Capítulo 19
Hayden
Unos cuantos días antes...
El aire soplaba frío alrededor de nuestros cuerpos. Incluso más frío de lo que creía sentir a mi propia alma. Sin duda, el clima acompañaba al momento en el que me encontraba. El frío reinante era lo que menos me importaba en estos instantes. Sentía un nudo enorme en mi garganta y a mi mente tan turbia, llena de sentimientos tan dispares que no podía pensar con claridad.
Miraba el suelo a unos centímetros de mis pies. Mi pequeño amigo yacía en una tumba improvisada con un montón de piedrecitas marcando el rectángulo en el que estaba situado su cuerpo. Desafortunadamente, no encontré ni siquiera un ataúd para guardarle y no quería una pira funeraria como le estaban haciendo al resto. Él necesitaba un lugar en el que pudiera ser recordado.
Sobre la tumba, Ben y Carl pusieron una fotografía de Thomas y de su hermano pequeño. En esta, Thomas sonreía mientras agarraba a su pequeño hermano rubio del brazo con la misma nariz fina que la suya. Diablos, ambos parecían reír a carcajadas. Ahora que lo pensaba bien, ¿cuántas noches un niño de su edad había podido torturarse viendo aquella foto una y otra vez?. Me recordaba tanto a mí, que el creciente dolor de su pérdida era incrementado por la empatía que sentía por él. Me gustaría pensar que allí donde Thomas estuviera, se hubiera reencontrado con su hermano.
No podía creer que alguien hubiera matado a un chico de tan solo trece años. Pero lo que más rabia me daba era no poder informar a nadie de su muerte. Un niño que debería haber tenido una familia; un niño que no debería haber perdido a su hermano; un niño maravilloso que la vida no quiso pero que esperaba que la muerte si lo tratará algo mejor.
Ben y Carl, se mantenían firmes sin soltar una lágrima aunque la tensión en sus rostros confirmaba que intentaban mantener sus sollozos. Pensaban que su amigo les iba a ver y no querían que viese desde el lugar en el que ahora se encontrará Thomas, que estaban tristes. Thomas y sus estúpidas reglas sobre tener fuerza y no llorar ante ninguna situación. Siempre pensando que hay que mirar a la vida con una sonrisa y no darle el gusto de llorar por ella.
Sharif mantenía una mano sobre mi hombro y sus ojos grises miraban con dolor la tumba. Sabía que Sharif le quería mucho, pero nunca había estado tan conectado a ese niño como lo había estado yo.
El silencio nos envolvía en este precioso claro con un manto de nieve sobre la superficie, que había caído esta mañana anunciando la llegada del invierno que se cernía sobre nosotros, y rodeados de árboles, convirtiendo el momento en un acto respetuoso y serio. Tan serio que incluso no se oía ni un árbol crujir bajo el peso de la nieve, ni una ardilla que se moviera, absolutamente nada. Nada era lo que podía pensar en ese mismo instante.
Sin aguantar más, me marché del lugar dejando atrás a los niños en compañía de Sharif. Ellos eran mucho más fuertes que yo. Pero juro que en ese momento sentía que se estaba muriendo otra parte de mi alma. Otra parte se estaba yendo con mi pequeño amigo... Recordaba el momento en el que había recogido su frágil cuerpo del suelo. Sus ojos cerrados y su cara pálida que me habían provocado náuseas como aquella vez cuando vi el cuerpo asesinado de mi hermano en el suelo lleno de sangre. La impotencia que sentía por una vida inocente menos era indescriptible. Sobretodo, el sentimiento de culpabilidad que crecía en mi pecho a cada segundo...
Cuando llegué al edificio de nuevo, bajé a la sala de enfermería improvisada y allí seguía ella en una camilla. Este dolor era de otro tipo, mucho más profundo, mucho más inaguantable que me apretujaba el pecho impidiéndome respirar con normalidad. El color volvía a sus mejillas y Ariadne dormía a su lado en una silla. No había querido despegarse de su amiga ni un solo segundo. Aquella pelirroja quería a Thalia de una forma desmesurada y todo lo que había llorado por ella era indescriptible. En ese instante, me odié un poco más...
Me acerqué silencioso, y la observé conteniendo las ganas de agacharme para acariciar su mano que estaba encima de su regazo. Su pelo castaño estaba disperso por la almohada, apagado, sin ese brillo que solía poseer y sus largas pestañas oscuras sellaban sus párpados inmóviles.
No soportaba verla así. Maldita sea, me daba unas ganas de huir por este sentimiento que hacía que mi corazón saliera disparado, y sin saber porque. ¿Acaso la quería?¿Era eso? Eso que sentía, esas punzadas de dolor, de angustia al pensar que podría no despertarse y no ver su pequeño cuerpo caminando por los pasillos. Pensando, que ya no podría ver de refilón cuando sonreía relajada sin que se diera cuenta, o sintiendo que no me volvería contestar para ponerme en mi sitio porque solía pasarme muchas veces con las palabras que se escapaban de mi boca...
Entonces me marche de allí mareado y cansado. Subí escaleras arriba hacia mi habitación y no me sorprendió cuando me vi acuclillado delante del váter echando todo por la boca. Aún así, el sentimiento de odio hacia mí mismo y la culpabilidad que inundaba mi cuerpo no me abandonaba.
Después de ese momento, vague día si y día también como un zombie. Estaba completamente ausente del resto del mundo, sumido en un dolor permanente y cada día más fuerte...
Cuando nos informaron de que debíamos marcharnos a la sede en Ohio estuve cuatro días a la espera de saber si ella aún se encontraba en la camilla sin abrir los ojos . También fueron cuatro días de la pérdida de Thomas de quien no pude despedirme antes de partir hacia Ohio. Pero volvería de eso estaba seguro. Me prometí a mi mismo que iría a verle siempre que pudiera aunque no compensase el hecho de no haberle protegido como hubiera debido hacerlo...
El día antes de que Thalia se despertase tuve que retirar mi orgullo y hablar a Álex. El único que estaba disponible sin hacer ninguna tarea. Él único que me hablaría con sinceridad aunque no me gustase lo que tenía que decirme y nunca lo admitiría.
Me acerqué a ver a Álex a la sala de entrenamientos quien estaba golpeando al saco una y otra vez. Esta sala era mucho más pequeña que la de Nueva York sin el ring que ya recordaba como algo familiar en mi memoria...
-¿Cómoo... -carraspeé para que aquel nudo me dejase hablar y le miré a sus inexpresivos ojos marrones que se habían percatado de mi presencia- está Thalia?
-¿Por qué narices no vas a verla tú?
-contraatacó mi ex amigo con fuerza. Ahora veía en sus ojos un sentimiento tan profundo y tan furioso que di un paso atrás. ¿Es que acaso a él le importaba más de lo que yo pensaba?
-No lo sé. -admití hundiendo mis hombros. Nunca había estado tan derrotado...
-¡No me jodas! -exclamó con la mandíbula tensa- ¿Acaso te has vuelto tonto o quieres, simplemente, que te parta la cara? Porque me importa una mierda partírtela de un puñetazo y no me lo estas poniendo muy difícil. -admitió furioso.
-¿Qué coño te importa lo que haga?
-dije cabreándome por momentos. Se alejó del saco de boxeo parando de sujetarlo y se puso a unos metros de mí. Le sacaba más de media cabeza, aún así ahora mismo, él parecía sacarme mucha más altura.
-Mira tío, en vez de estar perdiendo el tiempo hablando conmigo. - comenzó sin contestar mi pregunta - ¿Por qué coño no te comportas como un adulto y vas a estar con la chica que te hace sentir que no eres un completo gilipollas? -dijo enfadado- ¿O es que acaso no la aprecias ni un poco? Porque créeme, si tú estuvieras ahí tumbado en esa camilla, estoy seguro de que ella estaría a tu lado. Desgraciadamente, lo estaría. - admitió riendo amargamente-Tienes suerte tío y no sabes ni aprovecharla... Sigues siendo el mismo de siempre.
-finalizó mientras se quitaba los guantes y me daba la espalda.
Cerré y abrí los puños con ganas de soltarle un par de hostias a mi ex mejor amigo. No sabía si era porque él tenía razón con aquellas palabras que habían atravesado mi cuerpo como un martillazo y en el fondo lo sabía, o porque le gustase la misma chica que a mí y que él pudiera conseguir estar con ella y yo no. Estaba seguro que cuando viera la mierda de tío que yo era, Thalia se iría con Álex. Me lo merecía con creces que eso pasase.
Y como un cobarde que soy y porque lo único que se hacer es huir, me marché cabreado con el mundo, y sobretodo, conmigo mismo. Estaba comportándome como un gilipollas y lo sabía. Lo peor de todo es que no hacía nada para remediarlo. Mi tozudez no me dejaba ver las palabras que aquel chico me había dirigido.
Al día siguiente seguía igual de ausente. En ese momento estaba centrado en descargar un par de cajas con Azael cuando la vi en el vestíbulo. Sus grandes ojos verdes me miraron como si no hubiera nadie más. La recorrí la cara, buscando algún signo de que lo que estaba viendo no era un espejismo. Sus mejillas estaban sonrosadas, sus labios carnosos ya tenían color, pero cuando vi sus ojos mirándome con dolor y rabia, aparté la mirada.Tenía el corazón en un puño y a ella a unos centímetros de mí. Sabía que debía ir a donde estaba ella, soltar la maldita caja que me importaba una mierda y estrecharla entre mis brazos aferrándome a lo único que había echado tan terriblemente de menos y que podía aliviar mi sufrimiento. Pero la dejé ir, la dejé marchar...
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