Capítulo 12 ¿Cómo es que me encontraste?
—¿Porqué te detienes, Jinadaz, y miras hacia atrás?
—Pensé que alguien me llamaba.
—No ha sido nadie. Estás alucinando. Debe ser por tu estado. Tenemos que apresurarnos. Si vuelves a escuchar algo, no hagas caso. No puedes volver atrás, ¿de acuerdo?
—Ok quemadito, o... como sea que te llames.
—¡Kanoo!
Cada vez que el espectro decía su nombre, acentuaba la última sílaba con la entonación de un fantasma.
—Sí, sí. Tabú, Budú, Sabumafú, como sea que te llames, igual eres negrito y quemadito.
—Solo camina, ¿si?
—Ok, ya. Solo no me digas ese nombre con tu acentito que no me asusta para nada.
Avanzaron por entre matorrales hasta salir de la zona verde. Se encontraban ahora recorriendo una estepa. A lo lejos se observaba dos montañas rocosas que parecían levantarse de un abismo, levemente separadas, abriendo un estrecho paso entre ellas. Sin duda, por donde iban, se dirigían al cañón. Las nubes parecían tocar el horizonte, que tan débil se dibujaba entre el montón de arbustos secos que maquillaban un poco el panorama, para que este no fuera tan deplorable.
De nuevo Jinadaz escuchó que lo llamaban, pero ahora no por su nombre:
—Hey muchacho... Hey tú...
—Te dije que no te detuvieras —masculló el espectro Kanoo —. No hagas caso a nada. No te puedes atrasar, recuerda lo que tienes que hacer. No te desenfoques.
Pero una dulce voz seguía insistiendo para que Jinadaz, quien obediente al espectro no miraba hacia atrás, volteara. Aquella voz era tan bonita que se hacía cada vez más grande la tentación de conocer a la criatura de la que procedía. Pero fue hasta que sintió que alguien lo tomó de un brazo, por la espalda, obligándolo a detenerse, que lo hizo. Volteó a ver quién era y ante él se presentó la hermosa figura de una de ojos ovalados, de color lila, con tanta paz y serenidad en su semblante, que se sintió muy relajado con solo verla. El sentimiento de angustia que había dominado todos sus movimientos estaba diluyéndose. Ella habló otra vez:
—¿A dónde vas?
—Pues no sé, solo seguía a...
Buscó con la vista al espectro y no lo encontró. Había desaparecido. Jinadaz reaccionó desconcertado:
—¿Y el quemadito que se hizo?
—¿Quemadito? —indagó ella.
—Sí, iba con él. Con Patatú, o Gurú, o como sea que se llame.
—Por este camino ibas al cañón chiquitín. Es muy peligroso.
—¿Chiquitín? Mira quién me llama así.
Jinadaz la observó y vio que era de su misma estatura.
—¿Dices que seguías a alguien? ¿Cómo era?
—Negrito, como una bola de humo. Por eso le decía quemadito. Nunca aprendí su nombre porque lo decía de una forma muy rara.
—Mmm ya veo. Tienes ojos grises. Seguías un fantasma. Ibas al cañón. Ya sé quién te guiaba.
—¿Qué tienen mis ojos grises? Por cierto... Ya que hablas de ojos, los tuyos son muy bonitos. Llevas, ciertamente, una amatista en tu interior.
—Así es amigo. Lástima que yo no pueda opinar lo mismo de los tuyos. No me gustan los ojos grises. Es más, ayudo a que criaturas como tú los dejen de tener.
—¿Entonces, tú podrías ayudarme?
—Sí claro, para eso he interrumpido tu viaje directo al cañón. Sígueme.
—Espera un momento, chiquilla. Lo mismo me dijo el tipo ese de negro y ojos blancos con el que iba... ¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
—Pues piensa en que yo no soy quemadita ni te diré mi nombre con un acento de fantasma. Así que vamos.
—Ok. Eso sí me convenció. Vamos.
Jinadaz se adelantó en dirección contraria a la que iba y la amiga recién encontrada tuvo que correr para volver a alcanzarlo.
—Hey. Yo soy la que conoce el camino, no lo olvides, así que no te adelantes. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Jinadaz, ¿y tú?
—Soy Kyddora. Mucho gusto Jinadaz.
—Igualmente, Kyddora. Si es como dices que me salvaste de algo peligroso, en verdad te lo agradezco.
—Es mi deber, amigo.
—Me dijiste antes que sabías quien era el que me guiaba. ¿De verdad lo sabes?
—Sí. Y te hablaré de ellos. ¿Estás listo para escuchar?
—Claro. Habla, que no me cansaré de oírte.
Kyddora hizo silencio un momento y miró hacia el horizonte con sus brillantes ojos morados, que resplandecían maravillosamente cuando le daba la luz del sol. Miró luego hacia el cielo, y por último vio al rostro de Jinadaz. Mientras iba caminando le iba explicando todo al respecto de quien lo guiaba hacia el cañón, viéndolo a los ojos por momentos y luego volviendo a ver hacia el frente, para no perder de vista el camino.
—La criatura que te guiaba es un espectro. Su historia es muy triste. Hay ciertas cosas que en nuestro mundo están prohibidas hacer. Pues hay quienes no respetan la ley y alteran el orden, rompiendo así el equilibrio entre todo lo creado. Muchas de estas prohibiciones, según ciertas teorías, esconden la apertura a la inmortalidad, pero a un precio muy alto. ¿Has escuchado hablar de algo parecido?
—Si Kyddora. Escuché la leyenda de que existe en este planeta un lugar donde nacen las estrellas. Por un lado, me dijeron que si alguien las tocaba podría obtener una larga vida. Supongo que se refieren a lo que acabas de mencionar. Pero por otro lado escuché decir que quien las toca muere instantáneamente.
—Exacto, Jinadaz. Ese es uno de los casos. Pero hay muchos más. Todos consisten en interrumpir el curso natural de las cosas creadas, para hacer con ellas la propia voluntad. Las dos cosas que escuchaste sobre las estrellas son verdaderas.
Nuevamente hizo una pausa. Comprobó, viendo hacia todos lados, que iban por el sendero correcto, y prosiguió:
—Los espectros son seres que fueron criaturas como nosotros, pero que hicieron algo prohibido, como tocar una estrella. Murieron, pero siguen habitando el mundo como espectros. En su interior guardan el poder obtenido con su acción, pero perdieron lo más valioso que tenían: su gema. Por eso, como espectros se dedican a robar la de otros. Ese fantasmita que te guiaba al cañón, lo que en realidad quería era matarte para robar tu gema, y poder volver a vivir.
—¿O sea que tienen que matar a alguien para volver a vivir?
—Así es, Jinadaz. Por eso no podía dejarte ir con él. Yo no podía verlo, porque mis ojos aún mantienen su color. Solo aquellos que tienen ojos grises pueden verlos. Dime, ¿has deseado morirte?
—Temo que si, Kyddora.
—Es por esa razón que lo seguías. Ellos tienen el poder de atraer a quienes los ven. Pero además de eso, pueden hacer otras cosas.
—¿Otras cosas? ¿Cómo cuáles?
—Pueden usar su poder para transformarse en cosas visibles y mágicas a los ojos de todos. Para encontrar estas cosas solo hay que desearlo. Se disfrazan de cofres que sirven de portal para llevarte a otra dimensión. Vives una aventura que te atrapa, mientras ellos vuelven a su forma normal e intentan robarte la gema, pues en ese momento ella queda descubierta, a su merced, y el dueño ni se da cuenta porque se está divirtiendo en la otra dimensión. Pero esa diversión no dura mucho. Todo cambia para mal, y eso sucede cuando el espectro ya está intentando arrebatar la gema con sus manos. Si logras salir de la dimensión creada por ellos a tiempo, no se llevarán tu gema, pero poco a poco le irán haciendo perder su color por el simple hecho de tocarla, hasta que, tus ojos son grises y ya puedes verlos. Así, te atraen hacia donde ellos quieren.
—Impresionante.
Jaz entendió lo que había pasado en toda su aventura. Y se sintió profundamente arrepentido. Pero aún no lo había escuchado todo.
—¿Sabes que es lo peor de todo, Jinadaz? Que lo hacen queriendo imitar a Dios. Solo hay un lugar donde puedes poner tu gema de esa manera, y es en el cofre del templo donde habita Dios. Pero ellos se han tomado ese derecho para engañar. Manipulan las cosas creadas, usando su hermosura para hacer creer a las criaturas que lo que hacen es producto del amor. Pero no es así. A ellos les gusta el caos. Ponen desorden donde hay orden, y con eso van logrando que estas criaturas engañadas pierdan el sentido de la vida y rechacen todo lo bueno que Dios les ha dado. Acaso, Jinadaz, ¿no has perdido el gusto por todo lo bello que hay en la naturaleza?
—Sí, Kyddora. En efecto, así me siento ahora. Solo tus ojos me han hecho recobrar la esperanza, y claro, tus palabras, con las que me has aclarado el error en el que estaba.
—A donde vamos ahora, Jinadaz, es al lugar donde podrás, poco a poco, recobrar lo que has perdido.
—Kyddora, ¿Cómo es que me encontraste?
—Es mi misión estar merodeando ese lugar donde te vi, para rescatar a los que como tú, van siendo engañados y se dirigen al cañón. Somos muchos los que servimos a Dios de esa manera. Tengo amigos que en este momento velan en otros lugares similares donde el fin puede ser el mismo. Hacemos esto para ayudar a los demás y para salvar a los que Dios está por perder.
—¿A los que Dios está por perder?
—Quienes mueren de esa manera no podrán ser parte de la tribu del Tabernáculo, donde seremos morada de Dios y tendremos diamantes en nuestro interior y ojos color blanco transparente como él. Y eso es porque nuestra gema sólo podrá transfigurarse en un diamante si conserva sus colores originales, que les da la capacidad para amar. Los espectros podrán robar gemas y volver a existir en este mundo adquiriendo más poder, pero siempre vivirán con el sufrimiento de estar lejos de Dios. Por esa razón quieren que muchos otros corran su misma suerte.
—Ahora si entiendo todo Kyddora. Gracias por explicarme.
—De nada. Fue un placer Jinadaz. Mira, hemos llegado.
Jinadaz vio hacia la dirección que Kyddora le había indicado y contempló el hermoso templo que se erigía ante él a escasos metros de distancia. Tenía una fachada de color blanco, cual si fuese todo de marfil. Vio su amplio atrio al que se accedía desde tres puntos diferentes donde había unas escaleras de cemento, delimitadas por barandas de metal con asideros de madera fina. Estaba oscureciendo ya cuando llegaron y eso hizo mucho más fantástica la vista, pues en todo el atrio había faroles que iluminaban los colores de cada uno de los elementos que adornaban la obra civil. La puerta de entrada al templo era muy grande y ancha, y hecha toda de madera, con un acabado circular en su parte de arriba. Por ella se entraba a la nave central, que estaba acompañada de dos naves más, una a su izquierda y otra a su derecha. Las paredes de estas naves tenían dos ventanas al frente, al lado de la puerta. Pero la puerta y las ventanas eran separadas por dos inmensos pilares. La fachada, en su parte superior, tenía un acabado triangular, por donde sobresalía el techo. Además de las tres naves tenía dos torres que se elevaban aún más alto que el mismo edificio central. El relieve de las paredes estaba adornado en sus vértices por hermosas gemas incrustadas y cristales nunca antes conocidos por Jaz. Se quedó impresionado, pues jamás había visto cosa semejante, y se asombró de la capacidad que tenían las criaturas de Zaphiris para hacer algo tan magistral.
—Vamos adentro —dijo Kyddora, cuando vio que Jinadaz estaba recuperándose de su proceso de asimilar lo recién visto, que no era poca cosa para alguien que tan solo había visto cavernas y la humilde casa en la que había vivido.
Caminaron y subieron por las escaleras de en medio, mientras Jinadaz aún seguía fijándose en los detalles del templo. Entraron por la puerta principal, siempre caminando en línea recta. Cuando estaban en el interior, él pudo notar que por dentro era mucho más bella que por fuera. Había otros 12 pilares del mismo tamaño de los que vio primeramente, ubicados entre las tres naves, sosteniendo toda la estructura del templo. Las bancas eran de madera y todas estaban barnizadas. Al fondo había una enorme bóveda, donde Kyddora dijo que se hacía presente Dios. Bajo esa bóveda había un cofre de piedra bañado en oro, sobre un piso todo hecho de cristal. Ante el cofre había muchos reclinatorios donde podían arrodillarse. Avanzaron lentamente, contemplando las maravillas del diseño y los detalles de los adornos y las pinturas usadas para embellecer las paredes y el techo, hasta que llegaron a los reclinatorios.
—Ahora, Jinadaz, es momento de que hables con Dios.
—He orado muchas veces en mi vida, pero nunca en un templo.
—No te preocupes. Es igual. Pero aquí, en la casa de Dios, estás protegido de todo mal. Ora pues, con confianza.
Jinadaz se arrodilló haciendo uso de uno de los reclinatorios, y empezó a hablar con Dios. Pasaron muchos minutos hasta que dijo haber hablado lo suficiente.
—Nos iremos, Jinadaz, mientras te ayudo a encontrar una posada en este lugar, te recuperas y vuelves a ser capaz de retomar tu viaje.
Él no contestó. No podía hablar. Seguía impresionado y al mismo tiempo confundido. Ante el cristal que se elevaba un poco más alto que los reclinatorios, vio su rostro como en un espejo y se dio cuenta que habían recuperado en una parte su color verde. Kyddora lo acompañó de regreso, saliendo del templo, pasando por el atrio y bajando las escaleras. Pero antes de que empezaran a transitar el sendero por el que ella ahora lo iba a conducir, Jinadaz se sintió capaz de hablar.
—Kyddora, en verdad me siento mejor. Y el color de mis ojos, está volviendo. No sé como agradecerte.
—Solo debes recordar que aún no son verdes del todo. Vuelve Jinadaz, todos los días, los que sean necesarios, hasta que te recuperes, y solo hasta entonces recomienza tu viaje.
Él la miró a los ojos, mientras meditaba en lo que quería decirle, y recordó a Destiny. Sentía que no podía traicionarla y que debía buscarla. Pero ella, Kyddora, lo había salvado. Entonces también recordó lo que le dijo el espectro Kanoo: "Si alguien te abandona es porque ya no te necesita en su vida. No puedes ser terco. Debes aceptar que ya no puedes estar con ella". Fue ahí cuando adquirió valor para decir lo que estaba pensando:
—Kyddora, quiero hacerte una pregunta, y ahora es sobre los dos... Ha sido muy lindo lo que has hecho por mí, y quiero seguir a tu lado. ¿Te gustaría cambiar tu nombre por mí?
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