Capítulo 4. Un Anillo, Una Pesadilla (Tercera Parte)
Era tarde en la noche, y todas las luces de la Sala estaban apagadas. Muchas velas alumbraban tenuemente el lugar; olía a incienso, menta y canela como siempre. Samantha veía borroso, la pequeña luz de las velas le producía dolor en sus ojos. También le dolía el cuello pero esta vez no alcanzaba a recordar en que parte del sueño se había caído, como siempre ocurría en las pesadillas. La mesa estaba helada bajo su tacto, el frío corría por sus venas produciéndole escalofríos. Su cabello estaba acomodado a sus lados, alguien se había tomado esa molestia.
Escuchaba un murmullo lejano, también algunos sonidos como campanillas de viento, y algunos más metálicos "¿cubiertos?". Parpadeó varias veces tratando de vencer esa somnolencia que intentaba llevársela a la oscuridad de la inconsciencia, ignorando el dolor que crecía en su cabeza. Luchó incansablemente con la pesadez de su conciencia, era mejor seguir intentándolo que dejarse sumirse en la oscuridad y el silencio.
Una figura apareció en su campo de visión. Era alta, solo eso podía decir, seguía viendo borroso, nubloso. Con mucha dificultad podía identificar algunos colores, pero solo eso. Podría ser hombre, podría ser mujer, el dolor constante de su cabeza no la dejaba pensar con claridad. Había una penumbra en la habitación donde estaba que tampoco permitía obtener más detalles. La figura se alejó.
Escuchó más murmullos y sonidos.
Samantha intentó concentrarse en identificar cada sonido, eso parecía mantenerla despierta o por lo menos atenta. Las campanillas de viento no sonaron más, quizás, pensó, nunca estuvieron; pero los otros ruidos de metales si siguieron aunque pocos, pareciera que alguien movía de sitio algo, eran sonidos agudos y sonidos graves. Le costó identificarlo, pero finalmente definió que lo que estaba escuchando era el ruido de metal chocando contra otro. Luego metal contra algo que podría ser el piso, o cerámica.
Otros ruidos la sorprendieron por su estruendo. Piedras o algo tan pesado como ellas, siendo colocadas una a una, "¿pero dónde?". Piedra con metal, piedra con cerámica, piedra con piso, piedra con madera. Quizás no eran piedras, quizás algo hecho de piedras. Podía escuchar como el intervalo entre un sonido y el otro era tardío e irregular. Era como si el que estuviese moviéndolas dudase de donde colocarlas, o quizás dudara escogiéndolas.
Otra vez volvió a escuchar los susurros que siempre acompañaba sus pesadillas, pero en esta oportunidad se hacían más entendibles,en sus pesadillas en cambio se volvían más incomprensibles conforme avanzaba el mal sueño. Los murmullos ahora se acercaban y comenzaba a comprenderlos. Cerró los ojos y el dolor de cabeza remitió un poco. Notó que se sentía más despierta y consciente aunque no se atrevía a moverse aún, ya no sentía tanto frío aunque comenzaba a dolerle las piernas y los brazos por la rigidez de los músculos. Samantha tenía ahora muy claro que no se trataba de un sueño. Tratando de no caer en pánico su mente le ofreció un sin número de posibles razones: secuestro, rapto, inducción.
Prefirió seguir fingiendo su inconsciencia. Logró entender algunas palabras que se desprendían de los murmullos y flotaban hasta ella; "¿cuándo?" "joven" "fuerte" "Ánthon" "André "Magia"
"¿Magia?" esa palabra la sorprendió. Quizás Samantha estaba cayendo nuevamente en la inconsciencia, podría imaginar frases donde las palabras que escuchaba encajasen, pero ninguna coherente incluía "magia". Las voces fueron haciéndose cada vez más fuertes. El sonido de las piedras cesó.
—Bajen la voz –era la voz de Elia, Samantha no dudó ni un segundo— está muy inquieta hoy.
—¿Sigue dormida? – preguntó Thaly acercándose. No cabía duda alguna que esa voz era de su mamá.
—Si, pero ha seguido moviéndose. Thaly, no sé si...
—No quiero escucharlo mamá— cortó secamente a Elia y acarició el cabello de Samantha.
Su tacto la reconfortó por un segundo, pero las dudas que nacían en ella no permitieron que se calmara. ¿Por qué su mamá y su abuela la tenían acostada en una mesa?
—Se lo he tratado de explicar pero no entra en razón— era la voz de Enrique— Thaly, podrías estar causándole un gran daño a Sami...
—O podría estar salvándola. Si me das a escoger, prefiero inclinarme por la posibilidad de salvarla, que exponerla a su muerte o peor...
—No eres tú a la que le corresponde escoger, es a ella—respondió Elia tratando de entrar en razón con su hija.
—Soy su madre.
— Te apoyaremos en todo lo que decidas hija, pero debes saber que no puedo asegurarte de que puedas seguir atando su poder por más tiempo—Enrique sonaba preocupado, dio unos pasos más cerca de Samantha y apretó su mano.
Las manos tibias y rugosas de su abuelo le calentaron el cuerpo poco a poco. El miedo se adueñaba de su piel con cada momento que pasaba. Era su familia la que la tenía allí acostada, pero ¿Por qué? ¿Para qué?. Y las palabras que seguía escuchando se repetían en ella como un eco sin fin "Magia" "Poder" "Muerte o peor"
Samantha yacía en la mesa del comedor; la habían acomodado lo mejor que pudieron, con su cabeza apoyada sobre una pequeña almohada, pero sin poder cubrirla del frío, tendría que bastar su pequeña pijama que solo la cubría hasta las rodillas. Sus pies también estaban desnudos y colgaban un poco fuera de la mesa; con el pasar del tiempo Samantha había crecido, pero la mesa no.
Sintió como la temperatura empezó a subir a su alrededor. Aún con los ojos cerrados y concentrada en no moverse, solo podía imaginar que estaban acercando las velas a sus costados, colocándolas a su alrededor a juzgar por las ondas de calor que sentía en su piel. Las pequeñas ráfagas de calor calentaban un poco más su cuerpo, pero no calmaban sus miedos y dudas. Mientras más pensaba en que hacer a continuación, su sangre comenzaba a hervir con una rabia primitiva, el sabor de la traición sabia a bilis y subía por su garganta.
Sintió como colocaban una piedra, estaba segura ahora que eran piedras, sobre su frente, una en su pecho descubierto a modo de gargantilla, una más abajo sobre su estóenergético, una en cada muslo, una en cada pierna, una en cada brazo, una en cada mano. Otras piedras las colocaron sobre la mesa, podía escuchar y sentir como vibraban y comenzaban a emitir tanto o más calor que las velas.
Ahora, Samantha la curiosidad la tenía inmovilizada; una parte de ella quería saber lo que buscaba su familia con lo que estaban haciendo, tratando de darle algún sentido antes de que ellos pudieran darle alguna explicación o mentira que lo justificara. No sabía si levantarse y correr por el miedo, no sabía si hablarles y exigir una explicación, no sabía si llorar, se sentía traicionada por su propia familia, y esa confusión de sentimientos la tenía petrificada y en consecuencia no hizo nada. Permaneció callada y sin moverse.
Su abuelo comenzó a recitar unas palabras que Samantha identificó en latín, pero no podía saber que decían. Las piedras de la mesa y las que llevaba encima de ella comenzaron a vibrar y a emanar más calor. Sintió cuando el peso de cada una de las piedras fue desapareciendo de su cuerpo. Aunque parecía una locura, las piedras estaban alzándose. Samantha se atrevió a espiar a través de sus pestañas justo lo necesario para confirmar su temor, las piedras estaban flotando a su alrededor. Volvió a cerrar los ojos y tragó con fuerza un cumulo de lágrimas. No era posible lo que estaba viendo, no podía creerlo y sin embargo lo había visto. Deseo con fervor que todo se tratase de un sueño.
Sintió la ligera aspereza de las manos de su abuela tocándole sus pies. Años de cocina, de quemadas, de cortadas, de costura, le hacían tener una piel gruesa en sus manos, era lo que hacía posible que agarrara las ollas calientes sin quemarse.
Luego su mamá posó sus manos sobre su estómago, sabía que eran las manos de su mamá, cálidas, pequeñas, finas. Y finalmente las manos de su abuelo a cada lado de su cabeza.
Ahora los 3 decían palabras en latín, cada uno palabras distintas, frases diferentes, ritmos desiguales. Sintió calor en los lugares donde era tocada, un calor que fue subiendo de intensidad sin llegar a quemarla; el frío que antes tenía se evaporó con las oleadas de calor. Ahora estaba ligeramente sudada. El calor se extendió por todo su cuerpo y continuó aumentando de temperatura con rapidez; cuando pensó que ya no podría sentir más calor, cuando estaba empapada de sudor, el calor desapareció, las palabras cesaron, y volvió a sentir la pesadez de las piedras, las piedras se volvían a posar en su cuerpo con delicadeza.
—Ya está hecho— dijo Enrique notablemente triste— no sé cuánto dure esta vez Thaly, pero creo que es hora de que hables con Samantha. Fue su última palabra y con pisada firme salió de la habitación.
—Comenzaré a recoger todo— anunció Elia.
Su abuela se acercó a la mesa donde se encontraba ella aún más confundida si eso era posible y levantó cada una de las piedras que la rodeaban y las que estaban sobre ella. Las iba colocando en una caja que contaba con un espacio prudentemente separado la una de la otra. Cuando terminó de recogerlas acarició a Samantha en su brazo, y le dio un beso en la frente.
Thaly había comenzado a soplar las velas una por una, para apagar su llama. El olor de vainilla y canela iba atenuándose en el ambiente, pero seguía flotando un pequeño eco del perfume. En silencio, las dos mujeres fueron recogiendo todo lo que habían tardado en montar. Samantha sentía su corazón completamente desbocado, sin importar ya si la miraban o descubrían apretó sus labios en una fina línea y apretó los puños a su costado con fuerza.
Se sentía agotada, y el cansancio que sintió le recordó a todos los que había sentido con anterioridad después de la pesadilla. Como una tonta no se le había ocurrido pensar que sea lo que sea que hubiese pasado en esa mesa, era la culpable de todas las veces que se enfermó. Era su familia quien la hacía enfermar. El calor que ahora sentía producto de la ira que la embargaba le ocasionaba temblores sin control.
Escucho cuando Enriqueregresó a la habitación, posiblemente estuviese ayudando a organizar todo, a fingir que nada había pasado, a montar la parodia que estaban viviendo en esa casa.
Samantha intentaba calmarse, ordenar sus pensamientos, aplacar su ira y recomponer el corazón que sentía quebrado por la traición. ¿Qué era lo que le estaban ocultando? ¿Que estaban haciendo con ella? ¿Magia? ¿Poder? ¿Morir o algo peor?. Las preguntas volaban con rapidez en su cabeza, una única frase recurría constantemente y ella la descartaba por completo, era algo que le daba miedo tratar: "pero debes saber que no puedo asegurarte de que puedas seguir atando su poder por más tiempo".
¿Qué poder? ¿Más tiempo? ¿Cuántas veces habían hecho eso?. Sus músculos se tensaban con cada pregunta sin respuesta. Por un solo segundo pensó en hacerse la dormida, averiguar como la llevarían nuevamente a su cama, así podría saber cómo la habían sacado en un primer lugar, podría seguir espiando y después de analizar la situación toda la noche, mañana podría elaborar un plan para hacerse con respuesta. Ellos le mentían a ella, pero esta vez ella les mentiría a ellos. Sacaría información, buscaría en toda la casa, incluso se imaginó desapareciendo algunas de sus preciadas piedras solo por el placer de que ellos buscasen como locos y sin poder decir nada, una risa macabra se abrió paso en su cerebro, justo al lado de todas las groserías que su subconsciente gritaba al mundo, groserías que Samantha jamás había pensado y menos dicho.
Pero no podía evadir la realidad que tenía y eso es lo que haría si seguía el juego. Pero sobre todo no podía seguir fingiendo. Sin siquiera alcanzar a dar la orden a su cuerpo, se incorporó en la mesa y gritó más fuerte de lo pensado:
—¿¡Quién de ustedes me explicará qué diablos está pasando!?
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