Epílogo 2/2

-¿Nos dirás con cuántos rusos te acostaste?

-¡Tyra! -reprocha Ciro, a lo que ella se encoge de hombros.

-¿Qué? No es ilegal preguntar.

Niego con la cabeza. No esperaba menos de ella.

-Preguntarme eso es como si yo preguntara cuántas veces se acostaron ustedes dos. No es algo que necesite saber para seguir con mi existencia en este plane...

-208 veces, Annie -responde el chico de forma automática-, y 1/2 si contamos que la última fue solo segunda base. Es que estábamos por salir a escena, así que fue algo rápido tras bambalinas.

Empuja la lengua contra el interior de su mejilla y levanta el puño cerca de su boca para ejemplificar.

-¡Hyland! -espeta ella abriendo los ojos tal búho rabioso, al tiempo que lo empuja. Él desaparece de la pantalla por un momento-. No puedo creer que las hayas contado. Por amor a las donas, estoy saliendo con un perdedor. Oblígame a romper con él, Billy.

Mientras ellos están sentados en uno de los escenarios de la facultad tras un ensayo, estoy en un taxi camino a casa del abuelo, oficialmente de vacaciones en el trabajo.

-A ti no se te puedo obligar a nada, y es de las cosas que más me gustan de ti -responde él rodeando los hombros de la pelirroja y depositando un beso en su frente-. Además, soy un caballo del cual es difícil bajarse. Ganaría la medalla de oro en un concurso de equitación contigo cabalgándome.

-¿Podemos dejar las referencias sexuales de lado? El taxista los está escuchando, chicos. No es educado. -Me avergüenzo cuando los ojos del hombre se encuentran con los míos en el espejo retrovisor.

Intercambian una mirada en cuyo silencio se dibujan palabras en el aire. Me doy cuenta lo que están por hacer un segundo más tarde de lo usual, cuando ya empezaron a fingir exagerados gemidos. El taxista sube con disimulo el volumen de la radio para acallar lo que cree que es una película para adultos.

Siempre están peleando, pero cuando hay oportunidad para hacer sentir incómoda a la jodida Billy Anne en público, se olvidan de sus problemas y unen fuerzas como cuando eran niños.

-Ya saben lo que les espera a sus traseros cuando los vea en unos días -digo antes de finalizar la llamada.

Desde pequeña supe que Tyra y Ciro tenían algo especial. Nunca me sentí dejada de lado por ello, y creo que uno de los motivos por los que no empezaron a salir antes fue porque temían romper el equilibrio de nuestro balanceado triángulo. En realidad, cada ocasión a lo largo de los años en que los atrapé mirándose con ojos que prometían más que amistad, reprimí una sonrisa.

No estaba celosa. Me encontraba como si estuviera leyendo un libro de romance a escondidas y de a ratos. Uno cuyo desenlace sabía sin siquiera haber llegado a la última página.

Tenían una química cuyos componentes ni una tabla periódica podría terminar de enumerar. Cuando él le contaba las pecas, ella hacía lo mismo con sus lunares. Si él hacía un chiste, ella lo continuaba hasta que no sabían por qué habían empezado a reír. Los días más tristes él la escuchaba desahogarse y ella lo abrazaba cuando la angustia le cerraba la garganta e impedía a las palabras transitar.

Una década después, nada cambió. Siguen haciendo lo mismo.

Pero...

Ya no viven juntos.

Tyra decidió unirse a una fraternidad y disfrutar la experiencia universitaria completa, siendo abierta a hacer más amistades. Después de empezar a salir con Ciro, teniendo en cuenta que ya estaban demasiado pegados el uno al otro, eligió distanciarse de él en otro aspecto, por el bien de ambos.

Quiso expandir el mundo que tanto había reducido por miedo a los peligros que acechan en él, lista para dar batalla en caso de que se presentase. Se unió al club feminista de la universidad y ahora porta un megáfono en cada marcha. Hace todo tipos de actividades sola.

Es tan libre que si creyera en antiguos mitos griegos, no me sorprendería que le brotaran alas y saliera volando.

Nunca perdimos el contacto. Ciro me envía sus selfies antes de subirlas a las redes en busca de mi opinión. «Clasifícalas entre Dios romano, Ente de extravagante belleza, y Tierno», pide. Siempre que pelea con Tyra me llaman al mismo tiempo, y cuando se reconcilian ni siquiera me molesto en enviarles un mensaje. Sé lo que están haciendo y si interrumpo, en lugar de ignorarme, quieren hacer videollamada.

Suficientes besos babosos de los dos vi. Sin embargo, acepto la oferta los fines de semana que tienen que actuar. Suelen dejar el teléfono a alguien de la audiencia, así veo la obra en vivo y en directo, aplaudiendo desde Rusia.

Desde que tengo memoria no veía la hora de crecer. Quería empacar mis cosas y saborear la independencia. Pasé años planeando mi futuro y teniendo siempre un plan de respaldo. Estaba tan concentrada en lo que quería que pasara, que olvidé el hecho de que no podía controlar cómo sucedería.

Perseguir un sueño por momentos se sintió y siente como vivir en una pesadilla.

El trabajo era más exigente de lo que esperaba. Incluso en Adrinike Cod tenía una posición diez veces mejor que la que me dieron. En Rusia nadie sabía ni cómo pronunciar mi apellido y los jefes me usaron como criada por más título universitario que tuviera. Durante cinco meses llegué cada día a medianoche a mi departamento para adelantar cosas que debía hacer a la mañana siguiente, pero las tareas jamás se acababan y sentía que lo último que estaba haciendo era ejercer periodismo deportivo.

-¿Qué haces? -preguntó Jaden a través del teléfono una vez.

-Me estreso, nada fuera de lo normal -aseguré intentando encontrar una taza limpia en mi desorden-. ¿Tú?

Estaba tan ocupada que ni tiempo para limpiar tenía. A mi padre le hubiera dado un infarto. Además, todo me salía mal: al ir al baño en calcetines, se me mojaban porque el lavamos perdía agua, y los papeles salían volando cada vez que abría la ventana acostumbrada a la brisa suave de Mississippi, y tanto el cargador de mi teléfono como el de mi computadora explotaban por el exceso de uso.

-Aquí estoy, extrañándote.

Me quedé quieta en medio de mi sala-cocina-habitación, sosteniendo una taza que chorreaba té frío, mirando la pantalla del computador donde aparecían las mil cosas que debía hacer y una foto de Tyra, Ciro y yo de fondo.

No aguanté más y rompí en llanto.

Estaba mental y físicamente agotada, y escuchar su voz fue una invitación a tomar un vuelo directo a casa.

-No me gusta abandonar lo que empiezo y no lo haré con esta oportunidad, pero... -Inhalé despacio y me soné la nariz con lo más próximo: una hoja de cálculo, y después con la cortina porque lo primero me raspó la nariz-. Siento que voy a estallar, Jaden.

-Eres un globo.

-¿Qué?

-Que eres un globo, y las dos formas de no estallar es si alguien te pincha con un alfiler o te desinflas de a poco. No tienes que explotar. Desínflate conmigo. No cambiará el hecho de que debas seguir haciendo cosas, pero al menos escucharás mi melodiosa voz y te serenará un rato.

Lo medité un segundo, intercalando la mirada entre la mesa repleta de papeles y el sofá. Dejé caer la taza con un ruido sordo, sin importar que se partiera, y me arrojé al sillón para hacer una descarga de quejas. Me escuchó y robó decenas de risas, convirtiendo cada obstáculo en un juego. ¿Cómo podía una persona hacerte reír todos los días? ¿Qué clase de habilidad innata era esa?

Jaden se volvió mi mejor amigo. Era la persona que contestaba el teléfono en la madrugada por mí, y el primero que se enteraba cuando algo me salía mal, como también la persona número uno en celebrar cuando las cosas marchaban bien. No teníamos miedo de hacernos las preguntas profundas, y aunque nos conocíamos muy bien, siempre aprendíamos algo nuevo del otro.

Una persona está compuesta por infinitos detalles y pequeñas historias. Aunque sabemos que jamás vamos a conocer todo del otro, seguimos explorando. La gente que afirma aburrirse del resto todavía no descubrió la infinidad que está encerrada en la finitud de una vida.

Ambos tuvimos citas.

Lo animé a conocer chicas, porque por relación más especial que tuviéramos, uno solo tiene el presente y lo nuestro era algo perteneciente al futuro de serlo. Negarle la oportunidad de hallar amor o placer, fuera temporal, extendido en el tiempo o inclusive si se trataba de un para siempre sin mí, habría sido egoísta.

Uno creería que los celos nos jugaron en contra o nos guardamos los detalles para nosotros mismos, pero nos dijimos todo.

Una noche le conté que un condón había quedado dentro de mí y me intentó guiar a través del altavoz como si fuera un inspector de tránsito, con imágenes de la anatomía íntima femenina brillando en Google frente a sus ojos en la computadora.

Se quedó conmigo en la línea cuando cedí ir al hospital. No me colgó en cuatro horas enteras, y cuando quise girarle dinero para la colosal factura del móvil, me dijo que le pagara hablando otras cuatro horas más con él.

Otra noche, me dijo horrorizado que una chica le había pedido que la azotara con la pierna ortopédica. No éramos nadie para juzgar los fetiches ajenos, pero reímos y bebimos cerveza a miles de kilómetros de distancia.

Tal vez estábamos tranquilos con el asunto de las citas porque en el fondo éramos conscientes de que era solo sexo. Sin vínculo emocional. Incluso en un punto me pregunté si seguíamos acostándonos con otros porque la mejor parte era cuando llegábamos a casa y nos llamábamos para hablar de desastres e innovaciones sexuales. Así forjamos nuestra propia tradición.

-¡Billy Anne Beasley Shepard!

Sonrío ante la voz a mi espalda mientras pago al taxista y este se marcha al dejarme con la maleta en el borde la calle. Cuando volteo, encuentro al abuelo con un delantal floreado y un cucharón de madera en la mano.

-No uses ese tono conmigo que llegué hace cinco segundos. No tuve tiempo para hacerte enojar aún.

Al abrazarme, me salpica con salsa la ropa y el cabello, pero no podría importarme menos. Huele a cebollas y tomate triturado, y eso hace que me sienta más en casa si eso es posible.

-Aún, esa es la palabra clave. Estoy seguro que encontrarás la forma de sacarme de quicio.

Me ofrece el cucharón y pruebo la salsa como cuando era niña. Toma con una mano mi maleta y me pasa un brazo por los hombros. Nos guía adentro y el aroma de la comida casera me hace agua la boca. Echo un vistazo alrededor y todo sigue igual. Me estremezco de pies a cabeza cuando una emoción nostálgica y cálida me llena. No hay nada más agridulce que echar de menos a personas o lugares por mucho tiempo y regresar a ellos; agrio porque extrañarlos dolió, dulce porque el reencuentro siempre lo vale.

El abuelo me arrastra de la mano a la cocina y luego me pone otro delantal. Aunque no nos vemos hace meses, por supuesto que lo primero que haría sería ponerme a trabajar.

-Tráeme las especias -dice arrebatándome el cucharón y empujando con el pie un pequeño banquillo que construyó para mí hace años y siempre deja a un lado de la nevera.

Lo sigo usando porque jamás alcancé la altura que apostarían que tendría y las alacenas están fuera de mi alcance.

-Oh, sí, la revista y el canal deportivo para el que trabajo están pensando en trasladarme para cubrir el Campeonato Mundial de Patinaje Artístico sobre Hielo desde la perspectiva personal de los participantes para contar sus historias, y han estado debatiendo abrir una cede aquí el próximo año, así que dejaría de vivir al otro lado del mundo, gracias por preguntar -anuncio tomando la caja de madera que contiene las especias ordenadas de forma alfabética por papá y por mí.

-¿Ves? Tu sarcasmo ya me hizo enojar -responde a pesar de que lucha por intentar ocultar su sonrisa-. Me debes dos kilómetros.

Estoy por decir que lo mandaré a volar a Colombia si piensa levantarme mañana por la mañana a correr, pero algo llama mi atención en la pared donde cuelgan los utensilios.

-Abuelo, ¿dónde está la PFG 500 con pilas recargables para ir de camping?

En su ingenuidad y orgullo, la había colgado en la cocina para cuando tuviera que batir. La familia entera se reía al venir y ver un consolador. Nadie le explicó lo que era porque nos resultó gracioso y a su vez atemorizante. No podíamos calcular qué tan lejos nos enviaría con una patada en el trasero de saber la verdad.

-Tu abuela me la robó -se queja enfadado-. No sé para qué diablos quiere una batidora junto a la cama. Dice que es un buen objetivo decorativo, pero eso no tiene sentido. Debe estar enloqueciendo con la vejez. No le digo nada porque podría lanzarme un mordisco, así que me limitaré a tomarla prestada cuando deba cocinar algo.

Ay, Santo Einstein, eso es desagradable.

-Creo que deberías dejársela a la abuela. Te compraré una nueva, una de verdad, pero promete que no harás ningún pastel con esa.

-¿A qué te refieres con una de verdad? -Frunce el ceño.

-Una... Una mucho más potente.

Asiente con seriedad. Todo lo relacionado a la preparación de los alimentos lo es para él.

-Muchas gracias, Billy Anne. En lo posible, que mi nueva batidora no tenga la opción de vibrador. No sé qué demonios pensó el fabricante al añadirle eso. ¿Se creyó que era un juguete sexual, un teléfono celular o qué? -Se mofa irritado.

Tomo un trozo de pan y lo mojo en la salsa. Me lleno la boca de forma para nada elegante, pero es la única manera que tengo para no echarme a reír en su cara. Sin embargo, las lágrimas son inevitables mientras mastico.

-Son las cebollas -miento cuando me mira.

Sus ojos brillan perspicaces.

-Sí, claro, las cebollas...

Como siempre, él sabe la verdad. Solo finge porque, aunque no quiera admitirlo, ver a la gente que quiere reírse es de sus cosas favoritas en el mundo.

También la mía.

🏈🏈🏈

El atardecer se cierne sobre el campo de fútbol de la BCU.

Los colores se enredan de una forma en que jamás volverán a hacerlo y la brisa veraniega hace ondear los kilómetros de césped en una caricia invisible pero perceptible. Un grupo de universitarias sale del gimnasio con sus bolsos deportivos al hombro, empujándose entre ellas.

-¡Admítanlo, el coach está buenísimo! -dice una chica, haciendo al resto reír.

-A mí me parece un grano en el trasero -dice otra.

-Un grano feminista en el trasero -corrige una más, y se alejan hasta desaparecer.

Recorro las yardas mientras lo espero, sonriendo a mis zapatos como una tonta.

Estoy muy orgullosa de Jaden por perseguir sus sueños. Una parte de mí temía que con la muerte de Ibeth abandonara todo por lo que había trabajado, pero eso solo lo impulsó a hacerlo en su honor. Un adiós puede ser el motor que haga rugir tu vida, deseando avanzar porque sabes que volver atrás o quedarse varado es igual a despedirse como el otro lo hizo, pero todavía teniendo un coche que funciona.

Ella hubiera amado el proyecto de fundar el primer equipo femenino de fútbol americano de la ciudad. Sin embargo, como no está aquí, me aseguraré de que todos lo amemos por ella.

No es como si tuviera que esforzarme. Mi familia se convirtió en la de él. Con papá sale a correr y con mamá toman café y chismean sobre mí. Sirve de modelo para tío Blake a la hora de pintar, le gusta dar paseos en bicicleta con tía Zoe, es niñero de Travis e incluso se volvió prestamista de la empresa fantasma de Frida y Silvestre.

Dudo que le devuelvan el dinero algún día.

Ni hablar del abuelo. Son el uno para el otro. Un comienzo y un final, un legado compartido.

-¡¿Billy Anne?!

Levanto la cabeza al oírlo. La puerta del gimnasio se cierra a su espalda con un chasquido.

Lo que más me gusta de Jaden es que nunca me quitó ni devolvió el aliento. Con él puedo respirar tranquila, como si una parte de mí siempre se encontrara en casa. Es la seguridad de un escondite que llevo conmigo a cualquier parte, de un lugar en el que podemos dejar de pensar en el mundo exterior y abrazar aquel que llevamos dentro.

Camina. Trota. Corre hacia mí después de un año entero sin vernos. En la carrera se deshace del morral que cruza su pecho y lo tira sin cuidado. Parece un niño pequeño.

-¡¿Qué haces aquí?! ¡¿Por qué no me avisaste que venías?! -grita emocionado.

Antes de que pueda contestar, colapsa contra mí. En lugar de levantarme en un abrazo de película, caemos con dureza en el césped. Me acaba de teclear y no podría estar más feliz, aunque sienta que uno de mis pulmones reventará.

Rodamos por el campo abrazados en una maraña de extremidades y risas. Ninguna parte de nuestros cuerpos se salva del contacto, y cuando quedo atrapada bajo él, con su pecho y el mío subiendo y bajando agitados en un roce constante, nos sostenemos la mirada.

Podría sumergirme en el café de esos ojos y nadar sabiendo que nunca llegaré al fondo de la taza. Lo consumiría amargo y dulce, frío y caliente, hecho a mano y a máquina, con crema, leche y alcohol. Aunque haya una preparación que disfrute más que otra, ninguna de ellas me lleva a pensar que podría dejar la cafeína.

Al final, una persona es un montón de tipos de café en uno solo.

Jaden es difícil en su sencillez. Para ser un charlatán, hay momentos donde el silencio lo engulle cuando teme o no sabe cómo expresar lo que siente y pasa por su cabeza. Otras veces lo siento como mi libro favorito, y puedo saber lo que hará y dirá antes de que lo haga. Releer es un placer porque, aunque jamás volverá a sentirse como la primera vez, siempre encuentro algo nuevo entre líneas para sorprenderme.

La sonrisa que me regala es otro ejemplo perfecto de que lo conocido nunca deja de fascinarnos.

Pasea por cada centímetro de mi rostro. Traza con un dedo el contorno de mi ceja y se desliza suavemente por mi mejilla hasta tomar un mechón de pelo entre el índice y dedo medio. Su rostro se retuerce en una mueca divertida porque todavía no supera lo del cabello con crisis de identidad.

Es ese pequeño gesto el que abre la puerta que nos preparamos para cruzar.

-¿Te dejaste la lengua en Rusia?

En respuesta, lo empujo y rodamos hasta que estoy sobre él.

-En realidad, fue lo primero que empaqué. La necesitaba para hacer esto.

Lo beso y el mundo no se detiene, pero eso es lo que hace especial el momento. Todos siguen girando, incluidos nosotros a pesar de que no se siente así. A diferencia del resto, estamos brillando con todas las estrellas que vimos a un océano de distancia por años y nos terminamos encandilando con la presencia del otro.

Se siente como si no nos hubiéramos tocado en la vida entera aunque nuestras bocas se muevan al compás de una canción familiar. La calidez de su abrazo me hace creer que el sol le cedió una parte de sí, y mi corazón late como si fuera un vaso de agua sobre un carrusel. Desbordo y salpico amor en cada giro que damos en el césped. Ahueco su nunca para no romper el beso mientras vuelve a estar sobre mí.

-¿Qué clase de beso es este?

Niego con la cabeza.

-Es el beso, Jaden.

-¿El beso? -Hace énfasis, sorprendido-. ¿Qué me estás queriendo decir?

-Que estoy lista para hacer de mi viejo presentimiento una realidad si tú también lo estás.

Parpadea aturdido y cae de espaldas a mi lado. Sus ojos se anclan en el atardecer que se destiñe en las alturas y entreabre los labios como si quisiera decir algo que todavía no sabe cómo formular. Por un momento creo que dirá que no quiere lo que una vez quiso o ahora es él quien no está listo, pero yo misma deshago mentalmente de esas ideas cuando su boca se tuerce hacia los colores.

-¿Dejamos de ser solo amigos? Porque siempre estuve a bordo de ese bote, aunque me di cuenta que debía pasar algo de tiempo en tierra firme antes.

-Ni tú te crees que fuimos solo amigos una vez, amor -digo con voz burlona, usando su apodo.

Se echa a reír y flexiona un brazo bajo la cabeza a modo de almohada. Entrelaza su mano con la mía mientras vemos caer la noche.

-Es verdad -susurra con voz serena-. No, espera... ¡Es verdad! -añade con una urgencia alegre, antes de ponerse de pie de un salto, arrastrándome con él-. Los amigos no hacen lo que nosotros hacíamos o estamos por hacer en el el gimnasio, ¿verdad?

Me mira esperando que le diga si quiero o no, pero opto por quitarme los zapatos ahí mismo antes de echarme a correr. En nuestra carrera a través del campo, se quita los pantalones y yo la camiseta, y salto sobre su espalda. Me carga hasta que estamos bajo techo, pero antes de que podamos adentrarnos entre las máquinas me presiona contra la fría puerta de vidrio, lleno de adrenalina, cariño y deseo sexual.

Lo que se presiona contra mi estómago no me deja mentir.

-Te diría de hacerlo en una colchoneta o sobre la caminadora, pero vas a estar más concentrada hablando sobre los tipos de bacterias y su existencia en las diferentes superficies que en mí.

-Y tienes toda la razón.

Me guía en un zig-zag cuyo paradero conozco. Acabamos en las duchas -donde hay más bacterias que en el gimnasio, pero decido no señalarlo-. Se sienta contra los azulejos y me mira con una sonrisa coqueta.

-¿Me ayudas?

Me arrodillo y juntos le quitamos la pierna ortopédica en un silencio cómodo. En ningún momento se avergüenza, y eso me hace dar cuenta de otro de los muchos progresos que hizo mientras estábamos alejados.

Me acomodo sobre su regazo y levanta el brazo sobre su cabeza, girando la perilla. La regadera estalla como una tormenta furiosa sobre nosotros. Las prendas que restan se adhieren a nuestra piel mientras recorremos cada rincón del otro, y nos las quitamos entre beso y beso.

-Te extrañé -dice haciendo mi ropa interior a un lado.

-Nos extrañamos -corrijo.

Abrazados bajo la lluvia, somos consumidos por los sentimientos manifestándose a través de los cuerpos. La intensidad se incrementa y explota en cuanto la presión de estar lejos se cae a pedazos con esta cercanía. Nos vaciamos y llenamos, descendemos del cielo a la tierra otra vez con suspiros temblorosos, repitiendo el nombre del otro como si fuera lo único que supiéramos decir.

-Juego terminado -informa saliendo de mí, todavía rodeándome con un brazo mientras paso las manos por su cabello en una caricia.

-Lo bueno de que se acabe un juego, es que siempre empieza otro.

Arquea una sugestiva ceja antes de depositar un beso en mi frente y reír contra mi pelo.

No se aplica solo en la sucia forma en que lo plantea. Es un juego terminado lo de nosotros siendo solo amigos. Ahora nos estamos preparando para el partido donde la relación puede ser mucho más, o sorprendentemente menos, difícil.

Sumaremos puntos, anotaremos en contra, restaremos otros y seremos enviados a la banca para reflexionar o recobrar fuerzas. Nos expulsarán en alguna ocasión. Podríamos ganar tanto como podríamos perder. Puede que para salvarnos necesitemos de un touchdown en el futuro, o algo pequeño como un punto extra que aún así marcará una diferencia decisiva.

Nadie sabe qué ocurrirá en este juego, cuánto durará o qué cosas buenas y malas sacará de nosotros en el transcurso, pero nunca estuve tan dispuesta a ponerme el uniforme de «novia» e intentarlo.

-Gracias -suelto.

-¿Por qué?

-Por nunca dejarnos desaparecer a pesar de todo lo que pasó.

-Ese fue un trabajo en equipo y lo sabes. Dame crédito por ser bello, no por jamás dejarnos de lado.

Ahueco su rostro entre mis manos. Las gotas caen desde las puntas de su cabello y pestañas mientras me sonríe.

-Telurio, americio y oxígeno, Jaden.

-Telurio, americio y oxígeno, Billy Anne.

Veo a los dos idiotas que me dejaron plantado para cenar a través del parabrisas del Jeep, riendo bajo los reflectores que iluminan el campo vacío.

Billy Anne, vestida, le lanza un zapato-misil a Ridsley, que falla al esquivarlo por estar brincando en su única pierna mientras se pone los pantalones. No quiero saber qué lugar profanaron, aunque debo admitir que tenía el presentimiento de que pecarían esta noche. Sin embargo, se tardaron mucho.

La pasta se enfrió.

Es inaceptable, por lo que tomé un taxi hasta el estacionamiento de la BCU. Jaden siempre deja las llaves puestas porque es un zopenco descuidado.

-Ya estamos viejos para patear traseros. De ahora más los atropellaremos, ¿qué te parece? -pregunto a mi acompañante.

Potasio maúlla en concordancia desde el asiento del copiloto. Al principio no me caía bien, pero me gusta que cada vez que su dueño intenta acariciarlo le de la espalda y proporcione una bofetada con esa cola peluda.

Traigo el motor a la vida y los faros se disparan, captando la atención de ambos. Apoyo el codo en la ventanilla baja y subo el volumen de la música hasta que todos los cristales vibran. Puede que no todo se trate de venganza por la pasta. En realidad, puede -solo puede-, que haya extrañado pasar el rato con ambos y no pudiera contener mi emoción por venir a molestarlos.

-¡Coach, ¡¿qué hace?! -grita él, pero mi nieta ya está tironeando de su camiseta.

Ella me conoce bien. Sabe que deben que correr antes de que siquiera lo diga.

Piso el acelerador y conduzco directo hacia ellos.

-¡Si serás en zoquete! -escupe ella.

Los persigo como un loco en una carrera, tocando bocina sin parar, levantando tierra y conduciendo en círculos. Potasio sale volando al asiento trasero por la velocidad y luego salta fuera del auto por la ventana, huyendo. El campo es ahora un lío de luces inquietas. Las maldiciones de mi nieta y la risa de mi sucesor se oyen sobre la música y los bocinazos.

Jaden levanta a Billy cuando empieza a quedarse atrás. Corre con ella en brazos, quien se descalza y me tira sus propios zapatos para que me detenga. Saco la cabeza por la ventanilla:

-¡Les dije que los haría correr y no me creyeron, zoquetes ilusos!

Amo estos pequeños placeres. Sobre todo, amo los juegos de comienzo a fin. El de la vida es mi favorito, y que se prepare el infierno dentro de unos años...

Bill Shepard y sus enseñanzas serán escuchadas para siempre, sobre, en o bajo tierra.

FIN

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