Capítulo 6Sin duda daría mi vida por ti

Jaz abrió sus ojos tan solo un poco tiempo después de haberse dormido.

—Deny, no me siento bien.

—¿Qué tienes Jaz? Quizás es porque no dormiste.

—¿Cómo lo supiste? Tú estabas dormida mientras yo permanecía despierto.

—Es fácil notar cuando alguien no ha podido dormir. Además, es difícil superar lo vivido en tu primera experiencia mágica.

—Debe ser eso... Pero Deny... ¿Cómo es que tú sabes todo esto? ¿Porqué es que tú si pudiste dormir? ¿Habías tenido ya experiencias así?

—Demasiadas preguntas para responder ahora. Ya llegará el día en que te responda eso. Vamos, levántate. Debemos buscar alimento y luego proseguir el camino. Hay más cosas que conocer.

—Pero Deny, no me siento bien, en verdad. No es por no dormir. Siento una extraña sensación en mi ser. Siento un vacío. No quiero ver más flores, para mí ellas ya perdieron el encanto.

En efecto, Jaz amaba las flores. Siempre que las veía se regocijaba en ellas cual campo fresco que siente venir la aurora. Las praderas inundaban de asombro no solo sus pupilas, sino también su alma. Pero desde que salió de aquella roca mágica que hacía las veces de cofre, y que los llevó a aquella dimensión, las flores dejaron de ser para él algo lindo. Para él las flores perdieron el sentido de su existencia. Deny lo sabía. De cierta manera lo comprendía.

—No te preocupes Jaz. Te vas a sentir mejor. Vamos a encontrar cosas más bellas que flores. Sigamos adelante. Confía en mí.

Jaz no entendía que tenían las palabras de Deny que siempre, dijere lo que dijere, lograba persuadirlo. No tenía otra opción más que confiar en ella. Al fin y al cabo, era su elección. Recorrieron, por el otro lado de la montaña, un camino que ya estaba dibujado, y al darse cuenta que, mientras avanzaban entre arbustos, helechos y demás plantas silvestres, bajaban y volvían a subir, se empezaron a angustiar con la idea de que estaban recorriendo una cordillera.

—Si seguimos por aquí, no vamos a encontrar cavernas ni lugares donde pueda encontrar rocas. No nos queda nada. Y debemos alimentarnos para seguir.

—Calma Jaz —interrumpió Deny —. Escucho algo. Sigamos avanzando un poco más.

Sin entender de qué se trataba, y sorprendido por la capacidad que tenía su compañera para escuchar cosas que él no podía, tuvo que seguirla sin objetar nada al respecto. Le seguía entusiasmado, movido por una profunda curiosidad, mientras contemplaba la forma en que se iban modificando los paisajes. Habían descendido pensando volver a internarse al bosque, pero ahora estaban atrapados atravesando una cordillera. Quien iba a decir que aquella montaña, que a sus espaldas se levantaba como la más alta de todas, y donde habían visto aquella hermosa pradera florecida que se ocultaba, para protegerse de los vientos, entre aquellos árboles que la rodeaban, iba a ser el inicio de una larga sucesión de montañas. Anduvieron por pastizales, algunos arbustos esporádicos y en ocasiones solo franqueaban zonas rocosas, hasta que, Jaz logró escuchar aquel fantástico sonido. Se trataba de un río.

Para estos seres el sentido del oído era todo un misterio. Entre ellos era la telepatía la que le permitía comunicarse, pero los sonidos de la naturaleza los podían sentir como se siente el aire cuando toca la piel. Se tendría que haber sentido muchas veces un sonido así para poder "escucharlo" desde una gran distancia. Eso hizo pensar a Jaz que Deny ya había estado cerca de lugares parecidos al que estaban cerca de encontrar. Él había pasado toda su vida repitiendo las mismas experiencias, de su casa a las cavernas en busca de rocas y nunca había visto un río. Había escuchado hablar de ellos solamente. Lo que lo hizo reconocer el sonido del agua fue el recuerdo de la fuente que había visto en medio de aquel bosque donde conoció a su compañera de viaje. Aquel sonido que se sentía era muy parecido al del agua de la fuente golpeándose con la pequeña torre donde descendía.

En pocos minutos alcanzaron la orilla y la experiencia fue fascinante. Deny sabía que dentro del río se podrían encontrar rocas con las cuales pudieran alimentarse, así que, después de proponérselo a Jaz, se adentraron en las aguas y empezaron a buscarlas. Por suerte, la intensidad con que las aguas corrían no era fuerte, y eso eliminaba el temor de ser arrastrados por la corriente. Jaz por primera vez experimentó la sensación de ver a través del agua y parecía que el brillo de sus ojos se veía reflejado en ella, lo que unido a los rayos del sol causaba un efecto maravilloso. Era tan exquisito lo que veía que no pasó mucho tiempo para que se sintiera saciado. Pero no salió del río hasta que hubiese encontrado las suficientes rocas para llevar y aprovechar en el camino, hasta que volvieran a encontrar una caverna. En el proceso de buscarlas fue explicando a Deny, quien se mantenía cerca de él, como escoger las mejores. Sin duda, debajo del río se podían encontrar tan bellas rocas, que este no tenía nada que envidiarle a una caverna. Deny incluso hizo el comentario de que quizás los ríos procedían de alguna caverna y que traían muchas rocas desde allí, y luego las iban dejando por donde iba pasando.

Cuando salieron del río, encontrándose más tranquilos por haberse alimentado con los reflejos que la misma agua hacía de los rayos del sol, decidieron sentarse a la orilla y seguir disfrutando de la sensación de sentir el sonido el agua en movimiento. En ese momento, en ese instante, Jaz fue feliz. Pero, unos minutos después, Jaz decidió acercar su rostro al agua cristalina de río y lo vio como en un espejo. Al ver sus ojos notó que había una parte de ellos donde había perdido su color verde, y ahora era gris, En su interior sintió de nuevo un vacío. Y ese vacío le producía temor.

—Deny... ¿Ya notaste que mis ojos no son iguales que antes? Un color gris ha empezado a nacer en ellos. ¿Sabes porqué pasa esto? Es primera vez que veo algo así.

Hay que aclarar que cada vez que ellos se alimentaban usando rocas, las rocas limadas también cumplían la función de un espejo y en ellas veían reflejado su rostro. Por lo tanto Jaz estaba acostumbrado a ver sus ojos y conocía perfectamente como eran de verdes, hasta entonces. Deny no supo que responder a sus preguntas, así que permaneció en silencio. Jaz volvió a insistir, cada vez más asustado, preocupado o consternado:

—Deny, esto es lo mismo que observé en mi gema después de que salimos de aquella dimensión... Así como ella ha perdido su color primero, así también mis ojos están perdiendo su color. Este gris... Este color, no es mi color... ¿Qué me está pasando Deny?

Deny, como queriendo expresar una respuesta recién encontrada, dijo desesperada:

—Jaz, cálmate. No debes preocuparte por nada. El color gris que ahora tienes no debe parecerte algo extraño. ¿Acaso aún no amas el color de mis ojos? Los has visto todos estos días y sabes que ese es mi color. Que tus ojos empiecen a tener mi color junto al tuyo solo significa que estamos cada vez más unidos, más compenetrados, y eso para mí, es bueno.

Nuevamente las palabras de Deny surtían efecto. Jaz se tranquilizó y al pensar en la pregunta que ella le hizo, sobre el asunto de amar el color de sus ojos, fue esta vez él quien se quedó sin respuesta. Y es evidente que cuando uno no tiene respuestas a una pregunta, responde con otra pregunta:

—Deny, ¿Amas tú el color de tus ojos?

Aquella pregunta fue hasta cierto punto cruel, porque Deny, en efecto, no amaba el color de sus ojos. Nunca lo había manifestado. Ella se puso triste, y entonces respondió con una mentira:

—Sí Jaz, amo el color de mis ojos.

Después de contestar, se levantó, sintiendo que sus ojos se humedecían y empezó a caminar, para que Jaz no la viera llorar. Jaz también se levantó y empezó a seguirla, pero ella se adelantaba siempre. Y así, en ese forcejeo de intenciones, empezaron a recorrer el camino propuesto por el río, sin apartarse de la orilla, hasta que notaron la pendiente, como el río aumentaba sus fuerzas y en el horizonte un cielo azul, donde parecía que el río tenía su fin. Entonces estaba claro: estaban cerca de una de las maravillas de la naturaleza, una preciosa cascada.

El sonido de la cascada era maravilloso. Los ojos de su alma se explayaban para contemplar lo que todavía no lograban divisar. Pero aquella sensación de escuchar como el agua descendía y golpeaba las rocas les daba una idea de cómo podía ser aquello. Las fuerzas internas aumentaron, Deny dejó de llorar, ilusionada, y Jaz le siguió con más determinación al ver que ella avanzaba cada vez más rápido, hasta que por fin la alcanzaron. Estaban justo en el borde de un desnivel muy grande y podían ver el agua descender, toda blanca y espumosa. Jaz se sentía más que admirado por todo lo que veía, pero Deny sabía que había algo más, así que empezó a descender por una peligrosa sucesión de rocas que servían de escalera, hasta que pudo reconocer una cueva detrás de la cascada. Cuando pudo ver el camino estrecho que había en la pared rocosa hacia la cueva, lo empezó a recorrer con todo entusiasmo, pero a la vez con mucho cuidado. A un lado del camino estaba la roca, al otro lado una vista hacia abajo, donde caía la cascada y el río retomaba su curso cada vez más majestuoso. Un solo descuido y ella podía caer. Jaz, sin perder el paso, con mucho más temor de que Deny lo dejara atrás que el de caerse, persistió en seguirla.

Pronto lograron llegar a la cueva y fue magnífico ver la cascada desde ahí.

—Deny, que hermosa cascada, y sin dudas es mucho más bello verla desde aquí, estando debajo y detrás de ella al mismo tiempo.

—Esto puede ser mejor Jaz. Vamos a buscar un cofre.

—¿Un cofre?

Jaz sabía a qué se refería Deny con eso, pero, a pesar de lo que había pasado la vez anterior, esta vez se sentía más atraído por la idea, aun con miedo. Y entonces accedió. Y después de unos instantes buscando, encontraron un cofre entre las paredes de la cueva, lo abrieron y se repitió lo mismo de la vez anterior. La luz resplandeciente, el espacio abierto, Deny sacando la navaja, luego abriendo el pecho de Jaz por el mismo lugar donde lo había hecho antes, luego la extracción de la gema, las manos de los dos en ella, la gema en el cofre y el traslado a una nueva dimensión.

Lo que Jaz y Deny ahora contemplaban es difícil de explicar con palabras. Estaban dentro de una cueva de un aspecto asombroso. Al ver a su alrededor no veían paredes, si no que veían agua cayendo como en una cascada. El agua en movimiento formaba las paredes de aquella caverna mágica. Era como estar dentro de aquella fuente donde se habían conocido, donde el agua caía así, rodeando las paredes del pilar. Sobre ellos y bajo ellos había zafiro firme tan azul como un cielo nocturno, y en el centro de la cueva una fogata grande. El fuego parecía ser el que, sin tocarlo, sostenía el techo que estaba suspendido sobre ellos. Pero lo más maravilloso de la experiencia no era lo que veían, sino lo que escuchaban.

Sentían en su interior el esparcimiento de notas musicales, creando armonías. Parecía que de las aguas a su alrededor salían los sonidos, como si se tratara de diferentes instrumentos. Primero era el violín, luego el piano, después el chelo, más tarde más armonías de cuerda provenientes de guitarras y arpas. Después instrumentos de viento como la trompeta, el saxofón y la flauta. Y así, se fueron sucediendo muchos otros más sonidos diferentes de todo tipo de instrumentos conocidos y desconocidos. Era un concierto de música clásica instrumental. Y en el agua, diferentes colores aparecían al ritmo de la música, formando efectos fascinantes, como los que pone el reproductor de windows media de tu ordenador. Aquello visto así, reflejado en el agua de la majestuosa cascada que los rodeaba, era más que fascinante. Además, el fuego se reflejaba en el agua, y también sus sombras, que proyectadas en la cascada los hacía ver tan grandes que olvidaron su pequeñez.

Se quedaron un tiempo absortos, escuchando, contemplando la sucesión de imágenes y sus sombras proyectadas, hasta que decidieron hablar. La música para ellos era algo desconocido y por lo tanto la experiencia fue transformadora. Más aún cuando escucharon sus voces, pues al empezar a hablar, no lo hacían como siempre, sino cantando. En las dimensiones mágicas se habían dado cuenta de que tenían capacidad para comunicarse con sus voces internas, y no telepáticamente, como en el mundo real. Por eso, para ellos era evidente la diferencia entre hablar, como habían hecho cuando fueron colibríes, y cantar, como hacían ahora. Y a sus voces, que eran angelicales, se unían, como en un eco, un coro de voces con tonalidad muy bella, que salía de las aguas que, cayendo como de una fuente inagotable, los rodeaban. Lo que decían, además de armónico, era poético, y de una poesía singular. Eran las primeras canciones que escuchaban, y al mismo tiempo las más hermosas de su vida.

Deny fue la primera en hablar:

Mi vida estaba casi perdida,

Yo no sabía de felicidad

Pero al mirarte, supe enseguida

Que tú eras mi última oportunidad

Quiero que sepas, de hoy en delante

Que solo contigo yo quiero estar

Ha sido un placer el encontrarte

Yo solo contigo quiero viajar.

Jaz, siguiendo la música, contestó:

Esto es hermoso, tú lo dijiste

Que maravillas íbamos a encontrar

Nunca dudé en lo que me prometiste

Sin duda esto es digno de contemplar

Pero soy necio, sigo insistiendo

Que en ti lo más bello yo he de mirar

Nada que encuentre, o que siga viendo

Me hará retractarme de mi necedad.

Deny, volvió a tomar la palabra, insistiendo:

Te lo aseguro, querido Jaz

Que lo más hermoso está por llegar

Será mi tarea, ardua y sagaz

Crear más momentos para disfrutar.

Y mientras tanto, te seguiré guiando

Soy tu acompañante de vida al andar

Y mientras andamos yo te iré mostrando

Más cosas preciosas dignas de admirar.

Y él concluyó la plática armoniosa de la siguiente manera:

Salí de mi casa buscando un propósito

Saber porqué existo y cuál es mi misión

Me han dicho que amar a alguien que me ame

Hará que mi mundo sea mucho mejor.creer que estoy junto a ti

Creo que es muy grande mi deseo de amarte

que apenas resisto el saberte feliz

Tú quieres guiarme y yo quiero cuidarte

Pues sin duda daría mi vida por ti.

La experiencia de escuchar sus voces con tan rítmico son y a la vez proferirse las más bellas palabras, en las que declaraban su amor, era como comer un helado combinando tus dos sabores favoritos. Por supuesto que, si por su delicioso sabor te apresuras en comerlo, llega un momento en que dejas de sentir el placer por lo que el helado te produce: una sensación tan congelante que causa dolor. Y eso fue lo que le pasó a Jaz y a Deny. Mientras se decían todas aquellas cosas observándose a los ojos, perdieron de vista el fuego que tenían delante y como este se comportaba. Como una reacción ante el sonido que se producía por sus cantos, un viento variado empezó a golpear las aguas de la cascada que los rodeaba por fuera, haciendo que una brisa, de vez en cuando leve y cuando no, más fuerte, cayera en todo el interior de la cueva. Al dispersarse esta agua y caer sobre el fuego, hacía que este empezara a disminuir su intensidad, amenazando con apagarse, pero luego, volver a encenderse abruptamente, queriendo sobrevivir. Aquel inestable comportamiento hizo que el techo de la cueva se rompiera, abriéndose múltiples fisuras, amenazando con venirse abajo. Cuando terminaron de hablar, era demasiado tarde para que su silencio revirtiera la situación. El techo sobre ellos, hecho todo de zafiro, empezó a venirse abajo, poco a poco y lentamente, desmoronándose.

Se dieron cuenta de esto cuando las dulces melodías cesaron, interrumpidas por sonidos insoportables: instrumentos que se desafinan y producen notas chillantes, un piano que se cae y se rompe y cuyas teclas suenan estrepitosamente, instrumentos de vientos que son usados por personas sin fuerza en sus pulmones ocasionando sonidos escuetos e incómodos, y gritos de personas que son castigadas. A esto se sumó el ruido incesante de polvo y tierra que cae, seguido por rocas cada vez más grandes. Empezaron a esquivarlas moviéndose de un lado a otro cuando sintieron la vibración del lugar, que parecía padecer un terremoto que poco a poco iba cogiendo fuerza. El agua de la cascada empezó a verse temblorosa y a regarse hacia todos lados. Escucharon el sonido del fuego que se apaga ante el certero golpe de una masa de agua y el pánico se apoderó de ellos, hasta que Deny volvió a insistir en que debía ser algo de lo cual podían escapar:

—Vamos Jaz, no te detengas, tenemos que esquivar las rocas, y mientras tanto esperar a que se abra el portal, como la vez pasada.

Jaz no contestó. A penas había logrado distinguir los gritos de Deny entre todos los demás sonidos. Sin embargo había comprendido. Debía luchar para sobrevivir. Empezaron a moverse rápidamente, viendo como el mundo se les venía abajo, como el fuego luchaba por no apagarse, pero era sometido por el agua que lo tocaba. Miraban hacia todas partes, una y otra vez, entre el nubarrón de polvo y el montón de piedras cayendo. Buscaron durante largo rato hasta que, en medio de la cascada, vieron la luz que ya sabían reconocer. Era el portal para salir. Corrieron más descuidadamente hacia él, desesperados, saltando rocas y viendo como se salvaban de ser golpeados por las que caían, una tras otra, hasta que, a tan pocos metros de llegar, una piedra grande y pesada cayó sobre Jaz, quien era el que venía atrás. Deny, que marchaba decididamente hacia la salida, iba tomando de la mano a Jaz, cuando sintió que algo fuerte la halaba y no la dejaba avanzar. Volvió la vista atrás y vio lo sucedido, como la roca había caído sobre las piernas de Jaz que parecía haber quedado desmayado. Soltó su mano y luego se movió hacia la roca, lo más rápido que pudo, la empujó para moverla y liberar a Jaz, pero sin liberarlo totalmente, viéndose amenazada por el desmoronamiento total del techo. Se puso nuevamente delante de él, pero de espaldas al portal, le tomó ambas manos y empezó a halar con fuerza, hasta que se lo llevó consigo. Mientras hacía su esfuerzo por halarlo veía como el resplandor a su espalda se disminuía, lo que era un signo de que el portal amenazaba con cerrarse. Pero justo antes de que todo el techo se cayera, ella pudo salir junto con Jaz, hasta que tuvo la sensación de respirar tranquila al reconocer la cueva a la que habían entrado, bajo la cascada, en el mundo real.

Todo estaba oscuro a su alrededor, pero la cueva se iluminaba por la luz de la luna llena que traspasaba las aguas de la cascada y hacía que todo se viera claramente. El cofre había desaparecido. Jaz estaba inconsciente. Por la mente de Deny pasó fugazmente la tétrica idea de que había muerto. Se apresuró a introducir la gema que tenían tomada ambos con sus manos. Y luego cerró la abertura suturando como la vez anterior, cerrando también varias heridas que se le hicieron a Jaz, especialmente las de sus piernas. Luego hizo varios intentos por despertarlo. Las cosas no lucían nada bien. Asustada, empezó a llorar, temiendo lo peor, pero se aferraba a su frase favorita, la que parecía necesitar constantemente por el modo en que llevaba su vida, aquella que dice: «después de la tormenta, llega la calma».


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