10. Arcadas De Sangre

La pesadilla se repetía una y mil veces en su mente.

Siempre era la misma, basada en la misma historia. Historia que se podía convertir en la suya en cualquier instante.

Los primeros en llegar fueron los grifos.

Rodearon las cordilleras en forma circular, una metodología de caza para los de su especie basada en el patrón de sus movimientos. Dirigieron a los indicios de la llegada de los suyos, una vez el cielo se bañó en sangre los esfinges surgieron hasta terminar en los picos más altos de la cordillera.

Las criaturas divinas de cuerpos felinos se posaron en sus posiciones asignadas por sus regentes. Las sílfides.

La regente de pálidos cabellos y alas grazno con el sonido correspondiente a su especie. Una arpía de casi dos metros, alas grandes y fuertes que cubrían su cuerpo con patrones delicados y elegantes antes de mostrar un cuerpo voluptuoso lleno de curvas femeninas generosas cubiertas por un plumaje acentuado en forma de V hasta el ombligo que alcanzaba a cubrir los pezones y visualizaba la figura humanoide hasta las rodillas, dónde se notaban patas y garras en lugar de los pies.

Su heredera salió tras ella, a causa de la abertura como otra metomorfa de arpía liderando a las aracne que se deslizaban por el río con sus ocho patas bajo la mujer con alas brillantes reflejadas en el sol.

Fueron superficie para los grifos, quimeras y centauros liderados por su regente, un biloko acompañado acompañada de sus sabuesos, cada cuerpo con tres cabezas y tres metros y medio de altura antes de que los krakens reforzarán el puente de arañas para que los temblores empiecen.

Uno de ellos, el más grande, emergió de las profundidades del rio y envío a sus criaturas por los conductos de agua a atacar e inundar el territorio con ayuda de los cetos, hidras, ictiocentauros,tifones y caribdies liderados por su heredera de hermosos cantos y cola de marisco. Una barrera de piedra volcánica detuvo el agua, pero no el incendio, con ayuda de las grayas.

Gárgolas danzantes acompañados por desordenados estirges, erinies salvajes al rededor de las dos lamias que incendiaban todo a su paso bajo los gritos de dolor de los quemados y los suyos llenos de regocijo.

Hasta que no fue la única que presenció lo que de pequeña consideró leyendas.

«–Tenemos visitas, matriarca. Exquisitas visitas.»

«–Desaparece.»

«–Primero echaremos a tu amiga.»

«–No es mi amiga. Se puede pudrir.»

«–Como gustes, pequeña princesa.»

Cortó la comunicación y sintió el empujón que tuvieron que dar para retirar a la forastera.

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–Buenas tardes– saludó Nore.

Qué hacía ahí, en la Torre Baylei, no tenía idea. Había sido un impulso muy incoherente pero había un pequeño nervio que le exigía acompañar a Verena.

–Buenos días, Nymeria– saludó Hael–. Perdóname si soy directo, pero ¿Qué buscas?

–A su hija.

–¿Te debe algo o tiene un mensaje para tí? ¿Algo que deba saber?

–No– negó–. Quería saludar, no sé– se encogió de hombros–, saber cómo está.

–Está comiendo.

–Ah...– Bajó la mirada. Si no quería que las cosas se pusieran más incómodas había fallado de forma épica.

–¿Por qué la buscas?

–Por salud. Obvio. Se enfermó y quiero saber cómo ha estado.

–¿Desde cuándo te interesa mi hija? Jamás fue tu amiga, a no ser que tuvieras una tarea o necesidad. Y, me disculparás el atrevimiento, dudo que sean la persona favorita la una de la otra.

–¿Perdón?

El hombre la miró con una máscara de aburrimiento. Pasaron unos intentes de silencio antes de que volviera a hablar.

–Dí lo que tengas que decirle rápido, Nymeria. Yo buscaré qué comer.

«La frialdad viene de familia», pensó.

Terminó de abrir la puerta de madera de pino para que ella entrara y salió sin despedirse. Nore miró el espacio con pareces de piedra grisácea, suelos de madera y ventanas medianas con repisas abajo. En el centro, Verena comía unos rollos de arroz, pescado y verduras con palillos en su camilla cerca de la puerta del baño.

–¿Necesitas algo?– Preguntó hundiendo su rollo en una salsa roja picante.

–¿Por qué?– Se sentó en el sofá negro a su lado mientras metía el rollo a su boca–. ¿No me puedo preocupar? ¿Necesito tener un interés detrás?

–Pensaba que no te importaría hasta que llegaste– remojó otro rollo mientras terminaba de saborear el anterior–. ¿Qué quieres?– Se comió su rollo.

–Saber cómo estás.

–¿Y...?

–Y ya. ¿Qué más puedo querer de tí?– Se encogió de hombros volviendo a comer–. ¿O no puedo competir con tus admiradores?– Miró los ramos de flores, cajas de dulces, cartas, peluches y regalos envueltos a su lado.

Ella sólo se encogió de hombros. No quería explicar.

–¿De quién son las rosas en forma de corazón?– Preguntó al ver el ramo de esta forma y el lazo dorado en este.

–Azubu.

–¿Ekwueme?

–No conozco a otro.

–¿Desde cuándo lo conoces?

–Quince. Estudiamos historia del arte juntos.

Qué tragedia. Azubuike Ekwueme era uno de los solteros codiciados del reino, un filántropo, artista de las danzas, aristócrata y de sangre noble... Y la obsesión de Leanne.

Nore decidió pensar después en qué manera se lo diría a su amiga.

–¿Hay algún problema?– Preguntó Verena.

–Para nada– le sonrió Nore.

Verena no le creyó, sólo sus amigos y ella pensaba que disimulaban. Sobretodo Leanne. Después de años de interés en Azubuike, Verena pensó que al menos uno de los amigos de ella, o ella misma, se darían cuenta de que él no tenía ninguna afinidad por las mujeres en el ámbito romántico.

Bueno, de hecho, le resultaba placentero, le había dicho él una vez, pero no encontraba un lazo romántico que lo incitará a navegar más allá del sexo, caso contrario a lo que le pasa con los hombres, con quienes ha llegado a sostener relaciones amorosas, que pudieron prosperar a futuro de no ser por su constante miedo al qué dirán y a las exigencias de la aristocracia en dar herencia.

–¿Tienes planes?

Esa pregunta sí sorprendió a Verena.

–Sólo conseguir más comida y salsa– murmuró–. ¿Por?

–Hay una salida entre las chicas de la marina y yo, después de lo que sucedió....– Hizo una pausa antes de mirarla a los ojos–. ¿Sabes...? ¿Sabes algo?

Verena tragó saliva.

–No más de lo que le dije a mi padre. Ni yo sé qué pasó mientras estuve inconsciente– mintió un poco–, tengo marcas internas, pero... Afuera nada.

–¿Cómo tuviste una hemorragia? Digo, no había ninguna herida de tal magnitud.

–Hemofilia– dijo Verena–, me la diagnósticaron cuando tenía seis... Si sangro, no es fácil que se detenga.

–Oh...

–¿Dónde van a ir... Tú y tus amigas?– Preguntó para desviar la conversación.

–Eirian– sonrió.

–Loca.

–¡Venga, sería divertido!

–No, estoy enferma. No tengo ganas de agarrar otra cosa.

–Pero no será hoy, será la primera semana de junio por los festivales del solsticio de verano.

–Ah, entonces ya me quieres matar.

–¡Por favor!

–¿Me estás cogiendo de segunda opción porque sabes que la reina no dejaría ir a Leanne, cierto?– Sí, pero admitirlo no era algo que quisiera.

–Por fa, Veri-Veri.

–No me digas Veri-Veri.

–¿Aceptas?– Le ofreció una sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos.

Y quizá fue la sonrisa, un poco vacía a falta de luz, la que la convenció.

–De acuerdo...

Aquella cantina no era de su completo agrado, hacía fiestas que duraban hasta una semana y en los dos pisos superiores era un motel. Pero, supuso que debería integrarse ¿no? Era joven y eso no iba a durar toda su vida.

–Apenas que te sientas bien podemos hacer alguna otra cosa antes.

La atención, algo extraña para Verena, hizo que su corazón se ablandara un poco.

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Pasaron dos semanas en las que el sol empezaba a revolotear a través del aire, si es que sentirlo de esa manera tenía algún sentido. Cualquiera pensaría que grandes reuniones requerirían de esperar hasta pasada las diez para empezar, pero en Eirian cada momento es una fiesta y era mejor llegar antes del atardecer para poder parece presenciar las luces mágicas de las velas hasta que el sol desaparece y la barra es libre y la pista de baile lo es más.

Lo cierto es que no recordaba haber visitado la casa de los Eileithya nunca. Una vez, recordó, durante un cumpleaños de Verena, aunque nunca entendió el motivo de la invitación ya que nunca fueron amigas.

Se había alejado de la fiesta con sus amigos para evitar estar con ella y los adultos hasta que la reunión acabó. Al pensarlo, se dió cuenta de lo mal que sonaba haber hecho eso, pero de seguro nadie se había dado cuenta.

–¿Qué haces a estás horas aquí?– Le preguntó Verena al verla en la puerta de su casa.

Era una cabaña grande de madera un poco oscura de grandes ventanales con vidrio de espejo que reflejaban los árboles verdes a su alrededor y pon un portón negro como puerta con

–Te dije que teníamos que arreglarnos.

–Salimos a las cuatro de la tarde y son las once de la mañana, Nymeria.

–¿Y? Oye, entre las dos nos gastamos dos horas de forma individual.

–Yo estoy lista en hora y media.

–Porque tú no tienes rizos, corazón.

Verena puso los ojos en blanco.

–Pase, señorita.

–Siempre tan gentil– entró a la casa–. ¿Y tú padre?

–En la editorial.

La cabaña era amplia, muy bien decorada con marcos de paisajes y formas grandes en las paredes y espejos decorativos con diferentes formas y tamaños, un conjunto de estos encima de un tocador negro al fondo de la sala incluso forma una mándala. Está pared era mas pequeña y tenía un pasillo de cada lado donde se veían las escaleras, a la izquierda, un ventanal grande que daba a la terraza llena de flores, frutas, vegetales y plantas exóticas cultivadas.

–Entonces, ¿Qué vas a ponerte?

–Ya lo descubriré– recogió un libro del sofá de terciopelo. Leyendas Del Descenso Diamond.

–¿De qué va?– Preguntó Nore mientras tomaba asiento.

–Leyendas y mitos para niños. Sólo eso. Ven.

La siguió por las escaleras del pasillo izquierdo. Dónde un espacio muy parecido a un estudio o sala de estar apareció antes de caminar hacia una puerta decorada con vidrios de espejo en forma de lechuza.

–Les encanta los espejos, ¿verdad?

–Los espejos en las puertas representan el rechazo a energías externas en algunas culturas nativas– abrió la puerta y la invitó a pasar–. Te muestra tu propia energía y te la devuelve, es algo kármico.

–¿Dónde leyeron eso?

–Me lo contó mi madre, a ella le gustaba investigar y decorar al tiempo.

Más que un dormitorio, la habitación de Verena podía ser una biblioteca con las paredes de los lados llenas de estanterías del techo al piso en toda la pared, a excepción de las puertas grandes a la izquierda. Frente a ellas, una ventana amplia cuyos vidrios también estaban divididos para hacer una estrella y, debajo el colchón con sabanas y almohadas en el hundimiento de la pared.

–Bueno, a ver qué ropa llevo ahora– puso el libro en el escritorio a la derecha de la entrada. Abrió las puertas de la izquierda–. No creo que encuentres algo.

–O podemos ir de compras, ambas opciones me gustan– miró un top celeste–. ¿Dónde compraste este?

–No me acuerdo.

–Cariño, eres jóven, disfruta de la vida.

–No es tan fácil cuando pierdes la conciencia y amaneces en un hospital.

Como todo lo malo de esa corte, se olvidó. El tema se había prohibido sin necesidad de palabras. Sólo la necesidad de una falsa estabilidad.

–¿Con qué te sientes cómoda?– Murmuró, ignorando los problemas tanto como todos.

–Busca lo que quieras. Quédate con el top incluso, si lo deseas.

–Terminaré tomándote la palabra.

–Hazlo.

Nore la miró.

–¿Quieres ir?– La pregunta le sorprendió–. Hablo enserio, ¿Quieres?

–No– admitió.

–¿Entonces?

Verena de encogió de hombros.

–No sé, supongo que me convenció tu insistencia.

–Ya. ¿Y por qué tan brusca, entonces?

–Yo qué sé, ¿Qué haces en mi casa o para qué fuiste a la torre en primer lugar?– Nore intentó hablar–. Intenta algo creíble.

–No lo sé. ¿Qué problema tienes conmigo?

–¿Contigo? ¿Por qué yo tendría problemas contigo?

–Disculpe las insinuaciones, honorable dama– ironizó–, olvide que todos estamos bajo su nivel.

–¿Vas a hablar de niveles, Nymeria? ¿Tú? Tú, que eres más mimada y elitista que la mayoría de la corte.

–¿Elitista? ¿Y tú qué eres? Eres una niñata despreciable y egocéntrica.

–¡¿Egocéntrica?!–Se acercó a ella–. ¡¿Crees que soy egocéntrica?!

–¿También eres sorda?– También se acercó, dejando escasos centímetros entre ambas.

Ambas miradas azules de diferentes tonos se cruzaron. Una con una mirada de habisco helado como glaciar y la otra con una mirada brunera ardiente como el fuego.

–No. Ni tampoco hipócrita, no necesito que te presentes como si fueras mi amiga. Métete esa mierda por dónde te quepa.

Nore arqueó una ceja.

–¿Ya no eres una señorita tan fina, Verena?– Su voz bajó hasta que se convirtió en un susurro.

Ese susurro, ese maldito susurro, envío un hormigueo por el cuerpo de Verena e hizo que su piel se erizara al escuchar su propio nombre. ¿Desde cuándo su nombre podía sonar así?

–Lárgate– resaltó cada sílaba sosteniendo su mirada mientras volvía a acercarse más de lo decente–. Lo que quieras dilo, pero no vengas fingiendo ser amiga mía o que te intereso yo o mi salud.

–Como gustes. No veo a nadie mostrando interés en tí, de igual manera. No es difícil deducir el por qué.

–Con la gente que tengo justo al frente no resulta ninguna molestia.

La mirada de Nore descendió unos instantes desde la mirada de Verena hasta sus labios. La cercanía era tan grande que ambas podían sentir el aroma y calor de la otra. Incluso la respiración.

Y ella lo notó. Notó el cambio en sus nervios, de alguna forma activados, y elevó el rostro.

–¿Tienes algo que decir?– Le preguntó con voz suave. Maldita.

–Púdrete en tu propia soledad.

Verena sonrió.

Me he podrido en mí desde que tengo memoria, cariño.

–Adiós, Nymeria.

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Frase/cita:

"La muerte tiene un modo curioso de alterar las prioridades."

—Piratas Del Caribe

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Espacio de interpretación:

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Uy...
Bueno, son cosas que pasan, no?

Recuerden dejar su voto si les gustó el capítulo:)

Espero y les este gustando la historia, sobre el inicio, quién tiene curiosidad de saber qué pasó ahí 👀?

Los leo, bye ❤️

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