Capítulo 13Es agradable escuchar el nombre Jaz

Su ritmo era el mismo de siempre, tan apresurado, peculiar y jadeante. A penas se había detenido un par de veces para alimentarse, nunca para descansar. Pero podría asegurar que esta vez, y por fin, ella tenía una razón valiosa para correr y por la cual estaba dispuesta a dar su vida. Temía que Jinadaz ya no viviera. Pensaba en Tatoo, aquel espectro que la había seducido a ella, y también temía en volver a verlo. Así que mantenía sus ojos lo suficientemente abiertos para ver el camino, pero lo suficientemente cerrados para ignorarlo si aparecía. Ella sabía que una técnica para esquivarlos era no verlos a los ojos, puesto que estos tenían el mismo efecto atrayente que una estrella fugaz.

Pensaba en los nombres Jazoo o Denoo y eso la motivaba a no rendirse, a pesar de que tuviera tan pocas fuerzas. La razón de pensar en aquellos nombres era la siguiente: cuando una criatura muere de la forma que lo lleva a ser un espectro, su nombre pasa a ser el más pequeño que pudo tener (Jaz o Deny, por ejemplo) agregándole las dos «o» al final (Jazoo). En el caso de una hembra una de las «o» sustituye la última letra (Denoo). Ella sabía muchas cosas al respecto, y una de esas cosas era que morir a mano de uno de ellos era convertirse también en un espectro, en un temible cambio de suertes.

Se le había hecho de noche, pero no entraba en sus planes el quedarse dormida. Por suerte vislumbró a la distancia las dos torres de un templo que se elevaban por encima de todos los árboles, y caminó en esa dirección para encontrar un sendero iluminado. Cuando rodeó el templo y empezó a recorrer el camino que quedaba frente a él, vio a dos criaturas: una de ellas era Jinadaz, a quien reconoció por sus ojos verdes. Y fue eso lo que la llenó de mucha tristeza. Al verlo así supuso que había iniciado una nueva aventura con alguien. Se quedó estática, con sus brazos cruzados para soportar el frío y dejando caer muchas lágrimas sobre su pelo. Quiso llamarlo, pedirle que la perdonara, interrumpir su plática y rogar por una nueva oportunidad. Pero había algo contundente que no le dejaba actuar: era el hecho de ver sus ojos y constatar una y otra vez que el color verde había retornado, aunque sea un poco. Pensó para sí que ella no había hecho más que llevarlo a que perdiera ese brillo, y que ahora había otra que hacía lo contrario. No lo pudo resistir. Primero se dejó caer al suelo como un árbol que se desploma después de ser cortado, y luego dejó fluir su llanto con más fuerza. Reconoció que había llegado tarde y renunció a él. Estuvo así un momento y luego se levantó como quien se ve sorprendido por un espanto, y empezó a actuar como el que procede después de que tiene una gran idea. Parecía estar decidida a hacer lo que tenía que hacer. Era la primera vez que tomaría una decisión de esa forma. Abrió sus ojos por completo, empezó a caminar dándole la espalda a Jinadaz y sondeó a su alrededor buscando a alguien. Y como no le veía por ninguna parte, le habló.

—Sé que andas por ahí, Tatoo. Aparece de una vez. Quiero irme contigo.

Después de esperar un poco, reconoció el par de luces que se venían acercando, al principio como dos pequeñas luciérnagas y de pronto como dos grandes luceros.

—Me has hecho esperar mucho, Destiny. He tenido que ir y volver por tantos lugares. Ven, sígueme.

—Despacio, pedazo de grafito, que de espaldas no te veo para nada. Es de noche y tu humo no se mira... ¿O es que ya se te acabó?

—Sabes bien que eso no pasará. El poder que llevo por dentro me quema eternamente. Pero, como sabrás, podré dejar de sentirlo después de que lleguemos. Ya sé que esta vez no necesito engañarte.

—Lo que vayas a hacer conmigo, hazlo rápido.

Pero ahí, cerca del templo, el espectro no podía hacer nada.

Destiny había vuelto a caminar con pesadumbre y la noche se volvía tan gélida como un día en cualquiera de los polos. Para ella no tenía sentido seguir viviendo y no encontraba una razón para luchar de nuevo. Su único consuelo era que Jinadaz iba a ser feliz, y que ya no haría estragos su influencia en él. Pero de repente, como aparece una estrella fugaz en el cielo aquel momento en que menos la esperas, empezó a escuchar una voz única e indescriptible, que siempre iba a reconocer.

—¡Deny! ¿Dónde vas? Para ya por favor.

—No hagas caso —masculló Tatoo —. Debemos seguir.

—Deny, por favor, para.

Deny sintió los brazos cálidos de alguien que la abrazaba por su espalda. El brillo perceptible de sus ojos le hizo sentir mucha alegría y paz en ese instante, cuando más lo necesitaba. Él nuevamente la salvaba. El espectro ya no estaba, había desaparecido. Ella lloró inconsolablemente. Se volteó para abrazarlo y lo hizo con todas sus fuerzas, mientras cerraba sus ojos para detener la inundación que se avecinaba. No pudo dejar de llorar. Le quitó los brazos de encima y se tiró al suelo, impotente, sin saber que decir. Jinadaz hizo lo mismo y la miró con ternura.

—Te di por perdida, Deny. Nunca pensé en que llegaría este momento. Perdón... No quise decir Deny. Destiny quise decir. Es la costumbre, ya sabes.

—No importa Jaz. Puedes llamarme Deny. Pero, ¿qué paso con ella? Me refiero a la de ojitos ovalados con la que estabas.

—¿Qué quieres saber exactamente, Deny?

—Pensé que habías iniciado una aventura con ella.

—No fue así. No te niego que lo intenté, pues no pensé que volvería a verte. Pero me dijo que estaba clara de lo que quería, y lo que quería no era precisamente a un compañero como yo. Me sentí muy triste, pero rápidamente pasé de la tristeza al miedo. Fue cuando sentí un estrujón en mi pecho, como si mi gema se comprimiera. Levanté mi mirada, que después de haber sido rechazado estaba alicaída, y fue entonces cuando te vi. Me despedí de ella sin darle explicaciones, te seguí, y aquí estoy. Perdón por querer hacer otro viaje lejos de ti.

—No importa, Jaz. Te entiendo, yo fui quién te abandonó. Sabes, tengo mucho que decirte. Quiero pedirte perdón por todo. Esta vez no te voy a mentir.

—Calma, Deny. Sabes que te perdono, Busquemos donde pasar la noche.

—No Jaz. Tiene que ser ahora, déjame hablar.

—De acuerdo, solo porque es agradable escuchar el nombre Jaz. Y porque viene de quien más me agrada.

—Quiero que sepas que antes de tener una aventura contigo, la tuve con alguien más. Mis ojos eran rojizos antes de ser grises, puesto que tengo como gema un jacinto y no un ónix como te dije. No existe en este mundo un ónix gris. Lo que tú viviste conmigo yo lo viví antes con esa criatura. Su nombre era Radulie, y en su momento Rue. También te mentí cuando te dije que no conocía a alguien con ese nombre. Pero, Jaz, nunca fue mi intención mentirte. Solo no quería dejarte ir. Yo detestaba mis ojos rojos. En verdad los detestaba.

—¿Cómo así? ¿Por qué los detestabas?

—Porque siempre fui rechazada por tener ojos rojos. Lo que te conté sobre mi familia, tampoco era verdad, no del todo. Tuvimos que irnos de la aldea en la que vivíamos cuando era una niña por razones que nunca conocí. En la escuela a la que iba todos me rechazaban por tener ojos rojos. Un día dejé mi hogar un poco antes de tiempo. Estaba resentida con mis padres por haber abandonado la aldea cercana a los volcanes, donde todo era normal para mí. No soporté el rechazo, el juicio de los demás y tuve que escapar. Me perdí en un bosque y lo conocí a él. Fue el primero que me dijo que mis ojos le parecían muy bonitos. Y eso fue lo que me hizo sentirme segura a su lado. Miraba sus ojos grises y no me importaba nada de lo que sabía al respecto de ese color. Lo quise igual porque él me quiso aun con mis ojos rojos. Luego fui perdiendo el color de mi jacinto y me gustaba la idea de que así fuera. Y amé el nuevo color de mis ojos hasta que Radulie me abandonó por tenerlos así. Ahora entiendo, Jaz, que yo hice lo mismo contigo.

Ella se había calmado un poco, pero volvió a llorar. Jaz quiso consolarla.

—No pasa nada, mi niña. Te entiendo. Ya estamos juntos otra vez. Y quiero enseñarte algo.

—No Jaz. Quiero enseñarte algo yo primero. Quiero reivindicarme.

—Está bien, Deny. Iremos donde tú digas. Pero primero hay que dormir.

Buscaron juntos un lugar donde poder dormir y esta vez se dividieron la tarea de contar las estrellas, mientras ella explicaba más detalles sobre lo complicada que fue su infancia por tener como gema un jacinto. Luego, casi al mismo tiempo, ambos se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente se esmeraron por buscar rocas para alimentarse y guardar las suficientes para el camino, que anunciaba ser largo. Deny dirigió a Jaz por el mismo sendero que antes ella había recorrido. Después de muchas horas llegaron a la mina donde había visto los cristales.

—Jaz, hoy te ayudaré a vencer tus miedos. Te demostraré que no todas las cavernas son peligrosas. Entraremos y pasaremos la noche ahí.

Jaz no contestó, pero asintió. Él confiaba en ella y no se equivocó: esa noche durmieron plácidamente rodeados por largos troncos de selenita. A la mañana siguiente decidieron cruzar la mina de cristales para salir por el otro lado, y les tomó más tiempo del que imaginaban. El lugar parecía un laberinto hecho con enormes colmillos blancos. En ocasiones tuvieron la sensación de estar perdidos, pero lo que les despejó la duda fue el cambio repentino del clima y los cristales empañados. La temperatura había bajado considerablemente. Sintieron un aire helado que entró por alguna parte y empezaron a buscar esa salida. Lograron divisar nieve y se dirigieron hacia allá. En efecto, había un túnel pintado de blanco por los copos acumulados. La albura era fascinante, pero el clima los hacía titubear en sus pasos. Recorrieron el túnel, llenos de incertidumbre, hasta que por fin salieron.

El suelo de la zona en la que ahora estaban era plano, y se pintaba de azul debido a que los rayos del sol no lo tocaban en su mayor parte. Esto se debía a que permanecía nublado, y en el piso solo se veían partes blancas, como si fueran charcos, donde la nieve se miraba blanca, con contornos celestes. La nieve del lugar era muy fina, tanto que parecía una versión blanquecina de un desierto. Caminaron sin rumbo cierto con la vista fija en el horizonte, pero no se atisbaba nada más que un contorneado azul en todas las direcciones. Temían haber llegado a otro desierto, solo que, pintado de otra forma, hasta que, al final del día, lograron reconocer el océano. A lo lejos se observaban, muy diminutos, unos cuantos icebergs flotando en él. Eso les hizo sentir más tranquilos, pero el frío no colaboraba a que lo estuvieran del todo.

Apresuraron el paso para llegar cuanto antes a la orilla, hasta que dejaron de sentir la nieve bajo sus pies, y empezaron a recorrer una superficie lisa. Rodearon el océano por la orilla y pudieron observar un puerto totalmente congelado. Tenía aspecto de puente, pero realmente conectaba con un faro. Su estructura metálica estaba cubierta de nieve congelada, a tal punto que cientos de picos sólidos y blancos adornaban el muelle en toda su longitud, resistiéndose a caer. Caminaron hasta llegar a él, lo recorrieron con temor y alcanzaron el faro. Éste tenía una puerta semiabierta, entraron por ella y confirmaron que no había nadie. Ahí pasaron la noche y contemplaron la potente luz que en lo alto de la torre giraba cuando hubo oscurecido. Al día siguiente a Jaz se le ocurrió una idea.

—Deny, estamos en un puerto. ¿Por qué no esperamos aquí? Puede que recibamos una criatura del cielo.

—Es verdad, Jaz. Si hemos encontrado un puerto quiere decir que es muy probable que seamos bendecidos.

Y así lo hicieron. Esperaron ahí 5 días y 5 noches. Se alimentaron con lo que habían guardado para su viaje y lo hacían solo al medio día, cuando se podían ver algunos rayos de luz, ya que donde estaban nunca se veía el sol. La quinta noche se sintieron tan cansados y desesperados que empezaron a ver hacia todos lados, cuando se abrió un pequeño hueco entre las nubes, y vieron, a lo lejos, millares de chispas que ascendían al cielo, de una manera asombrosa. El efecto era muy parecido al de las burbujas que ascienden en el agua hasta alcanzar la superficie. Tuvieron curiosidad de saber qué era aquello tan majestuoso y se dieron cuenta que para llegar hasta allá había que navegar por el océano hasta arribar a una isla. A los pies del faro, que se levantaba sobre las frías aguas de la orilla, había una barca con suficiente espacio para los dos, amarrada al muelle. Bajaron por una escalera, se subieron a la barca y emprendieron su viaje a la isla. Se turnaron para remar y mientras uno lo hacía el otro dormía. Al amanecer estaban tocando tierra firme. Ante sus ojos se mostraba el portento. A muchos metros de distancia se observaba un cráter totalmente iluminado por dentro y desprendiendo luz radiante. De él salían todas las chispas que subían al cielo y se dispersaban lejos de donde su vista tenía alcance, rodeadas de polvo cósmico. Era un milagro latente. Habían encontrado el lugar que siempre soñaron. Se trataba de aquel misterioso sitio donde nacían las estrellas.

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