CAPITULO 2

Si estar en la sala durante doce horas hasta que la nueva vacuna contra la gripe surtiera efecto, Tobyas creía que llevaba más de medio año encerrado en aquel extraño lugar. El tiempo allí siempre era confuso, nunca supo si pasaron días, semanas, meses o años.

Entre los experimentos que hicieron están los siguientes:

Lo alimentaron con carne putrefacta para que pudiera tener diarrea, después le recetaron una píldora para aliviar los síntomas, aunque el efecto fue contrario ya que creía que sus intestinos eran absorbidos por una aspiradora. Hubo otra prueba con sus ojos donde colocaban gotas para aliviar la irritación luego de que le rociaron con gas pimienta, aunque el efecto fue aliviador hasta cierto punto, el ardor era mínimo y molesto.

Usaron con él pistolas eléctricas para comprobar el nivel de voltaje hasta que pudiera ser tolerable hasta que no pudiera matar al sujeto de prueba.

Consumió diferentes píldoras.

Inyectaron en dosis reguladas y muy controladas, diferentes medicamentos líquidos para revertir los síntomas que ellos mismos causaron.

El mundo de Tobyas se había limitado, al principio, a ese cuarto iluminado. Después fue llevado a una habitación siendo llevado en camilla para luego ser despertado ahí; había una cama y en el otro lado un retrete, no había nada más, ni siquiera un lavabo. La comida la recibía por una pequeña compuerta en la base de la puerta, era igual como para que un perro pudiera pasar. La mayoría de veces recibía comida mediocre y pasada.

Allí también descubriría que su cabeza estaba rapada.

Pocas veces logró ver de vez en cuando diferentes pasillos iluminados, los focos rectangulares del techo mientras era llevado en camilla, drogado. Lo que recordó de esas veces fue...

La ocasión cuando vio un pasillo con diferentes puertas a los lados, en algún momento creyó oír el grito de una persona. Se volvió hacia el grito y vio a un hombre senil rapado, siendo golpeado por un militar como el que lo había atrapado antes.

En otra ocasión, vio otra puerta abierta donde estaba una mujer rapada al cero, llorando y suplicando, exigía a gritos ser liberada de allí. Había murmurado una universidad que Tobyas no reconoció. Los lamentos de la mujer no duraron tanto hasta que ella fue arrastrada a la fuerza hacia otra cámara de pruebas. La voz no sabía decir si era de una estudiante o una profesora.

Y en otro duro día, creyó oír los chillidos de un niño diciendo que quería ver a su mamá, que quería salir de ese feo lugar e ir verla porque la extrañaba.

Tobyas sintió el fuerte deseo de abandonar ese lugar.

Un día, empujó la compuerta para perros, aunque solo se movía cuando debían pasar comida. Su desesperación lo obligó a gritar deseando saber qué estaba haciendo ahí, solo quería volver con su esposa e hija y nadie de aquellos individuos le daba una respuesta. Aunque esa debía de ser la menor de sus preocupaciones porque le importaban más ellas que él, pero fue cosa de tiempo porque cada vez que era llevado a otro experimento, trataba de luchar para ser libre, todo en vano.

Cuando se ponía muy molesto, su habitación se llenó de un gas adormecedor, lo que facilitó más a sus captores llevarlo de un sitio a otro.

Otro de los experimentos que probaron en él fue uno que le causó, fiebre, escalofríos, dolor de garganta, pérdida del olfato, diarrea, vómitos y una compleja capacidad de respirar. Era como si le faltara el aire en múltiples ocasiones, creía que moriría hasta que le inyectaron un líquido que alivianó los síntomas en tres días, después no volvió a sentirse lo anterior. Pero esta prueba parecía más compleja a pesar de que hubo dos personas allí, porque evitaron tocarlo en la medida de lo posible y al finalizar se metían a unas cámaras para desinfectarse de pies a cabeza.

Creyó oír que el experimento tenía un nombre raro, sonaba algo como el virus Blat.

Cuando terminó esa prueba, Tobyas fue enviado a su cuarto con mejor comida.

Aunque él ya no olía bien la comida, perdió el interés por cualquier alimento.

Estaba sentado sobre su cama con la mirada en la nada. Sentía pavor, miedo. En la habitación creía oír voces que lo aterraban para que regresara a otro experimento. Y a pesar de que odiaba ver a los médicos (que al final concluyó que eran científicos), eran la única mejor compañía porque no tenía a nadie más. Y el hecho de siempre ver paredes, suelos y techos iluminados no le permitía dormir bien, porque siempre parecía ser de día.

Incluso llegó un punto en el que tuvo un pensamiento oscuro, abrumador: deseó que su familia recibiera todo el dolor y sufrimiento que podía tener un experimento con tal de que él pudiera ser libre. Horas después, se había arrepentido de eso. Pero lo más probable es que ellas estuvieran sufriendo igual que él, pensó.

Días después de que no pasó por un experimento, la habitación volvió a llenarse de gas y Tobyas se quedó dormido. Hora de un nuevo experimento.

***

Cuando Tobyas abrió los ojos descubrió que ahora había cuatro científicos de lo habitual. Normalmente eran dos o tres. Siempre tenían tarjetas de identificación distintas, aunque esta vez estaban los mismos del primer día, pero también estaba otro hombre que en su identificación ponía "HM-01". Volvió a mirar el lugar en el que se encontraba, esta vez en la mesa estaba el mismo líquido azul de "pentotal sódico", aunque con una tonalidad más oscura.

―Ya debe estar lo suficientemente despierto como para empezar ―dijo VF.

Los científicos entonces decidieron preparar los instrumentos. Tobyas, viendo que VF iba a aplicar la inyección, apretó los dientes y gritó en su cara.

―¡DETÉNGANSE!

VF retrocedió, asustado.

―He estado aquí una eternidad, no sé qué día es. No sé nada. ¡He llevado todo este tiempo queriendo saber sobre mi esposa y mi hija! ¡¿Dónde las tienen, hijos de puta?!

Los científicos intercambiaron miradas entre sí y solo tres de ellos a excepción de HM se había reído. Entonces entre ellos cuchichearon unas palabras hasta que CE dejó la habitación.

―Vamos a traer a su esposa en este momento ―dijo IA―, solo espere.

Después de dos o tres minutos CE regresó sosteniendo una bandeja de metal, se veía como si fuera ancha y pequeña olla sin agarraderas. Ver aquello hizo que Tobyas deseara vomitar, porque en ella pudo distinguir una cabeza cercenada desde el labio superior y lo peor de todo fue distinguir el lunar sobre la ceja izquierda.

Era Lorena.

―Su hija fue incinerada la semana pasada ―respondió IA con los brazos cruzados―. No sobrevivió a uno de nuestras pruebas.

A Tobyas le temblaron los labios y gritó, un grito tan desgarrador que solo era una muestra de que ya no soportaba más estar allí. Su paciencia, su voluntad para seguir viviendo con la esperanza de volver a verlas se había extinguido y su deseo de salir con vida también desapareció.

Ya no le quedaba nada que le importara.

Al terminar de gritar, el científico HM se acercó y le suministró el líquido azul. Para cuando pasaron los segundos, la visión de Tobyas se volvió de túnel, las preguntas que le hicieron parecían sonar desde muy lejos y su boca se movía, estaba contestando las preguntas, pero sin tener idea de a qué respondía con la verdad. Poco a poco, su visión se oscureció y Tobyas dejó de mirar. Y llegó un punto en el que ya no respondió ninguna pregunta.

Los científicos entonces revisaron su pulso, se dieron cuenta de que él había muerto y dada esta situación había que incinerarlo en la morgue.

***

El cuerpo de Tobyas fue llevado por el científico HM. Él mismo se aseguró de pedir eso para realizar el proceso de cremación, ya que no había mucho personal que pudiera ocuparse del cuerpo. Sin embargo, HM no iba a quemar el cuerpo sino a sacarlo de las instalaciones. Y a pesar de que se trataría de una misión imposible, tomó riesgos y actuó.

***

Al pasar las horas, Tobyas oyó ruidos extraños y el sacudir de un avión. Estaba con el cinturón abrochado la mayor parte del tiempo, aunque le costaba ver bien. Fue entonces que movió su cabeza a lo que parecía una ventana apreciando las nubes y los edificios, ¿una ciudad? Tobyas no entendía nada, creía que estaba en una especie de sueño.

―Escúchame ―dijo una voz a su lado.

Tobyas movió la cabeza hacia la voz.

―No te quites las gafas de sol. Déjatelas puestas y te las quitarás hasta que yo lo diga.

Él asintió tan obediente. No hizo ninguna pregunta y se mantuvo callado el resto del viaje.

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