Capítulo 4Ya estamos haciendo magia, Deny



Jaz y Deny, ahora compañeros de viaje, iniciaron su travesía saliendo de la plaza en la que se habían conocido y tomando el rumbo que les proponía un nuevo sendero. Se dirigían hacia una montaña que se lograba ver desde donde ellos estaban y suponían encontrar sus faldas lo antes posible, pues faltaba poco para que cayera la noche.

Jaz notó a Deny débil, así que la invitó a parar y a alimentarse, aprovechando los últimos rayos del sol que el día les iba a regalar. Sacó de su bolsa una de sus piedras y después de limarla, la puso en una piedra más grande que servía de mesa y donde los rayos del sol golpeaban. Ella quedó satisfecha, y a la vez asombrada por la facilidad con la que Jaz hacía esas cosas.

Prosiguieron hasta llegar a la montaña, pero tuvieron que parar nuevamente, puesto que ya había oscurecido. Decidieron pues, dormir bajo la sombra de un inmenso árbol. Deny sugirió que buscaran una cueva, pero después de saber las razones por las cuales Jaz prefería dormir afuera, ella no insistió más. Cambió el tema radicalmente, queriendo así ayudar a que Jaz no pensara tanto en eso.

—Sabes Jaz. Me encanta mirar el cielo por las noches. Las estrellas son tan hermosas. Siempre intento contarlas. Sé que es imposible, pero me ayudan a conciliar el sueño.

—Hay una leyenda que dice que las estrellas son gemas con luz propia. ¿Sabías eso?

—Sí. Lo sabía. Por eso me encantan tanto. Dicen que una estrella sería capaz de darte una larga vida. No hay que limarlas. Sus formas son perfectas desde el inicio. Ellas nacen perfectas, crecen perfectas y mueren perfectas. Lo único que cambia en ellas es la intensidad de su luz. A veces me gusta jugar a buscar las más brillantes que hay en el cielo. Sé que esas son las que están a punto de morir. Hablo con ellas. Les agradezco por haber existido. Ellas alegraron muchas noches de mi vida. Y cuando no celebraban mi cumpleaños, eran como faroles que brillaban para mí.

—Nunca me celebraron un cumpleaños con faroles.

—Ay Jaz, perdón. Nunca lo hubiese pensado posible.

—Tranquila Deny. También miraba el cielo cada noche de mi cumpleaños. Mirar el cielo siempre fue un gran consuelo.

—Menos cuando estaba nublado.

—Exacto.

Ambos echaron a reír. Deny era buena a hacer que Jaz dejara a un lado los pensamientos tristes. Él le dijo:

—La leyenda también dice que las estrellas nacen aquí. Hay un lugar de este planeta donde se les puede ver, e incluso tocar. Pero también se dice que no sobrevivirías si lo haces. Toda la tela que nos cubre se quemaría al instante.

—Créemelo Jaz. Si pudiera tocar una estrella, no me importaría si fuera lo último que hiciera en mi vida.

Les fue difícil conciliar el sueño, primero porque no paraban de hablar y segundo porque, una vez que se quedaron sin temas de conversación, no podían dejar de pensar el uno en el otro. Deny especialmente pensaba en él y lo difícil que podría ser el tener que recordar tantas veces la muerte de sus padres.

Al día siguiente, después de desayunar, empezaron a escalar la montaña. La aventura se volvía extenuante y Jaz no podía evitar preguntarse por qué razón Deny se cansaba tan rápido. No habían ascendido mucho cuando tuvieron que detenerse nuevamente para descansar y para que ella se alimentara. Al ver cómo iban a estar las cosas, le pidió que la esperara ahí mientras iba a buscar en la montaña una caverna para conseguir más rocas. Fue y no tardó mucho en regresar, cuando volvió, le hizo una pregunta que se había guardado en todo el camino desde que inició el día:

—Sabes Deny, ayer que te miraba dormir, y como la luz de la luna te iluminaba, observé en tu piel muchas suturas hechas en lugares distintos. ¿Tiene algo que ver con la manera en que te pusieron la tela cuando fuiste entregada a tus padres?

—Sí Jaz, tiene que ver con eso. La razón nunca se la pregunté a mis padres. Si quieres sigamos, que hay mucho que subir aun, puesto que la montaña es muy alta.

Nuevamente observaba Jaz a Deny mientras ella hablaba, dando sus razones, y no podía distinguir el brillo radiante en sus ojos. Sin embargo, aquel afecto que le tenía y que iba creciendo cada vez más, le hacía pensar que esto se debía al color de sus ojos por la gema que llevaba. No puso pues mucha importancia a lo notado y siguió sus pasos, pues ella se había adelantado, con la intención de no volver a tocar el tema.

Mientras más ascendían por la montaña mayor se sentía el frío y la neblina empezaba a cubrir todo a su alrededor. Después de subir un buen trecho de camino encontraron unas escaleras preciosas que parecían salir del suelo, hundidas entre las rocas y hechas de madera. Las escaleras parecían no tener fin, y en medio de la neblina empezaron a escalarlas, pero como eran estas muy inclinadas lo hacían a un paso lento, mientras platicaban.

—Lo que más me gusta del amor, es que implica sacrificio. Subir estas escaleras, por ejemplo, no lo haríamos si no fuera porque creemos en que el amor existe. Y qué bueno que vayas conmigo en esta búsqueda, querida Deny.

—Pues por mucho que tenga que ver el sacrificio con el amor, considero que si hay una opción más sencilla hay que tomarla. ¿No crees que era mejor subir rodeando la montaña, como íbamos, y no subiendo estas escaleras? Hubiese preferido tardar más y no tomar este camino tan cansado.

Deny empezaba a mostrar que era un rasgo de su personalidad el quejarse de todo. Jaz, que estaba ya dispuesto a amarla, y a pesar de que estaba confundido, debido a que ella no opuso resistencia en el momento en que tomaron la decisión de subir la montaña haciendo uso de las escaleras, decidió tolerarla. Se decía a si mismo las palabras recién expresadas: El amor implica sacrificio.

Cuando al seguir avanzando notaron que se levantaba un árbol inmenso justo en la dirección donde iban las escaleras, se dieron cuenta que era ahí donde estas terminaban. Y como aquel que mira cercano su objetivo y por esa razón apresura sus pasos para llegar cuanto antes, así Deny y Jaz agilizaron su ritmo, a pesar del dolor que suponía invertir más fuerza en cada impulso por avanzar de un escalón al otro, con una extremidad inferior primero y luego con la otra.

Tan exhaustos estaban por lo avanzado que decidieron descansar a los pies del árbol, y ahí estuvieron hasta que cayó la noche y se durmieron.

Al amanecer y a medida que los rayos del sol iban disipando la neblina que los había cubierto durante toda su travesía por subir las escaleras, pudieron darse cuenta que aquel árbol era el que más alto se levantaba entre todos los árboles de la montaña. La felicidad por haber alcanzado la cima los hacía renovar sus fuerzas y sus ánimos de amar.

Después de desayunar, Deny pudo observar una hermosa pradera florecida, cuya belleza era dignísima de contemplar, pero a la vez invitaba a correr hacia ella como si de un asunto de vida o muerte se tratase. Pero lo que la movía a ella era realmente la curiosidad. Diferente caso era el de Jaz, que no podía creer lo que veía, y que además de sorprenderse se llenaba de una admiración profunda que le hacía sentir un éxtasis, de aquellos que se producen cuando un alma se encuentra por primera vez con una maravilla de la naturaleza en todo su esplendor. Ante aquel prodigio que se mostraba ante sus ojos, en aquel momento, Jaz fue feliz.

La pradera estaba llena de tulipanes que se habían coordinado para crecer uniformemente y de una manera tan ordenada que parecía que había muchos grupos de ellas haciendo fila sobre la hierba y con una distancia entre cada fila del mismo tamaño que la que ocupaba cada grupo. Aquello era verdaderamente maravilloso. Los tulipanes eran de color rosado unos y de color azul los otros, distribuidos en cada fila como separados por color, e intercalados. Era como un bello laberinto pero sin tener nada de laberinto. Entrar a la pradera para pasar entre las flores era algo que daba mucha seguridad, pues había que seguir recto para salir de ella. Pero cabe destacar que una vez entre las flores, que a tan temprana hora despedían un rocío perfumado, era difícil tomar la decisión de irse. Aquel momento sin duda era digno de volverse eterno. Al menos eso sentía Jaz. Deny sentía otra cosa. Cuando Jaz notó que no se inmutaba, y que lo que había producido en ella su curiosidad por acercarse se había esfumado, le dijo:

—Son muy bellas, ¿verdad?

—Sí, son bonitas... Pero...

—¿Pero?

—Siento que es aburrido quedarse aquí...

—No digas eso Deny... Sólo hay que mirarlas y disfrutarlas...

—No tiene ninguna utilidad hacer eso, al menos no para mí.

Cuando ella dijo eso, Jaz quiso darle una sorpresa, para ver si así cambiaba su semblante que notaba cierta pesadumbre e indiferencia. Pensó entonces que si cortaba una de las flores y se la daba, aquella flor, que antes era una entre tantas, pasaría a ser una única flor por haber sido elegida como regalo que quiere servir de expresión de amor. Y eso fue lo que hizo, cortó un tulipán, y se lo dio:

—Creo que ahora si tiene utilidad. Toma, te la regalo.

—Ehhh... Gracias!

Pero Deny no pudo decir más, y aunque nuevamente sus ojos por un instante parecían tornarse de otro color, cercano al anaranjado, solo fue por un momento, y tras un instante de duda, botó la flor, tomó de la mano a Jaz mientras le decía:

—Vamos a buscar algo. Te enseñaré la magia que se puede hacer en un lugar como este.

—¿A dónde vamos? ¿Magia?

—Sí, magia —insistió ella.

—Pero... Recuerdo haber escuchado que el amor por sí mismo es la magia más hermosa que se puede encontrar. Ya estamos haciendo magia, Deny.

—Cómo digas Jaz. Pero tienes que ver esto para que entiendas de qué hablo.

Y así, entre las flores, buscando en medio de sus tallos, Deny conducía a Jaz en la búsqueda de algo misterioso. Después de haber buscado entre tantas filas por fin la encontraron. Era una roca grande, enterrada casi hasta la mitad. Ella dijo:

—¡Eureka! La hemos encontrado.

—¿Qué cosa Deny?

—La roca, esta que vez ahí. ¿Puedes notar la fisura que se abre en ella por la mitad y la envuelve hasta encontrarse con ella misma?

Jaz echó un vistazo a la roca y vio que en efecto tenía una fisura, como una pequeña línea que se dibuja a mano alzada y sin mucha precisión en el trazo, pero que con gran exactitud se empalmaba con ella misma al terminar de rodearla. Y dijo:

—Veo la fisura que dices. ¿Qué tiene de especial esta roca?

—Ayúdame a mover un poco las flores, de tal manera que los rayos del Sol puedan llegar a la roca.

Así pues, movieron a un lado los tallos de los tulipanes que cobijaban con su sombra a la roca bajo ellos. Cuando el Sol con sus rayos tocó la roca, un brillo salió de la fisura, que parecía tener por dentro un tesoro resplandeciente. Ella le dijo a Jaz:

—¿Te parece eso magia Jaz?

—Sí, sin duda es mágico, Deny.

—Pues eso no es nada en comparación con lo siguiente que te voy a mostrar. Ayúdame a empujar la parte superior de la roca, como si de abrir un cofre se tratara. Vamos a partir esta roca en dos, por su fisura.

Y así procedieron. La roca se abrió pero no se rompió en dos partes, como quizás Jaz esperaba, si no que se quedó abierta como un cofre real. Había una bisagra dentro de ella, sutilmente escondida. De su interior se desprendió una luz resplandeciente, que, debido a que las flores habían vuelto a ocupar su lugar una vez que ellos las soltaron, iluminó todos los tallos, disipando las sombras.

—¡Qué hermosa luz! —dijo Jaz —Nunca había visto una roca así ¿Qué roca es?

—Te dije que te iba a mostrar muchas cosas nuevas. Más que una roca, es un portal. ¿Estás listo para que entremos a un mundo mágico?

—¿Mundo mágico? ¿No es peligroso?

—No Jaz. ¿Confías en mí?

—Sí Deny, confío en ti.

—Entonces vamos a entrar, pero para eso necesitaré algo tuyo. Lo más valioso que tienes. Necesito tu gema.

—¿Mi esmeralda?

—Sí... ¿Ves ese espacio que hay en la roca, que a la vez es como un cofre? Pues ahí necesitamos poner una gema para abrir el portal. Nuestras gemas tienen un poder muy grande. Son capaces de hacer magia. Por eso, si te ha parecido maravillosa esta pradera, te gustará aún más como la veremos si lo hacemos desde otra dimensión, a través de este portal. No estoy segura de lo que va a aparecer, pero será maravilloso. ¿Estás listo?

—Bueno, te dije que confiaba en ti. Pero no sé cómo es que se puede poner mi gema ahí, sin que muera. No sé incluso si es posible sacarla, es decir, si lo dices entiendo que sí, pero yo nunca lo había sabido antes y tengo miedo.

—No temas. No vas a morir ¡Lo prometo!

—Ok... Dime entonces qué hay que hacer.

Cuando Jaz dijo esto, los ojos de Deny parecían tomar otro color, y su semblante denotaba alegría desbordante. Aquello era suficiente para disipar de una vez el temor de Jaz y animarlo a poner en el cofre aquel su gema. Pensaba que si eso la hacía feliz debía hacerlo, considerando que el amor consistía en eso: hacer feliz al otro. Vio como ella sacaba de su bolso una especie de navaja, hecha de un metal que él no había visto antes. Mientras ella hacía eso, le decía:

—Mira, esto puede que te dé miedo, pero no debes temer. Voy a abrir tu tela por el pecho para poder sacar tu gema. La gema tiene una propiedad y es que es atraída por aquello que la alimenta como el fuego del amor o la luz. Cuando ponga mi mano en tu roca, la gema saldrá de tu interior. En ese instante yo la tocaré, pero no la sacaré hasta que tú también la toques. Mientras mantengas el contacto con ella, no vas a morir. Luego juntos la llevaremos al cofre y una vez que la ubiquemos la magia se producirá. ¿Entendido?

—¿Vas a romper mi piel? Mis padres murieron cuando su tela fue rasgada... ¿No podría yo correr la misma suerte que ellos?

—Entiendo que temas... Pero por favor, confía en mí. Te hice una promesa y voy a cumplirla.

—Está bien Deny. Esto me resulta muy difícil, pero confío en ti. Hagámoslo.

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