DIECINUEVE

Escandalosa no la hace inaceptable

Le di vueltas a la propuesta de Killian Drostan sin descanso; no podía dejar de pensar en lo que exigía como pago y más de una vez una risa seca me llegó a la boca sin que yo le permitiera salir. Quería reírme, no porque me pareciera gracioso, sino porque me me parecía cínico. Todas la veces que nos habíamos encontrados, solo cruzamos algunas palabras, como mucho, mantuvimos una conversación muy corta durante el baile de las debutantes, ¿pero ahora decía que me quería? ¿A mí?

Observé de forma distraída como Buffy me frotaba aceite en las piernas luego del baño y masajeaba con cuidado, de esa forma, la piel se mantenía húmeda y bonita. El aroma de la lavanda me llegó a la nariz y me hizo fruncir el ceño.

—¿Fui demasiado brusca, señorita? —La voz de mi doncella me dijo que, otra vez, estaba haciendo alguna cara que nada tenía que ver con lo que pasaba en el momento. No era la lavanda en sí lo que me molestaba ni sus masajes.

Negué con la cabeza y me abstuve de responder de otra forma; no tenía ganas de hablar y esto era así desde que había salido de aquel cuarto en Escarlata, con las mejillas ligeramente rojas y la mente enredada.

No quería hablar, pero mis pensamientos no me daban descanso.

«¿El me quiere?», cada vez que esta pregunta me pasaba por la cabeza, podía darle un sinfín de significados. ¿El quería lo que yo poseía como hija de un duque? ¿Quería el prestigio de mi casa? ¿Me quería como esposa? ¿Me quería como amante? ¿O solo quería un... encuentro? De nuevo torcí el gesto ante lo último y me dije que esa palabra no le hacía justicia alguna a lo que yo imaginaba.

Me iba a volver loca de tanto pensarlo, más loca me sentía porque la sonrisa que me había mostrado luego de hacer semejante propuesta estaba llena de un aire de inocencia que no cuadraba en lo más mínimo con la picardía en sus ojos. Quise creer, en ese momento, que Killian Drostan me estaba haciendo una broma y que la mano en mi mejilla, que descendió hasta mi cuello y me erizó la piel, solo era para hacer más convincente ese chiste que no me hacía ninguna gracia; sin embargo, pese a que esperé y que la parálisis involuntaria de mi cuerpo le había dado más que suficiente tiempo para reírse y decirme que era todo una mala pasada y que lo disculpara por tomarse atribuciones inadecuadas conmigo, no lo hizo.

Su mano, grande y caliente, permaneció sobre el lugar en donde se sentía mi latido, que subía por segundos; mientras que yo seguía tan muda como en el momento en que lo oí. Lo peor de todo el asunto era que, al verme sin palabras, sin poder responderle como quería, sin poder sacarle la mano indiscreta esa que tenía sobre mí de un manotazo, se dio la libertad de sonreírme y decir que esperaría por mi respuesta.

«Maldito», me sentí suave al calificarlo con aquel insulto y me mordí el labio con dureza.

¿Que esperaría por mi respuesta? ¡Cínico! Él sabía muy bien que me encontraba atada de manos, lo sabía porque estaba muy bien enterado de mi situación; sabía que el compromiso con su alteza era un tema delicado y sabía que había venido a esta ciudad prácticamente sola y que si no fuera porque quería mantener las cosas en secreto, no habría acudido a un lugar como ese en busca de la ayuda que no podía —o no me atrevía— a pedir en casa.

Hablar con mi padre significaba mostrarle el diario y significaba, también, exponerlo a lo que fuera; a la posibilidad de meternos en algún asunto escabroso del cual nos costara salir. ¿Y si mi intervención removía el avispero? No era que no lo hubiese pensado, que no se me hubiera pasado por la cabeza el pedir la ayuda de mi familia, pero no quería acercarnos demasiado a lo incierto y tampoco quería el nombre de mi familia metido en ninguna investigación. ¿No era mejor si otro se hacía cargo de investigar y yo simplemente recibiera la información? Incluso si sonaba egoísta, si había problemas en el futuro, no caerían sobre mi cabeza. Además, si obtenía pruebas sólidas o incluso pistas sospechosas, podría acudir con mi padre y que el se encargara de poner en aviso a su majestad y su alteza; pero si solo me presentaba frente a él y le decía: «Padre, un diario mágico —o maldito— me mostró el futuro y dice que el príncipe morirá, pero ella y yo creemos que hay algo sospechoso en eso. ¡Oh, sí! Ella soy yo, solo que no soy yo»; no creía que fuese a creerme, de hecho, no lo culparía si decidiera que estaba loca.

«Al menos por el momento», la amargura de ese pensamiento se reflejó en mi rostro y Buffy, que había cambiado de pierna, suavizó sus movimientos.

No estaba muy consciente de lo que pasaba a mi alrededor en sí, pero al ver mis piernas desnudas entre el vapor del agua caliente, que todavía perduraba en el cuarto luego del baño, me llevó una vez más a aquella propuesta; por un instante muy ínfimo, se me pasó por la cabeza el hecho de que Killian pudiera verlas, pasar sus manos por ellas e incluso por otras partes. ¡No era ignorante! Sabía muy bien lo que pasaba entre hombres y mujeres en la intimidad, por supuesto, solo tenía el saber escrito y oído y no la práctica, pero lo sabía; en algún momento, unos años atrás, cuando todavía tenía la fantasía de un esposo, había tenido una curiosidad abrumadora por el tema y me pregunté qué se sentiría experimentarlo; ahora, no.

Alejé estos pensamientos tan rápido como pude y le indiqué a Buffy que ya era suficiente y que me ayudara a ponerme el camisón. Esta sería la segunda noche desde nuestro último encuentro y la incomodidad por no saber cómo responder y de no encontrar otra alternativa me mantenían en un constante cansancio; por eso, aunque me recosté en la cama, con la oscuridad envolviéndome, no pude conciliar el sueño, y los pensamientos volvieron a mí una vez más, esta vez, con la preocupante compañía de ellas.

Dentro de la penumbra de la habitación, había pequeñas luces que flotaban en torno a mí y de vez en cuando podía escuchar un pequeño murmullo tintineante; no me eran del todo desconocidas, creí verlas una vez, solo que ahora tenía la certeza de estar muy despierta. No estaba asustada, no hacían nada más que flotar a mi alrededor, pero lo que sí me asustaba, me aterraba, era saber que esto era el preludio de mi locura. Ella lo había mencionado. Había mencionado las luces, las voces, las figuras, lo que solo ella y ahora yo, podíamos ver.

Tenía este miedo atroz a no poder solucionar las cosas a tiempo o que todo se adelantara, porque quién me decía que no habían cambiado las cosas; la prueba de ello era el diario, su existencia y mi saber sobre lo que podría venir. La prueba estaba en cada día que pasaba yo queriendo cambiar las cosas.

«¿Qué tal... tú?»

Su voz volvió a sonar en mi cabeza y mis ganas de volver a ese momento y abofetearlo regresaron, porque, tan asombrada como estaba, no había podido reaccionar de y él se había reído entre dientes, como si todo le pareciera muy gracioso, antes de empujarme fuera de la habitación con una mano en mi cintura y una palmadita sobre la cabeza.

¿Me trataba como tonta, como fácil o como niña?

No pude evitar fruncir los labios llena de insatisfacción conmigo misma, que no había respondido tiempo y juzgué, con mucho pesar, que él seguía siendo mi mejor opción; pero me negaba a ceder ante una petición tan escandalosa.

—Tienes sueños muy dulces, Killian Drostan.

Negué de forma inconsciente y resolví que a la mañana siguiente le mandaría un mensaje a Noah para que organizara una reunión entre ese infame y yo; ya que él sabía lo que hacía su amigo, no había razón para que mi petición le resultara extraña; y tal como prometí, lo hice.

Apenas abrí los ojos, luego de una noche demasiado corta, mandé mi petición solo para recibir una respuesta por la tarde. La letra no pertenecía a Noah, el lugar de encuentro, sin embargo, estaba confirmado como la casa de los Blane para el día siguiente.

La espera se me hizo demasiado corta para la cantidad de cavilaciones que había hecho y las posibilidades de conversación que había imaginado. ¿Qué diría él si yo dijera tal cosa? Como una telaraña infinita, me había enredado en la cantidad de cosas que podrían suceder y con la certeza de que lo que yo creía que podría pasar o el rumbo que quisiera imponer, podría ser roto por él en un instante; sin embargo, con la mentalidad de estar tratando con trabajo, puse mi mejor cara de indiferencia y entré en el estudio de Noah, dejándolo afuera y con la puerta en su nariz. ¡Bien le servía, por no decir nada!

Estaba indignada, sí. Llevaba indignada tres días.

—Señorita Georgeana.

Ni bien cerré la puerta, con la pequeña satisfacción de haber descargado un poco de mi enfado con mi primo, escuché al susodicho sinvergüenza y la sonrisita que se me había prendido de los labios se deshizo; me di la vuelta, preparada para enfrentarlo y me lo encontré sentado al otro lado del escritorio, como si fuera el dueño del estudio, con una manzana en la mano.

—Señor Killian —saludé y me negué a sentarme al otro lado, sino que fui directo a los sillones que formaban una salita de estar improvisada; se notaba que Noah no la usaba mucho y que era mera decoración; pero había té y algunas galletas sobre la mesa baja.

Complaciente, me serví una taza a mí misma y ladeé la cabeza hacia donde él seguía sentado.

—¿Gusta?

—Por supuesto, con dos de miel.

—Mucho dulce le pudrirá los dientes.

—¿Quién dice?

—Mi madre.

—...no creo que sea mucho dulce.

—Usted júzguelo por sí mismo. —Me encogí de hombros de forma muy sutil y agregué las dos cucharaditas de miel al té antes de dejarlo al otro lado de la mesita. Si quería beber, tendría que sentarse frente a mí.

Como se esperaba, escuché el ruido de la silla al deslizarse hacia atrás y luego sus pasos, que se detuvieron una vez que volvió a sentarse, esta vez, donde yo quería. Le ofrecí una pequeña sonrisa y no dije ni una sola palabra; en cambio, me llevé el té a la boca y lo miré. Esta era una táctica que solía usar con aquellos que venían al castillo con asuntos molestos que atender.

Él también tomó su té y me imitó, por lo visto, no quería comenzar la conversación, y se hizo un largo silencio que nadie estaba dispuesto a romper y yo no quería perder; como tal, me dediqué e ignorarlo y luego de un pequeño sorbo, tomé una galleta y la mordí.

—¿No comió la señorita lo suficiente en su casa? —Su pregunta me desconcertó y me hizo mirarlo con las cejas medio arqueadas hacia el centro—. Digo, porque la señorita parece que solo vino a comer y a beber.

Me costó tragar lo que tenía en la boca una vez que lo oí. ¿Podía alguien ser tan desesperante? ¿Cómo es que no era así antes? ¡Incluso me había formado una buena impresión de él! Me arrepentía, me arrepentía mucho.

—Es que me aburrí y encontré el té y las galletas más interesantes.

—¿Más interesantes que resolver nuestro asunto?

—Que su rostro, señor. —Limpié mis manos con una servilleta y me senté derecha, la sonrisa en mi rostro era más tirante de lo que quería, pero no podía evitarlo. Me enojaba.

—¿Tomó clases con la señorita Blane? Porque la veo algo a la defensiva.

—¿No debería? —cuestioné, aunque un instante después me arrepentí.

Sus ojos amielados brillaron con diversión e inclinó su cuerpo hacia adelante, con los codos sobre las rodillas y la barbilla entre sus manos. Esa expresión detonó todas las alarmas dentro de mí, podía sentir que había entrado en un juego desagradable con un jugador experto.

—Claro que no, ¿alguna vez he hecho algo que merezca un actuar tan cauteloso? Debo decir que me hiere. —Se rio y se le marcó un pequeño hoyuelo en la mejilla izquierda—. Pero si me ha citado, debe ser que ya tiene una respuesta para mi propuesta.

Negué con lentitud y abrí la boca antes de que fuera él quien lo hiciera.

—Me gustaría entender a qué se refería cuando dijo que... me quería. —Casi me atraganto con las palabras, me parecía vergonzoso decirlo.

Sus cejas se arquearon y se incorporó solo para dejarse caer contra el respaldar del sillón; su mirada fija en mí, que comenzaba a enrojecer contra mi voluntad.

—No hay mucho por entender, es justamente lo que se dijo.

—Ilumíneme, entonces, pues no soy capaz de entenderlo.

—Te quiero a ti. —¡Otra vez! Lo dijo con tanta soltura que pensé que iba a desmayarme por falta de aire. Fruncí el ceño y apreté los labios en una línea.

—¿A mí cómo?

—Como mujer.

Lo hacía todo tan sencillo y a la vez tan difícil que terminé por reírme.

—Hay muchas formas de interpretar eso, señor Drostan. Puedo pensar en todas las posibilidades que eso implica y ninguna es favorable para mí... o posible.

—¿Cómo no? Al menos, puedo asegurarle que en mi casa tendrá galletas.

Se me subieron todos los colores al rostro en ese momento y me arrepentí de haber dado un solo bocado en este cuarto.

—Estoy segura de que sí —respondí al fin, luego de contener un improperio—. La cuestión es, señor Drostan-

—Y ya van dos —interrumpió.

—¿Perdone?

—Digo que ya van dos veces que me llama por mi apellido y habíamos dicho que me llamaría Killian.

—Me disculpo. —En cuanto vi que su sonrisa se ensanchaba, supe que no tenía sentido decir algo más y que lo mejor sería ceder—. Lo que quería decir, señor Killian, es que no puedo entender o aceptar lo que me propone, pero estoy abierta a las negociaciones, mientras sea algo que pueda darle, siempre podemos llegar a un acuerdo.

—Puede darse a usted misma, no veo el problema.

Hice una pausa antes de responderle y pensé en lo siguiente que diría; era obvio que a este hombre le gustaba dar vueltas y vueltas sobre el mismo punto y que podía jugar conmigo al ida y vuelta toda la tarde, como un niño pequeño.

—Para serle sincera, señor Killian, no entiendo su interés. Si me dice un monto, estoy segura de poder pagarlo, ¿no es el dinero más interesante que yo? Estoy segura de que puede hacer más cosas con él.

—Si lo pone de esa manera... —Se llevó la mano a la barbilla y miró hacia un costado antes de volver a mí—. No, no me parece más interesante.

—¿Y qué es lo que le llama tanto la atención? —Tomé otro sorbo de té y me di cuenta de que estaba tibio—. No hay nada muy extraordinario.

Como respuesta, solo sonrió en silencio y ladeó la cabeza. Sus ojos me dieron la impresión de que no solo me veía, sino que había traspasado mis pensamientos; no era como si me mirara con afecto, tampoco había lujuria o deseo, no podía decir lo que pensaba y eso me frustraba.

—¿Por qué quiere saber?

—Para poder llegar a un acuerdo, por supuesto. No soy partidaria de perder el tiempo, ni mío ni ajeno.

—No creo estar perdiendo el tiempo, de hecho, lo estoy disfrutando mucho.

—¿Le agrada mi compañía? —pregunté como al pasar, porque no sabía muy bien todavía por dónde entrar para llegar a él y a un posible acuerdo.

—Pensé que eso ya había quedado claro en el momento en que le hice mi propuesta.

—Escandalosa propuesta, por cierto. —Fingí reírme, aunque no me hacía ninguna gracia.

—Escandalosa no la hace inaceptable.

Dejé el té sobre la mesa, disgustada con lo frío que estaba y evité, de paso, mostrarle mis ojos en blanco. Este hombre estaba encaprichado y no parecía querer parar hasta que yo dijera que sí; por un momento me recordó a Ewan y su fanatismo por una linda plebeya que se había cruzado en una inspección por el campo hacía dos años. Eso no había terminado muy bien que digamos, sobre todo porque la muchacha ya tenía esposo. El recuerdo me hizo gracia, Ewan no estaba enamorado, por supuesto, solo se había encaprichado con ella y a pesar de estar dos o tres días desilusionado, se había vuelto tan enérgico como siempre en cuanto le dijeron que podría hacerse cargo de uno de los grupos de caballeros.

Quizá este hombre infame frente a mí era como Ewan, un niño que insistía, aunque con mucho más ahínco, claro está, en cumplir con su deseo y, al parecer, por una razón que no terminaba de comprender, su deseo era yo.

—Es cierto, escandalosa no la hace inaceptable. —Por fin, sonreí con sinceridad, aunque pequeño—. Pero sabrá que ya tengo un compromiso previo con alguien más y me es imposible aceptar.

Killian se quedó en silencio, como sopesando mis palabras y negó luego de unos segundos.

—No es un compromiso confirmado.

—No lo es, en efecto, pero no puedo decir que tampoco existe la posibilidad.

—¿Y me rechaza por la posibilidad o solo por quién ofrece la posibilidad?

—Si lo que pregunta es si mi respuesta seguiría siendo la misma incluso si no fuera un compromiso con su alteza, no puedo responder a eso. —Me acomodé mejor en el sillón y relajé mis manos sobre el regazo, si lo que Killian Drostan quería saber es por qué le decía que no, bueno, le daría mis razones—. No puedo porque no he estado en esa situación, lo que sé es que la probabilidad es alta y que, mientras no me digan que no, yo cumpliré con mi parte y eso significa que no prometeré algo que no puedo.

—Usted dice, entonces, que aunque su alteza no la haya siquiera contactado en todo este tiempo, ¿le será fiel? ¿No es mucho decir?

—Quizá, pero dado que ya he dicho mi punto... ¿hay algo más que quiera? —No estaba relajada, para nada, pero quería aparentar que sí, por eso, había moderado mi voz y respirado profundo.

—Yo también, como dije antes, dejé mis exigencias claras.

Ninguno dijo nada, él me miraba y yo a él, pero mi mente volaba muy rápido en busca de opciones, hasta que la encontré.

—Bueno, entonces, puedo aceptar su propuesta y ponerme en sus manos —dije y vi cómo sus pupilas se achicaban y el color de sus ojos se oscurecía—, pero no como usted piensa.

—¿Cómo? —Me pareció que su pregunta salió en un tono tirante, casi forzado.

—Puedo proveerle de información durante el tiempo que dure nuestro acuerdo.

—¿Información? —Se rio—. ¿Cree que me falta eso?

—Pero no tiene la información que yo tengo y a la que puedo acceder. —Si me decía que no, ya estaba barajando otras opciones, pero creí que esto sería más atractivo para él; en realidad, contaba con que lo fuera.

Se inclinó una vez más hacia delante, tomó una galleta del plato y volvió a su posición inicial.

—Me gustaría escuchar eso. —Dio un mordisco y sentí que, aunque parecía que toda su atención estaba en masticar el dulce, en realidad me miraba a mí, muy fijo, a la espera de que expusiera mi argumento.

—Hay cosas a la que es muy complejo acceder si no se está en el momento y compañía adecuada, la información es algo muy valioso y ambos lo tenemos claro. —Comencé—. ¿Puede decirme que Escarlata puede acceder a todos los niveles de información?

Él no dijo nada y yo seguí como si nada, no iba a sonreír.

—Hay pequeñas cosas, lugares muy particulares y círculos sociales a los que solo una mujer puede acceder, y no cualquier mujer. Como sabe, mi posición me permite ir y juntarme con muchas personas que otras no pueden.

—¿Y es de estos lugres de donde supo lo de su alteza?

—Quién sabe. —Mis ojos formaron una medialuna afable y casi chillé de alegría en mi mente cuando vi su rostro serio, ahora, podía decir que él estaba considerando realmente mis palabras.

—¿Era una mujer? —Por un segundo no entendí lo que quiso decir, pero lo capté al siguiente y asentí. Ella era mujer y había escrito el diario, bien podía decir que era una mujer, después de todo, nunca se iba a enterar.

Killian frunció el ceño de manera casi imperceptible, pero yo que lo miraba a la espera de una respuesta, fui capaz de notarlo enseguida. Se debatía mi propuesta.

—¿Por cuánto tiempo llevaríamos este acuerdo? —preguntó al fin y me sentí muy cerca de la victoria.

—¿Por cuánto cree usted que sería conveniente?

—Dos años.

En seguida me reí y negué con la cabeza. Era cierto que los comerciantes sabían cómo aprovechar las circunstancias.

—Seis meses.

—Señorita, no cree que es muy poco considerando que estoy dispuesto a cambiar el pago. ¿En su mente vale tan poco?

—Señor, no haga movimientos innecesarios. Ocho.

—Un año y medio.

—Un año y eso es todo. —Me planté en esa posición y me negué a ceder, primero, porque un año era el tiempo que teníamos hasta ese momento; segundo, porque no sabía qué tanto tiempo estaría cuerda.

—Siento que no estoy ganando lo que debería, pero acepto. —Se levantó y me tendió la mano, la cual tomé imitando su acción—. Durante un año cooperaremos con el otro.

—Por supuesto, ¿le gustaría firmar el acuerdo ahora o después? —Con mi mano todavía en la suya, sonreí y lo miré más de cerca.

—Qué inteligente. —Sonrió—. Enviaré el acuerdo redactado lo más pronto posible, puede entregárselo a Noah una vez que lo revise y compruebe si está todo correcto.

—Por supuesto, que sea una agradable cooperación.

—Eso espero, Gea.

No le había dado permiso, pero como todo, a Killian Drostan no le importó mucho y, antes de que tuviera oportunidad de corregirlo, salió del estudio, no sin antes darme un pequeño pellizco en la mejilla.

Ya comenzaba a reconsiderar este trato.

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14 de agosto de 2023

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Hola, fées! Espero sinceramente que les haya gustado el cap. confieso que me reí bastante con todo este intercambio. ¿Ustedes que opinan? 

¡Killian me gusta mucho! Es un personaje muy divertido y picaresco y siento que Vaden está en muchos problemas; digo, no quiere aparecer en persona, pero en cualquier momento le bajan a la esposa jajaja

Las leo ♥

Flor~

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