Capítulo 7¿Te dan miedo los volcanes, Jaz?


Deny, en su afán y preocupación por despertar a Jaz, no se había percatado de lo que se podía ver a través de la cascada, producto de una desaparición repentina de la luna, oculta tras las nubes que empezaron a ocupar todo el cielo visible. Era un efecto multiforme de dos colores encontrados: el verde y el rojizo. Parecía que se habían juntado los cielos de dos planetas distintos. Pero aquella genialidad de la naturaleza no había tomado protagonismo para ella hasta que Jaz despertó. En cuanto abrió sus ojos reaccionó angustiado y se levantó para correr hacia todas partes gritando: «El portal, el portal... ¿Dónde está el portal?».

Ella pudo comprender, al ver a Jaz actuar así y al ver la cascada que iluminada con los dos colores, se parecía mucho a lo que habían vivido en la otra dimensión, que él aún creía estar allá. Cuando vio que desesperado iba en dirección hacia el precipicio, tuvo que salir de su asombro para detenerlo, y en cuanto lo pudo hacer, lo abrazó.

—Calma Jaz, calma. Todo está bien. Ya hemos salido.

Jaz no contestaba, su cuerpo temblaba, como un niño que tirita por el frío impetuoso de un prolongado invierno. Además había oscurecido y la noche era tan gélida, que los vientos azotaban sus cuerpos desprotegidos. Ella no tuvo otra opción que salir de ahí y llevarse a Jaz lo más pronto posible a una zona en la que pudieran estar más seguros.

Una vez fuera, ya dispuestos a descender la pendiente que los llevaría a la orilla del río nuevamente, sus ojos fueron testigos de la preciosa escena. El cielo nublado parecía ser un espejo en el que se reflejaban las luces que emanaban de las piedras preciosas que parecían haber sido esparcidas por todo el lugar a su alrededor. A la izquierda del río podían ver innumerable cantidad de luces verdes, algunas muy grandes y otras pequeñas, pero que se dispersaban maravillosamente por todos los lugares. Al lado derecho del río se miraba algo muy similar, solo que las luces eran rojizas. Y estas luces eran tan fuertes que se veían también en las nubes, coloreando el cielo de verde y rojo, lo que causaba aquel efecto antes mencionado, donde parecía que se encontraban los cielos de dos planetas distintos. El panorama era impresionante y transmitía algo muy conmovedor para ambos, que sus ojos se humedecieron, y empezaron a llorar inconteniblemente. El llanto fue, irónicamente, consolador para Jaz, que de pronto recuperó su paz. El sabía que todo lo verde que se miraba en el paisaje ubicado a su derecha eran esmeraldas. Todas ellas eran el patrimonio de la propia superficie, libres, adornando la faz, esperando ser admiradas y contempladas por ojos que sepan valorar lo precioso de la creación. Sus ojos parecían volver a adquirir brillo, cual el primero que tuvieron cuando él vino al mundo. Solo hace unos pocos instantes Deny fue testigo de cómo estos ojos, después de la última aventura en la otra dimensión, habían perdido ya casi la mitad de su color verde. Lo mismo había visto en su gema, antes de devolverla a su lugar, como el gris se había extendido y el verde disminuido. Pero ahora veía como a pesar de eso, su verde parecía restaurarse, aunque no del todo. En sus ojos aún era evidente que el color gris ocupaba casi la mitad de ellos. Sin embargo, ella estaba más tranquila por ver aquel brillo inusual.

De esta forma, ella también se dedicó a admirar el paisaje, pero el que estaba a su derecha. Lo que allí habían eran gemas también, desperdigadas en toda la superficie. Aquellas piedras de color rojizo y anaranjado eran jacintos, brillantes y como estrellas, alumbrando con luz propia. Extasiados los dos se dejaron caer sobre una roca y desde ahí, hombro con hombro, juntos contemplaron, cada uno mirando hacia un lado distinto del río. Era primera vez que a Deny no se le notaba ansiosa o hastiada de contemplar algo de la naturaleza. Y para Jaz era un bálsamo que parecía curar sus heridas. En ese instante, en ese momento, Jaz fue feliz. Un tiempo después, cuando aún el paisaje estaba intacto, revitalizados y sin ánimos de dormir, decidieron platicar. Fue Jaz quien tomó la iniciativa:

—Es realmente precioso este paisaje. ¿No te parece, Deny?

—Sí Jaz, es magnífico. ¡Me encanta!

—¿De verdad? Es primera vez que te escucho decir esto sin que estemos en otra dimensión Deny... ¡Me sorprendes!

—Es que me ha hecho pensar en mi niñez. Sinceramente hasta yo estoy sorprendida.

—¿En tu niñez?

—Sí, es por lo que parecen ser todas esas gemas dispersas y brillantes.

—Bueno, yo he visto sólo las de este lado, las que son verdes. Para mí parece que es pintura fluorescente derramada por todos lados. Recuerdo haber usado pinturas así cuando ayudé a pintar las paredes de mi hogar. Y a ti, ¿qué es lo que te parece?

—Pues yo estaba viendo las del otro lado. Las rojizas. Me parece lava recién salida de un volcán. Y los volcanes son...

Deny no pudo continuar. Se quedó muda. Parecía que un recuerdo había venido con ánimos de asaltante a ocupar todos sus pensamientos. Vio algo en el rostro de Jaz que lo propició. Era una mueca de algo muy cercano al miedo.

—¿Te dan miedo los volcanes, Jaz?

—Creo que sí, Deny. Pero no entiendo porqué. Te juro que nunca he visto uno.

—Y entonces, ¿por qué les tienes miedo?

—Mis padres adoptivos nunca me enseñaron más cosas que las que tuvieran algo que ver con mi trabajo, que era labrar en cavernas. Una de esas cosas que me enseñaron fue sobre los volcanes. Me dijeron que nunca me acercara a uno, que nunca llevase rocas de las que están muy próximas a ellos. En fin, ellos me infundieron este miedo. Es por eso que creo que son peligrosos. Hasta ahora no se me había ocurrido verlos de otra forma. Pero a ti, Deny, que tan maravillada has quedado con ese paisaje adornado por jacintos y que te alegras al pensar en ellos como si fueran lava... ¿Te gustan los volcanes?

—No sólo me gustan Jaz, me recuerdan mi hogar. Yo crecí en la cordillera volcánica del este, muy lejos de aquí. Como te dije antes, mis padres tenían en su interior gemas de color rojo. Mi madre tenía un rubí y mi padre un sardio. Y el jacinto, aunque un poco más anaranjado, también es rojo. Vivimos entre los volcanes. Lo que representaba un peligro para muchos, era nuestro hogar. He recordado mi niñez y todas las cosas bellas que había olvidado. Por eso me ves así.

—Eres una cajita de sorpresas Deny. Quiero saber más de ti. Una cosa aún me es inexplicable. Según lo que me han enseñado sobre los volcanes, que no ha sido mucho, pero lo suficiente como para saber esto, es que la gente que habita allí todas tienen el mismo color de ojos. ¿Cómo es que tú tienes ojos de color gris? ¿No debías acaso tener los ojos rojos como tu madre o tu padre, o de un rojizo anaranjado como los de estos jacintos?

—Esa es la parte triste de mi historia, Jaz. De hecho, no quería pensar en eso, pero ya que lo mencionas, tendré que contarte.

El semblante de Deny había permutado sus facciones. Había quizás vuelto a transmitir lo que normalmente transmitía. Ella solía emanar de si misma sentimientos de cansancio por vivir, de buscar desesperadamente una salida a un sufrimiento interior que solo ella conocía, de intentar retomar sus sueños sin éxito y de querer reencontrarse con el propósito de su existencia. Ella, al igual que Jaz y aunque no lo sabía, estaba en busca de la plenitud. Después de hacer un momento de silencio, como maquinando lo que iba a decirle a Jaz, volvió a hablar:

—Por mi culpa fue que mis padres tuvieron que abandonar aquella aldea pintada de un eterno crepúsculo y que era nuestro hogar. Para los habitantes de nuestro pueblo hay una leyenda. La leyenda dice que cuando una familia recibe de lo alto a una criatura con un color distinto al rojo, es un signo de que la familia ha sido infiel a los principios que han sustentado la convivencia entre nosotros. Decía también que, si se le era permitido a esa familia seguir habitando entre la población elegida para vivir entre los volcanes, uno de ellos se iba a activar y destruir todo, eliminando nuestra existencia. Mis padres vivieron un tiempo escondidos y por eso tuve la oportunidad de conocer muchas cosas de la aldea y contemplar los magnificentes volcanes. Es por eso que amé tanto la lava, pues conocía el río de lava que corría entre nuestra aldea. Y fui feliz, a pesar de tener que vivir escondida, ocultando mis ojos al mundo. Por eso cuando vi estos jacintos, recordé mi niñez. Pero ahora vuelvo a sentir la tristeza que supuso ser rechazada por tu gente y tener que abandonar nuestro hogar.

—Ohhh, Deny, lo siento.

—No te preocupes Jaz. El pasado ha quedado atrás.

—Pero, y tus padres... ¿Dónde viven ellos ahora? ¿No te fue difícil dejarlos para vivir esta aventura?

Deny ya no pudo contestar. Rompió a llorar. Sus ojos ovalados se inundaron muy rápido. Jaz no supo que pasaba. Quiso interrumpir su llanto con otra pregunta:

—Ellos... ¿Murieron?

Deny asintió con un movimiento en la cabeza. Pero lloró aún más descontroladamente. Jaz se acercó a ella y la envolvió en un abrazo. Empezó a susurrar cosas tiernas. Le decía que la quería mucho, que ya no estaba sola, que él estaba con ella. Incluso llegó a prometerle que nunca la dejaría. A veces se hacen promesas que no se sabe cómo pueden afectar todos los días futuros. Para alguien que ama una promesa es imposible de romper. Luego él dijo, en un tono más alto:

—Deny, vamos a quedarnos aquí hasta que amanezca. Es una pena que el cielo esté nublado y no podamos contar estrellas esta vez. Pero podemos contar las gemas dispersas en este valle que se extiende frente a nosotros. Podemos contemplar las nubes que esta noche se han vestido de gala, con una elegancia natural, digna de ser admirada. Y pronto, ambos nos quedaremos dormidos, y nuestras almas serán consoladas por el viento que nos acaricia y que de pronto se puso cálido. Te quiero Deny, con todas las fuerzas de mi esmeralda.

Y al rato Deny se quedó dormida, pero Jaz no pudo. Se habían acomodado en lo alto del risco que había que descender para proseguir el curso del río, pero por su imperioso deseo de contemplar las esmeraldas y los jacintos, no habían reconocido que la zona en la que se ubicaban estaba afectada por un deslave, que ubicado justo a la orilla del río, amenazaba con seguir sus nocivos efectos y con ahogar el cauce. Sin embargo, no fue por esa razón que ni siquiera intentó dormir. Se quedó despierto por otras dos razones. Una era más fuerte que la otra. La primera, la menos influyente, era cuidar de Deny, que, aunque sí quería hacerlo, no eran tan poderosa como la otra razón, que trataba sobre la cascada. El ruido del agua y el agua misma ya no era para él algo agradable. Era algo que le producía más bien hastío e impaciencia. Para él la razón de ser de los ríos y lo que transmitía el ruido de una cascada había perdido su sentido. Cada vez amaba menos la naturaleza, pero irónicamente deseaba seguirla conociendo, en busca de nuevas aventuras, buscando respuesta, queriendo llenar vacíos, aletargando su sinsabor. Quería que amaneciera pronto para emprender de nuevo el camino.


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