7| NO TE ILUSIONES
◇~NARRA KEL:
Sentí que alguien gritaba mi nombre desde alguna parte de la biblioteca, y Sam también. En ese momento vimos a Shin dirigirse hacia nosotros, corriendo y asesinándome con la mirada
Él detuvo su recorrido al estar a mi lado, tratando de recuperar todo el aire que perdió, —¡Te dije que no te alejaras tanto! —me regañó, su tono más infantil que cualquier cosa.
—Él estuvo seguro aquí, no te preocupes, pequeñín —afirmó Sam, elevando las comisuras de sus labios ligeramente y manteniendo la misma actitud pacífica que demostró conmigo—. Por cierto, ¿Kel es tu amo? —Shin negó con la cabeza— Entonces, ¿de quién es? ¿Y qué hace aquí si se supone que los amos no pueden viajar al universo fraid hasta que termine el primer mes de prueba?
—Maestro, no sé si se haya enterado, pero hoy Alaster, Coco y yo tuvimos un enfrentamiento con un anti-fraid. Como Alaster terminó gravemente herido, tuvimos que traerlo aquí, pero como no podíamos dejar a su amo solo nos vimos obligados a llevárnoslo. De todos modos, Kel no parece un mal chico, no creo que vaya a traicionarnos.
—Pienso lo mismo, —confesó Sam— pero deberán explicarle a los demás lo mismo que me dijeron a mí, ¿ok?
—Ok.
—¿Los demás? —indagué, sintiéndome un poco excluido de la conversación.
—Sí, los demás nine fraids. Shin, ¿te gustaría presentárselos a nuestro queridísimo invitado?
El enunciado estuvo de acuerdo así que juntos salimos de la biblioteca, despidiéndonos del hombre de cabello largo. Atravesamos pasillos que parecían eternos, buscando algún departamento en específico.
Mientras tanto, Shin me explicó varios detalles sobre su especie. Me contó que no es lo mismo un "fraid" que un "nine fraid", aunque a los últimos también se les puede llamar como a los primeros. En pocas palabras, un fraid es una criatura semi humana con las características físicas de un animal. Su organismo es mucho más fuerte y complejo que el de los humanos, ya que pueden vivir hasta cuatro mil años sin envejecer. Los nine fraids son prácticamente lo mismo solo que con algunas diferencias: su cuerpo puede cambiar de fase y cada uno de ellos posee habilidades únicas que los convierten en los seres más poderosos del universo. Ellos aparentan tener la edad de un humano dividiendo la suya entre cien, por ejemplo, Amu tiene mil novecientos años y solo aparenta diecinueve.
—Debes saber también quiénes son estos hombres —prosiguió—. El mayor representa la fuerza mediante un tiburón, y su nombre es Omer. Después le sigue Dan, que representa la lealtad a través de un pastor alemán. Sam, el tipo que acabas de conocer, representa la sensatez con un águila. Coco, el que andaba conmigo al rescatar a Amu, representa la fortaleza empleando un cocodrilo. Yo, siendo el quinto mayor, represento la agilidad de una víbora real. Amu representa el orgullo mediante un gato negro. Y los menores de todos, ciertos trillecitos, representan la unidad.
—Wao... ¡Ustedes son impresionantes! —comenté.
Shin rió por lo bajo, —La verdad, sí, pero no creas que es fácil serlo. Tenemos que seguir muchas normas, y arriesgar nuestras vidas a gran escala...
Lo que él estaba diciendo me interesaba, pero dejé de prestarle atención cuando vi a tres niños jugar entre ellos. Todos poseían ojos anaranjados muy brillantes, la piel blanca y unas icónicas orejas de tigre adornando sus cabezas, pero solo dos de ellos lucían un cabello naranja, ya que el del tercero era más bien de un tono asabache. Se veían muy felices, y aparentaban no superar los ocho años.
—¡Chicos, miren, un intruso! —les anunció el peli negro a los demás, apuntándome.
Después de eso, no tardaron en correr hacia mí para atacarme, sorprendiéndome con la agresividad que demostraron. Gracias a que Shin se interpuso en su camino no me hicieron nada.
—Niños, él no es de los malos, relájense —los tranquilizó el de ojos color vino, sujetándole un brazo a cada uno para que no intentaran lastimarme.
Reí un poco, sintiéndome más aliviado que divertido. Pensé que quizás ellos y yo habíamos empezado de una mala forma, así que me digné a arreglar ese error, —¡Wao, que niños tan grandes! ¿Qué comen para crecer tanto? ¿Elefantes?
Los pequeños no fueron los únicos que se echaron a reír con eso, sino que también el propio Shin. Me sentí un poco incómodo por ser la causa de su diversión, pero al mismo tiempo me alegré por al menos romper el hielo.
—¿Cómo se llaman los pequeños gigantes? —le pregunté al peli morado, sonriendo para mantener la empatía.
Cuando se hubo calmado, Shin apoyó la palma de su mano sobre los niños que iba nombrando, —Este es Nix, —se refirió al más alto— este es Max —el peli naranja restante— y este último es Xiom —el único peli negro—. Son trillizos, por eso es que tienen tantas semejanzas.
—Oh, ¡que tiernos!
—¡No somos tiernos! —refunfuñó Xiom, y sus hermanos lo apoyaron. Aunque ese comportamiento solo los hacía parecer mucho más adorables.
Shin le dio un golpecito en el cráneo al contestón y les pidió a los tres que nos acompañaran en nuestro recorrido por el refugio, a lo que ellos aceptaron, pero con la simple condición de que yo no les volviera a hablar como si tuvieran dos años.
Seguimos caminando, ahora sin parar de reír a causa de los niños. De un momento a otro llegamos al patio del lugar, encontrándonos junto a un montón de máquinas, pesas y otros aparatos para hacer ejercicio. Era más bien un gimnasio, ahora que lo pienso.
En el fondo, una silueta ancha y alta nos daba la espalda. Al acercarme más me di cuenta de que se trataba de un hombre, pero no cualquiera, sino lo que parecía un fisicoculturista. Por lo grande que era supuse que mediría más de dos metros. Su piel blanca brillaba por el sudor que le producía levantar una mancuerna gigantesca, su cabello blanco y corto se encontraba despeinado, a la vez que un tatuaje azul con forma de dragón adornaba su espalda y pecho, y sus músculos —extremadamente voluminosos— eran lo que más resaltaba de todo su cuerpo.
—¡Buenas noches, Omer! —le dijo Shin mientras nos encaminábamos hacia donde estaba.
Él dejó caer su mancuerna al suelo, provocando que este temblara por la fuerza del impacto, y se giró para vernos con una gran sonrisa. En ese instante me fijé en la extraña forma de sus dientes, parecían los de un tiburón.
—¡Veo que vienes acompañado, baby! —fue lo que le respondió.
El peli morado en ese momento paró de caminar, se sonrojó y, exagerando con los movimientos de sus manos, gritó:
—¡NO ME LLAMES ASÍ, ASQUEROSO BACALAO!
—Baja la voz, que hay niños presentes —lo reprendió Omer, rodando los ojos—. Ahora dime, ¿quién es este chico? —se refirió a mí, colocando uno de sus enormes brazos en mis hombros.
—Es Kel, el amo de Alaster.
La mirada oji azul del fisicoculturista chocó con la mía, intimidándome por instinto. Llegué a pensar que me ahorcaría con esos brazotes que tiene, ya que fácilmente podría, pero no fue así. En cambio, me estrechó contra su sudoroso pecho, abrazándome con fuerza.
—¡Que humano tan adorable! ¡Parece un peluchito! —chilló, en un tono de voz tan agudo que no parecía suyo.
No sabía si reír o llorar, ya que su abrazo me estaba asfixiando. Su cuerpo emanaba una peste insoportable, recalcando también lo desagradable que era tener mi cara contra una piel tan sudorosa. Intenté tomar distancia, pero me resultó imposible; él era mil veces más fuerte que yo.
Al cabo de unos segundos, —que parecieron horas— me soltó, permitiéndome de una vez por todas respirar. Él me dedicó otra sonrisita y desordenó mi cabello. Era la segunda vez que alguien me despeinaba en el día, ya me estaba cansando.
—Bienvenido a la familia, Kel.
...
Había llegado la hora de la cena, por lo que todos en el refugio fraid nos sentamos alrededor de una mesa rectangular a comer. El comedor era una sala amplia, bien iluminada, decorada y ordenada. Los platos —ubicados frente a cada uno de nosotros— tenían un tamaño exagerado, al igual que las copas y cubiertos. Un festín exclusivamente para cada criatura yacía sobre nuestros respectivos platos, tan increíble como sus personalidades. Para Omer, un pinguino entero; para Shin, una rata de un tamaño descomunal, y así consecutivamente.
Mi plato estaba vacío, cosa que no entendí porque era el único en ese estado. Antes de preguntar la razón, me fijé en que Amu se encontraba sentado en una de las puntas de la mesa, ¡y ya con sus dos brazos!
Lo veía algo agobiado, ¿sería porque yo estoy aquí? No, no creo ser tan importante.
—Kel, —me habló Sam, consiguiendo instantáneamente mi atención— no te servimos ninguna comida en específico porque no sabíamos cuáles eran tus gustos. Así que te daremos la oportunidad de tomar un pedazo de carne de cualquiera de nuestros platillos, los que tú prefieras. Siéntete libre y sin vergüenza.
Él alzó su mano para alcanzarme un cuchillo de cocina, el cual tomé con cierta duda. Mis manos comenzaron a temblar. Esto me ponía más nervioso que nunca, literalmente iba a quitarle de su comida a los seres más poderosos del universo.
Rezando para no hacer el más mínimo ruido, me levanté de mi silla. No me sorprendió recibir las miradas de todos, pero sí me incomodó. Suspiré y, rojo hasta las orejas, le di la vuelta a la mesa.
Observaba las diferentes carnes, algunas parecían asadas, otras fritas y, las últimas, a la parilla. A pesar de que la gran mayoría les pertenecían a animales exóticos, se veían sabrosas. Tuve que morderme el labio para que un hilo de saliva no se me escapara de la boca.
El platillo más normalito que estaba en el menú era el de Amu, ya que se trataba de un simple atún. Sabiendo que todos mis movimientos estaban siendo observados por los presentes, suspiré —obviamente para calmarme— y caminé hacia el peli rubio. Pero con la mirada fulminante que me dedicó, como diciendo "Si de entre toda la comida que hay se te antoja comerte la mía, te mato" me arrepentí.
Al final, me decidí por dos tipos de carnes: liebre y oveja. Cuando me hube sentado en mi puesto, ya con la comida servida, fue que los demás empezaron a comer.
Devoraban los alimentos como verdaderos animales, algunos de ellos con un poco más de educación, como Amu y Sam, pero los demás se olvidaban incluso de usar cubiertos. El mantel que cubría la mesa quedó notablemente manchado de grasa.
—¡Una buena comida no sirve sin cerveza! ¡¿Y dónde está la música?! ¡Tenemos un invitado, hay que complacerlo! —vociferó Omer, mientras hablaba con la boca llena y daba un golpe en la mesa.
Coco, sin necesitar una palabra más, se puso de pie, atravesó una puerta metálica y regresó con un barril sobre su hombro. Cuando lo situó en el suelo frente a Omer, no dijo nada, simplemente se volvió a dirigir hacia aquella puerta. Trajo consigo una especie de basos de madera, espaciosos y con una buena agarradera, los cuales dejó encima de la mesa. Su comportamiento rápido y silencioso me pareció muy curioso.
Dan también se levantó, solo que él se encargó de buscar trompetas y tambores. ¿Acaso ellos sabían tocar instrumentos?
Esas sospechas fueron descartadas cuando Dan se acercó a una gran ventana, la abrió y metió dos dedos en su boca para emitir un sonoro chiflido. Quise saber qué iba a pasar después, así que le mostré suma atención a esa ventana.
Dos siluetas masculinas se asomaron por allí, a causa de la oscuridad nocturna no pude visualizarlas bien. Al intercambiar un par de palabras con el nine fraid, ellos gritaron algo al exterior que no llegué a escuchar y entraron al comedor. Pensé que serían solo dos, pero no, eran tantos que no los podía contar. Poseían un físico parecido al de los monos, aparentando ser adolecentes. Estos debían ser algunos de los llamados "fraids".
Ellos tomaron los instrumentos que trajo Dan y se pusieron a crear música. De un momento a otro, la cena maleducada y canibal se convirtió en una fiesta. Otras criauturas vinieron a bailar, entre ellas estaban incluídas unas chicas preciosas con orejitas de conejo.
Por mi parte, preferí quedarme sentado en mi silla, observando a los demás pasarla bien. El ambiente era relajado, fraternal, cómodo. Me sentía como si estuviera en mi casa, o incluso mejor.
—¡PAREN YA!
Así, la música cesó. Todos nos volteamos a ver quién había sido el aguafiestas, pero yo personalmente me llevé una gran sorpresa al ver que era nada más y nada menos que...
—¿Amu? ¿Qué pasa?
Él se ubicaba parado encima de la mesa —quizás para llamar más la atención— por lo que tuve que alzar la cabeza para verlo. Nuestras miradas se enfrentaron, la mía en búsqueda de una explicación, la de él transmitiendo un claro enojo.
—¡¿QUIÉN LES DIO EL DERECHO PARA ARMARLE UNA CELEBRACIÓN A MI HUMANO?! ¡DÍGANME! ¡¿QUIÉN?! —gritó estruendosamente, pateando la superficie de madera debajo de él.
Todos permanecieron callados, nadie se atrevía a provocarlo más. Podía jurar que ni las moscas emitían algún sonido.
—¡QUE ESTE INÚTIL ESTÉ AQUÍ NO SIGNIFICA QUE SEA UN INVITADO! ¡SIGUE SIENDO ESTÚPIDO Y BUENO PARA NADA! ¡NO MERECE NI MIERDA DE TODO LO QUE LE ESTÁN DEDICANDO! ¡DÉJENLO EN PAZ!
Tras decir eso, se bajó de la mesa y se fue, dejándonos a todos extremamente confundidos.
No podía dejar que se marchara así por así, no con lo que habló de mí. Decidí alcanzarlo, saliendo también del comedor y corriendo tras él.
◇~NARRA AMU:
Por el amplio pasillo que conducía a mi habitación resonaba el eco de mis pisadas a medida que me alejaba. Quizás sea considerado "insolente" por haber arruinado tal actividad, pero tengo mis razones.
Desde que Kel llegó a mi vida me he visto envuelto en muchos problemas, inclusive por poco muero. Pero lo que principalmente provocó que me enfadara fue el regaño que me dio Dan, cuando aún me faltaba mi brazo.
—Alaster, explícame por qué permitiste que tu amo se enterara de tu verdadera identidad tan pronto. Sabías que los humanos eran traicioneros, y que nunca se podía confiar en ellos. Entonces, ¿por qué no calculaste mejor tus movimientos? ¿Por qué fuiste tan insensato? ¿Acaso tu característico orgullo nubló tu conciencia? ¿Dónde dejaste las consecuencias?
—Y-yo...
Él me pego una cachetada. Fue tan fuerte que me empujó contra una pared, mi cabeza chocando brutalmente contra esta.
—¡Tú nada! No quiero más excusas. Si sigues así, me voy a ver obligado a castigarte más todavía. ¡Que no se repita!
En mis mil novecientos años de vida, nunca me habían humillado tanto. Desde pequeño sobresalí, mis habilidades eran consideradas increíbles para mi corta edad, las cuales han aumentado muchísimo hasta el día de hoy. Todo eso, todo lo que fui... Ya no sirve.
Quizás Kel no tuvo la culpa de mi error y yo me comporté injustamente con él...
NO, CLARO QUE NO.
Él tiene la culpa de TODO.
Si tan solo me hubiera correspondido otro amo, las cosas serían diferentes...
—¡Amu, espera!
Esa voz la conozco, ¿será...?
Me volteé para ver su identidad, enterándome de que era el propio Kel. ¡¿Qué hace él persiguiéndome?! Mis pasos aumentaron su velocidad, comenzando a correr y huyéndole. No quería verlo.
El largo pasillo —casi infinito— no me ayudaba en nada. Los músculos de mis piernas se estaban agotando demasiado, pero ahora no podía parar.
Cuando creí que él me alcanzaría, vi la puerta de mi habitación. Por mis ojos pasó un destello de esperanza. En movimientos rápidos, rodé el picaporte, entré y cerré la entrada con seguro.
Iba a tranquilizarme, pero unos golpes repentinos sobre la puerta me exhaltaron.
—¡Amu, por favor, déjame entrar! ¡No sé qué hice, pero sea lo que sea, perdóname!
—¡Vete, infeliz! —le ordené, mi voz quebrándose porque se me habían escapado las lágrimas. Con la manga de mi traje sequé algunas, pero esa solo era una solución momentánea.
—¡No Amu, no me iré de aquí hasta que arreglemos las cosas entre nosotros!
—¡PUES NO TE IRÁS NUNCA PORQUE YO TE ODIO!
Silencio, puro silencio. ¿Será que me dejó hablando solo? Para comprobarlo, abrí la puerta. Me sorprendió ver al oji verde ahí, frente a mí y con la mirada perdida. Retrocedí para volver a cerrar la puerta, pero él me tomó la mano antes de que hiciera nada.
—Amu...
—Cállate —lo paralicé, suspirando para no alzar más la voz.
—Pero yo solo—
—Que te calles, Kel. Mira, no quería decirte lo siguiente, pero me parece que es necesario. Tú y yo estamos juntos simplemente por el don PHC, por nada más, ya que cuando ganemos la batalla contra los anti-fraids no nos volveremos a ver. Tomaremos caminos distintos, como si nunca nos hubiéramos conocido, ¿entiendes? Todo es temporal, y aunque no lo fuera, yo solo te utilizaría para cumplir mis objetivos, luego me deshacería de ti. Me gusta ser directo y dejar claras las cosas, así que te pido que no te ilusiones. No lo hagas, porque entonces vas a sufrir.
Él me miró con sus ojos cristalinos, transmitiéndome más palabras que si hablara. Sin chistar, se dio la vuelta y se alejó por el pasillo.
Creo que esta vez sí me pasé.
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