Capítulo 8: No sabes como soy

Rachel Fleming

Fumaba tranquilamente apoyando mi espalda contra la pared rocosa de una casa abandonada. Miré al cielo viendo a algunas aves volando libremente, suspiré y dejé salir el humo del cigarro mientras tiraba este al suelo y lo aplastaba con mis botas.

Comencé a caminar por las calles descuidadas de aquel barrio de baja clase, el olor era repugnante y el ruido me tenía harta.

Doblé por un callejón y sonreí al sentir pasos detrás de mí, cada vez más cerca.

Volví a girar en un callejón y le di otra vuelta haciendo que me llevaran al mismo sitio y me giré abruptamente haciendo que mi acosador se escondiera detrás de unos contenedores de basura.

—Sal de ahí, ya te vi —me crucé de brazos viendo al chico que se acercaba a mí acomodando su cabello.

—¿Qué haces aquí, pelirroja?

—¿Qué haces tú aquí, ojos azules? Claramente, no tienes nada que hacer en un lugar como este.

—Te vi hace un rato entrar en este barrio y se me hizo raro, por eso te seguí. Ahora responde tú.

—Tal vez soy una mala persona y vine a hacer cosas malas —sonreí de lado con un toque de maldad.

—No lo eres —comentó Chad, seguro.

—No lo sabes —repliqué.

—Lo sé —insistió tercamente.

—No Chad. No sabes como soy, no tienes ni puta idea, no me conoces en absoluto, así que no asumas cosas sobre mí —perdí el control de mis palabras y le miré algo enojada.

—Entonces muéstrame —avanzó hacia mí, poniéndome nerviosa—. Déjame ver como es Rachel Fleming.

—¿Por qué?

—¿Por qué no?

—No ¿Por qué te interesarías por la patética vida de alguien a quien no conoces? —lo miré frunciendo mi ceño, confundida.

—Te veo y es como si me viese a mí, me siento identificado, solo que yo trato de ocultarlo y tú los muestras con orgullo.

—¿De qué hablas?

—Nuestros problemas —comentó simple y sonrió.

Suspiré y le miré curiosa, los ocultaba tan bien que ni siquiera hubiera imaginado que los tenía.

—Tss, sígueme —acepté rendida y él comenzó a seguirme con una sonrisa triunfante.

Al ver el viejo letrero con la palabra "Intenciones" empujé la puerta metálica y avancé por el oscuro lugar.

—Hasta que apareces niña —el típico motociclista se me acercó extendiendo un rollo de billetes. Saqué de mi bolsa su paquete y se lo entregué para seguir mi camino.

—Así que vienes aquí a traficar —comentó mientras avanzábamos entre la gente. Me senté en la barra y miré al bar tender.

—Dos cervezas.

—Enseguida.

Suspiré mirando por encima de mi hombro a uno de mis clientes, empujé mi lengua contra una de mis mejillas y saqué el paquete entregándoselo al tipo que había llegado a mí.

Tomé mi cerveza y miré a Chad sin expresión alguna.

—Quítate ese saco por dios. Todos nos miran, se nota a leguas que no perteneces aquí —suspiré dándole un trago a mi bebida mientras este me hacía caso.

—Si literal, puedes dormir sobre dinero ¿Por qué traficas?

—Por la misma razón que tú me seguiste cuando deberías estar en tu mansión durmiendo sobre dinero. Diversión, rebeldía.

—Pues, brindo por ambas —alzó su cerveza. Reí y alcé también la mía siguiéndole el juego. Cuando ambas chocaron reímos y él tomó mi mano llevándome a la pista.

Comenzamos a mover nuestros cuerpos al ritmo de la música. Las cervezas iban y venían, bebimos tanto que ya había perdido la cuenta de cuántas llevábamos.

Me acerqué a una mesa a entregar la coca a unos clientes, unos brazos alrededor de mi cintura me hicieron voltear, Chad tenía las mejillas rojas y los ojos entrecerrados. Reí al ver lo borracho que estaba.

—Estás demasiado borracho —reí acariciando sus mejillas rojas.

—Estoy feliz —tomó mi mano y me hizo girar para luego abrazarme con fuerza haciendo que ambos nos tambaleáramos casi cayendo al suelo.

—Eres un borracho feliz —me separé de él entre risas.

—Escapémonos.

—¿A dónde? —fruncí mi ceño.

—Shhh —puso sus dedos en sus labios indicando silencio—. Sígueme.

Tomó mi mano y me hizo seguirlo mientras reíamos, al salir del bar observamos el cielo oscuro, era de madrugada, la brisa era fría y olía a libertad.

El de cabellos negros corrió hacia una de las motos que había parqueadas allí y se subió a esta prendiéndola.

—¡¿Qué haces?! —me alarmé.

—Robar una moto, genia.

—Es un delito y estás ebrio. No puedes.

—Traficar también es delito.¿Montas o te quedas? —sonrió travieso.

Suspiré y corrí a montarme aferrándome a su cintura. La moto arrancó a una velocidad preocupante. El camino pasaba con rapidez frente a mis ojos, la brisa fría golpeaba mi rostro y agitaba mis cabellos rojos haciéndolos flotar en el aire.

—¡Ready or not here we go!

Ambos reíamos de forma escandalosa, solté mis brazos y los abrí cerrando mis ojos y disfrutando de las sensaciones, mi corazón latía a mil. Grité eufórica y me volví a aferrar a Chad escuchándolo reír.

En el momento en que decides ser libre, nada puede contra ti.

La moto estacionó frente al mar y ambos nos bajamos corriendo hacia este y gritando. Nos dejamos caer en la arena y nos miramos entre risas.

Su mano se colocó en mi mejilla y me atrajo hacia su cuerpo besándome con desespero, le correspondí con la misma intensidad, el sabor a cerveza en nuestras bocas se mezclaba cada vez que su lengua experimentaba mi boca.

Nos separamos agitados y nos miramos a los ojos estallando en risas.

—¿Quieres saber que es lo que más odio de mí?

—¿Qué? —lo miré curiosa.

—Soy homofóbico

—O-oh... —sentí como mi garganta se secó.

—Pero me gustan los chicos.

—¡¿Qué?! —grité sorprendida y le miré boquiabierta—. Ser homofóbico y ser gey no pega.

—Soy bisexual, de hecho, aunque me asquee admitirlo.

—¿Por qué le tienes tanto rechazo?

—Asuntos familiares... —suspiró y se sentó mirando al horizonte, la hermosa vista del sol surgiendo entre el mar.

—Pues, bienvenido al club de los bisexuales, amigo —le miré sonriente y logré provocarle una carcajada.

—Gracias, supongo ¿Podrías guardarme el secreto? Eres la única que lo sabe y preferiría que se quede así —fingí que cerraba mi boca con un siper y alcé las manos.

—Prometido.

(...)

Chad me dejó de vuelta en casa a primera hora de la mañana, subí rápidamente a mi habitación tratando de no toparme con nadie de mi familia para evitar sus reclamos.

Cerré mi puerta con seguro y me tiré a la cama viendo la foto de mis padres frente aquel internado.

Hoy había sido un día pacífico, la tormenta estaba por arribar.

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