Capítulo 15Todos los caminos llevan a Dios
Cuando Jaz abrió los ojos de nuevo, fue en otro lugar. Era una casa sencilla muy parecida a aquella en la que él había pasado su infancia. Pero muy poco tardó en contemplarla porque inmediatamente se quiso levantar, acomodándose en la cama en la que estaba para sentarse, y empezó a gritar desesperado:
—¿Y Deny, dónde está Deny?
Una voz muy familiar le respondió:
—¡Cállate, que la vas a despertar! Claro, si te refieres a la de ojitos ovalados que estaba contigo.
Impresionado por ver quién era el que le hablaba, Jaz expresó su asombro:
—¿Cecilid? ¿Hermano? ¿Qué haces aquí?
—Pues viendo tu bonita cara, tonto.
—¡Tonto tú! Ya, en serio ¿Qué pasó?
—En primer lugar, llámame Cid, que no estoy solo. En segundo lugar, pues estás aquí porque Kyra y yo llegamos a tiempo para encontrarlos con vida y ayudarlos cuanto antes.
—¿Kyra? ¿Es tu compañera de viaje?
—Sí, desde hace muy poco. Creo que fuiste más rápido que yo hermano. Al fin admito que me llevaste la delantera. Pero vaya, sí que has jugado con fuego. Ah, mira, Kyra es ella, la que está con tu amiga.
Jaz miró hacia donde Cid le indicó y se dio cuenta que aquella de quien hablaba era la de ojos lilas que lo había salvado del espectro cuando iba al cañón. Aquello era como un sueño difícil de creer.
—¿Kyddora?
—Ahora llámame Kyra, que no estoy sola.
—Impresionante —exultó Jaz.
—Eso estuvo cerca, eh, Jaz. Tu compañera y tú casi mueren. Pero gracias a Dios están bien. A propósito, muy lindo el lugar donde nacen las estrellas. Jamás me imaginé que estuviera por ahí.
Jaz no lograba salir de su asombro. Cerró sus ojos y con sus manos se frotó para cerciorarse de que esto no era un sueño. Cuando escuchó lo que dijo Kyra, especialmente aquella parte cuando dijo: «Gracias a Dios están bien», reconoció que Dios había escuchado su plegaria. Cid interrumpió su momento de reflexión.
—Kyra me contó que tú también te me adelantaste en hacerle la invitación especial eh.
—Sí, lo hice. Perdón Cid. Perdón también a ti Kyra.
—No pasa nada —dijo Kyra.
—Tonto, ella no te aceptó porque sabía, por tus ojos grises, que aún estabas vinculado a alguien más —aclaró Cid, mientras Deny aún seguía dormida.
—¿Cómo fue que pasó todo esto? —preguntó Jaz.
Kyra y Cid se vieron a los ojos, y con solo mirarse acordaron contar lo sucedido. Cid fue quien tomó la palabra:
—Como puedes deducir, no me fue bien en el desierto. No encontré a ninguna del mismo color de mis ojos. Anduve errante en mi viaje hasta que llegué al templo. Siempre he dicho que todos los caminos llevan a Dios. Solo que hay dos respuestas posibles al encontrarse con él: invitarlo a que él nos acompañe en lo que resta de la vida, o ignorarlo y seguir por nuestra propia cuenta. Fue ahí cuando conocí a Kyddora y ella me hizo darme cuenta de mi gran prejuicio, sin decirme una sola palabra al respecto. Pronto la invité a que fuéramos compañeros de viaje y ella aceptó.
Cid vio a Kyra, induciéndola con ese gesto a que ella continuara. Ella accedió, queriendo relatar el resto de la historia:
—Entre las muchas cosas que hablé con Cid estuvo la de su historia y su familia, en la que estabas tú. Fue entonces cuando le conté sobre ti y el hecho de que ya nos habíamos conocido. Le externé mi preocupación sobre tus ojos con color gris, y decidimos ir a buscarte. Nos costó dar contigo, pero hay ciertas cosas que solo con la intuición se logran. Atravesamos la caverna de los cristales y después de caminar mucho llegamos al puerto, cuando vimos un haz de luz que se vislumbró como un rayo cuando cae del cielo. Cid y yo supimos que se trataba de una de las trampas de los espectros y deducimos que también se trataba de ti. Por suerte, en el faro del puerto hay dos barcas, una a cada lado. Vimos que una ya no estaba. Entendimos que era la que habían usado ustedes. Nos fuimos en la otra. Al final ambas nos servirían para volver. Cuando llegamos al lugar majestuoso en el que ustedes estaban, vimos la escena tuya con los espectros. Nunca había visto como eran. Nos fue posible verlos porque estaban teniendo contacto con una gema, lo que los hace visibles a todos. Wow, Jaz, qué valor.
Cid retomó la palabra al ver que Kyra no soportó recordar ese hecho porque empezó a llorar:
—Llegamos justo a tiempo para introducir las gemas a su interior. Vaya que fue un lío que casi les cuesta la vida el hecho de que tuvieran las gemas intercambiadas. Cerramos las heridas abiertas con prontitud. Me sorprende que tengas varias en tu cuerpo ya, hermano, pero Kyra algo de eso me había adelantado. Al final, es bueno saber que están con nosotros. Pero pronto, en cuanto se recuperen, tendremos que partir y retomar nuestro viaje. Jaz, hermano, siempre has sido un tonto, pero nunca como ahora. Te lo pido, ya que tienes una nueva oportunidad, vuelve a los inicios. Tu camino ya te llevó a Dios. Ve con él y ahora sí, dale la oportunidad de que sea él quien te guíe y te acompañe, y no pongas tu vida en riesgo con alegrías efímeras. Solo así se alcanza la plenitud.
Jaz asintió y lloró. Comprendió a lo que se refería Cid al decir «alegrías efímeras». El llanto hizo que Deny despertara. Ella también hizo unas cuantas preguntas, pero ninguno pudo responderlas. Todos estaban llorando. Ella se unió. Después la iban a poner al día.
Cuando se recuperaron, Cid y Kyra partieron. Por su parte Jaz y Deny fueron al templo. Ahí empezaron a orar. Como les dieron posada en el mismo lugar donde se habían recuperado, decidieron ir al templo todos los días, y fue maravilloso como día con día ellos iban recuperando el color de sus ojos. El anaranjado en los ojos de Deny se iba haciendo cada vez más rojizo, y el verde de Jaz cada vez era más vivo y brillante. Al cabo de un mes, el color había regresado completamente. Habían vuelto a sus inicios, cuando la esperanza por un amor verdadero era tan grande que nada los podía vencer. Lo único que les quedaba de recuerdo en sus pequeños cuerpos eran las suturas hechas después de tantas aventuras, de las cuales no podían enorgullecerse, pero que les servían de experiencia. Era sin duda una inolvidable lección que un día cobró todo su sentido.
Aunque ya habían recuperado el color de sus ojos siguieron yendo al templo. Y en una ocasión se produjo la maravilla. Vieron como el cofre bañado en oro se abrió y los hizo palidecer de temor. Pero rápidamente pasaron del temor a la paz. Era una profunda paz, como nunca antes la habían sentido. Sus pechos empezaron a inflamarse de amor y pronto vieron como sus gemas salían de su interior para dirigirse al cofre. Las vieron radiantes, con sus acabados tan perfectos, y entonces Deny comprendió las palabras que Jaz le dijo un día: «El amor es la magia más hermosa que se puede encontrar». Las gemas siempre pasaban a través de su cuerpo de roca como un objeto que se saca del agua: después de sacar el objeto el agua vuelve a estar como al inicio, sin ninguna señal de que ha sido traspasada. Pero la tela que los cubría, por el amor con el cual se les puso, cumplía una importante misión por la cual la gema no podía traspasarla. Por eso en todas las veces anteriores ellos tenían que romperla. Pero ahora, delante del cofre bañado en oro, la gema había traspasado también la tela sin hacerle un solo rasguño. Era algo increíble. Sus gemas se introdujeron al cofre sin que ellos usaran sus manos y tampoco murieron al perder contacto con ellas. De pronto se dio el destello radiante de luz que se extendió sobre toda la bóveda. Tuvieron que cerrar sus ojos, y sintieron trasladarse a otro lugar.
Cuando abrieron sus ojos, cada uno de ellos, por separado, tuvo la misma experiencia. Contaré la de Jaz, de quien trata esta historia, pero por lo que te acabo de explicar entenderás que ambos vivieron lo mismo. Jaz caminaba sobre una superficie de nubes. Esas nubes eran sólidas y había otras por encima de él y a su alrededor, las cuales podían tocarse y desvanecerse al instante para volver a rehacerse. Además, estas nubes desprendían un brillo especial. Vio, a lo lejos, rayos de luz de diferentes colores, como los del arcoíris, que parecían salir de algún lugar bajo las nubes y se dirigió hacia allá.
Lo que contempló ahí fue sublime. Había una criatura única que desprendía de su cuerpo una luz aún más radiante que la que emitían las estrellas. Sus ojos eran de un color blanco transparente y transmitían mucha pureza. Se fijó en su forma y se dio cuenta de que era una criatura como él, pero que esta criatura tenía algo que él no tenía. Después de meditar un poco al respecto sobre lo que era aquello que él miraba se dio cuenta que no era una criatura, sino el creador. Pero eran semejantes. Jaz entendió que fue hecho a imagen y semejanza del creador. Lo contempló y se admiró por su cabellera amplia y blanca. Los cabellos de la cara, especialmente, eran mucho más grandes que los demás cabellos, y con su tamaño formaban una especie de barba. Pero lo que más lo impresionó fue ver lo que él estaba haciendo.
Estaba en un taller y tenía en sus manos una esmeralda en bruto. La contemplaba con amor y luego la llevaba a una máquina cortadora, de un metal muy brillante, como todas las máquinas que ahí había. Empezó a cortar la piedra preciosa de acuerdo a la forma que él quería, mientras el agua discurría por la dura navaja con la que hacía los cortes, como si se tratara de una pequeña cascada artificial. Después se dirigía a un disco recubierto de diamante donde empezaba a darle la forma deseada. Procedía a calentar lacre para pegar la piedra a un bastón, y luego volvió al tratamiento con el disco recubierto de diamante para seguir tallando. La lapidación la hacía con sumo cuidado, poniendo mucha paciencia y amor en cada paso, usando una herramienta de medida de ángulos donde colocaba el bastón para ir dando formas perfectas, con un arte nunca antes vista. Posterior a eso procedía a darle brillo con otro disco de estaño al cual le aplicaba diamantina disuelta en agua. Una vez terminada esa parte procedió a calentar el lacre para soltar la piedra y repitió el proceso para darle forma al otro lado. Y pronto se iba formando un hermoso efecto por la refracción de espejos, lo que hacía ver a la piedra cada vez más brillante. El resultado: una preciosa esmeralda con talla marquesa.
Sin embargo, a ese brillo le faltaba algo para ser como aquella esmeralda que Jaz vio por primera vez antes de vivir su primera experiencia mágica. Dios llamó a alguien y apareció un ave pequeña y de gran albura, parecida a una paloma. Le entregó a ella la gema y justo después la criaturita empezó a volar. De pronto Jaz sentía que su cuerpo se desplazaba en el aire y seguía el vuelo de la paloma. La paloma empezó a recorrer el mundo con una gran velocidad, pero se detenía en lugares especiales. La gema al reflejar tanta belleza adquiría un brillo singular y fue en ese instante cuando Jaz escuchó las palabras que jamás olvidaría:
—Preparo esta gema para ti, Jinadaz. A ella le doy la capacidad de mostrarte que todo lo que he creado ha sido un regalo, para que en eso reconozcas mi presencia. Esto es porque te enviaré al mundo para que me ayudes en una misión muy especial: amar. Ama con todas tus fuerzas, de la misma manera que yo te amo. El amor que te doy es gratuito, por eso respetaré tu libertad si decides no responder a mi llamado. Pero solo amar, como yo te he amado, te llevará a tener la felicidad completa, la plenitud.
El ave de gran blancura bajó a un valle y ahí se detuvo para que la gema reflejara todo lo que en el valle había.
—La quietud y la frescura de este valle te hará recordar que yo estoy en las cosas sencillas, donde la paz es abundante. Las dulces aguas que en este valle has de encontrar y en las cuales vas a refrescarte serán para ti el signo de que yo estoy para aliviarte cuando te fatigues y para renovar tus fuerzas. A través del hermoso canto de las aves te animaré para que no te rindas. También en la variedad de árboles y criaturas refrigeraré tu existencia recordándote que no estás solo, y que todo lo creé para que tú fueras feliz. Siempre estaré contigo. En este valle podrás descansar y entonces recordarás que existo. Este valle es para ti, y puesto que yo soy este valle, yo siempre seré para ti, mi bien amado.
El ave prosiguió el vuelo y subió a las montañas.
—Las alturas de estas montañas te recordarán que tu destino es el cielo y que como ellas te levantan sobre todas las cosas, así yo te levantaré al punto más alto y sublime de la felicidad. Conmigo conocerás la felicidad más grande que existe y nadie te la arrebatará. Al sentir el aire fresco que solo en las alturas puedes sentir, recordarás que eres libre y que un día volarás hacia mí con esa libertad. La abundancia y la anchura de estas montañas serán un signo de que siempre hay oportunidad para volver a mí. No importa si de pronto te sientes lejos o experimentas que yo no existo. Estas montañas estarán por todos lados para recordarte que tu camino real es hacia las alturas, en donde yo te espero. Y haré que estas montañas florezcan y sean olorosas para que recuerdes que mayor será el placer de habitar en mi presencia. Te esperaré siempre de vuelta, amado mío. Las montañas, con su graciosa existencia, son para ti, y puesto que yo soy estas montañas, yo siempre seré para ti, mi bien amado.
Y así prosiguió Dios hablando en cada cosa con la que había bendecido al planeta Zaphiris, que cada vez se miraba más hermoso, hasta que llegaron al mar y había una puesta de sol.
—El mar y su inmensidad serán para ti una pequeña idea de mi grandeza. Reflejarán el cielo para que recuerdes que eres rico y que posees lo más hermoso de todo lo creado. Te he hecho mi heredero y ahí recordarás que tengo un hogar listo para ti, colmado de delicias. Así que, mientras vivas tu misión, no olvides que debes volver a mí, para que existas por siempre. El sol, que se pone a lo lejos, te enseñará que habrá momentos en los que no sentirás mi presencia. Pero, así como el sol no deja de ser, sino que solo se desaparece, para volver aparecer, así yo también permitiré la oscuridad en tu vida para que aprendas a valorar lo que significa la luz. Yo soy tu luz, el que te guía. Nunca te dejaré. A veces te haré sentir con mayor calor mis rayos, dejando que sientas dolor, para hacerte más fuerte. Y de nuevo volveré para iluminarte, aunque me des la espalda. Y aunque me des la espalda, siempre habrá una sombra que te recuerde que estoy ahí, esperando que confíes en mí. Te he amado, te amo y te amaré. No te olvides de mí, mi bien amado. El mar, el sol al salir y al ponerse, la luna y las estrellas, todo lo creado es para ti, y puesto que en todas las cosas estaré presente, todo lo creado seré yo. Cuídame pues, que yo cuidaré de ti. Y déjate amar por mí, que solo así alcanzarás la plenitud.
El ave regresó a donde Dios estaba. Y Dios recibió de nuevo a la gema para envolverla en un abrazo, luego tomó roca del planeta Zaphiris, moldeó la forma de una pequeña criatura e introdujo la gema en ella. Se abrieron los ojos redondos del pequeño ser y una hermosa luz verde iluminó todo. Dios cerró sus ojos. Envolvió al ser en una tela de un blanco reluciente y mientras llamó a otra ave más grande, dijo lo siguiente:
—Estás hecho de roca tomada del planeta en el que vas a habitar. Si tu roca es expuesta en ese mundo, el mismo mundo la reclamará y volverá a ser dura como antes, ahogando la gema que llevas en tu interior. Pero la gema, que tiene el sello sublime de este lugar al que has de volver, sabe a donde pertenece y siempre te guiará de regreso. Para que ella cumpla su misión, te encomendaré al cuidado de dos que han demostrado saber amarse el uno al otro, sin dejar de amarme a mí, alcanzando la plenitud. Ellos se encargarán de que la roca de la que estás hecho nunca se rebele contra la gema que le da la vida y la hace blanda. Allá en Zaphiris, tu naturaleza será endurecerte. Pero la tela con la que ellos te cubran estará impregnada de su amor y ese amor protegerá a tu gema. La gema podrá atravesar tu roca como un rayo atraviesa un cristal, pero nunca la tela, a menos que sea en mi presencia. Ve pues hijo mío y déjate amar, luego ama y vuelve a mí cuando hayas cumplido tu misión.
Apareció un ave más grande, también blanca, pero con colores azules que matizaban su plumaje, y un pico también grande, con el cual asiría la tela en la que Jinadaz era envuelto. Estas aves eran muy parecidas a una cigüeña. Otras aves similares fueron enviadas para custodiar a la que llevaba el preciado equipaje. Y así fue como Jinadaz fue entregado a sus padres.
Jaz y Deny abrieron sus ojos y estaban de nuevo ante el altar donde contemplaban el cofre cerrado. La oración perseverante los había llevado a descubrir el plan que Dios tenía para sus vidas. Vieron su piel de tela y como sus suturas múltiples habían desaparecido, y que en su lugar había unas líneas que eran como cicatrices. Pronto decidieron retomar su viaje y en menor tiempo de lo esperado encontraron un puerto.
—Deny, ¿traes tela de dos colores? Lo digo porque no sabemos si tendremos un hijo o una hija —preguntó Jaz, más nervioso que coherente.
—Tontito, eso no lo sabremos hasta que la tela esté puesta y podamos ver la forma de sus ojos. ¡Mira esto!
Deny mostró a Jaz algo especial con lo que probaba que ya estaba preparada: una tela muy bella de color gris. Le explicó que el color era un signo de que habían aceptado sus errores y se habían perdonado a sí mismos. Para su sorpresa, la cual fue muy agradable, aparecieron Cid y Kyra en el mismo puerto, con la misma intención que ellos.
—¡Qué bonita coincidencia! —expresó con alegría Kyra.
—Será aún mejor si la bendición nos llega al mismo tiempo —dijo Deny.
Y después de medio día de espera, aparecieron las aves del cielo y dos bultos colgando de sus picos que traían el mejor y más bonito encargo que se puede recibir en la vida. Aquello tan hermoso eran unas criaturas para custodiar y a quien enseñarles lo que habían aprendido sobre como encontrar la felicidad que dura para siempre; eso que se resume en una palabra: plenitud.
Procedieron a cubrir a las criaturas con la tela y a zurcir todas las uniones. Luego abrieron sus ojos para reconocerlos y saber que nombre les pondrían. Kyra y Cid vieron que su criatura tenía unos ojos redondos y de color azul, puesto que la gema que llevaba en su interior era un zafiro. El nombre de su hijo sería Kyracid. Deny y Jaz hicieron lo mismo con el de ellos y reconocieron sus ojos ovalados y de un color rojo intenso, puesto que tenía un rubí en su interior.
—Jaz, ahora... ¿Dónde viviremos para cuidar a nuestra hija?
—Deny, hoy mismo partiremos hacia la aldea de los volcanes.
Y así fue como Jaz y Deny fueron felices y lo siguieron siendo en la tarea de custodiar a su hija: Jazdeny.
FIN
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