Capítulo 19: Colina Marius - Parte 2

N/A: Sí, sé que me pasé de mi periodo autoimpuesto (empiezo esto en agosto de 2024). En mi defensa, como sabrán los que leyeron el prólogo de Weimar Projekt, este primer semestre ha sido de lo más horrible en términos de tiempo libre que he estado en mi vida hasta ahora. Pero bueno, no iba a dejar que terminara el año sin actualizar esta cosa.

NOTA: Si bien en el capítulo 18 parte 1 escribí que los cañones antitanque que llegaron eran los Pak 38 de 50 milímetros, esto fue una confusión mía, puesto que estaba pensando en los Pak 36 de 37 milímetros. Dado que su tipo no ha sido mencionado desde entonces, a partir de este capítulo se les tratará como PaK 36, como era la idea original. La razón es que, pese a que no pueden combatir los tanques más pesados que ya están en el fanfic, la naturaleza ligera y portátil del PaK 36 y su versatilidad son justo los factores más buscados para tropas de la naturaleza del Grupo Atlántico.

Disclaimer: "GATE: thus the JSDF fought there!" no me pertenece, todo el crédito a su respectivo autor. Esta es una obra de un fan para fans sin fines de lucro.

.

.

.

Capítulo 19 – Parte 2
Colina Marius
Arco 5: Guerra Total

"Si una lección debe quedarnos de los combates de Alnus e Itálica, esta no debe ser sobre la diferencia en tecnología, números u organización. Lo que gana batallas es la superioridad de fuego, y lo que garantiza esa superioridad, es la logística. Como dijo Napoleón: un ejército marcha sobre su estómago.
—Lieutenant General Bernard Law Montgomery, presidente del Mando Estratégico de Falmart."

.

.

.

Retaguardia del Grupo Atlántico

Butler fue el segundo comandante del Grupo Atlántico en regresar al campamento. Vio el kübelwagen de Schmidt fuera de la tienda de mando, y al entrar, encontró al susodicho redactando furiosamente una carta.

—¿El parte de la batalla?

—Luego. —Schmidt firmó el papel, sellándolo en un sobre y entregándoselo a un soldado que esperaba en la salida. El mensajero, aun polvoriento de la batalla, no demoró en subir a su motocicleta y perderse en dirección oeste—. Esto va a Hörnlein.

—¿Hörnlein?

—El comandante del regimiento Grossdeutschland. Si alguien tiene una línea directa con Berlín aquí, es él.

—¿No confías en tu mando?

—Prefiero ser precavido. No sé cómo este "Büller" llegó aquí si es que se supone que está muerto.

Butler asintió ausentemente, observando en su lugar la copia de la carta pidiendo refuerzos para la unidad sobre la mesa.

—¿Crees que nos den los refuerzos?

—O nos desbandan, pero con el fracaso de hoy, no dejarán las cosas como están. —Schmidt se dejó caer en su silla, clavando los ojos en el mapa aéreo de la Colina Marius—. Hay que hacer un conteo de bajas. Servirá para ilustrar el punto.

—Yo me encargo de eso. Tu lidia con los mandos.

Schmidt soltó un gruñido de molestia, oportunidad que tomó Butler para retirarse. Por cosas como la burocracia agradecía todos los días no ser el oficial al mando.

.

XXXXXXXXXX

.

—Después de enterarme de lo que hizo Büller, me sorprende que siga vivo.

—Schmidt está furioso, pero siempre sigue las reglas. Además, no es del tipo que favorezca la ejecución sumaria, menos aún si lo mete en problemas.

—Sí, da esa impresión de sí mismo. ¿Tú que hubieras hecho?

—No lo sé, pero si un aliado supuestamente me hubiera disparado con artillería por la espalda, también me iría con cuidado en lo que reúno pruebas. Pruebas que, por lo demás, podrían no existir.

Chumikov y Donoso abrieron su segunda botella de cerveza, entrechocándolas flojamente antes de empezar a beber. Dos días habían pasado desde el fracaso en la Colina Marius, y con la información de las pérdidas en hombres y material de guerra enviada a los respectivos mandos, no tenían mucho más que hacer que esperar refuerzos e instrucciones.

—¿No deberíamos habernos replegado a Lancia? —Preguntó Álvaro pasado un rato, desparramado en la silla plegable sobre la que descansaba—. No le veo sentido a que hagamos una formación erizo en mitad de la nada.

—Veo tres posibilidades —respondió Khoakin, encogiéndose de hombres—. Uno, no tienen a nadie más que vigile la carretera, dos, Lancia no tiene capacidad de recibirnos y no es viable retirarnos hasta lo que queda de los fuertes fronterizos, o tres, se olvidaron de movernos.

—¿Cuál crees que sea?

—La tercera, quizás combinada con la primera. De lo que he escuchado, hay pocas tropas en este lado del valle.

—¿Y dónde está todo el mundo?

—Preparándose para el gran empuje que planifican hacia el oeste. El general Patton está reuniendo tropas y suministros, y se espera que ataque dentro de poco.

—Los estadounidenses... viendo como comen García y sus hombres, no me importaría estar entre los hombres de Patton.

—A mí sí, tan solo pensar el tomar prestado un uniforme yankee podría hacer que el NKVD se me venga encima por traidor. No pienso dejárselas tan fácil.

—¿Tan estrictos son?

—Hay mucho abuso de poder. —Khoakin tomó otro trago de cerveza—. Los únicos que no se meterían en problemas serían los que tengan alguna misión que involucre infiltrarse. Tiene todo el sentido del mundo que intenten acercarse a su objetivo, al menos culturalmente hablando.

—... ¿en serio?

—Sí. Aunque claro, siempre a discreción del jefe de turno.

—¿Y han intentado infiltrarse entre los estadounidenses?

—Ni idea, pero no es tan fácil como crees. —Otro trago—. Los yankees son buenos para detectar espías si es que no crecieron allá. Basta con hacerles preguntas de beisbol para que se delaten solos.

—¿Beisbol?

—Correcto. No hay nada más sospechoso que un yankee que no conozca lo básico de sus equipos de beisbol locales. Así fue como atraparon a un par de espías en Itálica.

—Suena loco...

—No lo es tanto. Son diferencias culturales que hacen más fácil o difícil el trabajo. Pero yo no estoy para eso, por eso entré al Ejército Rojo en lugar del NKVD.

—¿Es infiltrarse siempre tan difícil?

—Bueno, depende.

—¿De qué?

—La cultura, por ejemplo. Siempre hay algún país en el cual tienes facilidades por cualquier motivo. Para ciertos grupos, por ejemplo, infiltrarse en Alemania o Inglaterra es sencillo.

—¿Por qué?

Khoakin observó a Donoso durante varios segundos, apenas tomando un sorbo de su bebida. Al cabo de medio minuto, su única reacción visible fue encogerse de hombros.

—De qué tanto conozcas la cultura, que puedas hacer tu trabajo cómodamente, y...

—¿Y?

—...y qué tantos oficiales conozcas... en los lugares correctos.

XXXXXXXXXX

—¿Te respondió Werner?

—Sí. Extendieron su permiso. Dice que es muy raro, puesto que nunca lo pidió en primer lugar.

—Aquí hay gato encerrado.

—Eso cuando menos.

Schmidt y Butler intercambiaron miradas antes de volver al mapa, revisando el terreno del campo de batalla. Estaban en la tienda de mando, aislados del campamento cargado de soldados desmoralizados y equipo en mal estado, debatiendo posibilidades para un nuevo asalto.

—Supongamos que recibimos suministros suficientes para reponer nuestras pérdidas de material —continuó Butler—. Claramente atacar por el camino principal es mala idea. La pregunta es: ¿es la mejor?

—Tiene facilidades logísticas y planificadoras, por lo que, si tenemos múltiples equipos pequeños, es una buena herramienta de coordinación.

—Eso no responde la pregunta.

—Cierto. —Schmidt se reclinó sobre su asiento, ojos clavados en el techo de la tienda—. Podríamos atacar, alternativamente, por el sur, dando un rodeo gigante, o por el oeste, buscando reducir la exposición a su artillería a costa de limitar nuestro despliegue.

—¿Y un ataque a tres puntas?

—Lo veo difícil incluso su aumentamos nuestros efectivos. No tenemos tantos hombres para un ataque así contra una posición tan grande.

—En eso te doy la razón. ¿Qué hay de un ataque a dos puntas?

—¿Qué sugieres? ¿Norte y sur?

—Que un grupo ataque por el norte, desde la carretera, como el intento de hace unos días. Este será el mayor grupo, pero será solo una distracción. El verdadero asalto serán uno o dos equipos que intentarán subir la colina atacando el estrecho flanco oeste.

Schmidt meditó la propuesta dos segundos.

—Tiene sentido. Siempre y cuando logremos romper alguna parte de sus líneas, podemos entrar al resto del complejo y llevar refuerzos sin mucha dificultad. Incluso podríamos reducir la fuerza de apoyo a medida que progrese el avance.

—¿Tienes idea de quién podría hacer qué labor?

—Me gusta el poder de fuego móvil de los amis. Pueden apoyarse en nuestros cañones antitanque de apoyo. Los hombres míos y de Donoso están equipados alrededor de la ametralladora para una lucha más estática, y creo que el tuyo está en similares condiciones. Añadimos una buena coordinación con la artillería y entre los tres podremos presionar la posición desde la carretera, al borde del alcance de sus cañones, en lo que García y Chumikov asaltan la loma desde el oeste. Yo creo que esa es la mejor alternativa.

—Eso asumiendo que recuperamos nuestros efectivos... ¿qué pasa si el mando nos ordena atacar con lo que tenemos ahora?

—Les decimos que están locos. Ya de por sí era ridículo que tomáramos esa posición cuando nos superaban por cuanto, ¿veinte a uno?

—Algo menos, pero sí. ¿Y si recibimos más tropas?

—No cambia mucho. Las tareas están armadas considerando diferencias doctrinales y armamento.

Butler asintió, aparentemente convencido.

—¿Así que los rojos van primero?

—No tienen blindados ni armas pesadas.

—Y que yo sepa, nadie los va a extrañar.

—Bueno, son comunistas. Sobran en el mundo.

—Amén.

Un soldado entró a la tienda de mando cargando una bandeja, que dejó junto a los oficiales antes de hacer un saludo y retirarse.

—¿Té?

—No te hace mal beber algo del mundo civilizado de vez en cuando, kraut.

—Pensé que era bastante claro que prefiero el café.

—A menos que consigas granos frescos aquí, creo que tu argumento no tiene sentido. Hoy tenemos una excelente selección, hojas Darjeeling traídas directamente de nuestros colaboradores imperiales en la India.

Schmidt giró los ojos

—Sigo pensando que los indios estarían mejor bajo el Reich alemán.

—Lo que te permita dormir por la noche. Now, shall I be mother?

—... el mío sin nada.

Butler aguantó un resoplido, en su lugar limitándose a imitar al alemán en girar los ojos y preparar el brebaje.

XXXXXXXXXX

—Francamente, esto es una mierda.

—¿Eh?

Joseba Villar levantó la mirada para encontrarse con otro español, el Gefreiter Muñoz, que le miraba extrañado.

—¿Sucede algo, Muñoz?

—No, nada... es que pensé que iba a hablar de Franco.

—Ah, eso. No me interesa hablar de política.

—¿Pensé que peleó por los nacionalistas?

—Por ellos, sí, pero no por Franco. El general ni siquiera estaba al mando al principio.

—Huh... no sabía eso.

—No hace falta. No es importante.

Muñoz se encogió de hombros y se sentó junto a Villar.

—¿Cerveza, señor?

—¿Tienes vino?

—No hay una sola gota en toda la región.

—La cerveza tendrá que bastar. —El Feldwebel recibió la botella con pesar, abriéndola con practicada técnica—. No sé qué es peor: el fracaso en Marius, o nuestros servicios de retaguardia. Me recuerda un poco a la guerra.

—¿A cuál guerra, señor?

—A la que tuvimos en España. De no haber sido por los alemanes e italianos, no hubiéramos tenido suministros para ganarla.

—Pero logramos ganar. Dios estaba de nuestro lado.

—Seguro, pero no solo eso. Puede que nuestra retaguardia fuera pésima, pero al menos no se mataban entre ellos.

—¿Qué?

—Ah, ¿no lo sabías? —Villar tomó un largo trago, dejando que la amarga bebida lo refrescara en lo que observaba el cielo, nostálgico—. Tuve algunas misiones detrás de las líneas republicanas durante la guerra. Era un infierno.

—No podría imaginármelo.

—No lo recomiendo tampoco-

—Joseba.

Una voz interrumpió a ambos. Sus miradas se alzaron para encontrar al Leutnant Blanco, segundo al mando del equipo Ebro. De inmediato ambos se pusieron de pie, aunque el saludo que siguió era de todo menos motivado.

—Descansen. —Blanco devolvió el saludo con la misma desgana, acercándose al grupo—. ¿Hablando de la guerra?

—Así es.

—El sargento me estaba comentando de la retaguardia de las filas enemigas durante la guerra —informó Muñoz, asintiendo.

—Ya veo. —Blanco se dejó caer sobre el césped, señal que tomaron ambos subordinados para volver a sentarse sobre este—. Si, recuerdo que Joseba tuvo un par de misiones así. No se le daba mal cuando había caos, sabía valerse por sí mismo.

—¿Lo conoció durante la guerra, señor?

—Fuimos compañeros de armas. Creo que luchamos en media España durante esos años. Logramos sobrevivir tanto que eventualmente lideramos nuestras propias compañías.

—Wow... espera. —Muñoz se recompuso casi inmediatamente—. Si Villar comandó una compañía durante la guerra, ¿cómo es que ahora es un sargento?

El teniente se echó a reír. El sargento giró los ojos.

—Jajajajaja... ¿le quieres contar tú, Joseba?

—Solo porque sé que tú lo harás si no lo hago yo.

—¿Qué cosa, sargento?

—Digamos que podría haberle dado un golpe a alguien al finalizar la guerra...

—¿Qué hizo qué?

—La historia va así —interrumpió Blanco, recuperándose de su risa—: Joseba y yo liderábamos compañías de infantería en el frente del Ebro, ya en el '39. Cerca del final de la guerra nuestro comandante nos mandó a hacer un ataque de señuelo para que sus propias tropas pudieran tomar una posición comunista.

—Sin embargo —gruñó Villar, cruzándose de brazos—, se le olvidó mencionar que era un ataque suicida, cosa que nos dimos cuenta apenas miramos el mapa. Nuestros exploradores, o al menos los que volvieron, solo confirmaron nuestras sospechas. Para rematar, nuestro único apoyo era un pelotón de morteros ligeros.

—Así que Joseba fue a encarar al comandante y le dijo que o hacía un ataque señuelo de verdad, o que se fuera a tomar por culo. Como el comandante se negó a cambiar el plan, Joseba le plantó una piña en la cara y lo dejó inconsciente.

—... ¿Qué el sargento hizo qué?

—Y eso no es lo mejor —continuó Blanco, aguantando la risa—. Poco después llegó un coronel al área que quería saber por qué no había ocurrido el ataque. Se encontró con Joseba sacudiéndose la mano del dolor, al cuartel general enmudecido, y a la tropa aguantándose de la risa.

—Entonces...

—Nunca pudieron culparme de nada —se defendió Villar, rodando los ojos—. Le tiramos algo de alcohol encima, creo que whisky, e hicimos creer al coronel que el comandante se golpeó estando ebrio y mi mano dolía porque lo atrapé en su caída. Se enojó tanto que lo relevó del mando inmediatamente y se lo dio a alguien que usaba sus neuronas. Cuando se enteraron del truco, ya había acabado la guerra.

—Para mala suerte de Joseba, ese comandante terminó con un puesto de reclutamiento en la retaguardia, y le tocó supervisar las tropas que se enlistaron en la División Azul. Cuando vio el nombre de Joseba no pudo pasar la oportunidad y lo inscribió como soldado raso.

—...

—Permiso para reír concedido, Muñoz.

—G... gracias, sargento...

Muñoz se echó a reír justo después, acompañado del teniente. Villar se limitó a esperar que terminaran, girando los ojos.

—Por suerte algunos compañeros me reconocieron aquí en Falmart y me ascendieron a sargento, pero claramente que vuelva a ser oficial tomará un largo rato.

—Y esa es la historia de cómo Joseba pasó de capitán a soldado raso y de ahí a sargento. Lleva un par de años en el rango, así que eventualmente tendrán que subirlo de categoría otra vez.

—¿Otra vez?

—No es la primera vez que pasa.

—Es una historia muy... curiosa, señor.

—Puedes ahorrarte el sarcasmo, me lo gané por ser de gatillo fácil.

—Aún así <,creo que hiciste lo correcto, Joseba. Probablemente la hubiéramos palmado en ese ataque.

—Debí haberle metido un tiro, podría haber culpado a un francotirador y ahorrarme todo el drama.

—Lo hecho, hecho está. Ahora, tengo entendido que el siguiente cargamento de suministros llegará en unos minutos. ¿Alguien se apunta a buscar el alcohol antes que se lo lleven los rusos?

Sargento y cabo intercambiaron miradas cómplices.

—"¡A la orden, teniente!"

.

XXXXXXXXXX

.

Centro de mando, Lancia
Dos días después...

—...considerando estos antecedentes, el Mando Estratégico decidió acoger parcialmente su solicitud de más efectivos.

Schmidt asintió, no reaccionando ante la desganada mirada inquisitoria del enviado del cuartel general en Alnus. Hörnlein, observando desde el costado, no hizo gesto alguno.

—¿Cuántos hombres tendremos en total?

—Cada equipo aumentará su infantería de un pelotón reforzado a una compañía motorizada o equivalente, según su doctrina propia. Adicionalmente, el destacamento de reconocimiento soviético será reforzado para llevarlo a un nivel similar a los otros equipos, incluyendo tropas de retaguardia, personal médico propio y un pelotón de tanques BT-7M. —Informó el oficial, revisando desinteresadamente los papeles de la tabla en su mano—. Si bien se les pidió apoyo a los japoneses, estos se encuentran con una severa falta de medios motorizados que hasta ahora impiden que se puedan unir al Grupo Atlántico. Sin embargo, indicaron que se sumarían tan pronto tuvieran la oportunidad.

—Entendido. ¿Cuándo podemos esperar los refuerzos?

—Estarán llegando dentro de una semana a su campamento, asumiendo que no lo mueven.

—¿Pueden enviarlos a Lancia directamente? Nosotros nos encargaremos de guiarlos hacia nosotros.

—Como guste. Si no tiene nada más que decir...

—¿Qué hay del apoyo aéreo, capitán? —Schmidt interrumpió al oficial con tranquilidad, aunque su mirada era de todo menos suave—. ¿Volverán a aportarnos aviones para el ataque?

—...el Mando Estratégico aún no se ha pronunciado. —El desagrado del capitán en uniforme estadounidense era claro, pero una rápida revisión al coronel de rostro serio que compartía uniforme con su interlocutor eliminó cualquier pretensión de responder burlescamente—. Puede esperar noticias dentro de los próximos cinco días.

—Comuníquele al Mando Estratégico la urgencia del asunto con fines de planificación. Dada la amenaza de los dragones alados, saber si tendremos apoyo aéreo es vital.

—...cuatro días. Eso es todo lo que tengo para comunicar. Con su permiso.

El capitán hizo un saludo que pronto devolvieron los dos alemanes, retirándose a paso rápido del recinto. En cuestión de segundos estaba sobre su jeep aparcado en el patio, y pronto el vehículo se perdió por entre las calles camino a la salida en dirección a Itálica.

—¿Son todos los del Mando Estratégico así de engreídos, herr Oberst? —Preguntó Schmidt apenas el todoterreno desapareciera de la vista que les daba la ventana, alejándose del cristal a paso tranquilo.

—Deberías saberlo mejor que yo. Llevas en Falmart desde el primer día —respondió el coronel, volviendo a su asiento detrás del escritorio. Si bien los asuntos del Grupo Atlántico ya no le eran pertinentes, el que la reunión se hiciera en su oficina en Lancia le daba motivo suficiente para atender a la conversación.

—Me pasé prácticamente todo el tiempo en el campo. Incluso cuando había paz nos tenían yendo de un lugar a otro —replicó el Major, acercándose a su superior—. Tener equipos versátiles e independientes con personal completo era bastante útil para todas las misiones de emergencia de la Coalición, y el mando se aseguró de hacérnoslo saber bastante seguido.

—Entiendo. —Hörnlein apoyó el mentón en sus manos cruzadas—. No puedo decirte algo concreto, pero este es lejos del primer oficial del Mando Estratégico con esta actitud. Sin embargo, depende mucho del país, del tiempo que llevan en Falmart y de la persona individual como para decir que son todos iguales.

—¿Alguna tendencia?

—Los soviéticos y japoneses son los peores. Los estadounidenses con un caso mixto. Alemanes y británicos suelen ser los mejores, pero hay manzanas podridas en todas las cestas.

—¿Alguna teoría?

—Ejércitos profesionales con historia. Los rojos han purgado a todos los que fueran altos mandos zaristas, y los norteamericanos ampliaron su ejército demasiado rápido, aunque su mentalidad ingenieril ayuda un poco. Sus mandos mayores son excelentes, pero los oficiales bajos están lejos de ser creativos o los más eficientes.

—¿Y los orientales?

—Se creen dueños del mundo. Obediencia ciega de los subordinados que hasta a mí me sorprende. Si por casualidad dices lo contrario al oficial japonés superior, no te creerán jamás.

Schmidt no dijo nada, pero su mueca manifestó claramente su pensamiento. Si bien la lealtad ciega no era desconocida en el propio ejército alemán, claramente esta tenía límites en lo que concernía a los oficiales profesionales.

—El ejército en Falmart se expandió muy rápido —comentó el coronel por lo bajo, desviando la mirada hacia el mapa del valle central en la muralla—. Pasó de unas decenas de miles a más de un millón en cuestión de pocos meses. Es lógico que la burocracia se descontrole. No hay donde meter tantas tropas.

—¿Ya han decidido quién atacará las Montañas Dumas?

—No que yo sepa. Pero está claro que no serán los estadounidenses.

—Será una batalla dura. —Schmidt caminó hasta el mapa que observaba Hörnlein, manos juntas tras la espalda en lo que contemplaba el papel—. Incluso con Marius conquistado, hay que avanzar por un camino relativamente angosto rodeado por bosques densos cuesta arriba. Las montañas reducen la eficacia de los blindados y la artillería, y sabemos de al menos dos fortalezas en la Carretera Appia. Apostaría todo mi sueldo a que los saderianos están fortificando todo lo que pueden ese paso montañoso mientras nosotros nos distraemos con Marius.

—No es como que pudiéramos atacar ahora —Hörnlein cerró los ojos, meditativo—. Toma tiempo ordenar suministros y tropas. Dado el ritmo al que se ha expandido Alnus, es un logro logístico el que podamos lanzar operaciones mayores tan pronto.

—¿El ataque del general Patton? —Reconocimiento brilló en los ojos del Major.

—Correcto. Es la Operación Cockade, parte de la mayor Operación Blackout, aunque no sé aún de qué se trata.

—¿Algún indicio?

—Solo sé que no van hacia Rondel, o al menos, no es su objetivo principal. —Hörnlein reabrió los ojos, enfocándolos en su escritorio—. Los estadounidenses buscan algo más que simplemente cruzar el Rho, pero qué cosa, no estoy seguro.

—Nada que podamos adivinar por ahora. —Schmidt giró sobre sus talones, encarando al coronel—. ¿Qué hay de lo otro que le pedí, herr Oberst?

Hörnlein no dijo nada por unos segundos, sin mover un músculo, hasta que finalmente abrió un cajón de su escritorio y mostró un sobre abierto de este.

—Esta fue la respuesta desde Berlín. —Schmidt recibió el sobre, extrayendo sus contenidos—. Efectivamente, Büller fue ejecutado en 1941. No hay discusión al respecto, interrogaron a los involucrados que pudieron hallar y todos confirman la historia.

—¿Qué tan fiables son esos entrevistados?

—La mitad del pelotón de fusilamiento y el personal de la Gestapo correspondiente.

El Major asintió, satisfecho. Revisó los documentos de una ojeada en lo que Hörnlein seguía hablando.

—También encontraron algo sospechoso: la asignación de Hoffman al Fuerte Kentucky como coordinador de las tropas alemanas con el tren de suministros es legítima, pero nadie parece saber quién procesó la orden.

—¿En serio?

—Sí. Quien firmó la orden no sabe quién es Hoffman, y su superior anterior no recuerda haber firmado nada.

—¿Quién es su superior anterior?

—Ni idea, pero Hoffman ya estaba en Alnus en junio. Fue mi enlace con el cuartel del general Heinrici durante la Operación Ariete. Fue su reasignación al Fuerte Kentucky la que levantó sospechas en Berlín.

—...ya veo. —Schmidt terminó de revisar los papeles devolviéndolos al sobre—. ¿Alguna instrucción sobre qué hacer con esto?

—Guárdalos. Podrían servirte si la tropa se altera.

—Buen punto. —El Major guardó el sobre al interior de su chaqueta, encarando nuevamente a su superior—. ¿Qué pasará con Hoffman?

—Eso ya escapa de nosotros, pero es seguro que interrogaran a Heinrici y su estado mayor como parte de la investigación. El Führer no le tiene mucha estima, pero no puede reemplazarlo sin bajar la moral de la tropa, así que solo le dirá a la Gestapo o al SD que los molesten un tiempo.

—Entiendo.

—¿Algo más en que necesites ayuda?

—No, eso sería todo. —Schmidt recogió su gorro de oficial de la silla, acomodándolo bajo su brazo—. Volveré a mi campamento. Con los datos que tengo ahora podemos planificar el siguiente asalto a Marius.

—¿Cuál es el plan?

—Probablemente un asalto a dos bandas, uno de distracción y otro perforante. Trabajaremos los detalles en base a los refuerzos finales y el apoyo aéreo.

—No esperaría más aviones que los de la primera vez si fuera tú. Incluso si los tienen disponibles, dudo que haya muchos dispuestos a sacrificar su capital político para que se los presten.

—He sobrevivido a cosas peores. —Schmidt entrechocó sus talones, haciendo un saludo devuelto por Hörnlein—. Nos vemos, herr Oberst.

—Buen viaje, Major.

XXXXXXXXXX

Campamento del Grupo Atlántico, al este de Lancia
Tres días después...

—Bienvenidos. Espero no estén con mucha resaca.

—¿Por qué no vas y te metes esta botella por el culo, inglés?

—Tan amable como siempre, ¿eh Chumikov?

El ruso gruñó por lo bajo y se dejó caer en una de las sillas que rodeaban la mesa central de la tienda de mando, botella de vodka en mano. Detrás de él entró Donoso, cargando una de cerveza.

—¿Dónde está García? —Preguntó Schmidt, enviando al último guardia al exterior.

—Aquí estoy. —García apartó la tela de la entrada de un manotazo, permitiendo que el guardia saliera justo después—. ¿Qué sucede?

—Todos alrededor de la mesa. —Schmidt se ubicó en la cabecera, quedando al norte del mapa del área entre Lancia y la Cordillera Dumas—. Les adelanté algo hace unos días, pero ya tengo una idea de cuantos efectivos y medios tendremos para el segundo asalto a Marius.

—¿Tenemos fecha? —Inquirió Butler, alzando una ceja.

—No aún, pero será pronto. El alto mando quiere Marius asegurado lo antes posible, y el incremento del Grupo Atlántico es un compromiso con que conquistemos la posición.

Serán hijueputas... —murmuró Donoso en español.

—Aun así, la estrategia de pedir más hombres que los estimados dio frutos. En línea con nuestros cálculos, aumentarán nuestra dotación de infantería de un pelotón a una compañía a cada uno, mientras que Chumikov recibirá personal de apoyo para complementar sus infantes, incluyendo un pelotón blindado. No tengo el cálculo final, pero estimo que terminaremos con cerca de mil seiscientos hombres. También confirmaron preliminarmente que tendremos unos doce aviones de apoyo, aunque no hay información de su tipo o armamento.

Gruñidos y gestos de aprobación cruzaron el rostro de los cuatro capitanes. Schmidt asintió antes de inclinarse sobre el mapa.

—Con esta información, los llamé para que planifiquemos el segundo asalto sobre Marius. Esta vez no habrá nada al azar: tomaremos esa maldita colina sí o sí.

Los capitanes se acercaron a la mesa, salvo Chumikov, que se limitó a enderezarse en su asiento.

—¿Iremos con la idea del doble ataque? —Empezó Butler.

—Yo creo que es nuestra mejor opción. Juega con todas nuestras fortalezas y limita la respuesta enemiga —indicó Schmidt, colocando sobre el mapa las fichas que señalaban las distintas unidades que conformaban el Grupo Atlántico—. Los grupos alemán, británico y español harán de señuelo a lo largo de la carretera, mientras los grupos estadounidense y soviético lanzan un ataque por el flanco oeste, aprovechando su mayor poder de fuego móvil. Además de sus propios tanques, podemos asignarles una o dos baterías de artillería y los antitanques de tres centímetros como apoyo.

—¿Y la aviación?

—Prefiero que se limite a combatir los dragones. No hay mucho que puedan hacer de todos modos —respondió Schmidt a García, que asintió, aparentemente satisfecho—. ¿Alguien tiene alguna observación a este plan inicial?

Nadie hizo gesto alguno. Eventualmente, García levantó la mano.

—¿No debería estar Büller aquí también? Es el comandante de la artillería.

—Técnicamente no es un grupo autónomo como los son nuestros equipos, así que no califica.

Butler observó la ligera sospecha en García, pero decidió no intervenir cuando el republicano se resignó a la respuesta dada.

—Entonces, ¿nosotros tres haremos de cebo? —Donoso apuntó a Butler, Schmidt y a sí mismo, alzando una ceja—. ¿Desde dónde?

—Fingiremos un ataque a Marius desde una posición similar al primer ataque —informó Schmidt, usando su puntero para señalar las fichas de los equipos Blitz, Crown y Ebro en el mapa—. Formaremos una línea de fuego a lo largo de la carretera y usaremos esta como referencia para planificar nuestros movimientos. Será fácil coordinar a la tropa con una referencia fija como un camino.

—La idea es que los defensores crean que haremos algo similar a la vez anterior, aunque esta vez de día y sin el sigilo —continuó Butler—. Permanecer en la carretera es permanecer en el límite del rango útil de sus cañones. Como nos pueden disparar, no podrán ignorarnos, pero el efecto será reducido.

—Con algunas fintas y mucha potencia de fuego, buscaremos dar la impresión de un ataque lento basado en agotarlos a ellos antes que nosotros. Cuando dirijan sus tropas contra nosotros es cuando partirá la segunda fase del plan.

El puntero de Schmidt cayó sobre el extremo oriental de Marius.

—El flanqueo —nombró García.

—Si de verdad movilizan sus reservas para combatirlos a ustedes en la carretera, entonces un ataque sorpresa sobre su flanco podría romper sus líneas antes de que reaccionen adecuadamente —reconoció Chumikov, tomando un sorbo de vodka—. Subir la loma rápidamente es esencial, de ahí que hayas priorizado el poder de fuego móvil, ¿verdad?

—Pero ¿cómo lograremos acercarnos sin que nos vean? Sin mencionar acerarnos.

La pregunta de Donoso arrancó la misma duda en todos. Schmidt se cruzó de brazos.

—Tendrán que acercarse de noche y camuflarse lo mejor que puedan. Lanzaremos el ataque en la madrugada para que no haya tanta visión.

—Se me ocurre, además, que los aviones, morteros y artillería lancen humo —indicó Butler, llevándose una mano al mentón—. Si lo arrojan por todo el campo no arrancará sospechas, y permitirá que camuflemos al grupo de distracción como una fuerza más grande.

—¿No que tenían mecanismos mágicos para lidiar con el humo?

—Sí, García, pero solo en la cima misma. Que sepamos, no tienen nada similar en la loma baja o el campo alrededor.

La misma idea recorrió el cerebro de todos.

—Con eso, algo de camuflaje y movimiento durante la noche, podríamos cerrar mucho de la distancia antes de que noten que estamos ahí —anunció Donoso, frunciendo el ceño—. El ruido del combate ahogará los motores una vez asaltemos la cima.

—Tendremos que atravesar las trincheras lo antes posible. Los ingenieros tendrán que ir con nosotros para abrirle el camino a los tanques —reconoció García.

—Una vez arriba tendremos la ventaja sobre los defensores —señaló Chumikov, observando el techo—. Los más inteligentes sabrán que la batalla estará perdida entonces y se rendirán o huirán, pero puede que otros resistan hasta el final.

—Es desafortunado si eso ocurre, pero está lejos de ser la primera vez —Schmidt se inclinó sobre la mesa, observando las fotografías aéreas de Marius—. Priorizaremos munición por sobre combustible. Si logran conquistar la cima, entonces otro equipo podrá reforzarlos. Entonces solo habrá que aislar las posiciones saderianas y tomarlas una a una.

—¿Qué haremos con los que huyan o se rindan? —Inquirió García, alzando una ceja—. Será difícil tenerlos a todos bajo control. Son miles de enemigos.

—Los prisioneros habrá que atarlos y dejarlos en reductos o trincheras con algunos soldados cuidándolos. No hay mucho más que hacer en ese sentido —reconoció Schmidt, suspirando.

—Los que deserten, como es probable que hagan los de la legión de reserva, son de baja prioridad. La probabilidad de que logren, o quieran, reagruparse con las filas saderianas en las Dumas son bajas —analizó Chumikov, tomando otro trago de vodka, carraspeando para despejar su garganta del líquido ardiente—. El problema es la tropa profesional.

—¿Los perseguimos?

—No, no habrá tiempo —respondió Schmidt a Donoso—. Puede que tengan posiciones preparadas de antemano, o sepan rutas seguras. Y con la cantidad de enemigos, no es seguro dejar de lado la batalla para perseguirlos. La priorización de municiones sobre combustible tampoco nos da muchas opciones.

—Entonces les dispararemos hasta que escapen del rango eficaz de nuestras armas —dictaminó García, cruzándose de brazos con una mueca seria—. No me gusta que los dejemos ir, pero supongo que es el mejor compromiso considerando que los más seguro es que se retiren combatiendo, en lugar de huir en desbandada.

—¿Ahora me dices que no disparas a gente por la espalda? —Se burló Chumikov.

—No soy fanático de eso, no quiere decir que nunca lo haya hecho —replicó el republicano, mirándolo de reojo.

—Señores, parece que tenemos un plan —anunció Butler, llamando la atención del grupo con un par de palmadas—. Tenemos tiempo para afinarlo después, pero tenemos cosas que hacer ahora: recibir el convoy de refuerzos que llegará en un minuto, y evitar que los españoles vuelvan a saquear el alcohol de los suministros. —Donoso y García ocultaron sonrisas de complacencia ante la mención de sus compatriotas. Schmidt carraspeó.

—¿Alguna objeción? —Nadie levantó la mano—. Bien. Nos reuniremos mañana a las nueve para continuar la planificación. Pueden retirarse.

Con un saludo, el grupo abandonó la tienda.

.

XXXXXXXXXX

.

Colina Marius
18 de septiembre, 1943
04:48 horas

Major, está pidiendo lo imposible. Sin instrucciones de Alnus...

—Las órdenes prioritarias son de capturar Marius lo antes posible. Dudo mucho que el cuartel note que los aviones repostaron una vez más de lo planificado en mitad de un asalto.

... ¿es tan importante?

—Es nuestra única defensa contra sus dragones.

... haré lo que pueda. Suerte, Major.

—Gracias.

Schmidt colgó el micrófono de su radio, suspirando con el rostro pegado a la tierra.

—¿Burocracia? —Escuchó la voz de Butler.

—La única e inigualable —gruñó como respuesta, levantando levemente el rostro. Enfrente de la loma tras la que se escondían, una explanada era todo lo que los separaba de la carretera que sería su línea de batalla por el día.

—Esperemos que no nos haga fallar, al menos. ¿Dónde está Donoso?

—Con sus tropas, a la izquierda. Son el equipo de en medio.

—¿Está listo?

—Más le vale.

Schmidt se ocultó con una manta oscura y encendió un fósforo, observando su reloj por unos breves segundos antes de apagarlo y volver a descubrirse.

—¿Cómo estamos de tiempo?

—Faltan poco más de diez minutos. ¿Sabes si García está en posición? Donoso me confirmó que Chumikov estaba listo hace un rato.

—Sí, García está listo para la acción. Aunque claro, los dos equipos tienen que esperar a que armemos ruido antes de hacer cualquier cosa... ¿seguro que tenemos que atacar a las cinco?

—Después de eso habrá suficiente luz natural como para que descubran a los equipos en su flanco. No tenemos mucha opción. ¿Radio? —El soldado cargando el equipo se acercó, asintiendo—. Mensaje a la artillería. Confirmado bombardeo de humo a las cinco. Luego que sigan el plan C.

—A la orden.

—Plan C... ¿solo una batería para el asalto en el flanco? —Inquirió Butler, intrigado.

—Necesitamos la mayoría nosotros. Sin potencia de fuego, dudo que se crean que es un ataque real.

—¿Y qué sería si no?

—Reconocimiento en fuerza. Y si creen eso, no se movilizarán para atacarnos.

—¿Crees que el ataque anterior haya sido tomado así?

—No lo sé, pero espero que no. El ego del mando no toleraría tamaña falta de respeto. —Schmidt revisó su reloj nuevamente—. Deberías volver a su equipo. El ataque partirá dentro de poco.

—Suerte.

—Nos vemos en la cima.

Butler se retiró hacia su jeep, el que pronto partió en dirección a su propia unidad. Schmidt murmuró instrucciones de sus hombres, las que fueron pasadas en voz baja al resto. Las tensiones estaban altas, y muchos tenían presente el fracaso anterior como una afrenta que tenían que corregir.

—Crown, Ebro, ¿en posición?

Afirmativo.

Esperamos la artillería.

—¿Eagle, Oktyabr?

Listos y a la espera.

Esperando los fuegos artificiales.

—Recibido. El humo caerá en cualquier momento. Recuerden su rol en el plan.

Buena suerte a todos —escuchó decir a Donoso antes de colgar la radio.

Justo entonces llegó a sus oídos el característico sonido de los tubos de artillería. Unos segundos después, una blanca pantalla apareció en el campo frente a ellos, interrumpiendo la visión de todos y señalando el fin de la desesperante espera.

Atlantische Kampfgruppe: Angriff!

XXXXXXXXXX

Khoakin Chumikov observó impasible como la cortina de humo que cubría la carretera se iluminaba, los destellos de los disparos y explosiones en su interior creando un efecto similar a un amplificador que permitía distinguir gran parte de su presencia, aunque fuera sin incrementar mucho la luminosidad real. Contrastado con la oscuridad reinante, sin embargo, y combinado con el ruido, era suficiente para llamar la atención de toda criatura sentiente en kilómetros a la redonda, por último, solo para contemplar el magno espectáculo que era la barrera de fuego que las armas del Grupo Atlántico creaban.

Justo lo que necesitaban.

Golpeó con la bota el chasis del tanque donde se sentaba. Por la escotilla de la cúpula del BT-7M se asomó un sargento, la expresión cansada de su rostro apenas discernible en la escasa claridad que llegaba de la batalla a la distancia, pero evidenciada por el bostezo que suprimió al segundo.

—Mande, camarada capitán.

—¿Sigues con sueño, sargento?

—No acostumbramos a operar de noche, camarada capitán.

—Déjame adivinar: ¿estaban asignados a una guarnición urbana, o quizá una base militar, y los transfirieron directamente aquí? —El sargento asintió, ligeramente confundido. Khoakin se masajeó el puente de la nariz—. Estos tipos me quieren muerto, ¿verdad?

—¿Señor?

—Nada, cosas mías. —Khoakin bajó de un salto del tanque, guardando sus binoculares—. Enciendan sus motores, atacaremos dentro de diez minutos.

—¡A la orden!

El capitán soviético hizo una ronda por las tropas cercanas de su equipo, repitiendo la instrucción y despertando a puntapiés a quienes hallara durmiendo. Para su desgana, notó como la mayoría de los que mostraban signos de cansancio eran de los refuerzos "descansados" que le asignaran como parte de la ampliación de su equipo. Cuando llegó al lugar donde lo esperaba García, en la segunda línea, su molestia era tan clara que incluso en la oscuridad el español no tuvo problemas en distinguirla.

—¿Ocurrió algo?

—Pues resulta que la STAVKA o el NKVD quieren darme una migraña crónica. Pensé que solo el coronel Viratovsky quería hacerme la vida imposible, pero seguramente la lista llegue hasta Moscú.

—¿Y eso?

—Mis refuerzos son hombres bisoños traídos directamente de sus cuarteles en la madre patria. Apuesto que ni siquiera les dieron una inducción a Falmart. —Suspiró desganado, inclinándose sobre la mesa con la radio y el mapa de la zona, única indicación de que estaban en un puesto de mando táctico—. Tengo suficientes infantes entrenados para que eso no importe, pero los tanques son otra cosa.

—¿A quién se le ocurriría enviar tripulaciones bisoñas para un asalto nocturno cuesta arriba? —Preguntó García, incrédulo.

—Algún burócrata que solo quería cumplir su cuota de órdenes aprobadas al día, seguramente —gruñó el soviético, echándose al suelo y usando una manta para cubrir el fósforo que encendió para revisar su reloj—. Ya casi es hora. ¿Están tus hombres listos?

—Sí, y también los cañones alemanes. Identificamos un solo reducto en la segunda línea defensiva, tiene dos cañones. Les ordené que se centraran en él.

—¿Y en la cima? Recuerdo que era una sola gran trinchera con un reducto incorporado.

—También la vimos, debe tener al menos tres cañones. Lo bueno es que esas dos son las únicas fortificaciones de este lado.

—Siguiendo el plan, mis hombres ignorarán la primera línea defensiva, la de trincheras inconexas, y pasarán de largo hasta la segunda. Allí solo aislarán los reductos fortificados y seguirán hasta arriba. Intentaremos encargarnos de los cañones que encontremos, pero nuestra prioridad es perforar sus líneas, asegurar una brecha en sus trincheras para los tanques, y encontrar su puesto de mando.

—La aviación aparecerá en unos diez minutos para encargarse de los wyverns alados. Ojalá hayan aparecido para entonces.

—Si no han surgido hasta ahora con el ataque de la carretera, lo harán cuando se den cuenta de que hay cientos de hombres colándose por su costado. —Una gran explosión ocurrió cerca de la carretera, iluminando brevemente el campo de batalla con gran intensidad—. Vamos.

—Detrás de ti.

Chumikov corrió hasta su vehículo de mando en lo que García emitía las órdenes por radio. Un minuto después, la gran masa de uniformes color kaki y verde oliva surgió de entre sus posiciones camufladas y se lanzó a la carrera hacia Marius, sus siluetas ocultas bajo la manta de oscuridad y su ruido ahogado por las explosiones a la distancia.

No fue hasta que llegaron a la base de la colina que uno de los vigías, confundido por el extraño relieve móvil en la oscuridad menguante de la noche, notó la anomalía, pero para entonces ya era demasiado tarde.

¡Nos atacan! ¡Nos atacan!

¡Ya estamos bajo ataque, imbécil!

¡No, por el oeste! ¡Por el oesteee–!

¡BANG!

El experto tirador soviético silenció al vigía de un bien apuntado disparo. Tomó varios segundos más que sus compañeros se dieran cuenta de la magnitud del problema y la alarma se generalizara, pero para entonces, ya los exploradores soviéticos estaban en la primera línea defensiva, a mitad de la subida.

Ya era tarde.

—¡Suban rápido, maldita sea! —Azuzaba Chumikov a sus hombres, moviéndose entre ellos con pistola en mano—. ¡No se distraigan con estas trincheras de tercera!

—¡¿Y qué hacemos son los enemigos adentro?!

—¡Tírales una granada y sigue arriba! —El soldado veterano respondió al novato, empujándolo adelante. El capitán, satisfecho, aprobaba tácitamente el trato de los exploradores experimentados hacia los recién llegados, no importándole ofender a algunos al romper sus "sagrados manuales" con tal de mantener el ritmo del avance. Su experiencia con los tanques, por otro lado, dejaba mucho que desear.

—¿Por qué carajo no están aquí los tanques?

¡Camarada capitán! ¡Es difícil encontrar un camino por entre nuestros camaradas y la oscuridad! ¿Qué pasa si caemos en una trinchera?

—Si tus camaradas no escuchan un tanque llegar por su espalda, eso es Darwin en acción. ¡Y manejan putos tanques, su único propósito es atravesar trincheras! ¡Ahora avancen de una puta vez!

¡A-a la orden, camarada capitán!

Chumikov suspiró con fuerza, masajeándose el puente de la nariz por quinta vez desde que comenzaba el asalto. Tendría que reeducar a esas tripulaciones eventualmente. Agradecía, sin embargo, que la falta de visión impidiera dos cosas: que los cañones saderianos apuntaran con precisión, pese a sus líneas de tiro, y que no lo vieran a él de pie en mitad del campo ladrando órdenes. En un día cualquiera, sería el equivalente a gritar que le dispararan. Revisó que su pistola Tokarev funcionara correctamente y continuó con la subida, dejando atrás la primera línea de pequeñas trincheras que marcara el límite de su avance la vez anterior: antes, en el primer asalto, solo Schmidt y Butler lograron llegar a la segunda línea después de casi media hora de combate. Ahora, él lo lograría en tan solo diez minutos de avance.

Una gran explosión llamó su atención: el que identificaran como el principal reducto saderiano en esa sección de la segunda línea defensiva, un emplazamiento subterráneo reforzado equipado con dos cañones, acababa de volar en pedazos. Supuso que era obra de los cañones de treinta y siete milímetros alemanes y un alijo de municiones enemigo. La batería de artillería que les asignaran para su avance, la tercera de las tres bajo el mando del Hauptmann Büller, inició su bombardeo sobre la última línea defensiva en la cima, concentrándose en el que identificaran como su punto central. Con algo de suerte, evitarían una respuesta pronta. Eso dirigía sus preocupaciones hacia...

—¡Radio!

—¡Aquí, señor!

—Ven aquí, carajo. —El soldado cargando la radio se agazapó en un cráter, preparando el dispositivo. Chumikov se echó un momento después, tomando el micrófono ofrecido—. ¿García? ¿Me recibes?

Te escucho, Chumikov.

—¿Ves algo a nuestra izquierda desde allá abajo?

¿Buscas algo en específico?

—Sí el ataque de distracción funcionó, las reservas deben haberse ido hacia ese lado. Ahora que saben de nuestro ataque, seguramente las envíen por las mismas trincheras hacia nosotros como contraataque. No planeo dejar a mis hombres aquí, pero si los tuyos no llegan pronto tendré que hacer taponeras.

Entiendo. Dame unos segundos. —Chumikov esperó pacientemente, asomando la cabeza justo a tiempo para observar los tanques BT-7M alcanzar y apoyar el asalto a la segunda línea. De acuerdo con el plan, buscarían generar una brecha y seguirían hacia arriba, dejando a los enemigos aislados a cargo de los estadounidenses que venían justo atrás—. Ya volví. No veo mucho movimiento desde aquí, pero me comuniqué con Schmidt.

—¿Qué dijo el nazi ese?

Es consciente de la amenaza y se ha preocupado de intensificar su fuego sobre las trincheras de comunicación detectadas. Aun así, no promete mucho.

—Es lo que hay. ¿Dónde están tus hombres?

Están alcanzando la primera línea en este momento. Los tanques van a la cabeza, la infantería avanza justo detrás. Los antitanques alemanes están suprimiendo las defensas en la cima, pero dependen mucho de la artillería.

—Dile a la artillería que cambie su objetivo a cubrir nuestro flanco izquierdo en cinco minutos, pero mantén a los antitanques disparando hasta que nos vean entrando a las trincheras. Un ataque por nuestro flanco será letal para nuestro avance.

Entendido. Te veo en la cima.

Chumikov cortó la comunicación, asomándose de nuevo por el cráter.

—Están peleando en la segunda línea. Vamos, somos blanco fácil aquí.

—¡A la orden!

El oficial y el portador de la radio recorrieron el trecho que los separaba de la segunda línea en poco tiempo, en el camino observando el espectáculo que era el frente norte de Marius: la cortina de humo, aunque ya algo menguada, seguía siendo reforzada ocasionalmente por morteros y artillería, y los equipos alemán, español y británico habían acercado sus posiciones hasta casi llegar a la base de la pendiente, manteniendo una brutal cortina de fuego sobre las posiciones saderianas con un ordenado fuego de fusilería y ametralladoras intercaladas, tanques y fuego indirecto proporcionando apoyo preciso donde encontraran una debilidad. Bajo el juicio del soviético, era una buena demostración de un avance lento pero seguro con cobertura de fuego sistemática, que, de haber tenido más tropas y recursos, hubiera sido suficiente para tomar Marius con el debido tiempo.

Lastimosamente, no tenían ninguno de los tres elementos para eso, motivo por el que tenían que recurrir al ataque de flanqueo actual. Pero los saderianos no sabían eso, y había jugado directamente a favor de los terrícolas.

Al llegar a la segunda línea defensiva, los hombres de Chumikov ya habían asegurado una brecha en la defensa, y hasta se hicieron con un reducto fortificado que el oficial no demoró en hacer su puesto de mando temporal, donde se preocupó de hacer un catastro rápido del avance.

—¿Situación?

—Todo marcha según el plan, señor —informó uno de sus sargentos, cuadrándose frente al capitán cubierto de tierra, pero ileso—. Los tanques demoraron en llegar, pero una vez lo hicieron logramos romper la defensa enemiga más rápido de lo esperado, así que mantenemos los tiempos estimados.

"¿Se rompió rápido?" Eso no entraba en los cálculos del oficial, o de ninguno de los líderes del Grupo Atlántico.

—¿Dices que colapsó la defensa?

—Muchos dejaron sus armas de lado y huyeron hacia arriba, aunque un grupo se rindió hasta que vio los tanques. Ninguna de las trincheras a los laterales ha lanzado un contraataque.

—¿Y fusiles?

—Algunos enemigos tenían pistolas primitivas, señor, pero no hemos encontrado tropas con fusiles aún.

Chumikov terminó de abrir el mapa de Marius que traía consigo en lo que hablaba el sargento. La falta de prisioneros adecuados evitó que supieran bien a qué se enfrentaban, por lo que los oficiales trabajaron con los supuestos más razonables que tenían, pero si el comportamiento decía algo...

—¡Radio!

—¡Aquí, señor!

—Mensaje al equipo Eagle. El flanco sur está defendido por las tropas de reserva. Que aceleren el avance y ataquen sin cuidado las primeras líneas defensivas.

—¡Entendido!

—Sargento, concentren el ataque en la tercera línea defensiva a una sola posición y fuercen una brecha. Avancen con cuidado, tengo el presentimiento de que los enemigos ahí arriba serán mucho más duros que los encontrados hasta ahora.

—¡A la orden!

Chumikov sacó su petaca y tomó un largo trago, dejando que el vodka bajara sus molestias con el ardiente líquido.

—Vamos allá.

XXXXXXXXXX

—¿Y dónde dices que están?

Los primeros soviéticos ya llegaron a la cima y están haciendo una brecha. Una vez la consigan meterán los tanques y buscarán el puesto de mando imperial.

—¿Y los tuyos?

Van justo detrás. Ya despejamos la primera línea de trincheras y la segunda está en proceso. Pronto deberían llegar a la cima.

—Recibido. ¿Qué hay de la aviación?

Nos quitaron a los dragones de encima apenas aparecieron. Están haciendo un buen trabajo.

—Bien. Sigan con el ataque y reporten cualquier cambio. Apenas lo hagan empezaremos con la siguiente fase del plan aquí abajo.

Entendido. Eagle fuera.

García cortó la comunicación por radio justo después. Schmidt suspiró, masajeándose el entrecejo: el ataque iba según lo planeado, pero la falta de sueño y constantes preocupaciones le estaban dando una migraña que poco le hacía gracia. Al menos, se decía, no había imprevistos letales.

—Comuníquenme con la artillería.

—A la orden, Herr Major.

Revisó el mapa de nuevo. Según la información de García, las tropas que defendían las primeras líneas defensivas eran legionarios de la reserva, y los profesionales se quedaron en la cima. Era un contraste con el escenario del frente norte, donde estaba él: los destellos de fusiles evidenciaban la presencia de las tropas regulares saderianas en la segunda línea, aunque eran cada vez menos ante la avalancha de plomo que la tropa terrícola vomitaba sobre ellos.

Era algo bueno que el plan incluyera un ataque de flanqueo: las municiones ya empezaban a escasear, e incluso con los camiones de logística volviendo al campamento a todo lo que le daban los motores, no era suficiente para suplir la alta demanda que ese volumen de fuego suponía sobre los hombres. Estaba seguro de que habría que reemplazar todos los cañones después del combate.

—Señor, con la artillería.

—Gracias. —Tomó el micrófono, cubriendo su otro oído en un intento de escuchar mejor—. Aquí Major Schmidt, cambio.

Major, Hauptmann Büller aquí. ¿Qué se le ofrece, cambio?

—Necesito que muevan la artillería hasta la carretera. La siguiente fase del plan necesita apoyo de fuego directo, y la altura de la carretera será esencial para que apunten correctamente, cambio.

Debo protestar contra esa orden, Herr Major. Nos expondrá mucho ante el enemigo, cambio.

—Estoy seguro de que los saderianos tienen mayores preocupaciones que doce cañones dispersos a la distancia. Cumpla la orden, por una vez todo el plan funciona y no quiero estropearlo, cambio.

¿Es necesario que nos movamos todos?

—Todos los que no sean la batería que apoya a Oktyabr e Eagle, cambio.

—...entendido. Nos moveremos en quince minutos. Hammer fuera.

Schmidt colgó el micrófono, suspirando más fuerte que antes. Volvió a ordenar cambiar la frecuencia.

—García, dime que tienes noticias buenas, cambio.

Pues alégrate. Los hombres de Chumikov ya están en la cima causando estragos y los míos están asaltando la última línea defensiva. Envié los cañones antitanque alemanes de vuelta a tu equipo, a nosotros ya no nos sirven por ahora, cambio.

—Gracias por las noticias. Procederemos entonces con la siguiente fase del plan aquí abajo, cambio.

Recibido. Les recomiendo que se apresuren, la defensa saderiana está colapsando muy rápido aquí. Los dragones se retiraron, Chumikov teoriza que buscarán sacar a los altos mandos por aire, cambio.

—Con tal de que abandonen Marius, eso me da igual. Blitz fuera.

Schmidt ordenó otro cambio de frecuencia. Esperaba que algún día de estos simplificaran ese aspecto de las comunicaciones.

—Crown, Ebro, la fuerza flanqueo ya está en la cima. Procedan con la siguiente fase del plan.

Entendido, Crown se movilizará hacia el flanco este de Marius, cambio.

Ebro presionará la ofensiva hacia el lado noreste, cambio.

—Blitz presionará el lado noroeste. Ebro, recuerda no presionar el ataque hacia arriba más de lo necesario. Crown, libertad total de acción. Blitz fuera.

Las unidades se movieron como músicos bien entrenados en una orquesta. A medida que las tropas soviéticas y estadounidenses se adentraban en la retaguardia de las defensas imperiales, los alemanes de Schmidt y españoles de Donoso formaron una barrera a lo largo de toda la cara norte en lo que los británicos bloqueaban el este de la planicie. Era una trampa cuya única salida segura era el sur, pero era una ruta que solo llegaba a líneas saderianas tras dar un largo desvío cuya falta de caminos obligaba a dejar todo el equipo pesado. Era un colapso total.

Pese a los mejores esfuerzos del comandante imperial, el tener a sus mejores tropas en la cara norte impidió que pudiera montar una defensa adecuada en sus flancos. Ejecutando todos los protocolos de escape posibles para salvar a lo que quedaba de su legión, sacrificando a todos los reservistas posibles, quemó los documentos importantes, envió un mensaje notificando la caída de la posición mediante la red mágica, y evacuó el lugar por aire. A las diez de la mañana, la bandera de la Coalición de Naciones Terrícolas se alzaba por sobre el destruido cuartel general imperial de Marius.

Sin embargo, la lucha estaba lejos de terminar: aún quejaban varios reductos resistiendo, principalmente alrededor de las fortificaciones con artillería que fueron ignoradas durante el asalto. Por ende, una a una, las tropas de la Coalición tuvieron que despejar dichas posiciones, a un alto costo en personal y recursos.

Y fue una de esas posiciones que, observando una concentración a lo lejos, decidió en un acto de desafío el disparar sus cañones una última vez, directamente sobre los cañones atacantes. Sin embargo, esta era una posición que, independiente a quién se le preguntara, todos podrían jurar que ya habían conquistado antes...

XXXXXXXXXX

Büller estaba molesto. No, molesto sería quedarse corto. Sin embargo, era lo suficientemente inteligente como para saber que sus molestias personales no debían mezclarse con su labor militar, y en este momento de combate, era esta última la que demandaba su atención con alta prioridad.

Era por eso mismo que se encontraba molesto, en realidad: su superior, Major Schmidt, le había ordenado que adelantara sus cañones hasta la carretera. Cualquier sabía que la carretera era, quizás, la posición más expuesta para esto: en altura, sin cobertura visual ni física, plenamente expuestos ante el enemigo, presa fácil para cualquier dragón alado que decidiera que ignorar a la aviación era algo sabio. Tenía ganas de estrellar su cabeza contra un muro, pero órdenes eran órdenes y sabía mejor que llamar atención sobre él rechazando una orden categórica y abierta que, además, ya era parte de un plan mayor.

Schmidt, por supuesto, también sabía que era una posición expuesta, y había argumentado para que hiciera ese movimiento de todas formas. Y para desdicha de Büller, parecía haber tenido razón: no solo no habían corrido peligro, los legionarios saderianos ni siquiera parecían haber notado su presencia, más preocupados de defenderse del masivo asalto que consumía Marius esa mañana. Büller, pese a todo su nerviosismo, se vio obligado a reconocer que sus temores, aunque buen fundados, habían sido burlados.

—Parece que el combate está terminando —indicó se segundo, quitándose la gorra de la cabeza. Volvió a calársela tras un golpe de su superior, aunque este le dio la razón.

—Así es. Diles a los artilleros que concentren sus disparos sobre el reducto más oriental que vean, y reduzcan la intensidad de los disparos. Precisión por sobre volumen.

—A la orden.

Su segundo apenas se había separado cuando Büller notó un destello cerca del centro: venía de uno de los reductos que creía conquistados. Observó con nerviosismo como el proyectil se elevaba en el aire y empezaba a descender...

...directamente hacia ellos.

Truppe, in deckung!

Gritó, antes de echarse al suelo y cubrirse la cabeza. Sus hombres lo imitaron, seguros en que la amplia dispersión, producto de la distancia entre piezas artilleras los protegería de una eventual explosión. El segundo al mando de Büller, que estaba apenas a unos metros de distancia, se cubrió detrás del kübelwagen de su superior y esperó paciente el violento impacto.

Excepto, que este no fue violento al final. Sintió como el proyectil impactaba, sí, pero en lugar de la explosión regular hubo una fuerte corriente de viento, y sintió como su garganta se quejaba ante las partículas intrusas. Abriendo los ojos, en encontró rodeado de lo que pareciera ser una espesa cortina de humo, una que acortaba tanto la visión que apenas distinguía lo que estaba enfrente suyo.

Al parecer, los saderianos se habían equivocado de munición y disparado un proyectil de humo sobre ellos. Quiso reír: al parecer, la fortuna todavía estaba con ellos.

Su júbilo se tornó en preocupación. Levantándose de un salto, hizo su camino hacia el lugar donde recordara que se encontraba Büller. Si bien la munición resultó ser de humo, su sentido común de artillero le decía que incluso ese tipo de proyectiles podía ser dañino si caía cerca, y si sus oídos no lo engañaban, el impacto fue justo junto a su superior.

¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!

Se detuvo en seco. ¿Eran esos disparos?

Herr Hauptmann? —Llamó, inseguro. Avanzó con pasos vacilantes, su mano cayendo a la empuñadura de su pistola. ¿Era posible que rezagados saderianos hubieran llegado hasta su posición? Deberían haber atravesado a cientos de alemanes en el camino, o a cientos de tropas aliadas menos confiables, pero así era poco probable. Pese a lo ridículo de la idea, debía permanecer atento—. Herr Hauptmann?

Avanzó unos metros más. Llegó al claro donde estaba su capitán, pasando el cráter donde impactó el proyectil. El humo parecía estar manguando: seguramente era de rápida dispersión, y la fuerza con la que emitía generaba que el centro se despejara antes que el resto de la nube. Raro, pero posible. Seguía investigando, cuando su pie se topó con algo.

Bajó la vista, confundido. El rostro horrorizado de su superior lo miró de vuelta.

Hauptmann Büller! —Olvidando toda discreción, se arrodilló junto al oficial, revisándolo de arriba a abajo. Cuatro impactos de bala, todos en el torso. Tomó su pulso: muerto.

Rabia lo consumió. ¿De verdad iba a morir así? ¿Abandonado, como un perro, lejos de la gloria de la batalla? ¿Ejecutado por los que bien podrían haber sido unos desertores enemigos? ¡Esto era ridículo! ¡Inaudito! Y lo peor, ¡no era su culpa! ¡Si alguien tenía la culpa, ese sin duda era el oficial que los había obligado a estar allí delante, el que dirigía todo con una mente de hierro: Major Schmidt!

Eventualmente, se vengaría. Hizo esa promesa. Pero primero, tenía que eliminar a los rezagados que habían asesinado a su superior.

—Descanse, Herr Hauptmann. Yo me encargo del resto.

Se puso de pie, pistola en mano. Con pasos decididos avanzó hacia el claro, hacia donde escuchó los disparos anteriormente. Afirmó su agarre sobre el arma. Notó figuras en el humo y levantó su arma, pero pronto la bajó al notar la figura de los cascos: era el conocido Stahlhelm, lo que solo podía significar una cosa.

—¡Compañeros! ¡Ayuda! ¡Asesinaron al comandante! ¡Ayúdenme a buscar al culpable, no puede haber ido muy lejos!

Tres figuras se acercaron. El segundo dio un paso al frente...

¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!

...solo para caer muerto con tres agujeros en su pecho.

Observando a su alrededor, las figuras en el humo asintieron y se dieron a la fuga, fusil en mano en lo que desaparecían de la escena del crimen donde acababan de asesinar al líder de la artillería alemana. Si alguien observaba aquella nube blanca, no fuera de lugar en un combate tan marcado por el constante uso de humo, uno vería un equipo cuyo uniforme, no disimilar al de sus compañeros en el frente o los que dejaban atrás, solo se diferenciaba por dos parches con letras rúnicas similares a una "S" en sus cuellos.

.

.

.

N/A: Tenía algunos otros planes para este capítulo, pero la verdad me gustó bastante como quedó. Les quedo debiendo una escena con Patton, pero bueno, quedará como una mención para el siguiente capítulo (de todos modos, iba a ser algo corto, así que no se pierden de mucho).

Marius se suponía iba a describirse de forma parecida al primer asalto, pero me gustó más esta visión en la que vemos a los comandantes más que la batalla en sí, incluso si van de la mano. A diferencia del primer asalto, aquí seguimos a todo el Grupo Atlántico, no solo a uno de ellos Siento que es un buen compromiso, pero si creen que le faltó más de la batalla, lo único que puedo decir es que me dio flojera antes del fin de año.

Creo que eso es todo. Espero actualizar Weimar Projekt de aquí al tres de enero, pero ya saben cómo soy con las fechas. En fin, nos leemos,
RedSS.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top