Capítulo 23. El Accidente

Samantha aún pensaba en su papá cuando se despertó, estaba segura de haber estado soñando con él toda la noche. Todos los sentimientos que tenía años ocultando en el fondo de un baúl estaban saliendo a flote, al principio uno a uno, luego todos a tropel. Podía entender la confusión de su padre hacia este mundo loco de «magia», como él la llamaba, pero su corazón no entendía como pudo rechazarla a ella. «Tampoco es que todo pasó en segundos —se decía— tuvo tiempo para una reacción inicial y luego para pensar las cosas y aún así decidió rechazarme».

Pero la cara de abatimiento que le había visto a Dilas la noche anterior no se borraba de su mente. Era un dolor interno muy profundo que él llevaba. Parecía de verdad arrepentido por como terminaron las cosas, pero «¿por qué tanto tiempo después?». No le constaba a ciencia cierta que en realidad su padre hubiese seguido sus pasos después de que salieron de la casa; y si en dado caso lo había hecho, «¿por qué no le había hablado?». Dilas nunca había llamado ni escrito.

«El tiempo perdido nunca se recupera» sentenció su cabeza; sin embargo el corazón de la muchacha seguía evocando las imágenes de todos aquellos buenos momentos al lado de su padre.

Llegó a sentir compasión por Dilas y su imagen destruida delante de ella. Estaba implorando perdón no solo con sus palabras, sino con su presencia. Recordó notarlo asustado, pero no tenía claro si estaba asustado por estar frente a ella después de tanto tiempo o por el mismo miedo que lo llevó a repudiarla. Ese sentimiento encontrado la seguía perturbando.

Samantha estaba siendo todo lo dura que podía ser con Dilas. «¿Qué padre prefería ser alejado de su hija?», se repetía. Pensó en todas las lágrimas de su mamá, en esa etapa oscura que la vio vivir, de los años de depresión donde estuvo atrapada. Perdonarlo también era faltarle el respeto a su mamá y el dolor que él le infringió. «¿Y mis abuelos qué? También sufrieron por su traición». Traición: La palabra se quedó en la corteza de Samantha.

Su padre había traicionado lo que ella conocía, la hirió sin importar las consecuencias, y con ese pensamiento, Samantha se encontró recordando su desdicha con Sai y cómo él había actuado también para herirla sin importar las consecuencias. «Pero Dilas no es como Sai» se dijo. Sin embargo, había logrado perdonar a Sai, ¿debería hacerlo con su papá? ¿Debería intentar perdonar su abandono y su rechazo?

Samantha había pasado toda la mañana divagando sin cesar en toda la situación. Había decidido conversar con Sai cuando llegara a la universidad, tendría que escuchar la explicación a la que tanto se había negado, porque creía que si entendía el por qué Sai había actuado de esa manera tan hiriente aún cuando la quería, podría, de alguna forma ayudarla a entender entonces a su papá, con quien aún no tenía intenciones de hablar, y quizás podría perdonarlo.

Porque había un sentimiento predominante en todas sus diatribas, y es que Dilas era su papá y merecía por lo menos el intento de perdonarlo, que era más de lo que él había hecho por ella, pero Samantha sería la adulta, sería mejor persona que Dilas, e intentaría perdonarlo, aunque eso no implicara que pudieran reestablecer algún tipo de relación. Estaba claro que una cercanía con Dilas incomodaría a su familia, y ella no iba a permitir que el volviese a lastimar a ninguno de ellos, mucho menos a su mamá, pero necesitaba perdonarlo para seguir con su vida.

No quería pasar otra noche en vela recordando a Dilas, ni mucho menos quería que pasaran los años y ella tuviese un atisbo de remordimiento de no haberlo ni siquiera intentado.

Sin saber como ya se encontraba en el carro con su mamá, rumbo a la universidad. La mañana había pasado en silencio, sus abuelos y su mamá no comentaron nada durante el desayuno. Tampoco se sentían animados a hacerlo visto que Samantha no alzó su cara del plato, y permanecía con el ceño fruncido y largas ojeras que denotaban lo poco que había descansado. Con esa misma pesadumbre estaba sentada de copiloto, con Dilas aún en su mente.

Como quien sintoniza una radio, donde antes solo se escuchaba estática, Samantha se dio cuenta que su mamá tenía un buen rato hablando, con seguridad todo el camino, y no la había escuchando ni un solo momento.

—Solo digo que es tu decisión y debes pensarlo, no tiene que ser nada apresurado, pero... —decía Thaly concluyendo un largo discurso, sin saber que era un monólogo.

—Perdón mamá —comenzó a excusarse Samantha— no he escuchado... lo último.

—Te decía que al final si vas a volver a hablar con tu papá o no, es tu decisión y no debes apurarte para decidirlo. Solo sé egoísta, ¿ok? Piensa solo en ti.

Samantha iba a responder que eso era imposible cuando divisó a unos cien metros adelante en la carretera, cinco figuras humanas que salían del bosque y se paraban en medio del camino. Estaba claro y patente que habían visto el carro y que su intención era frenarlo

—¿Qué demonios? —exclamó Thaly.

—No te pares —imploró el instinto de Samantha.

—Sujétate.

Thaly hincó su pie en el freno del vehículo tan hondo como pudo y cambió la palanca a retroceso. Con la misma fuerza presionó el acelerador pero tras unos pocos segundos y un mísero retroceso se dio cuenta que no se movían. El olor a neumático quemado penetró en el carro y quemó su garganta y sus ojos. No desistió en acelerar pero sabía que no estaba funcionando.

Los cinco hombres avanzaron con las manos alzadas hacia el carro. Apuntaban con diversos objetos, que tenían piedras brillando con fuerza en cada uno. Báculos pensó Thaly con acierto. Miró a su hija, que se encontraba con fuerza sujeta al tablero del carro como quien espera un impacto. Suspiró tan profundo como pudo y recogió en su interior toda la energía que podía y la envió hacia los cinco hombres, que ahora estaban más cerca. Dos de ellos trastabillaron y el vehículo cedió un poco en el piso como si una cuerda de sujeción se hubiese roto.

Las ruedas patinaban en el asfalto, emitiendo chirridos ensordecedores. Samantha miró a su mamá enviar su energía hacia los hombres y sus resultados. Siguiendo su ejemplo reunió un poco de energía y la envió hacia los tres restantes. Dos más cayeron al piso. El carro salió despedido acabando con la sujeción restante, y ambas pasajeras se inclinaron con brusquedad hacia adelante mientras el carro ponía toda su marcha hacia atrás.

Sintieron un segundo de triunfo, pero una sexta persona salió del mismo punto del bosque desde donde habían salido los otros, levantó lo que parecía un bastón común y corriente, pero éste se encontraba adornado por una piedra roja brillante. Apuntó con él hacia el vehículo.

Thaly no tuvo tiempo de sujetar a su hija como lo hubiese querido hacer; ni Samantha no tuvo tiempo de voltearse hacia su mamá. El carro voló dando vueltas por el aire y el pavimento, mientras sus pasajeras se aporreaban con las ventanas, el parabrisas y el mismo tablero del auto. Sus cuerpos se movían con peso muerto, retumbando cuan pesados eran. Con cada impacto se fracturaron dedos, se magullaron brazos, se entumecieron piernas y se rompieron cabezas. Para cuando el carro dejó de dar vueltas se encontraba con las ruedas mirando hacia el cielo y rodeado de aquellos pocos árboles que sobrevivieron la embestida en el bosque. El chirrido que produjo el carro en sus golpes por el asfalto, y los ruidos sordos y secos cuando golpeaba los árboles, acompañaría a las dos mujeres que estaban dentro del vehículo por todo lo que les quedaba de vida.

Samantha, debilitada, parpadeó con su visión nublada por los golpes que recibió, con el sabor del miedo en la boca, sabiendo que aquello no había sido un accidente. Escuchaba las hojas de los arboles agitarse por el viento, y el sonido de ramas partiéndose y cayendo. Los animales estaban alterados. Reclamaban la perturbación de su tranquilidad.

Los sonidos se encontraban amplificados en su cabeza, mientras su mente aún procesaba imágenes de lo que acababa de pasar. Era como si ella hubiese despertado antes de que su cabeza entendiese lo sucedido.

Su visión comenzó a enfocarse poco a poco. Seguía atada al vehículo por el cinturón de seguridad. Sus manos guindaban cabeza arriba, y una de sus piernas estaba aprisionada por el tablero. Se giró con dificultad y mucho dolor para ubicar a su mamá y la encontró tendida sobre el techo del carro, como una muñeca rota. Su brazo estaba girado en un ángulo extraño, el cabello negro, ahora encendido en rojo sangre, tapaba su cara. Pudo verle cortes visibles en los brazos, y su pantalón gris de trabajo presentaba una gran mancha roja que se extendía poco a poco pierna abajo.

Intentó llamarla, pero la voz no le salió. Se forzó a carraspear y sintió el gusto amargo de la sangre en su boca. No alcanzaba a sujetarla, pero rozó su brazo y estaba frio, inerte. Con mucho dolor llevó sus manos hasta el cinturón de seguridad para intentar soltarse, pero patinaron en el precinto. Cuando las vio, estaban empapadas de sangre, se palpó en la sien, allí donde comenzaba a sentir una presión inhumana. Más sangre corrió entre sus dedos.

Con las manos temblorosas intentó limpiarse el líquido rojizo de su jean, y halando una parte de su camisa trató también de limpiar el precinto del cinturón; necesitaba zafarse de su agarre. Nada. No era por falta de fuerza, ni por lo resbaloso de sus manos; era por una falta de coordinación y concentración que no le permitía acertar sus movimientos.

Unos ruidos la pusieron en alerta, pasos que se acercaban. Las hojas secas crujieron bajo los zapatos de alguien. No una persona, varias, varios pasos. Pensó en liberarse usando su energía, pero no sabía si bajo aquel estado podría lograr no herirse más, o peor aún, herir más a su mamá. Se negaba a pensar que su extraña posición y su inercia fuesen porque estuviese muerta

—Ma...—carraspeó— Mamá... ¡Mamá! —repitió más fuerte.

Thaly no reaccionaba, no se movía.

La puerta del copiloto se abrió de improvisto. Uno de los hombres encapuchados se asomó dentro y se situó a pocos centímetros de su cara. Ella estaba de cabeza, él no. Sus Ojos negro, azabaches, le devolvieron la mirada. Por debajo del pasamontaña que usaba para cubrirse notó como sus ojos se achinaban y sus músculos se tensaban en una sonrisa.

Vio como el brazo de su atacante retrocedía con deliberada parsimonia, quería que Samantha paladeara ese momento. Observó cómo sus dedos, cubiertos con un guante negro, se curvaban en un puño apretado. Sintió un dolor lacerante en su mejilla cuando su cara giró con brusquedad a un lado. Por una fracción de segundo volvió a ver el cuerpo de su madre aún sin moverse y su visión se apagó por completo.

***

Su conciencia volvía a ella con pereza. Era como despertar de un sueño sin haber descansado en absoluto. Le dolía todo el cuerpo, allí donde el piso lo aprisionaba «estoy en el piso», pensó y también donde el simple aire la rozaba. Tenía miedo de moverse, era la verdad, miedo del dolor que pudiera sentir, miedo de preguntarse por su mamá.

Abrió con dificultad sus ojos pero un velo negro se los tapaba. Pensó con horror que la habían dado por muerta, pero cuando intentó moverse, unas cuerdas evitaron que despegara sus manos de la espalda. Sus pies también estaban atados. Su boca amordazada

Si antes tenía miedo, ahora sentía pánico. Recordó los últimos momentos de conciencia cuando su atacante la golpeó. Recordó el cuerpo inerte de su mamá y su extraña posición casi imposible. Las lágrimas salieron sin permiso y empaparon la venda que tenía en los ojos. Intentó calmarse

«No entres en pánico Samantha, aún no», se repetía.

No les había visto sus caras, pero no había que ser un genio para saber que aquello era obra de André y los bullkens. Y la inteligencia de Samantha estaba por encima del promedio para saber con seguridad que el que le había propinado el golpe que la llevó a la inconsciencia había sido Markus.

Afinó su oído. Quería asegurarse de encontrase sola antes de hacer cualquier movimiento. Escuchó un aire colarse por una rendija, quizás por la rendija de la puerta. «bien, hay aire» se dijo tratando de mantenerse positiva. Algunos mínimos sonidos le hicieron imaginar ratas y cucarachas; desterró esas ideas por su bien. Una pequeña gota de algún líquido caía sobre otro cúmulo mayor de líquido. «Una gotera en un charco» identificó.

Una gotera podría significar algún tubo roto, por más silencio que aguardó no logró escuchar algo para comprobar esa teoría. Se atrevió a moverse un poco y con gran dolor y dificultad se sentó sobre sus piernas. Forcejeó con las cuerdas de sus manos, sabía que podría cortarlas con un poco de energía pero tras varios intentos y una cortada, desistió. No quería morir desangrada, aunque eso sería una sorpresa nada agradable para sus captores y una manera de venganza final.

Con gran esfuerzo se empujó con sus piernas para arrastrarse hasta otro punto. Estaba determinaba a averiguar todo sobre ese sitio. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que perdió la conciencia en el carro hasta que despertó amordazada, así que podría encontrarse en cualquier parte. Descartó hallarse en la universidad porque no imaginaba cómo pasaban un cuerpo inerte amordazo sin que nadie lo viera. «Dos cuerpos» se reprendió a sí misma mentalmente. Siguió arrastrándose por el cuarto, hasta que se topó con una pared y la usó para recostarse. Tenía la esperanza creciente que en algún lado de esas paredes se encontraría su mamá, aunque la imagen de ella cubierta de sangre e inmóvil permanecía grabada en ella.

Se tomó unos segundos para permanecer recostada de la pared, haciendo un pequeño reconocimiento de todo sus dolores. Una ola de calor la inundó y presionó su pecho. Esta adolorida desde los pies hasta la cabeza. Estaba temblando, pero no de frio, de terror, y con cada temblor su cuerpo se tensaba de dolor. Pero no quiso seguir deteniéndose a pensar en los dolores, pues comenzaba a agobiarse con todo lo que acababa de pasar, con su presente y su futuro incierto.

Se levantó apoyada de la pared y con pequeños pasitos para no perder el equilibrio comenzó a moverse a su derecha. Seguía atenta a cualquier sonido que pudiese escuchar, sobre todo a cualquiera que indicara que sus captores regresaban por ella. Pero su respiración acelerada y el repiqueteo de su corazón la atormentaban. Llegó a una esquina sin tropezar con más nada que una pared lisa, fría y húmeda. A mitad, según lo que calculaba la muchacha, se consiguió con los tubos, que había imaginado con acierto, de donde se encontraba la gotera que escuchaba. No se atrevió a tocar el líquido, pues no podía saber de qué clase era, si era tóxico, peligroso o no. Siguió caminando haciendo pequeños ruidos con las palmas de su mano.

Si su mamá se encontraba allí, quizás esos ruidos la sacaran de su desmayo. Apenas giró la cuarta esquina se topó con una rendija por la que se filtraba el aire que había escuchado. Era un aire frio, artificial. Había estado barajeando una idea de estar en alguna casucha en el bosque, pero el aire que comenzaba a refrescarle las manos lo desvirtuó. «Aire Acondicionado» se dijo preocupada.

Tenía que quitarse la venda de los ojos. Buscó a tientas el pomo de la puerta. Se agachó muy adolorida, y una puntada profunda en su rodilla la hizo contener un chillido.

Con la ayuda del pomo, mucha destreza y gran maltrato en su magullado rostro, logró alzar la venda lo suficiente de un lado como para que uno de sus ojos pudiera espiar la habitación

Estaba oscura, iluminada solo por la pequeña luz que se filtraba por la orilla de la puerta, pero era una habitación pequeña, mucho más pequeña que su habitación. Para su horror y profunda tristeza, Thaly no se encontraba con ella. El pecho se le contrajo, aprisionando su corazón hasta el punto doloroso. Un vacío quiso tragársela desde adentro de ella. Su madre, no estaba, su mamá no estaba; este descubrimiento retumbaba en su cabeza. Con los ojos cerrados veía la última imagen que tenía de ella muerta, su cabello ahora escarlata y su pantalón lleno de sangre. No sabía que dolía más, todos los golpes que tenía o la ausencia de su madre; o que no hubiese escuchado sus últimas palabras por venir ignorándola en el camino. Samantha no lograba recordar el último abrazo que le había dado, el último beso, la última vez que se habían acurrucado juntas en su cama. El vacío seguía apoderándose de ella. El dolor en su pecho era físico. Estaba en llamas, hirviendo por dentro, derritiéndose del dolor.

Comenzó a faltarle el aire y gritó hasta que se lastimó la garganta. Gritó de dolor, de tristeza y de rabia. Se negaba a serenarse, cayó en pánico y consideró que lo merecía, que necesitaba ese momento, que no podía huir de él.

Abrazó al terror que la embargó y se dejó llevar por él. La mente la traicionó evocando a sus abuelos ante unas tumbas vacías llorando la ausencia de ambas, sin saber que ella aún estaba allí, viva. Si esos tipos habían sido capaces de matar a su mamá, estaban dispuestos a todo, la mantendrían viva a ella el tiempo necesario pero después, cuando ya no fuese útil, la matarían.

Como si se tratase de una película futurista en su cabeza, vio el dolor de sus abuelos, la tristeza de sus amigos, la soledad de la casa. Lloró hasta que no quedaron lágrimas en ella. Y cuando no hubo más que gritar, cuando no salieron más lágrimas, cuando no quedó más nada que hacer, el pánico la abandonó, y su respiración se ralentizó dándole la claridad mental que necesitaba.

Enfocó su vista en los tubos que se encontraban al otro extremo. La gota nacía en un extremo roto del tubo. La pequeña gota surfeaba a través del borde irregular del tubo y caía junto a sus hermanas en un pequeño charco en el piso. Vio este recorrido por el contar de diez latidos. Lo veía a través de su único ojo despejado, aún inundado, hinchado por el dolor. Sus pestañas le pesaban. Su cuerpo no quería levantarse, quería quedarse acostada allí hasta que no quedaran fuerzas y sumirse así en una nueva oscuridad para no despertar a esta horrible pesadilla de la que no podía salir. No quería seguir escondida, no quería seguir teniendo miedo, solo quería ser feliz, tener una vida normal con su familia, con sus amigos, con Ythan.

Hizo un collage de todos los recuerdos de las sonrisas que recordaba de sus seres queridos, de los momentos felices. Quería perderse en el vacío con esa sensación de alegría. Respiró profundo para obligarse a entrar a la oscuridad, pero no pudo. Su corazón comenzó a desacelerarse, su mente a disipar la niebla.

Con lentitud, Samantha salió de su ensoñación, casi podía sentir como sus engranajes comenzaban a funcionar otra vez. «¿El borde del tubo podía ser afilado para romper las amarras?» Se preguntó. Una pequeña luz de determinación nació en ella. Debía luchar hasta lo último, por su familia, por sus amigos y por ella misma y por André y sus bullkens, por no darles el placer. No viviría jamás de rodilla, y si debía que morir lo haría de pie.

Comenzó a arrastrarse por el piso de la habitación, pero cuando estaba en el medio escuchó pasos acercándose. Asustada se quedó paralizada y optó por hacerse la desmayada, rezando que no notaran que se había movido. Apoyó su cabeza en el piso del lado donde la venda se encontraba levantada. Suspiró profundo para calmarse y con reticencia se sumió en una oscuridad perturbadora, a la que ya no quería entrar.

—Te dije que no lo sé, solo avisó que venían en camino. No sé cuando llegan y si me vuelves a preguntar lo mismo... quedarás peor que ella.

La puerta hizo un pequeño chirrido cuando los dos muchachos entraron en la habitación.

—¡Diablos! —exclamó Vince riendo— ¿qué le hiciste?

—Nada que mi papá no me hubiese hecho a mí por su culpa —dijo Markus.

Se acercó hasta Samantha y le dio unas patadas en las piernas para saber si reaccionada. No se movió.

Una tercera voz ingresó en la habitación.

—¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó Cloid.

—Demasiado diría yo. Deberías revisarla —dijo Vince con un deje de preocupación en la voz.

—No hace falta, esta respirando y es todo lo que André necesita.

—Tiene muy mal la cara.

—Tiene suerte que sea solo eso —aseguró Markus, mientras los otros reían.

—¿Algo sobre la mamá?

—Nada, aún no la conseguimos.

—Todo tengo que hacerlo yo —exclamó molesto— si André se entera de que no conseguimos a la perra esa...

—La estamos buscando Mark. Tú también la viste, parecía muerta. No pudo haber llegado muy lejos. No creo que André...

—¿No crees qué? –le espetó Markus— ¿Te crees que lo conoces mejor que yo? Busquen a esa perra y más les vale que la consigan antes de que André regrese. Si no serán a ustedes a los que darán por muerto. Necesitamos unos cuerpos, y bien podrían servir los suyos.

Se volvió hacia el cuerpo inerte de Samantha y se acuclilló a su lado.

—Más te vale que no te mueras aún... —le susurró mientras le quitaba parte del cabello que caía sobre su rostro.

El gesto tan delicado desconcertó a Samantha.

Vince y Cloid veían la escena extrañados. Para no dejar dudas de sus intenciones, Markus se levantó y propinó una fuerte patada en las piernas de Samantha y esperó a que reaccionara.

—Vámonos, tenemos que seguir buscando.

La puerta se cerró detrás de ellos con el mismo chirrido inicial. Un sonido leve, como un eco, de un timbre a la distancia, flotó en la habitación mientras Samantha, aún inmóvil pensaba «mi mamá está viva todavía».

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