7. Eleutheromania

—¿Ya saben qué harán con el cuerpo del coach cuando muera, Annie? —pregunta Ciro maniobrando el volante—. Sus huesos son de la época de los dinosaurios, estoy seguro que todos los museos de Ciencias Naturales se pelearían por ellos. Podrías organizar una subasta.

El brazo del abuelo aparece desde el asiento trasero y le regala un manotazo en la cabeza por eso.

—Cinco kilómetros, Hyland.

Reprimo una sonrisa.

—Estamos encerrados en un auto, ¿pero sabes que de no estarlo cualquier posible víctima podría correr lejos de ti y jamás ser alcanzada dado que tienes como 504 años perro, verdad? —pregunta Tyra al entrenador—. Si corres te puedes dislocar la cadera, caminas a paso de tortuga y respiras a la velocidad de un caracol.

El abuelo se gira en el asiento y la mira sin una pizca de gracia.

—¿Qué? —replica ella—. No es ilegal preguntar.

—Si Hyland saliera corriendo de este auto para esquivar mis golpes tomaría el volante y lo atropellaría —responde—. ¿Crees que un caracol haría eso, niña Timberg?

—No, pero alguien que quiere ser acusado de asesinato en primer grado... bueno, ese sí. —Me encojo de hombros.

—¿Por qué siempre terminamos hablando de asesinato? No me gusta el tema de conversación —aclara Ciro frenando frente al semáforo—. Especialmente porque soy yo el que termina muerto cada vez que lo charlamos.

—Por eso es mi tema favorito de conversación —acota el abuelo con una sonrisa socarrona, recargándose en el asiento trasero y cruzándose de brazos sobre el cinturón de seguridad.

—¿Alguien puede repetirme porque le dejamos subirse al auto? —pide el rubio, pero en cuanto encuentra los ojos del coach a través del espejo retrovisor y lee serán-diez-kilómetros-si-no-cierras-la-bocota, añade:— Es que acapara toda la atención de las chicas que pasan por la calle y eso me opaca. Es injusto que mi belleza se vea ensombrecida —intenta arreglarlo.

—Tu ego tiene el tamaño de mi estómago, y debo destacar que el ensanchamiento de mi tubo digestivo equivale a un agujero negro supermasivo —digo abriendo la guantera y comenzando a rebuscar por alguna barra de cereal o golosina—. Diablos, ya me dio hambre —me quejo—, y el abuelo viene con nosotros porque el centro de recreación de ancianos está de pasada a tu universidad.

Ciro y Tyra estudian Artes Escénicas en KSU, y como de momento no tengo mi licencia y el abuelo no es capaz de ver una suricata dentro de un vaso de agua, ellos se turnan para hacernos de chofer. Así que me dejan a mí, luego a Bill, y se llevan el Jeep de mamá a la universidad.

Siempre me da gracia recordar cómo encontraron su vocación. Nuestras familias se juntan para vísperas de Navidad en Betland todos los años, y junto a la casa del abuelo vive Mary Hyland —alias: La señora de las galletas—, quien es la bisabuela de Ciro.

Estábamos los tres jugando en el patio cuando la anciana dejó en la ventana una bandeja de delicias con forma de árbol navideño para que se enfríen. Armamos un plan para robarle algunas. De acuerdo, puede que todas... El punto es que Ciro trajo su trineo, Tyra se subió a este y él se tiró al piso para simular que lo había atropellado.

Como toque dramático le presté el diente que se me había caído dos días atrás. Supe la verdad sobre el hada de los dientes cuando se me cayó el primero y en lugar de dinero encontré hilo dental y una tarjeta de felicitaciones. Papá fue muy obvio.

En fin, así la señora Hyland se horrorizaría un poco más.

Mientras que ellos actuaban y la entretenían, fui por las galletas. La misión fue un éxito, pero no contaba con que Malcom Beasley nos había visto desde la ventana de la cocina del abuelo y que nos daría un sermón de cuarenta minutos sobre lo mal que estaba robar, la cárcel y —no sé cómo hizo para integrarlo al tema— las nubes lenticulares y su formación.

Tyra y Ciro repitieron la obra la siguiente Navidad, pero como la señora Hyland no es tan tonta y no les creyó, comenzaron a cambiar la trama, la escenografía, el vestuario y los guiones.

Hacen teatro desde ese día, siempre a la par.

—¿Por qué debo ir a un lugar donde me harán jugar al bingo y tendré que oler la muerte acercándose? —espeta el abuelo, estrellando mis recuerdos contra una pared.

Tiende a estrellar cosas, como pies contra traseros.

—Porque la abuela quiere que desarrolles habilidades sociales antes de que se vayan de viaje. Mínimo debes ser capaz de estar cinco minutos sin desear y expresar tu necesidad de hacer desaparecer a la gente, y es una de las condiciones para que vivas conmigo. —Encuentro un par de caramelos y tiro dos hacia atrás sabiendo que Tyra los atrapará—. Además, es una buena oportunidad para pasar tiempo con gente de tu edad. —Le quito la envoltura a uno y se lo lanzo a Ciro, que ya tiene la costumbre de ser mi aro de básquet personal y abre la boca en el momento justo. Me como otro y el abuelo carraspea la garganta—. Tú no. Papá dice que debes cuidarte del azúcar.

—De algo hay que morir, Billy Anne —replica—. Y si es dulce y no tiene que ver con un Timberg, un Preston ni un Hyland mucho mejor —nombra a los alumnos de vida más irritantes que tuvo: Chase Timberg, padre de Tyra; Elvis Preston, amigo de tía Zoe y tío Blake; Hyland 1 y 2, lo que se traduce a padre e hijo.

—De acuerdo, pero solo uno porque me das pena. —Le lanzo un caramelo y antes de que pueda pestañear ya lo está masticando.

Creo que se comió un pedazo de envoltorio.

Nunca lo vi moverse tan rápido en mis casi dos décadas de vida.

Ya llegando al edificio de Adrenike Cod me deshago del cinturón a la vez que mi teléfono suena con la llegada de un mensaje. Pienso que es mi progenitor recordándome las probabilidades estadísticas de mi éxito y fracaso en esta entrevista, pero es alguien más.

De: Lennox

Hoy es el gran día, ¿eh? Espero, en realidad sé, que lo lograrás. Felicitaciones por adelantado. Estoy orgulloso de ti, MCV.

¿Esto va en serio?

Borro el mensaje.

—¡Annie! —llama Ciro, haciéndome sobresaltar en mi asiento. Al mirarlo me doy cuenta que se ha estacionado y está esperando a que me baje—. ¿Está todo bien? Te quedaste en modo «se me fue el WiFi y no puedo cargar las historias de Instagram».

Eso se traduce a que me quedé mirando el celular como si me estuvieran haciendo una broma por el día de los inocentes, entre malhumorada, enojada y derrotada.

—Mi conexión WiFi está perfecta —replico agarrando mi bolso—. Va tan rápido que mi entrevistador y los aspirantes a este puesto no sabrán qué los golpeó —aseguro abriendo la puerta, lista para olvidar a Lennox por lo que resta del día y concentrarme en algo más.

—¡Esa es mi chica! —chilla Tyra pasándose al asiento del copiloto. El abuelo chilla y se tapa los ojos cuando el trasero de la pelirroja queda a la altura de su cara—. Mételes un virus y que te rueguen por sacárselos del trasero.

—Muchas metáforas tecnológicas por hoy. —Le guiño un ojo mientras cierro la puerta.

—Deja salir a tu Shepard-Beasley interior —aconseja el abuelo antes de aplaudir como si estuviera incentivando a su equipo antes de salir al campo—. Pero sobre todo al sabiondo y brillante lado Beasley, solo en esta ocasión.

Así será.

~•~

Así no será.

Mi lado Shepard es una pileta de gasolina en la que acaban de dejar caer un fósforo.

Me quedo de pie en el umbral de la puerta, pero la secretaria —que en realidad es muy joven como para ser secretaria—, me empuja dentro de la habitación y cierra la misma a mis espaldas.

Fue raro ser guiada por un árbol de navidad humano hasta aquí, pero definitivamente es más raro el hecho de que, de entre tantas personas, sea Jaden con quien deba hacer la entrevista a dúo.

Él ya está sentado, y cuando gira el rostro y me mira sobre su hombro lo primero que hace es soltar una risita.

Una risita. Qué ganas de que mi bolso de tropiece salvajemente contra su rostro.

—¿En serio? —dice sonriendo, auténticamente entretenido—. Esto se está poniendo cada vez más interesante —vuelve a darse la vuelta.

—¿De todos los adjetivos existentes «entretenido» se te viene a la mente en este instante? —siseo por lo bajo y me apresuro a sentarme en la silla vacía a su lado—. ¿Qué hay de desdichado, desventurado, desgraciado, infortunado, malaventurado, inoportuno o desacertado? —enumero rápido mientras echo un vistazo a la puerta tras el escritorio.

El entrevistador podría entrar en cualquier momento, pero él parece de lo más relajado mientras yo me aferro al borde de mi asiento.

—Jaden... —comienzo.

—Espera un segundo. —De repente su ceño se frunce y exhalo despacio.

Mientras evalúa la situación y sus ojos vagan por mi rostro asumo que acaba de percatarse de la gravedad del problema.
No podemos pelear por el mismo puesto viviendo bajo el mismo techo. Esto solo llevará los problemas a casa y probablemente termine en un desastre. Ambos estamos atados de pies y manos hasta que Ibeth regrese o nos deje saber que no lo hará, y no puede haber tensión, rivalidad o un odio demasiado profundo entre nosotros porque sino uno terminará arrojando por el balcón al otro.

Y eso es solo la cúspide del iceberg. Cuando elijan a uno para el puesto el otro probablemente le guarde rencor. Por lo menos, yo lo haría. Esto significa un mundo para mí.

—¿Cuántos años tienes, amor? Pensé que estabas por empezar la universidad.

—Tengo dieciocho —informo, y sus cejas se elevan con sorpresa—. La terminé el año pasado.

—Podría ir preso en este Estado, ¿sabías?

—¿Por qué irías pre...? ¡Eres repugnante! —El ríe mientras me percato a lo que se refiere—. ¿Puedes dejar de tener pensamientos sexistas por al menos cinco minutos? —añado—. Solo pido trescientos segundos de paz.

—No creo que lo consigas con él alrededor, cariño. —Me siento derecha en cuanto una mujer morena atraviesa la puerta y, sin siquiera mirarnos, toma asiento y abre una carpeta—. Jaden no sabe qué es la paz.

—Ni los minutos, aparentemente —murmuro juntando las manos en mi regazo.

La entrevistadora ríe y levanta la vista para mirarme a través de esos lentes que solo una verdadera fashionista como Ingrid Hoffmann, una amiga de mi tía, podría usar. Es elegante por donde la veas, pero también tiene un aspecto algo salvaje con todos esos rizos descontrolados rebotando en la cima de su cabeza.

Me recuerda a la secretaria, pero sin la luces de colores, claro.

Es Berta Damon, una de las dueñas de la revista. Leí su biografía en Wikipedia a pesar de que sé que no es una fuente de confianza dado que cualquiera puede editar la página.

—Sé algo de matemática —se defiende él cruzando un talón sobre su rodilla y acomodándose en la silla—. Tú más yo —dice señalando a la mujer—, igual a dueto explosivo. Tú más ella —se dirige a mí—, igual a dueto sin futuro.

—Mire, señorita Beasley. —Berta lo ignora para leer mi expediente—. El señor Ridsley ya es miembro de nuestra empresa hace dos años y está en busca del ascenso, pero quiero que sepa que evaluaremos a todos los candidatos de la misma forma y buscaremos al mejor para el puesto. No hay favoritismo.

A pesar de eso, él tiene ventaja si ya lo conocen. Sobre todo si les agrada —lo cual lo dudo— o su encanto ya los ha engatusado parcialmente.

—Así que empecemos con esto, por favor —continúa la señora Damon—. Haremos una entrevista algo inusual, comenzando preguntándoles cuándo se dieron cuenta que querían ser periodistas.

—Berta... —Jaden suspira, pero no como si estuviera agotado de esto, sino de lo que está por venir.

Frunzo el ceño y mi mirada se intercala entre ambos.

—Si quieres el puesto debes pasar por esto, lo siento. —La mujer junta las manos sobre la mesa. Sus uñas son tan largas como Ciro presume que lo es Ciro del barrio Sur—. Y sé que dirás que ya lo sé todo, pero no es justo para el resto. Debes contestar todas las preguntas. Fin de la discusión.

Jaden echa la cabeza hacia atrás antes de enderezarse. Siento lástima por él. Sentirse, más bien verse forzado a hablar, es de las cosas que más cuestan e impotencia nos dan.

Así que empiezo yo, dándole unos pocos minutos para que cobre valentía de lo que sea que lo está reteniendo a contestar.

—Tengo una vecina —empiezo, y ambos pares de ojos recaen en mí. El silencio solo se ve interrumpido por mi inhalación y el girar de las agujas del reloj—. La Sra. Hyland, o la señora de las galletas, o las galletas rompe huesos... —Reprimo una sonrisa—. Ella perdió la vista hace algunos años, cuando yo tenía alrededor de diez.

Jaden baja la mirada solo por un segundo a su regazo, a su pierna. Puedo apostar mi título universitario a que debe estar pensando «Yo también sé lo que se siente perder algo».

Seguido de un «soy guapo igual».

—Antes de que ocurriera le pregunté qué era lo que más le asustaba sobre no poder ver más. —Recuerdo que papá me retó más tarde diciendo que era grosero de mi parte indagar sobre algo tan personal, pero no me arrepiento de hacerlo. De otra forma no estaría aquí—. Pensé que me diría que temía no poder cruzar la calle por sí sola o que le preocupaba no ver un escalón, tropezarse y quebrarse la rodilla —confieso—. Pero ella me dijo que lo que más le aterraba era no poder sentir las cosas como se supone que las hay que sentir, con todos tus sentidos.

—Una acción vale más que mil palabras, todos conocen la expresión —sigue—, ¿pero si no puedes ver esa acción? La Sra. Hyland temía no volver a ver a sus hijos sentados alrededor de la mesa en vísperas de Año Nuevo y que se le saltasen las lágrimas, o no poder ver la expresión de placer que hacía la gente al comer una de sus galletas. —Sus ojos brillan como si supiera una secreto que la misma señora de las galletas le dijo—. Temía que limitarse a oír cómo le narraban las cosas que sucedían a su alrededor también le limitara lo que sentía, y dijo que pocas son las personas en este mundo que pueden contar algo de una forma tan intensa como para que ante oídos ajenos se vuelva real a nivel carne y hueso.

Berta se aparta lentamente sus anteojos, sin quitarle los ojos de encima, pero Billy no la mira. Ahora sus ojos van y vienen, y gesticula con las manos mientras cuenta, totalmente absorta en el recuerdo. En su voz hay una mezcla de emoción y melancolía, pero sobre todo agradecimiento a quién sabe qué.

—Me sentí tan mal por ella que al otro día me presenté en su puerta con un libro en mano. Le prometí que sería uno de esos narradores que te hacen sentir un mundo internamente, que lo haría por ella porque me hubiera gustado que lo hicieran por mí si estuviese en su lugar —explica, y un mechón se desliza sobre su mejilla cuando mira por un segundo sus manos. Hay una pulsera rodeando su muñeca izquierda que la mantiene entretenida. Tiene algo grabado en ella pero no logro leerlo. Maldita miopía —. Pasé tres meses enteros leyéndole «La noche que Salmeé corrió las estrellas», un viejo libro que me regaló mi tía Zoella —señala—. Ambas ya lo teníamos memorizado, ella por escucharme repetirlo y yo por leerlo, pero a pesar de eso ni una sola vez lo había contado de una forma que la hiciera sentir todo lo que ese libro debería hacerte sentir.

—Pero lo lograste —adivina Berta.

Billy Anne asiente. Una sonrisa tira de sus pequeños labios. La mayoría de las chicas vienen a trabajar maquilladas, incluso Naima a pesar de que le digo que es muy joven para usar máscara de pestañas y hacerle ojitos a Inko lo usa.

Estoy acostumbrado a ver un exceso de labial acentuando sonrisas. Sinceramente no creo que ellas lo necesiten, y creo que esta chica sabe que no le hace falta.

También sospecho que le da pereza arreglarse. No puedo culparla, soy igual.

—La forma en que se trasmiten las noticias pueden golpear de mil maneras diferentes a alguien. Las palabras son poder, y el trabajo del periodista es buscar la verdad y hacerla llegar a todos de la forma correcta —continúa—. Soy honesta y amo investigar, aprender, conocer, debatir... La primera vez que vi a la Sra. Hyland cerrar los ojos, sentir mi voz en cada hueso de su cuerpo y sonreír para luego llorar... —Toma aire, pero termino por ella.

—Lo supiste.

Ella me mira.

Me encanta que me miren, pero ahora que ella lo hace me encanta más.

—Lo supe —asiente, y vuelve a mirar a la mujer—. Me gustan las charlas que empiezan con una pregunta tonta y terminan con una reflexión filosófica, también me encanta hablar de política y terminar relacionándolo con el marketing en Japón o los crustáceos de agua dulce —ejemplifica—. Sin embargo, no hay nada que me guste más que todo lo relacionado al deporte. No solo a lo que se ve por televisión, sino a todo lo que hay detrás. Crecí tras bambalinas. —Es entendible teniendo en cuenta que la crio Malcom Beasley, Bill Shepard y más de tres generaciones de futbolistas de americano—. Estoy hecha para este trabajo, señora Damon.

Su pasión y firmeza es admirable.

Pero también amenazante.

Por primera vez, cuando Berta traslada sus ojos a los míos, creo que no podría obtener lo que quiero, por lo que he estado luchando los últimos dos años.

Entonces un pensamiento horrible me viene a la mente, ¿y si la contratan por quién es y no por lo que es? No puedo competir con el prestigio y la publicidad que podría traer la hija del número 27 a Adrinike Cod.

Miro a Berta y me pregunto si sería capaz. Al fin y al cabo esta es una empresa que busca hacer dinero.

—Su turno, señor Ridsley —dice la mujer.

Diablos.

No hay forma de que diga toda la verdad frente a ella, ¿y si siente responsable por lo que me pasó?

Puede que no estuviera ahí, pero ella fue un factor.

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¿Quién está así de intrigado y hambriento? 👆🏾👆🏾👆🏾

Martes medio sabático para mí, ¿qué tan agotados están? ¿Tienen tantas cosas para hacer que no les alcanzan las horas del día?

¿A quién crees que va a contratar al final Berta? ¿Billy o Jaden? ¿Por qué?

¿Cómo crees que se comportará el abuelo Shepard en el centro de recreación para ancianos? 😂

¿Shippeas #Cyra o los ves más como amigos?

La pasión de Billy Anne es el periodismo, ¿cuál es la tuya?❤️

Con amor cibernético y demás, S.

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