Capítulo 9¿Me concedes esta pieza, Jaz?

Él ya iba muy cansado cuando observó aquello que renovó sus fuerzas. Cargar a Deny durante tan largo recorrido no había sido nada sencillo. La corriente del río parecía haber perdido toda su fuerza y se podía vislumbrar cierta quietud asombrosa. Pero el sonido de aguas moviéndose con agitación una y otra vez le había dado la señal esperada. Estaba ya caminando muy cerca del mar y la fragancia a agua salada lo confirmaba. Tenía que merodear el delta hacia su derecha para poder llegar a la playa, y eso empezó a hacerlo justamente cuando Deny despertó.

—¿Dónde estamos, Jaz?

—En el delta, Deny. Ya estamos muy cerca de la playa.

Se soltó de los brazos de Jaz para caminar por su cuenta y por primera vez tomó la iniciativa en su intención por ver la puesta del sol.

—Pues entonces apúrate que el sol ya se va a poner.

Aunque Jaz no tenía ya tantas fuerzas, se alegró al verla entusiasmada con la idea de ver una puesta de sol. Era una especie de sentimiento de realización, ya que la idea había sido suya. Caminaron y caminaron hasta que pudieron palpar la arena de aquella playa. Era muy distinto a pisar suelo firme o la zona del delta. Esta vez si estaban seguros de que por fin podían descansar. Se sentaron frente al mar y empezaron a ser testigos de aquel bello espectáculo, en el que las olas eran protagonistas. Su sonido era algo diferente a lo que produce el agua de un río o de una cascada, y por esta razón es que a Jaz todo esto le parecía algo novedoso y disfrutable. Un par de veces tuvieron que levantarse y retroceder por miedo a que las olas los arrastraran, ya que cada vez se iban acercando más. Era evidente que la marea estaba subiendo. No querían que de ninguna forma se les estropeara su momento para contemplar el sol. Minutos después, el sol parecía empezar a tocar, allá a lo lejos, en el horizonte visible, las aguas del mar. Su tono rojizo y sus rayos ahora más débiles permitían verlo directamente. En ese momento, en ese preciso instante, Jaz fue feliz. Por otro lado, Deny, parecía siempre estar ansiosa. La razón no era otra más que pensar en una nueva aventura. En su mente se gestaban muchas ideas sobre dónde y cómo encontrar un cofre. De pronto, parecía tener la idea perfecta y era de esperarse que la iba a sacar a la luz:

—Vamos Jaz, antes de que el sol deje de alumbrar, busquemos un cofre. Ya sabes que ellos no funcionan sin luz.

—¿Un cofre? ¿Otra vez y justo ahora?

—Sí Jaz, justo ahora.

—¿Te puedo decir que no, Deny?

—Lo siento, no puedes. Solo ven conmigo. Prometo que esta vez será genial.

Ya sabemos lo que pasa cuando Deny trata de convencer a Jaz. Sus miedos se esfumaron y en un abrir y cerrar de ojos Deny ya lo estaba halando hacia el mar. Avanzaron los primeros metros corriendo mientras sus piernas se iban mojando con el agua de las olas que iban y venían, hasta que, cuando el agua les llegó un poco más arriba de la cintura, decidieron nadar. Se fueron sumergiendo poco a poco en el mar, y aún tomados de la mano, empezaron a moverse buscando entre las algas aquella luz de un cofre, hasta que, como por arte de magia, por fin lo encontraron. Fueron hasta él y lo abrieron, y ahí, bajo agua, Deny hizo el mismo procedimiento de las veces anteriores, hasta que la esmeralda de Jaz produjo la magia nuevamente y justo a tiempo. El sol no se había ocultado aún.

Abrieron sus ojos y se encontraban en una nueva dimensión, aunque siempre bajo el mar. Las aguas se miraban aún más cristalinas y la luz del sol, con un tono siempre rojizo, hacía que se pintaran de un tono rosa con sombras azul oscuras. Nadaron como peces en libertad, mientras contemplaban las maravillas visibles del océano. El enorme arrecife no parecía tener fin. La barrera de coral se mostraba magnánima con su repertorio de colores y formas de vida que se proliferan místicamente. Las paredes verticales estaban inundadas de esponjas marinas. Las grietas entre las paredes rocosas eran visibles por la luz del sol que ponía al descubierto su color azul. Los peces pasaban alrededor de ellos haciendo movimientos coordinados que los impresionaba cada vez más. No tenían miedo. Era una escena de esas que siempre se van a recordar. Lo estaban disfrutando. Más al fondo no veían nada, todo era obscuro, como un profundo abismo que se abría sin fin. Pequeñas lucecitas aparecían de repente iluminando en un diámetro apenas perceptible. Eran como estrellitas diminutas, y parecía que debajo del mar también había un cielo.

De pronto, fueron sorprendidos por una luz multicolor radiante que salía del agua y se dirigía hacia el cielo en forma de arco. Era como una autopista pintada a lo largo con 7 líneas de colores distintos. Se trataba, en efecto, de un arcoíris que nacía del mar. Nadaron, siempre tomados de la mano, hacia esa dirección. Mientras nadaban los peces los seguían formando una estela. La imagen era impresionante debido a que los peces parecían desprender luz propia, aunque era el reflejo de los mismos rayos del sol que parecían ahogarse y terminar su vida cubriendo en una delgada capa todo cuerpo que se encontraban. Cuando llegaron a donde el arcoíris estaba, dudaron sobre si era real o imaginario, entonces Deny intentó tocarlo, y fue cuando sintieron que se podía palpar. Era como un puente que los iba a levantar sobre el mar. Se subieron a el como quien se sube a una barca y empezaron a recorrerlo hasta que salieron del agua. Cuando vieron que las olas ahí eran extremadamente fuertes, intentaron subir más, pero no pudieron. Una ola se los impidió arrastrándolos lejos del arcoíris. Lo intentaron nuevamente, pero esta vez estudiaron la frecuencia con la que pasaba una ola para determinar cual era el mejor momento para subir. Lo consiguieron. Estaban elevados sobre el arcoíris lo suficiente como para no temer el impacto de una nueva ola. Sintieron los vientos alisios que soplaban constantemente y contemplaron la puesta del sol desde un lugar envidiable.

Después de extasiarse viendo hacia todas las direcciones y contemplando el inmenso mar con su color turquesa, decidieron seguir subiendo por el arcoíris hasta alcanzar la cima. Mientras más subían más helado se ponía el ambiente. El sol de pronto ya no estaba tan alto como ellos, y desde donde lo veían parecía que este pendía de un hilo invisible sobre el mar.

—¡Mira Deny! Parece que el sol está siendo bajado por alguien con la ayuda de un hilo invisible. Su sombra se extiende en todo el mar. No quedan dudas de que él también se dará su chapuzón.

—Es verdad, Jaz, esto es magnífico.

Siguieron subiendo hasta que alcanzaron la cima. Allí estaban como en una pista de baile. Todo era firme y no se veían pendientes. Parecían estar en un piso flotante en el cielo. Y si lo vivido anteriormente fue maravilloso, no existen las palabras para describir lo que estas dos criaturas enamoradas experimentaron allí. Los rayos del sol daban por debajo del ancho arcoíris desplazándose uno tras otro y se pintaban de los siete colores mientras pasaban. Ellos podían contemplar con sus ojos a su alrededor incontable número de líneas en movimiento de diferentes colores a la vez: cian, rojo, amarillo, verde, azul, naranja y violeta. Pero no era solo eso. Sobre ellos el cielo era oscuro y las estrellas brillaban intensamente. Estaban en la frontera que separa al día y la noche. Debajo del arcoíris aún era de día, el cual se resistía a partir. Sobre ellos ya era de noche y las estrellan se encendían una tras otra como en un show de luces. Imagínate una fiesta con luces, donde los colores vienen y van. Pues esto era mucho mejor que eso. Del cielo parecía bajar un rocío y polvos estelares a penas visibles descendían sobre ellos. De pronto las estrellas, que eran incontables y se encendían y apagaban como las lucecitas de un árbol de navidad, empezaron a emitir sonidos como provenientes de campanas de viento. Lo vivido era más que mágico, digno de que se hiciera eterno. Y los sonidos, que eran las voces de aquellas estrellas que brillaban sobre ellos, se emitían de tal forma que lo producido era una pieza musical agradable. La armonía era tan bella que los hizo reaccionar. Hasta entonces estaban abrazados, por el frío, pero moviendo sus cabezas de un lado a otro para contemplar tan hermoso acontecimiento, hasta que Deny habló:

—¿Me concedes esta pieza, Jaz?

Deny acomodó su cuerpo en el de Jaz para adquirir una postura de baile. Jaz no sabía bailar, pero no dijo nada. No podía salir de su asombro. Simplemente la siguió. Y empezaron a desplazarse en círculos al ritmo de la melodía. Donde sus pies pisaban una luz se encendía en el arcoíris con más fuerza, del color de la línea por la que pasaban. El juego de colores era cada vez más impresionante: los rayos del sol chocaban con los diminutos polvos estelares y producían asteriscos de luz que parecían estrellas instantáneas. Bailaban en medio de fuegos artificiales. La pirotecnia natural era singular y nunca antes vista. La música era enternecedora. Nada podía ser más perfecto, hasta que, la misma música hizo que se quedaran dormidos. Y en esa condición eran vulnerables.

Lo que los despertó fue el estrepitoso sonido del sol que se desplomó sobre el mar, como si aquel hilo invisible que lo sostenía se hubiese roto. Inmediatamente se fueron a la orilla del arcoíris y contemplaron el inoportuno accidente. El sol se estaba hundiendo, pero eso no fue lo que más los asustó. Lo que realmente los hizo sentir vértigo por encontrarse a tan grande altitud fue ver la horrible fiereza con la que se movía una ola gigante producida por el impacto del sol. Era un tsunami dantesco. Lo peor era de esperarse. Vieron hacia su izquierda y luego a su derecha y se dieron cuenta que no tenían escapatoria. En pocos segundos iban a recibir el impacto de la ola gigante que pasaría destruyendo aquel arcoíris que parecía ser de cristal. Nuevamente se abrazaron.

—Deny, no hay escapatoria. Esto se va a poner feo.

—Lo sé, Jaz, pero vamos, que esto es otra dimensión y tenemos que confiar, como la vez pasada, en encontrar un portal. Mantente atento, tenemos que encontrarlo en algún lugar.

—No tenemos más espacio que el arcoíris, y a donde queramos ir correremos la misma suerte. La ola lo destruirá.

—No Jaz. No puedes rendirte ahora. Vamos a salir de esto. Te prometí una vez que no ibas a morir, y no vamos a morir aquí.

—¿Ha sido esto lo más cerca que has estado de una estrella, Deny?

—Sí Jaz. Pero no será esto lo último que haga.

Jaz no pudo decir nada más. El pánico se había apoderado de él ante tan apocalíptico suceso. Nunca había sido testigo de un desastre natural en su corta vida. Por mucho que se concentraran en ver hacia todos lados el portal no aparecía.

El impacto de las olas estremeció el arcoíris a tal punto que estuvieron a punto de caerse. Un esfuerzo por mantener el equilibrio los mantuvo sobre él hasta que vieron como incontables fisuras hicieron que el enorme puente de cristal se rompiera en mil pedazos. Fue entonces cuando vislumbraron el portal. Luego fue otro y otro hasta que se hicieron muchos más. Eran tantos portales que por un momento dudaron, pero la inercia que los hacía caer no les dio tiempo de meditar al respecto. Tenían que cruzar uno, el más cercano. Mientras los cristales descendían, unos más rápidos que otros, empezaron a saltar, siempre tomados de la mano, de uno a otro hasta acercarse al portal que escogieron, que se dibujaba ante ellos flotante en el cielo. Ya no importaba a donde los iba a llevar. Lo que importaba era sobrevivir. No puedo explicar de que manera, pero en el último salto lo lograron. Jaz entró y Deny, a punto de soltar su mano y caerse sobre el océano, también lo hizo. Esa experiencia había sido sin duda la más bella de todas las que habían vivido, pero lo que parecía ser una danza de amor ahora se recordaría como el baile de la muerte. Por en esta ocasión se salvaron. Podría decirse que volvieron a tener suerte. Nada les garantizaba que la próxima vez, si es que la había, iban a salvarse. Sus aventuras estaban poniendo en riesgo sus vidas. 

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