—No, por favor. —Nunca creí que estaría suplicándole a un zopenco de su clase—. No me dejes aquí, maldito Hyland.
—Órdenes de su nieta, coach —responde antes de intentar darme una palmada en el hombro, pero su mano se detiene en el aire cuando le lanzo una mirada de advertencia—. Lo siento, pero no me arriesgaré a desobedecerla y ganar una patada en el trasero.
—¡Yo te daré una patada en el trasero! —espeto enojado.
—No si no puedes alcanzarme —dice saliendo prácticamente corriendo por la puerta. Intento seguirlo pero la sanguijuela tiene complejo de correcaminos y va más rápido. También tiene como cien años menos—. ¡Enciende el coche, Tyra! —grita antes de saltar dentro del Jeep por la ventanilla trasera.
Sus flacuchas piernas golpean el aire y niña Timberg se pasa al asiento del conductor para arrancar y alejarse a más kilómetros por hora de los permitidos. No sin antes tocar bocina.
Apoyo la frente y las palmas de las manos sobre el cristal de la entrada mientras tomo una respiración más profunda que el infierno. Cierro los ojos y gruño en cuanto oigo una risa pastosa a mis espaldas.
—Anciano iluso, ¿no ves que correr está fuera de los límites de tus rodillas? —Me giro para enfrentar al próximo ser humano en ser partido por la mitad por la furia Shepard, pero me congelo cuando veo a un vejestorio reprimiendo una sonrisa, cruzada de brazos y con un suéter con el logo de Pearl Jam tejido en él.
—¿Kan... Kansas? —pregunto llevándome una mano al corazón.
Ella arquea una ceja de la misma forma en que mi hija lo hace.
Y grito.
—¡Exijo un reembolso, me trajeron a un loquero, no a un centro para jugar al bingo! —demando entre asustado y encolerizado.
—Soy Katia, loco trastornado. —Rueda los ojos pardos que brillan con intensidad en ese rostro arrugado—. Te daré el recorrido de bienvenida, vamos. Si te atrasas, te pierdes y terminas en las salas de tango o merengue ya no podrás salir, así que mueve tu retaguardia.
Es la versión fósil de mi primogénita.
Me llevo una mano a la frente. Tal vez tengo fiebre y estoy imaginándome esto porque extraño a Kansas, o tal vez estoy imaginándome esto como consecuencia de las pastillas que tomo. En el segundo caso iré al consultorio de Akira Lee y la enviaré por correspondencia a su tierra natal. La comprimiré en una caja tan pequeña como el cerebro de los Hyland.
Katia o Kansas del futuro, o quien sea que sea esta mujer comienza a marcharse y la sigo para exigir respuestas.
«¡Tienes que ser social, querido!»
«¡Tienes que hacer amigos, Bill!»
«¡Tienes que comer más espinaca, mierda!»
Puedo oír la voz de mi esposa, el grano en el trasero con el que me casé, atormentando mis pensamientos como si fuera un taladro y mi cerebro una losa de cemento lista para romperse en dos.
Cuando supe que mi nieta abandonaba la casa de sus padres pasé por dos etapas: el enojo, la indignación de que la dejaran irse a otra ciudad con apenas dieciocho años lista para encontrar trabajo y hacer su vida lejos de todos nosotros; y la desolación extrema al saber que había crecido antes de tiempo. Me la pasé comiendo pasta y galletas una semana, encerrado en la oscuridad de mi living viendo viejas repeticiones de los partidos de los Chiefs y fingiendo que no lloraba.
Luego me recuperé e intenté sabotear su partida, como el estratégico y algo egoísta abuelo que soy.
Lo admito. Pienso como si siguiera trazando un plan de juego para los Jaguars o los Sharps y soy algo avaro con la gente que quiero, que no es mucha.
Estuve en toda la época universitaria de mis dos hijas y de repente mi nieta y su súper cerebro —maldito Beasley y su ADN— habían ido más rápido de lo que un viejo como yo puede ir. Sus años de universidad se fusionaron con los de la preparatoria y llegó la hora de tomar vuelo.
La hubiera encadenado al maldito nido, pero sabía que no podía hacerle eso. Tenía que dejarla crecer.
Entonces sus padres comenzaron a sentirse inseguros, como todo padre lo hace cuando los hijos están por tirarse de clavado a la piscina sin agua que representa esta maldita vida.
Me pidieron que la acompañara, que la cuidara hasta que su vida en Kordell fuera estable. Anneley ya había comenzado a planear un viaje para animarme, y su única condición para que viniera fue que asistiera al centro de recreación para ancianos a modo de preparación para nuestro crucero de la tercera edad.
Por mí lanzaría a todos esos culos arrugados al fondo del océano, pero le prometí ser más... social. Creo que se dice social.
—¿Usas pañal?
¿Qué diablos?
—¿Disculpa? —murmuro alcanzándola, incrédulo.
—Te pregunté si usas pañal, los de tu edad ya no pueden controlar muy bien su sistema urinario, nada de lo que avergonzarse. —Se ríe.
—¿Tengo cara de que uso pañal, Kans... Katia? —espeto frunciendo el ceño—. Tengo perfecto control sobre mi cuerpo, puedo orinar cuando quiera, donde quiera y sobre quien yo quiera —advertí, y ella hizo una mueca de asco.
—Eso es antihigiénico, vulgar y desagradable. Oh, soy Zuria, pero todos me llaman Zuri. —Una mujer se cruza en nuestro camino cargando una maceta con una planta de frutillas creciendo dentro—. Te hace falta algo de positivismo, amigo. No te preocupes, aquí en el centro encontrarás el espíritu del amor, la paz y la amistad, ¡y también te divertirás! —asegura sonriéndome cálidamente con su dentadura postiza—. Nos gusta jugar al ajedrez los miércoles y tejemos al estilo continental los viernes. Por cierto, ¿te apetece una Fragaria?
Santos demonios del fútbol. Ese cabello rubio, esos ojos azules, la jodida planta y el vestido floreado... ¿Zoella?
¿Zoella de 75 años?
—Creo que me voy a desmayar —susurro, antes de que una idea me venga tan rápido como solía llegar mi pie al trasero de Chase Timberg—. Esperen, ¿también está Billy Anne aquí? —Al ver que intercambian una mirada de confusión aclaro:— Una... una anciana del tamaño de un nomo, que se queja mucho, tiene mala suerte y le gusta comer hasta reventar. También es muy inteligente, se sabe los nombres de todo el equipo técnico de los Kansas City Chiefs —añado orgulloso.
—Creo que te refieres a Brittany Alice —dice Kansas, o Katia, o quien sea que sea esta mujer que proyecta a mi hija dentro de tres décadas.
—De acuerdo. —Asiento con la cabeza, analizando a mis jugadores actuales y pensando qué otros pueden estar en la banca—. Esto es importante, señoras —enfatizo—. Díganme, por favor, que las tres son viudas —suplico.
Adiós, Beasley.
Adiós, Hensley.
Adiós, Ridsley.
Sí, sé que el nudista no es gay. No le gusta la berenjena ni la banana ni el pepino.
Kansas anciana se ríe.
—Ya quisiera, el mío está en medio de una batalla de sinónimos con el señor Gael.
—Y mi marido está dando clases de dibujo en el segundo piso —informa la otra.
Mis neuronas van a implosionar, pero antes de que eso ocurra me aseguraré de reformar cada arrugado trasero de este lugar.
—¿Ni siquiera aquí puedo descansar del patoso e irritante Hyland? También apuesto que hay un jodido Elvis Preston con la cintura dislocada y un... —Me aterra solo decirlo—. Un malnacido Timberg con dedos de manteca que ahora hace idioteces a la velocidad de una tortuga solo para que lo vea en cámara lenta.
—Katia —susurra Zoe arcaica—. Creo que deberíamos llamar a la señora Akala, la ex doctora. Puede robar algo de la enfermería y sedarlo —dice mirándome desconfiada.
—Akala tiene cataratas, le pondría la inyección en el trase... —recapacita un segundo—. Voy por ella, vigílalo.
Por amor a los Chiefs.
Tengo que salir de aquí, maldita sea.
Nadie tocará mi retaguardia.
—¿Por qué le mentiste a Berta Damon? —inquiero frenándome en la acera.
Él, que me está dando la espalda y tiene la mano en el picaporte del local, echa la cabeza hacia atrás y suspira antes de retroceder y dar media vuelta. Hay cansancio en sus ojos, pero parece intentar quitarle atención a eso sonriéndome con cierto descaro.
—No mezclemos trabajo con placer, Billy Anne —dice.
—Billy —corrijo—. Y no hay nada aquí —digo haciendo un ademán al espacio entre nosotros—, ni lujuria, ni deseo, ni nada que se te ocurra más que tolerancia por el hecho de que vivimos juntos y algo de desagrado. Por lo tanto, podemos hablar de trabajo, sobre todo ahora que vamos a vernos en la oficina por las próximas semanas.
Era de esperarse que Berta iba a poner a algunos candidatos a prueba, lo decía en el aviso. Lo único bueno de esto es que es trabajo remunerado y voy a depender un poco menos de mis padres, pero sigue sin ser lo que quiero. Necesito el empleo, pero con Jaden y todo lo que representa en el medio voy a tener que es esforzarme un poco más.
—De seguro te hace feliz tener que ver este rostro las veinticuatro horas del día —continúa coqueto—. Y está bien, es normal sentirse ansiosa al respecto.
—Jaden —digo con severidad—. Tu entrevista fue un desastre. No respondiste ni una pregunta de forma completa e hiciste todo lo que se supone que no tienes que hacer y, aún así, quedaste solo porque ya saben cómo trabajas. —Me cruzo de brazos—. Y para colmo mentiste respecto a lo más importante, así que dime, ¿por qué quieres este trabajo si ya tienes uno genial dentro de la empresa?
—Quiero escalar en el pirámide empresarial, como todos. —Se encoge de hombros—. Me cansé en estar detrás de una computadora, quiero acción.
Arqueo una ceja y él se ríe al ver que tomo las palabras en doble sentido.
—Todo tipo de acción —recalca abiertamente.
Sin siquiera preguntar me toma de la mano y tira de mí hacia el local. Abre la puerta y me deja pasar primero, aprovecho el gesto para intentar caminar más rápido y zafarme de su agarre, pero él no me deja. Admito que es linda la sensación de su mano entrelazada con mía, su piel es cálida y suave.
Debe echarse mucha crema humectante. Lo sé porque vi los potes en el baño y me pareció extraño que su hermana se los dejara. Toda chica que usa cremas las lleva consigo a todos lados, sobre todo si son de Aloe vera y aceite de oliva o, la que creo que se puso hoy por el aroma, frutos rojos y esencia de pepino.
—¿De qué te ríes? —pregunta, alejando las lociones corporales de mi mente.
O casi. Ahora me estoy preguntando dónde más se aplica crema.
—De nada —replico mientras vuelve a tomar la delantera y me guía hacia una cabina.
—Evidentemente no es nada.
—No estás en mis pensamientos, si digo que es nada es nada —digo soltándome de su agarre y tomando asiento. El local de comida mexicana es de lo más colorido y todas sus paredes están decoradas con letreros de las distintas ciudades y pueblos de México: Guadalajara, Monterrey, Tzintzingareo, Acaxochitlán y Tlatlauquitepec.
Nadie quiere jugar al tutti-frutti con los Beasley porque siempre usamos nombres como esos en la categoría de mundi. A diferencia de los Hyland nosotros no inventamos lugares, solo ponemos los más remotos, extraños e impronunciables.
Así ganamos.
—Siempre que alguien te dice que no piensa en nada piensa en algo, y sobre todo si me conoce y puede pensar en mí —explica.
—Tu ego me ciega —contesto entrecerrando los ojos y alzando las manos como si estuviera protegiéndome del sol.
—Mi ego excita.
—Excita mi necesidad de golpearte.
—Lo siento, pero el sadomasoquismo no es lo mío —añade fingiendo horror—. Mi cuerpo es un templo que necesita ser cuidado y venerado, no azotado.
Nos sostenemos la mirada por unos segundos en silencio. Su sonrisa fácil curva sus labios y, a pesar de que intento ocultar la mía, termino riendo.
—Nunca conocí a alguien que inhalara vanidad, la convirtiera en autoestima y exhalara con tanta seguridad de sí mismo —confieso—. Es irritante pero también un poco admirable. Si las personas tuvieran un cuarto de tu confianza dejarían de tener complejos.
—No lo creo —desacuerda—. Usualmente los que aparentan comerse el mundo terminan siendo devorados por él.
Me cuesta creer que este chico es inseguro, pero eso está dando a entender. Conozco gente que parece cómoda en su propia piel y mente pero que en realidad no lo está. Puede ser uno de esos casos.
—¿Me dirás por qué le mentiste a la señora Damon? —pregunto en su lugar.
—Después del tercer burrito —promete viendo aproximarse al mesero, antes de guiñarme un ojo y que yo ruede los míos.
—Como compañeros de piso y trabajo creo que deberíamos conocernos un poco más —dice al rato, sirviéndose la Sprite que pedimos y luego sirviéndome a mí—. ¿Te parece una ronda de preguntas?
Cuando esperábamos por la comida aproveché para ver las fotos de Dave Ducate y Glimmer Holmes vacacionando con su bebé por Facebook, contestar mensajes de mis padres y también uno del abuelo que decía «Ayúdame». Sin embargo, noté que él ni siquiera sacó su teléfono de donde sea que lo tiene guardado.
Fue raro. Estoy tan acostumbrada a tener este maldito aparato de por medio siempre que me resulta extraño que alguien más no lo tenga también. Tiendo a pensar que tal vez se le rompió, naturalizo que es común chequear el Instagram de tus amigos cuando estás con ellos. No me gusta, pero a veces caigo en la trampa, sobre todo cuando los demás también caen y no hay nadie sin un dispositivo en las manos.
Al rato apagué el teléfono y lo guardé. Noté que Ridsley sonrió un poco, como si supiera de mi reflexión y estuviera de acuerdo.
—Y también deberíamos aprovechar para dividir los quehaceres —acoto ahora.
—Eres pésima haciendo amigos, ¿lo primero que quieres preguntarles es si les apetece fregar los pisos o limpiar el retrete? —dice incrédulo.
—«Divide y vencerás» —resumo, refiriéndome a que no viviré en un chiquero ni seré su mucama—. No por nada lo dijo el personaje más famoso del Imperio Romano. Por cierto, yo frego el piso.
Él cae en la cuenta de que le toca el baño y me mira con súplica antes de darse por vencido.
—Está bien, ¿sabes qué más dijo Julio César? —Se lleva el vaso a los labios y pestañeo un par de veces desconcertada. Usualmente solo mi padre sabe quién es el autor de las frases que cito—. La experiencia es la maestra de todas las cosas.
—¿Hay una connotación sexual ahí? —indago—. Porque nosotros solo tendremos experiencia en odiarnos si sigues diciendo esa clase de insinuaciones.
—«Odiamos a algunas personas porque no las conocemos; y no las conoceremos porque las odiamos» —responde—. No creo que odiarnos nos beneficie, amor.
No puedo creer que acaba de citar a Charles Caleb Colton de memoria.
—Ya que citaste a un escritor, entre otras cosas, intentaré conocerte un poco preguntándote algo muy personal y que dice mucho de ti —advierto—. ¿Libro favorito?
—¿Se puede tener solo uno?
Punto a su favor.
—¿Comida favorita? —sigo.
—La de mi abuela.
Creo que me derretí un poco.
—¿Te gustan los niños y los animales?
—¿A quién no? —Arquea una ceja.
Me echo en mi asiento como si hubiera corrido todos los kilómetros que le debo a Bill Shepard.
—¿Cómo es que alguien que es un grano en el trasero también sea un potencial candidato a novio que los padres aceptarían con gusto? —digo confusa, haciéndolo reír.
—¿Recién estamos conociéndonos y ya proyectas una vida conmigo? —Abro la boca para protestar pero justo llegan los burritos, así que decido comer y dejarlo creer que es el sol de mi sistema solar—. En fin, mi turno. —Ambos hacemos una pausa y damos un gran mordisco a la vez—. Empecemos con algo fácil, ¿color favorito?
—Me gusta el zinnwaldina pero también el carmín de alizarina y el cinzolino, no sé —digo con la boca llena, y él se queda con el burrito a medio camino de los labios, confundido—. Es broma, me gusta simplemente el azul —aclaro tras tragar, encogiéndome de hombros—, pero fue una pregunta demasiado superficial y quería hacerla algo más interesante.
—¿Me estás llamando superficial? —espeta algo ofendido, y asiento mientras le doy un trago a mi Sprite.
—Hazme una pregunta profunda, reflexiva —animo—. Junta dos neuronas y formula algo interesante, Ridsley.
—De acuerdo. —Se frota las manos, pensativo y algo emocionado—. ¿Cuál es tu mayor arrepentimiento?
—¿Además de conocerte? —señalo, y él me lanza una mirada de sabemos-que-no-es-cierto—. Me arrepiento de no haberme preguntado si estaba lista para ciertas cosas.
Esa oración se resume a Lennox.
Noto que intenta descifrar a qué me refiero por la forma en que ladea la cabeza y sus ojos cafés brillan curiosos.
—Y ya que estamos merodeando en tema profundidad y derivados, ¿me podrías decir por qué mentiste en la entrevista? Es obvio que no quieres ese puesto solo para ganar más salario o escalar jerárquicamente en Adrenike Cod, Jaden.
Su pecho se infla lentamente y se desinfla al mismo compás.
—Yo... tengo un pasado complicado.
—Todos lo tienen, en mayor o menor medida —apunto—. Sé que puedo estar cruzando un límite al preguntarlo, ¿pero esto tiene que ver con tu discapacidad?
Él sonríe y asiente, pero la sonrisa es diferente a las que suele dejar ver.
—Yo jugaba al americano —confiesa, y no me sorprende; sabía que era un fanático desde que reconoció a mi abuelo y su aspecto de gran tamaño era un posible indicio—. Tuve que dejarlo tras el accidente que tuve y sin saber qué hacer exactamente con mi vida me anoté en la carrera de periodismo. Así al menos estoy cerca de lo que amo... amaba hacer.
No digo lo que pienso en el momento: no puedes dejar de amar tu pasión. Tampoco expreso en voz alta que creo que lo único que hace buscando este empleo es torturarse.
—¿Cuál es tu equipo favorito? —pregunto desplazando a un lado el silencio, agarrando otro taco.
—Mi abuela me educó como un orgulloso fan de los KCC. —Noto que agradece el cambio de tema.
—Creo que entonces eres el sueño de Bill Shepard para mí: gay y fanático de los Chiefs —informo.
Él me guiña un ojo mientras va por otro burrito.
—Seré tu sueño algún día también, amor —apuesta.
Me entro a reír con fuerza cuando luego de un mordisco me sonríe con carne picada entre los dientes.
Ni teniendo restos de tejido animal cocinado a fuego lento entre sus incisivos y caninos deja de ser atractivamente asqueroso.
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¡Buenas noches, vampíricos lectores!
1. Han pasado 84 años...
2. Dejarán de pasar ocho décadas y media entre capítulo y capítulo porque... ¡estoy de 🐮ciones!
¿Te gustó que narrara el Coach?
Si es así me alegra informarte que él será un narrador recurrente a lo largo de GO. Veremos su punto de vista de la historia de Billy Anne y Jaden y también sabremos todo lo que pensó en Touchdown y Extra Point.
¿Crees que B&J tienen química? ¿Cuándo crees que será su primer beso? 🤫💋 ¡Apuestas en comentarios!
Además de Game Over, ¿qué otra historia están leyendo? 📚
Con amor cibernético y demás, S. ❤️
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