VEINTIDÓS
Juegos de rosa (II)
No tuve tiempo para pensarlo mucho, con un movimiento rápido, volteé hacia la izquierda y suspiré aliviada al comprobar que mi compañero designado se giró a la derecha. Le ofrecí una sonrisa amigable a su gesto decepcionado y me pregunté si había algo emocionante en besar a una desconocida. ¿O lo emocionante estaba en mi condición?
Di una rápida mirada hacia el lugar en donde la reina, rodeada de sus damas, se encontraba sentada; ni siquiera estaba observando bien lo que sucedía, pero se la notaba radiante. La princesa había desaparecido del lugar, pero no estaba entre los participantes del juego; no sabía si había sido inteligente y se había retirado tan pronto como oyó lo que dijo el joven al que se le ocurrió este nefasto juego o si el privilegio de su estado le había permitido escapar.
Suspiré y traté de negarme en cuanto intentaron emparejarme de nuevo, a lo cual recibí una advertencia del susodicho Finn, quien abandonó su puesto como supervisor del juego.
—Señorita Fern —con una sonrisa de depredador que hasta escalofríos me causó, me preguntó—: ¿Hay algún problema?
—Me gustaría retirarme del juego —resuelta a que el castigo no podría ser peor que esto, aunque poco antes me había negado, respondí.
—¿Por qué? ¿No le agrada?
Su expresión que parecía indicar que se sentía apenado y preocupado, se contradecía con el brillo malicioso de sus ojos; por supuesto, este brillo era muy particular y me vaticinaba cosas desagradables dentro del juego.
—No estoy interesada en conocer ningún amor. —Sonreí medio incómoda y sin poder manifestar abiertamente mi disgusto.
—¿Oh? —Arqueó una ceja y su mirada se desvió hacia el mismo lugar que yo había mirado con anterioridad; sin embargo, como si fuera una ilusión, su atención volvió a mí—. Pero no quisiera castigarla.
«Pues no lo haga», repliqué en mi mente.
—¿Cuál sería el castigo? —pregunté, consciente de que ya estábamos llamando la atención de los demás y que tenía que acelerar el asunto y concluirlo.
—Una vuelta al jardín en ropa interior.
No me hizo falta indagar en el asunto para descubrir que no era ninguna broma y que si me negaba a seguir jugando, tendría que cumplir con el castigo de una u otra forma; si bien pensé que les sería difícil quitarme el vestido contra mi voluntad, tampoco creí bueno causar un escándalo de semejante magnitud en los juegos organizados por la reina.
—¿Seguirá jugando?
Asentí, porque no tenía ninguna buena palabra qué decirle y sollocé un poco interiormente porque me arrepentí de no haber tomado la iniciativa de desaparecer lo más rápido posible; me regañé por no prever lo extraña que podía ser la gente de la capital y que no podría juzgarlos con mi propia mentalidad. Resentí que no fuera Dominik Sterling quien encontrara la rosa, porque habría jugado mil partidos de cartas sin queja alguna.
Me acomodé detrás de otro compañero y esperé ansiosa a que sonara la trompeta; cuando lo hizo, elegí una vez más la izquierda y me alegré al comprobar que me había salvado. Sonreí, quizá más animada de lo que debería al joven que se inclinó frente a mí y volví una vez más al flujo de juego.
Más de uno que había coincidido ahora se encontraba con el rostro sonrojado y sonriente, mientras que otros estaban pálidos; era un juego insidioso, pero nadie podía manifestarse demasiado en contra luego de que su majestad hubiera dado su valoración positiva.
Fruncí el ceño, amargada con esta mujer y pensé que mi situación era más complicada que la de nadie en este lugar; pues era sabido que había un compromiso en puerta, pero a la vez no estaba decretado. Me había sentado junto a su majestad, recibido su cortesía y aparente benevolencia; pero aquí estaba, bajo su mirada divertida y aparente descuido, con la sensación de que en el momento en que me volteara mal, sería juzgada como alguien indecente, indecorosa e infiel.
Las comisuras de mis labios temblaron en cuanto maravillosas características sobre mí misma que no quisiera escuchar en boca de nadie se enfilaron una tras otra en mi cabeza y llegué a la conclusión de que, si lo que ella había escrito era cierto y Celestine Queenie era tan poco aficionada a su alteza Vaden, esto no era más que una pequeña muestra de su supuesto poder.
¿Era bonito hacerle la vida difícil a la prometida de su hijastro con una sonrisa inocente? Quería pedirle que fuera un poco menos insoportable y que si no le gustaba la unión, bien podría soplar en el oído de quién dormía junto a ella. Yo era una pieza inocente en el juego.
Miré un poco más a mi alrededor y miré hacia las demás parejas; los rostros pálidos buscaban afanosamente entre la multitud a otros. No era la única que se sentía perjudicada, puesto que el juego sol eximía a los que estaban casados y no a los que se encontraban comprometidos; era un malestar desagradable tener que besar a otro, cuando ya había alguien con quien querías estar.
«Pero tú no quieres estar con nadie», rebatí mis propias palabras y me dije que mi caso era diferente. Mi reputación era la de su alteza, incluso si no se había presentado o formalizado nada conmigo.
Un nuevo toque de la trompeta y me volteé, esta vez hacia la derecha. Una vez más, estaba a salvo.
Suspiré y apreté y relajé los puños con disimulo. Sabía hacia dónde girar porque lo sentía, no era intuición, era un toque cálido en mis dedos que iba y venía, unas ligeras cosquillas que bajaban por mi brazo y acababan en la punta de mis manos; sea lo que fuere, me sentí agradecida. Mientras pudiera pasar a salvo este juego, podría buscar una excusa y retirarme.
La marquesa, como era establecido, no había participado del juego, pero miraba con interés lo que pasaba frente a ella; ni siquiera charlaba con su majestad, solo sonreía mientras sus ojos nos recorrían uno por uno. Era difícil observar más de cerca a quienes la rodeaban de esta forma y esto también se convirtió en una especie de molestia, pues si quería descubrir algo, tendría que volver al día siguiente, sin la certeza de que no ocurriera algo como lo de hoy.
Me tragué la amargura y el resentimiento contra este chico Finn, a quien seguía sin identificar, y aproveché los segundos para buscar a Noah sin éxito; había muchas personas.
Pasé con éxito por tres parejas más y sonreí con un poco más de sinceridad al ver que anunciaban el último cambio. Dejé que me acomodaran contra la espalda de mi siguiente pareja y eché una mirada rápida sin ver a nadie alrededor de mi objetivo, más que su hija, quien seguía jugueteando con el bebé en su regazo; parecía tan desinteresada en todo.
—Está distraída, señorita.
Di un pequeño respingo en cuanto escuché la voz de un hombre a mi espaldas y me volteé apenas, solo para ver el perfil del conde Kenneth, medio sonriente. Le devolví la sonrisa a su gesto divertido y por alguna razón aflojé un poco los hombros.
—Señoría.
—Dominik está bien. —Sonrió un poco más y vi, por el rabillo del ojo, las marcas en su rostro provocadas por la pronunciada curva de sus labios—. ¿Verdad que le dije que mis juegos no eran apropiados?
—Los hubiera preferido —respondí antes de siquiera pensar y como contestación recibí una carcajada sofocada. El conde, con una mano sobre su boca, se volteó un poco más hacia mí y dejó al descubierto sus ojos azules, más claros ante el reflejo del sol.
—Debimos escapar a tiempo, señorita. —Asintió un par de veces y le di la razón con pesadez, no es que no lo hubiera pensado.
El sonido de la trompeta volvió a sonar y me acomodé rápidamente. Esperé sentir lo mismo que antes, ese cosquilleo de advertencia, esa señal que me había salvado antes, pero ahora no sentí nada. El ritmo de mis latidos comenzó a aumentar y me di cuenta, cuando los demás empezaron a darse la vuelta, de que yo también tenía que hacerlo; me quedé dura por un segundo antes de tomar una decisión y elegí, al igual que al principio, izquierda.
—Señorita Fern.
Escuché la voz del conde al llamarme; no me había dado cuenta de que cerré los ojos. Los abrí y me encontré casi de frente con él; había elegido mal. Pestañeé un par de veces y aguante el malestar que nacía desde mi estómago, así como la sensación de mareo que me había embargado al ver mi elección. Me sentí exagerada a la vez que descompuesta y admití, con creciente miedo, que mi compostura se tambaleaba de un hilo.
No quería besarlo.
Abrí la boca e intenté decir algo, cualquier cosa, pero no me salió nada y él, que me miraba, pareció percibir mi incomodidad.
—¿Me permite? —Dominik dio unos pasos hasta posicionarse bien frente a mí, que aún seguía a medio voltear y me sonrió sin atisbo de maldad, travesura o picardía; más bien, como antes, tenía una mirada muy agradable.
Tragué saliva, me dije que esto era parte del juego y asentí; pero lo que yo esperaba no sucedió.
La mano del conde se acercó a la mía y con una profunda reverencia, la más formal de todas, se la llevó a los labios. El calor me subió a las mejillas al ver su cabeza, llena de lacios mechones claros, inclinada frente a mí; no podía ver su expresión, pero podía sentir la calidez de su boca contra mi piel. Los segundos en que permanecíamos en contacto se alargaban cada vez más y mientras los besos de los demás ya había concluido, el nuestro, que cumplía con el requisito del juego, pero que a la vez explotaba las implicancias del mismo, seguía.
—¿Señoría? —llamé, avergonzada.
Domink levantó la cabeza entonces y el calor ardiente sobre mis dedos desapareció, pero me quedó la sensación, al igual que la primera vez que nos encontramos. Su beso parecía persistir sobre mi piel.
—Hemos cumplido. —Se rio y la curva de su boca borró cualquier otra cosa que pudiera pensar—. Espero que no piense mal de mí, no quería ponerla en una situación incómoda.
Me apresuré a negar con la cabeza y observé la claridad de sus ojos, que me observaban con una nota de preocupación.
—No, en lo absoluto... se lo agradezco mucho.
El resto de la tarde pasó sin mayor contratiempo, pero la pregunta de por qué había fallado al girar, así como mi vigilancia hacia los movimientos de la reina, no me habían permitido relajarme en lo más mínimo. Conversé una vez más con la marquesa e intenté captar lo más posible de las conversaciones, pero al final, no pude encontrar nada de aparente valor.
Regresé a la mansión sintiéndome particularmente derrotada.
Me presioné el puente de la nariz en cuanto pude sentarme frente al escritorio y me dije que no tenía caso seguir pensando en el juego o en las intenciones de la reina, pues la incomodidad de saberme en su mira me ponía mucho más nerviosa. Buffy no se había atrevido a decir nada luego de encontrarse conmigo fuera del jardín de rosas y yo no dije mucho más.
«¿Qué dirá ese hombre si no puedo completar la tarea que me dio?»
Froté mis manos con incomodidad y elegí borrar de mi mente aquel beso para darle prioridad a lo que me importaba. Pensé en la marquesa y en aquellos que la seguían, en quiénes la habían mirado de más y llegué a la conclusión de que era poco probable que alguna de esas mujeres tuvieran algo que ver con lo que le pasaba al marqués; sin embargo, no podía descartar nada.
—Esto era más complicado de lo que creí.
Era el primer día de los juegos y ya no quería asistir más, puesto que no sabía si había otro loco con un juego peor en mente y, no obstante, tenía que seguir asistiendo si quería ver a la marquesa.
—¿Quizá la persona no es del círculo?
Me levanté de mi asiento, di una vuelta por la habitación mientras pensaba y me di cuenta de que había omitido un pequeño detalle. No sabía quién era la amante del marqués.
Chasqueé la lengua y me reí sin gracia.
Ese infame de Killian Drostan me había dado un nombre y una situación y nada más. No sabía nada y eso, por sí mismo, era un error. Hoy no estaba preparada, pero mañana, aunque me pesara, asistiría a los juegos y lo haría mejor.
Ignoré la incomodidad y me volví a frotar las manos. Mañana, quizá no hubiera un Dominik Sterling dispuesto a salvarme.
—Pero Georgeana Fern nunca ha necesitado que la salven.
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4 de septiembre de 2023
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Hola, Fées! El cap. de hoy. Quería hacer una aclaración, porque me olvidé de poner el asterisco junto al castigo por el juego. Como estos juegos de rosa están inspirados en los juegos de la corte inglesa de Isabel I, quiero comentarles que el castigo pudo ser peor, era una época bastante rara y los nobles hacían cosas raras, valga la redundancia. No era una época tan puritana como se pudo pensar y la corte era un rejunte de indecencias, andar en ropa interior no era algo descabellado para un juego.
Terminado de aclarar eso, les agradezco mucho su paciencia. Nos leemos el lunes que viene ♥
Flor~
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