41. La Gran Manzana
Cuando Naima abre la puerta del copiloto y ve a Bernardo sentado, enarca una ceja antes de cerrarla e ir al asiento del trasero, donde vacila mientras trepa junto a Inko.
—¿Estás bien? ¿Te amenazaron? ¿Te golpearon? ¿Te tocaron? —se apresura a preguntar Ber, antes de que pueda hacerlo yo mientras asomamos nuestras cabezas por el hueco entre los asientos.
—Te dije que estaba bien —repite malhumorada, empezando a quitarse las decenas de pequeñas palomas de plástico del cabello—. Un tipo me quitó el bolso de un tirón al pasar corriendo. Me raspé un poco al me caerme, pero nada más. No tenías que traer un escuadrón policial con...
Inko se inclina e inspecciona sus rodillas, donde tres hilos de sangren brotan levemente. La adolescente se queda sin aliento. Desde que empezó a salir con Lingard dejó de soñar despierta con el crush de oficina, pero ahora que el idiota hormonal al que le deposité una mínima parte de mi confianza la defraudó, volvió a ver al conserje con viejos ojos.
Los primeros flechazos nunca se superan.
—Limpiaremos esto al llegar a casa, ¿quieres hacer una denuncia primero? —pregunta el DJ.
Ella traga con dificultad cuando la mira a los ojos, pero niega asegurando que no vale la pena.
—¿Cómo es que te robó el bolso pero no el teléfono? —Estoy intrigado.
Naima se sonroja y Bernardo me mira como si hubiera preguntado cuánto es dos más dos.
—¿Es que no sabes que los sujetadores existen para algo más que ser desabrochados por ti, cariño?
Levanto las manos en señal de inocencia.
—Está bien, no te enojes. Entiendo que sea un lugar seguro y con suficiente espacio, aunque no recomendable si vamos a lo higiénico, al menos para guardar dinero, ¿pero un celular? ¿Eso es posible?
—El cuerpo humano es un juego de Tetris. Solo tienes que hallar la forma de encajar lo que quieras meterle. —Bernardo me guiña el ojo.
Naima gime horrorizada e Inko intenta ocultar su sonrisa mientras le pone el cinturón de seguridad como si tuviera ocho años y no el doble.
Me rio y no me arrepiento de haber pasado a buscar a mis amigos. Les reenvié el mensaje de Naima porque estaban juntos en el gimnasio que está de camino al parque. Inko entrena y Bernardo pretende hacerlo. Paga la cuota solo para sentarse en una bicicleta, pedalear dos veces y ver con satisfacción a un puñado de hombres lindos levantar pesas.
Saltaron arriba del auto sin pensarlo. Sé que les importa Naima porque me importa a mí, pero ambos sabían que no era una situación que requiriera de su presencia. A veces les pido que me ayuden a lidiar con un problema sencillo para no tener que estar solo afrontando el más grande. Son conscientes de mi hábito y eso me hace sentir agradecido.
Los amigos no tienen que saber cómo animarte o entenderte. No tienen que actuar como psicólogos ni guardaespaldas personales. No tienen que complementarse contigo ni tener una conexión tan fuerte como para arrastrar continentes y unirlos. Lo esencial de un amigo, es estar para ti, a tu lado o con un océano de por medio. Los que dedican latidos de su corazón a escucharte sabiendo que no tenemos muchos, son amistades hermosas.
Mi pequeña sonrisa se refleja en la de Bernardo cuando lo miro desbloquear su teléfono y mis ojos buscan los de Inko en el espejo retrovisor, quien asiente en silencio. No voy a contarles sobre mi madre, pero sé están si en algún momento quiero.
—¡Hijo de la...! —espeta mi copiloto, rompiendo el momento pero deteniendo la cadena de malas palabras por Naima.
—¿De la Gran Manzana? —ofrece la chica, sabiendo que decir el apodo de Nueva York al menos lo hará liberar tensión.
—¡Sí, hijo de la Gran Manzana! —chilla él, con los ojos fijos en el móvil—. ¡El club que reservé para mi cumpleaños esta noche fue clausurado por ratas!
—No quería salir de fiesta con las ratas de todas formas. —Me encojo de hombros, lo que me hace ganar una mirada más peligrosa que el Coronavirus—. Tranquilo, podemos montar la fiesta en otro sitio. Ya tenemos al DJ, ¿no?
Inko se cuelga de nuestros asientos y veo a Naima echarle un vistazo a su trasero. Hago un sonido desaprobatorio con la garganta, lo que la hace apartar la vista con una sonrisa avergonzada. Al menos con mi amigo cerca dejará de pensar en que la dejaron plantada.
—¡No solo el DJ, ya tenemos salón y catering! —asegura el conserje—. Jaden nos presta el departamento y el entrenador prepara pasta para los invitados, ¿qué dicen? Estoy seguro que el viejo accederá porque inexplicablemente eres el único amigo que tiene, Ber.
Ya estamos en buenos términos con Billy Anne y ella necesita algo de diversión antes de empezar a buscar trabajo. Esto le hará bien. Bill se va a quejar, pero lo compensaré haciendo que pase la mejor noche de su vida. Tal vez lo alcoholice. Además de que es un favor para un amigo, esto no me dejará tiempo para pensar en la insistencia de mi madre y también distraerá a Naima del maldito Lingard.
Bernardo e Inko me miran como dos niños pequeños esperando la aprobación de su madre para salir a jugar.
—Al diablo, hoy habrá fiesta de cumpleaños.
Aplausos, gritos y palomas de plástico vuelan dentro del coche cuando Inko se deja caer en el asiento trasero y choca los cinco con la hija de Berta. Doy un volantazo cuando Ber se cuelga de mi cuello para darme un abrazo.
—¡Gracias por dejarme festejar que me queda un año menos de vida, bebé!
🍎🍎🍎
La abuela está feliz, así que también lo estoy.
—Lucen todos tan guapos y tan estúpidos. —Suspira evaluando los disfraces que nos ayudó a confeccionar.
Bernardo se aclara la garganta.
—Y tú tan guapa y tan estúpida —corrige la anciana.
Le rodeo los hombros con un brazo y caminamos juntos a la cocina, dejando a Inko explicándole a Naima cómo conectar el equipo de sonido —estoy seguro que si luego le preguntara lo que le explicó no sabría decírmelo por distraerse babeando—, y al cumpleañero subiendo un video a Instagram para avisar que la fiesta se traslada a esta dirección.
—¿Cómo estás, cielo? —indaga la señora quitando de mis manos la botella de cerveza para darle un trago—. Y quiero una buena y honesta respuesta. No esa porquería de «Bien, ¿y tú?». Nadie está solo bien. Los humanos sentimos más que un ordinario y vago bien.
Deposito un beso en su frente y eructa después de dar un trago. A veces es una dulce abuelita, otras un camionero.
—Me siento... —Echo la cabeza hacia atrás e inhalo despacio antes de mirarla—. ¿Incierto? Como si fuera un acertijo que estoy por resolver pero aún debo esperar otra pista para hacerlo. Sin embargo, dejaré el trabajo mental para otro día. Hoy quiero verte coquetear con mis amigos veinteañeros hasta que me hagas pasar vergüenza.
Necesito reír. Nunca pensé que se podría necesitar algo tan corriente como una risa, pero algunas cosas, si te descuidas, dejan de ser cotidianas. Cuando lo notas debes recordar cómo recuperarlas.
—Sigo casada con tu abuelo. No me incentives a ser infiel.
—¿El matrimonio no es, y cito, «Hasta que la muerte los separe»? Y él lleva más años muerto que yo con vida, sin ofender a la ascendencia que me dio una genética estéticamente inmejorable.
Me señala con la cerveza.
—Contéstame algo, cuando alguien muere lo sigues recordando, ¿verdad? —Espera a que asienta—. Entonces, en realidad no está del todo muerto. Si puedes revivir el amor que una persona te hizo sentir con solo cerrar los ojos y reproducir un recuerdo, siempre estará vivo. La muerte te borra a ti de la gente, no a la gente de ti. Hasta que muera mi corazón seguirá siendo de tu abuelo, porque él sigue aquí. —Se toca la sien con el pico de la botella.
Sin saber lo que buscaba, lo encontré. Reconozco que quiero ese tipo de amor, pero no puedo reflexionar al respecto porque la puerta del departamento se abre.
Bill Shepard entra con Ibeth pisando sus talones.
La abuela escupe el alcohol en el fregadero antes de pegar un grito enloquecido y correr con pasos diminutos para colgarse del cuello de mi hermana y llenarla de besos. Me quedo inmóvil en mi lugar, con una sonrisa naciendo desde el fondo de mi pecho.
—Billy Anne me dejó para ir a recoger sus cosas a la oficina y me encontré con tu familiar en la puerta —informa el coach, cargando bolsas reciclables del supermercado.
—¿No dudó que fuera una extraña que se quisiera colar a la fiesta?
Bernardo le avisó que su cumpleaños se trasladaría aquí. Como el mensaje se lo envió él, no se enojó. Si hubiera sido yo ya estaría sacando su batidora para incrustarla entre mis nalgas.
—Ni por un segundo. Suena igual de insoportable que tú, ¿irás a recibirla o quieres que te acerque a ella de una patada en la retaguardia?
Cuando me acerco, Evelyn Ridsley sigue acaparando a su nieta. Me cruzo de brazos mientras espero mi turno, pero los ojos de Ibeth encuentran los míos mientras la abraza de vuelta. El amor que siento por mi hermana de derrama de mí a montones. Siempre lo hizo. Incluso cuando peleábamos de niños y quería estar enfadado con ella, decía una estupidez y me hacía reír, quitando credibilidad a mi enojo.
Como todo hermano, saca lo peor de mí y a veces la distancia no parece ser suficiente, pero ante cualquier cosa que necesite pedirme, estaré ahí. Incluso si debo ceder a regañadientes.
O eso creo.
Su sonrisa se tambalea y hace un ademán con la cabeza a la puerta, para que salgamos al pasillo. Toma de la mano a la abuela y la arrastra afuera mientras esta no deja de hablar.
Cuando estamos lejos de los demás, Ibeth me abraza. Le devuelvo el gesto con fuerza, porque aunque no sepa qué quiere decirme, sé que le costará.
—¿Me extrañaste? —pregunto para aligerar el ambiente.
Si no se burló ni inmutó de mi disfraz algo marcha mal.
—A veces, pero cuando lo hice fue con muchas ganas.
—También te extrañé algunas veces. La mayoría no porque eres un grano en el trasero —digo contra su cabello, antes de poner distancia para mirarla a los ojos—. No creo que hayas venido desde la otra punta del país para el cumpleaños de Bernardo, ¿ocurrió algo?
Da un paso atrás y la abuela se aferra a mi brazo. Somos el equipo de la preocupación.
Exhala con pesadez y engancha los pulgares en los bolsillos de sus jeans. Esa es su posición favorita para arrojar bombas.
—Quiero que ambos perdonen a mamá y vengan a vivir con nosotras a Nueva York.
Lo único que se escucha luego de sus palabras es el zumbido del tubo de luz sobre nuestras cabezas y las lejanas voces de mis amigos. Ni siquiera me molesto en abrir la boca porque sé que no saldrá nada de ella. Estoy tan aturdido que la anciana debe darme un apretón para que al menos recuerde parpadear.
—Espero que sea una broma del día de los inocentes —susurra la abuela.
—No es día de los inocentes —contestamos al unísono a pesar de que deseo que sí lo sea, antes de que Ibeth continúe:— Mamá me contactó hace unas semanas, después de que tú y ella pelearan en la graduación de Naima. Me contó que le dijiste las peores cosas que nos pasaron desde que se fue y me pidió perdón por no haber estado conmigo cuando atravesé la bulimia, el aborto y la noticia de que no podré tener hijos biológicos. —Hay tristeza en su voz—. En realidad, se disculpó por todo. Tú no la escuchaste, pero yo sí. Creo que merece una oportunidad.
La abuela niega con la cabeza de inmediato, dejando ir mi brazo. Me reprochó haber estallado con Ginny. Usó todo lo que dije de Ibeth para volver a jugar viejos y sucios juegos. Fui descuidado.
—Ya tuvo una, luego dos, tres y quién sabe cuántas más. El dolor que les provocó me hizo dejar de contar. —Ella quería mucho a su nuera, así que debería incluirse en el grupo—. La vida no es infinita, así que las oportunidades tampoco. Lo que sea que te haya dicho, olvídalo, cielo.
—La drogadicción en una enfermedad —defiende.
—Pero antes de serlo fue una decisión. Ella la tomó sobre ustedes. —La abuela es firme, pero sus ojos son blandos y se llenan de lágrimas impotentes.
Ibeth no contesta, pero me mira y esta es la parte donde ser hermanos es un asco. Sabe lo que me hace inestable y vulnerable, y esa persona es nuestra madre. La cólera me envuelve el corazón hasta le punto que empieza a bombear fuego en lugar de sangre, pero intento ser de hielo por fuera. En las votaciones familiares siempre soy el que se encarga de desempatar, pero también el más manipulable. Malditos sentimientos.
Lo peor de ser un títere es saber que lo eres y no poder hacer nada al respecto.
—¿Por qué la defiendes?
—¿Por qué no nos contaste que la viste esa noche e intentó arreglar las cosas contigo? —replica.
—No vuelvas esto contra tu hermano —advierte Evelyn, pero ella la ignora y da un paso para que estemos frente a frete, casi de la misma estatura.
—¿Sabes por qué creo que no nos contaste? Porque en el fondo estabas considerando perdonarla y no sabías cómo decírnoslo. Viste que fue a rehabilitación, que tiene un trabajo estable y que está tan arrepentida como para dar vuelta el mundo por nosotros esta vez. —Frunce el ceño, decidida—. Cambió y sé que tienes miedo de aceptarla de regreso, pero esta vez va a quedarse todo el tiempo que le queda. Lo siento en los huesos.
Soy un niño en medio de un divorcio. Miro a la abuela y sus ojos me imploran que ni siquiera lo considere, mientras mi hermana me mira con la promesa de lo que siempre quise si confío en ella.
Pero ese es el problema. Yo ya confío en Ibeth, pero no en mamá.
—Si la quieres en tu vida, adelante. No puedo prohibirte no verla, pero juro estar para ti cuando vuelva a abandonarte —digo con voz temblorosa—. No quiero pasar otra vez por el proceso de perder a alguien que ni siquiera está muerto.
Me acerco para darle un beso en la sien pero me toma de las muñecas antes de que llegue a ahuecar sus mejillas.
—Al menos dale otra oportunidad. Una reunión. Solo pido eso.
—Estás pidiendo más que eso y lo sabes —susurro tan tranquilamente como puedo.
Mis palabras desencadenan un desacuerdo más profundo y me aparta de un empujón.
—¡Deja de ser tan infantil! —espeta. La abuela está por ubicarla en su lugar con una reprimenda pero levanto una mano para que me deje lidiar a mí con ella—. ¡Las personas se equivocan! Tú eres la prueba andante de ello. ¡¿Cómo puedes negarle aquello por lo que ruegas a otros a la mujer que te dio la puta vida?! ¡Sí, fue una madre horrible, pero podría dejar de serlo si se lo permites! ¿No quieres que tus hijos tengan una abuela como la que tenemos nosotros?
Es un insulto que compare a nuestra madre con la abuela. La anciana así lo siente, niega con la cabeza indignada y entra de nuevo al departamento al saber que no hay forma de razonar con Ibeth en este instante.
—¿Podrías dejar de ser tan escandalosa? —Bajo la voz y la tomo del brazo, guiándola hasta el elevador—. No sé qué te dijo esta vez, pero te engañó más fácil de lo que siempre me engañó a mí. Nuestra madre es una mierda, reconócelo.
Su mirada se cristalizan y se queda quieta, respirando como si hubiera corrido una maratón.
—A veces mierda es lo único que tienes, y algo es mejor que nada.
—Mejor nada a que algo que te lastima —corrijo.
Se zafa de mi agarre y golpea el botón del elevador.
—Todo en la vida te lastima, Jaden. Solo que algunas cosas y personas lo hacen más que otras.
Quiero abrazarla y decirle que se quede conmigo. Quiero vigilarla para que nuestra progenitora no la ilusione y estrelle su esperanza otra vez. Quiero decirle que la amo pero está siendo insensata por alguien que no lo merece.
Las puertas del ascensor se abren, revelando a Billy Anne abrazando una caja. Mira a Ibeth y luego a mí, enfundado es este estúpido disfraz. Sale en silencio. Mi hermana la mira como si fueran enemigas de la preparatoria al pasarla y desaparecer cuando se desquita con otro botón y se la traga el cubo metálico.
La haré entrar en razón más tarde. Sé que ahora está alterada. También estuve en sus zapatos y la voy a hacer razonar como ella lo hizo conmigo una vez que se calme.
Compartimos una mirada con Billy, la suya comprensiva pero aún con un brillo de gracia.
—¿Por qué estás vestido como una oveja gigante, Ridsley?
Ojalá la hubiera tenido conmigo cada vez que mi madre me dejó. Al menos me hubiera hecho reír en medio de las lágrimas.
Estamos sentados en el corredor frente al tapete de galletas del abuelo, con la caja que recogí de la oficina entre nosotros. Fui a esta hora para no cruzarme con Berta. A pesar de que acepté que le diera le puesto a Jaden, parte de mí quiere acusarla de favoritismo.
Que de tejen participar en algo donde no tienes una oportunidad de verdad es una mentira bien presentada.
Miro a Jaden y dejo de pensar en mis problemas. Puede ser horrible desde una perspectiva, pero ver que una persona la está pasando peor que tú ayuda a no asumir que te está pasando lo peor. Cada problema es válido y como incluso el más pequeño puede desencadenar lo más doloroso, no es justo compararlos, pero no todas las comparaciones son malas.
Comparar es una herramienta y no necesariamente de guerra si sabes usarla de la forma más sana y adecuada.
—Esto era lo importante que querías hablar conmigo, ¿no? —pregunta con una sonrisa ladeada que tiene el efecto de disculpa—. Y yo aquí, montándome una fiesta cuando me advertiste que era un asunto serio... —Resopla y apoya los codos en las rodillas—. Algún día aprenderé a hacerte caso.
—No tienes que hacerme caso en todo. Por ejemplo, te hubiera prohibido usar el traje de una maldita oveja, y en realidad le quita tensión a las discusiones. Fue una buena opción.
Se ríe. Debajo del disfraz tiene una malla entera negra, que cubre sus piernas, brazos y cabeza, dejando solo expuesta su cara. Sobre la malla el material pomposo semejante a la lana se concentra en su pecho. Es una bola, pero la mejor parte son las orejas y pezuñas en manos y pies.
Entonces, las pocas arrugas alrededor de sus ojos se alisan y su risa cesa en un silencio incómodo. No sé cómo, pero siento que me observa de forma distinta. Hay una pregunta en sus ojos que no comparte conmigo.
—Espera, ¿solo acerca de mi hermana querías hablar? ¿Sobre nada más?
Bajo la mirada a la planta dentro de mi caja y acaricio sus hojas nerviosa. Esta es la parte donde le digo que besé a su cuñado. Recuerdo las conversaciones con Tyra y Ciro pero no me hacen sentir mejor. Ibeth puede no haber sido la mejor persona para conocer hoy, o la mejor hermana, pero con todos los problemas que tienen los Ridsley lo último que quiero hacer es sumar otro.
Sin embargo, aunque no significó nada, los Beasley somos sinceros hasta en los detalles.
—En realidad, sí hay algo más. Estuve debatiendo entre si decírtelo o no durante todo el día.
Gira su cuerpo hacia mí y cuadra los hombros. El incremento de su atención es notable.
—No quiero expresarlo en voz alta —confieso—, pero...
—No debes avergonzarte de tus sentimientos, amor —interrumpe tomando una bocanada de aire como si no lo hubiera hecho hace unos segundos—. Tampoco de cambiar de opinión. Todos los hacemos.
Ibeth, el chico con sabor a licor de chocolate y Ginny se evaporan de mi mente al escuchar lo último. No sé de qué opinión habla, pero estoy segura de que las mías son firmes.
Toma mi confusión como cobardía y extiende una pezuña para apoyarla sobre mi mano. Cada facción de su rostro se suaviza y parece tan esperanzado que quiero congelar el momento al saber que está por romperse.
—También quiero una relación contigo. —Sus labios se curvan con un amor que origina en mí el peor sentimiento de culpa del mundo, sobre todo cuando se ríe—. Te dije que algún día lograría que te enamoraras de mí.
Silencio.
Silencio.
Silencio.
Aparto mi mano de la suya.
—Ese día no llegó.
El café se derrama en humillación y pesar de sus ojos.
—Lo siento, pero desde el principio te dije que no quería estar con nadie —recuerdo en voz baja.
—Al principio no me conocías.
—No, pero me conocía a mí.
Se quita el gorro del disfraza, liberando su cabello para pasar ambas manos a través de él. Pega la espalda a la pared y mira al frente. Su nuez de Adán desciende con fuerza y me muerdo el labio con impotencia.
—Sabía que esto pasaría —susurro poniéndome de pie y caminando hacia el otro extremo del corredor—. Te dije que era mala idea involucrarse pero insististe. Antes de acceder volví a repetírtelo y tú dijiste que te hacías responsable de todo lo que pudieras sentir. —Las palabras se derraman con frustración—. Te dije...
—¡Sé lo que dijiste, Billy Anne!
Al girarme lo encuentro de pie. Abre los brazos en un gesto de derrota antes de dejarlos caer a los lados.
—No te estoy contradiciendo. Sabía que podías herir mis sentimientos pero me declaré y no me arrepiento, pero no entiendo por qué estás tan enojada.
—Porque me pusiste en un posición donde me siento culpable por no sentir lo mismo que tú —espeto—. No debería. No tendría que pedir perdón por algo de lo que no tengo la culpa, pero como abriste la boca a pesar de que en cada paso del camino te advertí que no quería estar contigo, ahora me haces sentir terrible.
—Creí que habías cambiado de opinión. Es mi falta, no tuya.
—La hiciste mía —acuso—. ¿Por qué creíste en ti sobre mí en lo que respecta a mis sentimientos? ¿Por qué no podías quedarte callado al menos?
—¡Porque no soy como tú! No reprimo lo que siento.
Es un golpe para el que no estaba preparada. Ni siquiera lo entiendo, y eso me fastidia más que cualquier otra cosa.
—Soy expresiva y clara. Te dije que no iba a enamorarme de ti desde el día uno y no pasó.
—¿Y no crees que puedes estar equivocada? La cabeza es directa, el corazón no, y tu piensas con la primera.
—¡El corazón no piensa, por amor a los Chiefs!
Entierro las manos en mi pelo y él se acerca e inclina la cabeza hacia abajo para mirar tan dentro de mí que cada célula de mi cuerpo quiere empujarlo fuera.
—No, pero siente. El problema es que al tuyo no le reconoces esa función. —No hay vacilación en su voz—. Me dijiste que estaba aterrado de enfrentar mis miedos para ser feliz. Pues yo creo que tú también tienes miedo, pero de aceptar que me quieres como más que un amigo con derecho. Sé que te preocupa tu futuro y quieres salir de la sombra de tu apellido, pero estar con una persona no significa renunciar a tus metas. Para ser alguien que dice controlarse, no te tienes mucha confianza. ¿Crees que te distraeré de ser quien quieres ser, de llegar a donde quieres estar? ¿Que te quitaré tiempo? ¿Que acapararé tu vida hasta el último centímetro de espacio? Porque la respuesta es no. Tienes una idea muy errónea de lo que es una relación sana si es así.
Por un lado estoy contenta de que reaccione de esta manera. El remordimiento me comería de adentro hacia afuera si siguiera sentado en el piso, con ojos vidriosos lamentando no ser correspondido. Por otra parte, estoy cabreada porque intenta hacer lo mismo que hice con él.
A veces necesitas de otro para reconocer partes de ti que a solas no puedes ver, pero en otras ocasiones sabes que no hay nadie que pueda conocerte como lo haces. Es como cuando dicen «Estás enojada» solo porque estás callada, o «Estás triste» porque no sonríes una de las 24 horas del día.
—No somos piezas de un rompecabezas perfecto ni estoy diciendo que vamos a vivir felices para siempre —continúa—. La verdad es que discutimos cada día por medio y nuestras personalidades chocan como dos malditas bolas de demolición, pero no puedes negar que podríamos hablar de cosas tan profundas como estúpidas hasta el amanecer, anochecer y el fin de esta vida. Nuestra compatibilidad en la cama es de La Gran Manzana y somos mejores amigos antes que nada. Nos hacemos bien y no entiendo por qué estás tan ocupada de la etiqueta novios cuando la hemos estado usando desde hace tiempo. Somos un buen equipo y prometo que superaremos tus miedos.
Tiene razón en todo, a excepción de la parte del miedo y la etiqueta. No puedo decir que me gustaría volver el tiempo atrás y deshacer lo que compartimos, pero sería más fácil si hubiera seguido mi sentido común. Ahora, mientras me observa creyendo que tiene razón, me duele el pecho. Esta es una de esas ocasiones donde decirle a alguien que está equivocado no genera satisfacción.
—No es que tenga miedo, el problema es que no estoy enamorada de ti. No te quiero como crees que lo hago, Jaden. —Envuelvo sus muñecas con delicadeza e intento hacerle comprender con suavidad.
Frunce el ceño.
—No te creo.
Es la oveja más terca que conocí.
—No importa lo que creas, la importancia está en lo que es. —Doy un paso atrás—. No voy a repetirlo. No me hagas hacerlo, por favor. Hasta que no entiendas lo que estoy diciendo será mejor para los dos guardar distancia.
—¿Eso haces cuando algo te asusta? ¿Te alejas? —La acusación en su voz viene cargada con una exasperación que enciende la mía—. Te creía más valiente.
Se da la vuelta y recoge el resto de su disfraz antes de ir hacia la puerta. Su seriedad irradia lo molesto que está. Me cruzo de brazos y miro hacia la planta otra vez. Ninguno de los dos va a ceder. El orgullo y la negación se levanta alto de su lado y la razón lo hace del mío.
Mentirle diciendo que siento lo mismo solo nos lastimaría más. Debe entenderlo.
—Te creía más listo —aseguro.
Da un portazo en respuesta.
Él es el tipo que lee novelas románticas creyendo que por el simple hecho de haber dos personajes, estos deben enamorarse, amarse y tener un felices para siempre.
Yo también leo novelas de amor, pero lo hago sin expectativas y nunca subestimo al escritor.
En este caso la vida podría escribir libros separados para nosotros a partir de ahora.
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¿Cómo están, reyes y reinas? No sé ustedes, pero con la cuarentena obligatoria me di cuenta que vivía en cuarentena mucho antes del 👑virus.
1) Para ayudarnos entre todos a pasar un buen rato, ¡recomienden TRES libros de Wattpad (NO pueden ser todos del mismo autor) que estén COMPLETOS!
2) Opiniones del capítulo, sentimientos, #Team, teorías. 📚
3) ¿Quién creen que está equivocado? ¿Billy Anne o Jaden?
4) ¿Qué piensan de Ibeth?
En el próximo capítulo narra el abuelo. 🍝💅
Con amor cibernético y demás, S. ♥️
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