Capítulo 5. Verdades (Primera Parte)



La autoridad y el tono en la voz de Samantha tomaron a todos por sorpresa, aunado al hecho de que creían que dormía y, en cambio, había escuchado todo. Por un momento quedaron como congelados en el tiempo.

Enrique se sujetaba el corazón temiendo que éste se le saliera del pecho. Elia había dejado caer de forma estruendosa una serie de objetos que Samantha alcanzó a identificar como las campanillas de viento que escuchó. Thaly reprimió un grito llevando sus manos a la boca y fuera de esos gestos, ninguno se movió.

—¡¿Y bien?! —gritó otra vez mientras se sentaba en la mesa y se arrimaba al borde para bajarse.

El piso estaba frío bajo sus pies descalzos, pero le aportó frescura al calor de la rabia que la invadía. Estaba despierta y bien atenta mirando a su alrededor con los ojos como platos. Había velas amontonadas en una esquina que aún humeaban un poco, eran de distintos tamaños, formas y colores. Su abuelo sostenía una caja rectangular de madera desgastada y agrietada en sus manos, tenía un candado otrora dorado asegurando lo que estuviese adentro que, a juzgar por el esfuerzo que hacía Enrique, podían ser las piedras. Su abuela llevaba un libro grande y grueso con los bordes de las hojas comidos y amarillentos. Aún a las sombras de la noche se podía ver que era muy antiguo.

Las luces estaban apagadas, solo el resplandor de luna se filtraba por las ventanas y un par de velas casi extintas daban una débil iluminación. Samantha se acercó a la pared y encendió los bombillos de la cocina, la luz le hirió la vista y tuvo que parpadear varias veces achicando la vista para que dejara de doler. Aún tenía con ella un leve dolor de cabeza disimulado detrás de la adrenalina.

Con la iluminación vio que la mesa estaba recubierta con una tablilla de madera fina que tenía grabada frases en latín, así como líneas que formaban patrones nunca antes vistos. La imagen secó su boca con rapidez y tuvo que sostenerse a la pared para no caerse. Todo eso era mucho más de lo que había podido imaginar. Se volteó otra vez hacia su congelada familia y retomando la rabia donde la había dejado antes de encender la luz, gritó fuera de sí:

–¡¿Y entonces?!

Ya no podía contenerse, la furia se había adueñado de ella. Sus sentimientos hacían un escándalo en su cabeza y las palabras le salieron a trompicones, sin orden, con fuerza.

—¡¿Cómo me trajeron hasta aquí?! ¿Qué es esto?, ¿Cuántas veces ha pasado?... Porque ha pasado varias veces, eso dijeron, los escuché, ya ni se atrevan a mentirme de nuevo –sentenció apuntándolos con su dedo y comenzó a pasearse por la cocina a grandes zancadas, murmurando y gritando— ¿Cuántas veces?, ¿Por cuánto tiempo? —insistió hasta que la comprensión cayó sobre ella.

—Mis pesadillas nunca fueron... ¡Era esto! –balbuceó mirándolos con indignación.

Cuando se detuvo a ver la cara de sus abuelos su rabia se quebró, estaban tan temerosos que tuvo que retroceder hasta la silla más cercana y se dejó caer con el peso de todo lo que sentía. Luego se percató también que Thaly tenía sus mejillas empapadas de lágrimas.

—Necesito que me expliquen —susurró Samantha dejando caer las primeras lágrimas.

Enrique y Elia miraron a Samantha y luego a Thaly, esta última era la que tenía la responsabilidad de explicar, era ella quien tomaba todas las decisiones desde hacía mucho tiempo. Entendiendo lo que vendría, Thaly se limpió las lágrimas con el dorso de su mano y tomó una silla para sentarse al lado de Samantha. Enrique y Elia avanzaron a su retaguardia como una formación defensiva, y en parte lo era, pero más bien indicaban su posición de cómplices, era una forma de afrontar la propia responsabilidad.

—Cuéntale todo hija, es el momento –afirmó Enrique posando su mano sobre el hombro de Thaly—, debe escucharlo de ti.

Después de un gran suspiro mientras contemplaba la mirada enrojecida y llena de lágrimas de su hija, temiendo su rechazo, fue tan sincera como habia sido con todas las demás cosas y sin preámbulos fue al grano.

—Sami es el momento de recordar que el mundo entero y todo lo que en él se encuentra está compuesto por energía y que la energía puede ser manipulada por algunos, tú puedes manipular la energía –dijo Thaly con sencillez deseando tomale las manos.

Thaly esperó una reacción inicial en Samantha, quizás un nuevo arrebato de lágrimas, una risa histérica o un desmayo. Se lo había imaginado muchas veces en miles de formas distintas. Sin embargo cuando ésta tomó aire y abrió su boca para refutar con palabras y preguntas, Thaly alzó su mano para pedir silencio y se masajeó el puente de la nariz tratando de buscar las palabras correctas para explicarse. Se sintió atrapada en la ironia de no poder recordar esas palabras que había practicado por años al imaginar este momento, aunque era cierto que la escena exacta jamás había pasado por su mente.

La convivencia con la energía habia empezado desde que Thaly era pequeña, sus papás conversaron con ella desde muy chiquita y le explicaron que no podía hacer ciertas cosas en público o que no podía comentar ciertos sucesos con extraños. Cuando tenía 10 años y empezó a mostrar indicios de su energía sus papás hablaron con ella pero no le revelaron un nuevo mundo, solo aclararon algunas dudas que surgieron y le dieron una perspectiva distinta a su futuro hablandole sobre las cargas, las reglas y las normas de La Asamblea y sobre la responsabilidad de mantener el secreto de los energéticos. No cambiaron su mundo, solo lo reglamentaron; pero Thaly en cambio estaba destruyendo el mundo que conocía Samantha por completo y presentándole uno muy distinto, por eso las palabras debían de ser las adecuadas.

—Será mejor que nos sentemo que esto va para largo –dijo Enrique rompiendo el silencio incómodo.

De la mano, los abuelos de Samantha se sentaron en las restantes sillas vacías del comedor quedando posicionado uno en cada lado.

—No sé... no sé cómo... —murmuró Thaly cerrando los ojos y tragando las lágrimas que amenazaban con salir.

Las palabras se formaban en su cabeza pero no lograban llegar hasta su boca de forma ordenada, por ello no las permitia pasar evitando un torbellino de frases angustiantes. Bastó la mirada suplicante de Samantha para que diera inicio a la larga explicación.

—Debes prometer que guardarás silencio hasta que termine de explicarte y también debes mantener tu mente abierta a todo tipo de información —introdujo Thaly percibiendo un intento de Samantha por decir algo, pero ella continuó—. No te olvides de todo lo que sabes del mundo tal como lo conoces hoy, solo inclúyele todo lo que te diré. Por el silencio que te pido mientras te explico prometo, a cambio, responder todas tus preguntas, incluso las más difíciles y complejas. Después de que nos escuches —y miró a sus padres buscando un apoyo desesperado— prometo que serás tú quien decidirá cómo serán las cosas de hoy en adelante. ¿De acuerdo?

Thaly no esperó que Samantha respondiera y Samantha tampoco tenía intenciones de hacerlo. Sentía una profunda curiosidad por lo que le iban a contar y ese sentimiento era el que predominaba en ella: Curiosidad por encima de la rabia, de la frustración, del miedo y de la tristeza.

—¿Tienes sed? –le preguntó Thaly a Samantha.

Samantha asintió un poco extrañada por la pregunta, pensó que su mamá comenzaría sin más dilaciones con las explicaciones pero estaba sedienta así que no podía negarse.

Thaly sonrió con timidez y miró hacia la nevera. Samantha notó cuando la puerta de la nevera se abrió y de ella salió flotando con delicadeza la jarra de jugo, pasó delante de su cara dejando una pequeña estela de calor que contrastaba con el frio que emanaba la jarra y aterrizó en la mesa con suavidad sin derramarse.

Mientras Samantha observaba impresionada el aterrizaje perfecto de la jarra, algo más llamó su atención: en el fondo de la cocina el gabinete se abría y cuatro vasos flotaron con gracia hasta la mesa. Esta vez era Enrique, quien le sonreía sin pudor y con una pequeña inclinación de cabeza le señaló los vasos haciéndole saber que era él quien los movía. El sonido de las galletas al abrirse evitó que Samantha comenzara a preguntarle a su abuelo y a su mamá cómo era posible aquello. Cuando giró la cabeza, sus galletas favoritas estaban posándose en la mesa junto a un plato que no había notado de dónde había salido.

Elia le dedicó una pequeña sonrisa antes de que la Jarra de jugo distribuyera su contenido en cada uno de los vasos sin desperdiciar ni una sola gota y sin ayuda. Los vasos se deslizaron por la superficie de la mesa a cada uno de sus dueños y el plato de galletas se colocó delante de Samantha.

Thaly, Enrique y Elia reprimían la culpa y mostraban complicidad. Samantha los miraba a todos por turno y volvía a contemplar los vasos sobre la mesa. Incluso se atrevió a alzar su vaso y revisar que no tuviese ningún truco. Cuando volvió a posar el vaso en la mesa, los demás comenzaron a tomar su jugo y por turnos tomaron una galleta. Estaba claro que esos movimientos se le hacían naturales pero también estaban disfrutando mucho la cara de Samantha cuando los vio, como cuando el mago adivina una carta y el invitado no entiende cómo.

Samantha tenía la boca abierta, su mandíbula podía caer hasta el piso y su lengua rodar por kilómetros a lo largo como las caricaturas. Tomó el vaso otra vez con miedo y ante la mirada atenta de su familia sorbió, el jugo obró maravillas para su creciente calor y cansancio, sintió que la refrescaba como un baño de agua fría interno pero descartó comerse las galletas, después de verlas volar por si solas estaba segura de que no serían más sus favoritas.

Notó las sonrisas de su familia escapándose con más facilidad pero ya no queria seguir esperando las explicaciones asi que miró demandante a su madre a los ojos, cumpliendo su palabra de no hablar.

—Era más fácil que vieras, antes de explicarte todo —explicó Thaly con una floritura de su mano señalando los objetos sobre la mesa —¿Cómo crees que hicimos eso? –le preguntó.

—Con... ¿la mente? —respondió dudosa Samantha.

—En parte sí. Como te dije todo está compuesto por energía, incluso las personas, pero las personas como nosotros tenemos más energía de lo normal... Esa energía podemos canalizarla a través de la mente a nuestra voluntad y manipular la energía de los objetos. A esas personas con niveles normales de energía y que no pueden canalizarla los llamamos Noides. Ellos que no comprendían ni comprenden lo que hacemos a nuestras acciones le dieron un rango antinatural y con el tiempo esto –señaló a la jarra, los vasos y las galletas— lo llamaron magia y así se quedó. Somos Energéticos o Enérgicos, como te guste más.

—Yo siempre he preferido Enérgicos... —interrumpió Enrique— pero ya hablaremos... continúa hija —le dijo avergonzado a Thaly que lo reprendió con la mirada.

Samantha seguía perpleja, pero Thaly no dio tregua y aún rebuscando las palabras en su mente prosiguió.

—¿Recuerdas las historias de las persecuciones de brujas?, ¿Las brujas de Salem? –preguntó y en cuanto Samantha asintió prosiguió— Bueno, todas son ciertas. Claro, tú has conocido la versión histórica contada por los Noides pero en sí son ciertas. Por ejemplo, en Salem nunca hubo brujas, y esta palabra es bastante ofensiva dentro de nosotros —agregó un poco más bajo antes de proseguir—, pero sí hubo una energética y su hija. Los Noides nunca vieron magia negra ni rituales satánicos como describen, lo que con seguridad los pueblerinos vieron fue como la pequeña manipuló la energía y entraron en pánico; la mamá y la niña lograron escapar pero el resto de la historia es más o menos como la conoces. Quiero que entiendas es que los energéticos siempre hemos existido y los Noides no entienden lo que hacemos ni lo reconocen como posible, por eso han llenado su historia de distintas versiones, explicaciones bíblicas y científicas para su entendimiento.

CONTINUARÁ...

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