DIECIOCHO
¿Esta bien así, señorita Georgeana?
El hombre detrás del escritorio, en un marcado contraste con aquel que me había recibido la primera vez, no se paró ni saludó; se quedó sentado, silencioso y quieto, con los ojos oscurecidos por la máscara fijos en mí.
Me quedé quieta por un segundo bajo el umbral de la puerta, con un pie adelante y el otro todavía quieto; algo me hacía sentir presionada, como si todo el cuarto se hubiera llenado de aire pesado. Fruncí apenas el ceño y le eché una mirada más profunda a quien quiera que se encontraba debajo de la máscara; no sabía a quién se le había ocurrido este proceder y si lo habían hecho solo para resguardarse o si también lo habían pensado como una forma de intimidación, pero lo cierto era que funcionaba.
—Que Velsa le sea propicio.
Ya que esta persona no estaba dispuesta a hablar primero y parecía que quería darse cierto aire frente a mí, bien podía ser la primera en hablar; tampoco es que me incomodara demasiado, desde el principio, era yo quien solicitaba ayuda. Solo que, dado que no daba indicios de hablar, tampoco me limitaría a quedarme en el lugar a esperar que a él le diera ganas de invitarme a sentar; como tal, avancé hasta estar frente al escritorio, moví la silla y me senté.
—Recibí su mensaje, por lo que he de suponer que tienen la respuesta a mi pedido. —Tal y como había hecho la vez anterior y ya que no podía ver reacción de parte de mi anfitrión, no me detuve en charlas sin sentido y fui al punto, todo con una pequeña sonrisa cortés.
Esperé a que me dijera que sí o que no, incluso que sacudiera la cabeza hacía arriba y hacia abajo o hacia los lados, pero nada de eso sucedió; a cambio de mi pregunta y creciente expectativa, recibí como respuesta una risita divertida. No pude evitarlo, pero la curva sobre mis labios se endureció.
El hombre se apoyó sus brazos sobre la madera que nos separaba e inclinó apenas la cabeza.
—Veo que la señorita Fern es tal como mis subordinados la describieron. —Su voz atravesó la máscara y me llegó a los oídos medio distorsionada, pero había algo allí que hizo que mi corazón latiera con extrañeza.
—¿Y cómo me describieron? —Volví a centrarme, relajé la boca y crucé las manos sobre el regazo. Si su intención era incomodarme, lo había logrado, pero no tenía por qué saberlo.
—Como alguien muy directa —respondió y me pareció que cuando lo dijo, tenía que estar sonriendo, aunque no podía verlo.
—No creo que haya necesidad en detenernos demasiado en formalidades cuando es sabido por ambos la razón por la cual estoy aquí —sin descruzar las manos o dejar de sonreír, hablé—. Escarlata compra y vende información, o eso tengo entendido, corríjame de no ser ese el caso y buscaré otro lugar para tratar con mi asunto.
—Su asunto es bastante complejo, no creo que consiga otro lugar aparte de este que esté dispuesto a hacerlo.
—Entonces, ¿lo harán? —Me había cansado de las vueltas en su discurso y si hubiera sido cualquier otra persona, habría optado por retirarme e irme; toda la felicidad anterior se había desvanecido y se había convertido en molestia.
—¿Quiere té, señorita Fern? —Como si mi pregunta no fuera dicha, el hombre se paró y caminó hacia una esquina en donde la tetera y las tazas estaban dispuestas—. Dicen que se puede hacer mejores tratos con una bebida de por medio, solo que no creo que la señorita acepte una copa de vino, querrá estar fresca para discutir.
—Qué perspicaz. —Naturalmente, entendí que jugaba conmigo.
—Eso dicen.
Dejó dos tazas humeantes sobre el escritorio, una frente a mí e incluso vertió una cucharadita de miel dentro, lo revolvió y se sentó. Cada acción me dejó un poco sin palabras y tuve que admitir que este hombre estaba hecho para esto.
—Gracias.
—No hay por qué, ¿es correcta la medida?
—Es correcta.
—Dado que ya hay bebida de por medio, podemos hablar sobre su pedido.
—¿Qué opina al respecto?
—¿Puedo preguntar de dónde escuchó que su alteza sería asesinado? —No había tocado su té, pero su mirada parecía instarme a hacerlo con la mía.
—No puede —sin siquiera dudarlo, respondí y un silencio que rayaba lo incómodo se instaló en la habitación; incluso pensé que el té podría congelarse.
—Señorita Fern, usted resulta ser una clienta muy problemática.
—Dado que estoy dispuesta a pagar el precio que me dicten, creo tener ese derecho.
—Cree muchas cosas.
—¿No puedo?
Una carcajada vino desde el otro lado de la máscara, tan clara como si no la tuviera sobre el rostro y un ardor muy ligero me trepó por las mejillas.
—También es una excelente pareja de conversación. —La risa terminó con aquella frase y volvió a apoyarse sobre el escritorio, con su cuerpo inclinado hacia adelante—. No creo que sea factible seguir de esta forma pues creo que su primo podría volverse loco si la retengo más de lo debido; ya que usted es tan directa, yo también lo seré. No puedo tomar este pedido.
—¿Por qué no? —Sentí como si me hubieran pinchado con una aguja; todo mi cuerpo dio un respingo y mis ojos se abrieron un poco más.
—¿Por qué habría de? Para ser claros, señorita Fern, lo que usted está solicitando es demasiado delicado como para meternos en el medio; la familia real, su alteza, sobre todo, no es alguien a quien nos gustaría provocar.
—¿Provocar? —cuestioné con un tono un poco más elevado—. ¡Quiero evitar que lo asesinen!
No pude evitar mirar a la persona detrás de la máscara con disgusto y me apoyé contra el respaldar de la silla en la que estaba antes de girar la cabeza y enfocar la mirada en la pared lisa de la habitación; no había ventanas y tampoco cuadros, cualquiera podría sofocarse.
—Escuché que la señorita no estaba muy conforme con su situación actual, si su alteza es asesinado, no tendría que preocuparse. ¿Por qué no permanecer fuera de esto? Sería mejor para usted y para su familia.
—No es razón para quererlo muerto —rebatí y pensé en todas las líneas del diario dedicadas a Vaden Herve Kalen, el príncipe de este reino. Las palabras que ella había escrito en torno a él con afecto y complicidad; no lo conocía, pero sentí que sí. Además, incluso si ella no hubiera sentido ni una pizca de cariño por él, todavía tenía una responsabilidad con su vida y con mi familia—, y tampoco me favorece en nada, ni a mí ni a mi familia, que su alteza muera.
—La familia Fern siempre ha sido neutral, un príncipe no los afectará.
—Quizás, pero no puede estar seguro.
—¿Hay algo que quisiera compartir?
—Solo si me ayuda.
Otra vez se rio y mis cejas se entretejieron. No entendía qué era lo que le resultaba tan gracioso.
—Beba, quizá eso la calme. —Señaló mi taza y torcí los labios hacia un lado.
—¿Por qué no bebe usted? —Al igual que él, señalé la taza que no había tocado y luego miré su máscara.
—Tiene razón, es una lástima desperdiciar un buen té. —Dicho esto, se llevó las manos al rostro y frente a mi incredulidad, se la quitó—. ¿Está bien así, señorita Georgeana?
Me cubrí la boca con sorpresa, ahogué la exclamación que me pedía salir y miré su sonrisa burlona antes de que el té le mojara los labios. Sus ojos color miel se habían aclarado ahora que no había una máscara que los ensombreciera y las facciones de su rostro quedaron al descubierto frente a la luz cálida de las vela.
—Señor Dr-
—Habíamos quedado en Killian, ¿verdad?
—¿Cómo? —Sin poder evitar que la sorpresa invadiera mi rostro, me incliné un poco más hacia delante y detallé con cuidado su rostro; todo lo que hacía estaba fuera de la etiqueta adecuada, pero decir que estaba sorprendida era muy poco.
Killian Drostan.
«Maldición», lo pensé, pero no lo dije.
—La veo demasiado sorprendida, le dije una vez que hacía negocios. —Con mucha tranquilidad, tomó un sorbo del té y sonrió. Ahora que lo miraba, todos sus movimientos anteriores llevaban el mismo sosiego que portaba siempre e incluso esta incómoda conversación anterior tenía el toque cínico con que había tratado a Abi antes.
—Fue... es sorpresivo —afirmé y también me llevé el té a la boca; lo necesitaba.
—Noah tuvo una reacción parecida, no se preocupe.
—¿Noah sabe?... No responda eso, es tonto. —Me retracté y me pasé la mano por el rostro, perturbada por lo que significaba la presencia de este hombre y por todo lo que había dicho. ¿De qué servía haber venido en privado si al final mi primo se enteraría? ¿Si lo sabía él, se enteraría mi familia también?
Un mal escenario tras otro pasó por mi cabeza y por cada uno, mi rostro se contraía de preocupación.
—Si le preocupa lo que pueda decir, no es necesario. La trato como a una clienta más.
—¿Puede prometer eso? —Mi angustia se filtró en mis palabras y él abandonó su sonrisa antes de asentir.
—Para ser sincero, no puedo entender por qué, si sabe algo tan grave, no se lo dijo a su padre.
—Me temo que es complejo de decir... y quería tener las pruebas antes de decir algo. —Ahora que sabía con quien trataba, mis acciones se volvieron un poco más lentas y no encontré ánimos para ser tan impetuosa como lo había sido hasta el momentos; de hecho, encontraba mis acciones un poco vergonzosas. La impaciencia, la preocupación y las expectativas me habían hecho actuar con demasiada impulsividad—. Lamento mucho todo lo ocurrido, señor Drostan.
Me levanté de la silla y lo miré a los ojos avergonzada. No sabía dónde meterme, a decir verdad, quería cavar un hoyo y esconderme; pero lo que más me agotaba de toda esta situación eran las inmensas ganas de llorar que me habían embargado. Sentí que estaba una vez más en un callejón sin salida.
—No diré nada sobre... sobre usted. —Hice una pequeña reverencia a modo de despedida y me giré hacia la puerta. Tenía que reordenar mis pensamientos y ver qué haría de aquí en más; de qué forma podría conseguir información sobre lo que ocurriría con el príncipe.
—Señorita, ¿entiende que yo hago negocios?
—¿Ah? —Su pregunta me desconcertó y me hizo voltear una vez más hacia él—. Entiendo.
—Escarlata no puede tomar su encargo, pero quizá yo pueda. —Abandonó su lugar y se acercó a donde yo estaba para quedar parado frente a mí.
—¿Qué quiere decir? —Tenía una nota de esperanza que quería abrirse paso en mi pecho cuando hice esta pregunta y no me resistí al impulso de dar dos pasos en su dirección, acortando todavía más la distancia entre ambos.
—Si te ayudo, ¿qué obtendré yo a cambio?
—Lo que quieras.
No tomé en cuenta su forma de dirigirse a mí ni que yo había hecho lo mismo; pensé que si estaba dispuesto a ayudar, podría darle cualquier cosa. Solo que no esperaba sus siguientes palabras ni el roce de sus dedos sobre mi mejilla.
—¿Qué tal... tú?
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7 de agosto de 2023
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Corto pero sustancioso, quiero creer.
Hola, Fées! Me moría por llegar a este punto y sentía que tenía que cortar el cap. acá, para más placer jajaja
Díganme qué les pareció y si se lo esperaban.
Flor~
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