VEINTIUNO
Juegos de Rosa (I)
Los Juegos de Rosa, como su nombre lo decía, tenían su base en los innumerables rosales que adornaban los jardines de la reina de Belenus desde hacía generaciones y tenían lugar durante una semana; en ellos, se esperaba que su majestad pusiera a prueba el ingenio de los nobles y el suyo propio al organizar juegos que fueran dignos de recordarse. Además, también se lo consideraba como el lugar justo para encontrar el amor.
Las parejas se veían por todos lados, conversaban a una distancia adecuada y se echaban miradas más o menos sugerentes, mientras que las manos hacían gestos disimulados. Manos enlazadas, estoy comprometido; manos superpuestas sobre el vientre, estoy viendo a alguien; manos enlazadas bajo el pecho, estoy interesado; entre muchos otros. Sonreí al percatarme de todos estos movimientos; pensé que nunca necesitaría estar atenta a ellos porque se consideraba una práctica casi exclusiva de la capital y yo nunca iba, pero aquí estaba.
Respondí a los saludos de quienes se me acercaron y me despedí con rapidez, lo correcto era que diera mis saludos a su majestad ni bien llegara, pero me había entretenido un poco; así que caminé directo al lugar en donde la reina se encontraba sentada junto a sus damas y le hice una reverencia.
—Que Velsa le sea propicio, su majestad.
—Que Velsa te sea propicio a ti también, Georgeana. ¡Qué agradable verte! —Llena de simpatía, la reina me miró y tendió su mano hacia mí en señal de que ya podía levantarme—. Escuché que no te encontrabas muy bien, pero me alegra ver que son rumores.
—Me temo que no estoy habituada a la vida de Eirán, pero me encuentro muy bien, gracias por sus palabras. —Ignoré la espina en sus palabras y respondí con calma pese a que mi espalda se sentía tensa. No sabía si era el hecho de estar frente a la mujer más importante del reino o si eran las cosas que ella había escrito en el diario, pero, en definitiva, Celestine Queenie me ponía los pelos de punta.
—¡Todo es culpa de tu padre por no traerte! Estoy segura de que Elina y tú se habrían llevado de maravilla si tan solo se conocieran antes. —Ante sus palabras, por fin me di cuenta de la silenciosa presencia junto a ella; rubia y bonita, Elina Aila Kallen, era como una muñeca preciosa.
—Saludos a su alteza real, lamento mi descuido. —Me incliné en su dirección y me cuestioné su falta de presencia, ¿quizás su madre era demasiado avasallante?
—No tiene de qué preocuparse, señorita Fern. Qué bueno verla. —Asintió con una sonrisa y no agregó más nada.
—Elina es demasiado tímida. —Suspiró su majestad antes de volver su atención hacia mí una vez más—. Ya que esta aquí y son sus primeros juegos, ¿quiere unirse a mí?
—Sería un honor. —Evité mirar al grupo que la rodeaba y di mi beneplácito a la sugerencia porque, aunque ella me ponía nerviosa, mi objetivo estaba sentada justo a su lado y me era imperioso ver lo que sucedía.
La carta de Killian decía que quien mantenía un romance era el marqués de Gorm y que últimamente había recibido amenazas de descubrir su aventura y era lógico pensar que la primera persona a la que se informaría de la misma, sería la marquesa; la otra posibilidad era que fuera algún enemigo político. Por el momento, tenía acceso inmediato a su esposa.
Tomé asiento en cuanto una doncella acercó una silla y le sonreí a las demás mujeres; allí había una amplia selección de edades, desde damas de edad avanzada, hasta pequeñas y pequeños que retozaban en los brazos de sus madres. Si no fuera que cada una de ellas ocultaba una daga en la lengua, hubiera sido un paisaje bueno de ver.
Percibí algunas miradas que se posaban sobre mí de aquellos que se habían acercado primero a hablarme y me di cuenta de que sin quererlo había caído en una posición incómoda; aunque el objeto de mí interés estaba aquí y por fuerza necesitaba estar cerca, también me había puesto en la mira al tomar un lugar cerca de su majestad. No sabía cómo había sido con otras recién llegadas, pero al ver que todas las caras que me rodeaban eran de figuras influyentes dentro o fuera de la corte, adiviné que yo era la resaltaba aquí como si no tuviera puesto nada.
Acepté el té que me tendió una doncella con la cabeza gacha y asentí a modo de agradecimiento; aparte de los que me miraban fuera de este pequeño círculo, también estaban las miradas de quienes estaban dentro. Me observaban con expresión amable o desinteresada, fingían que no lo hacían, pero tenían la crítica más dura entre los labios, preparada para salir en algún comentario ingenioso; por esto no me agradaban mucho los eventos de este tipo, tenía que pensar demasiado lo que iba a decir, lo que no, y lo que tendría que dejar para entendidos. Cada reunión era un gran tablero de ajedrez en donde cada una protegía desesperadamente sus fichas sin tener en cuenta que era una en manos de alguien más.
Su majestad Celestine me hacía sentir de esta forma, aunque sonriera como una ayudante de Velsa, me daban escalofríos tan pronto como obtenía su atención.
Bebí un sorbo de té y puse en práctica todo lo que mi maestra de etiqueta me había enseñado como si de eso dependiera mi vida; podía decirse que sí lo hacía, después de todo, una muerte social era mucho peor de la muerte misma aquí. Relajé los hombros, saboreé el gusto persistente de las rosas que quedó en mi boca, ligeramente endulzado con algo de miel y expresé mi agrado con un comentario muy breve que fue secundado por las demás.
Aquí la regla era estar de acuerdo con todo y halagar cualquier cosa que la reina considerara bueno.
—La señorita Fern tiene buen gusto. —Para mi sorpresa, quien me habló era la persona en la que estaba interesada.
—Me estima demasiado, es el buen gusto de su majestad.
La sonrisa de la mujer se profundizó un poco y las demás también se sumaron a la conversación con uno que otro comentario; aquellas que ostentan una edad bastante avanzada dijeron que cuando eran niñas el té aún no existía en nuestra tierra y que era común compartir vino aguado, cerveza, sidras o hidromiel.
Aproveché este momento en que todas parecían muy absortas en comentar sobre las virtudes y desventajas de cada bebida para poder mirar a mi alrededor. Había muchas miradas sobre nosotras, muchas miradas que no se sabía si eran para todas o si eran para una persona en particular, lo cual me dejaba con una pérdida.
—Todavía recuerdo bien la época después de mi boda, nunca bebí tanto hidromiel como en aquél entonces*. —Una mujer que no llegaba a los cuarenta años y que había reconocido como la condesa de Nell, se rio llena de complicidad.
—Mi esposo y yo también lo hicimos, de hecho, todavía acostumbramos hacerlo a pesar de que Velsa ya ha sido muy benéfico con nosotros. —La marquesa de Gorm, Melissa, sonrió con mayor moderación y un muy pálido rosa me subió a las mejillas; era tan tenue que si no le estuviera prestando atención, no habría sido capaz de notarlo.
Ese era el rostro de una mujer enamorada.
Fruncí ligeramente el ceño, tan rápido que nadie lo notó, pero mi disgusto con el marqués, a quién hasta entonces ni siquiera consideraba importante; había estado muy centrada en el hecho de que tenía que conseguir la información para poder concretar el trato con Killian como se debía y había ignorado el hecho de que sus acciones me parecían detestables.
—¿Se encuentra bien? —La reina se dirigió a mí, que por un segundo me había perdido en mis pensamientos—. Me temo que la aburrimos con estas cosas.
—¡En lo absoluto! —Me apresuré a negar y miré a la marquesa—. Solo pensaba en lo buena que es la relación de sus señorías.
—¡Oh! No era así al principio, después de todo, nos conocimos el día de la boda. —Me sonrió—. Es una suerte que ahora los compromisos sean más largos y haya menos restricciones para ustedes, los jóvenes.
Afirmé un par de veces con la cabeza y el comentario pareció perderse en el flujo de la conversación, pero así como yo había detenido mis pensamientos en sus palabras, hubo otros quienes también se quedaron callados durante un tiempo.
Le presté atención a esas personas y tomé nota de sus nombres; aunque Buffy había sido detenida en la entrada junto con las demás doncellas, yo tenía una idea de quién era cada persona y me sorprendió encontrar que varias jóvenes muy habladoras hasta entonces, guardaban silencio.
Una era la princesa, que en realidad no pertenecía a las habladoras, pero que había hecho algún que otro comentario; otra era una joven condesa y la otra era la hija ya casada de la marquesa, que sostenía a su hijo entre los brazos. Al igual que su madre, era bonita y elegante, y parecía haber perdido el interés en la conversación en pro de su bebé.
—Bueno, hemos conversado suficiente. —Un suave aplauso detuvo el intercambio entre las presentes y su majestad habló—: Es hora de comenzar los juegos e integrar a los hombres, que muy relegados están allí.
Giré en dirección a donde indicaba y comprobé que, en efecto, aparte de aquellos que conversaban con alguna joven o le hacía compañía a su pareja, los demás se habían juntado en un punto del jardín y mantenían su propio círculo; entre ellos no me sorprendió ver a mi primo y también a su señoría Dominik Sterling.
No me sorprendió no ver a Abi o a mi tía, pues la primera estaba indispuesta y la segunda no quería dejarla sola; pero estaba tranquila luego de haber pasado a verla y comprobar que solo era un poco de incomodidad en el estómago.
—Muy bien, mis queridos asistentes, gracias por honrar estos juegos con su amable presencia y mucho me gustaría que sigamos solo conversando bajo el agradable sol, pero es un día de juegos y no podemos dejar que la luz se nos escape. —La reina se incorporó de su asiento y miró a todos aquellos que la rodeaban y que se medio incorporaron para no superar su altura—. El primer juego se ha decidido.
Todos pusimos atención luego de que se quedara callada y de que su mirada repasara a todos los presentes.
—Dentro del jardín de rosas rojas hay una única rosa blanca escondida, quien la encuentre primero mandará el próximo juego… no hay reglas, quien primero me traiga la rosa, será el ganador indiscutible.
Fue como si todos hubieran recibido un golpe de energía, porque ni bien su majestad se sentó, todos comenzaron a moverse en dirección a los arbustos de rosas y yo no fui la excepción, no porque me interesara la rosa o ser la que oficiara el próximo juego, sino porque tenía que seguir mirando a ver qué podía sacar de lo que veía.
—Señorita Fern. —Me detuve y volteé a ver a la persona que me llamaba; no me sorprendió que fuera Dominik Sterling.
—Su señoría. —Le ofrecí una leve inclinación de cabeza a modo de saludo y acepté su pedido para acompañarme.
—No la he visto desde el baile, ¿se encuentra bien?
—Como puede ver, perfectamente. —Sonreí por reflejo, pero no le estaba prestando atención.
—Eso es bueno, me preocupaba no haberla visto más por el taller de su señoría Graham. Hay nuevos ejemplares.
—¿Sí? ¿Qué ejemplares? —Levemente interesada, accedí a darle un poco de mi atención sin descuidar la figura de la marquesa, seguida por un pequeño círculo de damas; era evidente su influencia en el círculo pese a que no se mostrara mucho.
—Bueno, últimamente hay un tipo de obras muy populares entre el público común. —Con una sonrisa pequeñita, que apenas le curvaba los labios, se tocó el puente de la nariz.
Lo miré a la espera de que siguiera y me di cuenta de que probablemente no era el tipo de obra mejor vista.
—Son historias hechas para un público femenino.
—¡Oh! Bueno, parece que su señoría tiene gustos amplios.
—Las encuentro bastante divertidas.
Mientras caminábamos, de vez en cuando nos deteníamos a ver entre los rosales si había alguna rosa que desentonase, aunque con evidente desinterés.
—¿No quiere la rosa? —pregunté.
—Me temo que los juegos en los que puedo pensar no serán del agrado de los demás.
—¿Qué juegos propondría? —Observé que la marquesa había reunido a un grupo todavía mayor que antes y que entre ellos, varios jóvenes la seguían con atención.
¿Algún joven enamorado había descubierto la infidelidad del marqués y quería extorsionarlo? No parecía muy probable, pero tampoco podía descartarlo.
—Bueno, ajedrez, damas, cartas… como dije, nada del interés general.
—Son juegos para pensar. —Afirmé y coincidí en que no serían juegos adecuados para ahora.
—También podría pensar en fútbol y tenis*, pero me temo que no sería tan agradable de ver… creo que todavía resiento los golpes del año anterior. De hecho, tuve una fractura en el brazo.
Me volví hacia él al verlo reírse y no pude evitar curvar un poco los labios también; el conde parecía muy despreocupado y ella parecía tener la misma opinión, pero no parecía suficiente.
«¿Este hombre era mi esposo?», me pregunté en mi mente y tuve que admitir que parecía una persona agradable con la cual vivir; sin embargo, a la Georgeana del diario ya le habían robado el corazón.
¿Su alteza Vaden era tan bueno como lo describía?
—¿Señorita? —La voz de Domink me sacó de mis pensamientos y me obligué a sonreír; me dolía un poco el pecho.
—Lo siento, me distraje —respondí y me sorprendió un poco ver su mirada sonriente, porque guardaba una especie de aprecio agradable; era como cuando veías a un niño jugar, había algo de inocente afecto allí.
—Si la señorita no…
Presté atención a lo que diría a continuación, pero no pude oírlo, puesto que un vocero hizo sonar la trompeta. La rosa había sido encontrada y estaba en manos de un joven de sonrisa traviesa.
No alcance a escuchar lo que se decía desde donde estaba, pero pareció ser que lo que fuera que dijo fue del agrado de su majestad, quién dejó salir una sonora carcajada; y para cuando llegué, solo obtuve un retazo de la conversación.
—...aunque me encantaría hacerlo más grande, solo lo permitiré a aquellos que no están casados.
Mi corazón dio un vuelco a pesar de no saber de qué se trataba.
—Aquí el joven Finn tuvo una idea ingeniosa que sé les será agradable. Cada persona que no esté casada, se pondrá en una fila, hombres y mujeres intercalados y espalda con espalda y se irán rotando por turno. ¿Será que quiere seguir explicando, joven?
—Sí, su majestad. —El chico dio un paso adelante y como si le hiciera honra a una reputación que yo no conocía pero imaginaba, hizo una reverencia seguida de una sonrisa seductora antes de hablar—: Primero les voy a pedir que hagan lo que su majestad dijo hace un momento, no se permite no jugar a menos que quieran un castigo.
Miré a su señoría y vi su cara confusa antes de que sus labios se volvieran una línea y me diera paso. Solo entonces me di cuenta de que los sirvientes del palacios estaban disponiendo las parejas una por una; a mí me pusieron de espaldas a un muchacho alto y rubio que no reconocí.
—Muy bien. —Asintió conforme el susodicho Finn, que para entonces me caía muy mal, y continuó— Porque reconozco los inocentes deseos de los presentes, seré su mediador el día de hoy para que encuentren el amor; por eso, jugaremos a algo interesante: cada vez que suene la campana, cada persona deberá voltearse hacia un lado, si su pareja voltea hacia el mismo… se darán un beso. ¿No es divertido?
Oí su risa y me sentí disgustada. No quería jugar, pero tenía que hacerlo, no fuera que el castigo fuera aún peor.
Escuché el sonido de la trompeta y mi corazón se alteró. Tenía que decidir rápidamente a qué lado voltear.
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*En los siglos XV y XVI existía una tradición entre las parejas recién casadas, las cuales debían tomar hidromiel durante un ciclo lunar completo tras la boda para traer al mundo un hijo varón. La actual expresión, ‘luna de miel’, proviene de ahí. La práctica más habitual era compartir las copas y recipientes donde se bebía.
*El fútbol y el tenis no difieren demasiado a los actuales, salvo que eran mucho más belicosos y reservados solo a los hombres.
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Hola, fées! Acá con el cap. de hoy, que en realidad es la mitad, pero no se me esponjen que el jueves les subo la segunda parte, para que no me peguen.
Nos leemos prontito y me dicen qué les pareció.
Gracias por leer y no se olviden de seguirme en mis redes sociales para ver adelantos, cositas graciosas y estar al tanto de la información importante de las novelas.
Flor~
PD: No revisé el cap. así que puede tener errores.
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