Capítulo 17: Retirada Imperial

Bueno, como dije, es un capítulo al semestre en este fanfic (el anterior cuenta, para todos los efectos prácticos considerados por mí, como subido en el primer semestre), así que aquí vamos. La conclusión del cuarto arco del fanfic, con los imperiales intentando salvar lo que se pueda de su ejército y la Coalición rabiosa y sediente de grande persiguiéndolos a donde de lugar. Bueno, veamos que sale (y esperemos no se extienda tanto como el anterior).

Nota 1: Como parte de la revisión de varias partes del fic, noté algunos errores en cuanto a los rangos de los generales al inicio de la historia (notablemente Montgomery, que no fue ascendido a Mariscal de Campo hasta septiembre de 1944, y Patton, que apenas era un general de división en 1941 y en el fic ascendió a Mariscal de Campo, rango que no existía en el ejército estadounidense). Por ende, ambos serán corregidos a tenientes generales (o equivalente). Rommel, de aparecer, será corregido también a rango equivalente (que sería General der Panzertruppe).

Nota 2: Me di cuenta de que en el capítulo 10 indiqué que Montgomery y Rommel habían abandonado Alnus, solo para que Montgomery reapareciera en el Capítulo 13. Si bien técnicamente no sería falso (estaba en Itálica en lugar de en la Tierra), si se entiende que lo habrían mandado de vuelta al Reino Unido. Para solucionar esto especificaré que Creagh (su reemplazo en el fic) será el comandante de todas las fuerzas británicas en Falmart y Montgomery el comandante de la Plaza Fuerte de Itálica. Ahora esperemos que ese parche funcione (de todos modos, Creagh se retiró en 1944, por lo que Monty volverá al frente pronto).

Nota 3: Aclarando un poco la cronología de eventos de este último arco, las cosas más importantes (en la escala macro) son:
-Marzo (Capítulos 12 y 13): Batalla de Lancia y ofensiva imperial sorpresa. Caen los fuertes fronterizos y la Coalición se repliega a sus bases principales. Comienza la Tercera Batalla de Alnus y el Asedio de Itálica, entre otros.
-Abril (Capítulo 14): asedio imperial se recrudece en todos los frentes mientras la Coalición reorganiza sus fuerzas. Crisis de suministros en la Coalición.
-Mayo (Capítulo 15): la Coalición pasa al contraataque en Alnus. Sadera logra una cabeza de puente en el río Roma, pero es neutralizada al poco tiempo. Crisis de suministros en el Imperio.
-Junio (Capítulo 16): Zorzal se hace con la lealtad de los comandantes de campo imperiales y sale camino a Sadera. Coalición rompe el asedio de Alnus con el regimiento
Grossdeutschland y Marcus ordena la retirada imperial. Arzlan toma control de Elbe apoyado por Sadera. Imperiales rompen las murallas de Itálica y comienza el combate urbano.

Disclaimer: GATE: Thus the JSDF fought there! No me pertenece, todo el crédito a su respectivo autor. Esta es una obra hecha por diversión y sin fin monetario alguno.

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Capítulo 17
Retirada Imperial

"Pasamos meses enterrados bajo tierra combatiendo a esos carajos, y que me condenen si dejo que, después de todo eso, puedan irse libres."
-Teniente General George S. Patton.

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Palacio Imperial, Sadera

Las puertas dobles que resguardaban la sala del trono de la injerencia exterior, permitiendo la tranquila deliberación del emperador de Sadera, se abrieron de par en par sin previo aviso, los dos guardias saltando en sus puestos por efectos de la sorpresa. Molt, por su parte, apenas desvió sus agudos ojos del papel que examinaba, tomando un sorbo de vino antes de, lentamente, desviar su rostro apenas lo suficiente como para fijarse en quien perturbaba su tranquilidad. Sus ojos brillaron al reconocer la figura de su primogénito, Zorzal, quien se acercaba con molestia en el rostro. A apenas unos metros de distancia se detuvo y arrodilló, pero no bajó la cabeza.

Ocultó una mueca. Tamaña falta de respeto debía ser corregida pronto.

—Zorzal. —Usó el tono de voz que siempre usaba con él en el último tiempo. Paternalista y amigable, pero con autoridad—. Veo que finalmente te has dignado de mostrar tu presencia en Sadera. Has estado desaparecido desde que reiniciaste esta guerra contra la Coalición, guerra que, espero no deba recordarte, nadie aquí quería.

Zorzal no mostró expresión alguna, manteniendo la mirada fija en su padre.

—Era necesario que atacáramos en ese momento. Teníamos la sorpresa, sorpresa que se hubiera perdido si los desertores se hubieran salido con la suya.

—Y sorpresa que nos llevó a perder miles de hombres en Alnus, como si las pérdidas de la anterior guerra no hubieran sido suficientes. Dime, ¿recuerdas cuantos cayeron en la primera guerra contra la Coalición?

—Considerando la invasión de las puertas que tú, padre, ordenaste, unos 175.000 hombres fallecieron.

—¿Y cuantos de los nuestros caído hasta ahora en esta guerra, que ha durado apenas un pequeña fracción de la anterior?

—... mucho más que eso.

—Así veo, según tus reportes. —Sacudió las hojas en su mano vagamente, sin desviar la mirada—. ¿Y qué te trae por aquí, siendo que aún se combate en el frente? ¿Qué razón te motiva a dejar al ejército abandonado?

—El ejército posee comandantes más que capaces de suplantarme por unas semanas. En cuanto al motivo de mi viaje, deberías saberlo, padre. Mientras luchamos un brutal conflicto contra un enemigo muchas veces más poderoso que nosotros, tú te entretienes dedicando nuestros escasos recursos a atacar lugares lejanos y aliados, ¿para qué? ¿Tan desesperado estás que buscas aliados políticos, así debas afectar el esfuerzo bélico del imperio?

—Es necesario asegurar alianzas ahora que tenemos fuerza. Cuando acabe esta guerra estaremos muy débiles como para imponernos como antes.

—Cualquier capacidad de oponerse a nosotros se perdió cuando sacrificaste los ejércitos vasallos en Alnus en la primera guerra contra la Coalición.

—Ellos pensarían lo mismo respecto a nosotros, con tamaña pérdida en dicha guerra. Fue apenas un 5%, pero era un tercio de nuestras fuerzas en la región central del Imperio. Cualquier refuerzo del resto del ejército se tomaría meses en llegar.

—Motivo por el cual el firmar la paz anterior era prioritario. Pero en lugar de aprovechar dicha paz para afianzar tu dominio de nuestros aliados, te sentaste y dejaste que estuvieran libres, alejándose de nuestra dañada influencia, y ahora gastas escasos recursos cuando los necesitamos en mantener una línea de frente. ¿Cuál, exactamente, es la idea detrás de eso?

—Hombres te sobran. Mantener unos pocos miles para ocupar estados vasallos no debería ser un gran costo.

—No es solo el número de hombres. Eso implica logística y recursos que no abundan.

—Reformaste un quinto del ejército imperial en estas nuevas legiones, las Modelo LXIX, ¿verdad? Tenemos aun cuatro quintos que utilizar para labores varias. ¿No deberías haber utilizado más soldados en tu campaña si tanto necesitabas más recursos?

—Utilicé solo un quinto porque era el límite de las fábricas y artesanos de Rondel para producir las piedras mágicas de nuestras armas. Si nuestras fuerzas apenas tienen armas mágicas para la mitad ahora, ¿de qué sirve renovar más formaciones? Es preferible usarlos para reforzar las ya existentes, pero insistes en enviar a nuestros mejores soldados a países vasallos por temas políticos sin ninguna ganancia aparente. La intervención para coronar el príncipe Arzlan en Elbe es solo la gota que rebasó el vaso.

—¿Qué tiene de malo apoyar a quien pide tu ayuda y te ofrece un país entero a bajo costo?

—Arzlan estaba exiliado en las colonias, sin contacto con nadie. La única forma en que esto ocurriera es que tú lo buscaras, contactaras y ofrecieras un ejército para coronarlo bajo armas saderianas. Y, para colmo, utilizaste las armas mágicas que tanto necesitamos, sabiendo perfectamente que utilizando una de las legiones con modelo antiguo podrías haber logrado el mismo resultado a base de números.

—¿No dijiste que no deberíamos gasta números porque sí?

—Hombres nos sobran aun, pero las armas ya escasean. Esto se hace peor con cada partida que mandas a reinos vasallos. ¿Cuántos aliados políticos más necesitas para quedarte tranquilo?

—Zorzal, cuidado con tus palabras. Lo que hice fue solo para mantener controlada la situación. Con el ejército imperial oculto de la luz pública y aparentemente bajo tu mando, la gente empezaba a dudar de mi gobierno. Esto no es más que para buscar la estabilidad tanto durante como después de la guerra.

Zorzal frunció el ceño, notoriamente molesto ante la arrogancia de su padre que, durante toda la conversación, se había mostrado como desdeñoso a las consideraciones reales de la situación que los involucraba. Ni siquiera le dedicaba la mirada por más de unos segundos a la vez, intercambiándola entre su persona, los informes descartados a un costado del trono, su copa de vino y un tablero de ajedrez abandonado a un lado, con una partida a medio jugar.

—Durante toda la guerra no te has dedicado a más que dar directrices políticas y jugar a la diplomacia de la fuerza con nuestros vecinos. No te has preocupado ni de la economía, ni la industria, ni el ejército, ni los nobles, ni la guerra.

—Cosas necesarias para asegurar nuestra dominancia cuando expulsemos al enemigo de Falmart.

—Asumes demasiado. Con la cantidad de recursos que gastas sufrimos demasiado en el frente. A este punto, aún no sabemos si lograremos ganar la guerra.

—¿Implicas que podríamos no echar al enemigo de Falmart?

—Implico que el Órgano Administrativo no puede hacer todo por su cuenta. Si no paras con tus juegos y das el apoyo que necesita el ejército, esta campaña en la que ya hemos gastado demasiado estará perdida.

Ojos peligrosos se ciñeron sobre su persona. Los guardias de la sala se habían acercado disimuladamente, lanzas ceremoniales preparadas y miradas tensas en las caras. Zorzal ojeó el lugar, agarrando firmemente la daga escondida bajo sus ropas. ¿Iría su padre a matarlo? No sería el mejor movimiento bajo ningún raciocinio, pero su padre ya estaba lejos de ser la mente aguda que ya estaba en decadencia al inicio de la anterior guerra. El vino y los placeres le habían nublado el juicio, y de por sí ya estaba errático y paranoico. ¿Sospechaba de él? Con su aparente control del Ejército Imperial, era probable que sintiera su posición de emperador amenazada. Varias cosas se solucionarían con su muerte. Afirmaría su posición y autoridad, lograría seguir jugando a la diplomacia con los países vecinos y, aunque perdería un capaz general y organizador, el aparato militar ya construido por Zorzal le permitiría disponer de un ejército eficaz y moderno, con capaces oficiales que lo liderarían durante las campañas futuras, del que él sería el indiscutido jefe. Ya había otro heredero a la corona en Diabo, y el Senado Imperial perdió gran parte de su poder real cuando la mayor parte de los comandantes de las legiones modernas se declaró leal a la cadena de mando del ejército. Era, sin duda, un plan eficaz y sencillo.

Pero Molt también ignoraba la realidad de que, fuera de los muros de los distintos palacios de Sadera, se ejecutaba una brutal y cruenta guerra contra enemigos con armamento más moderno que el propio, con una cantidad aparentemente infinita de soldados e industria, que podría doblegarlos en cualquier momento si se descuidaban apenas un poco. Y ese descuido era lo que podría provocar el asesinato de su persona. Afirmó su agarre sobre la daga. ¿De verdad no habría otra salida?

En ese momento entró un legionario a la sala. Traía un pliego en la mano y se veía urgido, además de sudoroso por haber corrido con la armadura puesta. Sin detenerse se acercó al trono, arrodillándose junto a Zorzal y agachando la cabeza ante el emperador.

—¡Su Majestad, mensaje urgente del jefe de campaña Marcus van Alexander, de Alnus!

Ambos miembros de la familia real levantaron una ceja, intrigados. Los guardias pretorianos, por su parte, se alejaron del centro para mantener apariencias. No era prudente que un militar regular observaba la escena de asesinato de un alto cargo militar, sobre todo si era un miembro de la familia real que había hecho carrera en el ejército.

—¡El comandante van Alexander ha empezado la retirada de todas las tropas imperiales de Alnus! ¡Ha indicado que forma parte del plan escalera de montaña!

—¿Escalera de montaña?

—¡Indicó que Su Alteza Zorzal el Caesar explicaría todo!

La sala se quedó en silencio, sus ocupantes dirigiendo su mirada al príncipe que se había puesto de pie, mostrando ante todo una daga de cristal extraída de sus ropas.

—¿Puedes explicar esto, Zorzal?

—Sí. La batalla de Alnus se perdió, y Marcus está realizando nuestro plan de contingencia para ello.

—¿Significa esto que la guerra durará más tiempo?

—Significa, padre, que, gracias a tus injerencias y falta de apoyo, esta guerra está perdida.

Entonces alzó su mano y, ante la mirada expectante del resto, estrelló la daga contra el suelo. El cristal se reventó ante el contacto con un gran estruendo, uno que enmudeció a los presentes ante la extrañeza del gesto.

Disparos se oyeron en el pasillo, y pronto legionarios armados con armas modernas entraron en la sala en tropel, sorprendiendo a todos al disparar sobre los pretorianos y apuntar sus armas sobre Molt. Eran, como comprobó este último atónito, miembros de las Escuadras.

Las tropas personales de su hijo.

—... ¿qué significa esto, Zorzal?

—Significa, padre, que es momento de parar con los juegos. Si el Imperio quiere sobrevivir, necesitamos a alguien comprometido con su futuro.

—Eso es lo que he hecho. He asegurado alianzas, he buscado contactos, he controlado al Senado... ¡incluso te facilité a los magos de batalla y los recursos para convencer a Rondel! ¡Es gracias a mí que tienes el gran ejército que pelea ahora contra nuestros enemigos de otro mundo!

—Y me temo, padre, que te has quedado corto. Soldados, llévenselo.

La copa de Molt se estrelló contra el suelo, rompiéndose en pedazos. El emperador, esposado, fue escoltado fuera del trono hacia el exterior, donde un carruaje militar le esperaba.

A lo largo del palacio los miembros presentes de la Guardia Pretoriana, tomados por total sorpresa, caían uno a uno ante los integrantes de las Escuadras que, con armamento moderno y experiencia adquirida en la guerra más violenta del último siglo de existencia del imperio, se encargaron prontamente de cualquier resistencia.

El palacio imperial de Sadera cayó en el gran total de apenas una hora.

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El puño de Diabo encontró la mesa con violencia, haciendo saltar la tinta y los papeles ante la vista nerviosa de los generales. En su otra mano arrugaba el pliego que acabara de leer, su rostro distorsionándose en una fea mueca de pura furia. Sus ojos inyectados de sangre cayeron sobre las titubeantes figuras de los comandantes de las legiones, dirigiéndose a ellos con una orden.

—¿Acaso no hay un asedio que ganar...? —Varios se miraron entre sí, confundidos—. ¡Hay una guerra allá afuera! ¡Vayan y tomen esa ciudad, maldita sea! —El rostro de Diabo se clavó en un par de comandantes al costado, los jefes de las XXVIII y XXIX legiones, respectivamente, parte de su reserva—. ¡Ustedes únanse de inmediato! ¡Quiero que lancen una barrida de artillería seguida de un ataque masivo desde la ribera norte apenas el resto presione sobre los muros! ¡Quiero tropas al otro lado de ese puente al anochecer, sin excusas!

Era una misión suicida, sin duda. Los comandantes curtidos lo comprendieron de inmediato. Para desgracia de los integrantes de la reserva táctica, tantos ellos como sus comandantes ahí presentes era bisoños en aquel tipo de guerra y no pudieron sino aceptar la orden con un ligero temblor producto del miedo nacido de la agresividad del príncipe, excusándose y abandonando el lugar de inmediato. Con una mirada igualmente irascible, Diabo se inclinó sobre el mapa de Itálica y empezó a ladrar órdenes al resto de los presentes.

—Limítense a hacer presión en el lado oriental aprovechando los boquetes de los muros. Usen abundante artillería y no dejen que el enemigo desguarnezca sus defensas. Manténgalo ahí. Si logran penetrar el lugar mejor aún, pero no sacrifiquen demasiado en ello. —Su mano viajó entonces al lado opuesto de un gesto agresivo, desgarrando en algo el papel sobre el que se movió—. El resto prepare un asalto contra la zona occidental de la ciudad. Lleven a la XXX Legión como refuerzo. Acérquense usando la línea de trincheras y crucen el muro hacia nuestra base dentro bajo cobertura de nuestra artillería, que esta dispare hasta justo enfrente de nuestras líneas para que el enemigo no se atreva a acercarse a los nuestros. Lleven cañones dentro para disparar a bocajarro de ser necesario. Hagan nuevos boquetes en las murallas con los magos especialistas en demoliciones lejos de allí para dispersar las fuerzas enemigas y ejerzan más presión, pero no involucren a fuerzas la XXX en eso.

—¿Y en qué usaremos a la XXX, entonces? —El comandante retrocedió un paso ante la mirada de odio que le envió el príncipe, volviendo este de inmediato a clavar su mirada en el mapa.

—Que solo entren parte del mando y diez cohortes: cuatro de fusileros y seis de legionarios. Dejen el resto de reserva. Cada dos cohortes que reagrupen adentro lanzarán una ofensiva en dirección a las rocas del norte de Itálica, e intenten que sean ataques distintos si es que el anterior se estancó por la defensa. Tenemos que llegar a ese punto a como dé lugar, en lo posible a más tardar en la noche.

Reconocimiento brilló en los ojos de los comandantes presentes. Observadores imperiales habían notado, gracias a la gran cantidad de disparos que hicieron, que el lugar donde se concentraba la artillería defensora era la base de las colinas de roca al norte de la ciudad amurallada, desde donde habían ayudado a destruir el avance imperial en el sector oriente y dañado seriamente el de occidente (al punto de que apenas conservaban una estrecha franja en el interior apegada a los muros). Era una estrategia agresiva y riesgosa, puesto que el enemigo defendería esos cañones con tanta o más vehemencia que ellos con los propios y aquello aseguraba una lucha brutal, pero si no lograban neutralizar dichas posiciones cualquier avance futuro se vería destrozado antes de siquiera comenzar (las XVIII Legión seguía relamiéndose las heridas de cuando dichos cañones le arrebataron tres cohortes en cuestión de minutos, apenas unos días atrás). Era, además, un brusco cambio de estrategia respecto al que tenían hasta ahora, dedicado a alcanzar el centro de mando enemigo en, presumían, el castillo del clan Formal.

Diabo repartió su mirada por sus generales, frunciendo el ceño de nuevo.

—¿Qué esperan, una invitación a Alnus? ¡Muevan el trasero grupo de inútiles!

Era obvio que, fuera lo que fuera que estuviera escrito en aquella carta que leyera el heredero apenas unos minutos atrás, había alterado su ánimo para peor. Haciendo una corta reverencia, los distintos comandantes imperiales abandonaron el puesto de mando subterráneo en grupos reducidos para evitar llamar la atención. Una vez el último se hubiera ido, Diabo se dio la vuelta, sentó junto a su escritorio y empezó a quemar el papel con el mensaje en una vela.

—¿Alteza? —Su edecán personal de mayor rango, un tribuno imperial, se acercó tímidamente con un paso en dirección a su jefe. Diabo alzó la palma en un gesto de espera, observando el comunicado consumirse en la llama, antes de asentir sin mirarlo—. ¿Qué sucedió?

—Malas noticias. Muy malas noticias. —Se restregó el rostro con ambas manos, suspirando sonoramente en el proceso—. Y me temo que estaremos en peligro.

—¿En peligro? ¡¿Ocurrió algo en Sadera?!

—Sí, desgraciadamente sí. —Levantó la mirada hasta localizar a los guardias presentes. Ambos pertenecían a la Legión Oscura, evidenciado por su armadura negra—. Vigilen desde fuera. Que nadie entre hasta que yo lo autorice. Si es una urgencia, condúzcanlo hasta la puerta y golpeen para anunciarlo.

—Sí, Alteza. —Ambos se inclinaron y abandonaron la estancia. El segundo príncipe quedó a solas con sus dos edecanes y su secretario, todos de su tropas personal. Tras unos segundos de tensa espera volvió a hablar, cuando sintió el ruido de la armadura de los guardias desvanecerse a la distancia—. Lo que voy a decir ahora no sale de estas cuatro paredes, ¿me escucharon?

El trío asintió. Diabo se puso de pie y se aproximó al mapa del centro del Imperio colgado a un costado, con gran detalle en las zonas de Itálica, Sadera, Alnus y Elbe.

—Zorzal dio un golpe de estado en Sadera. —Sus acompañantes sintieron su quijada caer al suelo apenas procesaron la noticia, enmudecidos. Sin perturbarse, Diabo siguió hablando—. Entró a entrevistarse con padre sobre el curso de la guerra, presumo que motivado por las noticias provenientes de Elbe y otros reinos vasallos. Según Zorzal solo se estaba defendiendo de un intento de asesinato de mi padre.

—¿... acaso cree que es una mentira?

—No, no estaría fuera de personaje que mi padre mandara a matar a Zorzal. Su paranoia es demasiada. —Negó con la cabeza, sus ojos clavándose en la zona de la capital en el mapa—. Pero el que haya hecho el golpe tan rápido después de eso demuestra una intención previa. Zorzal, cuando menos, ya temía el asesinato y preparó contramedidas. Quizás volvió a Sadera con la sola intención de hacerse con el poder de un golpe antes de que padre pudiera castigarle por la retirada de Alnus. No lo sabremos, pero no importa. Lo que sí importa es que Zorzal, probablemente, ya se haya hecho con el control de todo el ejército.

—¿Por qué lo dice? ¿No hubo oposición en la capital?

—La capital estaba casi desguarnecida. Las tropas están en el frente o recuperándose en campos de entrenamiento. —Suprimió un gruñido. Zorzal había señalado los "puntos de descanso" de las tropas que volvieran dañadas del frente con varios meses de antelación, antes de que siquiera empezara la guerra, y la mayoría de las pocas tropas que quedaban habían sido enviadas al frente. Comparado a la otrora fuertemente resguardada capital, la situación actual era demasiado conveniente para un golpe de estado—. Tampoco me gustan las posibilidades de los que se atrevan a desafiarlo.

—¿Y el Senado imperial?

—Rodearon el edificio con las tropas personales de Zorzal. Se rindieron a la media hora.

—¿Cómo sabe todo esto?

—Un lealista envió este mensaje mediante la red mágica, usando un encriptado especial cuya clave solo la sabemos yo y personal escogido de mi palacio. También me informa que, además de la Guardia Pretoriana fuera del Palacio Imperial, solo había dos legiones cerca de Sadera: la V y la XXI, ambas reformándose del combate en Alnus. Ambas fueron a combatir al usurpador, pero al identificarlo como Zorzal, la V cambió de bando y se alió con él. No sé qué habrá pasado con la XXI, pero si se opuso a Zorzal, no me gustan sus posibilidades.

—¿Y la Guardia Pretoriana?

—Ni siquiera se dignaron en aceptar las nuevas armas: eran muy orgullosos de lo arcaico y lo ceremonial, por no decir que no han visto combate en años. No sería raro que estuvieran extintos al terminar el día. Para todo fin práctico debemos considerar que Zorzal tomó el control total de la capital. Ahora la pregunta es... ¿qué hacemos nosotros?

Una buena pregunta, por lo demás. Estaban en una situación delicada. Diabo, como segundo príncipe, habría estado en su pleno derecho de no reconocer a Zorzal y marchar sobre Sadera para eliminarlo del trono, fuera para reponer a su padre, fuera para quedárselo él. Pero debía obrar con cuidado: no sabía dónde estaban las lealtades de los senadores, ni del resto del ejército. En este momento, en el teatro de Itálica, estaba rodeado de diecisiete legiones imperiales. ¿Cuántas tendrían su lealtad con Zorzal, y cuales con el emperador depuesto? ¿Cuántas les pertenecían a nobles, y de esas, cuales se inclinaban a qué bando? ¿Cuántas legiones debían su lealtad al gobierno, y de ellas, cuales reconocerían a Zorzal y cuantas a Molt?

La situación estratégica variaría, también. ¿Rondel? Zorzal fue quien hizo el primer contacto serio: no dudaba de que se pondrían de su lado ante la posibilidad de lucrar más con los contratos. ¿Las legiones retirándose de Alnus? Era el teatro de Zorzal, apenas un puñado no lo reconocería de inmediato, con la amenaza de ser traicionadas por las demás motivando a las indecisas. ¿El camino que unía Alnus e Itálica? Incierto, pero ante su delicada ubicación, con las tropas de la Coalición aproximándose desde el sur, lo más probable es que se plegaran a la decisión del mando de Itálica para evitar quedar entre dos fuegos. ¿Las tropas en el río Roma? Aún había tropas de las Escuadras de Zorzal allí, y con ellas no será difícil asegurar su lealtad para el nuevo gobernante (de negarse, simplemente bloquearían las rutas de retirada hacia la capital. Entonces los lealistas quedarían atrapados entre los golpistas y la Coalición). ¿Las legiones en las regiones orientales del imperio? No, los gobernadores locales eran asignados personalmente por Zorzal desde su victoria allí contra las naciones semihumanas hacía varios años. Le prestarían su apoyo totalmente con tal de devolver el favor.

Las legiones en las zonas extremas, que seguían usando el modelo antiguo del ejército y no tenían acceso a las nuevas armas, no eran relevantes. Estaban muy lejos para apoyar cualquier esfuerzo, y tras la reforma la mayoría de su personal era de segunda categoría. Lo mismo iba para las legiones en las colonias, a un océano de distancia.

La situación cambiaba en cuanto a las alianzas políticas del imperio se refería. La mayoría de los actuales aliados de Sadera lo eran menos hacia la nación y más hacia la figura de Molt, quien mediante amenazas, acuerdos, traiciones y favores había influenciado a los monarcas y líderes a ponerse bajo su tutela tras la traición de la Segunda Batalla de Alnus. ¿Pero con Zorzal? No tenían ni por asomo la misma dedicación. Había dos escenarios: intentar independizarse de Sadera y buscar la no-agresión con la Coalición, alentados por la noticia de la retirada de Alnus, o desconocer a Zorzal y restaurar a Molt en el trono, influenciados por las tropas lealistas que habría vigilantes en los reinos. En el mejor de los casos, Sadera perdería a la mayoría de sus aliados. En el peor, tendrían una guerra civil con injerencia extranjera mientras luchaba contra una renovada y sanguinaria Coalición. Habría quizá un par de reinos que apoyarían a Zorzal, pero no superarían los dedos de una mano.

La verdadera incógnita en todo esto eran las tropas en las regiones occidentales del imperio. Contando las que estaban en formación, rearmándose y en camino al frente, había un total de 12 legiones saderianas modernas, más que suficiente para dar vuelta el resultado una posible guerra civil o bloquear a las tropas de la Coalición por considerable tiempo. Pero la lealtad de sus comandantes, en su mayoría comandantes de carrera, era un misterio. ¿Se inclinarían por Zorzal? ¿Buscarían restaurar a Molt? ¿Se declararían neutrales y buscarían solo combatir a la Coalición? Era un asunto que debía tratar con sumo cuidado.

Pero, antes de tomar cualquier decisión, debía confirmar donde residían las lealtades de sus propias tropas. Si se declaraba a favor de su padre y las tropas estaban influenciadas por Zorzal, estaría acabado. Si, por el contrario, se manifestaba a favor de su hermano y las legiones a favor de Molt, tendría que huir a la brevedad a Sadera o a occidente.

Tomó una botella a un costado, la descorchó con rapidez y tomó un largo trago de vino para calmar sus nervios. Invitó un poco a sus acompañantes, que aceptaron un ligero sorbo. Volviendo a tapar la botella se inclinó sobre su escritorio, donde agarró su pluma y empezó a redactar una carta.

—Quintus —nombró a su primer edecán, quien se acercó un paso—. Irás a encontrarte con las legiones que vienen de occidente y comprobarás su lealtad. Si no han sabido del golpe de estado, asegúrate de que se plieguen a cualquier decisión que tomemos.

—Así se hará, Alteza. —Diabo presionó el timbre con su sello personal, mojándolo en el tintero y presionándolo al final del mensaje. En lo que esperaba a que la tinta se secara, se refirió a su segundo edecán.

—Manius, cita aquí a los dos comandantes de legión jóvenes de mejores resultados y a los dos con la mayor carrera en el ejército hasta ahora. Nos darán una buena idea de hacia dónde se inclina cada grupo.

—Como ordene, Alteza.

Diabo sacudió la carta ligeramente, comprobando que la tinta se hubiera secado en su lugar, antes de doblarla, colocarla en un sobre y entregársela a su primer edecán junto a otro papel con una orden.

—Toma una escolta de caballería de mi legión y un grupo de magos para agilizar el viaje. Partan ambos.

—Con su permiso.

Ambos militares se arrodillaron y abandonaron la estancia. Diabo, ahora solo acompañado de su secretario, Sevius, se sentó a analizar el mapa de Falmart colgado en la pared, sus ojos una y otra vez transitando todas las posiciones de las tropas imperiales. Las rutas de las legiones que se retiraban de Alnus derivaban todas en cuellos de botella y defensas naturales, con las podrían ganar quizá un mes de tiempo conteniendo a la Coalición sin necesidad de refuerzos y atrapar a cualquier lealista a Molt entre ellas y el enemigo que les perseguía. Hizo una mueca, notando la magnitud del plan de su hermano.

Con la Coalición detenida en dichos puntos podría obrar como necesitara con sus Escuadras y los que se pusieran de su lado, acabando rápidamente con cualquier guerra civil o rebelión de los estados vasallos contra el imperio. Incluso si usaba su influencia para desconocer a su hermano y e intentar tomar el trono, lo más probable es que el paso montañoso de Lancia y el camino que llevara a Rondel, las dos rutas directas a Sadera aun a su alcance, estuvieran ya ocupadas por legionarios leales a él. Puede que incluso las legiones occidentales ya estuvieran influenciadas por sus acciones, colocándolo entre ellas y la Coalición que se acercaba desde el sur.

—¿Con cuanta antelación has planeado esto, Zorzal? ¿Contra qué te preparas?

Sus preguntas, comprendió, permanecerían sin contestar un tiempo más.

—¿Alteza? —Sevius interrumpió su tren de pensamiento, inclinándose junto a él—. ¿Cree usted que las legiones que se retiren puedan de verdad frenar a la Coalición?

—¿A qué te refieres? ¿No lo han estado haciendo por meses ya?

—Sí, pero... bueno, era un asedio, ¿verdad? —Asintió. Sus ojos se abrieron desmesuradamente después, comprendiendo a donde iba su secretario—. ¿Qué pasará ahora si es que se encuentran en campo abierto antes de que las legiones logren armar sus defensas?

Ninguno dijo algo después de eso, pero la respuesta estaba clara para ambos:

Una masacre.

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Julio, 1943

Una mano se alzó al cielo. Aquel lugar tan amplio y libre, con su azul puro que invitaba a la paz entre los hombres. Era casi un sueño idílico ante su propia situación, allí en la tierra, abandonado a su suerte. Pero no importaba. Aquella mano alzada representaba todo lo que deseaba: volver a su pueblo natal, ver a su familia, olvidar la guerra... en definitiva, ser libre para decidir su destino, como antaño.

Lastimosamente, aquella mano alzada también significaba otra cosa.

¡BANG!

Concretamente, que aún había alguien vivo ahí.

El tirador, un soldado cualquiera sentado sobre un tanque M4 Sherman, bajó su M1 Garand tras comprobar que nuevamente no hubiera señales de vida en la zona. Sus compañeros hicieron lo mismo con sus propias armas, relajándose en sus asientos, en ningún momento separándose de la columna blindada que avanzaba por los campos de Falmart, al este de Alnus. Era de esperarse.

Eran la 4ª División Blindada de los Estados Unidos de América. Liderados desde el frente por el mayor general John S. Wood, comandante de la división, y bajo las órdenes del teniente general George S. Patton, comandante superior de todas las tropas americanas en Falmart, la situación había dado un fuerte vuelco en comparación a la debacle original de marzo de ese año.

En aquella misma zona, hace cuatro meses, la división había sido movilizada a toda prisa y, con lo que tuviera a mano, fue lanzada a retrasar el arrollador avance imperial contra las tropas de la Coalición. Tras un corto y confuso combate en el que sus blindados e infantería terminaron separados por la cantidad de dispersos enemigos, hubieron de retirarse ante la aparición de los wyverns cargados de explosivos que aparecieron de improviso, apenas ganando un par de días para el flanco oriental de la Coalición gracias a la desorganización provocada al enemigo.

¿Ahora, sin embargo? Las tornas se habían cambiado. Equipados con modernos tanques M4 Sherman de excelente fiabilidad mecánica, con armamento automático y semiautomático cuya potencia de fuego dejaba en vergüenza la poseída hasta hace un par de meses atrás, con semiorugas y camiones para trasladar su equipo pesado y con sistemas de armas combinadas contra amenazas blindadas y no blindadas en tierra y aire a cualquier distancia, la división se había transformado en una fuerza de choque de once mil integrantes que funcionaba como la punta de lanza del American Falmart Army.

La división había aprendido, también. Tomando notas de formaciones blindadas extranjeras y de su propia experiencia el marzo anterior, Patton y Wood habían reducido las unidades de tanques a solo un regimiento para buscar una mayor paridad con la infantería, dejando el regimiento sobrante como una reserva estratégica, y reforzaron la presencia de los Comandos de Combate A y B, añadiéndole uno de reserva en la forma del C e ignorando, a fines prácticos, los regimientos más allá de asuntos administrativos. De esta forma, experimentalmente, la división pasaba a ser una unidad más pequeña, flexible y móvil, con tres mandos tácticos intermedios a los cuales agrupar los distintos batallones y apoyos auxiliares según la situación lo requiriera.

Y era contra esa renovada división estadounidense que la ahora destrozada formación imperial se había estrellado hace poco en su retirada, terminando por desaparecer totalmente del mapa. Con un ratio de bajas a su favor que se numeraba en las decenas fácilmente, las tropas de Wood arroyaron a sus enemigos y exterminaron las centurias que se les opusieron en las planicies de los campos al este de Alnus. El resultado había sido inmediato, y su desenlace, obvio. El comandante imperial pertinente, herido y rodeado de los restos no mejores de su guardia, amenazó con una pistola local a cualquier americano que se le acercara. Cuando comprendió que por la sola cantidad de estos no evitaría que le atraparan, con una última maldición hacia ellos se apuntó a sí mismo y voló la sesera, muriendo en el acto. Igual suerte corrió el legado imperial correspondiente, al que hallaron luego con una fina daga clavada en el cuello.

Afortunadamente para los hombres de Patton, no todos los líderes militares de Sadera tenían la misma dedicación que sus líderes. Al explorar los restos del flanco derecho imperial, las escuadras norteamericanas visualizaron una bandera blanca alzarse: un alto cargo, que después aprenderían era el legado militar comandante de la vanguardia, estaba dispuesto a rendirse para salvar la vida. Rápidamente fue rodeado por los fusileros americanos y, aunque un par de saderianos saltó de entre los muertos buscando matar a su comandante antes de que rindiera cualquier secreto a los invasores, estos fueron prontamente abatidos por sus oponentes. Y si bien no quedaban datos que entregarles a los americanos, la sola cooperación del prisionero (a cambio, claro está, de buenos tratos y garantías para el resto de los supervivientes de su legión) probó ser más que suficiente para saciar el ansia de información que carcomía a los líderes de la Coalición allá en Alnus.

Ese mismo día, el reporte por radio de la 4ª División Blindada de los Estados Unidos de América leía: "Legado Militar saderiano prisionero. Comandante de vanguardia. Información sobre movimientos enemigos asegurada."

Se venía la última jugada de la campaña, y las fichas de todos los participantes estaban sobre la mesa.

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XXXXXXXXXX

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Fuerte Kentucky

Herr hauptmann, lo llaman desde la comandancia.

—Entendido.

Hizo paso rápido hasta la sala de mando del recinto, esquivando como pudiera a los soldados y suboficiales cargando equipo, municiones y combustible hasta los vehículos del Grupo Atlántico. Estaban en una parada rutinaria para hacer mantención y reponer pertrechos, ocasión en la que aprovechaban de obtener noticias sobre qué diantres ocurría en el resto de la guerra. Aquello, lastimosamente, tendría que esperar.

—¿Qué carajos haces por aquí, Schmidt? Pensé que no tocarías al comunista ese de Viratosvky con un palo de diez metros, aunque te fuera la vida en ello.

—Tienes razón, Butler, pero eso es solo voluntariamente. Me llamaron recién, pero hey, quien sabe, capaz me dejan pegarle un tiro al hijo de puta.

—Si ese es el caso me avisas. Yo también quiero volarle la sesera.

—Je. Únete a la fila.

Dejando a su par británico atrás, el alemán entró al edificio de mando y atravesó los pasillos hasta llegar al despacho del coronel soviético, golpeando un par de veces con los nudillos.

Hauptmann Schmidt, reportándose.

—Adelante.

Hizo lo posible por poner la cara más amarga que se le ocurrió (lo que no era muy difícil en la circunstancia actual) antes de girar la perilla y entrar a la sala. Recorrió el lugar fugazmente con la mirada: el mayor Statnik junto a un mapa, Viratovsky tras su escritorio y extrañamente correctamente sentado, un par de guardias comunistas, un oberst, unos soldados alem-

¡¿Un oberst?!

En cuestión de medio segundo se mordió el interior de la mejilla y golpeó su tobillo derecho con el talón izquierdo en lo que se ponía firme, borrando cualquier expresión de su rostro para cuando el oficial en cuestión se volteó hacia él. Se llevó la diestra a la sien en lo que revisaba el atuendo del desconocido.

"Parche de oberst en la manga, hombreras de oberst con los colores de la infantería, y los parches del cuello..."

Tragó saliva. Solo había una unidad en toda la infantería alemana que no usaba el parche de cuello regular.

Hauptmann Karl Schmidt reportándose. ¿Para qué se me necesita?

Viratovsky, ahora fuera de la vista del coronel alemán, dio rienda suelta a su disgusto en su mirada. Tenía ganas de devolverle el favor, pero en esta ocasión debía controlar sus palabras más que nunca.

—Al fin llega, capitán —lo saludó de vuelta el soviético, quien, con un gesto amplio de su brazo, abarcó a al coronel alemán y al otro oficial junto a este—. Estos... señores, han requerido de su presencia, aprovechando que realiza una parada de rutina en el fuerte.

Incluso en esa situación, Viratovsky seguía con las muestras de desprecio a las tropas alemanas. Pero sí notó como, a pesar de ello, estaba más controlado que de costumbre. Fuera lo que fuera que hablara con los desconocidos, estos debieron haberle dejado una impresión muy grande. O muy temerosa.

Schmidt, entonces, se giró levemente hasta encarar a los desconocidos, saludando a cada uno individualmente.

—Un placer, herr oberst...

—Hörnlein, comandante del regimiento Grossdeutschland.

"Bingo."

Und herr major...

—Hoffman, oficial adjunto del estado mayor del Deutsche Falmart Armee.

Bajó su mano tras alzarla por tercera vez, analizando a los presentes. Hoffman le daba la impresión de ser un oficial de oficina (en el buen sentido), pero siendo del estado mayor, era de esperarse. Hörnlein, por otro lado, parecía del tipo que podía mantener la calma en cualquier situación, algo esperable viendo la unidad a la que pertenecía.

—¿Qué necesita de mi persona, herr oberst? ¿Operará el Grossdeutschland en la zona de Itálica a partir de ahora?

—Efectivamente, hemos sido asignados al norte. El alto mando se está moviendo con urgencia para aprovechar la ventana abierta por nuestro enemigo.

—¿Habla de la retirada imperial de Alnus?

—Hablo del golpe de estado habido en Sadera.

La sala quedó helada, los soviéticos y el capitán alemán observando incrédulos al coronel que anunciara la noticia. Como al cabo de unos segundos nadie hablara, Hörnlein retomó la palabra.

—El mando en Alnus quiere aprovechar la confusión en las filas enemigas producto del golpe de estado para dar un golpe que libere Itálica de tropas saderianas. Para eso harán un ataque de tres puntas añadiendo más fuerzas alemanas a las que ya participan de la operación Oso Meridional del coronel Viratovsky. —Hörnlein se giró entonces hacia el comandante soviético—. También por eso mismo, coronel, queda relevado del mando de la operación a partir de mañana.

Fue el turno de Viratovsky de aguantar cualquier expresión posible ante la mirada inquisidora de su par alemán. Schmidt, por su parte, aprovechó la oportunidad para enviarla la mayor sonrisa de superioridad posible. A juzgar por su ceja tiritando, si la vio.

"Oh, voy a disfrutar esto. Mala suerte del resto por perderse esta ocasión."

—N-no c-creo que tenga la a-autoridad para o-ordenar eso, coronel. —La voz del oficial soviético estaba llena de rabia, y su rostro iracundo tenía una coloración rojiza. Pese a eso, la actitud de Hörnlein apenas y no cambió.

—De hecho, coronel, tiene razón. La orden no viene de mí, soy solo el mensajero por parte del mando de Falmart. Usted retendrá el mando de la Vía Itálica como hasta ahora, pero todo las unidades pertinentes a la operación en cuestión pasarán a la nueva operación Fall Nord, añadiéndoseles más unidades, todas alemanas. Los mandos de los otros países, incluyendo la Unión Soviética, ya accedieron a ceder sus unidades involucradas.

Si Schmidt hubiera tenido una cámara ahora mismo, el resto le miraría raro por haber sacado una foto en ese instante. Pero ¿quién podía culparlo? El rostro iracundo del coronel "rojo", que en ese momento era una viva representación del color en cuestión, era una obra de arte para sus sentidos.

—Por ese mismo motivo, el major Hoffman aquí presente será asignado al fuerte para coordinar con usted todo lo que necesite la operación, incluyendo su base de suministros y punto de reunión. Espero haga lo posible en sus manos para asegurar una transición de mando fluida. Después de todo, nadie quiere que a los mandos en Alnus, en especial al general Vatutin, les lleguen noticias... desagradables, ¿no es así?

Odio puro brilló en los ojos de Viratosvky, pero logró limitarse a, tras unos segundos, asentir en su asiento. Satisfecho con su respuesta, Hörnlein se excusó y abandonó la estancia, ordenándole al alegre capitán que le siguiera. Borrando la sonrisa de su rostro, Schmidt salió del despacho y avanzó a la zaga del comandante del Grossdeutschland.

—¿Para qué me necesita, herr oberst? Dudo mucho que me haya llamado solo para ver como humilla a ese comunista.

—Exacto. Como dije antes, Fall Nord consiste en un ataque a tres puntas para rodear, aislar y exterminar a las fuerzas imperiales que sitian Itálica. El grupo central deberá fijar las fuerzas enemigas a la ciudad en lo que las nuestras alas les caen por los flancos y las empujan hacia ellos.

—Yunque y martillo, ¿no?

—Bingo. El grupo central consistirá de la 8. SS-Kavallerie-Division "Florian Geyer".

—Pero solo tenemos un regimiento de esa división.

—El resto llegó hace unos días a Alnus y están preparándose para reunirse con ese regimiento en el frente. Hablé con el comandante Fegelein, y parece estar deseoso de sumarse a la refriega.

—Y haría bien. Cuanto antes llegue, antes recuperamos Itálica.

—En el flanco izquierdo desplegarán a la 7. Panzer-Division, traída desde Alemania, aunque esta vez sin Rommel al mando. En el flanco derecho me desplegarán al mando del kampfgruppe Hörnlein.

—¿Me integrará a su kampfgruppe?

—De acuerdo a las instrucciones del cuartel general, te daremos una promoción de campo a major para que tomes el mando oficial del Grupo Atlántico, que pasará a ser la fuerza de choque de mi kampfgruppe. Complementaremos el grupo con algo de artillería autopropulsada de refuerzo.

—Entiendo... —la sonrisa confiada volvió a su rostro, aunque más controlada que antes. Era un paso más cerca a ascender de manera oficial—. Iré a indicarle al resto que se cancela la salida de ahora.

—Consigan suministros para dos semanas de combate. La operación comienza en cuatro días.

—Con su permiso.

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XXXXXXXXXX

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Centro de Mando Imperial, al este de Itálica

Temblando, Diabo dejó sobre la mesa el mensaje que le llegara de la capital, llevándose ambas manos a la cabeza y masajeando su frente y el entrecejo. Tras relajar sus músculos, tomó el trozo de papel y lo sostuvo sobre la vela que le proveía de iluminación, observándolo quemarse y desaparecer en el fuego.

—¿Qué decía ese mensaje, Alteza? —Inquirió Servius, nervioso.

—Un informe del resto de frentes desde el golpe de estado de Zorzal. Como temíamos, sus tropas se han hecho fuertes en cuellos de botella para contener a la Coalición en caso de haber conflictos internos. Las que llegaron a dichos puntos, al menos. —Se masajeó de nuevo el entrecejo, cerrando los ojos—. También me comunican que se ha establecido en Lancia la V Legión, leal a Zorzal, y recordemos que el camino hasta allá ha tenido muchos ataques enemigos últimamente. Recordemos que la XVI Legión entera desapareció en redadas enemigas.

Un par de golpes sonaron desde la puerta. Intercambiando miradas con su segundo edecán y su secretario, Diabo dio el visto bueno. Un guardia apareció en el marco, arrodillándose de inmediato.

—Alteza, su primer edecán ha vuelto de su viaje.

—Que entre. Mantengan guardia estricta y que nadie entre sin autorización.

—Cómo ordene.

Quintus entró a la sala apenas el guardia abandonara el lugar, cerrando la puerta tras él y arrodillándose en dirección a su jefe. Se veía sudoroso y sucio, pero sin heridas.

—Quintus. ¿Qué es de las legiones occidentales?

—Logré entrevistarme con el jefe de las legiones que venían en camino, así como con algunos comandantes.

—¿Y? ¿Qué han dicho?

—En total, la columna tiene ocho legiones: cinco venían en tránsito originalmente, a las que se les sumaron la XXXI Legión, que terminó de rehacerse, y las recientemente instruidas XLII y XLVII Legiones. El consenso general ha sido que seguirán su comando, pues es el miembro de la familia real más cercano, así como el mayor alto rango del ejército en la zona.

Era de esperarse. La mayoría de los comandantes de las legiones occidentales eran militares de carrera, y la decisión que habían tomado no era algo fuera de lugar en sus zapatos.

—Eso dijeron, pero...

—¿Pero?

—Logré entrevistarme con los comandantes imperiales de las dos legiones que iban en la retaguardia. Me confirmaron que su lealtad está con Zorzal, y que, en caso de que decida no apoyarlo, no tendrán reparos en bloquear el paso de Ligs ni en bloquear los pasos a las regiones occidentales del Imperio.

—... ¿siquiera intentaron negarlo? ¿U ocultarlo?

Quintus negó con la cabeza.

—Para nada. Apenas me indicaron que los acompañara a sus tiendas para darme la noticia, pero no es un secreto entre sus hombres que su lealtad está con Zorzal más que con quién sea que esté en el gobierno. Dicen que el hecho de que ahora hay un organismo dedicado a asegurarse de que les lleguen sus pagos ayuda con ello.

—... mierda.

Estaban atrapados. Si ese era el estado de las legiones occidentales, era seguro apostar que el camino montañoso a Rondel estaba ocupado por tropas leales a Zorzal también.

—¿Puedo preguntar que preferencia indicaron los comandantes locales?

—Los más jóvenes dijeron que iríran por Zorzal, pero que no nos traicionarían si decidíamos no seguirlo mientras lucháramos contra la Coalición. Los militares de carrera mantienen el consenso que traes tú.

—Entiendo...

Pero Diabo no confiaba de las palabras de los comandantes más jóvenes. Eran muy nuevos en todo lo que respectaba a la política militar, y desde luego que era una posibilidad que no siguieran su propio acuerdo y le atacaran por la espalda si se declaraba en contra de su hermano. ¿Era esto lo que quedaba? ¿Seguir el acto golpista de su hermano o quedar en medio de una guerra civil frente al enemigo?

Había otra apuesta, una mucho más arriesgada: hablar con la Coalición, declararse contra su hermano e intentar obtener el trono. Estaba la posibilidad de que le ordenaran rendir las tropas bajo su mando y mantenerse solo como una figura política en lo que destruían a su hermano, pero era algo.

Pero no había garantías de aquello. ¿Y si no tenían intensión de dejar Sadera en pie? ¿Y si no aceptaban su idea? ¿Y si la nación lo consideraba un traidor y lo repudiaban de tal manera que no le sería posible gobernar de todos modos? ¿Y si aceptaban para rendir sus tropas y luego no cumplían lo prometido? Y lo más importante, ¿y si Zorzal lograba que la Coalición no ganara la guerra?

Muchas alternativas y muchos resultados distintos. Estaba en una encrucijada, y la opción incorrecta lo llevaría al abismo o a la cárcel. Se mordió la uña del índice, pensando una y otra vez sus posibilidades. ¿Qué debería hacer para salir de aquella encrucijada?

—Servius, envía un mensaje urgente a Sadera.

—Claro, Alteza. ¿En qué consistirá el mensaje?

—Será una lista de condiciones a Zorzal para plegarnos a su golpe de estado. Denle también un plazo de dos días a partir de su recepción. Si Zorzal acepta, nos plegaremos a su nuevo gobierno. Si no...

Los presentes se miraron entre sí, nerviosos. Diabo no separó su mirada del mapa en la muralla, ojos de hierro clavados en el nombre de la capital imperial.

—... si no, nos rebelaremos contra Sadera.

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XXXXXXXXXX

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Este de Itálica
1 semana después...
Mediodía

¡¿No se suponía que esto iba a estar despejado?!

¡García, deja de gritar como una PUTA!

¡Silencio los dos, par de imbéciles!

¡Tú a callar comunista de mierda!

¡SILENCIO TODOS POR UN SANTO CARAJO! ¡Y tú, García, deja de gritar como una perra!

Claro, solo porque ahora estás al mando, ¿verdad?

¡Silencio pedazo de mierda! Butler, ¿estás muy lejos? ¡Necesitamos esos refuerzos!

Pero es tan entretenido oírlos pelear. ¿Me harán beberme mi té tan rápido?

—O vienes de inmediato o destruiré todo el suministro de té para estas dos semanas de campo.

Se oyó una tos venir del otro lado de la línea.

No te atreverías.

¿Por qué crees que lo tengo yo? Ahora mueve el culo.

Vale, vale, ya voy.

Y así, la llamada entre los comandantes de los Equipos de Reacción terminó. Al poco tiempo Butler apareció junto a sus hombres por el costado de la formación con la que luchaba el resto, tomándolos por sorpresa y causándoles suficientes bajas como para dispersar sus efectivos. Utilizando al equipo de García en el otro flanco, los soldados de la Coalición lograron rodear una gran cantidad de enemigos, los que, derrotados y desmoralizados, arrojaron sus armas y alzaron los brazos en señal de rendición.

Los comandantes se juntaron al cabo de unos minutos.

—Donoso, escolta a los prisioneros a la retaguardia. El resto, conteo de bajas y reagrúpense. Vamos atrasados con toda esta mierda de enemigos en el camino.

—¿No que se suponía esto iba a estar desocupado? ¿De donde salieron tantos legionarios en esta carretera?

—Ni idea, intentaré averiguar eso. Pero ya vamos atrasados con todo esto: deberíamos estar terminando de cercar a los imperiales de Itálica, pero recién llegamos a la carretera. Preguntaré a Hörnlein que carajos pasa en el resto de la operación, ustedes aseguren un perímetro e instalen vigías.

—Como digas, nazi.

Ignorando la burla de Khoakin, Schmidt se dirigió a su vehículo de mando e indicó a su asistente que buscara contactar con su superior por radio. El resto, por su parte, cumplió las instrucciones de contar las bajas del combate recién habido contra dos millares de saderianos y estableció un perímetro de vigilancia. Al cabo de quince minutos, el major en funciones llamó a reunión nuevamente, esta vez en su semioruga de radio.

—Caballeros, tengo noticias.

—¿Te relevan del mando? —Preguntó Khoakin, una ceja alzada.

—Dije noticias, no desgracias.

—Las desgracias también son noticias —añadió García, una sonrisa astuta en el rostro en lo que chocaba las cinco con su par ruso.

—Muy gracioso... —Schmidt giró los ojos—. Volviendo al tema, la situación cambió. Ya sé porque hay tantos enemigos en la ruta.

—¿Y es porque...?

—El príncipe Diabo, que estaba al mando de las tropas imperiales en Itálica, declaró que se sumaba al golpe de estado en Sadera e inició la retirada para unir sus fuerzas con los golpistas. Cuento largo hecho corto, abandonó el asedio de Itálica, dejó un grupo de sacrificio para ralentizar a nuestras fuerzas y dividió al resto en tres grupos que se retiran por tres rutas distintas para reagruparse con el resto del ejército.

—Entonces, la razón por la que hay tantos enemigos aquí es...

—Son parte del grupo imperial que va camino a Sadera vía Lancia. Como ellos, habrá un montón y medio en camino o que ya pasaron por aquí.

—¿Y qué haremos? —Preguntó Butler, cruzándose de brazos—. ¿Hacer un bloqueo de carretera como el que hicieron en marzo?

—No, tenemos nuevas órdenes. —Schmidt desplegó un mapa sobre el capó de su kübelwagen, señalando puntos con su lápiz—. Hörnlein quiere que giremos y nos encaminemos al este. Nos reagruparemos con el resto del kampfgruppe a quince kilómetros de Lancia y tomaremos el pueblo para establecer un bloqueo del camino.

—¿No hay imperiales en el paso montañoso? —Preguntó Donoso, confundido.

—Lo más probable es que los haya, pero dudo que nos ataquen con tantos números. Deben estar ahí con la misión de no dejarnos pasar, cosa que no tenemos intención de hacer aún. Además, tampoco creo que sea buena idea meter los tanques en el bosque frondoso de ese paso.

—Cierto.

—Aun así, establecernos en Lancia pondrá una gran barrera, pero no frenará todo el paso. Los imperiales que nos rodeen aun podrán llegar hasta sus aliados, pero como será por fuera de la carretera tendrán que abandonar sus cañones o moverlos con magos. Y, bueno, varios intentaran forzar el paso por el pueblo de todos modos.

—¿Alguna idea de cuantos imperiales intentarán venir por acá?

—Ninguna, pero espera al menos un par de legiones.

—Carajo.

—¿No tendremos refuerzos de Itálica? —Intervino Butler, ojeando el mapa—. Sé que el enemigo recién se retira, pero algo deben poder hacer si tienen reserva.

—No parece que vayamos a recibir ayuda. Los imperiales aun tienen los fuertes fronterizos para bloquear los caminos, el sistema de suministros fuera de la ciudad está hecho trizas, y antes de retirarse el príncipe Diabo ordenó un bombardeo de alfombra total sobre la ciudad. La mayoría de las tropas se salvaron, pero la infraestructura quedó hecha pedazos.

Bugger.

—¿No que sus técnicas de bombardeo indirecto eran una mierda? —Preguntó García, confundido.

—Si disparas cientos de cañones a la vez con un mínimo de cálculo matemático de por medio, ten por seguro que le darás a algo —comentó Butler por lo bajo, girando los ojos—. Bueno pues, no hay posibilidad de refuerzos. ¿Cuándo debemos partir hacia Lancia?

—De ser por mí, ayer, pero la verdad es que deberíamos haber salido hace cinco minutos. ¡Vamos, muevan el culo y a sus vehículos, tenemos que estar en el punto de reunión al anochecer!

—¿Por qué no mejor vas y-

—¡Una más y tiro el té frente a la oruga del Panzer!

—... nazi hijo de puta.

El resto observó a Butler maldecir por lo bajo y se largó a reír, dirigiéndose a sus respectivos equipos y rompiendo la marcha de inmediato. Se acercaba el fin de julio y aun quedaba una última pelea para cerrar el ciclo. Como bien dijera Schmidt en otros términos, no había tiempo que perder.

.

.

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Bueno, aquí lo tienen. Siendo aun el 29 de diciembre donde vivo, cumplo con lo de un capítulo por semestre y terminamos el cuarto arco (El Asedio), con Zorzal dando un golpe de estado en Sadera y Diabo retirándose de Itálica. Lastimosamente para ustedes, decidí dejar esta última batalla en off por temas de tiempo (y porque una parte aparecerá en el siguiente arco de todos modos). Las secuelas de casi todas las cosas que se mencionaron pero no mostraron en este capítulo aparecerán después, también, para que no desesperen (tanto).

Y sí, este capítulo es más corto que algunos de los últimos, pero entre mi falta de imaginación en este momento y el hecho de que solo está cerrando el arco, no había muchas ganas de escribir tampoco. El capítulo 16 será, probablemente, el punto álgido del fanfic por un largo tiempo. ¿Podría haber hecho una épica batalla en Itálica? La verdad es que sí, de hecho, di pistas sobre ella durante el capítulo y tenía listos ya algunos elementos para usar en esa batalla, pero por los motivos ya expuestos quedarán como cosas en off (aunque siempre se puede recurrir a los flashbacks más adelante). Y retomando el punto inicial del párrafo, esta longitud de capítulo se acerca más a los que había pre-capítulo 16, así que espérense más o menos esta longitud para los siguientes.

Sin más que decir porque se me acabaron las ideas hasta para rellenar esta nota de autor, los invito a dejar sus comentarios sobre el capítulo.

En fin, nos leemos,
RedSS.

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