Capítulo 5

Me desperté por el ruido de una puerta que se había cerrado. Me costó acostumbrarme a los rayos del sol que se filtraban a través de las cortinas negras. ¿Cómo que cortinas negras?. Me incorporé sobresaltada, esta no era mi habitación. Mi habitación, poseía unas cortinas rojas a mi lado derecho, no detrás del cabecero de la cama. Me calmé un poco cuando recordé que ayer por la noche había llegado a Urano y que esta iba a ser mi nueva habitación por un tiempo indefinido.

—¡Hola! —saludó una voz algo grave que acabó por despertarme de golpe. Un chico moreno de ojos castaños me observaba desde la entrada. Me restregué los ojos bien, pensando que aún me encontraba en alguna fase del sueño.

Un momento, ¿qué hacía este chico aquí?. Pegué un salto desde la cama y pase la alfombra blandita blanca que se extendía por el suelo y que ayer no había notado. Ahora mismo es cuando me daba cuenta de que las paredes de la habitación eran blancas y un suelo de madera oscuro se extendía por debajo de esta alfombra blandita. También, había dos puertas blancas al lado derecho y una mesilla negra al lado de la cama también negra con un cabecero de madera. Había dormido en una cama de dos plazas, grande y bonita. Ni siquiera me había percatado de ello. Me miré de arriba abajo y aún seguía con la ropa de ayer e incluso con las zapatillas de deporte. Era un desastre.

Cuando volví a mirar a aquel chico que se había colado en la que era mi habitación, estaba sonriendo. ¿Cómo se atrevía a sonreír tras haberse colado aquí dentro sin permiso?. Sin embargo, su cara me sonaba de algo...

—¿Qué narices haces aquí? —le pregunte sin más preámbulos. Quise que sonará amenazante pero con mi pequeña voz grave por culpa de haberme despertado ahora, parecía un pitufo. Tanto que tuvo que contener una risa aquel moreno de un metro setenta y cinco, quizás. Su presencia empezaba a sacarme de quicio...

—La llave estaba puesta, pequeñaja. —dijo mientras levantaba las manos en señal de rendición y una estúpida mueca de burla asomaba su cara.

—Eres el de la misión de Ryo, ¿no?. — Pregunté segura. De eso me sonaba. Había tardado un par de segundos más en encajar su cara en aquella misión. Este chico era "el moreno" que iba junto al de " los ojos arrebatadoramente sexys ".

—Sí, Alex Houston, un placer. —dijo mientras se acercaba para estrecharme la mano. Pero se quedó en el aire porque yo la mía no se la estreche.

—Lárgate y dame la llave. —le ordené bordemente. Madre mía, acababa de mirarle de arriba abajo, algo que no debería haber hecho. Llevaba unos pantalones negros ajustados que colgaban de su cadera y una camiseta blanca se amoldaba a su torso, haciéndole un cuerpo de infarto. Poseía unos ojos castaños cargados de pestañas y unas cuántas pequitas en la nariz. Tendría unos veinte años, quizás, pero tenía aún aspecto de niño.

Me sonroje al darme cuenta de que Alex sabía que lo había mirado de arriba abajo. Empezó a carcajearse, estaba claro que debía controlar mis hormonas y mi poca experiencia en chicos debería ser ocultada. Mi primer día no marchaba especialmente bien...

—La llave. —repetí furiosa dejando mi mano en el aire a esperas de que me las diese.

Tardó un segundo en reaccionar aún riéndose y saco la llave del bolsillo de sus jeans negros. La deposito en mi mano y le mire con fuerza para ver si entendía que no quería que siguiese aquí.

—Me alegro de haberte conocido, Thalia Stone. —dijo mientras me guiñaba un ojo y salía de la habitación. Cerré la puerta de un portazo tras su salida sintiéndome mucho mejor.

Sin más dilación, me dirigí a las puertas blancas mientras me colgaba el collar con la llave. La puerta más cercana a la entrada era un maldito vestidor. ¿Acaso me estaban gastando una broma?. Estas habitaciones no las había en Gea y si las había yo no tenía constancia de ello.

El vestidor era bastante grande. Una alfombra beige se extendía por el suelo y las paredes eran blancas. Había perchas a mis lados y al frente. Tenía forma de "u" alargada y era bastante amplia por lo que mi cuerpo pasaba con gran facilidad. Sinceramente, estaba maravillada. Nunca había tenido muchas cosas cuando era pequeña. Mis padres y yo habíamos vivido en una humilde casita en California y nunca había tenido un vestidor, sino un pequeño armario...

Me seguía repitiendo a mi misma que Ryan se había equivocado de habitación. Básicamente, parecía más una habitación de hotel de lujo que una habitación para la organización.

Salí del vestidor y arrastré mis maletas a su interior. Empecé a colgar todo y lo que no se podía colgar lo dejé en una pequeña cómoda que estaba detrás de las perchas vacías.

Cogí también unos jeans negros y una sudadera verde oscura, con ropa interior. Fui a la puerta de al lado y entre a un lujoso baño. Un gran espejo se extendía por la pared de la izquierda y frente a mi una bañera grande y bonita. Más parecida a un jacuzzi que a una bañera por su tamaño. Pero, no me iba quejar por si tentaba a la suerte. También, había un lavamanos decorado con una encimera de mármol. Incluso, pase mis dedos por aquella lujosa encimera.

Después de haberme dado un gran baño y haber arreglado mis pintas baje con Ariadne a la sala para el desayuno. Al menos ella sabía como llegar, si hubiera sido por mí no hubiéramos llegado. Por supuesto Ariadne, iba guapísima. Su cabello pelirrojo lo llevaba recogido en una coleta alta y sus ojos grises iban delineados por una raya negra que hacia que sus ojos fuesen aún más grandes de lo que ya eran. Iba con una camiseta de manga larga que se pegaba a su cuerpo como un guante dejando ver un poco de su escote y unos pitillos que le hacían resaltar sus esbeltas piernas. Casi como yo, que a su lado parecía un desastre. Mi pelo suelto largo lo llevaba aún mojado porque en esa habitación faltaba un secador. Además, apenas me había maquillado. Pero lo bueno fue que cuando bajamos al comedor no había nadie, sólo los camareros que repartían platos por la increíble mesa. Era muy parecida a la que había en Gea. El comedor era una impresionante sala con dos grandes ventanales que iban desde el techo al suelo. Aunque las cortinas negras le otorgaban un aspecto apagado, cuando la luz se filtraba y daba a las paredes completamente blancas parecía que la sala era mucho más grande de lo que era.

Había tres chicos sentados que tendrían aproximadamente unos once u doce años en la otra parte más alejada de la mesa alargada. No había ni rastro de chicos de mi edad o de la edad de Ariadne. Cogí bacon y un par de tostadas junto con un zumo. No tenía ánimos para hablar, asi que termine antes que Ariadne que se había llenado el plato con todo lo que podía haber encontrado como también hacía en Gea. Había cosas que no iban a cambiar nunca.

—¡Eh, chicas, estáis aquí! —-interrumpió alguien a nuestras espaldas. Me gire con rápidez, su voz era sexy, grave pero hasta el punto de no parecer un camionero. No me equivoque al pensar que si su voz era sexy, él también.

Un moreno de altura considerable y de buen porte se encontraba frente a nosotras con el pelo echado para atrás, una chaqueta gris y unos pantalones también grises cortos de algodón. Sus músculos se podían observar a través de la chaqueta. Juro que nunca me había fijado tanto en chicos como ahora lo estaba haciendo. Pero es que en serio, los chicos de aquí parecían modelos, no sé como los cogían a todos guapos. Además, he sido una chica criada prácticamente con otras chicas. Por lo que no estaba acostumbrada a ver a muchos, eso tampoco quiere decir que no haya conocido a ninguno...

Este hombre con sus ojos azules y su pelo moreno peinado era de lo más mono. Más, cuando en sus labios semicarnosos se formó una sonrisa deslumbrante que dejaba ver un piercing que tenía en el frenillo.

—¿Nos buscabas? —dijo Ariadne saliendo del trance. Al parecer no era a la única a la que este chico guapo le había embobado.

—Sí, me ha dicho Ryan que os buscase para que fuerais a hablar con él. —dijo con las manos en el bolsillo y con una sonrisa divertida en los labios. Quizás, se había dado cuenta del efecto que ejercía en las mujeres.

—Claro. —dije impidiendo sonar tonta— ¡Vamos, Ariadne! —la animé a ponerse en pie mirándola mientras me levantaba de la silla blanca.

—¡Oh, sí! —dijo Ariadne sonriendo mientras se levantaba como una modelo. Sabía que lo hacía para llamar la atención de aquel chico, y lo hacía bien porque se fijo en ella bastante.

Carraspee para que dejasen de echarse miraditas y poder ir a hablar con Ryan.

—¿Nos llevas o qué? —pregunte al chico que me sacaba como dos cabezas, por lo que tuve que mirar hacia arriba.

—Sí, seguidme. —dijo sonriendo mientras volvía de su trance al mirar a Ariadne—. Por cierto, me llamo Azael Blake. —se presentó acariciándose la nuca mientras atravesábamos el recibidor e íbamos a una puerta que estaba detrás de las escaleras.

Fuimos a dar a un largo pasillo iluminado por lámparas ya que no había una sola ventana. Las paredes eran negras y el mismo suelo de madera que había por todo el castillo lo decoraba.

—Yo soy Ariadne. —se presentó mi amiga a su lado ya que yo iba detrás de ellos—. Mi amiga se llama Thalia. —dijo señalándome con la mano. Azael me miró por encima del hombro y asintió hacia Ariadne.

—Ya sabía como os llamabais. —afirmó en alto divertido.

—¿Cómo lo...? —pregunté sin acabar. Porque el moreno me estaba interrumpiendo...

—Este es el despacho, os esta esperando. —nos informó Azael frente a la puerta que ponía despacho. Otra cosa que no cambiaba con respecto a la otra sede.

—Gracias, Azael. —dijo Ariadne mientras le sonreía coqueta. Bufé en voz baja y me abrí paso entre ellos dos. Ni siquiera llamé a la puerta, sólo pase.

—Menudos modales. —dijo Azael a mi espalda. No le hice ni caso, solo quería que Ryan hablase con nosotras de lo que debía hablar. Además, dijeron socializar y tampoco pensaba en echarme amigos exactamente. Cuando se enterasen de que esto solo era una misión dudo mucho que alguien quisiera seguir siéndolo.

—Hola, Thalia. —me saludó Ryan sentado en una impresionante mesa negra situada en el medio de aquella habitación. Estaba bien iluminada por dos grandes ventanales a su espalda y dos estanterías a los laterales. También había una puerta a un lado, puede que fuera su habitación, o bien, puede que fuera un baño. En Gea,Venus dormía al lado del despacho así que tampoco me sorprendería mucho... —Ariadne. —dijo llamando su atención de la puerta. Cuando Ryan la vio, Azael se alejó rápidamente como si ya no debiera estar allí. Ariadne cerró la puerta y se sentó en una silla a mi lado.

—Bueno chicas, voy a ir al grano. —dijo juntando sus manos por encima de la mesa en una actitud seria—. Ya sabéis para lo que estáis aquí. Quiero al traidor.

Tragué saliva, Ryan daba miedo. No quería ni pensar en lo que le pasaría al traidor cuando se desvelará su identidad y Ryan lo supiera.

—Lo sabemos. —reafirmó Ariadna con seguridad.

—Bien. —dijo reclinándose contra el respaldo de la silla— Cómo estas dos semanas van a ser de entrenamiento para la vuelta a las misiones, que supongo que ya os ha comentado Venus. —tanto Ariadne como yo asentimos a la vez y dejamos que continuará—. Debéis entrenar con los chicos estas dos semanas. Aquí los viernes se celebran fiestas y los sábados se permite salir todo el día, pero el domingo se debe estar aquí puntuales a primera hora de la mañana y con doble entrenamiento. —dijo firme— Me da igual si estáis de resaca o no. También como sabéis, tenéis que relacionaros con todo el mundo y cotillear, ¿de acuerdo?.

—Lo de cotillear tenlo por seguro. —-dijo Ariadne sonriendo. La movía el cotilleo, para ella esta misión iba a estar chupada. No tanto para mí, que normalmente el cotilleo me daba igual y socializar con la gente no esta en las mejores cosas que se hacer.

—Si queréis algo más, hablad con Sharif. Él os dirá todo lo que necesitáis saber sobre este lugar y os hablará sobre los horarios. —explicó sonriendo— Ahora estará en la zona de ocio como la gran mayoría.

Casi me atragante con mi propia saliva. ¿Zona de ocio?. En Gea, teníamos aquella salita de cine, pero tampoco es que hubiera mucho más aparte del jardín y un par de televisiones en una sala dónde recogíamos nuestra ropa y la planchabamos.

—¿Zona de ocio? —pregunté sorprendida.

—Sí. —dijo Ryan orgulloso, al parecer, por ello— También, hay un mini bar allí, como existen otro tipo de salas: lavandería, librería, sala de entrenamiento con diversas máquinas y la piscina climatizada.

La mandíbula me llegaba al suelo. ¿Era acaso posible que todo eso fuera cierto?

—¿En serio? —dije sorprendida.

Él empezó a carcajearse mientras me respondía que sí entre risa y risa. No entendía la gracia.

—Ya sé que no estáis acostumbradas a esto. —dijo ahora ya más tranquilo— Pero ya os iréis familiarizando con ello. Además, aquí los chicos siempre suelen estar de bromas. —dijo mientras se levantaba dándonos la señal de que debíamos irnos- A veces, hay peleas no os lo voy a negar. —-admitió sincero mientras avanzaba a la puerta con nosotras pegadas a sus talones— Pero bueno... —suspiró abriendo la puerta— Si necesitáis algo ya sabéis donde estoy. Por cierto, os quiero los jueves aquí cada mañana a las ocho. —dijo y me tragué una palabrota por no poder dormir más.

Ambas le sonreímos y Ariadne contesto un "Sí, jefe" fastidiada por la hora también.

—Menuda mierda. —refunfuñe mientras íbamos a la zona de ocio,en busca del tal Sharif para que nos pusiera al día con el horario y de las zonas que había en este castillo.

—Y que lo digas amiga. —comentó Ariadne mientras llegábamos al recibidor— ¿Dónde coño esta la zona de ocio? —preguntó mi amiga levantando una ceja pelirroja mientras me miraba. Me encogí de hombros. Sería todo más fácil si pusieran cartelitos con flechas...

—Si no está aquí abajo, estará en una de las plantas de arriba. —sugerí.

—¿Cuántas plantas tiene esto? — preguntó en voz alta Ariadne con sus ojos grises mirando hacia arriba.

—Señoritas, ¿me buscabais? —dijo Azael tiñendo todo con su arrogancia. Me giré para verle andar con esos ojos azules saliendo del comedor.

—¡No! —negué en alto pero enseguida Ariadne me lanzó con una mirada asesina. Así que decidí no seguir hablando y mantenerme calladita.

—No la hagas caso. —dijo Ariadne enseñando sus perfectos dientes blancos al apuesto Azael. Este chico era guapo tan solo vestido con ropa deportiva, eso no iba a negárselo. Me obligué a apartar la vista de esos dos que se devoraban con los ojos y me dirigí escaleras arriba.

La madera crujía un poco cada vez que daba un paso, pero se notaba el buen estado de esta. Llegué a la primera planta con esos dos pegados a mis talones hablando, más bien devorándose el uno al otro con la mirada.

—¿Zona de ocio, no? —dijo Azael sonriendo a mi amiga. Me entraron ganas de agitar los brazos entre ellos dos para que se dieran cuenta de que yo también existía—. Es la tercera planta...

Ahogué una palabrota de nuevo y marché a andar escaleras arriba. Me quemaban los gemelos y hoy el día no estaba para irritarme, porque ya de por si lo estaba. Recordando el hecho de que un tio se había colado en mi habitación y que además, este lugar aún no lo conocía, ni a la gente que albergaba en él.

Llegué a la tercera planta con aquellos dos escalones más abajo. Había tres pasillos: uno a mi derecha y otros dos a la izquierda.

Tiré para la derecha porque había uno, pudo haber sido más lógico haber esperado para que el arrogante de Azael Blake me dijera el camino pero prefería apañármelas solita.

Arrastré mis piernas por el pasillo, agotada y eso que aún no había hecho ningún tipo de ejercicio. Mi cabeza me martilleaba dando la bienvenida a las conocidas migrañas impidiéndome poder pensar demasiado. Suspiré por el pasillo sin ver nada más que habitaciones con números. Hasta que al final las últimas tres puertas cambiaban a un color rojo con distintos carteles. En uno de ellos ponía sala de ocio, en el de enfrente había un número de habitación casi ilegible y en mi lateral derecho ponía un cartel negro que decía: " No pases sin autorización ". Supongo que ahí es dónde guardaban las armas. Dejaría esa curiosidad para otro momento. Además, la habitación estaba cerrada con llave. Por más que quisiera saber lo que había dentro no lo iba a conseguir.

De repente unas voces provenientes de la zona de ocio me impulsaron a abrir la puerta con rápidez, pero con sigilo. Se estaba produciendo una pelea. La sala era grande y espaciosa. Los ventanales frente a mí eran enormes y entraba la luz a raudales.

Había una mesa de billar en el centro, máquinas de juegos colocadas junto a las paredes y una barra con estanterías llenas de distintas bebidas alcohólicas a mi derecha, que se extendía hasta el final de la sala con distintos taburetes negros en ella.

Habia unos sofás pegados a la pared a mi izquierda alejados de la puerta. Dejé de observar la sala y me centré en la pequeña trifulca que había frente a mí, un chico de pelo rizado rubio estaba siendo sujetado por el "ojos arrebatadoramente sexys" mientras que mi intruso de esta mañana sujetaba a otro de complexión fuerte y rasgos amenazantes. Si tuviera que elegir cuál era el más imponente de los dos elegiría a aquel rubio de mandíbula apretada.

—Más te vale que sea cierto. —siseó el moreno de complexión fuerte mientras se relajaba en los brazos de Álex. Ninguno se percató de mi presencia, así que me desplace despacio hasta la barra del mini bar, cansada de oír su pelea. Aunque debería enterarme porque para eso estaba aquí. Hoy no era ese día, el dolor de cabeza me impedía pensar en otra cosa.

Me eché lo primero que pille en un vaso y me giré justo para ver al rubio echo una furia salir de la habitación a zancadas. Menudo genio tenía el tipo, casi me hacía gracia.

—¿Qué cojones le ha picado a Hayden? —preguntó Azael entrando con Ariadne a su espalda. Su pelo pelirrojo se balanceaba alegre, se notaba que estaba contenta. Me senté en un taburete dispuesta a oír lo que decían.

El tipo moreno ya estaba sentado en un sofá de enfrente mirando al suelo, parecía tenso aún mientras la divertida sonrisa de Alex se instalaba en sus labios. Era sexy, había que admitírselo, así apoyado en la mesa de billar.

—Nada, ¿no querrás asustar a tu acompañante nada más empezar?
—dijo Álex y me dieron ganas de abofetearle. ¿No podría limitarse a contarlo y ya está? .

—Dirás acompañantes. —le corrigió "ojos arrebatadoramente sexys" fijando su mirada en mí, desviandola de Álex. Iba en pantalones negros de deporte y camiseta blanca, pero el tio era guapísimo. Sus rasgos árabes con esos ojos tan claros te dejaban anonadada.

Me revolví incómoda por su mirada y las de los demás que se habían percatado de mi presencia. Incluso el tipo de la pelea había enfocado su mirada en mí. Sus ojos negros me observaban con profundidad, preguntándose cuando había llegado. Estaba por levantarme y gritar:¡Sorpresa!

—Ya, bueno. —carraspee bajando del taburete— ¿Quién es Sharif ? — pregunté sin perder el tiempo. Realmente necesitaba estar sola en alguna de esas salitas. También tenía que preguntar por la cocina y por si alguien tenía un par de pastillas para el dolor de cabeza.

Avancé hasta situarme al lado de Alex pero bastante alejados. Todos los de aquella sala me observaban curiosos. Ya estaba acostumbrada a las miradas de los hombres, pero nunca habrá una mirada peor que la de Ryo quién, por cierto, ya no volvería a verle la cara porque había sido encerrado.

—Yo. —dijo el "ojos arrebatadoramente sexys" interrumpiendo mis pensamientos. Sonreí internamente, al fin una noticia buena.

—Ryan nos ha dicho que nos ayudarías poniéndonos al día sobre este lugar. —explicó Ariadne con una sonrisa dulce.

—Os lo enseñaré. —dijo sonriendo. Era una de esas sonrisas que hacía que te derritieses porque era preciosa. Sus dientes totalmente blancos parecían dar más luz a su cara de la que ya le otorgaban sus ojos grises.

Después de salir de aquella sala con la mirada de los tres que dejamos allí siguiéndonos a cada paso... Más bien  miraban más a Ariadne y yo sonreía en silencio. Era bueno tener una amiga que destacaba más que tú porque todas las miradas se desviaban a ella.

—Bueno chicas, está es la piscina. — dijo Sharif frente a una puerta negra que estaba enfrente de las escaleras por las que habíamos subido a esta cuarta planta.

Gire el pomo, sin más preguntas ni esperas. Entre a la sala de la increíble piscina climatizada. Era enorme, el suelo era de madera y la piscina se extendía por casi toda la sala. Las paredes eran blancas excepto por los grandes ventanales que ocupaban todo el lado izquierdo, otorgando a la sala de una gran iluminación. Se podía observar todo lo que rodeaba al castillo desde la piscina.

—Increíble. —murmuré sorprendida mientras me acercaba a los ventanales y dejaba a Sharif y Ariadne en la puerta. Parecía una niña pequeña a la que le habían dado un regalo y estaba entusiasmada por abrirlo y usarlo.

Apoyé mis palmas en el cristal y observé. Se veía el campo a nuestro alrededor y hacia el horizonte se podía apreciar la ciudad de Nueva York. Me di la vuelta y oteé la piscina que se extendía justo al lado de donde ahora tenía los pies. Hundí mi mano en el agua agachándome y estaba templada. En su punto. Sin duda, subiría bastantes veces aquí.

Después de que comentarán un par de cosas sobre la sala y Sharif nos informará de que la piscina únicamente se podía acceder por las mañanas y si no tenías misiones por las tardes. Nos condujo de nuevo al recibidor de esta planta y nos llevó a una puerta de la que no me había percatado antes que estaba al lado derecho de esta.

La lavandería no era como las otras salas, ésta comparada con el resto dejaba mucho que desear pero era comprensible. Era una sala decorada con paredes blancas y muchas lavadoras en filas como una lavandería de ciudad. También, había secadoras en otra fila pegada al lado derecho de la sala y al fondo había una puerta que según Sharif, era ahí dónde debías planchar la ropa. Había un par de planchas en las paredes colgadas y enchufadas. Unas tablas de planchar reclinables se encontraban a sus respectivos lados. Al menos esto era normal, sin lujos.

La lavandería se activaba por las noches entorno a las diez de la noche y si las lavadoras estaban ocupadas debías esperarte y venir más tarde aunque todo ahí dentro se desactivaba a la una dela madrugada. Pero para mi alivio Sharif comentó que había tiempo suficiente para venir, colocar la ropa, secarla y plancharla. Normalmente, no todos hacían la colada el mismo día. Situación que ya me había hecho a la idea, no había que ser muy lista para saber eso.

Después de dejar la lavandería atrás bajamos las escaleras hasta la planta del comedor, la del recibidor principal de la mansión. Avanzamos por el comedor y fuimos a una puerta que no había visto antes hacía la increíble cocina. Toda ella decorada en tonos color plata y crema. Las encimeras eran de granito. Había distintos fuegos y una isleta también de granito en el medio de toda la sala. Dentro había dos personas, uno era el chef por el imponente gorro que llevaba y otro el ayudante.

—¡Hola, Max! —saludó Sharif con una sonrisa amable al regordete del cocinero. Éste se giró sorprendido apartándose del fuego y avanzó a zancadas para estrechar en un abrazo a Sharif, quién le sacaba dos cabezas. Parecía un hombre cansado, rondaba en unos cincuenta y nueve años y su pelo cano se dejaba entrever a través del gorro blanco de cocinero. Era pecoso y sus cejas pelirrojas estaban completamente despeinadas otorgándole un aspecto algo divertido.

—¡Ya era hora de que vinieras a verme! —dijo Max con una sonrisa amigable en el rostro— ¿Y estas preciosidades? —comentó dirigiendo la mirada a nosotras. Su ayudante ni siquiera se había girado, seguía concentrado en el fogón dónde había una olla gigante que desprendía un olor a estofado. Mi tripa empezó a rugir, anunciándome que el hambre se apoderaba de mi cuerpo de nuevo.

—¿Tienes hambre, no, muchacha? — dijo Max atrayendo mi atención. Me ruboricé al ver que todos me miraban, habían escuchado mi tripa.

—Un poco. —comenté casi en un tono inaudible.

—La cocina está siempre abierta. — comentó Max— Pero la comida, cena y desayuno tienen horario. —dijo guiñándome un ojo. Ariadne a mi lado intentaba contener la risa bajo su pelo pelirrojo—. Will, hijo. —dijo Max girándose para llamar a su ayudante.

—Deberíamos irnos ya. —soltó Sharif algo tenso. Fruncí el ceño por su repentino cambio de humor. Sus ojos miraban hacia la puerta con ganas de irse. Los tres seguíamos parados a escasos centímetros de la isleta central. Will de repente se giró al enterarse de que le llamaban.

Estaba serio, y sus ojos verdes no expresaban nada. Era la viva imagen de Max pero algo más joven y más alto. Era pelirrojo y algunas pequitas le decoraban la nariz como a su padre. Sus labios semi carnosos estaban unidos en una línea tensa.

Aquí pasaba algo raro y no estaba segura de si era la única que se daba cuenta de ello porque Ariadne y Max seguían sonrientes como si nada.

—¡Hola, chicas! —nos saludó Will, acercándose a nosotras con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que no le llegaba a los ojos. Había algo raro entre Sharif y él, lo podía ver. Sharif aún seguía tenso al lado de Ariadne y ni siquiera le miraba a Will. Max se había quedado esta vez en el fuego.

— Soy Ariadne. -comentó mi amiga presentándose al pelirrojo—Y ella es Thalia. —dijo señalándome con una sonrisa. Sonreí en el acto por educación.

—Mucho gusto. —dijo mientras se acercaba a un mueble de la encimera de granito cogiendo al parecer dos papeles—. Tomad. —dijo mientras nos daba un papel blanco de tamaño carnet.

Lo mire y ponía el horario de la cocina. Suspiré aliviada porque al menos no tendría que acordarme de a que hora podía venir aquí.

—La cocina como os ha dicho mi padre, —explicó mientras dirigía mi mirada a sus ojos verdes. Tenía un rostro de delicadas facciones y era bastante atractivo—. está abierta siempre, podéis coger lo que queráis de la despensa. —dijo señalando a una puerta que se encontraba al lado del mueble plateado—. El horario para comidas es el que tenéis y no hay mucho más para comentar —finalizó riéndose.

—Pues vámonos. dijo Sharif rompiendo la risa de Will. Definitivamente, aquí pasaba algo y lo iba a descubrir.

—Gracias, Will. —me despedí de él y seguí a los otros dos que ya parecían haberse esfumado. Si mal no recordaba aún quedaban dos salas: la librería y la sala de entrenamientos.

—Ahora vamos a ver mis preferidas. —comentó Sharif con una sonrisa en el rostro como si hace unos segundos en la cocina no hubiera estado más tenso que un palo.

Pasamos por el comedor, de vuelta al recibidor enorme y bien iluminado. Justo enfrente había una puerta al lado de la puerta de salida y de las escaleras. Una puerta que ni había visto como todas las demás. Era tan despistada que estaba segura que después de la vuelta que hemos dado hoy por toda la mansión apenas me iba a acordar. Pero es que parecía más una visita turística que otra cosa. Ya echaba de menos Gea, incluso a la repelente de Andrea. Bueno, eso no era del todo cierto...

—¿Y cuántos sois aquí? —preguntó Ariadne mientras seguíamos a Sharif por el pasillo ancho de alfombra roja y paredes de madera oscura.

—Pues somos veintidós ahora mismo.
—comentó Sharif— Unos cuántos siguen de vacaciones y otros ya se han retirado. Así que este año contamos con poca gente. Otra la hemos perdido en misiones... —dijo bajando la voz. Eso también sucedía en Gea, desde que llevo allí habían muerto diez chicas por misiones peligrosas. Pero a veces , las bajas eran inevitables, era uno de los riesgos que todos teníamos claro al realizar misiones. Todos sabíamos a lo que íbamos y lo que podíamos perder. Yo simplemente, no podía perder nada, aparte de mi vida y estar con Ariadne y Venus. Era lo único que tenía, me había ayudado a sacar fuerzas pensar que al menos tenía a dos personas que quería y que se preocupaban por mí. Me tragué el nudo que había comenzado a instalarse en mi garganta al empezar a recordar mi pasado y me concentré en seguir los pasos de ambos cómo una muerta viviente.

—¡Aquí estamos! —dijo Sharif con una sonrisa que le llegaba a los ojos- La biblioteca.

Me esforcé por sonreír pero no pude. Pase tras una Ariadne contenta. Ambas adorabamos los libros, nos encantaba leer. Fundirnos con las letras de los libros y hundirnos en el mundo que ponía en las páginas. Pasaría por aquí unas cuántas veces cuando me acabe los libros que me había traído. Aunque de haber sabido esto, ni los hubiera traído.

Aún recordaba, rodeada de todas estas estanterías, cuándo años atrás nos daban clase en aquel orfanato. Recuerdo a aquel hombre apasionado, era la mejor persona que estaba en Holland. Era un hombre de mediana edad, delgado y con gafas que apenas se sostenían en su fina nariz. Tenía unos ojos tan abiertos que parecía un búho y con una sonrisa que siempre aparecía cuando nos explicaba algún libro. Agradecía a ese hombre cada día por haberme enseñado que la vida puede ser una mierda, pero dentro de ella siempre habrá cosas maravillosas por las que seguir hacia delante y tú debes ser quien elija si quiere verlas o taparse los ojos ante ellas. Me enseñó que los libros eran un mundo maravilloso en el que podías soñar aunque la realidad en ese momento no fuera buena. Una lágrima asomó por mi mejilla sin darme cuenta acompañada de muchas otras. Venir aquí no había sido buena idea, en Gea, estaba bien. Los recuerdos no venían y cuando lo hacían hablaba con Venus. Soy débil y lo estoy demostrando. El primer día aquí...

—¿Estás bien, cielo? —me preguntó preocupada Ariadne que se acercaba a grandes zancadas desde una estantería repleta de libros de aquella sala llena de ellas. Ni siquiera había observado la sala con sus grandes mesas blancas y sillas por todas partes. Era enorme, y se extendía por mis laterales. Parecía una sala de palacio.

—Sí. —conseguí decir mientras me limpiaba las lágrimas a toda velocidad.

—Ven aquí. —dijo Ariadne extendiendo sus brazos para envolverme con ellos. La abracé con fuerza, y agradecí su silencio en este momento. Ella no sabía todo lo que había pasado, apenas lo sabía Venus. Pero no me insistía, sabía que estuve en un orfanato un par de años pero no sabe porque fui allí...

—No sabía que a alguien le disgustase tanto los libros. —bromeó Sharif de quien me había olvidado. Estaba aún ahí con sus ojos mirándonos con comprensión.

—¡Si nos encantan! —afirmó Ariadne liberandome de su abrazo y dejándome con su colonia de vainilla en la nariz—. ¿A que sí? —dijo pasándome un brazo por los hombros.

—¡Por supuesto! —afirmé mirándola sonriente. Sin duda, la quería muchísimo.

—Perfecto, chicas. —dijo Sharif divertido- Ya es hora de ir a la sala de entrenamiento. ¿Estaréis preparadas para entrenar, no?  —preguntó y bufé.

—Tengo ganas de comer, no de entrenar. —sonreí mientras salíamos de la librería detrás de Ariadne.

—Tranquila, —dijo Sharif sonriendo— ahora no es hora de entrenar. De hecho, no se si os habéis dado cuenta de que no hay nadie por los pasillos. —dijo inclinando la cabeza mientras volvía a girarse para seguir por el pasillo. Era interminable, hasta que llegamos a una puerta negra.

—Ajá, ¿por qué no hay nadie? — preguntó Ariadne a mi lado con sus ojos grises escrutando a Sharif.

—Porque amigas, aquí si no hay trabajo, se vaguea. —dijo carcajeándose mientras abría la puerta y dábamos a una sala oscura.
—La mitad esta durmiendo y solo se levanta para comer. Así que, ahora los veréis. —dijo mientras su voz se perdía por la oscuridad de la sala. Me quedé en el marco de la puerta con Ariadne esperando— ¡Maldito interruptor! —maldijo en las profundidades de la sala—. ¡Aquí está! —exclamó en alto.

La sala se iluminó por completo. Había lámparas fluorescentes en el techo, lo suficientemente grandes para que se iluminará la increíble sala. Estaba llena de colchonetas azules por el suelo. Había sacos de boxeo colgados y también un ring de boxeo en el centro de la sala. Estanterías en el fondo de esta estaban llenas de guantes, cuerdas, pesas y un montón de utensilios para realizar deportes. También, había una parte sin sacos de boxeo colgados.

—¡Es el doble de grande que la de Gea! —habló sorprendida Ariadne a mi lado. Sus ojos grises observaban la sala con curiosidad.

—¡Tengo ganas de utilizar esta sala! — afirmé en voz alta mientras una sonrisa se filtraba por mi rostro.

—¡Me alegra oír eso! —dijo una voz a mis espaldas. Me giré deprisa algo asustada y miré por el pasillo. Era Ryan que se acercaba a paso tranquilo con unos jeans negros y una chaqueta gris deportiva—. Pero chicas ahora id a comer, así que bajad vuestros traseros al comedor. —dijo mirándonos a ambas—Tú, —miro por encima de nuestros hombros hacía Sharif— tengo que hablar contigo. —-dijo en tono serio. Pero era irresistiblemente guapo hasta con esa voz que daba escalofríos. Qué pena que ya estuviese interesado en Venus...

Ariadne y yo nos miramos cómplices y optamos por decir adiós e irnos. Pero no avanzamos mucho, nos paramos un poco más adelante. La puerta de la sala no había sido cerrada así que podíamos escucharles, pero las voces eran muy débiles para oírlas a la perfección desde donde estábamos pegadas en una parte de la oscuridad del pasillo.

—Te dije que controlarás a esos dos. —oí a un furioso Ryan.

—No soy su padre. —dijo serio Sharif— Ya son mayorcitos para saber que no deben discutir por esas gilipolleces.

—Me da igual. —dijo tajante Ryan— Tú estás a cargo de todos, eres el que más años tiene y el que yo he mandado que supervisara a cada uno de ellos. Así que, si tienes que darles una paliza a los dos para controlarles, se la das. —habló amenazante.

—Vámonos... —susurró Ariadne en voz baja y asentí. Ambas nos alejamos sigilosamente y fuimos al comedor.

—Tenemos que averiguar lo de la pelea. —murmuré a su lado mientras llegábamos al comedor— Lo que no entiendo es, —dije mientras paraba a Ariadne casi a las puertas mirando hacia los lados para ver que no había nadie cerca— ¿cómo se ha enterado Ryan? —pregunte confusa.

—La gente habla amiga. —dijo encogiéndose de hombros- Los chicos también son unos chismosos.

Era cierto, estaba claro que él se enteraba de cosas por los agentes, pero aún así era el jefe y de todo no podía enterarse. Los rumores siempre corren, pero pasan primero por los agentes y luego por el jefe. Para cuando se haya enterado, ni siquiera ese rumor existiría ya.

—No te preocupes. —dijo mientras me cogía de los hombros y me llevaba a la entrada del comedor que estaba cerrada. Esas dos puertas pesaban un quintal o eso parecía—. Ya nos ocuparemos de eso... —dijo en mi oído mientras su voz era opacada por unos dieciocho tíos sentados en la mesa sonriendo y charlando. La mitad de ellos iba sin camiseta. Para mí esto era un paraíso y supe que para Ariadne también.

La larga mesa decorada con un mantel blanco estaba plagada de comida y de estofado por todos los platos de los presentes. Algunos los reconocía de misiones pero no sabía sus nombres, ni siquiera sabía en que misión los había visto. Observé a Álex sentado al lado del moreno de la pelea y a Azael a su otro lado. Aquel tipo, el rubio que se había peleado con el moreno no estaba en ninguna parte de la sala, al igual que Sharif que aún no había llegado. También estaban sentados en una punta de la mesa apartados los chicos que había visto en el desayuno. Todos hablaban abiertamente. Había buen humor entre ellos, no como en Gea, que normalmente el buen humor se lo llevaba Andrea Haynes con sus comentarios retorcidos.

Ambas nos sentamos en unas sillas vacías frente a aquellos chicos pequeños. Ryan apareció poco después con Sharif a sus espaldas. No traía una buena cara este último, con sus pies parecía que iba a romper el suelo y al parecer no era la única que me había percatado de esto. Ahora la sala estaba en silencio, todos seguíamos los pasos de Sharif hasta que se sentó al lado de Azael a mano izquierda.

—Chicos, —llamó Ryan en alto ya al lado de su asiento junto a nosotras—-tenemos nuevas invitadas —comentó de pie mientras notaba como todas las miradas se dirigían a nosotras— Algunos las conoceréis por sus misiones de éxito. Ellas son Ariadne Sellers —dijo mirando a mi amiga pelirroja quién sonreía abiertamente a todos esos pares de ojos que nos observaban— Y Thalia Stone. —-anunció y yo escondí mi cara en el estofado que olía deliciosamente y sabía mejor de lo que olía. Todos aplaudieron y no hicieron más que aumentar mis ganas de hundirme en la silla en la que estaba sentada. Ariadne me dio un codazo obligándome a sacar mi cara del estofado con un gesto de disgusto— Quiero que las tratéis como una persona más de aquí. —habló serio— Se quedarán por un tiempo para ayudarnos, ya que como sabéis escaseamos de personal. —dijo divertido aunque se veía que en el fondo eso no le hacia ni pizca de gracia— Y por favor, no las molestéis. —dijo serio mientras se sentaba en su asiento. Todos empezaron a reírse y siguieron con sus platos como si nada.

—Deberías disfrutar de esto. — comentó Ariadne a mi lado— Nunca antes habíamos tenido tanta atención de hombres así de atractivos. —dijo divertida.

A mi no me hacia ni pizca de gracia, no me gustaba que la gente me prestase atención. Aunque por una cosa u otra al final siempre se acababan dando cuenta de mi presencia...

—Lo hago. —afirmé— Pero no tan abiertamente. Sabes que me pone incómoda que todo el mundo se entere de que estoy, ¿sabes? —dije llevándome a la boca la última cucharada del estofado.

Me levante y cogí mi plato, mi vaso y me dirigí a la cocina. Todo el mundo me observó extraño, pero era algo que normalmente solía hacer excepto en el desayuno porque solía seguir dormida. No siempre me han llevado los platos y sinceramente, no pienso dejar que otros lleven lo que yo he ensuciado, me crié así y quiero seguir conservando algo bueno que aprendí de mi pasado.

—Hola, ¿por donde dejo esto? — pregunté sonriendo a Will y a Max que ambos comían en la isleta. Al instante Max vino a quitarme los platos de las manos y a dejarlos en el fregadero.

—No tienes porque recogerlo, ¿ lo sabes, no? —dijo Max sonriendo, mientras sentaba su regordete cuerpo de nuevo en la silla.

—Bueno, me gusta hacerlo. —dije encogiéndome de hombros mientras me dirigía a la nevera a por una pieza de fruta. Sabía que ambos me miraban con curiosidad, pero yo era así.

—No os molesto más. —me despedí mientras cogía una manzana y la mordía dejando que mi boca se llenase del zumillo de esta.

—No nos molestas, cielo. —dijo Max—Ya sabes que esta cocina, también es tuya.

—Prepárate para que los de fuera te miren raro por traer las cosas. —dijo Will sonriendo divertido mientras volvía a concentrarse en el plato para comer otra cucharada.

—Lo sé, pero no me importa. —dije mientras salía más feliz que una perdiz con mi manzana verde en las manos. Justo al llegar a la puerta me estampé contra algo caliente y durito haciendo que mi manzana volase por los aires.

—¡¿Qué narices?! —exclamé sorprendida, mientras me apartaba de la persona con la que había chocado. Olía a una fragancia de hombre tremendamente dulce que me llamó la atención durante un breve instante.

—¡Mira por dónde vas! —siseo el rubio de esta mañana mirándome con molestia. Sus ojos azules me escaneaban, o eso pensé, porque al instante se aparto a por un plato de estofado. Me hervía la sangre mientras recogía la manzana del suelo y la llevaba a la papelera que había al lado de la isleta.

—¡Menudo gilipollas! —le espeté al rubio con fuerza aunque estuviera de espaldas a mí. Salí de la cocina dejando a Will y Max con caras divertidas. En el comedor todo el mundo me observaba, pero mi cara y mis pasos llenos de rabia frenaban cualquier tipo de risa. Ariadne sabía que en estos momentos lo mejor era dejarme sola. Así que salí de allí cerrando las puertas de un golpe y dispuesta a descargar mi rabia en aquella sala de entrenamientos.

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