2| HORA DE AYUDAR

Un movimiento en la cama me despertó. Abrí mis ojitos lentamente, girándome para ver qué pasaba a mis espaldas. Kel se había levantado. Le lancé una mirada a la ventana de cristal que estaba al lado de la cama, el sol ya empezaba a salir desde el horizonte. Hacía mucho frío, tanto que se me ponían los pelos de punta.

El peli castaño se dirigió a la salida de la habitación, adentrándose en la sala y perdiéndose de mi vista. Me surgió curiosidad por saber qué iba a hacer, así que —luchando por no volver a dormirme en el intento— gateé hacia el borde de la cama para lanzarme al suelo y, con un poco de dificultad, caer en cuatro patas.

Apenas llegué a la sala, localicé a Kel sentado en el desaliñado sofá con lo que parecía ser un manga entre las manos. Aún había ropa sucia esparcida por todo el mueble, pero a él no le molestaba. Avancé más hacia su lugar, cogiendo impulso a la hora de saltar para subirme en su regazo. No me sorprendió ganarme una mirada rápida de su parte.

—¿Amu? —dijo, sus ojos expectantes en mí— ¿Por qué te despertaste? ¿Acaso tienes hambre?

No lo había hecho por eso, pero si "tanto insistía" no me podía negar. Me pegué a su abdomen y restregué mi cuerpo a él para que me acariciara y de paso, me diera el desayuno. Alcé la barbilla para ver su reacción, una sonrisa.

Sin esperar más, se puso de pie conmigo en brazos y caminó hacia la cocina. Allí, me dejó sobre la encimera, abrió el frigorífico y de él sacó una botella con un líquido blanco dentro, el cual supuse que era leche. Sirvió un poco en una vasija igual de pequeña que la de ayer y la situó a mi alcance.

Instintivamente olfateé el contenido antes de beberlo, y al probarlo no pude parar. Terminé en menos de un minuto.

—Sí que tenías hambre —rió y comenzó a preparase su propio desayuno.

Un fuerte estruendo acabó con nuestra tranquilidad. Alguien golpeaba a la puerta con tanta intensidad que parecía querer tumbarla. La expresión de Kel cambió por completo, el miedo tan claro como el agua.

No ignoré la velocidad con la que él corrió hacia la entrada. Lo seguí, o bueno, al menos lo intenté, porque la altura en la que se encontraba la encimera del suelo era demasiada para mi tamañito. Me dispuse solo a escuchar, beneficiándome de mi poderoso oído felino.

Lo primero que sentí fue la cerradura de la puerta abrirse, después el sonido de un movimiento brusco y un gemido emitido por Kel.

—¡¿DÓNDE ESTÁ MI DINERO, PEDAZO DE MIERDA?!

—D-dije que t-te lo i-iba a p-pagar el m-mes que v-viene.

—¡NO PUEDO ESPERAR TANTO! —escuché otro puñetazo, pero esta vez más fuerte y doloroso—. ¡ESTOY CANSADO DE QUE POSPONGAS TODO LO QUE ME DEBES, LLEVAS EL AÑO ENTERO DICIENDO LO MISMO!

Más golpes se hicieron presentes, constantes y prácticamente interminables. Sentí muchísima lástima por el peli marrón. ¿Qué podía hacer yo? Siendo un gato, nada, y no podía transformarme porque se darían cuenta de mi verdadera personalidad. Ahora me siento tan... inútil.

Los puñetazos sesaron, dando paso a un silencio ciertamente tranquilizador. Dejé escapar el aire que mis pulmones acumularon por la preocupación. Miré hacia abajo; la distancia que separaba al suelo de la encimera seguía igual, pero ahora me atrevía a afrontarla.

Si lo pensaba mucho me iba a arrepentir, por lo cual me apresuré en inclinarme hacia atrás y saltar lo más lejos que mis cortas patas me permitieron. Por un momento me sentí como un ave descendiendo épicamente, pero ese sentimiento se arruinó cuando se me viró una pata al tocar el suelo.

Ignoré el dolor y, cojeando, tomé rumbo a la sala. Pero la imagen que contemplé cuando llegué me hizo retroceder. El hombre que había estado golpeando y gritando antes era gigante, de piel oscura, músculos sobresalientes y una mirada poco amigable. Él se encontraba acorralando a Kel contra una pared y ahorcándolo de tal manera que levantaba sus pies del suelo. Por su parte, el oji verde solo podía hacer gestos de dolor.

No aguanté más y lancé un maullido que debía ser furioso, pero más bien se escuchó patético. Al menos logré ganarme la atención del agresor, el cual giró la cabeza hacia un lado para verme.

—¿Y ese gato? —preguntó él, sin dejar de observarme.

—Es mío —confesó Kel en un hilo de voz.

—Con que tienes dinero para comprar gatos pero no para pagarme, ¿eh?

Tras decir eso, el tipo apretó aún más su agarre en el cuello del pobre chico, asfixiándolo a niveles peligrosos.

—N-no lo compré.

—¿Ah no?

—N-no, lo resc-caté de la c-calle.

El gigante se quedó mirándolo por unos segundos, hasta que finalmente lo soltó, dejándolo respirar grandes bocanadas de aire.

—Seré piadoso contigo, tienes diez días para pagarme todo lo que me debes. No sé si lo vas a robar o te vas a prostituir, pero para esa fecha quiero los seis mil quinientos dólares en mis manos —amenazó, alejándose de Kel poco a poco. Dio media vuelta y se fue de la casa, cerrando la puerta con un portazo.

Gruesas lágrimas comenzaron a brotar de los ojos del chico, corriendo por sus mejillas y acabando mojando el piso. Di algunos pasos hacia él, acercándome lo suficiente como para ver las marcas rojas en su cuello, su labio inferior roto, un hilo de sangre partiendo de su nariz y no sé cuantos cientos de moretones en sus brazos.

Él paró de llorar, se limpió las lágrimas y se puso de pie, superándome en tamaño mil veces. Sin decir la más mínima palabra, entró a su habitación —que ahora que me doy cuenta es la única de la casa—. Un rato después, salió vestido y peinado más formal, tomó una chaqueta que estuvo colgada en una de las sillas del comedor y se encaminó a la puerta. Le caí atrás, maullando y arañando sus zapatos varias veces, y así conseguí que me mirara.

—Oh, Amu, —dijo, arrodillándose para estar más cerca de mí— me voy a trabajar, ¿vale? Necesito hacer horas extras para intentar llegar a la cifra que le debo a ese negro, así que regresaré tarde. Tienes que ser un gatito bueno y cuidarme la casa... —paró de hablar para acariciarme la cabecita, pero de momento entró en razón. Soltó una risa nerviosa y volvió a levantarse— No sé ni para qué te hablo, si no entiendes lo que digo.

«Si supieras que siempre lo hago»

Él esbozó una última sonrisa —la cual noté forzada— y se marchó, cerrando la puerta tras de sí con llave. Suspiré, demasiado agotado tanto física como mentalmente para acabar de empezar el día. Me frustrada pensar tanto, cuando vivía en el palacio fraid no me pasaba nada de esto. Si siguiera allí todo sería más fácil...

Aprovechando que tenía la casa sola, me transformé en mi fase semi humana y fui a la cocina en busca de algo de comer que no fuera leche. Ya estaba arto de la leche.

Nunca antes me había fijado tanto en lo fácil que es trasladarse siendo un humano en comparación con un gato, ¡literalmente con dos piernas largas se puede llegar a cualquier lado en seis pasos!

Busqué en el frigorífico cualquier tipo de carne, pero no me encontré ni una. Tampoco había postres ni nada parecido, puras frutas y verduras. Para no perder la paciencia y morir de hambre, me conformé con una simple manzana. La lavé lo mejor posible y di el primer mordisco, deambulando por toda la casa mientras comía.

—¡Hey, Alaster! —me llamó una voz que me resultó muy familiar, aunque de una manera estratégicamente baja.

Me volteé para ver de quién se trataba: Dan, otro de los nueve nine fraids. Su cabello marrón chocolate caía desordenado sobre su frente, su piel morena combinando a la perfección con este y con sus ojos, su figura notablemente fuerte y las orejas de perro delatando al animal que era realmente. Él estaba al otro lado de la puerta que conducía al patio, en el exterior. Corrí a su encuentro.

—¡Estúpido perro, ¿cómo me encontraste?! —chillé, en mi tono más esquizofrénico

Me lancé a sus brazos pensando que me iba a recibir como los amigos milenarios que somos, pero no fue así. Él, como siempre tan cortante, me paralizó tapándome la boca con su mano derecha. Solté quinientos insultos, pero se quedaron atrapados en su agarre

—No grites que te pueden escuchar —me regañó, mirándome con una seriedad característica de su personalidad.

Puse mis ojos en blanco y observé por encima de su hombro el resto del patio, captando la presencia de otro nine fraid en la zona. Una chispa se encendió dentro de mí.

Con una fuerza que me sorprendió que fuera mía, aparté la mano de Dan de mi boca y corrí hacia ese chico peli morado que es mi tan querido mejor amigo.

—¡KAA!

—¡LUCIFER!

Gritamos nuestros apodos antes de abrazarnos cariñosamente. Cada uno de esos motes se le debía a un animal de una película de Disney distinta: el de Lucifer, al gato de "La Cenicienta"; el de Kaa, a la serpiente de "El libro de la selva".

El nombre real de mi amigo es Shi y, como dije antes, su cabello es de un tono morado, pero tan oscuro que puede llegar a asimilarse al negro. Sus ojos son de color vino, su piel muy pálida y su lengua —como la de una serpiente, que de hecho es el animal que lo representa— extremadamente larga y filosa.

—Ahora cuéntenme, —les dije a ambos— ¿cómo llegaron hasta aquí?

—Primero, —empezó a contar Shin— Dan percibió mi olor así que fue a verme a mi nuevo hogar, luego percibió el tuyo y juntos vinimos los dos —sonrió.

Le devolví la sonrisa y los invité a los dos a pasar. Los conduje hacia el sofá, pero ellos se negaron a sentarse en él por las condiciones tan despreciables en las que se encontraba, así que se sentaron en uno de los bancos de hierro del patio. Lavé dos manzanas como la mía para brindárselas a ellos, pero no las aceptaron porque "son animales carnívoros". ¡Y yo igual! Solo que no me quedaba otra opción.

Charlamos un buen rato sobre qué nos habían parecido nuestros nuevos amos, aunque en los casos de ellos resultaron ser amas. Shin me contó que la suya —además de hermosa, soltera y joven— es millonaria, y Dan lo mismo, solo que la de él no era tan adinerada.

Sentí envidia, ya que mientras mis amigos disfrutaban de la belleza y riqueza de sus dueñas, yo tenía que vivir con un chico nerd, pobre y para colmo endeudado. Al menos era amable.

No pude evitar pensar en esa última característica. Kel, para el poco tiempo que nos conocemos, ha sido muy bueno conmigo; me ha llevado al veterinario, bañado, alimentado y acariciado. Y todo eso a pesar de los miles de problemas que tiene en su vida. Quizás yo debería... ¿Ayudarlo?

—¿En qué piensas tanto, Lucifer? —me preguntó mi mejor amigo, obligándome a volver a la realidad

—Es mejor que te vayas acostumbrando a llamarme Amu, porque ese es mi nuevo nombre.

La sonrisa de Shin poco a poco fue evolucionado, hasta convertirse en una enorme; sus ojos brillando y achicándose por la expresión de sus labios.

—¡NO PUEDE SER! —gritó altísimo para luego estallar en carcajadas, la burla en sus actos desquiciándome— ¡Dime que es una broma!

—Pues no, no lo es.

Mis palabras parecieron alimentar más su risa, ya que continuó de una manera mucho más ruidosa. Dan lo reprendió por hacer tanto escándalo, logrando así que el peli morado se tranquilizara.

—No me hagas caso —se disculpó conmigo—. Ahora dime en qué estabas pensando.

Rodeé los ojos, —Vale. Pensaba en que mi nuevo amo ya ha hecho mucho por mí, y yo quisiera pagárselo de alguna manera. Pero no se me ocurre nada.

—¿Y si le ordenas la casa? —propuso Dan.

Nunca se me habría ocurrido una idea tan buena como esa, ¡es justo lo que Kel necesita! Para ganar en tiempo, tome de las manos a los dos chicos y los llevé conmigo —por segunda vez— al interior. Me detuve en el centro de la sala.

—Ya que están aquí no pueden negarse, —empecé, volteándome para verlos con mis ojitos suplicantes— limpien esta churrosidad conmigo, por favor.

Sorprendentemente ambos aceptaron.

...

Habían pasado tantas horas desde que comenzamos que ya se comenzaba a ocultar el sol. Y es que no era de menos, ya que la limpieza que realizamos no fue normal. Primero nos encargamos de recoger toda la ropa sucia y echarla en la lavadora, más tarde nos deshicimos de los restos de comida y luego pusimos brillante el suelo de la casa.

También ordenamos absolutamente todos los objetos, desde simples adornos hasta muebles grandes. Cuando la ropa estuvo seca, Dan la planchó y acomodó lo mejor posible en el armario de Kel. Shin y yo, por último, vaseamos un perfume muy oloroso que nos encontramos por accidente, dándole un toque final y extravagante a nuestra labor.

Mis amigos se despidieron de mí y regresaron con sus amas, dejándome solo una vez más. Me rugía el estómago, no había comido más nada en todo el día que aquella manzana.

Pero entonces escuché una llave entrando en la cerradura de la puerta.

Rápidamente me transformé en minino, me giré hacia la entrada y sonreí, para que lo primero que el oji verde viera cuando entrara fuera a mí.

—¡Ya estoy en ca...

Su voz cesó en el instante que sus ojos admiraron lo magnífica que se veía su casita, se paseaban por cada rincón sin poder creer que fuera verdad. Entonces su mirada bajó a mí, observándome perpleja de la situación.

—Amu... ¿Tú hiciste esto? Claro que no, eres un gato, pero al menos... ¿Sabes quién fue?

No quería responderle, así que no lo hice. Me fijé en un bolso que traía en una mano; se veía muy cargado, ¿sería comida? Maullé varias veces, logrando que él me cargara en sus brazos y tocará mi pelaje con ternura, satisfaciendo mis inclinaciones felinas. Desde este nuevo lugar me percaté de uno de los contenidos del bolso: carne.

Maullé de felicidad y Kel se puso a reír. Él dejó todo lo que traía encima sobre una mesa —incluyéndome a mí— y sacó de ese mismo bolso una caja morada con la foto de un gatito comiendo en el centro.

—Mira lo que te compré —me la mostró con una hermosa sonrisa, la cual no reflejaba el más mínimo parecido a su cansado aspecto— Debes estar muriendo de hambre, ahora te serviré.

Y así fue. Comí como loco otra vez, pero no pasé por alto que el agotado peli marrón sacó de aquel bolso una cajita blanca como la nieve. La abrió, dejando a la vista un jugoso bistec de pescado.

Mi reacción fue obvia, me lancé a esa delicia, pero Kel me aguantó de prisa y logró evitar que lo dejara sin cena.

—Gatito malo, eso no es para tí, aún eres demasiado pequeño como para comer alimentos así —aclaró, dejándome en el suelo para que no fuera un peligro para su comida.

Rápidamente puse mis ojitos tristes, cristalinos, tratando de conmover su corazón. No pasaron ni tres segundos cuando Kel tuvo que ceder a mis encantos, arrojándome un trozo de carne. No era muy grande, pero lo suficiente como para saciar mis antojos. Él se sentó a la mesa para disfrutar de su cena, un ratito después, dejando la cajita blanca brillante. Apoyó de golpe su cabeza en la mesa, el cansancio venciéndolo de una vez por todas.

—Hoy fue un día terrible —confesó, sus ojos cerrándose delante de mí—. Lo único bueno que pasó fue el regalo que me hizo Lina, el cual era ese plato de pescado.

Levanté una ceja tras sus palabras y torcí una sonrisa, incinuándole a mi manera gatuna que estaba sorprendido de que ya tuviera novia. Él pareció entender y se echó a reír.

—Es solo una amiga del trabajo... No creo que vayamos a ser algo más, y menos si ella se entera de la calidad de vida que llevo y de mi poca equstabilidad mental.

Otro bostezo se hizo presente, pero ahora fue mío. Esa fue la señal que él interpretó como hora de que me fuera a dormir. Me cargó y dejó en su habitación, específicamente en su cama, y se tumbó a mi lado como una bala. Sus ojos se cerraron tan rápido que ni siquiera pudo bañarse o quitarse la ropa sucia.

Al cabo de unos minutos, decidí ser piadoso. Me transformé en humano y lo cubrí poco a poco con una sábana, quedándome observando los moretones de esta mañana en sus brazos.

Nota de la autora:

Holisss, ¿qué tal el capítulo?

Me esforcé mucho para que contuviera la información necesaria para prepararlos para lo siguiente que sucederá, que será en el capítulo tres.

Quiero aclarar que lo terminé apurada, así que si hay algún error de ortografía o algo, díganmelo para corregirlo.

Los quieroooo, besito 💙

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