacían caer todo el territorio.

En medio, una vieja energía oscura acumulada les devolvía la mirada.

«–Intrusa– le susurraron a Leanne–. Esto no es para tí.»

La voz era familiar de una forma curiosa.

Y vió a detalle la mirada azul zafiro acompañada con una siniestra sonrisa con rizos de ébano flotando a su alrededor.

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Se despertó de golpe, aún con la sensación de ser observada.

–Lennie– escuchó la voz de Nero.

Lágrimas brotaron al ver el rostro un poco magullado de su amiga y los horrores de esa reunión cobraron vida en su mente.

–¿Qué...? ¿Cómo...?

–No te preocupes por nada– Nore se sentó a su lado–. Todo estará bien, en serio.

–Prometelo.

Había algo sagrado en la palabra de Nero. Nunca era en vano. Podía mentir, engañar y ser una completa embustera, pero una promesa de ella era la seguridad de que no haría ninguna de las anteriores.

Y se calló.

–Cuéntame.

Agradeció estar en su habitación y no en un hospital para poder tener más privacidad.

–Mejor después, Lennie. Todo a estado un poco loco... Caótico desde que estás en cama. No sabemos qué te habrán hecho esos seres de mierda.

–Recuerdo que me taparon la boca y percibí un olor extraño. No sé nada después.

–Los médicos dijeron que era una anestesia olfativa. Alguna sustancia o droga que sirvió para mantenerte inconsciente. A tí y a Verena.

–¿Verena?

–Ambas fueron encontradas por Arsène. Desmayadas y llenas de heridas, pero vivas. Está peor que tú.

–¿Q-qué pasó con ella?

–No ha reaccionado, no todavía. Y ha tenido episodios de convulsiones, fiebres y las defensas muy bajas. Un exámen de hace dos días reveló que tiene los glóbulos debilitados, necesitó una transfusión, aunque no perdió sangre en sí, y vieron una hemorragia interna en ella.

–Cielos...

–Hael no ha querido hablar mucho al respecto. Y lo entiendo. Es su hija y después de perder a su esposa... Verena es lo único que le queda.

–Vaya, hasta me dió lastima, con todo y lo fastidiosa que es. En fin, no es nuestro problema.

–Pues no...

Pudo notar el gesto distraído en Nero, ese que pone siempre que algo no anda bien o cuando está inconforme.

–¿Qué pasa? ¿Te sientes bien?

–Sí, sólo que...– hizo una pausa–. Creo que debo salir un poco. Y tú reposar o comer algo. Le diré a una mucama que te traiga algo. ¿Te parece si vengo mañana con Arsène o Darius?

–Por favor, deben haberse preocupado.

–Arsène se volvió loco por tí. Por buscarte. Ha venido aquí todos los días y te dejaba obsequios en el hospital. Habla con él, lo necesita.

–¿Cuánto ha pasado?

–Una semana.

–Por El Padre...– Tragó saliva–. De verdad debería hablar con ellos. Vengan al almuerzo, yo hablo con mi nana y madre para recibirlos.

–Por supuesto– besó su sien antes de despedirse–. Cuídate, Lennie.

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La muerte tiene un modo curioso de alterar las prioridades.

—Jack Sparrow. Piratas Del Caribe

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Espacio de interpretación:

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