Capítulo 19: Colina Marius - Parte 1

N/A: Según mis fechas autoimpuestas tengo hasta el 31 a la medianoche, así que no se sorprendan de leer esto en enero. En fin, excusas de por qué la demora las pueden encontrar en las otras actualizaciones del mes, pero la causa principal es el Weimar Projekt. Considerando que esto se subió primero en FFN antes de medianoche, técnicamente sí cumplí los plazos.

NOTA: definí la Colina Marius como un cerro porque la wiki de GATE decía que era un cerro. Revisé el manga y aparentemente es una elevación que está más al sur de lo que esperaba. Así que, para efectos de este fanfic, consideren que Marius es una elevación (algo así como una loma) imponente que está en el camino a la fortaleza de Mare (que en este fanfic es la que vigila la entrada al paso montañoso de las Montañas Dumas), y que Marius es solo una colina que controla el camino que conecta Lancia y Mare.

Disclaimer: "GATE: thus the JSDF fought there!" no me pertenece, todo el crédito a su respective autor. Esta es una obra hecha por diversión y sin fin monetario alguno.

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Capítulo 19
Parte 1
Colina Marius
Arco 5: Guerra Total

"En muchos sentidos la Operación Rache, un ataque comparable a Guernica y Róterdam es escala, fue un punto de inflexión para la guerra: demostró la falta de defensas antiaéreas. La Operación Air Carpet se autorizó cuatro días después. En septiembre aún se debatía si se bombardeó más a Inglaterra o Polonia; para noviembre, todo el mundo sabía que era Rondel.
—Margaret Horsfall, "Capítulo 7: Rondel: La aniquilación de un sueño", en La Guerra Aérea en Falmart, Ediciones Berlín, 1954."

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Con un último empujón, la hélice empezó a girar violentamente sobre sí misma, dando poder a la bestia metálica que proveía de energía. Con sonrisas satisfechas, las dotaciones de tierra se alejaron corriendo o a zanjadas, gritando para hacerse oír por sobre la imposiblemente ruidosa maquinaria y sus incontables motores, pudiendo solo comunicarse eficazmente por gestos de sus rostros y movimientos de los brazos.

A bordo de tan majestuosas naves, las tripulaciones terminaban sus revisiones previas e intercambiaban mensajes de apoyo, conocedoras de la misión que se les encomendaba y que juraron llevar a cabo. Eran los pioneros, la punta de lanza, la primera oleada y los protagonistas del acto inaugural, y no planeaban descansar hasta volver a sus barracas y hangares con su cometido cumplido.

El comandante en tierra confirmó las órdenes. El oficial del tiempo dio la luz verde. Las otras formaciones estaban en movimiento, y no deseaban ser los últimos. Con un asentimiento, el permiso fue dado para que los soldados al inicio de la pista, sosteniendo brillantes banderas, las sacudieran sobre sus seres y llamaran la atención de los pilotos. Estos últimos no perdieron el tiempo, preparando cabinas y cerrando sus naves, manos en los controles y respiraciones controladas. Era su bautismo de fuego, y Dios sabía que lo harían uno legendario.

Una última mirada entre ellos. Luego al comandante. El mayor asintió. Agitaron sus banderas por últimas vez, se arrodillaron, y las apuntaron al frente. Era la única señal que necesitaban. Aviadores se lanzaron adelante, ganando poder y velocidad hasta que, finalmente, tiraron de sus palancas atrás y empujaron sus naves hacia los cielos. Con un rugido que ahogó las sorpresas de miles de camaradas, los B-17 Flying Fortress alzaron el vuelo y tomaron su lugar en la formación, uniéndose a los cientos de bombarderos que escalaban las nubes hacia el norte.

Su objetivo: Rondel.

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Campamento del Grupo Atlántico
Afueras de Lancia
10 de septiembre, 1943
09:04 horas

—Me importa un soberano carajo. Si no me consiguen esas cervezas antes del mediodía...

—¡Álvaro!

El capitán se dio la vuelta, oportunidad que aprovecharon sus tenientes para escaparse. El oficial soviético se acercó dando zancadas por sobre unas cajas, alcanzando a su par español.

—¿Qué pasó, Khoakin?

—¿Has visto al nazi o al inglés con problemas de ego?

—Deberían estar en el puesto de mando, revisando los detalles del plan. ¿Por?

—Quiero saber cuándo atacaremos.

—¿Tanto quieres ir a pelear?

—Seré el primero en saltar a la oportunidad de echarme todo el día sin hacer nada, pero cuando se supone que tengo que atacar una colina fortificada y aún no tengo fechas, mi descanso solo rinde la mitad.

El par de capitanes echó a andar camino al puesto de mando del campamento, una tienda notoriamente más grande que el resto con las banderas de todos los países que conformaban el Grupo Atlántico. Dentro encontraron a Schmidt y Butler inclinados sobre un mapa de Marius junto a fotografías aéreas de esta.

—Buenos días.

—Buenas, señoritas —Chumikov no aminoró el paso, tomando una silla plegable en el camino y echándose sobre esta junto a la mesa—. ¿Ya tenemos fecha o seguiremos aquí bebiendo nuestros problemas?

—Podríamos haber avanzado más rápido si alguien no se hubiese escapado de todas las sesiones de planificación —disparó de vuelta Butler, no molestándose en levantar la vista del mapa. En sus manos tenía un compás, con el que comparaba distancias.

—Eh, me la suda. Para el trabajo pesado están ustedes. —El soviético sacó su petaca y se permitió un trago, gruñendo satisfecho al sentir el vodka en su garganta—. ¿Y bien?

—Si todo va bien tendremos una sesión informativa esta noche y lanzaremos el ataque en dos días —informó Schmidt, apenas alzando la cabeza como saludo a los dos capitanes—. Me gustaría hacerlo mañana, pero tendríamos que tener a la tropa de vuelta en el campamento a las catorce horas para eso.

—Eh, García se puede encargar de eso. Le gusta hacerse el padre responsable con los suyos —Chumikov dio otro trago de su petaca antes de cerrarla y echarla en su bolsillo—. Le dejaré un mensaje para que lo tenga listo al almuerzo.

—¿Tan ansioso estás de atacar?

—Pregúntale a Álvaro sobre eso.

El capitán español asintió, acercándose al mapa y revisándolo superficialmente. Tenía una vista aérea de la mal llamada Colina Marius y del área circundante. Si bien no era el peor que hubiera visto, si tenía algunas dificultades mostrado cosas como la elevación.

—¿No tenemos nada mejor que este mapa?

—Intenta conseguirlo —gruñó Butler, tomando ahora otras distancias—. Si vuelas a mucha altura no podrás ver mucho, y si vuelas bajo o en un globo te enfrentarás a dragones cuyos jinetes tienen problemas de odio.

—¿Y nuestra aviación?

—Buena suerte intentando conseguirla —murmuró Schmidt, usando una regla para medir la distancia entre la artillería y las posiciones imperiales—. Entre la Operación Air Carpet del Mando Estratégico y la Operación Cockade de Patton, nosotros entramos en la categoría de "unidades peleándose los restos de las fuerzas aéreas".

—¿Y los japoneses? Tengo entendido que no participan en ninguna de esas.

—No les importa cooperar con nosotros porque no hay japoneses aquí —gruñó Butler, negando con la cabeza. Schmidt asintió, reafirmando la idea.

—¿Entonces estamos jodidos? —Preguntó Donoso, apoyándose en la mesa. Sus ojos se clavaron en un punto del mapa, anotado como la sospechada base de los dragones imperiales coloquialmente llamados wyvern por la tropa.

—Casi.

—¿Casi? —Khoakin se cruzó de brazos, alzando una ceja. Donoso hizo algo similar, aunque en lugar de cruzar sus brazos enderezó su postura.

—Ajá, casi. —Schmidt apuntó brevemente a una nota al costado del mapa antes de volver a las distancias de la artillería—. Para el día del ataque tendremos una escuadrilla de cazas y otra de bombarderos en picado. Unos veinte aviones o así.

—Veinte aviones... ¿quieren que perdamos? —Khoakin se enderezó en la silla, mirando con seriedad a sus pares—. Veinte aviones no es nada para una fortaleza así. Con suerte se ocuparán de un área, no se mencione toda la zona.

—Aparentemente les gustó que capturáramos tres fuertes fronterizos solo con artillería e infantería, así que nos "premiaron" con dos escuadrillas de aviones para esta ofensiva en consideración a que es una verdadera fortaleza.

—Tienes que estar de coña... —murmuró Álvaro.

—Y eso no es todo. —Butler dejó de lado el compás, ahora acercando las fotografías de reconocimiento—. A diferencia de los fuertes fronterizos, Marius y su alrededor es una fortaleza hecha 100% por ellos después del comienzo de la guerra. Recoge todas las lecciones que aprendieron sobre artillería y guerra moderna, incluyendo la importancia de hacer redes de defensa en lugar de una sola fortaleza estática. La guinda del pastel es que la ocupan muchas más tropas que los fuertes fronterizos que reconquistamos el mes pasado.

—¿Cuantas?

—Según inteligencia... —Schmidt tomó otra nota al costado, entregándosela a Donoso. Este empezó a leer en voz alta:

—Tres mil hombres de la XX Legión imperial y la totalidad de la Sexta Legión de Reserva. En total, unos...

—Seis a siete mil hombres, sin contar cualquier auxiliar que se les haya sumado —resumió Butler, gruñendo al romperse la punta del lápiz que estaba usando—. En el mejor de los casos nos superan cuatro a uno con un buen campo de tiro, defensas preparadas y tropas entrenadas que saben que venimos. No hay sorpresa aquí.

Caguen dios... —murmuró Khoakin.

—Se te está pegando el español —notó Schmidt, aun sumido en el mapa.

—Cuando me importe te aviso. Ahora, ¿qué tenemos que hacer?

—Si García reúne a los hombres, haremos reunión de comandantes a las catorce horas y reunión táctica a las dieciséis. Ahí informaremos del ataque y que rol tendrá cada uno.

—¿Por qué tenemos que tomar esa colina de todos modos? —Preguntó Álvaro, frunciendo el ceño—. ¿Qué ganamos? ¿No podemos rodearla?

—Nos gustaría —indicó Butler—. Pero hay que tomarla tarde o temprano. En la entrada del paso montañoso está la fortaleza de Mare, y el único camino para llevar suministros hasta allá para un asalto es a través de la Carretera Appia.

—Y sucede que Marius vigila la carretera. No pasará nada sin ser cañoneado por los defensores—añadió Schmidt.

Chyort.

—El comunista se alertó tanto que volvió a hablar ruso —comentó divertido Butler, permitiéndose una pausa de tres segundos para burlarse antes de volver al trabajo.

—Ríete lo que quieras, siguen siendo los míos los que encabezan la columna —refunfuñó, volvió a cruzar los brazos—. Reconocimiento y una mierda. Hace tiempo deberían haberme mejorado el equipo.

—¿Sí?

—¿Y por qué no lo hacen?

—Porque, Álvaro, para la STAVKA soy lo suficientemente importante para el Grupo Atlántico como para darme una tropa decente, pero no lo suficientemente valioso como para asegurarse de que no muera —gruñó el soviético, girando los ojos—. Anda, pregúntale a Tukhachevsky qué importan los méritos militares —bramó con notable desdén.

—Tu... ¿Tuka-quien?

—No importa —Khoakin desestimó la pregunta con un gesto al aire, volviendo al mapa—. Entonces, ¿qué hacemos?

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Empezaba ya a caer el sol cuando los distintos oficiales y suboficiales del Grupo Atlántico entraron a tropel a la tienda de mando, pisándose entre ellos y empujándose por espacio. Los primeros lograron el privilegio de ocupar una de las diez sillas dispuestas frente al tablón con el mapa de su objetivo colgado, el resto debiendo acomodarse detrás con expresiones e insultos de por medio.

Schmidt esperó a que el flujo que cruzaba la entrada disminuyera antes de tomar la vara que usaba como puntero. García se encargó de silenciar a los hombres hasta que no había más que un murmullo bajo, ocasión que aprovechó el Major alemán para empezar su explicación.

—Buenas tardes, señores. Nuestro objetivo es la mal llamada Colina Marius, como muchos ya saben. Es vital tomar esta posición ya que domina la carretera Appia, lo que significa que el avance hacia la cordillera Dumas no puede continuar hasta que caiga.

Hubo asentimientos y murmullos afirmativos. Schmidt continuó casi de inmediato.

—La importancia de asegurar Marius es doble. Primero, como ya dije, domina la carretera que lleva hasta las cordillera Dumas; segundo, tiene una guarnición de miles de soldados enemigos, incluyendo al menos dos, probablemente tres, millares de legionarios entrenados. El alto mando no quiere repetir el error de la fortaleza de Arcusa que dejó escapar una legión entera. Marius debe caer sí o sí. Verstanden?

Los murmullos y asentimientos se repitieron. Satisfecho, Schmidt se giró parcialmente hacia el mapa colgado tras él, señalando con su puntero.

—Como dije, el nombre de "Colina Marius" es parcialmente incorrecto: es mejor pensarla como una elevación, o loma, que empieza unos doscientos a trescientos metros al sur de la carretera. La elevación escala durante unos ochocientos metros hasta llegar a la cima, con altura de trescientos metros. La mejor forma de pensar la Colina Marius es como una pequeña meseta, no disimilar a Alnus, que se extiende durante cinco kilómetros al este por el flanco sur de la carretera. En la meseta hay suficiente espacio para mantener un pequeño ejército, de ahí la cantidad de saderianos.

Butler se dedicó a observar los rostros de los asistentes. Ya veía los primeros signos de preocupación, pero aún había un ambiente alegre y confiado. No cambió su expresión: sabía lo que venía.

—Los imperiales construyeron una red de fortificaciones en Marius que nada tienen que envidiarle a Itálica. En la pendiente hay trincheras y reductos, bunkers subterráneos, puestos de observación, trampas y túneles de comunicación. Hay fusiles, lanzas, cañones, catapultas y magos, además de una guarnición de dragones alados. Además, construyeron un ecosistema entero bajo tierra para protegerse de nuestros bombardeos, reforzados con madera y metal. Gracias a un sistema de iluminación con magia, acercarse de noche es imposible sin ser avistado, y los mismos magos crearon un sistema de ventilación que elimina el humo y, posiblemente, el gas. No hay alternativa: hay que tomar la posición de frente, a la vieja usanza.

Butler observó de nuevo: donde antes había confianza y alegría, ahora había un ánimo decaído y alerta. Comentarios bajos seguían corriendo, pero ahora mencionaban lo peligroso de la operación y lo que costaría llevarla a cabo.

—Marius será nuestra primera operación verdadera desde la operación Fall Nord, pero ahora estaremos por nuestra cuenta. Ahora explicaremos el plan para la ofensiva. Les adelanto: no será fácil.

Butler notó que Schmidt no hizo mención de una posibilidad muy real: fallar. Si era un intento de mantener el ánimo de la tropa o de verdad creía que triunfarían sí o sí, no lo sabía.

—Durante la noche nos acercaremos hasta diez kilómetros por el norte, usando la carretera como referencia. A las cinco de la mañana veinte aviones atacarán los nidos de dragones en la cima mientras nuestra artillería suprime las defensas, y usaremos su cobertura para acercarnos en silencio. La infantería irá desmontada y agachada para no ser detectada, los vehículos se quedarán apoyando en segunda línea hasta que inicie el combate, cuando se acercarán y apoyarán el avance. La pantalla de humo no durará mucho, así que cubran la mayor cantidad de terreno posible. Una vez aseguremos la primera línea de trincheras, aproximadamente a la mita, podremos cavar vías de comunicación y llevar refuerzos al frente.

"Si es que nos dan refuerzos," pensó Butler, observando el mapa. Cavar una trinchera hará la carretera no sería fácil, y los soldados que quedaran en la colina estarían atrapados hasta entonces. El apoyo también era paupérrimo: el parque artillero era de doce piezas, que no alcanzarían a suprimir ni la mitad de la loma, y una batería de cuatro cañones antitanque ligeros. El mayor apoyo vendría de los tanques, pero eran apenas una docena entre medios y ligeros.

—Sus comandantes les proveerán de sus objetivos específicos, pero lo más importante es neutralizar las baterías de cañones. Con algo de suerte tomaremos la posición para el atardecer.

Definitivamente optimismo para el ánimo de la tropa. Se esperaba que el combate durara al menos tres días.

—Eso es todo. Sus comandantes nacionales les darán los detalles y objetivos de sus respectivos sectores. Cenen bien y preparen sus armas, salimos a las cuatrocientas horas. Pueden retirarse.

Se compartió un desganado saludo entre comandantes y subordinados, y la tienda se abandonó en tiempo récord.

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¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM!

Schmidt se arrastró entre la hierba junto a sus hombres, con poco cuidado de respetar la instrucción de silencio más allá de no hacer un desorden notorio. El bombardeo de la aviación y obuses despertaría hasta los muertos, y el ruido un par de centenares de hombres arrastrándose en la hierba no se escucharía por sobre el caos del ataque a las posiciones saderianas.

Hasta ahora nada había pasado a la tropa más allá del susto ocasional ante algún incidente curioso, como un landser que tuvo un duelo a muerte con un conejo asustado. En una noche normal, podrían haberse acercado a esta distancia sin mayor problema sin alertar a su enemigo, pero era el trecho siguiente el complicado.

Con un gruñido, fue de los primeros alemanes en alcanzar la carretera Appia. La obra de infraestructura, si bien ninguna maravilla para estándares del siglo veinte (ni para la época romana, dicho fuera de paso), tenía la distinción de al menos tener una base sólida y estar elevada en comparación al campo que la rodeaba. Se apoyó en sus hombros para elevar la cabeza por sobre la construcción, apenas exponiendo su casco y ojos: trescientos metros más allá empezaba la pendiente que demarcaba la Colina Marius.

Sacó sus binoculares y observó el panorama: explosiones esporádicas iluminaban la madrugada y de vez en cuando la aviación se hacía sonar, bombardeando algún lugar en la retaguardia enemiga donde se sospechaba almacenaban sus dragones. Pese a que quería permanecer optimista, no podía, en buena consciencia, pensar que eliminarían a todos.

Uno de sus hombres se le acercó cargando una radio. No hubo de esperar mucho: tomó el micrófono que le ofrecía y habló con volumen controlado.

—Equipo Blitz reportándose, en posición en la carretera Appia.

Equipo Ebro, en posición en la carretera.

Equipo Crown en posición.

Equipo Eagle listo. ¿Crees que esa artillerá haga algo?

—No apostaría por eso... ¿equipo Oktyabr'?

...

—¿Chumikov no llegó a su posición aún?

Dale un minutos. Estos comunistas no son muy habilidosos que digamos.

Son tropas de reconocimiento —rebatió Donoso a Butler—. Son de lo mejor que tienen en las tropas regulares.

Sí, nos damos cuenta. Imagínate el resto de su ejército.

Ya llegué manga de inútiles —se reportó Khoakin, gruñendo—. Cualquier cambio de planes díganlo ahora o callen para siempre. Una vez empecemos el ataque no hay vuelta atrás.

—La aviación se está yendo... vamos. Hay una colina que tomar.

"""Entendido."""

Schmidt fue el primero de su grupo en subir a la carretera, cruzándola agazapado a la carrera. Su infantería le siguió pronto. Al llegar al otro lado de la carretera, notó algo raro.

"Esto es... ¿tiza?" Pasó su mano por el pasto colorido, revisándolo a la escasa luz de las explosiones. "Tiza roja, creo... ¿por qué?"

Dirigió su mirada a la loma. Los aviones hicieron sus últimas pasadas y se alejaron, dejando a la artillería por su cuenta. Afirmó su casco y siguió arrastrándose.

Llevaba apenas cincuenta metros cuando el área se iluminó abruptamente. Perperdeó, perplejo, buscando el culpable. Le tomó unos segundos darse cuenta qué estaba pasando: un foco de iluminación ubicado en la cima se había centrado en ellos, exponiéndolos.

Gruñó de rabia. El bombardeo artillero ni había terminado.

—¡Radio!

—¡Aquí, Herr Major!

—Mensaje a la retaguardia, quiero los blindados disparando a todos los focos de luz. Fuego de supresión con ametralladoras pesadas sobre las posiciones imperiales avistadas.

Jawohl!

—¡El resto, avancen! ¡Cada segundo quietos es un segundo más para que ellos apunten!

La sutileza fue descartada en favor de la velocidad. Los infantes surgieron de entre la hierba y rompieron el paso al trote, ansiosos de llegar a la pendiente. Karl no tardó en seguirles, rifle en mano en lo que arengaba a sus hombres. A mitad del trecho entre la pendiente y la carretera, volvió a encontrar pasto de color.

"¿Negro?" Reflexionó, deteniéndose un segundo. Esperó a que el foco de luz pasara por el nuevamente para comprobar que, efectivamente, había una línea de hierba con lo que parecía nuevamente ser tiza, pero esta vez de color negro. "¿Qué demonios? Algo está pasando..."

Su tren de pensamientos se vio interrumpido ante el rugido de los Panzer, que destruyeron los dos focos de luz que iluminaban a su grupo. Karl agradeció mentalmente el poder y alcance de los blindados.

—¡Los Pak 36 a la carretera con munición explosiva! —Ordenó antes de resumir el avance—. ¡Hay que suprimir las defensas!

El inicio de la pendiente se veía cerca. Ya los primeros de sus hombres la estaban alcanzando...

¡BOOM!

...solo para salir despedidos por los aires.

—¡¿Qué carajo?!

¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM!

—¡Artillería imperial! —Gritó alguien, supuso uno de los suyos. Afirmó el agarre sobre su rifle.

—¡Arriba! ¡Mientras más nos acerquemos, menos podrán dispararnos!

—¡Ya oyeron, arriba!

—¡Suban!

—¡A por la cima!

—¡A las trincheras! ¡Busquen las trincheraaas!

La masa en uniformes grises se echó a la carrera, olvidando cualquier cosa que no fuera un instinto de preservación y la idea de seguridad más arriba. Karl estaba entre ellos, dirigiendo a sus hombres y animando al que se quedara atrás, empujando y ladrando órdenes, apuntando hacia arriba. Unos pasos tras él, los dos hombres que cargaban la radio lo seguían con cierta dificultad, atentos a cualquier información que llegara de la retaguardia o equipos vecinos.

Tras terminar una ronda, Schmidt empezó el mismo a subir la pendiente, notando ahora un nuevo cambio de coloración. Revisó con más detalle, y al fallar esto, realizó un par de tiros al aire para ver con la luz del disparo.

"Tiza azul..." pensó para sí, revisando el tinte que dejaba en sus dedos el pasto. Observó ahora la pendiente, en cuya loma de tanto en tanto se veían los fogonazos de la artillería. "Esto no me gusta..."

—Radio, mensaje a la retaguardia. Que los vehículos no pasen de la carretera en su rol de apoyo.

Jawohl!

Resumió la subida, uniéndose a sus hombres. Entre arengas y gritos, siguió alentando la subida, sus ojos fijos en las primeras trincheras imperiales que prometían protección contra el sorpresivo bombardeo.

—Esto no tiene sentido... ¡¿cómo mierda saben dónde estamos?! ¡No veo ni al que tengo delante!

—¡Silencio y sigan subiendo! —Calló al soldado de un golpe en la espalda, apuntando a la cima—. ¡A las trincheras!

¡BOOM!

La explosión lo forzó al suelo. Se cubrió la cabeza en un ato de reflejo, apretando los dientes y maldiciendo en voz baja. No supo si estuvo así cinco o treinta segundos, quizá un minuto, pero eventualmente el temblor de la explosión cesó y pudo volver a ponerse temblorosamente de pie.

—Me cago en...

Reparó en el césped. Tiza naranja.

—... mierd-

¡BOOM!

Parpadeó confundido. El cielo estaba aclarando. ¿Era esa la luz del sol?

Espera, ¿qué hacía mirando el cielo?

Herr Major! ¿Se encuentra bien?

El gruñido que abandonó sus labios combinaba a partes iguales enojo y dolor. Quizás más rabia que lo segundo.

—¡Hay que sacarlo de aquí!

—¡Un... carajo! —Se incorporó a medias, revisando la pendiente hacia arriba. Sus piernas aún no le respondían del todo—. ¡Llévenme hasta la trinchera!

—P-pero...

—¡Ahora!

—...sí, señor.

Lo alcanzaron a arrastrar unas docenas de metros hasta que logró ponerse de pie por su cuenta, corriendo entre explosiones y metralla hasta alcanzar la primera trinchera imperial. Notó luces de disparos en su interior, pero era preferible a estar arriesgando el pellejo afuera. Tomó aire y se arrojó dentro, estampándose contra el muro de tierra. Revisó sus costados y disparó, matando un imperial de espaldas. Por la esquina de la trinchera apareció un Unteroffizier, que por poco logró evitar dispararle.

Herr Major!

Schmidt se puso de pie con un gruñido, notando como los soldados con la radio también entraban a la trinchera. El Unteroffizier se acercó también.

—Reporte.

—Estamos terminando de asegurar la trinchera, señor. El bombardeo de los cañones causó varias bajas, así que la tropa prefiere asegurar la zona para tener donde retirarse.

—¿Es esta la primera trinchera?

—Afirmativo. De las que están a la mitad de la pendiente.

"Entonces es de las cortas," recordó el oficial. Las primeras trincheras de Marius no estaban todas conectadas entre sí, apenas una línea de escaramuza para romper ataques antes de alcanzar la defensa principal. Se asomó al otro lado, observando la mitad superior de la loma contra el cielo cada vez más claro. "Primera fase lista."

Unteroffizier, recorra la trinchera y haga un reporte de cuantos hombres y armas tenemos aquí. Que nadie siga el ataque sin mi permiso.

Jawohl!

—Radio, conmigo. Busquemos un mejor punto de observación.

Schmidt navegó la trinchera hacia la izquierda, con cuidado de no exponerse ante cualquier francotirador enemigo que pudiera estar tentando a la suerte más arriba. La segunda defensa saderiana, casi doscientos metros arriba, era notoriamente más poderosa y no dudaba que hubiera legionarios con armas de fuego a la expectativa.

El bombardeo de la artillería continuaba, pero a saber por cuánto.

El grupo llegó hasta lo que parecía ser el puesto de mando de la trinchera, cuya entrada tenía medio escuadrón de alemanes a la espera. Tras identificarse con los soldados, Schmidt se acercó lentamente y pegó el oído a la puerta. Había voces en el interior.

—Granadas.

—¿No deberíamos capturarlos, Herr Major?

—Si alguno queda vivo, lo haremos.

El seguro de la puerta cedió al primer culatazo de fusil, y cuatro granadas volaron dentro. Un grito ahogado fue lo que se alcanzó a escuchar antes de la explosión, tras la cual los infantes cargaron, bayonetas por delante. Schmidt entró justo después, indicándole al equipo de radio que instalara su equipo.

—Reporte.

—¡Búnker asegurado! —Indicó uno de los soldados—. ¡Dos prisioneros!

Los revisó de una ojeada. Parecían oficiales de rango medio. Valiosos, pero no lo suficiente como para frenar la operación.

—Instalaremos un puesto de mando aquí. Aten a los prisioneros. ¡Y alguien consígame el reporte de nuestro estado!

—¡Sí, señor!

—Radio, mensajeen al resto de equipos. Quiero saber que carajos ocurre en el resto de la ofensiva.

—¡De inmediato!

Schmidt tomó su cantimplora y se echó agua a la boca, escupiéndola con una mezcla de polvo y tierra. Esperaba que no hubiera sangre también. Salió a la trinchera y enfocó sus binoculares en el borde de la loma, enfocándose en los fogonazos que empezaban a aparecer a lo largo de la línea. Tal parecía que los saderianos empezaron a utilizar sus fusiles además de los cañones.

Y hablando de dichos cañones, ahora podía verlos. Bueno, "verlos" quizá era demasiado: estaban fortificados en reductos bajo tierra, pero los fogonazos y el ruido eran difíciles de ocultar. Estaban dispuestos en baterías de tres o cuatro cañones, quizá de dos y tenían alta frecuencia de fuego. La más cercana a su posición estaba a unos doscientos metros.

Ahora Schmidt notaba que el pasto justo detrás de la trinchera donde estaba tenía tiza color blanco. Una mueca se formó en su rostro. Agazapado, volvió al puesto de mando.

—¿Noticias?

—Los equipos Crown y Ebro han conquistado la primera línea de trincheras. No hemos podido contactar con el resto.

—¿Y la retaguardia?

—Mantienen el fuego de supresión, pero la artillería advierte que están escaseando las municiones.

—Comuníquenme con los dos equipos.

—De inmediato.

El Unteroffizier de antes apareció en la puerta. Sin esperar permiso ingresó al lugar y se plantó frente a su superior.

—¡Conteo listo, señor!

—Reporte.

—53 hombres incluyéndolo a usted y al equipo de radio. 8 son zapadores de asalto.

Schmidt no hizo comentario alguno. Eran muchos menos de los que esperaba que llegaran hasta arriba... aunque nunca tuvo muchos infantes en primer lugar. La carta que pedía más infantería ya había llegado a los comandantes, pero la burocracia era lenta si no era una prioridad en absoluto.

—¿Ya contactamos a Crown y Ebro?

—Afirmativo.

Unteroffizier, interrogue a los prisioneros. Vea si saben algo de utilidad.

—¡A la orden!

Schmidt tomó el micrófono de la radio. Si los otros equipos estaban en una situación similar a la suya, veía muy cierta la posibilidad de fallar el ataque.

—Blitz aquí. ¿Me reciben?

¡Sí! ¡Aquí Ebro! ¿Cómo están ustedes?

—Algo sobre cincuenta efectivos. ¿Ustedes?

¡Casi sesenta!

Similar. Crown reporta cincuenta y cuatro efectivos en la trinchera.

—¿Noticias de Oktyabr' o Eagle?

Ninguna aquí.

Yo vi a los rusos. Estaban aún arrastrándose por el suelo. Parece que no los detectaron al inicio, así que lograron cubrir más terreno, pero no supe de ellos después de que empezaron a atacarlos.

Scheisse... ¿qué hay de nuestro apoyo?

Nada aquí.

La artillería apenas hace algo aquí.

—¿Y la artillería enemiga? ¿Tiene mucho efecto sobre ustedes?

Nos tiene pegados al suelo como sapos.

Hay una batería cerca. Pensaba tomarla por asalto, pero está muy difícil acercarse.

—Estoy igual que Crown. —Observó nuevamente al exterior. El terreno enfrente de la trinchera recibió otro impacto explosivo, llenando el lugar de tierra—. Pediré a Hammer que haga una salva de humo.

¿No que el humo no funcionaba?

—No dura, pero si es por unos segundos servirá. Solo tenemos que acercarnos hasta que los ingenieros puedan volar ese búnker.

Entiendo. Pide que luego nos den prioridad a nosotros.

—Lo haré, Crown.

Suerte. Yo intentaré contactar con el resto.

Schmidt devolvió el micrófono al operador de radio, palmeándole la espalda y señalando el reducto donde identificara los cañones.

—Contacta a Büller. Salva de humo sobre la segunda línea de trincheras de nuestra posición, que sature la zona en un minuto. Luego que se centre en Crown, nosotros lo haremos por nuestra cuenta.

—A la orden.

Schmidt salió nuevamente a la trinchera, observando a su alrededor. Logró avistar a un Gefreiter vendando a su compañero, ambos intentando pasar lo más desapercibidos posible.

—¡Gefreiter!

El soldado le observó con cierta reserva, pero asintió.

—¡Mande!

—Yo me encargo de su compañero. Busque al escuadrón de zapadores y dígales que vengan aquí. Reúna a lo que queda de su escuadrón y haga lo mismo.

—... ¿qué haremos?

—Les devolveremos la jugada a estos desgraciados. —Notó como la luz volvió a los ojos desesperados de su subordinado—. Ahora ve, el tiempo apremia.

—¡A la orden!

No había desaparecido el Gefreiter por la esquina cuando terminaba de vendar el brazo del Schützen herido. Revisó superficialmente la herida: saldría de esta. Lo más importante era que todavía podía moverse.

Schützen, atención.

—M-mande, Herr Major...

—Reúne a todos los heridos que veas en la trinchera. En cuanto caiga el humo, quiero fuego de supresión sobre la siguiente trinchera.

—...a la orden, Herr Major.

Lo observó incorporarse, agachado, y abandonar el área. Confirmó que la orden de humo hubiera sido recibida, y esperó mientras contaba los segundos. Revisó su objetivo: el reducto seguía despidiendo fogonazos, pero ahora los notaba volar sobre ellos... siguió un proyectil con la mirada, notando como impactaban cerca de la carretera.

Disparaban a los Panzer.

Según pruebas balísticas hechas en Alnus, el blindaje frontal de los tanques medios de la Coalición debería poder aguantar sin problemas los disparos de la artillería imperial. El problema era el blindaje superior. Nadie esperaba recibir impactos directamente arriba, y por lo tanto esa zona solía estar desguarnecida. Incluso si una penetración era poco posible, era importante reducir el peligro cuando fuera posible.

No ayudaba que fueran apenas seis tanques medios en el Grupo Atlántico.

Definitivamente, estaban muy escasos de medios para la misión que les encomendaron.

Herr Major! —Escuchó lo llamaban de su derecha. El Gefreiter había vuelto. Su grupo sumaba una quincena—. Escuadrones reunidos y a la espera.

Gut. Soldados, el objetivo es destruir ese bunker de ahí. —Apuntó al reducto, que en ese momento escupió otro tiro de cañón a la carretera—. Contiene una batería de artillería saderiana, estimo entre dos y cuatro cañones. En cualquier momento caerá una cortina de humo, que durará poco. Los saderianos saben que venimos, así que seguramente descarguen sus fusiles apenas noten el humo, pensando que viene un ataque. Esta no es una misión suicida, pero no es mucho mejor tampoco. ¿Puedo contar con ustedes para encargarnos de esos cañones?

—"""¡Sí, señor!"""

Sonrió confiadamente. No había forma de perder. Justo en ese momento cayeron los primeros proyectiles, cubriendo la próxima trinchera saderiana de un espeso humo blanco.

—¡Ahora! ¡Vamos, angriff, angriff!

Apenas unos segundos después de caer el humo vino una descarga cerrada de fusilería. Afortunadamente, todos los tiros erraron. Schmidt y sus hombres se echaron a correr el trecho de doscientos metros cuesta arriba a todo lo que les daban las piernas, no molestándose en disparar para no perder tiempo. Habían cubierto la mitad del camino cuando el humo empezó a despejarse.

—¡Cuerpo a tierra!

Se echó al suelo de golpe. Sus hombres hicieron lo mismo. Los disparos que siguieron los hubieran asesinado si aún estuviesen de pie.

—¡Arrástrense! ¡Estamos a sesenta metros!

Dio el ejemplo pegando el cuerpo a tierra y subiendo lentamente. Mantuvo el fusil junto a sí, siempre por delante, en más de una ocasión disparando al imperial incauto que se asomara demasiado por sobre la trinchera buscando avistar a los hombres que avanzaban, solo para ser cazado ya fuera por estos mismos o por los alemanes que quedaron en la trinchera de abajo. Les tomó unos minutos, pero el grupo de ataque se acercó a su objetivo.

—¡Feldwebel Feller! —Gritó Schmidt, buscando hacerse oír entre el ruido del combate.

—¡Mande! —Replicó una voz a su izquierda.

—¡Prepare una carga de demolición y vuele ese condenado búnker!

—¡Con gusto, señor!

—¡El resto, fuego de supresión!

Dio el ejemplo disparando su Karabiner 98k lo más rápido que pudo, el resto siguiéndolo de inmediato. Los zapadores activaron una carga explosiva y se la arrojaron entre ellos, hasta que finalmente la recibió uno que estaba apenas unos veinte metros de uno de los agujeros del reducto. Este tomó la carga y se levantó, corriendo a todo lo que le dieran las piernas en dirección a la apertura.

—¡Coman plomo hijos de puta!

Arrojó la carga dentro y saltó atrás, pegando el cuerpo a tierra. Un segundo después, el frente del búnker estalló en pedazos.

—¡Carguen!

—¡Aprovechen la apertura!

—¡A bayonetas!

—¡Que prueben el metal esos cerdos!

Ansiosos de venganza, zapadores y granaderos se arrojaron sobre el agujero que había en el hasta ahora reducto, enfrentando con saña a sus ocupantes en brutal combate cuerpo a cuerpo. No hubo piedad ni cuartel, los alemanes aniquilando en su frenesí a cualquiera que se les opusiera, pidiera clemencia o los enfrentara, empuñara espada o dagas. En cuestión de segundos el lugar estaba despejado, y un victorioso Feldwebel se reportaba ante el oficial superior.

—¡Herr Major, posición asegurada!

—Perfecto, Feldwebel. Monten un perímetro y prepárense para recibir al resto del-

Hubo una explosión. El lateral del búnker estalló. Aturdidos y confundidos, los alemanes intentaron reincorporarse para seguir luchando, aferrándose a sus rifles y palas, llamándose a gritos para superar los ensordecidos oídos que los asediaban.

Pero uno de ellos, el oficial que se llevó la mejor parte por estar más cerca de la apertura, tenía sus ojos clavados en los dos granaderos que fallecieron en la explosión. Conocía bien el efecto de las armas enemigas, y aún mejor el de las propias. Con odio en la mirada, giró sobre sus talones hacia la carretera, enfocándose con rabia apenas contenida en la lejana figura de los obuses autopropulsados.

—¡Maldito seas, Büller o quien mierda seas! ¡Este no es momento de estar jugando con nuestras vidas!

—... Herr Major...?

—¡Rápido! ¡Envíen un mensajero a la trinchera, que la artillería cese cualquier ataque que esté haciendo! ¡Informen del estado de los otros equipos!

—¡D-dragones! ¡El enemigo tiene dragones!

—¡¿Qué?! —Schmidt corrió hasta la salida del búnker, enfocando sus binoculares al cielo. No le costó encontrar las grandes sombras contra el cielo, reptiles alados de gran tamaño y feroces mandíbulas. Una nueva maldición escapó de sus labios.

—¡Me cago en todo el alto mando por esto!

—¿Señor?

—¡Fortifiquen la posición y esperen noticias del mensajero! ¡Con algo de suerte tendremos refuerzos pronto!

—¡Sí, señor!

Los zapadores se pusieron manos a la obra, preparando defensas en los agujereados bordes del búnker en lo que los granaderos apuntaban sus armas al exterior, atentos a cualquier saderiano cercano. Dos destinaron su mirada arriba, pendiente de si los dragones hiciesen una pasada sobre su posición. En Alnus se hicieron infames por su aliento de fuego y dureza de sus escamas, y fuera de derribar al jinete, no tenían forma de neutralizar la amenaza si decidían atacarlos. Los tanques, su mejor oportunidad contra ellos, estaban demasiado lejos para ser eficaces.

Sin nada mejor que hacer, Schmidt se dio la oportunidad de revisar con mayor detalle la posición capturada. Tres cañones destruidos adornaban su interior. Una treintena de saderianos ocupaban su interior, cadáveres todos, la mayoría muertos por la explosión inicial y el resto por obra del asalto al reducto.

Al interior encontró una protegida bodega llena de pertrechos militares para la artillería, desde municiones hasta las dichosas piedras mágicas que utilizaban. Capturar una de estas intacta serían maravilloso para los científicos de la Coalición, razonó. Lastimosamente, estaba lejos de sus prioridades.

Volvió a la sala principal del reducto. Sus puertas laterales, las que conectaban con las trincheras de comunicación, estaban totalmente bloqueadas por los zapadores. Cualquier ataque tendría que superar una barrera de fuego de los alemanes en la trinchera anterior. Revisó los cañones imperiales: los había visto muchas veces, y pese a tener una buena idea de cómo funcionaban, no creía poder hacerlos operar si en un aprieto se viera obligado a...

—¿Hum?

... ¿qué era eso?

Tomó la tabla que la explosión derribó de la caja donde estaba (o eso presumió que había ocurrido). La tabla en sí no era nada espectacular, apenas un trozo de madera con cosas inscritas, pero si su comprensión del lenguaje imperial no le fallaba...

Corrió hasta el agujero del búnker, aprovechando la luz del día para observar sin problemas hacia abajo. Luego bajo la mirada a la tabla. La volvió a subir para observar el campo, y finalmente elevó la madera para comparar ambos sin dificultades. Tuvo ganas de palmearse la cara al darse cuenta, pero se contentó con destrozar la tabla contra el suelo y pisotearla con la bota.

Herr Major?

—Así es como disparaban tan precisamente en la oscuridad —indicó al granadero, apuntando a la destrozada tabla junto a él—. Hicieron pruebas previas, marcaron el pasto con tiza de colores y los usan para calcular cuanta potencia y peso necesitan sus tiros. No tenían matemática, así que usaron empirismo.

—¿Empirismo? —El granadero examinó los restos de la tabla. Abrió desmesuradamente sus ojos, observando las líneas coloridas en el césped que rodeaba Marius—. Hijos de pu-

—Cualquier refuerzo que pidamos será bombardeado aunque llegue de noche, siempre y cuando sepan que existe. Tienen la iluminación, las distancias, las municiones... esto es una mierda.

Herr Major! —Llegó un grito de afuera. El mensajero entró corriendo al búnker, evadiendo por poco una bala que iba por su cabeza—. ¡Mensaje del resto del Grupo Atlántico!

—Reporte.

—¡Los dragones causaron pánico en el resto de la línea! ¡El equipo rojo se dio en desbandada y el amis se bate en retirada! ¡Los tommies neutralizaron una batería de artillería pero se replegaron a la primera línea de trincheras, y los españoles mantienen su posición con ametralladoras!

Schmidt sintió sus espíritus caer de inmediato. Era casi el peor escenario posible. Con dos de cinco equipos en retirada, ahora sí que no había forma de superar la posición imperial. Pero quizá pudieran hacerle algo más-

¡BOOM!

La posición se sacudió otra vez. Una nueva maldición escapó de los labios de Schmidt: la artillería alemana volvió a bombardear su posición.

—... mataré yo mismo a Büller cuando lo vea. Feldwebel!

—¡Mande!

—Prepare una carga de demolición en la bodega. Volaremos este lugar y nos replegaremos. Mensajero, lleve la orden de retirada y dígale al personal que nos espere para escapar todos. Mensaje a la artillería: solo municiones de humo a partir de ahora.

—¡A la orden!

—¡Muévanse!

El mensajero apenas había abandonado el búnker cuando los zapadores hundieron la puerta de la bodega y empezaron a preparar la carga. Schmidt refrenó su impulso de maldecir a todo y todos por el fracaso. La infantería alemana bajo su mando no pasaba de 70 personas, y estaba seguro de haber perdido al menos un tercio en esta aventura. Tuvieron mil fallos en esta operación, pero no deberían haber hecho el ataque con sus medios en primer lugar. Las quejas cayeron en oídos sordos y-

No. Quizás falló la planificación. Si hubieran atacados todos por el mismo lugar, concentrados... ¿hubieran roto la defensa saderiana? ¿O solo aumentarían la tasa de bajas? Fuera lo que fuera, luego tendría tiempo de pensarlo.

—¡Cargas listas!

—¡Prendan la mecha y todos fuera! ¡Vamos, retirada, retirada!

Huyeron a la carrera. Lo último que vio Schmidt antes de deslizarse en la zanja que era la conquistada primera línea de trincheras fue la posición saderiana volar por los aires.

.

XXXXXXXXXX

.

¡BOOM!

—¡Ayuda!

—¡Corran!

—¡Sálvese el que pueda! ¡Todos huyan!

¡BOOM!

—¡Hermano, ayúdame!

—¡Mi casa! ¡Mi investigación!

—¡Al diablo tu investigación!

—¡Mi madre! ¡¿Dónde está mi madre?!

¡BOOM!

—¡A un lado, por un demonio!

—Ma... ¡Mamaaaaaá!

—¡Refugio! ¡¿Dónde hay un refugio?!

—¡M-mí dinero! ¡P-por favor, t-tome mi dinero! ¡Sólo sácame de aquí!

¡BOOM!

—¡Jódete! ¡No tengo espacio!

—¡Mi familia! ¡¿Dónde está mi familia?!

—¡Maldita lacra!

—¡Tú tenías que cuidarlos!

¡BOOM!

—N-no... no entiendo esto...

—¡Aun lado, inútil!

—¡Corre o muévete, imbécil!

—... esto no debería estar pasando...

¡BOOM!

—...se suponía que seríamos recompensados...

—¡Mi hija! ¡Hija! ¡Hijaaa!

—Es el fin... ¡es el fin! ¡Nos están castigando por nuestra codicia!

—...se supone que esto sería una guerra más que ganaría el imperio como siempre...

¡BOOM!

—...se supone que esto sería una guerra...

—¡Es Elange! ¡Se está vengando por empujar el conocimiento para armas!

—¡Ral! ¡Ral nos maldijo por aprender en busca del oro!

—...entonces dime, Emroy...

¡BOOM!

—... ¿es esto una guerra, oh dios Emroy?

—¡Es el castigo de los dioses!

¡BOOM!

—¡... te estoy hablando, Emroy...!

¡BOOM!

—¡¿Es esto una guerra para ti, Emroy?!

¡BOOM!

—¡CONTÉSTAME, EMROY!

¡BOOM!

¡BOOM!

¡BOOM!

¡BOOM!

¡BOOM!

Pero plegarias y oraciones, lamentos y llamadas hicieron nada por parar la lluvia de metal que caía desde los cielos. Aquel joven hombre arrodillado frente a su casa, su hogar de incontables experiencias que heredara de sus padres, alcanzó apenas a sentir un abrasivo calor antes de perder los sentidos, su cuerpo desmembrado adornando los laberintos en que se transformaron las calles de Rondel ante la caída de las bombas.

Desesperados, varios grupos de magos se reunían entre ellos intentando protegerse a ellos y sus seres queridos, creando barreras y escudos sobre sus personas en lo que docenas de religiosos se arrodillaban en actos de sumisión a los dioses, únicos capaces de traer semejante destrucción y barbarie desde las infinidades del firmamento sin mayor aviso que el ruido de un relámpago como mensajero.

Pero de nada servía. Implacable e inalterable, la ruina atravesaba Rondel como una ola arrasaba las estructuras de arena. Frente a la devastación imparable ante ellos, los habitantes de Rondel se dispusieron a abandonar la ciudad con la mayor cantidad de sus obras posible, o por el contrario, se resignaron a abrazarse y rezar hasta que la calvarie terminase.

Después de todo, reflexionaron, en un desesperado intento de racionalizar lo inexplicable que ocurría a su alrededor, solo los dioses serían capaces de provocar semejante apocalipsis sobre la que fuera una de las cinco ciudades más grandes de Falmart.

Era apenas un puñado, la mayoría atrincherado en los profundos sótanos del cuartel imperial en Rondel, el que tenía una idea clara de lo que estaba ocurriendo. Sabían que no era más que una repetición del ataque que sufrieran el mes anterior a manos de aquellas aves de alas rígidas de sus enemigos. Sin embargo, comparado a este, el anterior bien podría haber sido un tanteo tímido, una prueba limitada para ver hasta donde podían llegar sin repercusiones inmediatas. Debía ser la misma tecnología, estaban seguros de eso. Más grandes, volando más alto, llevando más armas. Seguro esa era la respuesta. No podía ser otra, debía ser esa.

Pero por muy seguros que estuvieran, aquello no reconfortaba en nada sus almas atrapadas. Incluso allí, múltiples varas bajo tierra, encerrados bajo una mezcla de tierra endurecida, roca y hormigón, sentían el suelo temblar y las piedras moverse, los gritos de los heridos y los escombros volar por los aires, los pasos de los civiles huyendo y las herraduras de los caballos irrumpiendo las muchedumbres.

Sí, incluso en lo que quizás fuera el refugio mejor protegido de la ciudad, uno que bajo cualquier cálculo debiese aguantar cualquier cosa que le arrojaran encima, sus ocupantes, militares entrados y veteranos de varias campañas, no podían evitar sentirse asustados. Tragando saliva y sujetando sus armas, aguardaban temerosos el momento en que el bombardeo terminara, y pudieran salir nuevamente a la luz del día, o el techo colapsara, enterrándolos a todos vivos.

Muy contrariamente a todo lo que experimentaban los civiles allá abajo, allí arriba por sobre las calles, edificios, montañas y nubes, una flota aérea se deslizaba imponente en formación, sus cuadrillas de una docena de naves cada una reportándose constantemente sus objetivos y bombardeos, anotando efectos y correcciones, y repitiendo el ciclo una y otra vez. Contrastando con aquella miseria allí abajo, los pilotos y aviadores hablaban con una calma casi rutinaria, intercambiando información y observaciones tanto entre ellos como con sus pares, vigilando que su cuota se cumpliera antes de girar y prepararse para volver a la base.

Un contraste tan grande como el cielo y la tierra.

Hamburg-Führer, sector Siegfried 4-1 destruido.

Recibido, Hamburg 10.

Dresden-Führer, sector Siegfried 3-2 parcialmente destruido. Estimación: 60%.

Recibido, Dresden 8. Dresden 11 hará otra pasada.

München-Führer, sector Siegfried 5-7 destruido.

Recibido, München 3.

Berlin-Führer, sector Siegfried 1-9 destruido al 90%, vemos edificios en pie.

Recibido, Berlin 2. Considérenlo destruido, si les quedan bombas arrójenlas sobre los caminos al norte.

Berlin-Führer, parece ser que los rojos tienen problemas por su lado. ¿Deberíamos preguntar que sucede?

Solo si amenaza la formación. Los rojos tienen hombres de sobra, no les afectará perder unas tripulaciones.

Silencio Dresden 4. Recuerden instrucciones: si un avión cae, destrúyanlo antes de que los locales se hagan con él. Si es un tommy, no duden en echarles una mano.

Jawhol!

Y así, con una flota de más de trescientas naves de cuatro naciones distintas, la coalición realizó la que sería el primero de muchos ataques. Era el inicio de la Operación Air Carpet, la que pasaría a la historia como una de las mayores campañas de bombardeo de la historia.

.

.

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N/A: Siendo pasadas las once con treinta del 31 de diciembre, cumplo con las dos actualizaciones anuales. Desafortunadamente me quedé corto de tiempo, pero al menos tenemos capítulo. Lo sé, pronto traeré la segunda mitad (si es que no me olvido). En fin, nota corta por la hora.

Edit post-medianoche: ya cumplí con subirlo antes de año nuevo así que este edit no cuenta. Pues muy básicamente, solo yo notando que este diciembre rompí mi récord de actualizaciones: cuatro actualizaciones de cuatro historias en un mes. La última vez que actualicé tanto creo que fue en 2016, cuando subí tres capítulo de este fanfic (caps 4 a 6) en menos de 30 días.

Eso, en fin. Nos leemos,
RedSS.

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