Acto Primero
Título: GÉMINIS
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel cómics y MCU.
Pareja: Stony yeah!
Derechos: solo tengo derecho a quejarme.
Advertencias: esta historia combina un tanto el MCU con algunas versiones oscuras de nuestro héroes favoritos (Capitán Hydra y Superior Ironman) para satisfacer como siempre, a la imaginación exaltada de esta minina perdida. Un discreto homenaje a las historias que me han hecho amar con pasión el Stony, Steve-Tony Verse y Brainwash, con amor para sus fantásticas autoras.
PRECAUCIÓN: CONTIENE ESCENAS ALTAMENTE VIOLENTAS.
Líricas: Hotel California, The Eagles.
Gracias por leerme.
ACTO PRIMERO
Mirrors on the ceiling,
The pink champagne on ice
And she said "We are all just prisoners here, of our own device"
And in the master's chambers,
They gathered for the feast
They stab it with their steely knives,
But they just can't kill the beast
Podría contarles una historia. Mi historia.
Voy a morir.
Soy Andrew, Andrew Smith. Detective cincuentón del cuerpo policiaco del Distrito VII del Estado de Missdrawn, Nueva Unión. Eso no les dice mucho, ¿cierto? Hubo una guerra que casi acabó con la Humanidad, entonces apareció Isaac Teslan y su descubrimiento valioso sobre la energía del Vapor Blanco a usar en mecanos y máquinas, iniciando con ello la era de los autómatas, las industrias, un mundo basado en los engranes, los motores y la programación virtual que le dio vuelta a la cara del mundo. Nueva Unión apareció como la nación fortificada y sobreviviente de la guerra, con veintitrés estados que anteriormente fuesen colonias. Todo reconfigurado bajo nuevos nombres, bajo un nuevo gobierno más tecnócrata.
Missdrawn se convirtió en un estado cosmopolita cuya tierra pronto se atiborró de enormes rascacielos de herrería y ladrillo, autopistas y cientos de autómatas recorriendo las calles al servicio de unos muy elegantes ciudadanos en sombrero, largos vestidos, guantes y corbatines cuyo pasatiempo favorito era estar al último grito de la Tecnología Blanca, como se le llamó a la ciencia del Vapor de Teslan. Una metrópolis de contrastes, debo confesar. Los cinturones de miseria rodeaban los anchos ríos que entraban a la ciudad, pasando por debajo de puentes de acero y adoquín con caminos de piedra lisa hacia los barrios pobres de edificios viejos que aún recordaban la vieja guerra hasta el corazón de la metrópoli, llena de carteleras brillantes, marquesinas ostentosas, transportes variados y rostros de extraños por doquier.
El Distrito VII, mi distrito, era una zona de clase media más llena de suburbios que de oficinas o edificios públicos. Sin embargo, teníamos lo que ningún otro distrito de Missdrawn, incluso lo que ningún otro estado: la Universidad Nacional de Nueva Unión (UNNU), el hogar de las mentes más prodigiosas de la nación, la crema y nata de la ciencia, la Tecnología Blanca; o como nosotros los llamábamos, la madriguera de cerebritos ñoños y vírgenes con los que debíamos lidiar a diario pues era misión prioritaria del Departamento de Policía del Distrito VII velar por el bienestar y seguridad de todos los miembros de la UNNU. Aquello podía ir desde rescatar un gatito atorado en un árbol hasta custodiar la nueva tecnopatente a la Cámara de Gobierno para su visto bueno.
Ser detective en el Distrito VII no era un trabajo emocionante, para ser sinceros, más el sueldo era generoso y eso me había permitido asentarme. Una linda y educada esposa, dos hijos, una casa de tres pisos con cochera, un auto y un perro. ¿Nada mal, eh? Pese a estas comodidades clase medieras no era feliz, había estudiado arduamente en la Academia de Policía para algo mejor que resolver el enigma de un raspón en el costado de un auto que le pertenecía a algún Decano de la UNNU. No pasé horas haciendo guardias nocturnas en las afueras de Missdrawn, viendo el ascenso de los restos etéreos de un Vapor Blanco a las alturas, abandonando este planeta luego de ser consumido por las máquinas para terminar frente a un escritorio lleno de quejas de comerciantes cuyas jardineras apestaban a orines de perros mal educados que sus autómatas paseadores no sabían controlar.
Tal vez ese tedio rutinario fue el inicio de mi perdición. Era un lunes, lo recuerdo todavía. No amanecía aun cuando sonó mi comunicador de la estación, había una emergencia nivel 5, lo más alto. Miré la pantalla como idiota por unos segundos antes de levantarme como si me hubieran puesto un explosivo en el trasero, tropezando al buscar mis ropas como mis objetos personales entre maldiciones mañaneras. Incluso olvidé despedirme de mi esposa. Conduje tan aprisa como pude, haciendo mil teorías en mi mente hambrienta de café y de aventuras. Ya estaban comenzando la reunión cuando llegué a la estación, recibiendo mi carpeta de manos de una de las nuevas reclutas que estaba pálida, no supe si del susto o de haberse despertado como todos, de forma brusca y sin explicaciones al sucedo.
Un asesinato.
Y no era uno de esos casos tiernos de una muerte aparentemente inexplicable de algún fulano desconocido para la ley en medio de una calle olvidada. No. Toda una familia masacrada igual que ganado en un rastro. Las pantallas nos mostraron los datos de entrada, fotografías se descargaron en nuestros portadocumentos. Más de uno salió disparado al baño más próximo a vomitar. Fue así que entré en contacto con Géminis. Verán, Géminis ya eran conocidos en otros distritos y estados. Les estaban siguiendo la huella cual perros cazadores. En la red había alertas a la población en cuanto sospechaban de su arribo a ciertos lugares. Dos asesinos seriales, un matrimonio aseguraban los expertos. Lo poco que se tenía sobre ellos eran sus seudónimos provenientes de murmullos en callejones de mala muerte sin fuente alguna: el Capitán Nómada y su amante, la Armadura de la Muerte.
Era todo lo que había sobre Géminis, eso y su sadismo imparable que ya estaba alarmando a la Cámara de Gobierno ante la ineficacia de los mejores detectives para frenarlos. Ahora, yo ya los conocía porque en más de una ocasión que anduve navegando en los ordenadores de la estación, supe de sus andanzas. Mientras el jefe hablaba sobre las últimas víctimas, hice un repaso en mi mente de lo que yo llamaba su modus operandi. Tal como lo declaraba su apodo, Géminis eran dos caras: una noble que atrapaba a sus víctimas con engaños y la otra, cruel igual que despiadada que los remataba. Algunos criminalistas afirmaban que el Capitán Nómada era el rostro dulce, la Armadura de la Muerte la cara maquiavélica. Similar a depredadores, se separaban al momento de elegir su presa, atacando al mismo tiempo cuando la tenían en sus redes.
Sin testigos de primera mano, con una evidencia pobre sobre las armas o herramientas usadas en sus masacres, había que hacer un nudo al estómago y analizar el único rastro dejado por aquel par: los cadáveres. Fue un golpe de suerte que yo hubiera pasado unos años de servicio en la Agencia Forense de Missdrawn, permitiéndome ser uno de los elegidos para ir a la morgue e inspeccionar los cuerpos. Aun con todo y ese entrenamiento, agradecí no haber desayunado cuando estuve frente a los restos. Padre, madre, hijo adolescente, una niña... un bebé y su nodriza. La burla de Géminis era congelarlos usando el Vapor, dejándolos cual esculturas vivientes en las asquerosas poses con las que les habían arrebatado la vida.
-La Anunciación -dijo la forense a cargo cuando llegamos.
-¿Eh?
-Es la pose de los personajes de la Anunciación.
Blasfemos a morir, habían cortado los genitales de sus víctimas -todos sin excepción- y puesto en sus bocas imitando gestos teatrales a base de agujas hipodérmicas. Les habían arrancado los ojos, despellejado en ciertas partes del cuerpo con símbolos desconocidos, probablemente inventados por Géminis, un lenguaje esperando ser descubierto. Típico de megalómanos. Desnudos, rapados de sus cabellos que fueron usados como cuerdas para títeres con las que les sujetaron, aquella familia fue una escena que me iba a quitar el sueño por varias noches. También les habían arrancado las uñas de manos y pies, junto con todos los dientes, dejando en su lugar clavos. ¿Qué habían hecho con eso? Un misterio. ¿Canibalismo ritual? Era una posibilidad alta pero una corazonada me dijo que tenía que ver más bien con alguna clase de experimentación. Asesinos como ellos estaban en un nivel donde sus actos siempre escondían un significado de alto grado de abstracción.
Fueron los mejores días de mi vida, no lo negaré, pero me costaron mi matrimonio por las múltiples ausencias. Ir de un lado a otro de Missdrawn, pasar noches en la red buscando en foros clandestinos sobre Géminis, saltarme reuniones familiares, fiestas o cumpleaños... un día mi esposa e hijos ya no estaban. Vaya, ni siquiera los autómatas domésticos. Solo una nota con un Lo siento, no podemos más y una casa que se sintió vacía. Pude sentir remordimiento, no lo hice. Yo también tenía un secreto, ¿saben? Escapadas furtivas a ciertos lugares buscando calmar esa inquietud, ese esclavizante deseo por tener en mis manos no un cuerpo suave de curvas finas, sino músculos firmes, agresivos. Jamás pude deshacerme de la necesidad de revolcarme con otro hombre. Pero no era una naturaleza aceptada en un mundo que necesitaba por decreto gubernamental de la procreación que repoblara el planeta.
Estar solo fue un alivio ante ese deseo esclavizante, me ayudó bastante al momento de volver a buscar en la ilegalidad compañía por un par de horas. El caso de Géminis solo agravó esa ansiedad carnal, quizá por el estrés de terminar siempre en un callejón sin salida por cada pista nueva que aparecía. Eran astutos a morir, nunca dejando algo que pudiera decir sobre ellos. Tenían que cometer un error, tarde o temprano tenían que hacerlo y quería ser yo quien estuviera en el momento en eso ocurriera. Atraparlos. En alguna parte, alguien debía haberles visto, notado algo extraño aunque no lo relacionara con la dupla asesina, pero sí lo suficiente para ser las migajas de pan que estábamos añorando para cercarles.
Llovía, eran tiempos de lluvia ya cuando me encontraba frente a mi escritorio, buscando afeitarme porque tenía días de no hacerlo. Géminis ya se había cargado a dos familias más, una de la zona residencial exclusiva de las élites gobernantes, otra en el cinturón de miseria. Como la muerte misma, no discriminaban. Tenía dos días sin dormir y me hallaba de muy mal humor al momento de escuchar que tocaban a mi puerta. Gruñí como saludo, con la rasuradora en una mano pegada a mi barbilla y una taza de café cargado en la otra mano. Esa misma joven recluta cuyo nombre no podía memorizar me sonrió pese a todo, señalando a alguien detrás de ella.
-Lo buscan, detective.
-No estoy para nadie, si no es...
-Dice que solo hablará con usted.
-Joder, que...
-Creo que debería hacerlo.
Como me fastidiaban las tías sabiondas, pero mi visitante en cuestión llegó guiado por un brazo gentil. Detuve mi aseo para inspeccionarle, y confieso, deleitarme. Era un hombre de cabellos castaños, ojos avellana con las pestañas más curvas que había visto en mi vida, dándole un aspecto de ojos de muñeca preciosos, mención aparte su expresión de inocencia unida al nerviosismo provocado por mi malhumor de bienvenida. Abrazaba un morral de cuero, vestido en un traje modesto que enseguida reconocí como de los estudiantes de la UNNU, chaleco con reloj de cadena en un bolsillo oculto, saco largo con cola a medio muslo de pico, pantalones formales con discretas líneas claras y zapatos con suela gruesa. El cuello de su camisa casi alcanzaba su mandíbula firme pero de contornos suaves en la que se veía una barba alrededor de su mentón en uno de esos cortes de moda.
-¿Qué puedo hacer por usted, señor...?
-Oh, oh, cierto -carraspeó aquel castaño, dando un paso inseguro dentro de mi oficina, permitiendo que la recluta tras él cerrara la puerta- Soy Anthony Stark, estudiante de la ingeniería mecánica de...
-La UNNU -terminé por él, señalando una silla frente a mí- Tome asiento, Señor Stark. ¿Qué necesita un estudiante de un detective como yo?
-Bueno, es complicado.
-Pruébeme.
-Verá, yo comencé tarde mis estudios universitarios, de hecho tuve que hacer muchos movimientos para que al fin me transfirieran de mi colegio estatal a la UNNU...
Arqueé una ceja, mirando el reloj detrás de Anthony.
-Lo siento, lo siento. Um... la cuestión es que un día me quedé hasta la madrugada en la universidad, y tuve que regresar caminando a la posada... no es que lo haga todo el tiempo, pero ya no había más transporte y no tenía tanta plata como para alquilar un exclusivo.
-Okay -di un sorbo a mi taza, sin ofrecerle.
-Tenía hambre, y pues a esas horas lo único que estaba abierto...
-Entró a un bar a cenar, beber y quizá tener compañía, no me importa, Señor Stark, al grano.
Un gracioso rubor acompañó la tos de Anthony.
-No, claro que no, bueno... um... yo estaba en una esquina de la barra donde casi no me veían, esa madrugada había mucha clientela en el bar. No sé por qué. Pero a cuatro personas frente a mí, me llamó la atención una pareja que cuchicheaba en las penumbras que una columna intermedia les daba. Solo alcancé a ver sus espaldas. Una mano escribía sobre algo. ¿Le ha pasado que de pronto siente que algo no anda bien?
-Sí, como en estos momentos.
-Espere, espere -Anthony se removió en su silla, sin soltar el morral contra su pecho- Hubo una pelea, más atrás, pero llegó como fuego hacia la barra. Todo fue un caos. Perdí de vista a la pareja cuando me dispuse a salir del bar para no tener problemas con la policía porque tengo una beca y...
-Señor Stark.
-Vi un cuaderno -soltó al fin el castaño- Olvidado en la barra, quizá por la pelea que se desató. Yo la tomé porque recordé que podía ser de la pareja cuando estaban charlando y eso. Salí a alcanzarles pero ya no había nadie. Me quedé con la libreta, no sé por qué. Un día, en clases, la confundí con uno de mis propios cuadernos, y pues...
Mordiéndose un rosado labio, al fin se despegó de su morral, abriéndolo con torpeza para extraer un cuaderno de apuntes común y corriente que cualquier ciudadano con unos cuantos centavos podía tener en cualquier parte. Nada sorprendente. Anthony me lo tendió, temblando visiblemente. Fruncí mi ceño al tomarlo, dándome cuenta que le habían despegado la etiqueta de embalaje, cualquier dato sobre dónde o cómo había sido obtenida estaba perdido. Las hojas estaban llenas con una letra impecable, solo quedaban unas cuantas al final. Sin fechas ni nombres. Pero me bastó leer unas cuantas líneas para que mi corazón se agitara al punto de sentir que me desmayaría ahí mismo. La última hoja con las últimas anotaciones tenía un manchón, seguramente por la tinta derramada cuando la pelea que había mencionado el castaño frente a mí, de ojos bien abiertos, conteniendo la respiración.
-¿Cuánto tiene de esto? -pregunté sin aliento.
-Tres días, lo siento, en verdad, sé que debí traerlo de inmediato pero... pero... es que tuve miedo... lo siento, detective, por favor no se enoje...
Anthony había dado nada menos que con una bitácora infame. El diario de Géminis. No me cabía duda alguna que les pertenecía. Visualicé el escenario en mi mente, pasando las hojas rápidamente en busca de algo más. Ellos estaban anotando, como lo describió el estudiante, pero cuando la pelea surgió, debieron verse expuestos de más, abandonando de inmediato el sitio antes de que alguien les notara. Como extranjeros solía ocurrir, por más que tomaran las ropas elegantes del Distrito VII siempre los oriundos les descubrían. Alguien podía recordarles, demasiado peligro. Y eso les había hecho cometer el error que estaba esperando. Una migaja de pan. Cerré el cuaderno, dejándolo dentro de una caja que cerré, volviéndome al asustado castaño.
-¿P-Puedo irme...?
-No.
-¿Q-Qué...?
-Es el único testigo que tengo sobre ellos dos.
-¿Está bromeando? -casi chilló Anthony, palideciendo- E-Ese cuaderno... e-es de...
-Veo que lee los diarios, Señor Stark. Todo parece indicar que le pertenece a Géminis, la pareja que vio en el bar.
-¡Oh, no! ¡No! -el castaño se puso de pie al acto- Yo solo vine a entregar eso, no voy a involucrarme... ¡Me costó demasiado entrar a la UNNU!
-Hey -me levanté, tomándole por los codos para sacudirle un poco y que saliera de la histeria en la que estaba entrando- Estás a salvo, nadie sabe de ti y tomaré las medidas correctas para proteger tu identidad, ¿de acuerdo?
-Pero...
-Necesito que esperes aquí, mientras tanto, te pediré otro favor. Quiero que hagas memoria de esa pareja, que recuerdes todo lo que puedas sobre lo que viste.
-Estaba algo oscuro... y yo estaba cansado...
-Trata de recordar. Alturas, cabello, complexión -alcancé un bloc donde anotar con un bolígrafo- Toma, escribe todo lo que vayas recordando. Ya vuelvo.
-Detective -Anthony me detuvo, apretando una de mis manos, temblaba y no era para menos- ¿No va a pasarme nada malo, verdad?
-No lo permitiré.
Ya no pude ocultar mi sonrisa al salir de mi cubículo, tenía a los bastardos, solo sería cuestión de interrogar uno que otro testigo más y con aquella bitácora, irían directo a la silla para morir como los cerdos que eran. Hablé con mi jefe y el comisionado a puerta cerrada, sobre la protección a mi valioso testigo así como de las medidas a tomar para atrapar a Géminis una vez que las pesquisas fuesen más claras. El problema era mi desconfianza ante el programa a testigos porque esos dos asesinos ya habían probado que podían meterse donde quisieran sin que nadie les viera, como si tuvieran alas. Anthony Stark estaba en claro peligro de volver a la universidad o a su posada estudiantil. No confiaba tampoco en los reclutas, fácilmente manipulables ante mentes tan perversas como la de Géminis.
Mi jefe dio la sugerencia, el que lo mantuviera bajo mi protección, en mi casa ya que no había nadie viviendo conmigo. Primero reclamé porque ya me había gustado mi privacidad pero luego reflexioné sobre la idea que fue cada vez más sensata. Anthony tendría que tomar sus clases vía la red, asistiría a sus laboratorios únicamente cuando fuese necesario. Un solo descuido y terminaría como aquellas personas destajadas bajo la más pútrida tortura. Él podría reconocerles, el diría haberles visto escribir en la bitácora. Sería nuestra pieza clave en aquel caso que sin duda, iba a entrar en los anales de la historia de los grandes criminales de Nueva Unión. Su vida era invaluable a partir de ese momento, así que volví con el castaño a informarle de su cambio de actividades. Primero se quejó más luego aceptó que era lo mejor pese a lo raro de mi propuesta que, fuera del deber, también era un placer para mí. Tendría al ojos de muñeca muy cerca.
Géminis ya debía estar a la caza de su bitácora, por eso se habían detenido en el ritmo de sus ataques. Sabían que estaban condenados de no recobrar su diario donde estaban descritas sus infamias tan asquerosas. E iban a saber de alguna manera que Anthony había recogido ese cuaderno, no muchos estudiantes de la UNNU estaban en plena madrugada en un bar nocturno lleno de gente con reputación cuestionable. La venganza se cernía sobre mi tímido y asustadizo estudiante de ingeniería al que debía proteger con mi vida si era preciso. Anthony Stark provenía del Distrito V, uno de carácter rural más que urbano donde la Tecnología Blanca todavía no impactaba la vida de sus habitantes. El colegio distrital tenía su ingeniería mecánica muy incipiente en cuanto a investigación pero uno de los Decanos había recomendado fervorosamente a su estudiante estrella para ser transferido a la UNNU.
-¿Detective Smith?
-Dime, Anthony.
-¿Ellos... ellos van a buscarme?
-Tranquilo -puse una mano sobre su tenso hombro, llegando a mi casa- No te perderé de vista.
-Tengo miedo.
-Lo sé, pero no van a tocarte, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
Había olvidado lo sucia y descuidada que tenía la casa, así que tuve que excusarme con el castaño por mi falta de limpieza. La gentileza y educación provinciana de Anthony salieron a flote, ofreciéndose como ayudante solícito para ordenar mi abandonado hogar a cambio de la protección que le había prometido. Todavía no le infectaba el cinismo y desfachatez propia de los metropolitanos ciudadanos del Distrito VII. Voy a decir que en esos instantes tuve un aguijonazo de miedo, porque la inocencia de ese estudiante ahora era la presa de Géminis. En mi mente lo tomé como algo personal. No iba a permitirles lastimarle ni uno solo de esos cabellos rebeldes que tocaban sus hombros. Tomé aire, demasiada tentación. Pero lograría enfocarme en mi deber: descifrar lo que esa bitácora describía y encontrar a ese par de bastardos mal paridos.
-Gracias, Detective Smith.
-Andrew, dime Andrew.
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