Capítulo 10Mi nombre es Kanoo
Cuando abrieron sus ojos notaron que se encontraban en un área desértica. Pero antes de detenerse a observar los detalles del lugar desconocido, se enfocaron en la gema de Jaz. Ambos la vieron y su reacción fue de una insoportable tristeza cuando supieron que había perdido todo su color verde, y ahora era de un gris opaco, con matices melancólicos. Con actitud pesarosa Deny realizó los mismos procedimientos de las veces anteriores para resguardar la gema en su lugar y cerrar las heridas abiertas antes de que estas afectaran la vida de Jaz. Cuando ella terminó, pasaron unos minutos viéndose a los ojos, y fue inevitable que rompieran a llorar. Compartían el mismo color de ojos teniendo gemas diferentes. Algo andaba mal. Ambos lo sabían.
Se quedaron perplejos tratando de asimilar lo que recién habían visto y lo que ahora estaban viendo a su alrededor. El desierto se presentaba ante ellos con justificados complejos de superioridad. Su inmensidad parecía inabordable por donde quiera que se le quisiera recorrer. En algún momento de la historia quizás allí hubo un mar. Pero ahora parecía no haber nada más que arena. Era de día y el sol golpeaba con sus rayos de manera contundente. El calor era insoportable y extenuante. Las dunas eran visibles por doquier, produciendo altos y bajos en todas las direcciones, amenazando con hacer de cada una de ellas un camino intransitable. El viento soplaba con fuerza y arrastraba consigo grandes cúmulos de arena que laceraban su delicada piel de tela.
Jaz sabía, aunque no lo había confirmado, que sus ojos ya no eran verdes como antes. Su percepción sobre lo que lo rodeaba era de hastío, cansancio y pesadumbre. Su resentimiento hacia Deny era evidente y con cada minuto que pasaba se hacía más grande. El sinsabor de la vida lo había acosado por mucho tiempo y parecía que ahora se había adueñado de él. Los esfuerzos, las esperanzas, las ilusiones... todo perdía sentido. En su interior se fraguaban sentimientos de rechazo a los signos de la naturaleza que quisieran transmitirle una pizca de alegría para renovar sus fuerzas. Para él no solo habían perdido su sentido las flores, los ríos, las cascadas, los mares y las puestas de sol, sino toda su vida.
—Vaya, lo que faltaba. Ahora estamos perdidos en medio de la nada.
—Que comentario tan acertado, Jaz.
—Con sarcasmos no vamos a salir de aquí, Deny.
—Tampoco quejándonos vamos a conseguir nada.
—Mira quién lo dice, la niña que nunca se queja.
—Basta Jaz. Es tu culpa que estemos aquí.
—¿Mi culpa? Ahora resulta que fue mía la idea de buscar cofres para ir a otras dimensiones. ¿Qué sigue, Deny? ¿Ya te cansaste de jugar?
—La idea de ver una puesta de sol fue tuya. De no ser por esa idea no estuviéramos aquí.
—No estuviéramos aquí si no hubiésemos buscado la magia otra vez. Ahora estamos aquí y en la misma condición. Ya me parezco a ti en todo. En los ojos principalmente.
—¡Ya Jaz, por favor! No hay tiempo para discutir. Avancemos, que mientras más pronto lo hagamos, más pronto lograremos salir de aquí.
Sabían que no podían perder el tiempo en discusiones sin sentido y empezaron a avanzar hacia una dirección de mutuo acuerdo. La tarea implicaba una fatiga devastadora para ambos. Ahora Jaz sentía lo mismo que Deny, que se cansaba con facilidad y resistía poco las largas caminatas. Pasaron así durante 5 días y 5 noches. Se alimentaron con las rocas que llevaban consigo solo por las mañanas, cuando la luz del sol no era tan fuerte. Nunca por las tardes, debido a que debían racionalizar lo que les quedaba, puesto que la incertidumbre con respecto a salir del desierto era muy grande. En las noches, que hacía mucho frío, se abrazaban para poder resistir. Sin embargo, desde aquella discusión que tuvieron no volvieron a dirigirse la palabra. Durante ese tiempo de camino hicieron silencio. Ese silencio era de aquellos que duelen en el alma.
Sortearon diversas complicaciones. En muchas ocasiones estuvieron a punto de ser sorprendidos por criaturas salvajes que aparecían de pronto y que amenazaban con herirlos. En las noches debían turnarse para pasar en vela, atentos a cualquier ataque o improvisto. Aún estando juntos, la sensación de soledad era mayúscula y es horrible andar por el desierto con esa sensación. Es como vivir en un estado de alerta constante. No se sentían bien el uno con el otro, pero tenían que protegerse. Sólo así podrían sobrevivir.
Estaban tan débiles y agotados que incluso deliraban con la ilusión de encontrar alguna fuente donde pudieran refrescarse o algún lugar donde pudieran hallar rocas. Imploraban a Dios por encontrar una sombra. Al quinto día, después de atravesar una planicie donde encontraron cactus y zarzas esporádicamente, lograron divisar en el horizonte una zona con vegetación. Solo quien ha vivido algo así puede entender la sensación que se produce al ver ese paisaje después de pasar un tiempo en el desierto, por muy pequeño que este sea. Volvieron a sentir que renacía en sus gemas la esperanza. Y aquello parecía ser un signo de que todo podía restaurarse. Que no iban a tener que volver a discutir juntos y que esta solo era una prueba que les había deparado el destino, para fortalecer su unión. Pero nada de eso pasó. Fue, más bien, lo contrario.
Corrieron desesperados para tocar tierra más húmeda. Se sintieron más vivos que nunca cuando pensaron que recién estuvieron tan cerca de la muerte y ahora escapaban de ella. Pero fue ahí cuando la experiencia más dolorosa que pudo vivir Jaz en este viaje pasó. Llegaron al lugar que se vestía de verde y se adornaba con otros colores producto de la presencia de flores, plantas de diversas especies y pájaros que se posaban y luego volaban entre las ramas de los árboles. Fue entonces cuando encontraron una bifurcación en el camino y debían decidir por donde ir. Jaz esperaba hablar al respecto, pero Deny lo sorprendió:
—Aquí nos separamos Jaz. No podemos seguir juntos.
—Pero... ¿Porqué Deny? Es cierto que no nos fue nada bien en el desierto, pero podemos mejorarlo todo de ahora en adelante.
—No Jaz. Yo no puedo. No puedo seguir con el remordimiento que me agobia.
—¿Remordimiento?
—Si, Jaz. Te he mentido.
—Eso ya lo sé, Deny. No importa. Yo te perdono. Quizás me haya enfadado contigo, pero aun así quiero que sigamos juntos.
—¿Sabías que te he estado mintiendo?
—Al inicio creí en ti todo el tiempo. Pero hubo cosas que no sucedieron como las mencionaste. Tus suturas, por ejemplo, dijiste que tenían que ver con la forma en que te la pusieron tus padres. Hoy veo las mías y sé que así como me ha pasado a mí a ti también te pasó. Lo que no me has querido decir es que ya habías tenido experiencias de este tipo.
A la mente de Deny vino fugazmente aquella plática en las faldas de una montaña:
—Sabes Deny, ayer que te miraba dormir, y como la luz de la luna te iluminaba, observé en tu piel muchas suturas hechas en lugares distintos. ¿Tiene algo que ver con la manera en que te pusieron la tela cuando fuiste entregada a tus padres?
—Sí Jaz, tiene que ver con eso. La razón nunca se la pregunté a mis padres.
El recuerdo hizo que cerrara sus ojos por un momento, luego los abrió para ver a otro lado, evitando verlo a los ojos. Jaz continuó:
—También dijiste que amaría más las flores, y no fue así, mas bien dejé de amarlas.
Deny recordó lo que le dijo a Jaz cuando estaban en la dimensión mágica de la pradera florecida:
—Estoy tan sorprendida como tú, mi querido Jaz, tu esmeralda tiene un poder que nunca antes había visto ni imaginado. Paisajes de esta manufactura solo puede hacer alguien con una gema tan noble como la tuya. Disfruta pues del néctar del tulipán que escogiste, y amarás aún más las flores.
Y lo cierto fue que después de eso él dejó de amar las flores. Deny lo sabía. No decía nada. Jaz insistió:
—Y por último, también mentiste cuando me explicaste la razón por la cual mis ojos se estaban poniendo grises. De alguna forma sé que la razón verdadera es la magia que hemos hecho con mi esmeralda. Después de cada aventura en cada dimensión ella y mis ojos han perdido su color.
Tampoco a ella se le habían olvidado las palabras que le dijo a Jaz aquella vez:
—Jaz, cálmate. No debes preocuparte por nada. El color gris que ahora tienes no debe parecerte algo extraño. ¿Acaso aún no amas el color de mis ojos? Los has visto todos estos días y sabes que ese es mi color. Que tus ojos empiecen a tener mi color junto al tuyo solo significa que estamos cada vez más unidos, más compenetrados, y eso para mí, es bueno.
Ella empezó a llorar, arrepentida, y después de un momento, entre sollozos le cuestionó:
—¿Y porqué Jaz, si sabes que te he mentido, has decidido seguir confiando en mí?
—¡Porque te amo, Deny! ¡Y porque sé que aunque hayas mentido, has dicho también la verdad! Y ha sido mucho más valioso eso para mí. No me importa saber que has mentido para ocultar una parte de tu pasado que no quieres que yo conozca. No me importa tu pasado. Tú le has dado un propósito a mi vida, Deny. Además sé que crees en Dios, como yo. Y yo sé que él te ama aún más que yo. Y el alfarero no ama al barro por ser como es, sino por lo que quiere hacer con él: él ya se imagina las formas tan perfectas que puede crear, aunque ahora solo seamos como un montón de lodo. Sé que Dios tiene un plan para los dos, y todo este tiempo he viajado aferrado a esa esperanza. Y yo pensaba, hasta hoy, que con la magia del amor podrías también creer en esto y amarme.
—Pues no, Jaz. Tú ya no me sirves. Tus ojos ahora grises ya no sirven para nada. Así que vete por la izquierda que yo me iré por la derecha.
—Pero, por favor, ¡te hice una promesa! ¡Te prometí que estaría siempre a tu lado!... ¿Lo recuerdas?
—Pues no debiste hacerlo. No me importan tus promesas. No tienes que cumplirla. Me iré, y te pido, por el amor que dices tenerme, que no me sigas.
Deny se alejó con lágrimas en sus ojos. Jaz se quedó atónito y paralizado. No podía comprender lo que estaba pasando. Sin saber qué hacer, simplemente la dejó marchar. Fue cuando sintió el efecto nocivo de prometer una cosa y tener que enfrentar la realidad de no poderlo cumplir. Su impotencia era tal que quiso morir en ese preciso instante. Ese sentimiento de rechazo hacia sí mismo lo llevo a moverse lentamente por el otro camino de la bifurcación. Quiso respetar la decisión de Deny y marcharse.
Caminó y caminó sin saber a donde iba ni a donde quería ir. Los cantos de los pájaros que se oían en todo el trayecto no tuvieron ningún efecto en él. Ya nada de la naturaleza le causaba asombro ni ternura. Fue así hasta que apareció una criatura extraña, con una figura inusual, algo que Jaz, ahora solo de nuevo, y por lo tanto, Jinadaz, nunca había visto. Era de su mismo tamaño, parecía tener un cuerpo bastante similar, pero era todo negro y estaba rodeado de una energía que parecía una capa de humo envolviéndolo. El color de sus ojos era blanco. En Zaphiris esas criaturas eran conocidas como «espectros». No era posible verlo por todos, solo por algunos. Se acercó a Jinadaz y le dijo:
—¿Qué te pasa pequeño? ¿Por qué lloras?
Jinadaz levantó sus ojos para verlo, con temor, puesto que veía al suelo cuando escuchó esa voz tan peculiar, llena de un misterioso acento y un sonido tembloroso y chillante que causaba molestia.
—Mi gema ha perdido su color.
—¿Quieres recuperar el color de tu gema?
—Sí. Quiero recuperarlo. Solo así podré buscar a alguien que me abandonó por eso.
—No. Ya no puedes hacer eso. Si alguien te abandona es porque ya no te necesita en su vida. No puedes ser terco. Debes aceptar que ya no puedes estar con ella. Dime, ¿De qué color era tu gema?
—¿Qué importa el color si no me va a servir para volver por ella?
—Bueno, tranquilo. Puede que haya una posibilidad. Si vienes conmigo, yo te voy a ayudar.
—¿Cómo puedes tú ayudarme bola de humo?
—No me llames así, amigo. Mi nombre es Kanoo. Ven conmigo al cañón. Ahí podré ayudarte a restaurar tu gema.
Cuando el espectro mencionó su nombre, lo hizo acentuando la última parte, como un fantasma que pretende asustar a un niño. Jinadaz respondió:
—Bueno, ya qué. Vamos.
—¿Cuál es tu nombre, niño?
—Jinadaz.
—Mucho gusto, Jinadaz.
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