Cinismo

Historia basada en los crímenes de Yiya Murano 

No pude evitar ver el montón de papeles en mi escritorio con repudio. Mi <<queridísimo>>compañero los había dejado caer sobre él. Lo que me dolía de mi trabajo eran estos malditos reportes que había que llenar cada vez. Si habíamos llegado a una conclusión debía reportarlo, si no llegamos a nada, también.

—Soy un oficial, no una secretaría —dije a nadie en particular y sin más empecé a llenar los reportes.

Había comenzado mi carrera apenas una semana atrás. Antes de empezar creí que esos cuatro años de esfuerzo habrían valido la pena, que por fin me convertiría en un gran colaborador en el departamento de investigación como tanto había anhelado desde que era niño.

Pero las cosas nunca son como las imaginas, no solo no pude hacer lo que quería, si no que en mi equipo, yo siendo el nuevo, me dejaban todo aquello que requiriera tratar con documentos para ganar <<experiencia>>. Y aunque era verdad, no dejaba de ser tedioso.

Ese día en particular era bastante aburrido. Lo único que nos mantenía ocupados era revisar la información que llegaba de vez en cuando por homicidios, pero estos no eran asuntos cotidianos, algunos resultaban de ataques por la ira e incluso tuvimos un caso que fue por infidelidad también.

Pero todo se resolvía rápidamente. No había misterio, no había incógnitas. Quien era el culpable era tan claro como el agua y estos culpables ni siquiera hacían un buen trabajo para ocultar sus huellas, algunos ni siquiera lo intentaban. No era nada como había imaginado.

—Ya que estas tan aburrido ¿Por qué no vas y atiendes a alguien? —dijo el mayor de mis compañeros después de verme tan disgustado.

—¿De qué se trata?

Él no me quiso contestar. Dijo que sería más interesante si solo iba. Él acostumbraba a hacer eso desde que dije que en realidad yo quería resolver grandes conspiraciones y delitos, no solamente llegar a conclusiones obvias. A estas alturas ya lo sentía como una burla.

Dejé de lado los papeles y me preparé para lo que venía.

Me pidieron que tomara la declaración de una joven. Ella se llamaba Diana María Venturini, quien nos contactó porque creía firmemente que su madre había sido asesinada. Personas como esas no nos faltaban, pero el protocolo decía que siempre había que tomarlo enserio.

—¿Como murió ella? —pregunté listo para anotar todo.

—No estoy segura. No estuve ahí, solo la alcancé en el hospital. Pero los vecinos sí vieron todo.

—¿Y qué vieron?

—El portero me dijo que escucharon cuando ella cayó de las escaleras y estaba asfixiándose. Luego llamarón a la ambulancia.

—¿Que dijo el doctor?

—Que había muerto por un paro al corazón. Pero no lo creo.

No me sorprendía entonces que no se investigara. Nadie de mi departamento lo haría y mucho menos por alguien que murió de muerte natural.

—Entonces, ¿por qué dice que cree que alguien la mató?

—Verá, el día que mi mamá falleció, ella estaba ahí. Entró a la casa de mi madre, tomó los pagarés que le dio y se fue con ellos.

—¿Quién entró?

—La prima de mamá, Yiya.

Lo único que estaba notando era que esta dama no se sabía explicar. Hice lo posible por ordenar lo que me había dicho y volví a preguntar.

—¿Lo que dice es que su pariente mató a su madre por unos pagarés?

—¡Sí, señor!

—¿Cómo cree que lo hizo?

—No lo sé. Algo ha de haber hecho.

La miré durante un rato. No estaba muy seguro de cómo continuar, después de todo, una señora casada no cometería homicidio por unos retazos de papel. Y, a menos que fuera bruja, pensar que es su culpa solo por estar presente no tenía sentido. Sin mencionar que eran familiares.

—¿Algo más que quiera agregar?

—Solo quiero que investiguen.

Era oficial. No tenía nada útil. Esto debió tratarse hace mucho y por lógica nadie debió creer que debía investigarse. Pero la joven frente a mí se veía muy segura de lo que decía. Mal explicado, pero muy segura. Dude un momento antes de decidirme a mencionar algo más.

—Escuche, trataremos de investigar esto. Pero no puedo prometer que los resultados sean lo que usted espera.

—Sí. SÍ. Por supuesto.

Solté un gran suspiro. Terminé de ordenar lo que me había dicho y me despedí de ella. Ella estaba definitivamente malentendiendo las cosas.

-Bien, ¿qué debería hacer con esto?

—Se supone que a ti te gusta esto. —Se burló uno de mis compañeros que era dos años mayor que yo cuando regresé—. Adelante, investiga. De todas formas alguien tiene que hacerlo. Y los demás estamos ocupados. Ya sabes.

—Muy gracioso. —Dejé de prestarle atención hasta que se aburrió y se fue.

Primero era necesario asegurarse que sí fuera un asesinato. Tomaría tiempo para que criminalística llevara a cabo una recopilación de información y un poco más para que salieran los resultados de una autopsia si es que era preciso realizar una. Y, ya que mis compañeros no me ayudarían como un <<castigo>> por mis múltiples quejas, no quedaba otra opción que encargarme yo mismo. Si salía algo, se unirían al caso para encargarse. Si no, se quedaría como un archivo más.

Dos días después, recibí la información que obtuvieron. Era mucha información, muchos detalles. Pero ninguno me pareció determinante. Nada que me dijera <<aquí hay algo>>. No había nada inusual en el departamento. Era solo la casa de una señora común.

—¿Eso es todo? —No pude evitar sentirme decepcionado.

No. Si había sospecha de homicidio era por una razón. Repasé la información, pero realmente no había nada inusual. La habitación estaba igual a como la hija la había dejado, según lo que relataba en los papeles. El portero abrió sin problema cuando le dijeron que fueron a comprobar la escena.

El sitio estaba algo revuelto. Desconocía si Diana o María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, la prima cuyo nombre largo apenas podía decir, lo había dejado así. Revisaron habitación por habitación, cajón por cajón y al final no hallaron nada significativo. Lo único destacable era el olor de la comida podrida que no se había tirado. Nada más.

—Realmente decepcionante. —Hojeé el contenido por tercera vez.

Me di por vencido y decidí hablar con los vecinos. Ellos habían escuchado algo caer y se encontraron con la señora Carmen convaleciente como ya sabía.

-Usted debió abrirle la puerta a la señora. ¿Por qué lo hizo? -Le pregunté al portero.

—Estaba muy preocupada por la señora Venturini. Y la señora Murano quería la libreta de direcciones para llamar a su familia.

—¿La vio sacando algo?

—Algunos papeles y una botella pequeña. Dijo que eran suyos.

—¿Hay algo que recuerde en particular?

—Pues no, realmente no. Ella llego un poco después de la ambulancia. Y entonces me pidió entrar al departamento con todo y su caja. Ah, sí. Trajo una caja con ella.

—¿Qué pasó con la caja?

—Se la llevó. No sé qué tenía pero olía algo dulce. Yo supongo que eran masas finas. Venía a comer de vez en cuando con la señora Venturini.

No sonaba como si tuvieran una mala relación completamente. En la última llamada de la hija, dijo que los pagarés eran de un dinero que la señora Venturini le había prestado a su prima para hacer una inversión y que le devolvería más dinero.

Debía querer librarse de la deuda aprovechando la situación.

Solo por si acaso, fui a casa de la señora Murano a hacerle unas preguntas. Ella se encontraba sola. Su esposo estaba en el trabajo y su hijo en la casa de un amigo. Cuando le dije a lo que venía ella amablemente accedió a hablar conmigo y me invitó una taza de té. Estaba algo nervioso, así que en realidad no lo bebí.

—Sí, fue una tragedia. Nadie se lo esperaba.-Ella me miró con pesar.

—Me informaron que tomó algunas cosas de su casa.

—Ah, eso. Ella se negaba a devolverme los pagarés, aunque ya le había pagado. Temía que, si no los tomaba, cuando la familia viniera vendría a pedirme algo que yo ya había devuelto. Ya sabe, ella quería dinero. No me extrañaría que quisiera sonsacarme un poco más viendo mi estatus.

—¿Y la botella?

—Una loción que yo había dejado atrás la última vez que estuve ahí. Ella me pidió hablar conmigo un día antes y yo le entregué el dinero en ese momento. Dijo que me daría los pagarés después porque no recordaba donde los puso. ¿Quién podría saber que pasaría eso?

—Nunca escuché que encontraran dinero.

—La hija debe haberlo tomado. ¿Cree que le diría eso? La gente hace cualquier cosa por dinero. Ya ve usted.

—¿Considera que tenían una buena relación?

—Por supuesto —dijo con confianza.

Me marché después de un realizar un par de preguntas más para interrogar un poco a personas que decían conocer a la señora Murano. De buen carácter, agradable, bondadosa, entre otros adjetivos que ellos utilizaron. En resumen, una mujer ejemplar. Un buen marido, una buena vida. Una comunidad que la apreciaba.

Los detalles que saqué por mi cuenta con este viaje se podían contar con una mano. No era la gran cosa después de todo. La señora Venturini no tenía conflictos con nadie. No había alguien en especial a quien le desagradara y no le desagradaba nadie en particular tampoco. Sonaba más y más como una muerte accidental.

¿Entonces porque seguía sintiendo que algo estaba mal?

Continué haciendo preguntas, aunque no llegué a saber más que lo <<maravillosa>>que era la mujer. Algunas personas incluso exageraban demasiado como si temieran que no me quedara claro. Pero hubo uno en especial que me dijo algo interesante.

—Es una buena mujer. Se lo aseguro. Incluso cuidó de su amiga enferma toda la noche. Es una pena que la pobre haya fallecido.

—¿Quién era esa amiga?

—La señora Gamba.

De eso no había detalles. Regresé de inmediato para ordenar todo, nadie preguntó a donde había ido porque muchos aún no me conocían y mi equipo estaba ocupado con otra cosa. Trataba de recordarme a mí mismo que pensara en frio. Que no debía ver pistas donde no las había, sin embargo, mi escepticismo no cambiaba.

Es decir, sí, la señora Murano estuvo en ambos lugares, pero aunque podría haber tenido un motivo con su prima, hubo testigos y ella no estuvo ahí durante ese día hasta ese momento en que la mujer cayó por las escaleras. Y con la otra mujer, ¿qué motivos tendría? ¿Hizo algo durante la noche? Pero si fuera el caso ¿cómo no lo notó el médico que la atendió?

Me sacudí el cabello con frustración. Culpable o no, no puedes arrestar a alguien sin pruebas. En ese momento, no me había percatado de la mirada extraña que mi compañero me dirigía. Solo lo noté cuando soltó una risilla despectiva.

—¿Qué estás haciendo? —Tomó del café que tenía en la mano mientras se apoyaba en mi escritorio.

—Mira todas estas declaraciones. Es demasiado irreal —dije señalando los papeles—. Demasiados halagos.

—Deja de pensar tonterías —contestó cansado—. Tengo cosas que hacer. No hagas nada tonto.

Se marcho meneando la cabeza en desaprobación. Esta era la primera vez en mi vida que indagaba sobre algo de esta manera. Si él tenía razón y estaba buscando algo que realmente no existía, temía enmarcar a alguien inocente por el simple capricho de cumplir un sueño mío.

Al día siguiente volví a investigar un poco más. Resultaba que Nilda Adelina Gamba se había sentido mal por unos problemas en el hígado que tenía, supuestamente. Me decidí a interrogar también al médico que la había atendido.

—Sí, vino conmigo junto a la señora Murano que se ofreció a cuidarla —respondió con calma después de mi pregunta—. Vino por dolores agudos en el estómago y náuseas. Le di unas pastillas para su hígado. A pesar de eso, empeoró en la noche y murió al día siguiente.

—¿De qué murió?

—Paro cardiaco no traumático, según escuché.

Eso me pareció algo curioso. La Señora Venturini también murió de lo mismo.

—¿Está seguro que eso decía la autopsia?

—No se le realizo una hasta donde yo sé.

—¿Qué?

Eso no era posible. Si no se pidió una autopsia, ¿cómo sabrían que fue muerte por paro cardíaco? Esto no cuadraba, si hubiese habido una autopsia y en ella aparecía algo más, se sabría de inmediato y esta investigación se habría hecho hace mucho.

—El acta de defunción dice la causa de muerte de una persona —respondió al ver mi confusión—, así que no es necesaria si un doctor la firma. No sé quién la habrá firmado, porque yo no fui el último en atenderla, pero si me pidieron que lo hiciera.

—¿Quién?

—La señora Murano.

Tuve que suprimir mi impulso de pedirle al doctor que me firmara algún papel con su declaración. En su lugar, terminé por pedirle que, sin en algún momento se le llamara como testigo, por favor cooperara.

Ya de regreso, pensé en muchas maneras de confirmar cuál fue la causa de la muerte. No podía pedir una autopsia porque el cuerpo ya había sido enterrado y exhumarlos o tener siquiera la intención de hacerlo, requería algo más contundente que un par de coincidencias.

¿Qué podría darme ese poder?

Necesitaba algo. Algo más que uniese a las víctimas además de conocer a la señora Murano y su presencia en el lugar. Si ella lo hizo, ¿cómo lo logró? ¿Cuál fue su modus operandi? ¿Qué otra cosa no estaba viendo?

¿Adónde podía dirigir mis preguntas?

Si bien necesitaba más pistas, ya no tenía de dónde agarrar para formar una imagen y seguir al siguiente paso. Tal vez no lo estaba haciendo bien. Una posibilidad fuerte era haber pasado alguna parte de las declaraciones por alto o no haber interpretado bien algo. Me senté por horas en mi escritorio mirando mis notas una y otra vez. Algo me salté, estaba seguro.

—¿Sigues con eso? —Mi entrometido compañero me molestaba otra vez—. ¿Por qué no lo dejas? Es decir, mírate. Cada que vuelvo a pasar por aquí pareces más desquiciado. —Me señalo la ventana. Ya había oscurecido. Fue cuando me di cuenta que él ya se preparaba para irse—. Tomamos la decisión en conjunto de dejártelo para que te divirtieras un rato, pero te lo estas tomando demasiado enserio.

—Esto es serio. Es una acusación seria de homicidio. Debe de ser bien investigado.

—Si necesitará ser bien investigado, no te lo dejaríamos a ti.

No pude responderle de vuelta. Cuando se dio cuenta que no iba a contestarle, se marchó. Por un segundo creí ver preocupación en sus ojos antes de darse la vuelta, pero debía ser solo mi imaginación. Él solo quería molestarme, nada más.

Al día siguiente, volví a ir a la vivienda de la Señora Venturini. El portero estaba algo sorprendido por verme otra vez, pero me dejó entrar de nuevo de todas formas. No encontré nada de nuevo. Volví a hacerle preguntas a él. Pero me respondió lo mismo. Traté de hacerle ver si se había saltado algo, sin embargo, no funcionó. Intenté lo mismo con los vecinos. También les hice decirme todos y cada uno de los presentes en el lugar. Y a diferencia de antes, fui a tomar declaración de ellos uno por uno.

Ninguno de ellos recordaba con exactitud quienes estuvieron ahí, pero si sabían al menos quien estaba a su lado en ese momento.

Me tomo más de tres días para que alguien me dijera algo diferente. Ese vecino en especial era un tanto indiferente a aquella situación. Solo se había quedado a un lado para observar lo que pasaba como si de un espectáculo se tratase y, por supuesto, vio detalles que los demás no.

—¿Puedes decirme alguna otra cosa? No importa si no crees que tenga importancia. Necesito saberlo todo —pedí después de oír lo que muchas veces ya había escuchado.

—Pues, no sé qué decir. La señora Venturini cuando estaba en el piso tenía ojos irritados y le lloraban mucho. Se asfixiaba y no podía ponerse de pie. Creo que llego a tener señas de querer vomitar.

—¿En serio? —Eso no sonaba como un infarto.

—En cuanto al lugar, no había nadie desconocido. Todos estaban sorprendidos. Todos hablaban de lo que pasaba, chismes más bien. Qué le había pasado, si se tropezó...

—¿Y qué hay de la señora que llegó? —Me referí así a ella porque el hombre no la conocía—. ¿Vio algo peculiar?

—Ella vestía elegante. Traía alhajas costosas. Una caja con masitas finas, reconocería ese olor donde quiera. Estaba bien peinada.

—¿Hizo o dijo algo extraño?

—A mí me extrañó que fuera y pidiera buscar números cuando no hizo ninguna llamada.

—¿Está seguro de eso? ¿Por qué? —Estaba desconcertado.

—Una joven vino a reclamarle al portero sobre eso. La hija de la fallecida, creo. Yo pasaba por ahí en ese momento y me quedé a escuchar.

Realmente me cuestionaba por qué Diana no dijo nada al respecto. Puede que eso fuera lo que la hizo sospechar y sin embargo no lo mencionó.

—No es que sea chismoso pero, si le dijera que no le creí cuando actuó toda preocupada ¿Me creería?

—¿Y porque sería eso?

—Una persona preocupada y angustiada de verdad, no diría palabras tan fuera de lugar como <<No puede ser, es la tercera amiga que se me muere>>.

—¡¿Tercera?! —Perdí la compostura por un momento.

—De eso yo ya no sé.

Además de él, ningún otro me dijo algo diferente o nuevo. Regresé apresurado con esta nueva información. No eran dos, ¿si no tres? ¿Quién? ¿Por qué nadie me había dicho eso hasta ahora? Debía ser alguien de la ciudad a quien Murano conocía. Tenía que ser alguien que hubiera muerto de una manera similar, donde nada aparentara estar mal y, probablemente, la persona estuviera sola...

—¿Adónde vas? —Sentí un fuerte apretón en mi brazo.

Observé con recelo la mano que sostenía mi brazo por encima del codo. Entré en pánico cuando vi de quien se trataba.

—A ningún lado —dije tajante.

—No lo has dejado, ¿verdad? —Apretó su agarre -. ¿Te has visto en un espejo? ¡Te vez horrible! ¿Has dormido?

—No puedo dormir.

—Pues deberías regresar inmediatamente a casa. Eres un desastre —Me soltó por fin.

—Claro.

Pero no hice caso. No tenía tiempo para eso. ¿Y si otra mujer inocente moría? No iba a esperar.

Lelia Elida Formisano de Ayala. Ella era la mujer que habían encontrado muerta y cumplía con el perfil. Igual que antes, no había nada sospechoso cuando revisaron el lugar y ella también había muerto por un paro cardiaco. Me dediqué a interrogar uno por uno a los vecinos.

—Sí, ella estuvo aquí esa vez. Me acuerdo porque nosotros también nos extrañamos de no ver a Lelia —Aseguró una mujer mayor.

—¿Cuándo estuvo aquí?

—La tarde de la última vez que la vimos. Fuimos a buscar a Lelia, pero no contestaba cuando tocamos a la puerta. En eso Yiya vino a buscarla también. Nos explicó cómo trato de consolarla en la mañana por la muerte de su amiga Nilda y que habían quedado de ir al teatro juntas, pero como no llegó, vino a buscarla.

—¿Cómo describiría su comportamiento?

—Qué le digo, su preocupación me pareció muy forzosa. Los demás no lo notaron, pero con mis años una puede saber esas cosas.

Redacté toda la información y la ordené. Tenía que prepararlo para poder presentar toda la evidencia y que la exhumación de los cuerpos fuera posible. Tenía que ser claro en todo y poner mis especulaciones de porqué ella era culpable. Las palabras de mi compañero volvieron a mi cabeza y sin quererlo miré hacia afuera. Otra vez era de noche. ¿Pero eso que tenía de malo? Era normal desvelarse para hacer un trabajo bien ¿verdad?

Con eso en mente me percaté que no lo vi en todo el día. ¿Se habría rendido de molestarme? Al final, terminé por quedarme dormido recargado en el escritorio. Desconocía cuándo había sucumbido al cansancio.

Me desperté cuando sentí como el reporte que había preparado me fue arrebatado de un tirón. Para cuando pude deshacerme de la confusión restante de mi sueño, mi compañero ya me había arrastrado a un rincón apartado agarrándome del cuello de mi camisa.

—¿Eres estúpido? —Agitó el reporte en mi cara—. ¿Cuándo fue la última vez que comiste? ¿No crees que te estás esforzando demasiado? Me enteré que te pasaste horas haciendo interrogatorios.

—Entrégamelo —ordené como pude, estaba agotado física y mentalmente.

—¿Aún sigues con eso? —Su mirada me hizo pensar que me golpearía en la cara en cualquier momento.

—Era necesario, descubrí muchas cosas y podrían resolver todo el asunto ¡Así que entrégamelo!

Lo vi dudar. Hojeó el contenido con detenimiento y luego me miró.

—¿Estás por completo seguro que realmente es homicidio?

—Completamente.

Se quedó callado por unos minutos, observándome a mí y luego a los papeles en su mano.

—Está bien, sigue. Pero promete que en cuanto termines con tu parte dejarás esto a los demás.

Me sentía mal por él. Sentía que en verdad se estaba preocupando, esa vez lo noté. Pero exageraba, yo estaba bien. A lo largo de ese día, en el que me volvieron a pedir hacer de nuevo reportes, el fiscal me aviso que pediría la exhumación.

Tiempo después, sin que ninguno de mis compañeros se enterara, conseguí los resultados del forense. Me salté las partes que hablaba de cosas técnicas y me fui directo a las conclusiones. Y el resultado fue: envenenamiento por cianuro alcalino.

Fue asesinato.

Lo tenía. ¡Lo tenía!

¡Era un verdadero asesinato!

Pero, ¿cómo era que el cianuro había terminado en su sistema? ¿Qué era lo que estas tres mujeres tenían en común que podría causar su muerte? Envenenamiento... ¿Era eso? En todas las escenas había comida y en todos los casos ellas habían comido con Murano. ¿Las envenenó con comida? No lo creía posible. Habían comido cosas diferentes. ¿De qué otra forma podrían consumirlo? ¿Qué otra cosa tenían en común? ¿Qué había en común en su comida?

El té.

Sentí un escalofrió recorrer mi espalda cuando recordé cómo me ofreció té.

Agregué la nueva información al nuevo reporte que entregaría pronto. Entonces fui a la casa de la asesina junto con un par de policías. Yo no debía estar ahí, lo sabía. Por otro lado, me moría de ganas de ver la expresión de la persona que había estado investigando cuando fuera detenida.

Ella se encontraba con su esposo y su hijo de 13 años. Su esposo discutió asegurando que debía tratarse de un error. Su esposa era una buena mujer a la que todos querían y no necesitaba hacer cosas malas por dinero. Él era quien le daba siempre un gran sustento por su trabajo de abogado. Su hijo, en cambio, no dijo una sola palabra. Solo miró en silencio cómo estaban a punto de llevarse a esa mujer que su padre tanto defendía.

Ella, con toda tranquilidad y convencida de que era solo un error de simples malentendidos, pidió algo de tiempo para arreglarse.

Ya de regreso me alisté para interrogarla. Esa era la única vez que podría hacerlo. La única. Antes de que alguien viniera; sabía que después nunca tendría otra oportunidad. Y saber eso me descomponía. Quería saber la verdad, necesitaba saberlo.

Le dije que yo era la persona quien se encargaría, como las otras veces, tratando de aparentar naturalidad. Le dije todas mis sospechas. De qué se le acusaba y porqué la habían traído.

—Eso es absurdo —aseguró incrédula—. Debe de haber algún tipo de error. Ha sido una desgracia haber perdido a mis tres amigas, pero eso no significa que tenga algo que ver con su muerte.

—Señora Murano, ¿entiende realmente la situación en la que se encuentra? No estoy pidiendo que se declare culpable, quiero que me diga los detalles para poder procesarla.

—Pero no hay forma que yo haga algo como eso cuando no tengo nada que admitir. Puede preguntar a cualquiera que me conozca, yo sería incapaz de hacer una cosa así.

Por supuesto, una declaración de inocencia como esa no era suficiente para mí. Fue por eso que le presenté los hechos. En el momento en que termine de hablar, ella me miró como si viera a un niño ingenuo que no sabía lo que decía.

—Lo sabía. Es realmente un malentendido. —Sonrió aliviada—. Es verdad que comí con Nilda, pero no hice nada malo. Nilda tenía problemas con su hígado e incluso el médico le dio unas pastillas para eso. Estoy segura que debe haber sido error del médico. Yo como buena amiga, decidí cuidarla cuando la vi convaleciente.

—¿Qué pasó con Lelia Formisano? ¿También dirá que es un error?

—Por supuesto que lo es. Pasé tiempo con Lelia para tranquilizarla por la muerte de Nilda e incluso habíamos quedado de vernos para ir al teatro y relajarnos. Pero cuando fui a buscarla, Lelia nunca respondió así que me marché después de un rato.

—Entonces, ¿también dirá que su prima murió por casualidad?

—Usted también sabe que soy inocente. No entiendo por qué me tienen aquí.

—Solo diga lo que ocurrió.-Estaba empezando a perder la paciencia.

—Simplemente quería pasar el rato con mi familiar y devolverle el dinero que le debía. Razón por la cual yo tenía esos pagarés. Desconozco porqué el portero querría hacerme daño. Aunque no sería la primera vez que un hombre hace locuras para llamar mi atención. —Rio en apariencias tímida y me dirigió una mirada de complicidad. Tomó todo de mí para no hacer algo estúpido.

Hice lo posible por tranquilizarme. Me di la vuelta para que ella no pudiera verme respirar un par de veces.

—Encontramos que fueron envenenadas por cianuro. ¿Cómo lo hizo?

—Eso es aún más ridículo. Yo no sé cocinar. Mucho menos hacer algo envenenado y que no se note. Eso no fue obra mía. Esto no es más que una difamación a mi persona.

—¿Por qué esta tan segura que alguien la acusaría? ¿Hay alguien que tenga razones para hacerlo?

—Por supuesto que no. Soy una mujer madura y con clase. No hay nadie que disguste de mí.

El tiempo pasó. No llegué a conocer más de lo que ya sabía o sospechaba. Ya no podía retrasarlo más. Agregué todo y salí de ahí dejándola sola.

A pesar de mis intentos, no pude alejarme más de diez metros antes de que todo se desdibujara ante mí. Fue ahí cuando recordé la pregunta que me habían hecho. ¿Cuándo exactamente fue la última vez que comí? En realidad no lo recordaba. ¿Cuándo fue la última vez que dormí bien? Antes de que empezara con las investigaciones.

Lo último que podía recordar antes de caer inconsciente era la voz de alguien diciendo << ¡Este idiota!>>

Estaban dando la noticia de que Yiya Murano había sido encontrada culpable por homicidio múltiple, por el asesinato de tres mujeres y enviada a prisión.

No me sorprendió que no dijeran su nombre completo. Los medios debieron creer que ese pegaba más. Sin contar que su primer apellido era el de una familia de renombre; debieron querer ocultarlo. Me sentí algo mal por el niño y aquel pobre hombre que serían marcados por el resto de sus vidas.

Mencionaron los hechos que yo ya conocía con algunos detalles más a los que no les encontré importancia. Mencionaron a las personas responsables y cómo se suponía que habían dado con todo.

—Apaga eso. —Mi compañero, ahora amigo mío, me riño—. Terminaste por quedar en esta cama de hospital y todavía tienes el descaro de seguir preocupándote por eso. Si sabías que tienes problemas de ansiedad, ¿por qué decidiste entrar en esto?

—Creí que podría manejarlo.

—Qué bien lo manejaste. —Señaló el catéter en el dorso de mi mano—. Lo manejaste tan bien que ahora tienes un caso lig­­­ero de anemia.

Observé durante un rato la petición de transferencia en mi regazo. Este asunto fue el que me hizo darme cuenta que era mejor para mi salud tener un trabajo más tranquilo; en expedientes estaría mejor.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top