Capítulo 2


—Visita la librería Lettering —dijo entregando una papeleta rectangular a un visitante del centro comercial—. ¡Ofertas geniales! —exclamó a otro con una radiante sonrisa.

Repartir octavillas en el centro comercial del centro de Seattle era una tarea sencilla, la gente solía ser muy amable, en especial los tíos. Era gracioso ver como la miraban de arriba a abajo y luego tomaban la papeleta de sus manos.

Era una actividad regular y que no le disgustaba realizar, en especial porque lo hacía por su madre. Según ella, Tabita era una excelente imagen para su pequeña empresa de libros.

<< Si ella lo dice... >>

Las octavillas anunciaban ofertas, colecciones, lanzamientos y presentaciones en la librería. Eso sin mencionar las firmas de autógrafos de los autores. Eran unas tiendas muy concurridas, tanto la que estaba en el mismo centro comercial como la que se encontraba en Mercer Street.

Toda empresa necesita dedicación, en especial una tan prospera y ya si es familiar... Hasta su padre venía a ayudar cuando tenía un día libre.

Tabita tenía ya de por sí sus propios medios económicos para mantenerse, pero no dudaba nunca en echar una mano en el negocio autónomo de su madre.

Hoy tocaba repartir octavillas pero mañana quizá toque quedarse de dependienta en alguna de las tiendas. Aunque tienen a un par de empleados pero alguna vez tenía que reemplazarlos.

Ahora mismo se encontraba de vacaciones. El segundo año de la universidad había terminado y sus padres prometieron un gran regalo de fin de año universitario y de cumpleaños. Estaba de buen humor.

Llegaban sus veintitrés.

Se miró sin pretender en el escaparate de una tienda.

—Menudo desaliño. —Observó de sí misma.

<< Seguramente ninguna chica que reparte propaganda de mano en mano iba con esas pintas. >>

Unas Vans viejas, pantalones vaqueros con los bajos doblados, camiseta de Hard Rock Café y el gigante delantal verde olivo de la librería Lettering tapándolo todo.

Una cosa serán sus ropas poco llamativas pero otra es el delantal que le enfundaba su madre siempre. El marketing no era el fuerte de ninguna de las dos.

<< Que soy buena imagen... ¡Si claro! Menos mal la librería de mamá lleva una buena fama que la precede. Y como si todo fuera poco, mi pelo. >>

Hizo una mueca de aversión. Tenía el pelo largo y graciosamente ondulado de arriba abajo; pero sucio. Horas antes estaba en su casa despatarrada en el sofá desayunando cereales cuando la llamó su madre para abrir la librería porque Philip, el del turno del sábado no llegaba a tiempo y su madre estaba atrapada en un atasco. Como ella vivía en el centro llegaba antes que nadie con su Golf tirando a viejo. No le dió tiempo de lavarse el pelo, solo una ducha rápida y arreando.

Particularmente repartir propaganda de mano en mano era la tarea más fácil. Solo hay que recorrer las cuatro plantas del centro comercial y conocía a todos los dependientes de todos los turnos y ellos a ella. Los bares le permitían dejar las octavillas en sus mostradores y si la veía algún amigo, la invitaban a un café. Era un trabajo no remunerado pero bien recompensado.

Su rutina era relativamente la misma, le encantaba esa rutina. Iba subiendo a la segunda planta cuando...

—¡Tabita!

Llamó una voz nasal femenina a su espalda. La reconocería en cualquier parte. Era de esos sonidos que esperas no oír nunca, como de arañazos en la puerta de tu habitación a media noche o el aullido de un lobo hambriento cuando estás de acampada en medio del bosque. Quieres salir corriendo.

Pero Tabita no era capaz de ignorar a nadie que la solicitara.

La voz pertenecía a la amiga más cansina que se ha podido conseguir nunca. En cuanto escuchó su llamado, Tabita puso los ojos en blanco y se detuvo en seco.

Llegaría desde cualquier parte corriendo delicadamente con las manos por delante, las palmas abiertas y su coleta rubia ondeando en su nuca. En realidad no era una amiga que ella haya elegido. Venia añadida en el paquete de mejor amigo. Como esos muñequitos que sobran en una caja de juguetes.

Era la ex novia de su mejor amigo/vecino. Pero por mucho que ellos hayan terminado su relación, la pelma rubita cañón no la dejó de frecuentar, lloriqueando día si y día también para que convenciera a su amigo de volver con ella.

En fin. El encuentro era inminente.

—Creí que no me habías oído. —Dijo jadeando tras su carrerilla.

—Eso es imposible Karen. —Suspiró sonriendo.

—Ya lo sé. Soy inevitable. —Soltó una risita convencida.

Tabita entornó los ojos al oír su expresión.

<< Esta chica necesita leer más. >>

—¿Has visto a Sami hoy?

—Eh...

No estaba muy segura de lo que podría decir. Sam, su muy mejor amigo le había dicho que para Karen, él no debía ser reportado, pero Tabita tenía un corazón un tanto blandengue. Por mucho que detestara a esa chica y sus falditas cortas, cuando tenía delante a esta rubita de metro cincuenta y cinco con ojos de corderito no le salía ser malvada.

—Supe algo de él. —Continuó Karen salvándola de buscar una mentira—. Me han dicho que estaba interesado en alguien.

—Ah sí... —Tabita se sintió inmediatamente sorprendida, no tenía mucha información al respecto, ya que ella y Sam no hablaban mucho de relaciones amorosas.

—Es horrible. —Lloriqueó.

<< Ya empezamos. >>—Refunfuñó Tabita.

—O tal vez no... —Dijo sin poder contener su arrebato. Enseguida se arrepintió.

—¡¿Pero que dices?! —Karen la observó con sorpresa.

—Es que... Karen, hace tres semanas me dijiste que Sam rompió contigo por tercera vez. ¿No crees que es un poco tonto seguir tras él entonces?... Él está empezando una nueva página en su vida...

—¡¿Tú sabes algo y no me lo has dicho?! ¡Escupe la sopa! —Ordenó.

—Yo no sé nada. Nunca hablamos de amoríos. —Explicó Tabita a la defensiva y un cierto temor repentino.

Según Tabita, Karen estaba como un ejemplar caprino montañés con sobredosis de estupefacientes.

<< Como una cabra fumada vamos. >>

—Mi fuente me ha dicho que Sami esta con el ojo puesto en una hispana. —Informó con voz baja y un plus de aprensión.

—Y... —Replicó Tabita.

—¡Que igual tú sabes quién es! —Aclaró.

—¡Oh si, seguro! Como yo llevo el censo de toda la población hispana de la ciudad. —Repondió sarcástica.

—Por eso.

<<Ella no lo ha pillado. >>

—Karen, no debería importarte con quién se lía tu ex. Justamente porque ya es tu ex. —Reprendió.

—Volveremos. —Auguró—. Solo tengo que eliminar al enemigo. Bueno, más bien a la enemiga.

—Pues suerte. —Tabita hizo amago de marchar pero Karen la detuvo del brazo.

—Tabita por favor pregúntaselo...

—Karen yo...

—Por favor. Somos amigas... ¿Verdad?...

—¿Y de qué te servirá saber quién es?

—Para formular una táctica de ataque, es preciso conocer al enemigo para eliminarlo. —Guiñó un ojo.

—¿Es que piensas a matarla?

—Pregúntaselo. Te llamo luego. —Prometió.

Dicho esto, Karen se marchó. Tabita sabía que la amenaza de su llamada se cumpliría antes de las próximas dos horas. Bufó sonoramente solo por la idea. Odiaba sentirse presionada.

Siguió repartiendo sus octavillas a escondidas porque Karen prácticamente vivía en el centro comercial. Pero no se debía a su afición por las compras ni a su estrambótica amistad con la repartidora hispana de octavillas. Si no al camarero estacional del restaurante italiano de la segunda planta.

<< Samuel Lambert alias el Dulce Sam...>>

Unos momentos antes, mientras Tabita hacía su recorrido, ya lo vió desde la planta de abajo recostado por la barandilla de un pasillo. Sonrió al ver al apuesto estudiante de literatura ensimismado en lo que debía de ser un complicado libro de poesía.

Ni en vacaciones dejaba de hojear esos ejemplares rebosantes de metáforas que después lo hacían suspirar por las esquinas. Era uno de esos jóvenes de veintitantos años con ciento y pico de sueños por cumplir.

Encantador y abstraído, callado e intenso. Todo a la vez. Eso sin mencionar su innegable atractivo inglés a lo Patrick Jane del Mentalista. Sam era el joven más apuesto que haya visto nunca. Tenía 27 años, mas era ya todo un hombre, maduro y responsable. Alto y con músculos marcados, de hombros anchos, de manos grandes y brazos fuertes, de piel blanca con tacto de terciopelo. Su cabello, sus cejas y hasta la barba incipiente eran del mismo tono mezclado entre el chocolate y la avellana. Sus ojos azules eran dulces y atentos con un mirar que la desarmaba todo el tiempo.

Eran amigos inseparables desde que ella se mudó hace ya once meses en el mismo edificio en el que vivía él con sus tíos. Sam tenía su piso cerca de la universidad que compartía con su primo pero la casa de sus tíos le dejaba más cerca del trabajo.

A pesar de ella ser una freaky informática de los videojuegos y él; un literato en potencia, eran como el pan y la mantequilla a lo Forrest Gump y Jenny.

Pero en este caso era ella quien estaba colgada de su mejor amigo desde la primera vez que lo vio, en su primer día de independencia inmobiliaria, en la primera planta del edificio, en la primera puerta a la derecha. Cuando la ayudó con las últimas cajas en la puerta de su nuevo piso.

Ahí toco su corazón.

El problema de Tabita fue sin embargo descubrir que Sam tenía cola...

<< Una novia muy plasta. >>

Una rubita más o menos natural, pero hermosa. Una Barbie piernicorta. Bastante insegura y tremendamente celosa. Un adorable y amable joven tenía por novia a una frenética acaparadora.

La amistad de Sam y Tabita no ha tenido un comienzo fácil justamente por causa de este detalle.

Además, Tabita sencillamente no entendía el porqué de la elección de Sam. Esa relación con su entonces novia era incomprensible. Sin complicidad ni tranquilidad. Como esas tristes relaciones por conveniencia o comodidad.

<< Pero no es que Karen fuera tan mala persona, solo lo era en pareja. Seguramente con alguien igual a ella o por lo menos alguien que no sufriera con esos accesos de pirada tal vez no pareciera tan mala... Lo que sí es cierto es que con Sam no pegaban ni con cola.>>

Y él lo vio un día, gracias a la oportuna intervención de su mejor amiga que todos los días le abría un poco más los ojos.

Y Tabita no lo hizo por celos ni por mala gente, sino por ver a Sam perdido en la vida. Lo ayudó porque lo quería.

<< Querer de amistad.... ¡No que va!
Querer de quererlo hasta la médula.>>

A pesar de reconocerlo, Tabita nunca intentaría nada con él, porque prefería su amistad permanente en vez de conseguir un beso y espantarlo como el Grinch a la navidad. Sentía que Sam estaba fuera de su alcance. Totalmente fuera de radar.

<< Verlo feliz sin embargo era como el ibuprofeno ante la otitis. Un refresco ante la sed. Un bollo ante el hambre. Un bocadillo ante el estómago que cantaba ya como Pavarotti el Nessun Dorma.>>

—Uy... Que hambre de repente. —Se dijo frotándose el estómago.

Sobre las doce decidió darse un descanso de su trabajo y fue a por un suculento bocadillo en la cafetería de la bolera, allí se encontró a Donny, el primo de Sam, pasando el rato con sus amigos.

Donny era un chico más parecido a ella tanto en edad como en gustos. Compartían una de las aficiones más concurridas de todos los tiempos. Eran jugadores de Play Station.

Tenían siempre de qué hablar. Si no era de los videojuegos, era de su primo. Una preocupación que tenían en común. Pero jamás de los jamases le confesaría lo que siente por su primo. Así como con ella tenía algo en común había también algo que lo difería de Sam de forma descomunal. Donny era un buen chico, pero inevitablemente también era un bocazas, un boca chancla.

Acabado el bocadillo, continúo su tarea. Subió a la planta siguiente.

Se acercó a la barra del restaurante italiano desde donde Sam ya le estaba dedicando una sonrisa arrebatadora de bienvenida.

<< Ha salido el sol... >>—Caturreaba entre dientes.

—Unas octavillas para ti. —Meneó las hojas rectangulares en lo alto mientras tomaba asiento en una butaca alta.

—¿Cuándo llega la colección de Dante Alighieri que encargué? —Preguntó observando la información de la octavilla.

—Creo que esta semana. No me preguntes el día.

—Te veo cansada. —Observó poniéndose delante suyo al otro lado de la barra.

—Más bien ansiosa de llegar a casa. —Contestó esquivando su mirada.

—Tú y tu consola. —Masculló con un deje de reprobación.

—Lo mismo puedo decir yo de esas poesías complicadas que lees.

—¡Lo mío es arte! —Objetó Sam.

—Lo mío también Lambert. —Alegó mirándolo al fin—. Deberías ver como son creados. Es como si Miguel Ángel pintara en la pantalla del televisor. O como si Coppola dirigiera las escenas bélicas. O como si Allan Poe describiera el escenario vivido de la guerra. —Manifestó con solemnidad.

—Si tú lo dices...

—No lo digo solo yo, listo. Lo dicen millones de personas en todo el mundo.

—Solo sé que no sé nada de ese mundo tuyo.

—Sócrates también jugaría a la consola si estuviera aquí. —Replicó Tabita riendo.

—Algún fin de semana que libre te voy a practicar una lobotomía para cambiar tus intereses. Solo te falta un pelín y dejarás ser una loca de los mandos.

—¡Oye!... ¿Dónde ha quedado lo de: quererte cómo eres?

—Tabita es raro ver esto en una chica. Hasta Dony lo dice.

—Si vamos a ir por esos derroteros, te diré que yo te veo a ti, como demasiado excéntrico para tu edad.

—¿Excéntrico yo?

—Psicodélico.

—Y tú eres una controversia con patas.

—Yo emplearía irreverente. Además; si fuéramos iguales, que apatía. De qué hablaríamos cada siguiente día. Lo ha dicho Arjona. —Sam la observó divertido.

—De acuerdo. Supongo que lo que nos une tanto, es la gran diferencia que tenemos.

—Estas discusiones son enriquecedoras a que sí...

—Ya te digo —combinó él.

Tabita estaba a punto de irse pero la curiosidad de pronto le hincó dentro del pecho y se detuvo. Si Sam estaba empezando una nueva relación sentimental ella lo aplaudiría (Con una mueca de disgusto, pero aplaudiría).

La rubita le trasmitió la inquietud.

<<...¿Quién ocupa ahora sus pensamientos? ¿Quién lo hace suspirar por las esquinas? ¿Quién lo obligaba a buscarla en las líneas sinuosas de un verso de Neruda? ¿Quién es ella para ganarse tal privilegio? ¿Quién?...>>—Se cuestionaba Tabita.

—Eh.... Sam.

—Dime Ilíada mía.

—¿Qué me has llamado?

—Ilíada.

—¿Y eso que significa? —Peguntó con resignación.

Sam dejó de remover cosas bajo la barra y dedicó toda su atención a Tabita y la explicación.

—La Ilíada es un poema épico atribuido a Homero y describe la guerra de Troya. —Empezó muy atento a ella y hablando despacio—. Cargado de cantos diversos. Una obra de arte llena de derrotas, de victorias, de amor... Tiene mucho de todo y a la vez es una sola cosa. Poesía. Igual que tú.

<<...Ay mi madre. Recogedme con un paño que me he derretido...>>

Sam sonrió con disimulo.

Consiguió lo improbable. Callar a Tabita. Dejarla patidifusa. Le encantaba conseguir ese efecto en ella. Era como recibir un premio.

—¿Y cuál era la pregunta? —quería agarrarla desprevenida.

Tabita pestañeó y se aclaró la garganta. Pensó en lo que quería decir. Le costó pero consiguió recuperarse. Sam notó su esfuerzo y reprimió una risa porque si dejaba ver su victoria sobre la invicta Tabita, ella abriría la veda contra él hasta ganar otra batalla verbal.

No había nada más susceptible de ser herido que el orgullo de Tabita.

Tabita habló como si por dentro estuviera enterita. Y fuera indiferente al efecto Sam Lambert.

—Me dijo un pajarito... Que estás interesado en una chica...

Sam se puso tenso de repente.

—¿Qué?...

—Una fuente poco fiable me lo sopló por eso te lo pregunto directo a ti. ¿Dime, entonces es verdad o no?... —inquirió con complicidad mientras hacía círculos en la barra con el dedo índice como quién no quiere la cosa.

—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó receloso.

—Yo pregunté primero —replicó taxativa—. Venga dímelo —pidió ladeando la cabeza y con una voz suplicante que contrastaba con su mirada picaresca.

Sam se la quedó mirando unos segundos. Como estaba cambiando de expresión, Tabita creyó conseguirlo.

—Lo que se inventan algunos —comentó al fin.

<<...Nada...>>—Pensó dejando caer los hombros.

La contrariaba mucho esa parte de Sam, puesto que siempre parecía estar ocultando algo. Y no lo habría notado si a veces no pareciera una persona diferente, más dócil, más abierta, relajada cuando estaban juntos. Otras veces lo veía distante y apenas hablaba o rehuía de ella.

A Tabita no le gustaba preguntar nada a Sam justamente por lo frustrante de sus esquivas respuestas.

—Me alegraría mucho por ti sabes... —probó otra vez.

—No hay nadie —terció Sam a la defensiva.

—Vale, vale. Solo era una pregunta.

—¿Quién te ha dicho eso?

—Un pajarito rubio.

—Karen. —Adivinó con un mohín de disgusto.

—Sí. Y no se detuvo ahí. Dijo que la chica a la que estás pretendiendo es una chica hispana y que yo seguro la conocía. —Sam se puso a buscar algo bajo la barra y Tabita no consiguió ver su reacción.

—Que absurdo. Como si tú llevaras el censo de la población hispana de la ciudad —contestó desde abajo.

—Eso mismo le dije yo.

—Está loca —desdeñó Sam.

—Me llamará luego para preguntar lo que he averiguado.

—Ignórala —dijo levantándose.

—No puedo. Y es culpa tuya —acusó—. Tú la has traído a mi tranquila vida sin amigos.

—¿Preferirías que no nos hubiéramos conocido?...

—Preferiría que hubieras venido solo. —Manifestó levantándose de la butaca y alejándose.

—Tabita... —La detuvo él—. ¿Me dejas luego tu portátil?... El mío lo llevé a limpiarlo de virus.

—Claro. Ve cuando quieras. Tienes las llaves.

—Gracias, nos vemos luego.

<< Darle las llaves de tu piso de soltera a un chico y decirle que fuera cuando quisiera significa que estas interesada en él; ¿o no?... Porque Sam parecía no enterarse nunca... >>

Tabita fue a ver a su madre a la librería de la planta baja. Una pelirroja muy amorosa, esbelta, atractiva pero un poco más baja que su hija. Se había casado con un hispano de tez ligeramente acanelada. Un paraguayo con guitarra conquistando a una estudiante de empresariales norteamericana en el metro.

Así fue como sus padres se conocieron. De una manera soberanamente romántica.

Amy Sanders y Lucas Verón alias Luck (que era el modo en que lo llamaba su mujer). Eran los orgullosos padres de Tabita Verón Sanders. En apariencia, Tabita prácticamente no era más que una versión más alta de su madre con unos ligeros cambios, como que tenía un cincuenta por ciento menos de pecas que ella. Eso en cuanto a la apariencia física.

En lo que respecta a su actitud, esta fue esculpida por el mismo artista que moldeó a su padre. Tabita estaba orgullosa de llevar de estandarte la paciencia amatoria, la independencia y autodeterminación de su padre, y esa visión amplia de la vida que facilitaba encontrar caminos alternativos para solucionar encrucijadas.

Tabita rememoraba la historia de su padre como un aliciente para no rendirse.

<< Lucas Verón quien con brío y las ideas claras consiguió llegar a donde estaba: el conservatorio de la ciudad de Seattle. >>

Quería llegar lejos como lo hizo su padre. Tabita sentía que su camino iba bien direccionado. Pero no se quitaba la espina del: algo me está faltando...

<< Hmmm... ¿Y qué será?... >>—Se preguntó a la vez de encontrarse pensando en Sam.

Dió un beso a su madre y se marchó a casa llevándose un libro que empezar. Orgullo y prejuicio de Jane Austin.

<< No todo en la vida es la consola...>>—Se dijo.

—Donovan, quiero hablar contigo. —Advirtió Sam seriamente cuando su primo entró en el coche.

—¡¿Y ahora que he hecho?!... —Resopló Donny quitándose la gorra y dejando ver su pelo castaño aplastado.

—¿Le has dicho algo a Tabita sobre lo que hablamos?

—Sobre lo... —Volvió a calarse la gorra.

—Shhhh. ¡No lo digas! Podría haber puesto micrófonos en el coche.

—No¡ jodas! —Donny miró con aprensión por todos los rincones del coche.

—Es una broma Donny. —Aclaró Sam con impaciencia—. ¿Se lo has dicho o no?

—¡Yo a ella no le he dicho nada!

Sam lo miró de reojo mientras ponía en marcha el coche.

—¿Entonces se lo dijiste a alguien más?...

—Bueno...

—¡A quién! —Donny no habló—. ¡Donny! —Exigió Sam.

—¡Lo siento Sam, me lo sacó a la fuerza, yo no quería decirlo! —Soltó Donny de repente.

—¡¿A quién?!

—Karen. —Musitó.

—¡Me cago en la leche Donny! ¡¿A Karen?!...

—Lo sé. Pero no le he dicho nada más. No he dado detalles, te lo prometo.

—¿Cómo que te lo saco a la fuerza? ¿Es que te ha amenazado con un cuchillo acaso? —Habló Sam desaforado.

—Peor. Estaba a punto de cortar los cables de mi consola. Es muy mala Sam. —Afirmó Donny ojiplático.

—¿Y cómo se puede saber llegó hasta ese punto Donny?... —Inquirió Sam con tono displicente, lo veía venir.

—Eh... —Donny se rascaba la nuca pensando en la respuesta.

—Te has acostado con ella verdad.

—Que va. Solo hemos...

—¡No era una pregunta Donny! —Gritó Sam—. Además lo que hayas hecho con ella me da igual. ¿Pero no te has dado cuenta de sus intenciones?

Donny lo miró de sopetón con la indignación en su mirada.

—Disculpa por pensar que podía gustarle.

—Esa chica es retorcida Donny. Te lo dije mil veces. ¡Ella no!

Donny dejó disiparse su inoportuna indignación debido a que sabía que su primo tenía razón al intentar alejarlo siempre de Karen y sus maquiavélicos planes.

—No vi sus intenciones hasta que por la mañana ya estaba con los cables entre las tijeras. Fue horrible. Lo pase muy mal. —Contó sofocado.

—Te lo tienes bien merecido por blando.

—No me digas eso.

—Es que una tía se menea un poco delante de ti y ya te tiene cogido por las pelotas. Ñññggg... —Emitió Sam enfadado.

—Lo siento. Pero ya te he dicho. No he soltado prenda.

—¿Me estas vacilando?

—No lo descubrirá nunca Sam.

—No subestimes a una chica Donny y menos a Karen. Tú solo has sido su primera víctima en esta historia.

—Ya te digo. Me rompió un cd la muy cabrona.

Sam suspiró resignado.

🎮🎮🎮🎮


Gracias por la preciosa imagen a DanielaRojasRdguez
🖤🖤🖤

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