Capítulo 8


Estaba mirando confusa la puerta que tenía delante. No sabía por qué había acabado aquí. Mi cabeza estaba tan enmarañada que no lograba obtener una respuesta. Lo único que recordaba es que una de las vendas se había desprendido y no tenía otra...

Llamé con los nudillos a la puerta, esperando a que el rubio la abriera como debería haber hecho hace días.

Me encontraba  tan ebria que no sentía el dolor de las heridas cada vez que golpeaba con ellos. En el fondo, sabía que había sido una completa inconsciente, porque ahora las heridas dolían aún más y sabía que era por la falta de curación.

Insistí e insistí, como si mi vida dependiese de ello.

Cuando pensé que quizás no se encontraba en la habitación, aparte mi mano y me giré apenada. Justo cuando iba a empezar a andar, olí la suave fragancia que salía de la habitación como una ola que rompía con el resto de olores y me giré con una sonrisa divertida en los labios.

—¿Se puede saber que narices haces aquí? —me preguntó Hayden algo dormido, pero el cabreo que llevaba por haberle despertado era aún mayor.

Le miré de arriba a abajo boquiabierta. Su torso era extraordinario. Cada músculo parecía haber sido cincelado por un artista. Sentía unas incontrolables ganas de de pasar mis manos por su descomunal cuerpo y su perfecta piel bronceada.

Carraspeó de nuevo para llamar mi atención y me obligué a mirarle a los ojos. Sin lugar a dudas, mi mente me estaba jugando una mala pasada. Pero no estaba tan segura de que fuera solo por los efectos del alcohol.

Cuando observé su cara adormilada, mi estómago dió un brinco. Su pelo rubio estaba revuelto y sus rizos desparramados por la frente, dándome ganas de colocarlos. Parecía un niño pequeño con algo de color en sus mejillas y me daban unas irremediables ganas de cuidarle como nunca había hecho con nadie.

Aparté todos esos pensamientos y me centré. Todo esto era producto del alcohol, nada de lo que yo estaba pensando era real. Ni me atraía, ni me provocaba nada que no fuera rabia... Sacudí la cabeza confundida y con aquel movimiento me mareé aún más.

—Yoooo —dije arrastrando las letras y haciendo que me riera por mi lentitud— Mi venda se fue. Hizo, ¡puf! —me reí con más fuerza mientras le enseñaba la venda en mis manos.

—¿Estás borracha? —me preguntó serio cruzándose de brazos  dejándome ver como los músculos se contraían. Este chico debía realizar bastante actividad física porque estaba como un maldito queso. Llevaba unos pantalones deportivos negros que colgaban de sus caderas, dejando ver algo del elástico de su bóxer negro y la uve que se asomaba. Suspiré y subí mirándole a los ojos pícaramente.

—¡Para nada! —respondí riéndome mientras me apoyaba en el marco de la puerta o lo intentaba porque casi me resbalo—. Me dijiste que si necesitaba una venda te la pidiese y ahora no tengo. —le recordé poniendo un puchero y enseñando la mano que tenía al descubierto.

Levantó una ceja como si se lo estuviera pensando. Suspiró abatido segundos después y supe que  había ganado.

Me dejó pasar apartándose de la entrada y cerró la puerta a mi espalda. A cada paso que daba, el suelo parecía tambalearse bajo mis pies. Tuve que contener otra carcajada que empezaba a acumularse en mi garganta.

De pronto, me reí sin poder contenerme más y tropecé con mis propios pies. Pensé que iba a darme de bruces contra el suelo, pero unos fuertes brazos me atraparon antes de que sucediese, agarrándome de la cadera como si fuera una muñequita.

—¿Cuánto has bebido? —me preguntó inexpresivo mientras me daba la vuelta en sus brazos. Tuve que mirar hacia arriba porque era más alto que yo y porque irremediablemente sus ojos me pedían a gritos que los mirase de nuevo. Cuando llegué a sus ojos esmeralda, me perdí. Me encontraba aturdida, se me había olvidado la pregunta que me había hecho.

—Eres muy guapo. —solté al instante tapándome la boca con las manos como una niña pequeña. Después me di cuenta de que lo había dicho en alto y me ruboricé. Creí ver como una sonrisa acudía a sus labios, pero no me dio tiempo a comprobarlo. Me apartó como si le quemase retenerme entre sus brazos y me sentó en la cama. No me quejé porque su cama era tan mullidita que solo quería tumbarme.

Al instante, me invadió una sensación de inexplicable tranquilidad. Hayden había desaparecido por el baño y yo sin razón alguna empecé a tararear una canción de cuando era pequeña, la que mi madre solía cantarme.

Al poco tiempo, volvió con el botiquín en sus manos, lo dejo en el suelo y como si se repitiera la misma escena del otro día pero en su cama, se acuclilló delante de mí cogiendo primero la mano que estaba al aire.

Apretó el algodón en uno de los nudillos y contuve un gritito parando de tararear la lenta melodía.

—¡Duele! —sollocé con voz de niña y volví a tararear de nuevo tranquilizándome. Hayden apenas me miraba, parecía concentrado en mis nudillos como si fuera un robot y solo estuviera realizando su trabajo- Mi madre solía tararearme esta canción para distraerme... —cerré de repente el pico confusa por mi necesidad de que lo supiera. Estaba segura que era el alcohol y el agotamiento psicológico que empezaba a hacerme mella.

Me miró por un segundo con un atisbo comprensivo en sus ojos. Al momento, me puso la venda sin decir nada. Se lo agradecía, no había nada que decir.

Me removí inquieta por su silencio y sus pequeños soplidos cuidadosos en mis nudillos. Comenzaba a despejarme cada segundo que estaba ahí sentada y empezaba a manejarme la tristeza. Aunque sabía que aún estaba bajo los efectos del alcohol.

—Se te han infectado un poco. — murmuró rompiendo el silencio cuando acababa de vendarme la otra mano— Te dije que vinieras a curarte. —me reprendió.

—Y he venido. —repliqué intentando aclarar mis pensamientos.

—Claro. Pero me refería sobria, no como una cuba. —dijo molesto mientras se alejaba con el botiquín. Debería marcharme ahora que podía a mi habitación, pero mi mente me decía que allí me iba a sentir sola. Que no iba a tener ningún cuerpo cálido junto al mío, que solo estaría yo con mi pasado.

En el fondo sabía que aquello era una simple excusa para no afrontar que aún no superaba todo por lo que había pasado. De hecho, hacia años que ninguna era mi habitación ni mi hogar. Estaba tan vacía que me quemaba por dentro. Y ahora, estaba causando demasiados problemas a Hayden, debía alejarme...

Me levanté sabiendo que no podía refugiarme en su presencia, que debía resolver mis demonios por mi cuenta y por consecuencia, me caí al suelo dándome con la rodilla en él. Apoyé ambos brazos en aquella superficie y con la fuerza que me quedaba me senté sosteniéndome la rodilla adolorida. Sabía que mañana me iba a salir un gran y bonito moratón que me recordaría que había estado aquí.

—¡Joder! —gimoteé en el suelo. Nada me salía bien. Esta misión no la cumpliría, fracasaría, decepcionaría a Venus... Empezaba a desquebrajarme lentamente y los efectos del alcohol no me ayudaban a reconstruirme para poder sostenerme aunque fuera un segundo.

—Estás bien, tranquila. —susurró calmadamente Hayden mientras me ayudaba a levantarme y me sentaba de nuevo en su cama con delicadeza. Cuando sentí su mano ayudarme suavemente, rompí a llorar. —No llores, por favor. —me pidió sentado ahora a mi lado sin moverse.

—¡No lo entiendes! —le miré con la vista nublada por las lágrimas. Perfecto, estaba borracha y llorando como una idiota. Delante de un chico que apenas conocía— ¡No tienes ni idea de nada! —dije enrabietada— ¡Ni tú! —le señalé con el dedo— ¡Ni nadie de este lugar sabe nada de mí! —exclamé en una especie de risa ahogada— Para vosotros, simplemente, soy la rara o la loca. —le miré quitándome las lágrimas de un manotazo para poder verle. Él me observaba inexpresivo como de costumbre. Su frialdad me enfadaba más— Encima, me estoy volviendo una auténtica llorona. —dije riéndome.

—Yo no creo eso. —negó seguro. Sus palabras me sorprendieron tanto que mi cabeza giró al instante hacia sus grandes ojos— No eres rara ni estas loca. Simplemente, algunos estamos más rotos que otros. Por eso te critican, porque quién no ha sufrido con cada célula de su ser nunca comprenderá lo que se siente. —dijo encogiéndose de hombros.

—Debería irme. —comenté al instante, contrariada por su respuesta y el vuelco de mi corazón. Quería preguntarle qué era aquello que le había hecho sufrir pero me levanté de la cama de nuevo y unas terribles náuseas me dieron la bienvenida. Sin duda, me había pasado bebiendo—. ¡Maldita sea! —maldije mientras corría o lo que fuera eso, tapándome la boca, porque parecía un pato mareado yendo hacía el baño. Aterrice de rodillas frente al váter que estaba iluminado tenuemente por la luz que llegaba de la habitación, justo al tiempo en que todo salía por mi boca. Empecé a sollozar en silencio con cada arcada que acudía a mí. Menudo espectáculo le estaba dando a Hayden. Al menos, en la oscuridad, no se veía que estaba hecha una mierda.

Tenía ambas manos a cada lado del váter intentando sostenerme como podía. Mi coleta se entrometía una y otra vez, haciendo que le apartase a cada segundo. Al instante, sentí otra arcada y cerré los ojos. No me di cuenta de que alguien me ayudaba hasta que no sentí sus manos sujetándome el pelo mientras hipaba y expulsaba todo una y otra vez.

—Ya está, ya está... —repetía consolandome el chico que me sostenía mientras acariciaba mi espalda con la mano y con la otra sujetaba mi pelo. Las náuseas habían cesado y ahora me encontraba tan débil que daba asco. Las lágrimas aún surcaban por mi cara contribuyendo a mi mal estado. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan mal en todos los aspectos.

Tiró de la cadena por mí y me levantó en brazos como a un koala. No me resistí ante su contacto ni a la ayuda que me ofrecía. Me dejó sentada en el mueble del lavamanos y me pasó el dentífrico sin mirarme. Puse un poco en mi lengua y lo removí hasta que este sabor reinaba en mi boca. Me bajé con su ayuda y escupí en el lavamanos. Toda aquella situación era digna de mí, del desastre que era.

La embriaguez se disipaba y daba paso al dolor físico. Mierda, suspiré apoyando mis manos en el lavabo mientras daba la espalda a Hayden. Empezaba a enfurecerme conmigo misma y sobretodo, comenzaba a avergonzarme por haber venido a su habitación. Todo aquello había sido un error. Un gran error.

—Debo irme. —murmuré no muy convencida en voz baja.

—Puede ser... Pero estas borracha aún, y débil. Dudo mucho que llegues a tu habitación en el estado en el que estas. —comentó sin emoción— Y yo no pienso llevarte hasta allí. —dijo con el ceño fruncido cuando me gire para escucharle bien. Aún veía un poco borroso, pero él estaba igual de guapo con todo ese pelo revuelto y esos ojos enormes.

—¿Te estas ofreciendo a dejar que me quede aquí esta noche? —pregunté confusa.

—Eso parece, pitufina. —contestó con una media sonrisa mientras se dirigía a su cama y se tiraba boca abajo. Me quedé observando su gran cuerpo en una especie de trance.

Sonreí despacio hasta que no pude hacerlo más. Ciertamente, nunca me habían gustado los motes ni que me compararán con nada. Pero dicho de sus labios no me desagradaba como el resto lo hacia. No sabía que narices me pasaba ni porque empezaba a importarme lo que me decía. Realmente, estaba muy, pero que muy, atolondrada.

Le miré desde el baño, su espalda era preciosa y amplia. Un león poderoso mostraba sus colmillos en un tatuaje entre sus omóplatos. Sus ojos miraban con fuerza, como si trasmitiese poder. Me pregunté cual había sido la razón por la que se había tatuado aquello.

—Apaga la luz cuando vengas. —me ordenó como si estuviera seguro de que iba a quedarme. De pronto, se levantó y se quitó los pantalones otorgándome una buena visión de la parte trasera de su cuerpo. Obligué a mi cabeza a mirar hacia otro lado y suspiré en un intento por mostrarme tranquila. Era Hayden, un maleducado que apenas conocía y en quién no debía fijarme. Me imaginaba que podía ser él, el traidor y yo no quería tener relación con ningún traidor. Esa era una buena razón para no fijarme en él... Por lo que, asentí decidida a quedarme, pero sólo para usar su cama y dormir plácidamente y descansar. Mañana este momento solo sería una mancha confusa.

Desvié el resto de pensamientos al fondo de mi mente y apagué la luz del baño y de la habitación algo más despejada que antes.

—¡Auch! —aullé de dolor al darme con la rodilla en la cama antes de hundirme en ella. Por supuesto, Hayden soltó una carcajada que inundó el silencio de la habitación. Aquello provocó una cálida oleada en mi interior que me hizo sonreír. Me coloqué en mi lado como una bolita apretujada sin rozar a Hayden. Evité pensar a toda costa en cómo había sonado aquella melódica risa.

Al instante, caí dormida, sin ni siquiera taparme. Hundí mi nariz en aquella almohada que olía a una colonia dulce de hombre y supe que hoy descansaría plácidamente gracias a un chico rubio de ojos esmeralda...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top