DOS

Cuando el carruaje se detuvo frente a una mansión de apariencia imponente, lo primero que escuché fue un gritito emocionado:

—¡Hermano!

La mitad de mi cuerpo colgaba entre el primer escalón de mi transporte y el suelo, mientras que mi cabeza, que antes miraba al hombre que me tendía la mano para bajar, se giró en la dirección por la cual una mujer se acercaba a paso apresurado con un tintineante juego de llaves en la mano. A un lado, una sirvienta le alumbraba el camino.

—¡Que viejo te ves! —Papá respingó en su lugar y yo miré a la señora con un toque de sorpresa.

Bajo la luz, su cabello claro brillaba y la sonrisa asentada sobre su rostro fue más fuerte que sus palabras. Quise buscar una palabra para describir su belleza; pero en la oscuridad, me provocaba más miedo que admiración y no pude evitar mirar a mi alrededor, el chillido de antes aún permanecía en mi cabeza.

—Como siempre, la cortesía no es tu fuerte. —Sin mirarla, papá me ayudó a terminar de bajar y, solo entonces, con un suspiro, se volteó y recibió el abrazo de la chispeante mujercita.

—¡Bah! Cortesía, ni que la cortesía te diera de comer —contestó desdeñosa y una sonrisa asomó por el borde de mis labios. Qué divertida.

El abrazo duró poco, porque ella, como si le quemara, se deshizo de su agarre y se apresuró a rodearme antes de detenerse y tomar mis manos. Su mirada, demasiado cálida, cayó sobre mi rostro.

—Has crecido demasiado, cariño. Ya no recordaba tu rostro.

—Ha sido un largo tiempo. —La miré directo también y mantuve una sonrisa suave que ocultaba mi incomodidad. No la recordaba y si no fuera porque gritó su parentesco con mi padre, estaba segura de no reconocerla.

—¡Oh! ¡No me hables del tiempo! Me pongo vieja de mencionarlo. —Se llevó la mano al pecho y, con la otra, tiró de la mía hacia el interior de la mansión—. Pero a ti te ha favorecido, sin duda alguna, y la belleza te ha de venir de mi cuñada y no de mi hermano.

Abrí la boca para decir algo, pero no supe qué, en exacto, sería lo adecuado. Fue una fortuna que no dijera nada, porque ella se rio y le echó una mirada burlona al hombre que quedó unos pasos detrás, ignorado por completo.

—El viaje los debe haber matado, hay una gran distancia entre Eirán y Treva.

Oh, ni siquiera quería recordarlo.

Volteé hacia atrás un momento para buscar a mi doncella y cuando la vi, demasiado ocupada en bajar el equipaje, corriendo de un lado a otro, asegurándose de que nada se rompiera, abandoné la idea de llamarla.

—Pero, para tu suerte, cariño, ya dejé dispuesta tu habitación y he ordenado que te preparen un baño —dijo y luego miró a su hermano—. He de decirte, Corwin, que no había lugar que no necesitara trabajo. En qué cabeza cabe que solo unos pocos sirvientes se hagan cargo de todo... Ah... mejor no diré nada. ¡Me enojo de pensarlo!

—Es natural, no vengo demasiado a la capital y no tengo ningún uso para ella. Es un desperdicio dejar demasiados sirvientes a su cuidado; los que hay son suficientes cuando no estoy.

—Pudiste haberla alquilado; sabes lo que es la temporada alta en Eiran. —Se detuvo ante las escalinatas y me miró con ojos brillantes—. ¡Música, colores, festivales! Oh, cariño, te lo puedo asegurar, ¡no querrás irte una vez que veas la belleza de esta ciudad!

—Lo estoy esperando con ansias, tía. —Sonreí, más porque su energía era contagiosa, que por verdadera expectativa.

—Mañana vendré a verlos de nuevo y traeré a mis hijos para que pasen un rato juntos. Ya los conoces, pero dudo que alguno pueda recordarse.

En efecto, no los recordaba.

—Bueno, no les quitaré más tiempo. Ya dejé todo dispuesto para ustedes —habló y le dirigió una mirada al hombre—. Sé que te preocupa la gente, así que dispuse que Nora y Daisy se encargaran del lugar, lo demás está en tus manos.

Entregó el manojo de llaves en sus manos y se fue no sin antes guiñarme un ojo. Su partida nos dejó en la compañía de nuevos y conocidos sirvientes que iban y venían con el equipaje.

Seguí su espalda con la mirada mientras pensaba en lo peculiar que resultaba su personaje, hasta que la mano pesada de mi padre cayó sobre mi hombro.

—Felicity es... una mujer especial. Te acostumbrarás

Con una nota de resignación, me dirigió una mirada divertida.

—No te preocupes, no será tan terrible como piensas. Comamos y descansemos, presiento que mañana será un día pesado. —Sin echarle un segundo vistazo a los sirvientes que seguían descargando el equipaje, suspiró y me pareció que su espalda estaba un poco encorvada. Desde que habíamos salido de casa, papá parecía cansado, no solo por el viaje.

Estaba de más decir que él no era el único; sin embargo, ya estábamos aquí y solo podíamos aguardar y ver.

Reprimí un bostezo y me apresuré al comedor, guiada por una de las ancianas doncellas que no estaban ocupadas con el ajetreo de afuera. Independiente de si el día siguiente sería pesado o no, comí y tomé un largo baño. Tres cuartas partes del fastidio que sentía hasta el momento, se desvanecieron junto con los masajes de Buffy sobre mi cabeza. Sus manos frotaron con fuerza el cabello que ya se sentía pesado y lo perfumaron con lavanda para devolverle el brillo perdido.

—Aunque tenía curiosidad por la capital, debo decir que el viaje fue cansador. —Resopló mientras me secaba el cabello con un paño seco—. Las noches que dormimos al aire libre, sobre todo, fueron aterradoras.

—¿Aterradoras? Estábamos rodeadas de guardias. —Me reí y observé por el rabillo del ojo cómo su ceño se fruncía—. ¿Pero cómo es que no te escuché decir nada sobre el grito de hoy? Eso sí dio miedo.

—¿Qué grito? —Aún en su labor, Buffy me miró desconcertada.

—El grito ese... —Al ver el desconcierto en los ojos de la muchacha, me callé e hice un gesto para dar a entender que no era nada. Quizá había sido mi imaginación, después de todo, si lo pensaba bien, mi padre tampoco había reaccionado.

Ella no pareció tomarle mayor importancia, puesto que unos segundos después, recuperó su sonrisa y siguió con lo que hacía, mientras que yo me sumergía en un semi estado de sopor.

—La marquesa parecía una mujer agradable. —De repente, como si el silencio la molestara, la doncella volvió a hablar.

—Chispeante, Buffy, como una mariposa. —Reí en cuanto recordé la revoloteante figura que era mi tía y apoyé la cabeza en una mano.

—Como una cabra, señorita.

La miré a través del espejo y pude ver sus labios levantarse con gracia. Sabía que mi doncella no podría guardarse sus comentarios y estaba bien mientras fuera yo quien la escuchara; pero si alguien más lo hiciera, no tendría suficientes bocas para excusarse. No obstante, me reí.

Era cierto que la marquesa parecía un personaje especial salido de las más coloridas fantasías, una mezcla entre la princesa y el bufón; graciosa en los dos sentidos de la palabra y su sola presencia tuvo la virtud de levantarme el ánimo, así como de cansarme. Decir que estaba loca como una cabra, no parecía errado.

—Aquí no podrá ser demasiado amable, ¡se la comerán viva! —Buffy negó y los rizos broncíneos que le enmarcaban el rostro se agitaron al seguir su movimiento.

—Ser amable es lo que corresponde, no creo que las personas de la capital sean tan malas. —Todavía con la mirada sobre ella, hablé. Quería pensar que era así, por mi bien y por el de mi familia; aunque la nota de preocupación escondida en mi tono no se me escapó, por muy disimulada que estuviera.

—Como si lo fueran —murmuró y me alcanzó un camisón limpio antes de caminar hacia la cama y acomodar las sábanas—. Sin embargo, puede contarse como una experiencia interesante. Ya sabe que no pasan muchas cosas entretenidas en nuestras tierras.

—¿Cómo no? —Reclamé y me esforcé por encontrar algún evento en mi cabeza que pudiera ser de ayuda, Treva era muy bonita y apacible—. ¿Qué tal cuando la señorita Meir se escapó con el sirviente de su padre?

—Señorita, eso sucedió hace casi cinco años. —Me avergonzó tener que darle la razón, pero no estaba resignada y todavía quise refutar—. Sé que le gusta nuestro hogar, pero es interesante salir de allí... Quizá encuentre... Ah... No diré nada, su cara ya lo dice todo. Por favor, recuéstese mientras voy por su té.

No hubo necesidad de que dijera más para que yo misma supiera cuál era mi expresión; si bien no le había dicho nada sobre la carta del rey, Buffy lo sabía. Podría decirse que estaba siendo muy generosa y amable al no mencionarlo de forma explícita.

Di un paso hacia la cama en cuanto escuché el sonido de la puerta cerrarse y pensé que esto era todo, ya había llegado a la capital de Belenus, a Eirán, luego de casi veinte días de viaje agotador; no podía dar la vuelta y volver, tampoco era como si pudiera oponerme a lo que decía su majestad.

«Es lo que hay que hacer», también me resultaba mucho más fácil pensar en esto como si ya estuviera decidido. Me resultaba más cómodo considerar esta situación como un deber que como una aventura emocionante, me daba menos miedo.

Miré las ventanas abiertas y la luna, que aún estaba baja, con algo de nostalgia. Esta ciudad era muy brillante, su cielo no tan claro como el del ducado.

—A esta hora mamá y Ewan ya deben estar acostados... si es que no se escapó para jugar. —Se me escapó una sonrisa al recordarlos; seguro les gustaría escuchar un poco sobre este lugar y si quería recordar, tenía que anotarlo. Con ese pensamiento, me paré y caminé hacia el escritorio de la habitación, allí ya estaba lo que buscaba.

Satisfecha con la eficiencia de los sirvientes, que habían movido las cosas a mi habitación mientras comía y me bañaba, me senté y abrí el cuaderno que tenía mi sobrenombre grabado en la tapa. El Gea, que brillaba en oro, no se había desgastado ni siquiera después de tantos años.

Pasé con rapidez hacia la última entrada y destapé el tarro de tinta nuevo antes de mojar la pluma en ella. Tan pronto como acerqué la punta al pergamino, Buffy entró en la habitación con una bandeja en las manos; la taza de té desprendía un aroma dulzón.

—Señorita, ¿qué hace? —La voz de mi doncella contenía un poco de impotencia y reproche—. ¿No está cansada?

—Solo serán unos minutos, mientras bebo el té. Ve a dormir. —Sin mirarla, escribí la fecha del día.

—¿Cómo puedo dormir cuando usted sigue despierta? —Rezongó y puso la taza sobre el escritorio, muy cerca de dónde yo pudiera verla—. Además, debo comprobar que lo beba.

Apoyé la pluma sobre su soporte y levanté las manos en señal de rendición.

—Lo beberé, lo beberé. —Sin demora, me llevé la porcelana a los labios y probé la dulzura abrumadora de la miel junto con un regusto amargo. Era asqueroso. Respiré hondo en cuanto volví a dejar la taza sobre el escritorio y luché por contener las arcadas; unas veces era así, lo soportaba mejor o peor, todo dependía de cómo me afectara.

—Muy bien, ya que lo terminó tan rápido, llevaré la taza a la cocina... Quizá yo también tome algo de té, para dormir. —La pelirroja me miró con una sonrisa medio indulgente, medio resignada—. Volveré pronto.

Sabía que este era el tiempo que me ofrecía para escribir, porque una vez que volviera, no me dejaría hasta que me viera con la cabeza apoyada en la almohada. Podía decirse que este era el resultado de mi falta de atención al tiempo y de las veces que me había desvelado, inmersa en alguna cosa.

—¡Tómate tu tiempo! —grité con diversión y me dispuse a mirar la página casi vacía. Solo podía leer: 21 del mes 9 de 1520.

Me apresuré a mojar una vez más la pluma en la tinta y tracé, a grandes rasgos, los últimos días de viaje en los que no había podido escribir, inclusive, lo que había sucedido antes de llegar a la mansión; no quería darle importancia, pero aún me había dejado una impresión persistente.

Hice una pausa en mi trazo y volví mis pensamientos a ese instante en que los caballos se negaron a transitar por el camino previsto.

—Ese grito... —Sin importar cuánto quisiera convencerme de lo contrario, estaba bastante segura de haberlo oído; la prueba de ello era que, una vez más, como si aún estuviera sentada en el carruaje, mi piel se erizó.

Me tembló la mano y la gota que se había acumulado en la punta de mi pluma dada mi tardanza en seguir, se precipitó sobre la superficie amarillenta y manchó mis palabras.

Un rastro de impotencia se filtró en mi rostro ante la torpeza y tomé el pequeño paño de tela que usaba para limpiarme las manos con la intención de absorber el excedente de tinta; sin embargo y para mi sorpresa, sin importar cuánto presionara, el oscuro líquido no se absorbía, sino que se expandía más y más sobre la hoja.

Pestañeé con incredulidad y abrí más los ojos para comprobar lo que veía.

Sobre el pergamino, que una vez contuvo mis palabras, había una gran mancha negra que se comía las letras hasta que ya no hubo nada por ver, solo negro.

Me cubrí la boca con una de mis manos, mientras que la otra se movió de forma inconsciente hacia el diario; pero tan pronto como la yema de mis dedos tocó la superficie, el negro se resquebrajó y crujió, como porcelana rota.

Jadeé espantada y retraje la mano hacia mi pecho. Me daba la impresión de que la hoja se estaba despedazando al mismo ritmo de mis latidos, rápido, furioso. Respiré más rápido, para llevar un poco de aire a mi pecho congestionado y observé, con mayor miedo que al principio, como la tinta se contraía y desaparecía hasta dejar una superficie limpia, con palabras prolijas, desprovistas de mancha.

Acerqué mi cara al diario y aspiré una bocanada de aire frío.

La hoja, antes negra, había vuelto a la normalidad, pero lo que yo escribí, mis palabras, mis oraciones y los eventos descritos, eran diferentes. 

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Hola, fées! Domingo, acá presente! Me alegra verlas y leerlas, siempre! 

Estaba teniendo algunos problemitas para publicar, pero se solucionó, así que tenemos capítulo! 

Muchas gracias por leer! 

Flor~

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