Capítulo 15: Not one step Back!
Disclaimer: "GATE: thus the JSDF fought there!" no me pertenece, todo el crédito a su respectivo autor.
. . .
Capítulo 15
Not one step back!
"Retroceder, retroceder, retroceder. Y yo me digo, ¿es que cuando pararemos de retroceder? Ya casi estamos en los muros de Itálica, no nos queda mucho más por retroceder. Se nos acaba la munición de tanto saderiano que matamos, se nos queman las manos de lo tanto que disparamos. Pero sobre todo, lo peor definitivamente es esta lluvia de mierda que no para nunca.
-Oficial estadounidense anónimo."
.
.
.
Estación de Ferrocarriles, Alnus.
Mayo, 1943.
- ¡Por orden del camarada Stalin, quien se retira es un traidor a la madre patria! ¡Todo soldado de la Unión Soviética que se niegue a avanzar, será tomado como un cobarde y ejecutado en el lugar! ¡Quien se resista a seguir órdenes, será pasado por las armas! ¡A partir de este momento, la Orden 2-2-7 está activada! ¡Camaradas, NI UN PASO ATRÁS!
Los soldados avanzaban, algunos desanimados y otros alegres, por el camino de salida de la estación en Alnus, a cuyo costado se encontraba el capitán Chumikov, megáfono "requisado" en mano, junto al comisario Chemikov, quien portaba una gran bandera de la Unión Soviética que ondeaba de vez en cuando. Cada cierto rato, se escuchaba un estruendo, y algunas esquirlas sueltas se colaban por entre las fortificaciones para alarmar a los numerosos nuevos reclutas que llegaban desde lugares tan dispersos como Siberia y Polonia. También a un costado, cerca del par anunciante, se reunían otros oficiales, casi todos de los escasos servicios de retaguardia en Alnus que pertenecían al Ejército Rojo, comentando sus situaciones o quejándose de lo poco que podían hacer.
- ¡Por orden del camarada Stalin, quien se retira...
- Los problemas se siguen acumulando – contaba uno de los oficiales allí reunidos, viendo como los suboficiales entregaban el equipo a los soldados que llegaban por oleadas. – Los últimos trenes de suministros se vieron golpeados. Logramos salvar el vodka y el equipo médico, pero...
- Pero... ¿qué? ¿Acaso...?
- ¡Fórmense en dos filas! ¡La de la izquierda recibe un rifle, la de la derecha las balas! ¡Si el de la izquierda cae, el de la derecha toma el rifle! ¡Si el de la derecha cae, el de la izquierda toma las balas!
- Así es. Golpearon los contenedores de armas y municiones. Agh... de nada nos sirve tener reservas preparadas de antemano si llegan sin armas ni municiones....
En un punto cercano, un coronel soviético terminaba de informar a los oficiales de su recién llegado regimiento sobre lo que harían durante el día y hasta las siguientes órdenes, sus palabras siendo acompañadas por señalizaciones en un rudimentario mapa de la zona de Alnus hecho a mano.
- ¡...momento, la Orden 2-2-7 está activada! ¡Camaradas, NI UN...!
- Y para terminar, camaradas, solo voy a recordarles que estas dos posiciones deben estar tomadas al finalizar el día. El alto mando de la STAVKA quiere que al final del mes hayamos tomado nuestra parte de las colinas en Alnus, y partiremos tomando la primera antes de que acabe la semana. Bien, ¿preguntas?
Un capitán caucásico en la primera fila levantó la mano.
- Camarada coronel, me parece que las instrucciones fueron muy poco claras, y que las órdenes no se ajustan a la situación allá en el frente. ¿Sería posible cambiar la ofensiva o pedir ayuda a la artillería?
El coronel levantó el brazo, pistola en mano, y encajó un tiro al oficial entre ceja y ceja. Luego, señalando el cuerpo miró a otro situado justo detrás.
- Teniente Korovich, usted toma el mando.
- ¡Gracias, camarada coronel!
- Ahora vayan, el ataque comienza en 10 minutos. El resto de la división irá detrás de nosotros, no teman en mostrar que son los mejores soldados de la Unión Soviética.
- Da, ser!
Y mientras la camarilla de oficiales se dirigía a sus puestos para dirigir a la tropa, pasando junto a Khoakin y los oficiales de logística, una granada de cañón imperial estalló en el aire, por sobre las defensas y justo encima de los tres grupos. Los soldados y suboficiales se quedaron paralizados, sin saber como reaccionar ante la ocurrencia, pensando en que harían si mataban a todos esos oficiales soviéticos de la nada momentos antes de un nuevo ataque.
Khoakin, sin apenas haberse inmutado por el evento, siguió hablando, devolviendo a los reclutas a la realidad y animando indirectamente (el comisario cercano tuvo probablemente mucho que ver) a que los oficiales cercanos se levantaran, quitaran el polvo, y se dirigieron a sus puestos, alguno que otro pasando por el hospital cercano para aplicarse un vendaje rápido. Dos minutos después, el ex capitán de los Equipos de Avanzada le cedió su herramienta al comisario, dirigiéndose, entre miradas de admiración de la tropa por su temple de hierro ante la ofensa imperial, hacia el hospital, donde entró sin mediar muchas palabras y se dirigió hacia el primer médico que encontró.
- Necesito que me atiendas rápido.
El médico lo revisó rápidamente y negó con la cabeza.
- No tengo tiempo. Solo atendemos a heridos reales, no imaginarios.
Khoakin no cejó en su empeño y desenfundó su pistola. – Oh, te aseguro que la herida que tengo es una muy real, y puede que prefieras no añadir una a tu cuerpo. Ahora, vamos al quirófano.
El médico, intimidado ante la calma del oficial (y el arma que le apuntaba), le hizo caso, asombrándose cuando, al recostarse el segundo, le vio incrustado en la espalda un pedazo de metralla de una granada imperial.
.
XXXXXXXXXX
.
- ¡Avancen, soldados, avancen! ¡Vamos! – Gritaba un oficial a las afueras de las fortificaciones de la estación, animando a los soldados a seguir adelante.
- ¡Teniente, no tengo arma! – Le reclamó un soldado, claramente asustado por su estado.
- ¡Pues busque una! – De un empujón, el teniente lo colocó de vuelta a la fila. - ¡Vamos, por la madre patria!
El soldado se juntó con los suyos, avanzando lentamente por las trincheras hacia el campo de batalla que se vislumbraba cruel a lo lejos. Explosiones, proyectiles, balas y gritos se alzaban desde su caos, mientras que a lo largo del camino veía camilleros trayendo a los heridos para ser atendidos, aunque el paisaje más usual era verlos abandonados a ambos lados de la ruta, fuera del peligro inmediato pero expuestos a todo lo demás que les llegara.
La estación estaba cerca de la puerta soviética. La distancia que la separaba de los ahora derruidos muros estaba cubierta de trincheras y cráteres, las primeras usadas por los médicos, los segundos por los artilleros. Los comandantes que no requerían ir al frente se quedaban en los puestos de mando subterráneos, con vista al exterior facilitada por la trinchera inmediata, y su cercanía al muro dependiendo del nivel organizativo de su unidad. Al otro lado del concreto y la otrora grandeza defensiva del fuerte, una cadena de colinas a cuyos pies se acumulaban los restos humanos y no humanos, y en cuyas faldas los cadáveres imperiales y de la Coalición se amontonaban en proporciones colosales. En esa específica parte del frente, en la colina más cercana a las murallas, las columnas soviéticas se estrellaban contra una defensa obstinada por parte de los Saderianos, quienes a base de prueba y error lograron montar un sólido aparato defensivo que, sin embargo, carecía de los hombres necesarios para mantenerse eternamente, especialmente si no lograba reforzarse de las otras colinas producto de la artillería.
Y los oficiales de ambos bandos lo sabían.
Al sonar de los silbatos y los gritos, las tropas saltaron de sus coberturas, banderas en cabeza, y se lanzaron a la carga, una cortina de proyectiles explosivos cayendo sobre ellos y sus enemigos. Boquetes se abrían en sus líneas, y algunos imperiales cayeron, pero ninguno cejaría por tan poco sacrificio. Saltando sobre sus caídos camaradas y al son de los "Urrah!", los asaltantes se acercaban a las filas de los imperiales frente a ellos. Los que llevaban el rifle, disparaban. Los que llevaban las municiones, las pasaban cuando se acababan. Cuando un usuario de rifle caída, se peleaban por el arma. Cuando alguien que llevaba balas moría, nadie lo notaría.
La distancia entre ambas fuerzas se acortaba.
Trescientos metros.
Los fusiles imperiales dispararon desde sus defensas.
Doscientos metros.
Los cañones imperiales ya no disparaban, para no matar a sus propias tropas.
Cien metros.
La propia artillería cesó su fuego, para no malgastar sus disparos.
Cincuenta metros.
Las espadas y lanzas imperiales aparecieron, colocándose donde estuvieran los fusiles antes de retirarse estos a segunda línea.
Cinco metros.
Con un último grito, los soldados soviéticos se abalanzaron sobre los saderianos.
XXXXXXXXXX
No sabía bien que pasaba. Solo se concentraba en el uniforme. Bueno, más bien en el uniforme enfrente suyo.
Se agachó, esquivando una lanza. Clavó su propio cuchillo sobre su enemigo, robando su espada y atacando a otro incauto en esa refriega. Cargó contra un tercero, derribándolo y afirmándolo contra el suelo para evitar que se levantase. Recibió un duro cabezazo de parte del legionario, quien luego lo empujó y se preparó para empalarlo, solo para morir de un tiro errado a otro de sus compañeros. No creyendo su suerte, tomó el arma del recién fallecido para seguir avanzando, no dando ni veinte pasos cuando tuvo que defenderse de una nueva agresión. Retrocediendo un poco, alcanzó a encontrar un claro en la confusa masa de gente que peleaba entre sí, donde sus camaradas se reagrupaban lentamente con los heridos en el centro, una muralla de picas, lanzas, espadas y fusiles protegiéndolos en toda dirección de las embestidas enemigas. Aprovechando un momento de confusión, logró meterse dentro del grupo, desesperadamente buscando a quien estuviera a cargo de la situación.
- ¡Camarada sargento! ¡Cabo Letnovich reportándose señor!
- ¡Me importa una mierda! – Respondió agitado el susodicho superior jerárquico. - ¡¿Está herido?! – Negó con la cabeza. – ¡Pues tome un arma y únase a la defensa!
Asintiendo, inhibido, el cabo tomó un fusil tirado en el suelo cerca suyo y corrió junto a sus compañeros de regimiento en el escaso perímetro que tenían asegurado. Disparando tan rápido como podía, poco a poco los imperiales cejaron en su intento de penetrar el círculo de filos y fusiles que protegía u cada vez más amplio número de heridos. Lentamente, el lugar se iba despejando de saderianos, dejando a los soviéticos, la mayoría dentro de su grupo, como los dueños del campo.
- Lo hicimos... ¡lo hicimos! ¡Lo tomamos, camaradas! – Gritó un soldado. En pocos segundos, la mayoría de los allí presentes celebraba la hazaña, sin preocuparse de vigilar adecuadamente sus alrededores ni acordándose que solo era la primera línea defensiva del aparato enemigo. Quienes recordaron ese pequeño detalle, se giraron desesperados hacia la cima, más concretamente hacia la siguiente línea de defensas, encontrándose...
...con una muralla de fusiles apuntándoles.
- ¡Cuerpo a tierraaaaaa!
Un estruendo acalló esa porción del campo de batalla. En cuestión de segundos, lo único que se logró escuchar fueron los sonidos sordos de varios cuerpos cayendo, y de los heridos que gritaban por sus heridas recién hechas. Apenas empezaban a procesar lo que ocurría, cuando una segunda línea de fusileros imperiales apareció detrás de la primera y apuntó decididamente sus armas. Apenas hubo tiempo de una segunda advertencia, antes de que los recién aparecidos abrieron fuego.
- ¡Aaaaaaahhhhhh!
Todavía más cuerpos cayeron al suelo, y numerosos soldados más cayeron heridos. Los suboficiales reaccionaron y empezaron a gritar órdenes a los escasos soldados que quedaban, pero la primera fila de fusileros imperiales apareció nuevamente y volvió a abrir fuego, volviendo a barrer la zona. Al estar exclamando órdenes, los suboficiales se volvieron un blanco distinguible y fueron víctimas de una mayor intensidad de disparos. Los pocos soldados que quedaban, apenas conscientes de su entorno, comenzaron una alocada fuga a campo traviesa, con el fin de llegar a sus líneas y a la seguridad relativa que ofrecían estas lo antes posible. Nada les importó dejar a los médicos o enfermeros atrás, mucho menos les preocupó no pisotear a los heridos que quedaban en el camino. Su afectada mente solo les gritaba que buscaran seguridad cuanto antes, y la única fuente de la anhelada seguridad estaba detrás de aquellos muros de cemento que alguna vez conformaron el fuerte de Alnus, fuerte que ninguno de ellos alcanzó a conocer en su existencia como tal. Los imperiales, aliviados, los dejaron ir, pues sabían lo que les pasaría y preferían ahorrar sus propias municiones para el siguiente ataque.
Los desembaucados soldados estaban a poca distancia de los muros. Allí, detrás de las grietas y aberturas, esperaban los oficiales con sus destacamentos de retaguardia junto a los comisarios y sus ayudantes, los últimos con megáfono en una mano y la pistola en la otra, todos observando y esperando detrás de sacos de arena y protecciones similares.
Los comandantes imperiales en las colinas se prepararon para ver nuevamente el espectáculo, uno que todavía no se acostumbraban del todo a apreciar.
- ¡Por orden del camarada Stalin, quien se retira es un traidor a la Madre Patria! ¡Recordad la orden 2-2-7! ¡Volved y pelead, joder! – Gritó el comisario guarnecido tras la grieta del muro, desde donde veía correr a los aterrados soldados. Negando con la cabeza, le dio una corta inclinación de cabeza al sargento que manejaba la ametralladora de la guarnición, el cual solo devolvió el asentimiento y, sin muestra de duda alguna, abrió fuego sobre la masa de soldados de su propia nación que corría hacia él. Estos empezaron a caer como moscas ante un insecticida, varios sin poderse creer que les dispararan desde sus líneas y creyendo erróneamente que les disparaban los imperiales por la espalda y la ametralladora los defendía, acelerando la marcha hacia su muerte. El resto del destacamento mixto del NKVD y del Ejército Rojo abrió fuego con sus fusiles, subfusiles y demás armas personales, terminando de aniquilar a los soldados que se retiraran alocadamente desde el cerro que debían atacar.
Así, sin mayor gloria, terminó el ataque de uno de los batallones del regimiento recién llegado a Alnus a la primera colina objetivo de la Unión Soviética. Sin inmutarse y despreocupándose de los restos de la unidad que quedaran detrás suyo, principalmente unidades de apoyo o mando, el comisario dio el visto bueno a la retaguardia para que enviaran la siguiente unidad del regimiento al ataque de la colina. Cada nuevo ataque debilitaba las defensas, como el hecho de que conquistaran la primera línea por tercera vez confirmaba, y en solo algunos ataques más lograrían tomar la posición finalmente. Convencido de su razonamiento, el comisario y su ayudante azuzaron a las tropas del siguiente batallón que avanzaba al ataque de la colina, quienes, inconscientes de la masacre acontecida contra sus propios camaradas en aquella zona, respondían confiadamente a las palabras de sus superiores, cargando contra la reconquistada primera línea de defensa imperial en la colina.
Y el ciclo se volvía a repetir.
XXXXXXXXXX
Palacio del Príncipe Zorzal. Sadera.
- El asedio de Itálica prosigue lento pero sin descanso, su alteza. El enemigo está contra las cuerdas, y hemos logrado interrumpir el tráfico de sus trenes lo suficiente como para que eviten atacar nuestras patrullas, salvo que sea observadoras de artillería. En ese caso, solo lo harán cuando sea evidente que son observadores.
- ¿Y el fuerte en el camino?
- Apenas realiza salidas. El enemigo se ha reducido a usar patrullas de caballería en las cercanías, y usar trenes protegidos para el resto. No parecen ser capaces de mucho más.
- Entiendo... ¿situación en Alnus?
- Desarrollándose. Mantenemos el asedio, aunque el enemigo en algunos sectores a pasado al contraataque. Es una batalla fanática, señor... la decisión de los nuestros por recuperar el suelo sagrado... el ímpetu enemigo al contraatacar por sus propios muertos... el desosiego que produce la masacre al disputarse un pedazo de tierra... nunca había visto nada así... ni siquiera en las guerras de exterminio he visto semejante crueldad...
- Entiendo. Puedes retirarte.
El consejero militar hizo una ligera reverencia y se retiró del despacho. Zorzal quedó solo, observando un mapa de la zona en guerra, pensando para sus adentros que hacer ahora. Tenían al enemigo acorralado contra las rejas, pero la resistencia en el punto más importante, Alnus, no hacía más que incrementar. Aunque no daba la apariencia, los recursos del Imperio no solo eran escasos, sino que también eran difíciles de transportar: a duras penas lograban hacer llegar suministros al frente de Alnus por caminos secundarios o a campo traviesa. Era vital que tomaran aunque fuera una porción del camino Alnus-Itália, de lo contrario, sus suministros seguirían llegando atrasados al campo de batalla principal. El camino sur, a través de Elbe, tampoco ayudaba, pues el río seguía siendo un campo de batalla inestable que provocaba que cualquier intento de transporte fuera un suicidio en potencia.
Con una decisión tomada, la cabeza rubia del príncipe heredero se encaminó hacia el mapa clavado en la pared, clavando su vista a meros centímetros de este en lo que sacudía una campanilla. Un ayudante apareció a los pocos segundos, arrodillándose junto a Zorzal.
- Mande, su alteza.
- Comunícale a mi hermano Diabo que lo necesito aquí lo antes posible. Me da igual que esté en un banquete, en una reunión o acostándose con una concubina. Trae también a Lexor Un Voris, misma urgencia.
El ayudante respondió afirmativamente y se retiró. Al rato, ambos individuos se encontraban en el despacho, en distintas calidades anímicas. Lexor estaba calmado, comprendiendo que era un tema relacionado con la guerra, mientras que Diabo simplemente estaba irritado de haber sido interrumpido de la que fuera que estuviera haciendo. Parecía claro que le disgustaba el poder del que gozaba su hermano, aunque no se vislumbraba si era algo reciente o de hace tiempo.
Zorzal se encontraba terminando de redactar unos pergaminos, por lo que les pidió unos segundos para finalizar. Dejando su pluma en el tintero, les colocó su sello personal y se los entregó a un ayudante que esperaba nervioso a un costado, al ver entrar a ambas personalidades. Al recibirlo, se excusó y rápidamente salió de la sala al trote, dejando a los tres altos cargos solos. Unos pocos segundos después, Diabo ya se encontraba apoyando ambos brazos en el escritorio de su hermano mayor, mientras Lexor observaba a respetable distancia.
- ¿Necesitas algo, hermano? No es común de ti llamarme tan repentinamente. – Aunque la pregunta era genuina, Zorzal pudo distinguir cierta molestia en el tono. Comprendiendo lo apresurado de la interrupción, decidió dejar pasar la afrenta.
- Tengo algo importante que comunicarles. No creo que podamos extender la situación en la guerra mucho tiempo más – dejó caer su preocupación como si nada. – Cada vez nos cuesta más llevar suministros y repuestos, y no hemos podido asegurar ningún terreno vital ni en el norte, ni en Alnus, ni en el sur. Necesitamos un cambio.
- ¿Y que sugiere, su alteza? – Preguntó firme, pero curioso, Lexor, manteniendo su distancia.
Zorzal paseó su mirada por ambos – Iré personalmente a tomar el mando de las tropas en Alnus, dirigiendo la batalla desde allí. Me llevaré a las dos nuevas legiones de mis escuadras conmigo y recogeré a la primera en Lancia, que debe haber terminado de reagruparse y reforzarse. Antes de irme, necesito que ambos sepan que requiero – miró a Lexor – o pido – miró a Diabo – de ustedes.
El mensaje era claro. A su hermano le pedía que hiciera algo. Al general le ordenaba ese algo. Sutil, pero importante diferencia, considerando el cargo que tenían.
- A ti, Diabo. Tengo entendido que quieres estrenar tus tropas, especialmente con esos nuevos "juguetes" que obtuviste. – No había que decir algo más para entender que esos "juguetes" eran armas, lo más probable de la última tecnología. – Me gustaría que te dirigieras al cerco de Itálica. Tu tarea es romper las murallas y comenzar la captura de esa ciudad cuanto antes. Si accedes, te daré una carta que te otorgará el control de las tropas en el campo durante la operación. Tengo generales que se encargarán del combate urbano, por lo que tu trabajo será solo irrumpir en las murallas.
- Hum... ya veo... en ese caso, acepto gustoso el trabajo. Dame unos tres días para prepararme a mi y a mi legión. – Respondió con una sonrisilla ladina el segundo príncipe. Zorzal, por toda respuesta, sacó una carta de su escritorio, con su sello personal, y se la entregó a Diabo, a quien la sonrisa se le fue de la cara y fue reemplazada por una mueca de molestia ante la implicancia del hecho.
- Tienes dos días. Puedes irte.
- Antes de eso, ¿qué le ibas a pedir a Lexor?
- Ah, cierto. Lexor, tu tarea será ocuparte parcialmente de mi trabajo aquí mientras no esté. Tu puesto como líder del Órgano Administrativo debería dejarte sencilla esa tarea. Necesito, y que esto quede en secreto, que a las peticiones mías o de Diabo les des prioridad por sobre las demás. De ser posible hazlo sigilosamente.
- Entendido, su alteza.
- Eso sería todo. Pueden retirarse.
Diabo dio un asentimiento en lo que Lexor hizo una pequeña reverencia. Por cuestión de respeto, Lexor permitió a Diabo salir primero, justo a tiempo para que Zorzal le colocara sigilosamente una carta entre sus ropas.
- Si eres atrapado – le comentó en voz baja. – Esa carta contiene mi autorización para la prioridad de órdenes. Daría la orden ahora, pero no quiero enemistarme más con los generales comprados por otros nobles o muy orgullosos en este momento. En su mayoría estorban ya demasiado el esfuerzo de guerra.
- ¿Desconfía del segundo príncipe, su alteza?
- Solo lo suficiente. Con asuntos delicados no se puede estar muy seguro. – Comentó mientras observaba el pasillo vacío. - Puedes retirarte. Saldré mañana al amanecer con mis tropas.
- Entendido. Hasta luego, su alteza – haciendo otra pequeña reverencia, el alto mando imperial desapareció por los pasillos. Zorzal volvió a encerrarse en su despacho, donde empezó a buscar archivos, y algunos, lanzarlos al fuego.
.
XXXXXXXXXX
.
British HQ, Río Roma.
Las pérdidas no hacían más que amontonarse. Al menos servían como protección. Donde quiera que viera, había cadáveres de marines británicos acumulados en las defensas, usados para tapar aperturas o para camuflar a los que quedaban vivos. Más allá, en el delta del río, dos cascos de destructores (uno británico y uno japonés) bloqueaban parcialmente el avance de las cañoneras imperiales, dejando solo un pequeño corredor a contracorriente como acceso al río – mismo que se hallaba cubierto por su artillería. De vez en cuando algunos observadores saderianos se subían a los abandonados restos para hacer de observadores, pero algunos disparos oportunos, unidos al uso de patrullas, bastaban para expulsarlos en cuestión de minutos. Los marineros, antes de encallar sus dañados navíos producto del fuego de las baterías pesadas saderianas, sacaron todos los cañones y ametralladoras que pudieron, destruyendo el resto con los explosivos a mano. Era muy lastimoso decir que esa era la mayor parte de su parque de artillería, pero era lo que había y su trabajo no era quejarse. O al menos, espera que no pasara a ser eso.
Después de todo, el teniente coronel Rayleight no estaba seguro de si lograría mantener todavía su posición.
En la misma habitación que hacía de centro de mando (una precariamente construida en un bunker subterráneo, por lo demás) se encontraba él, su equipo de mando y un enviado por los marines americanos, el mayor Chaffin. Este simplemente hacía una labor de mensajero, puesto que las comunicaciones se encontraban parcialmente cortadas en su mayor parte. De verdad se parecía a la Gran Guerra de hacía más de veinte años, para desmedro suyo y de la mayoría de los comandantes. Las noticias trasmitidas, por otra parte, eran igual de alegres que las de aquel tiempo de antaño.
- ¿Se replegaron? – Preguntó, por toda confirmación.
- Así es, señor. Al menos dos legiones enemigas llegaron de refuerzo. No tenían muchos cañones, pero sus solos números les permitieron abrir una cabeza de puente, una que se ensanchó en cuestión de horas. El coronel a cargo ordenó un repliegue a segunda línea, lo que permitió salvar a nuestros hombres de ser aniquilados, aunque los imperiales ahora están también en este lado del río.
- ¿Alguna orden del mando?
- Que mantengan las posiciones todavía defendibles y abandonen el resto. Varios comandantes sacaron a sus tropas de posiciones defensivas intermedias, junto con algunas unidades del frente, para formar grupos de contraataque. Planean recuperar el cruce mañana o pasado.
- Entiendo. Por suerte para ustedes, nosotros no planeamos retirarnos. Tenemos un sólido aparato defensivo y no estamos muy cerca de la brecha. Puedo prestarles algunas piezas de artillería si lo necesitan.
- Negativo, señor. Solo venía a comunicarle los hechos y a constatar su postura. Le diré al general Smith que planea mantener la defensa del río.
- Muy bien. – El británico observó como el oficial norteamericano se disponía a salir. – Yo esperaría a la noche para volver si fuera usted. Bastante meollo ya nos causó viniendo aquí de día.
- ¿Disculpe, señor?
- Escuche.
La sala quedó en silencio. Entonces, suavemente, como para no irrumpir la atmósfera, se escucharon los sonidos retumbantes de los golpes de la artillería. De vez en cuando se percibía también el sonido de los cañones propios, los que efectuaban un preciso pero exiguo fuego de contrabatería hacia los imperiales. Ambos oficiales escucharon durante unos segundos más, para que luego Rayleight volviera a tomar la palabra.
- No recomiendo salir hasta que sea lo suficientemente oscuro como para que no lo vean, o al menos decidan no gastar municiones. No atacarán, este comandante imperial es listo. Esperará hasta que lancen el contraataque en la cabeza de puente para atacar, momento en el que nuestros escasos recursos se concentrarán allí. – No pudo evitar una sonrisilla en su desgastado rostro. – Pero lo que no sabe, es que nosotros no aportaremos a eso. Que venga con los suyos, los esperamos con los brazos abierto... y una ametralladora Bren al pecho.
.
XXXXXXXXXX
.
Itálica.
El asedio era lo peor. Apenas ya llegaban medicamentos o comida. Las fosas comunes estaban atestadas de cadáveres a medio enterrar, y si bien las defensas construidas alrededor de la muralla histórica de Itálica se mantenían de momento, aun no tenían idea de si tendrían que trasladarse pronto al interior de las murallas que a duras penas resistirían un embate como ese. Y no era por quejarse por profesión, pero el tener las patrullas imperiales tan cerca, observándolos frente a frente, y no poder dispararles por tener que ahorrar la munición... era exacerbante, por decir lo menos.
¡BAM! Se hoyó un estampido. Los caballos imperiales se agitaron, uno corriendo alocadamente a lo lejos, dos jinetes persiguiéndolo para evitar perderlo. El resto de la patrulla observó atentamente las filas de la Coalición, solo para retirarse siguiendo los pasos de sus compañeros y el caballo errante. No era difícil saber que sucedió.
Francotirador.
Incluso en la Gran Guerra eran reconocidos por ser imprevistos, siempre esperados, nunca detectados. Aquí no eran mejores. Seguro que en la Tierra de Nadie, detrás, o tal vez incluso dentro, de sus líneas, había alguien regocijándose de haber derribado a un bastardo más, usando tan solo un tiro. Los francotiradores eran, después de todo, los únicos autorizados para gastar munición sin que hubiera un asalto contra las defensas.
¿Pero ahora? No podía importar mucho. ¿Qué era un muerto imperial, sino otra cifra más que agregar al resultado de las escaramuzas alrededor de Itálica? Con suerte el enemigo intentaba tomar los muros por asalto. ¿Para qué arriesgarse? Si solo tenían que sentar allí, cómodos, hasta que ellos murieran lentamente de hambre, bebiendo de la cada vez más escasa lluvia en lo que rezaban por ver aparecer algún tren intacto que pudiera llevar y traer cartas y comida. Nada más, nada menos. Cartas y comida.
...
Heh. Incluso las respuestas a las cartas eran un lujo ahora.
Hubo movimiento unos metros a su izquierda. Alguien se deslizó silenciosamente en la trinchera desde algún punto más atrás, camuflado con colores verdes y marrones y armado con un rifle con mira telescópica. Era el francotirador que había disparado, sin ninguna duda. Con un chasquido de lengua, se dejó caer a su lado, suspirando flojamente.
- Tenía la esperanza de que el caballo corriera hacia nosotros. Puede que la carne fuera dura, pero es carne al final del día. Cualquier cosa mejor que seguir comiendo estas porquerías de medias raciones.
- De acuerdo contigo. Al menos podrían llegar en una pieza, pero es muy desagradable comerlas cuando vienen abierta y con un fragmento de granada adentro. Los más suertudos reciben una partida a la mitad.
Ambos se relajaron debajo de una cobertura. El cielo estaba gris, y pareciera que llovería de nuevo. Los soldados empezaron a buscar sus armas y mantas para refugiarse de lo que se aproximaba, mientras algunos renunciaban a sus preciados cascos con la idea de obtener aunque fuera unos gotas para beber antes de la siguiente batalla.
Se preguntó cuanto de esos seguirían vivos si había otro ataque de artillería. Probablemente no fueran muchos. No es que importara.
.
XXXXXXXXXX
.
Alnus.
El comandante imperial de la reformada VI. Legión, Marcus van Alexander, se hallaba en su cuartel general, a cierta distancia de la carnicería que ocurría en Alnus. No dejaba de pensar en como solucionar sus múltiples problemas, y no necesariamente de forma convencional. En el exterior de su "campamento" subterráneo, mandado a construir especialmente para disminuir los efectos del ocasional ataque de artillería enemigo (cosa que, a diferencia suya, otras legiones tuvieron que aprender a la mala manera, con varios reemplazos de emergencia en las primeras semanas), se podía observar a un grupo de miembros del Cuerpo Logístico Imperial tratando de mover las pesadas piezas y repuestos de artillería a través de la blanda (y en ocasiones pantanosa) tierra que rodeaba el campo de batalla. La temporada de lluvias estaba empezando su apogeo, y no tardaría en provocar que el campo de batalla fuera intransitable para nada más pesado que un caballo. Quizá incluso menos. Paseándose de un lado a otro, observaba con impotencia a las bestias apenas pudiendo mover las pesadas piezas metálicas. Su único consuelo era que apenas llegaban repuestos, por lo que no había una sobrecarga de trabajo. Lo lastimoso era que con esa escases aun así había problemas.
Su mirada vagó, curiosa, a un grupo de magos imperiales que movían cajas con suministros. Estos eran magos cuyo trabajo era la mantención, instalación y demás cosas relacionadas con armamento mágico que no fuera el operarlos directamente (pues esas personas eran soldados imperiales entrenados). Observó, fascinado y anonadado, como los magos usaban sus poderes para mover tablas y pasar sobre ellas y, a medida que avanzaban, colocar las tablas pasadas en frente de ellos nuevamente. El camino era mucho más fluido, y no se veía extremadamente complicado. Su rápida mente se puso a trabajar enseguida, y en cuestión de segundos estaba en búsqueda de sus ayudantes. Estos, en su mayoría, se encontraban ayudando a los ingenieros imperiales con el traslado de los repuestos, por lo que sudorosos y todo tuvieron que cuadrarse e inclinarse ante su superior.
- No hay tiempo para formalidades – el tono apremiado en el que Marcus habló les dejó en claro que había urgencia. Todo se debería hacer a la mayor celeridad posible. Marcus también llamó a los jefes locales de los ingenieros. – Tengo dos ideas que usaremos para acelerar el movimiento de suministros. La primera serpa la construcción de un camino. Basta con que sea de piedra o adoquines, de forma que aguante mejor las lluvias sin sacrificar mucho tiempo ni recursos. – Todo el grupo asintió ante la lógica. – Segundo: Haremos algo parecidos a los magos en lo que los caminos están listos. – Señaló a los magos, a varios metros de ellos, quienes seguían usando su particular mecanismo. – Tendremos que buscar piedras largas que nos sirvan, o simplemente usar madera. Tal vez podamos encargar madera resistente al agua, encantada, o bloque de piedra desde la capital. De esa forma podremos quitarnos de encima este barro.
- Con todo el respeto, señor, no tenemos suficientes personas para realizar toda esa tarea. Solo podríamos hacer una a la vez, pero de esa forma sacrificaríamos la otra orden.
- Hum... - Marcus pensó sus opciones. Era verdad lo que decía el jefe de ingenieros. Y no pensaba sacar tropas de Alnus, pue con suerte lograba mantener sus posiciones y mantener el asedio. Fuera de ideas, pensaba cancelar su segunda orden para priorizar la primera, cuando vio a una patrulla regresar del campo de batalla. No fueron sus rasgados uniformes o dañadas armas las que le llamaron la atención, sino los prisioneros que llevaban entre ellos. Personas con uniformes verde oliva rasgados, con algunas heridas, y las manos en alto, conducidas al campamento de prisioneros. Una idea nueva apareció en el cerebro de Marcus, una que, por muy poco ética que fuera, tendría que aplicar si buscaba ganar esta batalla. Mirando de nuevo a sus expectantes interlocutores, siguió hablando, seguro de si mismo.
- Haremos ambas cosas. Saquen bestias de Anlus para las partes que requieran mayor fuerza bruta. Para el resto... usaremos a los prisioneros.
- ¿A los prisioneros, señor? ¿Está seguro?
- Sé que es poco ético y podría enojar a algún superior mío, pero me da igual. Necesito esos cañones en Alnus, y los necesito YA. Ayudantes, envíen mensajes a Sadera pidiendo los materiales para hacer los caminos. Yo personalmente iré a encargarme de "convencer" a nuestros prisioneros. Y usted – miró al jefe de los ingenieros imperiales – Prepárese para acelerar el ritmo. Tenemos que estar aunque sea algo avanzados en el proyecto antes de que lleguen las fuertes lluvias. No tenemos tiempo que perder.
Asintiendo todos, cada grupo salió en dirección distinta: el jefe de ingenieros hacia los repuestos, los ayudantes hacia el centro de mando, y Marcus hacia los prisioneros.
Como bien dijo, no había tiempo que perder.
. . .
N/A: Poco que añadir aquí. Lo habrán notado en el anterior, pero a partir de ahora los capítulos tienen una obvia mejora en calidad y orden. Esto fue en parte porque empecé a dedicarle más trabajo a la escritura, lo que incluye más tiempo entre capítulos, de modo que pudiera sacar unos de mejor calidad. Otra cosa que recordar: cada capítulo abarca un mes cronológico. Verán la importancia de eso con el 16 (Dios los cuide ante dicho capítulo aún no terminado).
Nos leemos,
RedSS.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top