Capítulo 3
⚠️Cap. Largo.
A las siete de la tarde, Sam empezó a bajar desde la cuarta planta de donde vivía con sus tíos para dirigirse a la primera planta del edificio a través de las escaleras hasta el piso de Tabita. Tenía la absurda idea de que esas escaleras le daban suerte.
Sonrió al pensar en el motivo.
Una vez, hace once meses decidió ignorar el ascensor y bajar por las escaleras y ahacerlo se topó con la mayor de las sorpresas de su vida y desde ese entonces ya solo usa ese tramo de escalones.
Algo tintineó en sus bolsillos, eran las llaves de Tabita. Reía como un bobo al rememorar sus mejillas sonrojadas cuando le dió una copia de las llaves de su piso "por si surgiera algún imprevisto"...
Como siempre, se lo pensó mejor lo de entrar sin avisar utilizando sus llaves. Mejor llamaría. Después de todo, Tabita es una chica, a ver si la pilla en bolas o algo peor...
<<...Con un tipo en el salón...>>
Hizo una mueca de desagrado y apartó de su mente la imagen de Tabita con otro. Consideraba inaceptable pensarlo siquiera. Tabita era para él una princesa graciosa e intocable. Para él y para cualquiera.
No pudo evitar rememorar entonces laprimera vez que la vió:
Fue en aquel mismo rellano cuando él iba bajando hacia el portal por las escaleras y la vió allí, haciendo malabares con varias cajas en sus brazos, a la vez que despotricaba abiertamente e intentando abrir la puerta. Todo al mismo tiempo.
Era como ver el sol al amanecer de una oscura noche. Hermosa.
Él se acercó rápidamente y sujetó dos cajas al vuelo al tiempo que caía la tercera abriéndose y desparramando un sin fin de cables por el suelo.
Ella acalló sus improperios en el mismo instante en que lo vió. Lo observó con una mezcla de sorpresa y confusión con unos ojos verdes grandes y de mirar profundo. Unos segundos después tan solo se agachó para recoger los cables. Sam hizo lo mismo bajando las cajas al suelo.
—Gracias. —dijo ella sonriendo y apartando unos mechones de cabello rojizo y ondulado de su cara colocándolos tras la oreja.
De cerca era aún más preciosa. Y que sonrisa...
—No me he dado cuenta de que hubiera alguien. —Continuó.
Su voz era tan cálida cuando no estaba diciendo improperios.
Sam procuró con todas sus fuerzas echar mano de su vena caballerosa y contestar.
—De nada. ¿No crees que era mejor bajar las cajas antes de abrir la puerta?
Ella arrugó la nariz e hizo un mohín de vergüenza.
—¿Has oído hablar de la perdida de razonamiento bajo presión?
—Sí... —Consiguió decir.
—Pues esta escena lo describe perfectamente. —Sam rió quedamente de su descripción.
Además era lista.
Terminaron de recoger y Sam sujetó las tres cajas juntas.
Observó que la superaba varios centímetros. Pero ella era más bien alta...
<<...Qué importa eso ahora. Concéntrate Lambert...>>
—Inténtalo ahora —dijo ofreciéndole sus llaves.
Ella rio divertida, cogió el llavero y abrió la puerta.
Dentro estaba todo desordenado. Cajas y más cajas por todas partes.
—Vaya... —musitó él.
—Sí, es una leonera. Puedes dejarlas en cualquier parte.
—Oh, sí. —Bajó las cajas en una esquina.
—¿Vives aquí? —Preguntó ella.
—Sí. En el cuarto piso. Me llamo Sam. —Le tendió la mano.
—Tabita. Encantada. —Ella se la estrechó.
—Lo mismo digo. —Susurró sin dejar de mirarla a los ojos.
El contacto de su piel era suave y electrizante. Y sus ojos eran de un tono verde cautivador, como el de las ojas secas en otoño, muy bonitos. Bueno en realidad todo en ella era bonito.
—Soy la nueva vecina. —Anunció ella tras soltar su mano.
—¡Eso estupendo!
<< Demasiado entusiasmo. >>
Pero desde luego que lo era... De no ser por un detalle.
—¿Qué es estupendo? —Pronunció una voz nasal desde la puerta.
Ese detalle.
—¡Hola! —Dijo Tabita con las manos en los bolsillos traseros de sus vaqueros.
—¿Qué haces aquí Sam? Tuve que subir a por ti, estabas tardando.
—Ella es Karen.
—Soy su novia. —Informó con soberbia entrando en el piso con su andar de modelo.
—Encantada Karen. Yo soy Tabita la nue...
—Que nombre tan exótico. —Terció sin dejarla terminar.
—Gracias. Me lo han puesto por...
—Demasiado "raro" para mi gusto. —Agregó con un mohín de desagrado. Decorando su comentario con un repaso general nada agradable a la chica nueva—. A ti te pega. —Remató.
Tanto Sam como Tabita se quedaron bloqueados.
Sam desvió el rostro y Tabita no encontraba el modo de contestar.
—Bueno Tabita, ya nos veremos por los rellanos. —Intervino Sam al fin.
Quería sacar a Karen de allí lo más rápido posible.
A la noche siguiente de ese primer encuentro, tras un tedioso día de trabajo, volvió al edificio dispuesto a olvidarse de todo y de todos durante unas horas. Pero sus pies se rezagaron a propósito en la primera planta. Iba a pasar de largo, era tarde, casi la media noche, pero es que llevaba pensando en ella todo el día...
<< Solo me acercaré un poco para oir si está despierta... >>
Apoyó la oreja sobre la puerta y a los dos segundos un grito furioso lo hizo alejarse instintivamente y todos sus nervios se pusieron en guardia. Iba a aporrear la puerta exaltado por lo que podría estar pasando allí dentro pero llegó a oír algo más:
—¡Venga ya tío! Si he descargado hasta la recámara en ti. ¡Muérete!
Era ella. Pero... Es muy extraño...
Sin dudarlo más tocó el timbre. Ella abrió al cabo de pocos segundos con unos cascos monstruosos en el cuello, que parecían como de controlador aéreo. En la mano llevaba un mando negro idéntico al de su primo Donny y su pijama...
—¡Hola! —Saludó ella con una sonrisa radiante al verlo.
—Hola... —Contestó titubeante.
Ella inclinó la cabeza buscando algo detrás de él.
—¿Vienes solo? —Inquirió dudosa.
—Ehm. Sip. —Instantáneamente pareció aliviada.
—¿Quieres pasar?
<< La vida contigo...>>
Esta frase cruzó la mente de Sam y lo dejó noqueado por un instante. Ella notó su vacilación.
—¿Estas bajo coacción? —Dijo ella bajito mirándolo fijamente—. Si es así pestañea y te ayudaré. Soy cinturón negro en kárate.
Sam parpadeó e inevitablemente sonrió.
—¿Cómo dices? —Preguntó sorprendido.
—Decir tonterías saca a la gente de la inopia. —Explicó.
—Kárate. ¿Enserio?...
—Anda pasa. —Indicó con la cabeza.
Entró al fin y soltó un silbido de asombro mientras ella cerraba la puerta.
—Menudo cambio.
—Sí, está genial.
—Vaya que sí. Tienes buen gusto.
—En realidad es obra de mi madre. Yo solo me ocupé de montar la zona de mi bebé.
Sam sintió un escalofrío recorrerle las mejillas y esa misma sensación recorrió después todas sus extremidades. No sabía qué pensar.
<< ¡¿Un bebé?! Tiene que ser adorable como ella... ¡¿Pero y el padre?! >>
—¿Cómo has dicho?... —Su voz era apenas audible.
—Mi bebé. —Repitió ella con una sonrisa divertida—. Allí está.
Sam siguió su mirada y vió que señalaba algo parecido a una mesa de control electrónico digna de la policía antinarcóticos delante de su sofá.
Era un montaje entre la consola Play Station, cables, un portátil, más cables, un aparatito desconocido, la televisión más grande que había visto y ah, más cables. Eso es más o menos lo que identificó.
<< ¡Cuántos cables!... ¿Pero entonces no hay bebé? >>
Cierta decepción se apropió de él durante un insignificante instante. Hubiera querido ver como sería un hijo de aquella preciosa chica...
<< ¡Pero en qué estoy pensando! >>
—¿Es que eres espía o algo así? —Inquirió curioso.
—Es mi trabajo. Con eso pago esto. —Señaló la casa en su conjunto.
—Espero un día entender de qué hablas.
—Pásate por aquí más veces y te lo explico. Siempre y cuando vengas solo. —Dijo arrastrando las palabras, advirtiendo algo.
Sam se sintió golpeado por una oleada de emociones al escucharla y observarla. Estaba encantado de saber que había obtenido su amistad. Pero se dió cuenta así también de a quién se refería.
—Karen. —Pronunció.
Bastaron pocos segundos para demostrar su carácter. Era bochornoso.
—Lo siento pero tu novia es... Especial. —Admitió con una expresión de disculpa.
Estuvo tentado a aclararle algunas cuestiónes a ese respecto pero había muchas implicaciones, así que no tuvo más remedio que callar.
—Sí. Es demasiado celosa. Y se comporta así a veces. —Mintió.
Porque la verdad era que Karen se comportaba así todo el tiempo. Con extrema soberbia y nula cordialidad. Pero Sam debía mentir por ella, porque si no cómo explicaría el que estuviera manteniendo una relación con una persona así. No se lo creía ni él.
—No le discutiría eso. Tiene motivos para ponerse celosa. —Sam la miró de sopetón. Ella agachó la cabeza escondiendo una sonrisa—. Pero ya podría intentar ser menos brusca. —Añadió.
—Lamento la escena.
—No has sido tú, sino ella. Aunque debo decir en mi defecto, que me influyen mucho las primeras impresiones. Tal vez si la vuelvo a tratar cambie de opinión. Espero que no te enfades por decir esto de tu novia. —Manifestó un poco consternada.
—Por supuesto que no. Respeto tu opinión. Karen es, difícil de tratar.
Callaron un instante. Un silencio tenso. Un ambiente de aparente tranquilidad pero en realidad cargada de electricidad estática.
—¿Quieres tomar algo? Pero alcohol no tengo. —Informó caminando hasta la cocina. Una misma estancia con el salón, separadas por una barra.
—Sí, lo que tengas me va bien.
—A mí el alcohol es que me deja noqueada, con la primera copa, al sobre... —Levantó la mirada hacia él tras la puerta abierta de la nevera—. ¿Demasiada información? —Preguntó entornando los ojos.
—Bueno me parece bien conocerte. Los vecinos me lo agradecerían. Así sabré si no eres una asesina en serie.
—Nunca descartes esa posibilidad. —Abrió mucho los ojos y luego sonrió—. Y... ¿Cómo sé que no usarás esa información en mi contra? Yo tampoco te conozco...
—Tienes mi palabra. Fui scout. —Ella soltó una risa divertida mientras hurgaba en su nevera escondida tras la puerta—. Yo por mi parte no creo que seas una psicópata. Aunque tengas aquí una base de hacker del gobierno.
—Los dispositivos tienen ese potencial, pero reconozco que no se me da muy bien ese arte. Solo los uso para grabar mis partidas y luego colgar los videos editados en Internet. —Explicó mientras llenaba un vaso con zumo de naranja de brick sobre la barra de la cocina.
—¿Y qué sacas con eso? —Sam se acercó a la barra y apoyó las manos delante de ella.
—Un buen pastizal si sabes lo que haces.
—¿Ah sí?
—Por los suscriptores y los anuncios. Si tienes gente detrás, los anunciantes te requieren y tú cobras. Más o menos así va la cosa. —Dejó un vaso delante de él.
—Es genial. —Dijo el asintiendo.
—Ya lo creo. Mi padre me dijo: todos podemos sacar partido a los talentos. El de él era la música callejera para pagarse la vida. La mía es cargarme gente. En la pantalla digo. —Aclaró.
Sam estaba alucinado. Esa chica tenía una facilidad innata para hablar.
—Y tú... ¿A qué te dedicas?
—Aparte de estudiar, a los empleos estacionales. Vivo con mi primo cerca del campus. Pero ahora estoy aquí con mis tíos mientras trabajo, me queda más cerca. —Sonrieron ambos en un silencio repentino. Ella se lo quedó mirando.
—¿Y qué estudias? —Preguntó al fin.
—Literatura Inglesa. —Consiguió contestar. Estaba un tanto nervioso.
—A mi madre le encantarás. —Dió por sentado—. Tiene un par de librerías. Siempre está hablando de libros y como a mi me van otras cosas. Bueno no es que no lea, pero no lo hago de forma empedernida sabes...
—Es bueno saberlo. —Rio por su larguísima explicación—. ¿Y tú que estudias?
—Informática.
—Jamás lo habría adivinado. —Manifestó con falsa sorpresa.
Ella volvió a reír ahuecando sus labios rosados y enseñando sus blancos dientes. Cuando lo hacía a Sam le daba la impresión de que lo iluminaba todo alrededor. Nunca había sido deslumbrado por nadie así.
Serendipia. Decía una voz en su mente.
Sam llegó al fin a la puerta de Tabita. Dió al timbre. Esperó. Nada. Llamó otra vez. Silencio.
Suspiró y puso los ojos en blanco al visualizarla sentada delante del televisor con la mirada fija en la pantalla y los dedos rígidos en el mando. Y la razón por la que no lo oía serían esos cascos monstruosos en las orejas distanciándola del mundo. Sacó sus llaves resignado y abrió la puerta. En cuanto cruzo el umbral ella se pronunció.
—¡Me cago en tu puta madre! Campero de mierda. —Gritó enfadada.
Estaba exactamente como la imaginó. Y de hecho, no se percató de su llegada.
Se acercó a ella y saludó con señas. Ella le dedicó una mirada de medio lado y luego lo volvió a ignorar. Sam sabía perfectamente que no debía distraerla o lo culparía por haber muerto cibernéticamente.
Terminó su partida y se quitó los cascos.
—¿Alguna vez me vas a recibir diciéndome algo bonito? —Comentó Sam. Ella rió levantándose del sofá.
—No te lo decía a ti guapo. Además, no siempre te recibo así. —Objetó acercándose a él.
—Ya lo sé. Pero sienta mal.
—Vale, prueba otro día y te recibiré recitando la apología más romántica que he podido escribir con la tinta vital que emana ferviente por ti, desde el fondo de mi corazón. —Manifestó parándose delante de él y observándolo con ese profundo brillo en los ojos que lo desarmaban por completo.
Con esas palabras, Sam se vio a sí mismo transportado una vez más la tierra de Serendipia, donde encontró a Tabita un día en un recodo del camino y desde aquel momento ella no se apartó de su lado...
—Vale. —Contestó él a su verso, apartando la mirada, escondiendo su desconcierto y sin poder evitar sonreír.
—Es que estaba leyendo a Jane Austin. Esa mujer inspira.
—Ya lo veo. —Masculló.
—¿Vemos la película? —Preguntó animada.
—Acaba el libro primero por lo menos. —Protestó divertido al mirarla otra vez.
—No puedo, necesito ponerles cara. —Hizo una mueca de desesperación.
De pronto, Sam empezó a percibir un aroma suave pero dulzón cerca de él.
—¿A qué huele?
—Ah. Debo de ser yo. —Se olisqueó la camiseta.
—Huele como a algodón dulce.
—Sí. He derretido caramelos para echárselos a las palomitas. Han quedado... maravillosos.
—Así de contento tienes tú al dentista.
—Voy a ducharme.
<< Lo que me faltaba. Tabita con aroma de caramelos de malvavisco, desnuda en la habitación de al lado >>—Suspiró.
Estaba ya sentado delante del portátil en la mesa de la cocina cuando ella al fin salió, con su larga melena a medio secar mirando por todos lados buscándolo. Nunca acababa de secarse el cabello y ella no tenía ni idea de lo mucho que cautivaba con ello a su amigo. Vestía su pijama de verano, unos pantalones cortos de algodón y una camiseta larga hasta sus caderas, al que ella llamaba zarrapastroso y al que Sam le parecía sencillamente sexy. Tabita poseía un cuerpo curvilíneo y atlético, cuyos bultos tanto frontales como traseros estaban muy bien definidos. Daba gusto contemplarla. Sus gestos eran delicados y sus aspavientos, graciosos.
Pero entre todo lo visiblemente admirable, lo que más le cautivaba de ella; era su voz. Tenía un matiz ronroneante cuando hablaba bajito. Adoraba escucharla.
—Estas ahí. Tu tía me ha traído la cena. ¿Sabias?... —Bailó de contento.
Siempre haciendo payasadas.
—Le caes bien. —Musitó.
<< Y quién no caería bien después de todo. Es adorable. Y sexy y hermosa y... ¡Ya vale Sam! >>
Cuando el año pasado sus padres aterrizaron en Seattle para pasar las navidades con su hijo, conocieron también a Tabita. Hacía solo cinco meses que ella entró en la vida de Sam y a pesar de, al principio verla solo esporádicamente, su vida como la conocía había cambiado completamente.
La señora Lambert encantada con Tabita no dejaba de preguntar a su hijo: cuándo la convertiría en su nuera.
Con el el tiempo, Sam y Tabita se veían con más asiduidad. Y por ende afianzaron un vínculo fuerte y tentadoramente cercano.
—¿Me das la clave del WiFi?... Quiero conectar el móvil un momento. —Pidió él.
En vez de decirlo, Tabita se acercó hasta él a la mesa. Se acercó mucho.
—Nunca se sabe si hay micrófonos por ahí. —Bromeó guiñando un ojo.
Cogió el móvil de la mano de Sam y allí agachada, apoyando la otra mano en el hombro de Sam y con sus cabellos cayendo sobre su rostro mechón a mechón, estuvo provocando un entumecimiento en los músculos de su mejor amigo.
Entumecimiento por reprimirse, y no levantar las manos y acercarlos a ella, a su rostro y besarla como hace tanto tiempo deseaba hacer.
Tabita lo miró de refilón y luego le entregó el móvil.
Definitivamente había días en los que era soberanamente difícil estar cerca de ella.
—¿Te encuentras bien? —Inquirió ella con el ceño fruncido.
—¿Yo?... Genial.
Tabita lo miró con desconfianza mientras se alejaba de la mesa. Sam agachó la cabeza hundiendo el rostro en su móvil detrás de la pantalla del portátil. Ignoraba qué expresión ilustraba su cara, pero ridícula seguramente lo era.
—Ven aquí conmigo. Tengo las palomitas.
—¿Qué? —Ella iba hacia el sofá meciendo el bol invitándolo a venir—. Estoy bien aquí gracias.
Tabita le dedicó una mirada de cobra, girándose a observarlo demasiado sería y tan rápido que Sam se sintió petrificado.
—¿Desde cuándo te niegas a las palomitas, el sofá y la tele?... —Ibquirió perspicaz.
Sam se negó a pensar en la respuesta verdadera.
—No me niego. Solo no me apetece.
Un silencio sombrío inundó el salón de repente. Sam desvió la mirada de ella.
—Ven aquí ahora mismo. —Ordenó—. Estás condenado a un tercer grado de interrogatorio. Te lo has ganado a pulso.
<<...¡Mierda!...>>
Se levantó para llevar el portátil al tiempo que se devanaba los sesos intentando encontrar la forma de responder a sus preguntas.
—Empieza —masculló ella en cuanto Sam apoyó el trasero en el sofá.
—No me ocurre nada. Estoy un poco revuelto solo eso. Eres tú la que salta a la primera de cambio.
—¿Tiene que ver con la chica que dicen con quién estás saliendo?
—No estoy saliendo con nadie. Ya te lo he dicho —reiteró quejumbroso.
—Sam te noto raro. Taciturno. Bueno, más de lo que ya eres... Sabes que puedes contarme lo que sea.
—Lo sé —contestó sopesando esas palabras.
<<...¿Puedo?...>>—Pensaba para sí.
Ella estaba sentada mirándolo de frente. Él estaba situado hacia el televisor. No soportaba el peso de su atención porque no podía ser del todo sincero con ella.
Aunque lo que más deseaba en el mundo es sincerarse con ella, no podía. Debía seguir callando.
Por el momento esperaba que la vida obrara el milagro de conseguir que ella se diera por vencida y dejara de preguntar. Siguió fingiendo que el tema estaba zanjado.
—Vale. Supongo que me lo dirás luego —comentó ella con la seguridad de que sí había algo que contar empleando un deje de reprobación.
—Y dale... —Se quejó él.
—Cuándo ya no puedas soportar el silencio. Cuando la angustia no te deje dormir. Cuando tú conciencia clame una confesión... —decía susurrante.
—Tabita... —El milagro del silencio se resistía a ocurrir.
—Tal vez no me encuentres, tal vez yo no esté ahí para escucharte y deberás arrastrar la penosa carga de tu secreto tú solo. Una carga que...
—Ya lo he pillado. —La cortó. Se volvió un poco para encararla.
Ella lo miró entrecerrando los ojos con un plus de dureza.
—No te estoy ocultando nada. Y créeme, si algún día me pasara algo, siempre la primera en saberlo, serás tú. ¿Entendido? —Eso pareció calmarla.
El milagro.
Sam observó que poco a poco su expresión enfurruñada iba siendo reemplazada por otra que no pudo reconocer. Una expresión nueva en ella. Como si de repente cayera una máscara y dejase ver lo que había detrás. Sam la observó atentamente. A saber los miles de pensamientos que la estuvieran rondando. Él; sin embargo, se estaba perdiendo en sus ojos, sin ser capaz de pensar en nada más que en mirarlos.
Pero de algo Sam si estaba seguro. Ese aire nuevo en su rostro, nunca lo había visto en ella. Y lo más raro, es que le gustó verlo.
Tabita no pudo evitar sentirse importante para Sam.
Es la única persona para quien quería ser importante. Ante cuyos ojos quería brillar. Al lado de quien necesitaba permanecer. Estaba tan enamorada de su mejor amigo que por temor a perderlo nunca se lo diría.
Se consolaba pensando en que tal vez llegue el día en que lo supere. O que ya no soporte callarlo y tenga que gritarlo.
Personalmente esperaba que ocurriera lo primero.
Si bien ya probó muchas veces salir con chicos para encontrar a su media naranja, al final acababa esperando que este fuera parecido a Sam y eso desembocaba en que en vez de encontrar a su media naranja, encontrase un fiasco entero.
Definitivamente no se podía ir por la vida con un listón tan alto, por ello se dedicó a salir solo con chicos parecidos a ella: Aficionados a la consola, informáticos, etc.
No obstante aparecían ciertos inconvenientes que acababan demostrando su futilidad, como queriendo esos chicos eran superficiales, huecos. En fin.
Pero un día ocurrió algo maravilloso, Sam cortó con su pelmaza novia y Tabita dejó de aceptar citas.
Se hizo a la idea de dar el paso y pedir una cita a Sam pero...
Para cuando se decidió a hacerlo, Sam y Karen lo intentaron de nuevo tras los incesantes e insoportables ruegos de la rubita.
Tabita se vio a sí misma como un personaje de sus videojuegos al que acaban de ganar una batalla.
<<...GAME OVER pringada...>>—se flajelaba.
Entonces volvió a aceptar otra cita. Y la verdad es que solo iba a esas citas para no volverse loca pensando en Sam con otra chica. Lo hacía por distracción.
No obstante, unos meses de relación tóxica después, Sam lo volvió a dejarlo con Karen.
Tabita volvió a ver una oportunidad brillar en el horizonte.
Pero dudaba entre si lanzarse de lleno o trabajar el terreno primero, tal vez debía asegurarse de que Sam sentía lo mismo para no cagarla al completo si él la rechazaba.
Pensando en los indicios descubrió que Sam la buscaba mucho durante el tiempo que mantenía esa relación tan extraña con Karen. Era como si quisiera escapar de la rubita. Esconderse de ella.
Pero los días en los que llevaba ya sin salir con Karen, Sam desaparecía de la vida de Tabita. Solo se veían en la calle o el centro comercial.
Tabita no soportaba no ver a Sam como antes...
<<...¡Ya está, decidido, lo haré!...No hay vuelta atrás...>>
Y justo cuando lo iba a hacer... Sam y Karen volvieron a intentarlo, creando un día oscuro y nefasto para Tabita.
<<...¡Pero qué cojones!... ¡Es que es idiota o qué!...
No... La idiota soy yo...>>
No pasó mucho y Sam volvió a refugiarse con ella en casa. Como siempre.
No comprendía ese compartimento. Pero a ella le agradaba que Sam quisiera estar a su lado. Entonces Tabita era feliz así en su propia nube.
No obstante sabía perfectamente que estaba comportándose como una arpía traidora con Karen, especialmente cuando despertaba y se encontraba acurrucada sobre el pecho de Sam delante de su tele y en vez de apartarse, fingía que seguía dormida para permanecer allí, entre los fuertes brazos de su amigo que la abrazaba y no la apartaba de su lado.
Se sentía en la gloria.
En una milagrosa ocasión logró convencer a Sam para salir con ella y Donny y despejarse un poco. Una velada llena de roces e insinuaciones en una discoteca muy lejos de Seattle.
Tras unas copas Sam no hacía más que quejarse de su novia y su forma de ser, entonces Donny y Tabita unieron fuerzas para insistir a Sam de que debería cortar por lo sano de una vez por todas.
Y esa misma noche Sam cortó con Karen por teléfono. Estaba pletórico.
Pasaron los días y Karen andaba tras él y Tabita y Donny y todo aquel que pudiera persuadir a Sam de volver con ella.
Sam se veía traspasado. Tabita comprendió entonces que Sam en ese momento lo que necesitaba era a sus amigos.
Y Tabita aparcó sus sentimientos, relegándolos a un baúl acorazado y pintándolos de amistad.
Al menos consiguió que Sam ya no volviera con Karen.
<<...Sí así tiene que ser...>>
El fin de semana siguiente Tabita se marchó con sus padres de viaje de cumpleaños materno a casa de los abuelos en Carson City.
Ella no imaginaba los cambios que vendría a encontrar al volver a su rutina.
Estaba de dependienta en la librería del centro comercial el lunes por la mañana y vio llegar a Donny.
—¡¿Qué hay?! —Saludó ella.
—Ha salido. —Anunciaba él con una revista en la mano.
—¿Cuándo llega aquí? ¿Has averiguado?
—El viernes. Hay que reservarlo. Y habrá una recepción en la sala de convenciones.
—Ya lo sé.
—¿Vamos a ir?
—Desde luego. Tengo pase.
—¿Cómo la haces?
—Contactos. —Guiñó un ojo con picardía.
—¿Podré entrar contigo?
—Claro.
—Eres la mejor. Ya te lo he dicho no... —Ella rio—. Sabes, se especula con la aparición de Mágnum357. —Añadió Donny.
—¡Qué dices!
—Sí, es alucinante verdad...
—Dudo que aparezca... —Opinó.
—Yo espero que sí. Le pediré un autógrafo. Es mi héroe.
—¿Enserio?
—Sí. Su capacidad es asombrosa. Hasta los creadores quieren dar con Magnum. No sé por qué se oculta tanto.
Tabita fue a atender a un cliente y luego regresó.
—¿Que habéis hecho el finde?
—Nada especial. —Desdeñó—. Estuvimos por ahí. Fuimos a un pub el sábado por la noche.
—¡¿Sam fue contigo?!... No me lo creo.
—Sí... De hecho, él me pidió ir. Hasta ha ligado y se enrollaron y todo... La chica no se le quitaba de encima. Una escena... —Comentó él divertido.
Pero enceguida algo en su cerebro hizo una especie de corto circuito y cayó en la razón de que acaba de cometer un grandísimo error.
El silencio se hizo repentino.
Bloqueo del movimiento.
Tiempo detenido.
Mirada de expectación por parte de Donny. Mirada de estupor por parte de Tabita.
—Qué bien por él. —Masculló al cabo de un rato.
—Pero no llamó a la chica ni nada luego. —Intentó arreglarlo rápidamente—. No le gustó, era demasiado pegajosa. —Calificó haciendo muecas de aversión.
Cuando Donny hablaba con Tabita se sentía tan cómodo que a veces como en esta ocasión, hablaba demasiado u olvidaba que ella era una chica. Y peor aún, que era la chica de Sam.
Tabita a su vez notó el esfuerzo de Donny para enmendarse y trató de no parecer afectada. Donny podía ser un bocazas pero era a la vez muy perspicaz.
—Si me parece bien Don. —Sonrió para quitarle hierro—. Sam debería llamarla y quedar. No le vendrá mal conocer más gente. —Desdeñó ella con gestos excesivos.
—Sí. Eso dijo él —combinó Donny muy rápido—, cuándo le cuestioné por qué quería salir.
—Lo ves.
—Ya... ¿Quieres que te reserve un juego? —Preguntó rascándose la nuca.
—Por favor. De aquí no me puedo mover.
Donny se marchó pensando en lo absurdo que era esto. No entendía cómo esos dos no hacían nada para estar juntos estando tan colados el uno por el otro.
Donny estaba seguro de que Sam iba a querer matarlo, otra vez.
Pero debía contárselo.
—Hola primo. —Saludó al llegar. Sam estaba en la barra.
—¡Qué hay!
<< Si hasta saludan igual. >>—Refunfuñó en su interior.
—He ido a ver a Tabita.
—¿Está bien?
—Cañón. Cómo siempre. —Masculló demasiado sincero.
Sam le dedicó una mirada reprensiva. Nadie podía alagar a Tabita delante de él. Se tensada enseguida y Donny no era la excepción.
<< Y más que se pondrá. >>
—Le dije que salimos. —Contó sin preámbulo.
—Ya. —Contestó Sam distraído mientras servía un refresco a un cliente.
—Y que conociste a una chica.
—Gracias. —Sam despidió al cliente al darle las vueltas.
—Pero que no la llamaste.
—¿De qué estás hablando?
—De la morena del sábado. —Confesó contenido.
A Sam se le desencajó la mandíbula.
—¡¿Se lo has dicho a ella?!...
<< Oh no... Donny en problemas. Donny en problemas...>>—Pensaba amedrentado.
—Sí. ¡Pero dijo que le parecía bien! Conocer a más gente y eso... —Añadió apagado.
—¿Y hacía falta decírselo?...
—¡Me preguntó qué hemos hecho!
—Que considerado eres Donovan. —Masculló negando con la cabeza.
—¡Y qué más da! Tú y ella sólo sois amigos. Eres libre. Y ella también.
Sam se lo quedó mirando y Donny fue sintiéndose pequeño.
—¿Intentas limpiar tu conciencia? —Inquirió Sam despacio y entornando los ojos.
—Sí. —Agachó la cabeza.
—Donny... Eres tan bocazas.
—Jõ... Lo sé. —Reconoció haciendo pucheros.
Cuatro después de recibir la inefable información de Donny e intentando no verse afectada por nadie (y con nadie se refería a Sam y Donny), Tabita se preparaba para la convención. Iba a ponerse su vestido preferido de fiestas informales. Uno corto de tul con motivos de otoño en tonos suaves ceñido a la cintura con su chaqueta vaquera azul y botines de ante; los de color camel sin apenas tacón.
Sencillo, cómodo y perfecto.
No se molestaba con ir darse prisa ya que no iba a formar cola. Conseguir unos pases no le costó ya que siendo You Tuber tenía preferencia. De hecho prefirió el pase a aceptar la invitación de la empresa que lanza el juego.
Invitaban a Mágnum357 oficialmente. Al menos aceptaron su negativa tras la extenuante explicación sobre su elección y deseo de mantener el anonimato. Ella era valiosa para la franquicia por los cientos de seguidores que tenía tras su Nick.
Tabita era Mágnum357.
Y nadie lo sabía. Excepto Sam. Pero él no andaba por esos lares y no representaba amenaza alguna. No obstante, Tabita sabía que si un día descubrían su identidad la vida que conocía como tal cambiaría irremediablemente. El mundo online es poderoso y global.
Mientras pudiera seguir ahorrando para el futuro sin hacer ruido lo haría. Cuando cumpliera su objetivo lo dejaría.
A las seis sonó el timbre del portero automático. Fue a abrir y dejó su puerta entreabierta. Escuchó desde su habitación que cerraban la puerta.
—Hola. Ahora estoy.
—Hola. —Era la voz de Donny.
Donny entró en el salón de la casa de Tabita. Mirando con ansia el centro de control que tenía ella delante de su tele de cincuenta pulgadas.
<< Tabita sí que sabe cómo invertir un sueldo. >>—Pensaba siempre.
—Sam no viene al final. —Avisó pegando un grito.
—¡¿Por qué?!...
—Horas extra.
—Oh. Vaya palo...
—Sí.
Ese era el momento exacto, en el que se originaba un inexorable declive en la vida de Tabita.
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